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Número 371-372

Serie XXXVIII

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José Orlandis Rovira: La Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX

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muestra del gran afecto y deuda que amigos y discípulos tienen
por don Rafael, a quien desde pequeños leemos y estudiamos
con fruición.
Esta deuda se extiende también
al profesor Miguel Ayuso por
el esfuerzo de sistematizar el pensamiento de uno de los autores
más importantes del frondoso árbol de la tradición hispánica.
JOSÉ l'ERM!N GARRALDA ARIZCUN
José Orlandis Rovira: LA IGLESIA CATÓLICA
EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX<'>
El profesor Orlandis parece haber rejuvenecido a partir de su
jubilación en la Cátedra de Historia del Derecho y en la Direc­
ción del Instituto de Historia
de la Iglesia en la Universidad de
Navarra.
Lo digo porque sus trabajos, plasmados en libros y
publicaciones
diversas, no cesan.
Hace dos años publicó
una espléndida síntesis sobre El Pon­
tificado Romano en la Historia,
libro del que se dio noticia pun­
tual en Verbo("). No se trataba de una historia de la Iglesia, ni
tampoco de
una historia de los Papas, sino del Pontificado
Romano desde los orígenes (Primado
de San Pedro) hasta los
umbrales del tercer milenio (Primado
de Juan Pablo ID. Era una
historia, en la que el lector se s~ntía prendido, contado con una
prosa limpia y sencilla, sin vulgarismo alguno, en la que se resal­
taba la
epopeya humano-divina del Pontificado y la universalidad
del Primado supremo del
Papa como elemento fundamental de
la constitución querida para la Iglesia por su Fundador, Jesucristo.
Al resumir esta epopeya de veinte siglos, el profesor Orlandis
nos dejó, con10 suele
decirse, "con la 1niel en los labios", pues el
lector conten1poráneo aviva tnás
su interés y su atención cuando
se le cuentan
por un historiador, tan amigo de la verdad de los
e) Ed. Palabra, Madrid, 1998, 304 págs.
(") Verbo, núm. 353-354 (1994), págs. 387-403.
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hechos -basamento de la historia-como lo es Orlandis, suce­
sos
que el propio lector ha vivido o, al menos, son tan cercanos
que
puede decir que los ha leído o contemplado en los actuales
medios de información.
Ahora, con su nuevo libro, el profesor Orlandis entra de lleno
en la apasionante historia de la Iglesia Católica en la segunda
1nitad de este siglo xx, ya tan cercano a su extinción. Tema, repi­
to, apasionante que interesa a cualquier hombre culto -católico
o no-que desee lograr un conocin1iento adecuado de un pe­
ríodo en el que cinco Papas se han sucedido en la Cátedra de San
Pedro; en el que se reunió el Concilio Vaticano II; en el que se
renovó el Derecho de la Iglesia, se reformó la liturgia y se publi­
có el Catecismo de
la Iglesia Católica. Un período, como casi
todos los de la Historia, con luces y so1nbras; pero una y otras
más acusadas que en épocas pretéritas a los ojos de un mundo
en el que la fe y la razón aparecen como contradictorias para
lograr
la verdad, tal y como expone en la última encíclica Fides
et Ratio
Juan Pablo II.
Subraya el autor en el prólogo de esta historia que "no ha
tranc,currido todavía el tie111po necesario para poder conten1plar
ese peñodo histórico con óptitna perspectiva", sin e1nbargo, el
riesgo de
la itnperfección se con1pensa con el ofreci1niento al lec­
tor de una visión, sustancialn1ente válida, de un capítulo de la
birnilenaria historia de la Iglesia cronológicamente próximo y que
conserva una palpitante actualidad.
La época del Concilio Vaticano II constituye la primera del
volumen, con seis capítulos comprensivos
de los pontificados de
Pío
XII (en sus postrimerías), Juan XXIII y Pablo VI; es decir de
los años 1950 a 1978.
