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Número 319-320

Serie XXXII

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La razón del concepto terminológico de Hispanoamérica

LA RAZON DEL CONCEPTO TERMINOLOGICO DE
HISPANOAMERICA
POR
}OSJÍ ANTONIO C.U.DRRÓN QuIJANO (•)
Traigo a este Congreso de «Amigos de la Ciudad Católlca» un
tema que ha constituido y constituye para
mi una constante preocu­
pación, porque su enunciado,
casi siempre, por motivos de inte­
resado planteamiento o por una ingenua e inexpicable actitud, no
responde
ru verdadero sentido de su significación.
Es la denominación de la porción del Continente Americano
que, durante la Edad Moderna, correspondió a la soberanía
de Es­
paña, y hoy es culturalmente proyección de dicha soberanía. Esta
denominación es, sin lugar a duda, Hispanoamérica.
No trato de plantear un tema polémico, ni mucho menos in­
tento responder a esas afirmaciones, sin base
científi~a, que leemos
todos
los días en la prensa o en ciertos libros, y escuchamos en
otros órganos de comunicación, inspirados en móviles de oportu-
nismo personal o propósito político.
·
Voy a procurar, como siempre lo hago, no descender al capítu­
lo de las anécdotas coyunturales, sino a desarrollar este tema den­
trO del mayor rigor científko y de la necesaria objetividad.
Ya
sé que mantengo una tesis derrotada de antemano, pero
por mi condición de profesional de la historia, mis razonamientos
no deben estar inspirados en objetivos pragmáticos, sino en
la más
genuina veracidad.
.
(*) Universidad de Sevilla.
Verbo, núm. 319-320 (1993), 1057-1079 1057
Fundaci\363n Speiro

/OSE ANTONIO CALDERON QUIJANO
HISPANOAMÉRICA
I. Introducción.
El tema tal como está enunciado;. hace. referencia a las adjeti­
vaciones en boga. Quiero dejar bien claro que, aunque mantengo
la tesis de que la parte del Nuevo Continente que España pcbl6
y coloniz6 debe·
llamarse Hispanoamérica, nó lo hago por un afán
chauvinista, sino pcrque responde escuetamente a una realidad.
La incorpcraci6n del Nuevo Continente al Occidente es, desde
sus. comienzos, obra de España y, cuando posteriormente, portu­
gueses e ingleses van a poblar
y. colonizar. otras porciones continen­
tales, lo hacen en territorios
que inicialmente habían sido descu­
biertds por españoles, aunque a· aquellos •les corresponda el mérito
de haber extendido
el ámbitocrolonizador en aquellas tierras, que
hoy, justa y adecuadámente
se deben denominar América anglosa·
jona, y América portuguesa.
Pero fue España quien llev6 a cabo
la poblaci6n, evangelización
y colonizaci6n d~ ]a mayor parte del
Nuevo Continente. No pretendo que nuestra acci6n
allí fuera per­
fecta. Fue una obra con aciertos y errores como tcx{a obra humana.
No voy a defender. indiscrÍt!Ú11adamente todo lo hecho, pero tam-
poco me voy a .convertir en un ~istemático detract~r. .
A la tesis, mantenida con ,gran frecuencia, que P!'C5enta nues,
tra colonización americana como un proceso perfecto y altruista,
inspitada
únicamen.te .~ m6viles superiores, se opone en la actua­
lidad una ve.rsión contraria, consiste en minimizar y
d.,;prestigiar
nuestra acción indiana, acentuando_ los exce.sos~· y ~~aOdo los
í'Spectos negativos,
II. El Nuevo Mundo.
El Nuevo Mundo
no es

s6lo
el continente americano, sino el
conjunto de tietras descubiertas por los españoles a partir de 1492.
La presencia y la acción española en las nuevas tierras, éontinen-
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LA RAZON DEL CONCEPTO TEJ1.MINOLOGICO DE HlSPANO.A.MERICA
tales e insulares, quedó plasmada entre otros matices en los nom­
bres que llevaron allí los colonizadores. Fue el afán humano de
crear un entorno que, en lo
posible, fuera un trasunto de su patria,
o,
al menos, de su patria chica. Y. así van a establecer unos lazos
permanentes con un continente y unas islas muy distantes.
· El español va a aquellas tierras con una mentalidad forjada,
en cierto aspecto, durante siete siglos de reconquista peninsular.
Y para la Corona, la empresa indiana significó una nueva mani­
festación del proceso de
expansión de los reinos cristianos en la
pe1lÍOsula.
De ahí que los Reyes ·Católicos demoraran durante siete años
la aceptáci6l:r de la propuesta colombina hasta la culminación de
la Guerra de Granada y la definitiva expulsión del invasor musul­
mán.
La más clara prueba de ello es que, ocupada Granada, a
comienzos
del invierno de 1492, las capitulaciones para el descu0
brimiento se firman a principios de la primavera del mismo año,
en
el campamento español ante aquella ciudad; la partida de las
naves para señalar la ruta va a tener lugar durante el verano, el
3 de agosto, y el descubrimiento de las nuevas tierras se logra en
los comienzos del otoño. Todo dentro de ·ese mismo año de 1492.
Así, pues, lo que algunos autores consideran como una
inexplicable
demora o indecisión por. parte.de .los monarcas, es, sin duda, un
plan, seguido de un programa para llevarlo a efecto.
