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Número 441-442

Serie XLIV

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Iglesia, Estado: Génesis de la Europa contemporánea

IGLESIA, ESTADO:
GÉNESIS
DE LA EUROPA CONTEMPORÁNEA
POR
DAI.MACIO NEGRoc·)
l. Hace tiempo que el Estado europeo adolece del contra­
punto que había sido siempre la Iglesia. De una forma u otra, la
Iglesia
ha ido cediendo posiciones legítimas conforme a su natu­
raleza. Sobre todo las Iglesias particulares o nacionales se
han ido
plegando
por distintas causas y razones a la ratio status.
Centrando la perspectiva histórica en la olvidada dialéctica
fundamental
en la historia de Europa entre lo espiritual y lo tem­
poral,
no cabe descartar que, tras la ofensiva laicista que se pre­
senta como una ideología pseudoliberal
de la libertad, se esté
cumpliendo y quizá agotando la tendencia principal
de la histo­
ria
europea desde el tiempo de la Reforma. Decia Mussolini, un socialista que se hizo nacionalista: "En el Estado, la Iglesia no es soberana, no es siquiera libre". Ahora se añade a enemistad
socialista frente a las religiones
el ataque laicista, que quiere erra­
dicar
el cristianismo y la Iglesia. Paradójicamente, pues, en puri­
dad, el cristianismo es la única religión que libera el espacio pro­
fano, instituyendo
el espacio de lo laico. Sin el cristianismo no habña surgido el laicismo. El Estado, la forma moderna artificial
(•) Publicamos, con mucho gusto, la ponencia inaugural del 442 Congreso
Internacional del Instituto de Estudios Europeos de Bolzano, pronunciada por nuestro ilustre colaborador Dalmacio Negro. Aunque, como el lector observará, en algunos puntos la terminología del profesor Negro no es exactamente la tra­dicional de estas páginas, por su riqueza y su carácter incisivo resulta de extra­ordinario interés. Agradecemos al profesor Negro y a las autoridades del Instituto Rosmini su autoriz.ación para estamparla (N. dela R.).
Verbo, núm. 441-442 (2006), 15-30. 15
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de lo Político, creció en ese espacio y, apoderándose de él, una
vez suficientemente monopolizado, impulsado por el laicismo
como una ideología se erige
en su campeón y se revuelve con:..
tra el cristianismo y la Iglesia.
2. Hasta el Renacimiento, la historia
de Europa no es más
que una serie de capítulos en la historia de la Iglesia y, por con­
siguiente,
de la religión cristiana. La religión era lo público en
su sentido semántico de populus, lo popular, lo común, la res
publica. De ahí la frecuente caracterización de la civitas cris­
tiana, la forma histórico-'política medieval ajustada idealmente
al orden natural por creación divina, como una res publica
cbrtstiana.
El Renacimiento es la época de la aparición del Estado, a
cuya consolidación contribuyó decisivamente la Reforma. Y
no
sería exagerado afirmar con fines hermenéuticos, que, a partir del
siglo
XVI, la historia de Europa puede entenderse, explicarse y
sintetizarse como una serie
de capítulos de la historia del Estado,
del
orden estatal. El Estado, que concentra y centraliza toda clase
de poder, el Poder, creció a costa de la disminución de la Iglesia,
que defendía la sociedad natural, el orden natural. Invirtiendo el
estado de cosas, el particularismo estatal sustituyó
al universalis­
mo eclesial.
3. Al decaer las dos grandes entidades universales medieva­
les, el Imperio y la Iglesia, complementarias desde
un punto de
vista secular, empezó a configurarse hacia 1494 según Ranke el
sistema
de los Estados en sustitución de la universitas cbrtstiana.
La Reforma protestante originó en seguida una crisis teológica y
eclesiástica, pero no radicalmente religiosa como lo es la nuestra,
aunque un paso importante para la superación de la crisis que
atraviesa Europa, sumida en un proceso descivilizador, sería la
reunificación de las Iglesias. De todos modos, históricamente, la
división religiosa fue una causa primera del debilitamiento de la
Iglesia y el fortalecimiento del Estado.
La paz de Westfalia (1648)
liquidó la Cristiandad (
Cbrtstentum, Cbrtstenbett) en tanto cate­
goría histórica política cultural, como
la universifas o res publica
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cbristiana, al reconocer el principio protestante cuius regio eius
religio establecido en 1554 en la paz de Augsburgo. Westfalia
consagró la soberanía político-juridica,
un concepto teológico
secularizado, la soberanía o supremacía divina, como esencia del
Estado y fórmula central de la política. Con la soberanía, se con­
sagró también implícitamente
el particularismo inherente a la
estatalidad como concepto básico del
ius pub/icum europaeum,
impregnado, no obstante, de cristianismo.
