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Êthos y valores: Una visión desde la política

ÉTHOS Y VALORES:
UNA VISIÓN DESDE LA POLÍTICA
POR
ÜALMACIO NEGRO1'>
l. El concepto "comunidad
política", al menos si se cuenta
para ello con el Estado, es a mi juicio imposible, puesto que el
Estado, un mecanismo guiado por los intereses de la ratio status,
destroza cualquier comunidad. Dejando aparte el tema de la natu­
raleza de la comunidad política,
¿qué importancia e influencia tie­
nen los valores como fundamento de la misma? También en mi
opinión ninguna. O más bien sí: una influencia destructiva; en este
sentido tienen mucha importancia. Fundar una comunidad en
valores,
por muy compartidos que sean, es introducir la discordia.
Sin ir más lejos, las ideologías postulan valores e invocar valores
es
revindicar la primacía para una ideología. Y la ideología destruye el
ethos, el espacio prepolítico. Por lo pronto, sin más precisiones, los
valores son los dogmas de
las ideologías. Por eso se ha dicho hace
tiempo que impera la "tiranía de
los valores" y hoy empiezan a
generalizarse
las quejas sobre esta tiranía. Especialmente en am­
bientes
· eclesiásticos parece que han empezado a darse cuenta de
que los valores destruyen
el ethos de los pueblos.
La postulación de valores como fundamento de la
comuni­
dad equivale, pues, a postular al mismo tiempo la imposibili­
dad de la comunidad. Ésta estaría sujeta a una lucha perperua
(*) Publicarnos, con mucho gusto, la ponencia introductoria del profesor Dalma~
cio Negro al Seminario Internacional de la Federac¡ión Internacional de Universidades
Cat6licas, organiudo por los profesores Ayuso y Cay6n, del que se da cuenta en la sec-­
ci6n de crónicas (N. de la R.).
Verbo, núm. 443-444 (2006), 203-21 l. 203
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entre valores, racionalizaciones de la conducta, o, si se quiere, a
la lucha entre ideologías salvo que, coactivamente, impusiera
alguna
de ellas su criterio -sus valores-como absoluto.
El origen de los valores es subjetivo y cuando los soci6logos
hablan legítimamente de los valores de
una sociedad, es decir,
sin connotaciones ideol6gicas, están describiendo vivencias en
el sentido más amplio de la palabra, o si quiere creencias socia­
les, nada más que sociales. Tradiciones, usos, costumbres, en fin,
vigencias colectivas que parecen predominar en ella, lo que
forma lo que llamaba Durkheim la contrainte. Pero, en definiti­
va, hechos. Eso
es todo para lo que sirve el término valor. S6lo
sirve, o vale, como descriptor, es un término útil y nada más.
Atribuirle a los hechos un poder normativo es una forma de
incurrir
en la "falacia naturalista" de Moore.
La postulaci6n de los valores como concepto
poco menos
que sublime y definitivo y fundamento ético de un grupo políti­
co tiene a mi juicio tres causas principales: el economicismo, el
neokantismo y el constructivismo. Detrás de las tres está el his­
toricismo. Aquí pasaré por alto lo relativo al historicismo, que
hace un uso abusivo de la falacia naturalista. Por otro lado, el
suelo natural
en el que prosperan los valores es el nihilismo, tema
que también pasaré por alto, salvo alguna somera referencia.
2. El
economicismo no es la economía científica, es la dege­
neraci6n de la economíá., puro cientificismo, que postula como
valores absolutos los económicos. Dado que la política es una
ciencia englobadora, la piel de rodo lo demás, que casi se ha
reducido a política econ6mica, y que la politización más o
menos economicista lo invade todo1 el lenguaje se ha acostum­
brado a trasladar el de los economistas a todos los ámbitos del
conocimiento. A eso ayuda
el hecho de que la economía es na­
turalmente un ámbito pragmático que interesa a todo el mun­
do, aunque la gente no dedique todo su tiempo ni sus anhelos
más importantes a actividades econ6micas.