De
todo ello es fácilmente deducible la continuidad y cohe­
rencía de la acción de la Corona, con includable carácter político,
unido al propósito evangelizador,· y

a la
concepción de una . acción
de futuro, que
la incipiente nacionalidad asumía a finales del si­
glo xv. Son .. sobradamente conocidos los motivos determinantes de
nu.estra proyección atlántica y occidental, aunque todavía nuestro
más próximo mar, la Mar Océana, no recibiera tal nombre, ni se
C"!}ocieran sus límites, ni. el ámbito. geográfico, ni sus característi­
cas climatológicas,. oceanográficas, fauna, etc. Ni mucho menos la
existencia de una gran
barrera continental, que se extendía de
norte a sur y que
. impidió la llegada a las pretendidas islas del
Gpango y del Cata y, propósito éste de Colón y de nuestros nave­
gantes, movidos por el atractivo que despertaron
.las fabulosas
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/OSE ANTONIO CALDERON QUI/ANO
versiones que Marco Polo, el veneciano, había traído de aquellas
tierras. Y mucho menos era conocida la existencia, detrás
de aque­
lla masa continental, de otro océano, que se llamó Mar del Sur,
y que
excedía en dimensión al Mar Tenebroso por el cual se había
creído poder llegar
al Extremo Oriente.
El determinante político era
el cierre de las rutas tradiciona­
les
producido al apoderarse los turcOS de Constantinopla a media­
dos del siglo xv, y la obtención por parte de Ios portugueses,. como
consecuencia de su proceso expansivo durante dicha centuria y en
el último cuarto de ella,
de la exclusiva en navegación hacia la
India por la larga y accidentada derrota del Cabo de las Tormen­
tas, después
de bordear toda la costa africana, que venían reco­
rriendo a lo largo de la etapa de sus «descobertas».
La concepción toscaneliana fue acertar, inspirada en las obser­
vaciones aristotélicas, en la forma esférica, aunque no perfecta, de
la Tierra, pero
sufrió un grave error en cuanto a la magnitud de
ésta. Y ello unido al desconocimiento del hemisferio que
se inter­
ponía entre nuestra península, situada en el extremo occidental
de Europa, y
el Extremo Oriente, deternúnan un retraso de dos
tercios de siglo para lograr el inicial objetivo propuesto.
Este amplio planteamiento puede servirnos como puesta
en
marcha de nuestro proceso de penetración americana y filipina.
Las Islas de Poniente, nombre dado originariamente al archipiéla­
go filipino, aunque
no constituyen una unidad geográfica con
América,
es innegable que tienen con ella una unidad histórica y
politica, en orden a su proceso de
evangelización e incorporación
a la civilización occidental.
El continente americano presenta al observador una compleja
variedad de razas, culturas, lenguas, costúmbres, niveles, etc., a
la llegada de los españoles. Es indudable que no existe en él más
unidad que la geográfica, pues la diversidad de sus pobladores, y
su mutuo desconocimiento y aislamiento son un hecho incontro­
vertible.
La distancia, no sólo geográfica, sino étnica y cultural
entre los «indios pueblos» y
la cultura de los «mounds», por ejem­
plo, y los «tehuelches» o los «fueguinos» es un hecho probado,
sin considerar la que existe entre
los niveles culturales y étnicos,
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LA RAZON DEL CONCEPTO TERMINOLOGICO DE HISPANOAMERICA
de los mayas o los aztecas y los caribes, no obstante su mayor pro­
ximidad
geográfica. Es innegable que quienes · primero dieron un
sentido de unidad
culrural continental fueron los españoles. Luego
vendrían, a efectos territoriales parciales, los portugueses primero,
y los ingleses, estos a mediados del siglo xvu, cuando el proceso
colonizador de España estaba muy avanzado.
Es pues, España, la que forja la primera idea de una unidad
continental en el Nuevo Mundo. Y
de ello son testimonio una
serie de becbos que debemos tener en cuenta.
En primerlugar la
lengua. No bace falta esforzarse para conocer cómo a lo largo y
a lo ancbo de América, la lengua española es la de mayor difusión
y
más amplia vigencia en cuanto al número de los que la bablan.
Y aquí quiero
ba= dos consideraciones. Lcis hispanos que pue­
blan y colonizan
el Nuevo Continente proceden, en mayor o menor
proporción, de las distintas regiones peuinsulares, mucbas de ellas
con lenguas vernáculas propias, y sin embargo, y esto
es prueba
de la unidad de acción y de propósito, el único idioma que llevan
es el castelland, el cual, lógicamente, se va bablar, pronunciar, e
incluso
escribir con distintas modalidades, segÚn las regiones, cli­
mas, latirudes y otros factores étnicos o geográficos, pero siempre
con un indudable sentido de unidad en la procedencia.
III. :Los mestizajes.
Y así llegamos al factor étnico. No debemos en modo alguno
hacer de la raza hispana un factor
de superioridad en América.
Nada
más inadecuado que la denominación de «Día de la Raza»
a la fecba del 12 de octubre que lo es del Descubrimiento de
América.
La exaltación racial, y el concepto de supremacía racista
en cuanto a América, resultaría altamente equivocado y no
res­
ponde a la realidad.
El español,
como dice Marañón, no es racista por naruraleza
y, además, no puede serlo si es consciente de su propia personali­
dad. El español
va al Nuevo Mundo, y produce en primer lugar
el fenómeno del mestizaje, es decir, la miscinegación étnica con
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JOSE ANTONIO CALDERON QUI/ANO
los aborígenes. Esto desnúente todas las teorías racistas, pues el
español, que
es el resultado de una serie de mezclas étnicas, tiene
congénitamente
un concepto distinto del anglosajón que casi ex­
terminó a. las poblaciones amerindias.
Desde la primera hora va a producit en América lo que
es
llamado «el milagro del mestizaje» que, en definitiva, no es más
que otra etapa del proceso de formación de nuestra cultura. El
español no
es producto de un proceso de unidad racial. Por el con­
trario, en su conformación étnica, y consiguientemente, en su for­
mación cultural, hay una serie de -aportaciones muy diversas con
distintos ingredientes.
Pensemos que el español, aún antes del mestizaje americano
que va a producit
la raza del futuro de ese continente, la raza
hispanoamericana,
se había formado por las sucesivas superposi'
clones étnico-culturales que en diferentes momentos históricos lle­
garon, se establecieron, y contribuyeron a la formación de nuestra
actual personalidad.