Los motivos de la inquietud, debidos en gran parte a las nue­
vas corrientes doctrinales que irnunpían con fuerza en el hori­
zonte de la teología (la Nouvelle Tbéologie, nacida en Francia),
comenzaron a empañar
el ambiente de extraordinario prestigio
que gozó la Iglesia durante el reinado de Pío XII. La Humani
generis reflejó esa inquietud ante opiniones que, con palabras de
aquel Pontífice, "amenazan arruinar los fundamentos de la doc­
trina católica". Tal encíclica vino a desmentir
el predicado -in-
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cluso en algunos ambientes eclesiásticos de aquellos años-in­
movilismo del gobierno de la Iglesia
por Pío XII. Este, cierta­
mente, gobernó con autoridad, mas lo hizo ante unas circuns­
tancias en que toda debilidad hubiera dado alas al nuevo moder­
nismo teológico, que tuvo después
un desarrollo impresionante.
Si en 1952, dos años antes de su muerte, Pío XII habló de una
crisis bastante grave del estado sacerdotal, el fenómeno no admi­
te comparación con las gravísimas crisis
que llegaron tras el final
del Concilio Vaticano Il.
Antes de continuar con la recensión del libro, quisiera subra­
yar cómo su
autor, el profesor Orlandis1 no oculta ninguna de las
circunstancias que condujeron a tal crisis. Las expone, al igual
que lo hace con las semblanzas de los Papas de cuyos Pontifi­
cados hace historia con toda claridad. Huye, pues, de esas acer­
bas críticas que, por lo general,
no sóla1nente se ceban en los
errores, sino, ade1nás,
en las personas y en sus intenciones; olvi­
dando que aun los santos tuvieron errores de juicio, pues
la san­
tidad
no los excluye, ejercieron "tan sólo", co1no señalaba Santo
Tomás de Aquino, lleno de ironía universitaria, las virtudes "en
grado heróico".
Quede aquí esta reflexión, especialmente indicada para el
pontificado de Paulo VI, que hizo sufrir, especialn1ente, a muchos
fieles católicos españoles.
Juan
XXIII, el buen Papa Juan, parecía ofrecer un pontifica­
do de transición.
Sin embargo -los futurólogos suelen olvidar
que a la Iglesia, y a los vicarios de Cristo en la tierra, los 1nueve
el Espíritu Santo-, fue al Papa que en un sólo día, el 25 de enero
de 1959, anunció nada menos que: la reunión de un sínodo
romano; la reforma del Códígo de Derecho Canónico y la
con·
vocatoria de un concilio ecuménico.
Se dibujó éste como un concilio de prevalente índole pasto­
ral para el
aggiornamento, actualización o puesta al día de la
Iglesia. Un concilio cuya preparación -de 1959 a 1962-tuvo un
dificil rodaje; dificultad¡es que se acrecentaron hasta la muerte de
Juan XXIII (3 de julio de 1963).
Antes de continuar historiando fases siguientes del concilio,
el profesor Orlandis nos ofrece una semblanza del nuevo Papa
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sobre cuyos hombros recayó la ingente tarea de llevar el conci­
lio a puerto: Paulo
VI, antes Juan Bautista Montirú, cuyos antece­
dentes familiares y
su propia personalidad (catolicismo profundo,
vinculación fiel a la Santa Sede, repulsión hacia el fascismo e
ideologías que él creyó afines, inclinación hacia Francia y la cul­
tura francesa y a las políticas demócrata-cristianas) lo configura­
ron como
progresista, en cuanto propulsor del cambio y, al
tnismo tie1npo, como moderado, conservador escrupuloso del
depósito de la Fe. Tales caracteristicas -cambios en la liturgia,
indecisiones ante la contestación de tnuchos católicos, por una
parte y, por otra, la Humanae vitae-no lo abandonaron hasta
su 1nuerte.
Retomada la dirección del Vaticano 11, Paulo VI siguió de cerca
la marcha de las deliberaciones en los tres períodos siguientes en
los que se aprobaron la Constitución dogmática Lumen gentium,
los Decretos sobre las Iglesias orientales, la Dei Verbum, la
Dignitatis bumanae sobre la libertad religiosa, la Constitución pas­
toral
Gaudium et spes y, entre otros decretos, el importante Pre­
byterorum ordinis
paralelo, en su doctrina respecto al sacerdocio,
con el
Cbristus Dominus, sobre los obispos. Antes de la clausura
del concilio
(8 de diciembre de 1967), Paulo VI publicó el "motu
proprio"
Apostólica sollicitudo, creando el Sínodo de Obispos.