Ahora bien, el concepto valor es crucial en la ciencia econó­
mica. La economía es un ciencia cualitativ~ pero en la que
importa y mucho la cantidad. A la ciencia positiva le es esencial
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tTHOS Y VALORES: UNA VISIÓN DESDE LA POlÍTICA
la cuantificación. Y en caso de la ciencia económica, su ley bási­
ca, la
de la oferta y la demanda se refiere a cantidades. Canti­
dades cuya relación se llama el precio del bien demandado en
función de la cantidad ofertada y la demandada: las cosas o
bienes son económicos por su escasez. La escasez determina la
relación entre la demanda y la oferta cuyo resultado es el precio.
Es decir, si lo que se desea es suficientemente escaso para tener
interés económico tiene un precio:
vale tanto.
Pero la ciencia económica clásica, constituida
en el momen­
to de auge de la producción industrial, pensaba que las cosas se
aprecian por su valor objetivo, singularmente por el trabajo
incorporado a ellas.
De ahí la teoría objetiva del valor que sos­
tuvieron los cinco grandes economistas clásicos, salvo muy rela­
tivamente Nassau Senior. Marx, a quien Schumpeter añadía a la
lista de los cinco grandes economistas clásicos, en la
que figura
como el sexto, pensaba lo mismo. Marx dedujo
de la teoría
objetiva del valor, igual que los demás economistas de
su tiem­
po, su teoría económica y su teoría social. El
punto clave de la
teoría social marxista
es a su vez la teoría sociológica de la plus
valía. Según esta última,
si el valor es objetivo, el capitalista o el
empresario se quedan con una parte del mismo pagando al tra­
bajador solamente el jornal indispensable para vivir y reprodu­
cirse.
Es decir, el capitalista -Marx no hablaba todavía del
empresario, que no es lo mismo que el capitalista-acumula
capital, por decirlo así, sin hacer nada, detrayendo al trabajador
un parte de lo que le corresponde por su trabajo: vive de la
explotación del trabajador. Esta doctrina constituye
una de las
causas de la visión generalizada del valor como algo objetivo.
Aunque
es algo anterior, paralelamente discurre la influencia de
Lorenz
von Stein, a quien leyó Marx como historiador social al
mismo tiempo que a Stuart Mill como economista. Para Stein,
el "jornal de máquina'' hace que el capitalista no puede pagar al
trabajador todo su trabajo, sino sólo lo necesario para impulsar
la máquina. Stein
no se ocupó de la economía sino de la ciencia
política y la sociología.
Fundó la sociología alemana, suminis­
trando las ideas claves
de la sozialpolitikde Bismarck coinciden­
tes en su conjunto
con las de la socialdemocracia de Lasalle. Y
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por esas vías, la política divulgó la idea del valor como algo obje­
tivo,
por lo que el trabajador s6lo podía ser compensado me­
diante la acción estatal.
La teorí~ objetiva del valor ha sido refutada por la teoría de
la utilidad marginal
(el inglés Stanley Jevons, el suizo Léon
Walras y el alemán Car! Menger de manera independiente pero
casualmente hacia la misma fecha en torno a 1867). Tras los tra­
bajos
de Bohm-Bawerk fue sustituida por la teoría subjetiva del
valor. Salvo algún economista, sociólogo e ide6logo, general­
mente socialistas, retrasados, hoy nadie cree en ella. No obstan­
te, la idea objetiva del valor ha seguido impregnando más o
menos subrepticiamente todo el pensamiento social, lo que ha
hecho que esta idea ocurrencia se convirtiese en una idea creen­
cia en el sentido de Ortega.
En la historia de las ideas, estas transferencias de sentido son
muy corrientes, prácticamente normales. Así ha ocurrido por
ejemplo con la teoría física de la relatividad. El campo de esta
teoría es estrictamente el mundo imaginario de los físicos. Pero
su aceptación vulgarizó el concepto y casi todo el mundo ha lle­
gado a pensar que todo
es relativo y que además la ciencia lo
garantiza. Y a falta de otro criterio de conducta, esto
ha contri­
buido poderosamente al auge de los valores en las ciencias socia­
les. Ciencias que han invadido la ética, la ciencia del
ethos y, por
supuesto, la moral, ciencia de la conducta individual.