La serie de invasiones, poblamientos o culturas se inician en
la península con los iberos y celtas, sin que en esta etapa primitiva
podamos desconocer a
·los tartesios, los turdetanos ni a los

indo­
europeos; y se. continúa con los fenicios, griegós, cartagineses, ro­
manos, suevos, vándalos y alanos, árabes y judíos, etc ... ¿Quién
puede decir que
el español se corresponde exclusivamente con
uno de
esos pueblos sino que es síntesis de todos ellos? De ahf lo
inadecuado del término «latino» o «ibero», en exclusiva, porque,
independíentemente del papel y
la importancia que pudíeron tener
en la
formación de ·nuestra personalidad y de nuestra cultura, no
son únicos ni exclusivos. Pensemos hasta qué punto estamos ih­
f!uidos por la última de las culturas establecidas en nuestro suelo;
la árabe, sobre todo en el sur peninsular y en el Meditetráneo, o
la impronta celta en
toda la cornisa cantábrica:, o la huella -de los
judíos en la costa y en las islas mediterráneas. Y no debemos
ol­
vidar que antes de la integración étnica americana, el español va
a producir otro mestizaje eón la, población originaria de las islas
Afortunadas. Asi pues, y recién formada nuestra integración racial europea,
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LA RAZON DEL CONCEPTO TERMlNOLOGICO DE .HlSPANOAMERJCA
vamos, inmediatamente, a dat otro paso: el mestizaje indiano. Y
de
ahí la propiedad de la denominación de hispanoamericana a
esa raza, a esa cultura,
y, en definitiva, a la población mestiza del
Nuevo Mundo. Porque el español
significó el ingrediente común
que hoy existe en
los distintos pueblos hispanoamericanos del
Nuevo Continente.
Este mestizaje americano, integrado en mayor o menor propor­
ción por aztecas,-mayas, caribes, chibchas, ;íharos, aimaraes, que­
chúas, incas, araucanos, tehuelches,
guaraníes, patagones, fuegui­
nos,
etc~, por no mencionar sino a los. más Jmportantes, no cabe
presentatlo como un concepto genérico si desconocemos. el deno­
minador común,
el que .le da unidad. De ahí, la inadecuación del
término, hoy
tan usado indebidamente, de «latinoamericano» cuan­
do
se considera a aquel continente como mercado o fuente de
riqnezas; en cambio, se
echa. la culpa exclusivamente a los españo­
les cuando
se trata de señalat defectos y errores, incurriendo· fre­
cuentemente en premedita.das- exageraciones, a veces calumniosas.
Si de lo que se trata es de dar una igual oportunidad a otros
pueblos o naciones, como pudieron ser Francia e Italia en la par­
ticipación de beneficios, debemos
· pensar que la primera tuvo su
área de penetración en
el Canadá y en· algunos territorios. inmedia­
tos
a la. cuenca del Mississipi ;. en cuanto a la segunda, efectuó una
importante emigración a los territorios del
Rio de la Plata. en el
siglo XIX, cuando ya estaban forjadas allí las nuevas nacionalidades.
IV. Emigración y Íoponimia.
Hemos visto dos facetas que prueban incuestionablemente
nuestra vinculación a América:
la lengua y la raza. Pero ambas
son consecuencias de una emigración que tiene un carácter de casi
total exclusividad, sobre todo durante el siglo XVI, que es el de
nuestro inicial establecimiento en aquellas tierras, tal y como hoy
las conocemos. Y
el testimonio de esta .emigración va a quedar er;
una toponimia que . recoge los nombres geográficos de nuestras
ciudades, pueblos, ríos, montañas, etc., a todo lo latgo.y
alo ancho
de aquel ·continente,
y también .deLarchipiélago filipino.
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/OSE ANTONIO CALDERON QUI/ANO
Según los registros fidedignos de la Casa de la Contratación
de
Sevílla que hoy se conservan en el Archivo de Indias, sólo el
2,8
% son extranjeros del total de la emigración al Nuevo Mundo
en tocia .esa-·centuria, y éstos fueron. casi exclusivamente portugue­
ses, italianos y flamencos. Y según fos datos recogidos por el pro­
fesor norteamericano Boyd Bodman, los andaluces constituyen un
37
%, y unidos a los extremeños, tan afines a aquellos, con un
16
% más, alcapzan un 53 %, es decir, más de la mitad del total.
Las dos Castillas y León, que constituyen el otro núcleo emigta­
torio homogéneo, alcanzan el 35 %, poco más de una tercera parte.
Las restantes regiones peninsulares constituían un 12 % . Fue,
pues,
la emigtación andaluza la que contribuyó en primerísimo
lugar a
la población americana. Si de las regiones pasamos a las
ciudades, vemos como Sevilla, con su barrio marinero -de Triana,
aporta el 20 % , es decir, una quinta parte de la población que
pasó
al Nuevo Mundd. Y para que nos demos idea de lo que sig­
nifica este porcentaje, baste saber que la ciudad que le seguía era
Toledo, con un 1,3
%.
Respecto a la toponimia española en el Nuevo Mundo, testi­
monio innegable de nuestra presencia en aquellas tierras, de
unos
600 topónimos españoles quierd mencionar aquí sólo algunos que
hacen referencia a España y

a alguna de sus regiones y ciudades.
