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Babilonia y la Ciudad de Dios

BABILONIA Y LA CIUDAD DE DIOS
La visión objetiva del proyecto de Dios sobre el hombre y la rebe­
lión de éste, que quiere ser el único propietario de la crea­
ción.
«En este primer miércoles de Adviento, tiempo litúrgico de silencio,
"vigilancia y oración como preparación para la Navidad, meditamos el
"salmo 136, que se ha hecho célebre en la versión latina de su inicio,
"Super jlumina Babylonis. El texto evoca la tragedia que vivió el pueblo
"judío durante la destrucción de Jerusalén, acaecida en el año 586 a. C.,
'y el sucesivo y consiguiente destierro en Babilonia. Se trata de un canto
"nacional de dolor, marcado por una profonda nostalgia por lo que se
"babia perdido.
»Esta apremiante invocación al Sefior para que libre a sus fieles de
"la esclavitud babilónica expresa también los sentimientos de esperanza
J espera de la salvación con los que hemos iniciado nuestro camino de
"Adviento.
» ....................................................................... \
.
» ¼mos a utiliza.r una meditación de San Agustín sobre este salmo.
"En ella el gran padre de la Iglesia introduce una nota sorprendente y
''de gran actualidad: sabe que incluso entre los habitantes de Babilonia
''hay personas comprometidas en favor de la paz y del bien de la comu­
"nidad, aunque no comparten la fe bíblica, es decir, aunque no conocen
"la esperanza en la ciudad eterna a la que aspiramos. Llevan en si mis­
"mos una chispa de deseo de algo desconocido, de algo más grande, de
"algo trascendente, de una verdadera redención. Y él dice que incluso
"entre los perseguidores, entre los no creyentes, se encuentran personas
"con esa chispa, con una especie de fe, de esperanza, en la medida que
,, les es posible en las circunstancias en que viven. Con esta fe también
't"n una realidad desconocida, estdn realmente en camino hacia la ver­
''dadera Jerusalén, hacia Cristo. Y con esta apertura de esperanza tam-
v,,.b,, núm. 443-444 (2006), 155-159. 155
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"bién para los babilonios --como los llama Agustín-, para los que no
"conocen a Cristo, y ni siquiera a Dios, y a pesar de ello desean algo des­
"conocido, algo eterno, nos exhorta también a nosotros a no fijarnos
"simplemente en las cosas materiales del momento presente, sino que a
"perseverar en el camino hacia Dios. Sólo con esta esperanza mds gran­
" de podemos también transformar este mundo, de modo adecuado. San
"Agustín lo dice con estas palabras: «Si somos ciudadanos de jerusalén,
"( ... )y debemos vivir en esta tierra, en la confesión del mundo presente,
't'n esta Babilonia,. donde no vivimos como ciudadanos sino como pri­
"sioneros, es necesario que no sólo cantemos lo que dice el salmo, sino
"que también lo vivamos: esto se hace con una aspiración profanda del
"corazón, plena y religiosamente deseoso de la ciudad eterna».
» Y añade, refiriéndose a la «ciudad terrestre llamada Babilonia»:
"« Tiene personas que, impulsadas por el amor a ella, se esfaerzan por
"garantiz.ar la paz -la paz temporalr-, sin alimentar en su corazón
"Otra esperanz,a, mds aún, poniendo en esto toda su alegría, sin buscar
"nada mds. Y vemos que se esfuerzan al mdximo por ser útiles a la socie­
''dad terrena. Ahora bien, si se comprometen con conciencia pura en
"este esfuerzo, Dios no permitird que perezcan con Babilonia, pues · los
"ha predestinado a ser ciudadanos de Jerusalén, pero con tal de que,
"viviendo en Babilonia, no tengan
su soberbia, su lujo caduco y su irri­
"tante arrogancia. ( . .}
. Ve su esclavitud y les mostrará la otra ciudad,
"por la que deben suspirar verdaderamente y hacia la cual deben diri­
gir todo esfaerzo» (Esposizioni sui Salmi, 136, 1-2: Nuova Biblioteca
J\gostiniana, XXVIII, Roma, 1977, págs. 391-399).
»Pidamos al Señor que en todos nosotros se despierte este deseo, esta
"apertura hacia Dios,
y que también los que no conocen a Cristo sean
"tocados por su amor, de forma que todos juntos estemos en peregrina­
"ción hacia la ciudad definitiva y la luz de esta ciudad brille también
"en nuestro tiempo y en nuestro mundo».
BENEDICTO XVI: Catequesis durante la audiencia gene­
ral del miércoles 30 de noviembre. L'Osservatore Romano, edi­
ción semanal en lengua española, año XXXVII, núm. 48
(1927), 2 de diciembre de 2005.
La idolatría del hombre actual, se representa claramente en su
eterna tentación de buscar la salvación en "las obras de sus
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manos" poniendo su enseñanza en la riqueza y el poder con el
éxito material.