Cabe pensar, que si se descompusiera definitivamente el
Estado,
de lo que hay abundantes síntomas -apenas es ya más
que Estado Fiscal, su esqueleto--- sólo quedaría otra vez la
Iglesia. Esto contribuiria seguramente a superar
la crisis religiosa
y
de Europa, si antes fuese capaz la Iglesia de superat los sín­
dromes
que el teólogo González de Cardedal llama de "enajena­
ción"
por ingenuidad y embelesamiento y de "heteroidentidad",
el dejarse invadir
por una cultura extraña a la fe.
Es, pues, a partir de Westfalia, cuando la historia de Europa
ha sido retrospectivamente historia del Estado al arrogarse legal­
mente la estatalidad el monopolio
de la política mediante la sobe­
ranía, y, por ende, en detrimento de la religión. La misma religión
se fue politizando o secularizando según prosperaba la política.
En esta perspectiva,
la secularización es la sustitución de la pri­
macía de la religión
por la de la política. La sustitución de la reli­
gión la politización.
La conversión de la política en una religión,
la religión de la política.
Con la secularización1 para utilizar esta palabra dudosa, Rémi
Brague dice que no explica nada, puesto que el Estado mono­
poliza la actividad política, la política estatal pasó, pues, al pri­
mer plano como
gran envolvente o abarcador en el sentido de
Jaspers, como lo común, invirtiendo la natural
jerarquía de los
órdenes. Hoy nos encontramos en una situaeión en que impera
la política de tal forma que rechaza decididamente la religión y
la Iglesia a
la esfera de lo privado. Más aún, la ofensiva laicista
aspira a liquidar, utilizando el Estado, todo lo
que queda del
viejo Bthos europeo imponiendo el suyo propio, un Bthos inma­
nentista, puramente secular, estatal, nihilista o cuya lógica es
nihilista.
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4. Para entender la situación es preciso tener en cuenta que,
por otra parte, el Estado, al ser homogeneizador es ya, consti­
tutivamente, intrínsecamente, democrático, nacional.
Se afirmó
apoyándose las monarquías en las clases medias a las que ayudó
en reciprocidad a emanciparse de la aristocracia feudal para for­
mar las naciones. La idea democrática, coherente con la sociedad
de clases medias, entraña la publicidad y, ligada el Estado, el
imperio
de lo público político sobre lo público o común religio­
so. A esto último aludía ya la celebrada fórmula inaugural
de la
época
de la estatalidad de Alberico Gentile: Silete theologi in
munere alieno! (¡callad teólogos en el ámbito ajeno!). El silencio
se convirtió en concesiones continuas con las que la Iglesia per­
dió el lenguaje religioso y eclesiástico, sustituidos por el político
y estatal. A veces, procura sustituir su propia terminología, pro­
pia del orden religioso, por la del mundo, quizá por razones pas­
torales, olvidándose del carácter intelectual inherente a la Iglesia
docente, al clero, y
de la importancia del culto y de la palabra,
que reivindica ahora enérgicamente la
Radical Orthodoxy católi­
ca anglicana. Catherine Pickstock,
uno de sus miembros más des­
tacados, reivindica además la restauración
de la primacía de la
teología
en el rango de los saberes.
Un ejemplo obvio
de la decadencia del modo de pensamien­
to eclesiástico y
de cómo se ha contagiado del modo de pensa­
miento estatal:
en lugar de la palabra estrictamente cristiana cari­
dad,
christliche Liehe, habla corrientemente de solidaridad. Donoso
Cortés elogió convincentemente en otro tiempo este vocablo. Pero
se ha llenado de connotaciones positivistas colectivistas proceden­
tes del
solidarismo de los pensadores laicistas de la Tercera Repú­
blica francesa:
solidaridad als die sakularisierte christ/iche Caritas,
como la caridad cristiana secularizada, notaba Eric Voegelin en
1938. La caridad como virtud es un hábito, individual, personal,
que descansa en la transcendencia; la solidaridad como "virtud", es
colectiva: descansa
en la compasión humanitarista por el Otro ima­
ginario. Siendo loable no es lo mismo que la caridad.