Se llamó Nueva España al territorio de la actual República
Mexicana, uno de los más -florecientes imperios indígenas conti­
nentales en
la época prehispánica, y donde tuvo lugar el estable­
cimiento del primer virreinato
ame.ricano. El nombre de España,
no obstante ser
muy reciente la unión de Castilla y Aragón por
el matrimonio de los Reyes Católicos,. se lleva a la primera isla
que
va a ser objeto de colonización, la Isla Española, que luego
se llamó Santo Domingo, y que
fue la preferida de Colón, y el
lugar donde quiso ser enterrado. Hay sobre ella un testimonio
que recoge
Las Casas, y-que hace referencia al Guadalquivir en
primavera, al decir: «tenía
la milr, como el río de Sevilla, muy
llana;
los aires muy dulces, como por abril en Sevilla, aromáticos
y muy agtadables, y la hierba que solían ver era muy fresca». Y
en otro pasaje de
la Historia de las Indias del dominico sevíllano,
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LA RAZON DEL CONCEPTO TERMINOLOGICO DE HlSPANOAMERIC,{l.
al hablar del río Yaqui en dicha isla, nos refiere que «tiene la boca
muy ancha pero baja, y pasada la entrada es muy hondo; dioen
que tan grande como
el Guadalquivir por Córdoba: yo digo que
mayor que
el Guadalquivir por Cantillana, y aún por Alcalá del
Río, porque lo sé yo muy bien».
Y así en lo que se refiere a las regiones, tenemos entre otras
Nueva Andaluda, Nueva Castilla, Nueva Extremadura, Nueva
Ga­
licia, Nueva Granada, Nuevo León, Nueva Rioja, etc. Y con res­
pecto a ciudades españolas, la
relación es numerosísima y la hemos
recogido en un libro reciente
Toponimia española en el Nuevo
Mundo.
V. La cuestión terminológica.
El vocablo América, cuya popularidad y generalización se debe
a su sonoridad y equilibrio fonético, no refleja exactamente su
evocación terminológica.
La oportunidad divulgadora del italiano
Américo V espuccio fue la causa determinante de la

adopción de
su patronómico para designar el Nuevo Continente. Pero también
está en la negación de
la gran obra española en las· Indias. Nuestros
cronistas e historiadores,
los protocolos de los escribanos contem­
poráneos, y los docomentos de cancillería hablan siempre de «In­
dias», «Nuevo Mundo», «Provincias
'.Y Reinos Indianos», etc. Las
noticias que vienen: de Europa son
las que, con su condición de
fuentes de segunda mano, su mediatización
y reducción de ámbito,
usan el
vocablo América. Es un término que viene de fuera, con­
sagrado a mediados del siglo XVIII. Frente al clásico concepto de
Indias, orientales u occidentales, se impone.por su mayor concisi6n,
sonoridad y adecuación al significado continental, al que tampoco
sirve como vocablo definitorio
el impreciso término «Ultramar»,
tan usado en
el siglo XIX.
Mas el vocablo América resulta a veces insuficiente en cuanto
a su precisión y
significado cultural y político. Es necesario buscar
conceptos delimitativos
y complementarios de aquella expresión.
Las citcunstancias de tipo espiritual, político, racial, lingüístico,
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JÓSE ÁNTONIO CALDERON QUIIANO
económico, geográfico, entre otras, ponen fronteras y limitaciones
a aquella palabra, casual en su origen; y bella en su sonido. Estos
conceptos delimitativos son:
a)
Ideológicos:
Monroísmo: centripetismo.
Panamericanismo: imperialismo. económico.
Latinoamericano: imperialismo racial.
Panhispanismo: negación set panamericanismo.
Interamericanismo: utilitarismo.
b) Culturales:
Hispano-América: cultura española (tésis).
Luso-América: negación portuguesa (anútesis).
Ibero-América: proyección peninsular conjunta
(síntesis).
No voy aquí a analizar el concepto «mortroísmo» por su prag­
mático descrédito y su consiguente falta de actualidad. Ni tampoco
el superado imperialismo económico del «panamericanismo», per,
vivencia disimulada del monroísmo, cuyo verdadero objetivo, to­
talmente desenmascarado hoy, hizo prescindir de su empleo a -los
que los habían acuñado como fórmula '1iable de la teoría del pre­
sidente Monroe. Menos el -término «intetámericanismo», receta
sajona de eminente sabor empírico y utilitario, que no conoce más
ámbito que el meramente económico y comercial. Tampoco he de
glosar el concepto «panhispánismo», que Yepes puso en circula­
ción
con manifiesta falta de originalidad semántica para neutrali­
zar la tesis del panamericanismo neomonroísta.
Vamos por lo tanto a concretarnos a cuatro vocablos: dos ideo­
lógicos: «Indoamérica» y «Latinoamérica»; y dos culturales: «Ibe,
roamérica» e «Hispanoamérica». Ellos van a delimitar, a mi juicio,
el campo que pretendemos analizar.
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LA RAZON DEL CONCEPTO TBRMINOLOGlCO DE HISPANOAMERICA
VI. Indoamérica.
La idea de «Indoamérica», ha producido, entre otros brotes,
el
concepto hoy muy extendido del «indigenismo». No obstante,
su verdadero
campo de acción es limitado, y su momento hist6rico
ha pasado. Para Casariego
se trata de «una cosa pedante, difusa
y totalmente irreal. Rechaza lo hispano·
y quiere revalidar lo que
nunca ha existido, esto es,-una cultura y una "unidad indfgenas,
,¡nánime en el Continente, para fundamentar sobre ellas el pro­
greso de América». Posteriormente, un escritor de origen árabe,
Habid Estéfano, describe, tras un viaje por todas las naciones
hispano-americanas,
las características de este movimiento al

decir:
«El ideal Indo-Americano tiene para nosotros el encanto de su
romanticismo poético generoso ;
mas hemos de declararlo incapaz
de ser la base de una robusta constitución y vigorosa vida modere
na que necesita la América Hispana. Los que lo van inculcando
pertenecen
más al pasado de América que a su futuro; podrán ser
sus grandes poetas, más nunca serán sus Sabios y acertados direc~
tores».
Pero para que el indoamericanismo -factor cultural de Indo­
américa-esté presente, hark falta la existenciir de una raza abo­
rigen d indígena. La raza india, al decir de Lipschutz, es una noción
biológicamente vaga; pero socialmente diáfana. Es la gran masa
popular indígena o mestiza de América, cuyo común denominador
es, desde México hasta
el sur del continente, su lamentable estado
económico,
físico y cultural. Por eso el Indoamericanismo; base
de una serie de partidos políticos extremistas, no
es en el fondo
más que una teinvindicación social de esos inmensos porcentajes
que constituyen en el Nuevo Mundo las masas populares, indíge­
nas o mestizas, carente hasta la fecha del más mínimo bienestar.