Observa Orlandis cómo la mayor parte
de los 16 documen­
tos conciliares fueron aprobados
por práctica unanimidad (los
votos negativos
no llegaron al 5%), lo que si para el creyente es
una muestra de la acción del Espíritu Santo no excluye el perse­
verante esfuerzo
de Paulo VI en recabar el consenso general de
los padres conciliares. Es decir, que no fue el reformador solita­
rio, como lo define alguno de sus biógrafos, sino que conjugó la
preocupación para salvaguardar el depósito
de la Fe y de la
Moral católicas con
un talante escrutador de los que se llamaron
signos de los tiempos que precisaba preparar a la Iglesia para el
<;umplhniento de su 111isión divina en el mundo contemporáneo.
A Paulo VI le tocó también contemplar un tiempo de refor-
1nas en el que la confusión y las agitatjones contestatarias turba­
ban los años del periodo posconciliar. Crisis cuyos primeros sín­
tomas aparecieron antes de que el concilio concluyera sus traba-
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jos y que alcanzó después a la Iglesia universal. En 1968 decía ya
el Pontífice:
"La Iglesia se encuentra en una hora de inquieta
autocñtica, o mejor
de autodemolición; está golpeándose a sí
misma". Y
en 1972 pronunció la frase que causó sensación: "El
humo de Satanás se ha introducido en el Templo de Dios".
Tomadas de las estadísticas oficiales
de la Iglesia nos da el
profesor Orlandis,
en varios cuadros, los datos de las proporcio­
nes de la crisis entre los años
1964 a 1980, tanto de las seculari­
zaciones del clero seglar y
de los religiosos y religiosas, como del
apostolado seglar, porcentajes de bautistnos, 1natrimonios, naci­
tnientos, ordenaciones, etc. Son,
en sun1a, cientos de 1niles y
reflejan el aspecto externo de la crisis, aunque no la explican del
todo, ni es fácil explicarla en todas sus 1nanifestadones.
Orlandis dedica bastantes epígrafes a estas causas de la crisis
y a los casos concretos, generales y particulares, que la pusieron
de relieve. Tal vez -dice--pudieran sintetizarse, como causas
principales: el impacto
de la modernidad sufrido por la Iglesia en
una hora de inquietud y desazón, de cambio y de reforma, y un
debilitamiento de la fe en la constitución divina de la Iglesia con
la tendencia a aplicar a su gobierno los principios y reglas de
juego político democrático; los desórdenes litúrgicos y disciplina­
res; la
contestación -actitud de desobediencia a la Iglesia jerár­
quica y de rechazo a la doctrina
tradicional-tan aguda en cues­
tiones de Dogma y Moral, autoridad del Papa y disciplina ecle­
siástica, que alcanzó su cénit en las reacciones ante la Humanae
vitae, el Catecismo holandés y el caso Lefebvre; los problemas
sobre la legalización del aborto; la apertura
al Este (la Ostpolitik);
la teología de la liberación; la Iglesia Oficial en China, etc.
Los juicios de Orlandis sobre estas cuestiones son lúcidos y
exactos; tanto, al menos, como los de las difíciles relaciones de
la Santa Sede con la España de Franco,
en las que -dice Orlan­
dis-"hoy resulta posible respetar la presunción de buena fe en
a1nbas partes, 111ovidas atnbas, seguramente, por lo que estima­
ban el mejor bien de la Iglesia en España y del pueblo español".
Las actuaciones de Benelli, Dadaglio, Tarancón y el propio Pau­
lo
VI, por parte de la Santa Sede, y de Carrero Blanco, López
Bravo, López Rodó y el 1nis1no Franco, por España, son resumi-
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dos y juzgados por el profesor Orlandis -con particular claridad
y caridad,
repito-como todas las demás cuestiones de su inte­
resantísitno trabajo, cuya parte prünera termina con la 111uerte de
Paulo VI el 6 de agosto de 1978.