5. En Europa se habían formado las naciones en el seno de
la Iglesia como variedades de lo común, lo popular, debidas a la
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geografía, la raza, la lengua, etc., unificadas por la historia en
torno a las respectivas clases medias. Con el auge de las clases
medias y la aparición del Estado que las apoyaba apoyándose en
ellas, la política empezó a ser de interés corriente en el Rena­
cimiento, interés que aumentó
en la Ilustración y se intensificó
después de la revolución francesa, a medida que aumentaba el
deseo de organizar democráticamente el poder. En la pugna de
las clases por el ascenso o liberación social, la política, cuestión
de opiniones sobre los intereses comunes, ·sobre la res publica,
adquirió paulatina e inconscientemente entre aquellas clases,
desde las que se extendió a las demás, la importancia que tenía
anteriormente la religión. Lo público estatal pugnó con la Iglesia
por la supremacía y, para muchos hombres, el interés por la reli­
gión se trasladó a la política nacional,
no hay que olvidar que
monopolizada por el Estado. Así acabó formándose en los terri­
torios cerrados por la estatalidad, una conciencia política nacio­
nal, que en la revolución francesa se hizo nacionalista. La gran
inversión contemporánea consistió en la primacía de la política,
de lo temporal, sobre la religión, sobre lo eterno. La causa princi­
pal es la existencia del Estado y los obstáculos con que tropeza­
ron
en Europa las clases medias para establecer auténticos regí­
menes republicanos, tal vez democráticos, siguiendo la tendencia
natural del
regimen medieval. Algo así ocurrió en Inglaterra,
aunque formalmente sea una monarquía y, más tarde, en Estados
Unidos.
6. El territorio es lo que da su carácter de totalidad al Estado.
El Estado es una totalidad al ser un orden cerrado instituido sobre
un territorio, en el que encierra también a la Iglesia, cuya uni­
versalidad se
ve así seriamente afectada. Firmemente vinculados
los hombres
por el Estado a un territorio y a una totalidad políti­
ca, a medida que se imponía el interés
por lo temporal empezó
a prevalecer sobre el interés por la eternidad. Esta es la causa
principal de la secularización en general. Apuntalada la monar­
quía
por la religion roya/e de origen pagano paralela a la católi­
ca
de cuya mezcla resultó el derecho divino de los reyes -una
invención de Jacobo V de Escocia y I de Inglaterra-, con la secu-
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larización, la concepción tradicional del orden como un orden
creado por Dios, fue reemplazada paulatinamente en la concien­
cia
por la de un orden estatal en torno al Monarca; simbólica­
mente en Francia, "el rey Sol". El monarca mediaba entre el Trono
y el Altar correspondiéndole
ahora la primada al Trono, como se
ve en la figura del Leviatán de Hobbes que sujeta la espada con
la mano derecha y el báculo con la izquierda. En suma, el parti­
cularismo estatal se impuso al universalismo eclesiástico, que
implica apertura y dinamicidad en el tiempo en contraposición a
la idea
de totalidad, asentada en el espacio. Es significativo que
en torno a aquella fecha de 1648 cayese en desuso la palabra de
sentido universalista Cristiandad con la que se designaba el
mundo europeo en sentido abierto, teológico, ocupando decidi­
damente su lugar la palabra Europa, más neutral, particularista y
cerrada, geopolítica,
como el conjunto de los Estados.
El particularismo estatal se configuró y agudizó finalmente
como nacionalismo a consecuencia de la politización, un pro­
ducto de la acción del Estado sobre la sociedad, a la que, al
mismo tiempo despolitiza internamente al
perderse el sentido
natural,
espontáneo, de la política. Como observó Jouvenel, la
"despolitización" es la consecuencia natural de la "estatización".
Ranke aún pensaba que Europa estaba formada por cinco gran­
des naciones en el sentido meramente histórico, descriptivo, no
político: la española, la francesa, la italiana, la inglesa, la germá­
nica.
De las naciones centrales se deáa en la Edad Media que el
sacerdotium le correspondía a Italia, el imperium a Alemania y
el magisterium a Francia. Inglaterra y España eran, y son, perifé­
ricas. ,Christopher Dawson, Ortega y muchos más, veían el carác­
ter único de Europa
en que "es y ha sido siempre una comuni­
dad de naciones". Pero precisamente la hybris política de la idea
de Nación politizada, el nacionalismo, era para Dawson la causa
de
la crisis europea.