De
ahí el exaltado carácter nacionalista, social y agrario de
las revoluciones en Hispanoamérica.
De ah! el ansia de industria­
lización que sería la base de un futuro mejor. Es terrible,
y perju­
dicial en
extremo, el concepto pesimista y el complejo de inferiori­
dad que ha creado en
los pueblos hispanoamericanos su faifa de
;!Q67
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/OSE ANTONIO CALDERON QUI/ANO
nivel técnico e industrial, en contraste con sus abundantes recur­
sos en el suelo y en el subsuelo, conscientes como están de su
incapacidad para su aprovechamiento. Hasta que ello no se logre
no
podrá ser alcan¡:ado el desarrollo económico cultural de las
masas indígellJIS.
Los iodigenistas afirman con énfasis que durante los cuatro
siglos anteriores se ha producido una desculturalización de
los
pueblos americanos. De6enden que la base cultural de Indoamé­
rica
es la cultura indígena, queriendo hacerla sioónima de autócto­
na, e incurriendo en la bárbara
.e inexacta afirmación de que la
llegada de los españoles y su formas de vida significaron para las
civilizaciones aborígenes
un colapso en su desarrollo. Esta teoría,
base de un indoamericanismo en el que
ya nadie cree, ha sido, no
obstante, muy perjudicial para
los indios y mestizos, a los que en
el afán de exaltarlos frente a los españoles,
se les exacerbaron sus
peculiaridades culturales y raciales y se los quiso enfrentar con el
pueblo que les llevó
la civilización occidental.
El Nuevo Mundo tuvo una larga historia antes del descubri­
miento español.
No todos sus pueblos eran salvajes. Había en el
Nuevo Continente sociedades cuyo origen
se perdía en la prehis­
toria. Pujantes y sucesivas civilizaciones se habían desarrollado y
desaparecido. Grandiosos monumentos evidenciaban
la importan­
cia de la historia pasada. Aztecas, incas, mayas y chibchas demos­
traban la capacidad de organización de grandes Estados que
so·
metían a su impetio a diferentes pueblos y extensos territorios.
La cultura, la religión, la organización social alcanzaron en los
grandes imperios niveles que contrastan con el canibalismo y
la
antropofagia, las prácticas antinaturales y el primitivo nivel de
vida y civilización de otros muchos pueblos americanos.
Los que pretenden exaltar el ideal indoamericano, estimulan
al indio a una cultura autóctona que distinga a los indoamericanos
de
los demás pueblos de la tierra. Pero ello no es cierto ni por
unidad
.de nivel cultural ni por carácter autóctono. Es la exalta­
ción imaginativa de aspectos que no e:g:istieron y que, pot motivos
actuales, se trata de poner de relieve con doble exageración.
El término politico-cultural de Indoamérica fue difundido por
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LA RAZON DEL CONCEPTO TERMINOLOGJCO DE HISPANOAMERICA
el aprismo peruano, y fomentado desde Estados Unidos por mo­
tivos políticos. El Indoamericanismo es un motivo de involución
y de división
de América que, desgraciadamente, la del norte ha
fomentado con frecuencia.
Indoamérica es, pues, un concepto cultural
superado. No son
simultáneos los conceptos de América y
de lo indígena ni en lo
cultural, ni en lo racial, ni en las distintas formas de vida que
allí
existieron. Indoamérica es una idea cargada de romanticismo, de
proyección
retardataria y retrógada, que no da un factor común,
sino por el contrario unos hechos diferenciales, y que
no presenta
un sentido
de unidad cultural continental, atoniizador en lo indí­
gena y unificador en lo español.
VII. Latinoamérica.
El término «Latinoamérica» o «América Latina» nació hace
poco más de un siglo, y ha tenido éxito en su dífusfón, logrando
actualmente una vasta aceptación. Ello no justifica
su empleo, ni
hace razonable
su acepción.
John
L. Phelan, que recientemente ha estudiado el origen y la
significación de este vocablo, cuenta que Napoleón III consideraba
comd su mayor acierto el · establecimiento de una monarquía en
México, cuyo titular,
el archiduque Maximiliano, sería proclamado
emperador. Francia estaba dispuesta a emplear
allí dinero para
establecer un gobierno permanente. Entonces como ahora, la pros­
peridad de Amética no era asunto indiferente a Europa porque
de
allí venían las materias primas que abastecían la industria y alimen­
taban el creciente poder de los Estados Unidos; pero no veía con
buenos ojos que estos fueran el único
administrador y usufructua­
rio
de las riquezas del Nuevo Mundo. Un México independiente
e íntegro
-estaban demasiado cerca de los despojos territoriales
de la guerra
de 1847-restitull'Ía a la raza latina, con el apoyo
francés, tanto su poder como
su prestigio, y garantizaría la segu­
ridad de las posesiones francesas y españolas de las Antillas. Pro­
yectaría la influencia gala en Centroamérica, creando con ello
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/OSE ANTONIO CALDERON QUCJANO.
mercados para su comercio y procurando materias primas para su
industria. México, regenerado así, sería favorable
a. Francia por la
comunidad de intereses mutuos, encontrando
en ésta un punto de
apoyo para sus relaciones cliplomáricas con las potencias europeas
Si
Napole6n III fracasó en su intento mexicano es indudable
que tuvo éxito
en otros proyectos,.aparentemente igual de irreali­
zables, como
lo fueron la construcción del canal de Suez y la ex­
pedición a Indochina.
En la década de los sesenta del siglo pasado,
Francia alcanza el cénit de su desarrollo económico, y es, después
de Inglaterra,
la segunda potencia indusrrial y financiera del mun,
do, logrando un índice de desarrollo superior a. ésta. Después de
1870 los Estados Unidos
y Alemania .superarían rápidamente a
Francia.
