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Número 441-442

Serie XLIV

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La unción

LA UNCIÓN
POR
ALBERTO WAGNER DE REYNA e,
La Unción. Otrora se decía "la extrema unción", y se solía
administrar al acercarse la muerte. Una reforma cambió de nom­
bre a este sacramento,
que se llama ahora "de los enfermos". Y
hay la tendencia
de volver a la práctica del Cristianismo primiti­
vo
de administrarlo también -individual o colectivamente-- a
personas de avanzada
edad pero con salud satisfactoria para sus
años. Con ocasión de una seria operación -hace tiempo de
ello-, y con las premuras consiguientes, recibí por primera vez
esta unción sacramental. En verdad reparé muy poco en su
importancia
-más allá del fugaz momento del peligro-, y con
mi restablecimiento prácticamente olvidé lo que para mi fue un
acontecimiento más de mi estancia en el hospital. Poca huella
dejó, pues,
en rrú. ¿Fue por falta de preparación, en medio de
tantas urgencias terapéuticas?· ¿O por insuficiente concentración
de ánimo, a pesar de tener muy presente la significación teológi­
ca del rito?
Hace algunas semanas, e inspirándome en la razones que re­
comiendan acercarse a este sacramento
en plena lucidez -antes
de la aparición de los signos de decadencia que preceden a la
muerte--, pedí en mi parroquia que me fuera administrado. Lo
recibí en mi escritorio, juntamente con la Eucaristía, que no tenía
(•) Nuestro ilustre colaborador el embajador y profesor peruano Wagner de Reyna, en la fiesta de la Epifanía de este año de gracia de 2006 ha escrito esta
reflexión sobre el sacramento de la unción de los enfermos. Aunque la temática escapa del ámbito específico de Verbo, nos ha parecido oportuno ofrecer a nues­tros lectores este testimonio de alta significación (N. de la R.).
Verbo, núm. 441-442 (2006). 11-13. 11
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---evidentemente-carácter de "viático". Fue una experiencia
espiritual y existencial extraordinaria, que relato porque quisiera
que otros fieles de mi edad -he pasado los 90--pudieran tam­
bién disfrutar de ella. Por lo pronto, me embargó un sentimiento
de seguridad,
de paz interior, · al saberme debidamente prepara­
do para presentarme ante el Señor. (Si fuera mujer, diría que me
contaba entre las vírgenes prudentes que entrarán con el novio a
la sala de fiestas). Ya nada me importa y venga lo que venga, sé
que Cristo me encontrará en servicio activo, con las cuentas sal­
dadas, debidamente arreglado, dando gloria a Dios y garantizado
por sus promesas solemnes de reconocerme como discípulo en
el momento decisivo. No era una "seguridad" del satisfecho pro­
pietario
que tiene sus almacenes llenos de riquezas, sino la tran­
quilidad del hijo que confía plenamente en el amor de su padre.
A esta vivencia espiritual se añade una segunda sensación: el
haber logrado la plena realización de las potencialidades de mi
vida. Soy alguien
que ha cumplido totalmente su tarea; que ha
redondeado victoriosamente su existencia terrenal;
que ha triun­
fado
en la vida. ¿Pues que mayor satisfacción que haber ganado
el Cielo,
por la misericordia de Dios?
La Unción de los enfermos corresponde así -al otro extre­
mo de la vida-a la Confirmación. La una inaugura el ejercicio
consciente y activo del Cristianismo) la otra es su feliz remate, su
conclusión. Entre una y otra es la tempestad --de luchas, traicio­
nes, caídas, remordimientos, penitencias, reconciliaciones--; antes
de la Confirmación se encuentra la calma de la inocencia; des­
pués de la Unción, el sosiego de un atardecer de luminosos cela­
jes. Y entonces me
dí cuenta que el crepúsculo vespertino de la
vida, que exorcizaba este sacramento, era en realidad la aurora,
que anticipaba el brillo del Sol, en que en breve me hallaría. No
es un momento triste, sino por lo contrario un tiempo de alegría,
de gozo, de jubilación. ¡La gloria de Dios! Y consecuente con esta
realidad, con este "descubrimiento", el estado
de ánimo con que
enfrento mis ultimas jornadas se hace ligero, despreocupado y
plácido. Pero hay algo más:
con todos los problemas espirituales
y religiosos resueltos
por la Unción, me siento en confianza con
Cristo. Tomo
en serio que pertenezco al grupo (que debiera abar-
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car a la humanidad entera) de los que llama su "amigos" y "her­
manos".
El maestro se confunde con los discípulos y entre "cole­
gas" todo se facilita.
Si un domingo no me siento con fuerzas para
ir a misa, no tengo que luchar con escrúpulos y analizar a fondo
si estoy liberado
de este obligación; el "hermano" Jesús me per­
donará
si incumplo un mandamiento de nuestra Iglesia (suya y
mía).
La Unción posee, pues, la misma fuerza que la verdad: hace
libres. No solo consuela -"conforta" en la fe-:-sino trasforma,
vivifica, alegra, empuja, supera. Es como la paloma que trajo a
Noé,
en el arca, una rama -verde y fragante--de la nueva vida.
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