7. Las naciones históricas existentes en el seno de la Cris­
tiandad
eran unidades abiertas; de ahí la reducción por Ranke a
cinco naciones --en rigor, habría que añadir la eslava-, que, a
medida que se afirmaron el Estado y el nacionalismo no sólo se
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fueron cerrando sino que, en muchos casos, se escindieron en
otras: las naciones no nacen sino que se hacen, decía Ortega.
"Dadme un Estado y construiré una nación", decía
el polaco
Pilsudski. Pero por el mismo procedimiento las naciones históri­
cas pueden devenir naciones políticas. Sin embargo, no existe un
alma del pueblo, un carácter nacional, sino un repertorio de ras­
gos comunes, costumbres, tradiciones, usos, formas de vida que
configuran un etbos, el espíritu de la nación de Montesquieu. El
ser físico de los pueblos, decia Pirenne, se subordina completa­
mente a su ser moral, a su 8thos diría Ratzinger. En este sentido,
afirmaba Elías de Tejada que los pueblos son tradición. La tradi­
ción
es el etbos de los pueblos en su dinamicidad. Bajo el parti­
cularismo estatal, se fue deformando y escindiendo el
etbos co­
mún de las diversas naciones europeas.
Pues, hay que precisar que las concretas naciones históricas
las fueron haciendo las Monarquías a partir de esas cinco nacio­
nes originarias; seis si se cuent.a la eslava. Bajo su poder y direc­
ción, el destino de los pueblos fue el de configurarse como na­
ciones políticas, politizadas al politizarse su etbos. El Monarca, el
Príncipe maquiavélico, había sustituido
al Rey, como observó Leo
Strauss, y las Monarquías, sirviéndose del Estado, multiplicaron y
politizaron las naciones.
Efectivamente, a medida que se afirmó el Estado Monárquico,
la estatalidad
no sólo unificó políticamente a los pueblos sobre
los
que ejercía su poder sustituyendo el limes, territorio impreci­
so, por las fronteras, sino que incluso escindió en ciertos casos
las naciones históricas en naciones políticas distintas, haciendo
de cada una de ellas unidades cerradas tras la revolución france­
sa Estados-Nación.
Los Estados politizan las naciones al cerrar el
territorio mediante el derecho público. Precisamente con el terri­
torio políticamente nacional estatal nació la Geopolítica, que rige
intelectualmente las relaciones entre las naciones-Estado. Pues la
Geopolítica se refiere a las relaciones interestatales: es "ciencia de
estrategia estatal", fundada en la relación entre la Geografía y la
expansión del poder. Decía Álvaro d'Ors,
que la Geopolítica sólo
es concebible presuponiendo el Estado
en contraposición a lo
que llamaba la Geodierética o simple reparto de tierra.
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Lógicamente, el principal enemigo a abatir por el nacionalis­
mo estatal era la Iglesia romana con cuyo universalismo choca­
ba, y, posteriormente, vencida o sometida esta última, el cristia­
nismo. Novalis acbacaba el nacionalismo a la Reforma. Pero el
contractualismo político hobbesiano fue ya
un gran golpe inte­
lectual a su favor. Prosiguieron otros más concretos como el gali­
canismo, el regalismo, el josefismo
... , formas de erastianismo en
las naciones católicas, no anticristianas en sí mismas, como tam­
poco lo eran los Estados protestantes en los que la Iglesia estaba
unida casi
por definición al Estado. El nacionalista Estado-Nación
que salió de la Revolución Francesa con la pretensión de mono­
polizar absolutamente lo
común nacional, lo público, que había
compartido hasta entonces el Trono
-sustituido ahora por la
Nación-con la Iglesia, el Altar, fue, pues, el punto de inflexión
defmitivo
en la tendencia que llega hasta nuestros días a sustituir
el predominio popular, público,
de la religión por el de la políti­
ca
de las oligarquías en cada Estado particular y en las relaciones
interestatales.
8. Configurada ·finalmente la estatalidad
en el siglo xx en la
forma
de Estado Total -sería mejor decir con J ouvenel Estado
Minotauro----, a la vez que cierra herméticamente el territorio lo
controla más minuciosamente. Con las mayores posibilidades
técnicas, disuelve los pueblos haciendo
de ellos sociedades de
masas, al combinar toda la tendencia moderna a la neutralidad,
un principio del Estado, con la peculiar neutralidad de la técnica,
que aproxima lo distante y distancia de lo próximo. Declarándose
asimismo agnóstico, radicalmente laico, respe'?to a toda religión,
el Estado prescinde del mínimo religioso, expulsa prácticamente
al cristianismo del espacio público y aspira a erradicarlo del pri­
vado para dominar totalmente.