Quizás el primer portavoz de este programa de
expansión fran­
cesa, bajo la apariencia del «panlatinismo», fue Michel O,evalier
( 1806-1879), que había viajado y conocido los Estados Unidos,
México y Cuba
(1834-18;36), propugnando un .can!ll interoceánico
en l'anamá ( 1844 ). Ch.evalier anUllció un programa que serviría
como defensa pragmática de
la. expansión económica francesa,
tanto en América como en el Extremo· Oriente. Su tesi.s era la
adopción de una política exterior panlatina, capitaneada por Fran­
cia,
en oposición a los bloques «pimgermanos» y «paneslavos», ya
constituidos,
y que patrocinaban· Inglaterra y Rusia. En el bloque
«panlatino» se incluirían Bélgica, Espl\iia y Por,tugal, y manten­
dría una unidad
en sµ .tradición cultural católica, basada en la
comunidad de origen lingüístico. El elernent0 teutónico francés
estaba compensado con la participación latina en Ausrria, a causa
de su predominante catolicismo
..
Esta dicotomía entre los apglosajones y latinos se manifestaba
también
en América, donde frente a los Estados Unidos, anglosa­
jones
y protestantes, las naciones hispánicas pertenecían al bloque
latincxatólico del sur de Europa. Franceses y espajioles habían
sido desplazados
en América,· duránte el siglo xvm, por los anglo­
sajones.
Aden;,ás Rusia aparecía en. escena como un nuevo peligró
para el mundo latino.
·
Ante este panorama~ correspondía a Francia el papel .de levan-
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LA RAZON DEL CONCEPTO TERMINOLOGICO DE HISPANO:AMERICA
tar al mundo1atino, y situarlo al nivel de ottas naciones. Por todo
ello fue
Chevaliet el. principal apologista de la expedición .de Na­
poleón III a México. La oonsideraba vital para los .intereses de
Francia, y determinante del aumento de poder y prestigio para las
naciones latinas. Pretendía crear una fuerte barrera
en. el Río
Grande, para impedir la expansión anglosajona hacia el sur. Y era
Francia la que
podría salvar a Hispanoamérica para la latinidad,
estableciendo en México, con su apoyo, un gobierno estable, para
terminar con la proverbial anarquía mexicana que facilitaba la
conquista de aquella nación por
los norteamericanos.
Peto a partir de
.1860 el término «raza latina». se invocó reite­
radamente, aún cuando la población indígena
y el mestizaje hacían
problemática
la pretendida unidad racial latina. Todos, sin embar0
go, estaban de acuerdo en el sentido de unidad que daba el cato.
licismo al mundo americano. E.I · vocablo «Amérique Latine» se
empleó por primera vez, según Phelan, el año 1861, coincidiendo
con
la expedición francesa a Méxiéo. Chevalier que, como hemos
visto, fue quien preconizó
1a idea y perfiló su concepto, no llegó.a
emplearla. L'abbé Domenech, la primera vez que empleó el tér­
mino «l'Amérique
Latine», hubo de aclarar «c'est a dire, le Me­
xique,
l'Amérique Centrale et l'Amérique du Sud».
Actualmente, autores como Rodríguez de Magis, cuando pre­
tende explicar
lo que es «América Latina como una unidad•», :tienen
que empezar por decir que se refieren a «la América de origen es­
pañol». Enrique Suárez Gaona, uno de los que más recientemente
se han ocupado de este tema, dice que «el concepto de América
Latina es uno de los grandes mitos de la historia.contemporánea».
Lo considera «una creación cultural de intelectuales y políticos
avisados». Mito
en lo político, en lo social y en lo económico, es
para él un producto histórico-cultural, alimentado por modas cul­
turales, intelectuales y caprichos políticos; es un colchón en el
que los «hombres públicos de este continente
~sean a la izquier­
da o a la
derecl,a de un supuesto centro indefinido-,-pueden .caer·
siempre sin riesgo de sufrir un percance, o comprometerse de 'ma-.
nera concreta».
Salvador de Madariaga dice: «Qué habrá en · Hispanoamérica
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JOSE ANTONIO CALDERON QUJJANO
que con tal de evitarla a tales contradicciones lleva; .. ? ¿Quién
no
admiraría c6mo las naciones rivales de España ( es decir todas
las grandes)
se las han arreglado para inventar eso de América
Latina so pretexto
de que en Haití se habla francés? Entre "In­
doamérica" y "América Latina", apañada se queda la América
Hispánica, expulsada
de su casa». Y con acierto sigue afirmando
que
lo indígena no tiene nada en común en América, ni en lengua,
ni en tradición, ni en tipo físico, ni en costumbres, ni en folklore.
Y, o no hay
unidad continental, o si la hay radica en lo hispano.
El término «Latinoamérica», difundido como hemos visto
inicialmente por Francia, fue aprovechado por Italia para respal­
dar su tardía emigración
al Río de la Plata. Con posterioridad, y
tras
el· descrédito de los términos «monroísmo», «panamericanis­
mo» e «interamericanismo», viene siendo utilizado por los Esta­
dos Unidos y por otros países sajones o escandinavos, dispuestos
a participar en los beneficios del desbarajuste terminológico actual.
Pero
el -hombre ha de it a más en la elaboración de conceptos.
Ftente a un difuso concepto de Latinoamérica, sin contornos de
espacio ni de significación, hace
ya tiempo que debemos distin­
guit y apreciar las características de una América española o His­
panoamérica, una América portuguesa o Lusoamericana y una
América anglosajona. Negar estos supuestos
es negar una realidad
a la que tenemos que recurrir diariamente cuando pretendemos
conocer
la esencia de América.