«Por otro lado, se presenta la idolatría (cf vv. 15-18), manifestación
"de una religiosidad desviada y engañosa. En efecto, el ídolo no es mds
"que «hechura de manos humanas», un producto de los deseos humanos;
"por tanto, es incapaz de superar los limites propios de las criaturas.
"Ciertamente, tiene una forma humana, con boca, ojos, orejas, gargan­
"ta, pero es inerte, no tiene vida, como sucede precisamente a una esta­
"tua inanimada (cf Sal. 113, 4-8).
»El destino de quienes adoran a estos objetos sin vida es llegar a ser
"semejantes a ellos: impotentes, frdgiles, inertes. En esta descripción de la
"idolatría como religión falsa se representa claramente la eterna ten­
"tación del hombre de buscar la salvación en «las obras de sus manos»,
"poniendo su esperanza en la riqueza, en el poder, en el éxito, en lo
"material. Por desgracia, a quienes actúan de esa manera, adorando la
"riqueza, lo material les sucede lo que ya describía· de modo eficaz el
"profeta !salas: «A quien se apega a la ceniza, su corazón engañado le
"extravía. No salvard su vida. Nunca dird '¿Acaso lo que tengo en la
"mano es engañoso?"» (Is 44, 20)».
BENEDICTO XVI: Catequesis durante la audiencia gene­
ral del miércoles 5 de octubre. L'Osservatore Romano, edición
semanal en lengua española, año
XXXVII, núm. 40 (1919),
7 de octubre de
2005.
Los hombres queremos ser los únicos propietarios de la creación,
que nos ha sido dada para administrarla. La exclusión de Dios
de la vida pública y su admisión como opinión privada no es
tolerancia sino hipocresía.
«Los hombres usurpamos la creación que, por decirlo así, nos ha sido
"dada para administrarla. Queremos ser sus únicos propietarios. Quere­
"mos·poseer
el mundo y nuestra misma vida de modo ilimitado. Dios es
"un estorbo para nosotros. O se hace de él una simple ftase devota o se lo
"niega del todo, excluyéndolo de la vida pública, de modo que pierda
"todo significado. La tolerancia que, por decirlo asi, admite a Dios como
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"opinión privada, pero le niega el dmbito púbüco, la reaüdad del mundo
'y de nuestra vida, no es tolerancia sino hipocresla».
BENEDICTO XVI: Homilía en la solemne misa de apertu­
ra de la XI Asamblea general ordinaria dd Sínodo de los
Obispos, domingo 2 de octubre. L'Osservatore Romano, edi­
ci6n semanal en lengua española, año XXXVII, núm. 40
(1919), 7 de octubre de 2005.
La uva buena que Dios esperaba de su vida eran el derecho y la
justicia y las agrazones culpa del hombre son la violencia, el
derramamiento de sangre y la operación bajo el yugo de la
injusticia.
«Con esto hemos llegado automdticamente al segundo pensamiento
'fandamental de !tts lecturas de hoy. Como hemos escuchado, hablan
"ante todo de la bondad de la creación de Dios y de la grandeza de la
"elección con la que él nos busca y nos ama. Pero también hablan de la
"historia desarrollada sucesivamente, del fracaso del hombre. Dios plan­
"tó cepas muy selectas y, sin embargo, dieron agrazones. Y nos pregun­
"tamos: ¿En qué consisten estos agrazones? La uVa buena que Dios espe­
"raba -dice el profeta-, sería el derecho y la justicia. En cambio, los
"agrazones son la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión,
"que hacen sufrir a la gente bajo el yugo de la injusticia».
BENEDICTO XVI: Homilía en la solemne misa de apertu­
ra de la XI Asamblea general ordinaria del Sínodo de los
Obispos, domingo 2
de octubre. L'Osservatore Romano, edi­
d6n semanal en lengua espafiola, afio XXXVII, núm. 40
(1919), 7
de octubre de 2005.
Ante el creciente laicismo, que pretende reducir a la esfera priva­
da la vida religiosa sin ninguna manifestación social pública, la
Iglesia sabe muy bien que el mensaje cristiano refuerza e ilu­
mina los principios básicos de toda convivencia.
«Ante el creciente laicismo, que pretende reducir la vida reügiosa de
"los ciudadanos a la esfera privada~ sin ninguna manifestación social y
"pública, la Iglesia sabe muy bien que el mensaje cristiano refoerza e ilu-
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"mina los principios bdsicos de toda convivencia, como el don sagrado
"de la vida, la dignidad de la persona junto con la igualdad e inviola­
"bilidad de sus derechos, el valor irrenunciable del matrimonio y de la
"familia, que no se puede equiparar ni confondir con otras formas de
"uniones humanas».
Benedicto XVI: Discurso al nuevo embajado'r de Méxi­
co ante la Santa Sede, el 24 de septiembre. L'Osservatore Ro­
mano, edición semanal· en lengua espafiola, año XXXVII,
núm. 39 (1918), 30 de septiembre de 2005.
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