Es natural que, según la lógica
estatal,
en último análisis la de la ratio status, una imitación uti­
litaria
de la ratio ecclesiae, se relegue el elemento religioso a la
condición, a lo sumo, de un recuerdo histórico en la configura­
ción de la futura Europa. Lo mismo, por cierto, que las naciones.
Hace tiempo
que el Estado lucha con la Nación histórica ori­
ginaria. El €thos que configura las naciones históricas, se dividió
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internamente entre el étbos nacional tradicional -el "espíritu de
la nación"-y el etbos, si se puede llamar así., romántico, inma­
nentista, nihilista y destructivo de las ideologías, que Raymond
Aron llamaba religiones seculares.
El secularismo impulsado por
las ideologías ha sustituido a la secularización. Y, por otra parte,
el abstracto Estado tecnocrático
ha despolitizado las naciones.
Pero está
yendo aún más lejos. Como el Estado arraiga en la tie­
rra mediante la Nación, desenraizado y dirigido
por las desarrai­
gadas oligarquías postmodernas imbuidas
de un étbos nihilista,
destruye las naciones históricas, el "espíritu
de la Nación".
Hay
que subrayar, que las Iglesias han contribuido a este
estado
de cosas al dejarse ganar por el modo de pensamiento
estatal
que sustituyó al modo de pensamiento eclesiástico a medi­
da que prevalecía el orden político. En el transcurso del siglo xx,
las Iglesias han antepuesto en exceso la justicia, causa y fin del
poder temporal -{!demás la juticia llamada social es la virtud de
la justicia politizada-, a la fe y la caridad, favoreciendo que el
cristianismo como religión
-no como parte de la cultura-se
hiciese "mundo" más
de lo que debiera, entregándose a conse­
guir que las "estructuras" fuesen cristianas "descuidando que lo
fuesen las personas". Como decía Nicolás Gómez Dávila, la reli­
gión
no es socialmente eficaz cuando prohíja soluciones socio­
políticas, sino cuando logra
que influyan espontáneamente sobre
la sociedad actitudes puramente religiosas.
Así ha perdido la
Iglesia la
auctor/tas, que es lo suyo. Podría intentar recuperarla
apoyando a las naciones, reanimando su cultura y su
étbos fren­
te a la infracultura o acultura, campañas
de imagen y propagan­
da, que segrega la tecnocracia estatal. Por otro lado, en parte por
necesidad, quizá sólo la Iglesia podría hacerlo. Después de todo,
"la religión, decía Julián Marías, tiene
en la cultura su aliado natu­
ral, mientras que tiene en el poder su natural enemigo".
9. Se puede resumir Ja situación citando la opinión del cbeco
Vaclav Havel
de que los europeos -en realidad el estatismo
europeo--, están creando "la primera civilización atea en la his­
toria de la humanidad"; o el libro de Glucksmann La tercera
muerte de Dios. El autor francés se pregunta si, en vista del esta-
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do de cosas, no consistirá el destino de Europa en ser el primer
continente ateo de
la historia. Aunque en tal caso, cabría pre­
guntarse si Europa, geográficamente una península de Asia, po­
chfa conservar el rango de continente sin la potencia que le da el
cristianismo.
El ateísmo y1 sobre todo, la increencia se han generalizado
tanto, que es un error pensar que la hostilidad al cristianismo dis­
tingue
hoy a la izquierda pol!tica de la derecha. Pudo ser en
algún momento o en casos ·concretos. Mas, dada la prevalencia
jerárquica otorgada al orden pol!tico sobre el religioso, al final
prevalecerán
siempre las opiniones y los intereses pol!ticos.
Desde el siglo XIX, la politización hostil al cristianismo es común
a la derecha y a la izquierda, aunque se disimule o se manifieste
equívocamente como anticlericalismo, puesto que la política
prima sobre la religión. Política sin Dios, título de un libro recien­
te,
es hoy la consigna general. En Francia, se introdujo el aborto
legal
siendo presidente del gobierno Giscard d'Estaing, al parecer
católico, por cierto, con la oposición del entonces escandalizado
partido comunista. En Italia lo introdujo la democracia cristiana;
Giulio Andreotti
anda diciendo ahora que una de las cosas que
más lamenta de su vida es el haber firmado la ley del aborto. Y
se debe a la democracia cristiana, teóricamente a la derecha, la
introducción de una copiosa legislación inicua, sin hablar de la
puramente estatista. En realidad, ha sido la derecha la que ha
creado mediante el Estado la sociedad del bienestar, que Augusto
del Noce consideraba la primera
de la historia radicalmente irre­
ligiosa, etc. En contraste, siguiendo con el ejemplo, como prue­
ba sensu contrario, el importante jefe del socialismo francés, el
proudhoniano Jean Jaurés, que había apoyado la campaña bas­
tante más
que anticlerical para expulsar la religión de la esuela,
escribia a su hijo: "Tengo
que confesarlo, la religión está intima­
mente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia huma­
na.