La segunda parte engloba los pontificados de Juan Pablo I
y
II. El primero, pese a su fugacidad -33 días-abrió las puer­
tas del futuro; significó
un cambio de clima y de coyuntura his­
tórica y fue el precursor
de Juan Pablo II. La elección de éste y
el gobierno
de la Iglesia con la crisis de la nueva modernidad
ocupan cerca de 100 páginas en esta parte, es decir, casi la mitad
del libro.
Los trabajos y los días del actual Pontificado; la singu­
larísima personalidad
de Juan Pablo II y sus ingentes tareas inte­
lectuales, apostólicas y pastorales; sus encíclicas y peregrinacio­
nes·; el incre1nento de su autoridad 111oral acatada, aunque no
siempre obedecida, por todo el mundo. Todo esto lo enlaza el
profesor Orlandis,
en los tres últimos capítulos del libro, con las
razones para la esperanza
-que se abren tras dos décadas de
pontificado de Juan Pablo II-en la situación de la Iglesia. Pues
ésta, en verc;lad, "nunca en la historia había sido tan universal
con10 ahora¡ nunca tan
«católica», por la diversidad nacional y
étnica de sus fieles; nunca el Papa había gozado de un pretigio
moral tan alto,
no sólo entre los fieles, sino también entre los
hombres del
mundo entero, que le consideran como la más alta
autoridad espiritual del orbe". Cierto también,
que "la Iglesia ha
sufrido las consecuencias de una aparente crisis de vitalidad debi­
da, en gran parte, a los efectos negativos del masivo enriqueci­
miento de las sociedades del Primer mundo, provocada por la
pasión del consumismo,
un desmedido afán de bienestar, un
hedonisn10 excesivo, un 1naterialisn10 práctico, en swna, deseca­
dor de la vida religiosa"; y que problemas como los planteados
en la lucha por la vida (aborto, eutanasia), en la desintegración
de la familia (divorcio, parejas
de hecho), en el feminismo y
homosexualidad, etc.,
son hoy acuciantes y a los que la Iglesia
da cara con valentía y "contracorriente", y a los que el Papa Juan
Pablo II dedica toda su energía, denunciándolos y planteando
soluciones con vigilante caridad. Serán también
un reto para el
año 2000, ya
en puertas. Un reto para la santidad de la Iglesia
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semejante al que, hace veinte siglos, afrontaron los primeros cris­
tianos
según refiere la carta a Diogneto: "Lo que es el alma en el
cuerpo son los cristianos en el mundo". Tal es el reto, el de infun­
dir
un alma al mundo neopagano del siglo XXI.
Durante dos mil años -con palabras de Chesterton ("')-:
"El pastor cristiano (el Papa) no tiene que pastorear rebaños de
corderos, sino
manadas de toros y tigres, de ideas terribles y
voraces doctrinas, cada una de las cuales se hubiera podido eri­
gir
en falsa religión corron1piendo el inundo para sie1npre". Sin
etnbargo,
"a 1nis ojos, aparece el carro celeste Oa Iglesia) volan­
do entre los siglos con cortejo de truenos, torciéndose abajo las
torpes herejías; pero en el carro está, revuelta aunque sien1pre
finne, la verdad".
En suma, un libro escrito por un gran especialista en Historia
de la Iglesia que, sin ocultar dato alguno respecto a la crisis ecle­
sial, está lleno de optimismo cristiano. No
en balde aparece en el
año dedicado por Juan Pablo II al Espíritu Santo y es Él quien,
en definitiva, conduce a la Iglesia.
JAVIER NAGORE YÁRNOZ
Luis González Antón: ESPAÑA Y LAS ESPAÑAS ''
El autor de este libro pretende reivindicar esa realidad que
es España, fraguada en el transcurso de los siglos, y desvelar los
errores y prejuicios con los que no pocas veces el español suele
conte1nplar su pasado
y juzgarse a sí 1nismo.
Aunque quizás resultase algo improcedente en un libro
estrictamente
de historia, en las páginas de este libro no aparece
directamente si dicha reivindicación se basa en el deber de las
fantilias en n1ántener y continuar el legado de sus 1nayores, ó
(º*) Ortodoxia, Espasa-Calpe, 1939, págs. 202-203.
(*) Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1997, 815 págs., 1.700 ptas.
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