VIII. lberoamérica.
Dentro de los conceptos de mayor precisión cultural en Amé­
rica tenemos el de Iberoamérica, que puede consideratse la sínte­
sis de los conceptos Hispano-América y Luso-América. Bonilla
San
Martín dice que el vocablo ibérico no está bien determinado
en
su significación histórica, pero al referitse al sentido geográfico
añade· que «España y Portugal son dos naciones independientes
cuyo conjunto constituye
la Península Ibérica».
En la proyección americana, el concepto de Iberoamérica es
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LA RAZON DEL CONCEPTO TERMINOLOGICO DE HISPANOAMERICA
rechazado por algunos, como el profesor Spinoza, por considerarla
una teoría un tanto forzada. Los iberos son anteriores a los galos,
y les sucedieron en la península los celtas, fenicios, etc.
Y· sobre
todo los romanos, que adoptaron
el nombre de Hispania. Los ibe­
ros se diluyen primero en los hispanos y luego en los españoles.
Para Spinoza
el momento ibeto, como el galo y el picto, ha sido
superado por
el hispano, el francés y el inglés.
Frente a esta opini6n está
la del escritor uruguayo José Enri­
que Rod6, que define así en
Ariel a sus hermanos de raza: «no
necesitamos los
sudamericanos, cuando se , trata de abonar esta
unidad de raza, hablar de una América Latina; no necesitamos
llamar latinoamericanos para levantarnos a un
nombre general . que
nos comprenda a todos, porque podemos llamarnos algo que sig­
nifique una unidad mucho más íntima y concreta: podemos lla­
marnos· iberoamericanos, nietos
de la heroica y civilizadora raza
que s6lo políticamente
se ha fragmentado en dos naciones euro­
peas».
Y este punto de vista está corroborado por dos portugueses,
autoridades máximas. Camoens
llama a los portugueses: «Huma
gente fotissima de Espanha». Almeida Garret
dice: «somos His­
panos e sula hispánica».
Iberoamérica,. como Hispanoamérica, sirve para sintetizar. el
verdadero sentido de la América Hispana. Se excluye naturalmen­
te el término «Sudamérica», de Concepción sajona, y que con
inadecuada limitaci6n geográfica no comprende a México, Centro­
américa y las Antillas, e igualmente el término de América Latina
o Latinoamérica, no sólo por la, -imprecisión que contiene, sino
porque; como dice Américo Castro, si se
da a la acepción una .raíz
fi!ol6gica, el nombre «es tan inoportuno .como lo sería el de Amé­
rica Germánica aplicado a los Estados Unidos, fundándose en que
el inglés es una lengua germánica». Al tratar de sintetizar estos
conceptos,
el término más adecuado es elde Hispanoamérica cuan­
do se trata de los pueblos evangelizados, poblados y civilizados
por España. No hay diferencias esenciales entre España y Portu,
gal, y existe por el contrario una comunidad espiritual. Ello' hace
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/OSE ANTONIO CALDERON QUI/ANO
decir a Bar6n Castro que: «tiene la expresión América Española
un doble significado. Hubo una· América Española que no fue
otra cosa que una América políticamente de España, ni más ni
menos que como después hubo un Sahara o un Marruecos español.
Podían por azares de la historia cambiarla en francesa, en inglesa
o

·
en holandesa, sin que padeciera otra esencia que la americana.
Pero llega un momento en que adquiere sustancia
el adjetivo
-humano en el mestizaje, y espiritual en la cultura-, y nace
entonces una América
Española, con sentido cabal y es¡,ecifico de
su misión histórica. Por una razón, tan profunda como compren­
sible, esta América Española, que ya no es de cera virgen, pues
no
¡,uede trocarse en inglesa, francesa u holandesa, deja de ser
políticamente de
Es¡,aña».
Este concepto, este aglutinante que es lo es¡,añol, lo hispano,
o lo ibérico,
es el ingrediente unificador de esa gran po1:dón con­
tinental de América, evangelizada ¡,or españoles y portugueses
que hoy,
con toda ¡,ro¡,iedad, se ¡,uede denominar Hispanoamérica.
IX. Hispanoamérica.
El término Hispanoamérica ¡,arece responder con la mayor
fidelidad a los hechos. Es también
válido y tiene un sentido aná­
logo el de América Es¡,añola, aunque en éste ¡,uede considerarse
un concepto de soberanía política que en Hispanoamérica no existe
¡,or su significación. predominantemente espiritual, producto de
una· cultura, una lengua, una mentalidad y una común idiosincrasia.
Es el verdadero concepto aplicable a la antigua América Española
~la mayor ¡,arte del Nuevo Continente y las porciones insulares
anejas-, donde el aglutinante es¡,añol es el que da unidad a aque­
llas ti.erras; diversas en su origen, en su etnia y en sus costumbres
y en sus niveles culturales antes de la presencia de Es¡,aña.
Peto hay además una serie de razones de índole práctica que
abogan· constantemente ¡,or la justeza y exactitud del adjetivo his­
pano, al referirnos a América.
Hasta
finales , def siglo XIX¡ como hemos visto, al decir de
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LA RAZON DEL CONCEPTO TERMINOLOGICO DE HISPANOAMERICA
Aurelio Espinosa, nadie, escritor, historiador o filólogo, usaba los
términos de
América Latina o Latinoamérica. Los franceses usa­
ron durante cuatro siglos el nombre de «Amerique Espagnole» ;
los ingleses y norteamericanos, el nombre de «Spanish America».
«Hispanic American Historial Review» y « The Hispanic Society
of 'America» son las denominaciones de una gran revista científica
y de una importante entidad cultural en Estados Unidos. Los nor­
teamericanos
decían, y todavía dicen, «The Spanish Península» al
referirse a la nuestra.