Es la base de nuestra civilización". Entre los marxistas, Ernst
Bloch escribía
en los años cincuenta y sesenta sobre la posibili­
dad de un ateísmo cristiano fundado en la deificación de la espe­
ranza y Kolakowski,
que rechaza las pruebas de la existencia de
Dios, trata de demostrar que tampoco existe ninguna prueba en
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contra. La descivilización de Occidente ha llegado a un punto
que empiezan a abundar quiénes, como la conocida periodista
italiana Oriana Fallaci, procedente del partido comunista, se
declaran ateos cristianos, o,
como el filósofo espafiol Gustavo
Bueno, ateo católico, por reacción a la situación de la civilización
occidental en manos del estatismo.
Puede hablarse
de un ateísmo común a la derecha y la
izquierda
en la línea del nuevo cristianismo de Saint Simon y la
religión
de la humanidad de Comte, y de un indiferentismo que
acepta selectivamente la moral cristiana en la derecha y en la
izquierda, siendo más peligroso el
de la derecha, por ser más
engafioso.
Se trata de una actitud relativamente corriente próxi­
ma al agnosticismo, actitud cómoda
que elude el compromiso. En
la práctica, derecha e izquierda, cuya existencia se debe a que el
Estado es el centro
de todo, se pliegan a la razón de Estado. Las
diferencias entre una y otra son sólo de matiz, en función de la
búsqueda de votos.
10. Bajo la inspiración de la cultura grecolatina de los huma­
nistas nació, ante las disputas religiosas, la idea de una religión
civil como religión neutral del Estado, concebida generalmente a
imitación
de las religiones paganas, aunque su contenido moral
fuese cristiano. Luego apareció la idea
de una religión natural. De
ahí se pasó al ateísmo, si bien el ateísmo político es un fenóme­
no contemporáneo. Las religiones ·paganas no son precisamente
ateas y el ateísmo moderno, que se beneficia de la liberación del
terror a los demonios gracias
al cristianismo, franquea el paso a
la increencia.
En efecto, Glucksmann habla de ateísmo al referirse a la
situación presente. Sin embargo, según la descripción
que hace
este autor, sería más exacto hablar de increencia. La increencia,
lo que llamaba del Nace la "irreligión natural", va más allá del
ateísmo, puesto
que plantea frontalmente la posibilidad de la
extinción de la fe transcendente, y, por tanto, de la Iglesia, coin­
cidiendo con las previsiones de Augusto Comte. Pero Glucks­
mann sugiere también que la futura misión histórica de Europa,
si
la tiene, consistirá en difundir universalmente el ateísmo. Mas,
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como avisaba René Guénon, "una civilización que no reconoce
ningún principio superior, que
se funda en realidad en una nega­
ción de los principios, carece de todo medio de entendimiento
con las demás." Por tanto, se trataría de algo más grave que el
diferenciarse y distanciarse de otras culturas y civilizaciones,
como, por ejemplo,
la norteamericana. Una Europa así, la Europa
dirigida por el Estado agnóstico y nihilista, quedaria aislada del
mundo y a merced de los grandes poderes, de los Grandes
Espacios
que se están dibujando en el horizonte.
Lo cierto es que en Europa existe entre la opinión llamada
pública bastante hostilidad y
un notorio desprecio público por la
religión y las Iglesias, que
con mayor o menor intensidad hacen
suyos los Estados.
Los consejeros del jefe del gobierno inglés
Tony Blair,
que se confiesa creyente, le disuadieron de que ter­
minase sus intervenciones televisivas durante la guerra de Iraq
con las palabras God Bless You. En la Europa actual, no es ima­
ginable un gobernante cristiano invocando públicamente a Dios
o a la religión. Seña, políticamente incorrectísimo, revolucionario.
Empieza a ser normal calificar de fanática, integrista o funda­
mentalista,
por supuesto fascista, cualquier actitud que postule el
reconocimiento público
de la religión, la invoque o la tenga
públicamente en cuenta; y ya no es raro que esto ocurra en el
plano privado. La mentalidad "progresista" nihilista que emanan
los sistemas educativos sometidos al Estado, ante todo las uni­
versidades, ha penetrado
en las relaciones privadas.
En este contexto, la Nación ya
no es de hecho la soberana.
El verdadero soberano es la opinión pública. Los politicos están
tan pendientes
de ella que la parte más ardua de su trabajo con­
siste
en manipularla. Esta opinión pública, muy desorientada e
ideologizada, rechaza a
la religión, mientras el Estado, que por su
legislación empieza a ser marcadamente nihilista, se somete a los
grupos de presión de la opinión: de intelectuales como los de­
nunciados
por Marco Tarchi, de los medios de comunicación y
de una variedad de grupos de presión: feministas, homosexuales,
abortistas, partidarios
de la eutanasia y de los experimentos gené­
ticos, divorcio a la carta, etc.
Las bioideologías que han sustitui­
do a las grandes ideologías mecanicistas del siglo XIX, sobre todo
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IGLESIA, ESTADO: GÉNESIS DE LA EUROPA CONTEMPORÁNEA
la ideología de la salud, que es como su síntesis, dominan la polí­
tica. En
la opinión pública, prevalecen las tendencias anticristia­
nas y antieclesiásticas
que el Estado hace suyas. Si se quisiera
hacer frente seriamente al proceso
de descivilización, resulta muy
pertinente la observación
de Karl Rahner de que "la teología tiene
que ser hoy en cierto sentido una teología política".
11. La necesidad de la reacción intelectual hace indispensa­
ble una
teologia politica que reconduzca la relación entre la
Iglesia y los poderes públicos poniendo
fin a la mezcolanza
existente entre
la religión y la politica debida a la politización,
que
no es otra cosa que la secularización de la que Estado ha
sido el campeón principal.
De ahí ha resultado la enorme confu­
sión entre los fieles
que ha devaluado la capacidad del cristianis­
mo para in-formar, dar forma a la cultura, orientarla.
El Papado
está intentándolo,
pero el modo de pensamiento eclesiástico ya
no es comprensible ni siquiera para una gran parte del clero,
imbuido por el modo de pensamiento estatal. El clero es por defi­
nición
un estamento intelectual y, del mismo modo que existe
una teología moral y otras teologías sectoriales, una sólida teolo­
gía politica
podña contribuir poderosamente a orientarle en estas
cuestiones.
La actitud del clero es fundamental- para contener la
descivilización
de Europa a la que, hay que decirlo, tanto ha con­
tribuido en años anteriores.
Una interesante reacción, en este caso ante la privatización
de la religión fue ya, como es sabido, la teologia política resuci­
tada
en Centroeuropa en los años sesenta a partir de la teología
de la esperanza del teólogo protestante Jürgen Moltmann. Cons­
tituía su objeto reivindicar
un lugar público para la fe cristiana.
Contribuyeron a
su fracaso final sus acomplejadas concesiones al
marxismo, innecesarias e incongruentes, y sus derivaciones pura­
mente políticas en otros pagos, que dieron lugar a lo que se ha
llamado "el jacobinismo
de la cruz". Esta experiencia no debiera
ser causa de desánimo.
La teologia política, prácticamente proscrita desde la censura
de San Agustín a la teologia política pagana, veto que parece
haber levantado el concilio Vaticano II, constituye
una necesidad
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DALMACJO NEGRO
intelectual de las Iglesias. Las Iglesias suelen limitarse a exponer
una deshilvanada doctrina social más o menos organizada en
tomo al concepto más que discutible de "justicia social". A pesar
de esfuerzos meritorios como los de Michael Novak, que cierta­
mente no ha tenido mucho éxito en Europa, ese mito alienta
otros como el de la revolución permanente, el cambio por el
cambio, amparando y legitimando la expansión y el aumento del
poder del Estado.
12.
La teología política debiera centrarse seguramente en
torno a la teología del poder en tanto viene de Dios. De aquí
deriva todo lo demás. Por ejemplo la representación, el otro tema
fundamental de la política. La realidad de la politización que ha
sustituido a la religión empieza a suscitar reacciones a favor de la
teología política.