Un norteamericano,
J. C. Cebrián, al refutar la denominación
de
América Latina y afirmar la adjetivación española, alega al re­
ferirse a los países hispanoamericanos, que son hijos legítimos de
España, sin intervención de Francia, ni de Italia, ni de
ningún
otro país. «España sola alumbró esas nacionalidades, descubrió
aquellas tieras, las colonizó, perdió en ello a sus hijos, gastó sus
caudales, empleó su inteligencia y
sus métodos propios, censura­
bles o no, como tantas veces lo
han considerado otros países. Es­
paña sola dotó a aquellos pueblos de una lengua común, de unas
leyes, usos, costumbres, vicios
y virtudes. Llevó a ellos su propia
civilización, sin ayuda de nadie. Se independizaron de ella siguien­
do
el ejemplo de los Estados Unidos, conservando el idioma, le­
yes, usos y costumbres españolas. Todo el mundo los continuó
Ha-do países hispanoamericanos o repúblicas hispanoamerica­
nas».
Al referirse a Francia, se habla no de Canadá latino sino de
Canadá francés.
Lds propios franceses, hoy tan partidarios de lla­
mar a
sus instituciones, cátedras o entidades referidas a Hispano­
américa como América Latina, al hacer referencia a esos países,
que no han perdido en el último siglo ni su esencia, ni su fisono­
mía, los denominan siempre «hispanoamericaine»
al vituperarlos
o ridiculizarlos en su teatro del siglo
XIX, y en los enojosos y des­
pectivos. chascarrillos de que los· hacían objeto les llamaban siem­
pre españoles.
Menéndez Pida! señala, en cuanto a
los argumentos lingüísti,
cos, que las nuevas naciones hispanoamericanas no heredaron el
latín como España, Portugal o Italia. Heredaron el español y el
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JOSE ANTONIO CALDERON QUI/ANO
portugués. En la literatura del Nuevo Mundo hay hoy día una
muy nutrida y acreditada promoción de escritores hispanoamerica­
nos que usan y
han usado la lengua de Cervantes, dando lugar a
la novela y a la poesía hispanoamericanas, no latinoamericanas.
Y en el arte que llevaron los españoles al Nuevo Mundo, deno­
minado exactamente hispanoamericano, nadie debe negar el subs­
tratum clásico de sus estilos, pero tampoco
se puede prescindir
de los elementos mudéjares que en
él se manifiestan, y que son
una ptueba innegable de su directa e inmediata procedencia
his­
pánica. En cuanto al factor cultural, más bien diríamos espiritual
--romo afitma muy bien Jaime Delgado--.la influencia francesa
llega a Hispanoamérica después de la Independencia,
es decir,
después de tres siglos. de historia, durante
los cuales la cultura
americana ha tenido tiempo de formarse y adquirir vigor y perso­
nalidad suficientes. Y esta influencia, abonada por la separación
y alejamiento metropolitano, se hace con un marcado paralelismo
cdn el pensamiento español contemporáneo, produciéndose el afran­
cesamiento de Hispanoamérica en buena parte a través
de. España,
sin que por ello desaparezca la unidad cultural del mundo hispá­
nico, que subsiste contra los embatéS exteriores.
Así, pues, y dentro de esta diversidad terminológica, Hispa­
noamérica es un concepto espiritual, cultural, socio-político, étnico
y
lingüístico claro y preciso, .que engloba a todos los pueblos his,
panos, hoy naciones, situados en el Nuevo Mundo, con raíz abori­
gen. diferente, y que están aglutinados por un común denomina­
dor, español o hispánico, que les da unidad en
su mentalidad, for,
ma de · vida e idiosincrasia ..
X. Conclusión.
12· de octubre es una fecha decisiva para la historia de Espa­
ña,
y también para la historia universal. Conseguida nuestra unidad
política peninsular,
se inicia la proyección ultramarina que dio
lugar al nacimiento de las 19
repóblicas hispanoamericanas.
Lo español, exponente mayoritario de lo 'europeo en América,
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LA RAZON DEL CONCEPTO TERMINOLÓGICO DE. HISPANOAMERICA
da unidad a la mayor porción territorial que se extiende desde
Alaska
al Cabo de Hornos.
De los territorios que pobló y colonizó, España fue el ingre­
diente integrador de una cultura común, con una base espirituiÍl
e ideológica. Fue una manera de ser y de obrar, con un verdadero
sentido democrático de actuación. Dio lugar a una comunidad
in­
tegrada por elementos étnicos diversos.
El español no espera en
el futuro del Nuevo Mundo, ni una
hegemonía política, ni un predominio económico. Pero sí la
con­
tinuación de la historia de España que descubrieron, poblaron y
colonizaron sus antepasados.
En esa gran plataforma oonrinental que es América, y en los
archipiélagos del Nuevo Mundo, descubiertos hace cinco siglos, el
español
va a proseguir su quehacer histórico, por un obligado im'.
perativo de la demografía, de la historia, y de la comunidad ideo­
lógica con los pueblos de la otra orilla del Océano. No debe
pre­
tender mantenerse aislado e independiente, ni en un plano de
superioridad cultural o económica.
Su papel es integrador. Es un
elemento del mestizaje, para la síntesis de las razas aborígenes. Y
al producirse esta integración va a influir miís. decisivamente en
la idiosincrasia y en la mentalidad de los pueblos americanos. No
debe sentirse
derrotado por no conservar la purezá de sangre, sino
que al contrario, su gran éxito fue conseguir desde el principio la
integración del mestizaje,
con lo que logro más plenamente la
unidad espiritual.
Su propósito y su meta deben ser incrementar la influencia
cultural. Su presencia debe ser beneficiosa en un continente
que
hoy experimenta un proceso de descomposición etÍ sus estructuras;
sus costumbres, su .D1oral, sus convicciones y sus principios.
Si hace cinco siglos inició una tarea que le había de llevar a
lograr la unidad política y administrativa del mayor de aquellos
territorios; hoy día tiene que cumplir
·una misión más difícil: con'
seguir una integración espiritual. Pero para que esto ocurra debe,
rá seguir la previsión evangélica: «Si el grano.de trigo después de
echado en la tierra no mueie, quedá-in±~cundo, p~ro si muere
produce muchos frutos». .
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lOSE ANTONIO CALDERON QUI/ANO
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