El teólogo anglicano John Milbank, miembro del
grupo de la briosa
Radical Orthodoxy de Cambridge, lo justifica
a partir del "extraordinario contraste"
que cree observar entre la
teología política moderna ---Grocio, Hobbes, Espinosa, Filmer.
.. -
y
la teoría social postrnodema y postnietzscheana. Según Mil­
bank, la teología acepta la secularización y la autonomía de la
razón laica, mientras la teoría social descubre con creciente clari­
dad que, paradójicamente, la secularización da a entender que
nunca se podrá prescindir de lo mítico-religioso. O sea, que la
influyente teología política histórica fruto
de la secularización es
intelectualmente atea,
en tanto que la teoría social postnietzschea­
na sugiere
que la religiosidad es inevitable y, por ende, la rela­
ción dialéctica entre religión y política.
Para Álvaro d'Ors, el núcleo
de la Teología Política cristiana
debiera partir del principio enunciado
en la encíclica Quas pri­
mas, de que, siendo Jesucristo el "Rey", "no cabe en la historia
otro poder·originario,
otra soberanía sobre los hombres «viatores»
en la tierra que la de Cristo". Desde el punto de vista de la teo­
logía política, los llamados soberanos, recordaba d'Ors,
no son
más que delegados. Esto tiene consecuencias directas en relación
con la política práctica
que no implican entremeterse en ella.
Pero las acobardadas Iglesias europeas eluden cuidadosamente
parecer públicamente
no ya instancias de poder -poder social-,
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IGLESIA, ESTADO: GÉNESIS DE LA EUROPA CONTEMPORÁNEA
sino grupos de presión, mientras agrupaciones menores y parti­
distas presionan contra ellas y el cristianismo
-ahora mismo, por
ejemplo, las minorías islamistas, las de homosexuales, quizá la
masonería,
etc.-a través del Estado. Ahora bien, la teología po­
lítica es antiestatal. Por
lo menos, en el sentido de que el poder
se ejerce personalmente, de que siempre hay un responsable
concreto,
en contraste con la presunción y el ideal de la teoría
estatal de que el ejercicio del poder sea mecánico, burocrático,
impersonal.
13. El problema de la dialéctica entre la Iglesia y el Estado,
la dialéctica
de los dos poderes, consiste en que, para la mayoría
de los europeos, desde luego entre la intelligentzia dominante y
los políticos, la Iglesia
ha perdido la auctor/tas. Si un pueblo es
una tradición, gravemente quebrantadas las tradiciones, en pri­
mer término las religiosas, las Iglesias particulares custodias de la
tradición religiosa
han perdido la confianza y la estimación del
pueblo.
Los políticos de derecha e izquierda sólo las respetan por
los votos, en la medida en que conseivan alguna influencia. La
Iglesia tiene que recuperar el sentido de la autoridad que, en su
caso, va unida a la idea de servicio.
Bajo la presión del Estado, la Iglesia empezó a abdicar de su
condición de potestad espiritual en la Edad Moderna. De ello es
un buen ejemplo la concepción de la potestas indirecta sobre el
Estado, doctrina
en la que se distinguió el cardenal Belarmino,
dejando
al mundo laico a su suerte. Sin embargo, la Iglesia tiene
la plena
auctor/tas por delegación de Cristo -"apacienta mis
ovejas"-, y no puede renunciar a ella sin dejar de ser Iglesia. La
potestas indirecta, decía Car! Schmitt, "es una evasión del autén­
tico problema de la auctoritas y una mala evasión". Es una re­
nuncia a la autoridad espiritual.
Si la Iglesia se conforma con la imaginaria potestas indirecta,
puede llegar a acuerdos y compromisos con el Estado al que así
legitima. Si todo es cuestión de prudencia, únicamente acabará
importando la actitud formal del Estado. La ratio status opera
entonces por su cuenta cuidando de no soliviantar o perturbar a
la Iglesia. Sugiere incluso que la Iglesia actúa a través del Estado,
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DALMACIO NEGRO
acabando por ser éste último más importante para los hombres
que la misma Iglesia. La Iglesia pierde la autoridad, pierden relie­
ve el hombre bueno y el hombre libre sustituidos por el ciu­
dadano, y el Estado se
queda sin orientación. Y si los ciudadanos
son malos en tanto hombres como decía Kant, el Estado, a pesar
de toda la fuerza y el derecho que le atribuyó el ftlósofo a su
mecanismo, el
Rechtsstaat, acabará funcionando mal. A la postre
será
un Estado Nihilista, como empieza a serlo el actual.
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