3. El segundo ingrediente
es el neokantismo. Kant, con el
propósito de meter la metafísica en el seguro sendero de la cien­
cia, la ciencia físico-matemática de Newton, un sistema mecani­
cista, asol6 la onrología. En cada una de sus tres críticas desapa­
rece algo y
al final no queda nada. Cunningham, del grupo de
la
Radical Orthodoxy anglicana lo resume muy bien. En la
Critica de la razón pura, al esforzarse en decir algo acerca de la
verdad desaparece
el mundo, reducido a una mera apariencia.
En la Crítica de la razón prdctica desaparece el bien, quedando
sólo
el hacer actos buenos en abstracto. En la tercera, la Crítica
del juicio,
discute sobre lo bello y lo sublime y al final resulta
que lo bello s6lo
es algo subjetivo. Lo único que queda en la pri-
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mera Critica es la capacidad de "decir", en la segunda la capaci­
dad de "hacer" y en la tercera la capacidad de "ver". Al final no
se puede decir nada, ni se puede hacer nada, ni se puede ver
nada. Por supuesto, Kant no era nihilista. Sería muy inexacto,
absurdo e injusto acusarle de nihilista. Tampoco Einstein era un
relativista moral. Pero lo que quedó de Kant fue el formalismo,
al que se atuvieron sus sucesores neokantianos. La filosofía de
los valores apareció en
el seno del neokantismo. Era una mane­
ra de
poder hablar de la realidad en el vacío dejado por Kant. A
finales del siglo
XIX, Nietzsche, viendo venir la pleamar del nihi­
lismo
se aferró a lo que llamó los valores vitales, es decir, de la
vida,
que consideraba el hecho irrefutable. Los valores vitales
eran los únicos
que le parecían consistentes para poder salir del
vacío formalismo neokantiano o superarlo. Esto dio auge defi­
nitivamente a la filosofía de los valores. Max Weber ya se sintió
obligado a pedir que las ciencias sociales prescindiesen de valo­
raciones, la famosa Wertfrei, pero en conjunto, nadie le hizo
mucho caso. Y de la mano de la axiología las ciencias sociales y
los valores penetraron en
tromba en la filosofía. Max Scheler,
preocupado
por la "pérdida de la realidad" en el mundo de la
cultura, vio en ellos la posibilidad de contener
el derrumbe de
la civilización occidental, más concretamente el de la ética, y su
filosofía de los valores, que les daba un estatus objetivo, devino
popular. La fortaleció mucho
la axiología paralela de Nicolai
Hartman. De ella decía humorísticamente Martín Heidegger,
cuya filosofía tiene por lo menos el mérito de no dejarse avasa­
llar
por las ciencias sociales a cuya tendencia colectivista le viene
muy bien todo el tinglado de los valores, que era una astrono­
mía de los valores.
El caso
es que la axiología inundó el pensamiento filosófico.
Se reinterpretó incluso la historia de la filosofía en función de
los valores.
Hasta las ideas platónicas eran valores. El mismo
Dios, más
que una realidad de realidades es un valor, por
supuesto objetivo, porque vale. Y hay que reconocer que por lo
menos vale para quien decreta que le vale. Los estudiantes de
filosofía se atiborraron de valores. El influyente y
por lo demás
excelente manual de Johannes Hessen, una especie de vade-
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mécum filos6fico muy utilizado, explicaba toda la filosofía en
torno a los valores. Lo mismo la no menos excelente y aún
más difundida historia de la filosofía de Johannes Hirschberger.
El gran te6logo Romano Guardini contribuy6 a introducir los
valores
en la teología. Y el francés Jacques Maritain con su
"humanismo integral" contribuyo poderosamente a introducir
los valores para impulsar el "humanismo cristiano",
un humani­
tarismo. Los valores tienen mucha importancia en la ideolo­
gía humanitarista.
Ni el mismo Ortega, siempre ojo avizor, se
libr6 de caer en la trampa, como le reproch6 justamente Car!
Schmitt. Además, vino en ayuda de la axiología la sociología del
conocimiento, inventada
por Karl Mannheim. Todo el mundo
se dedicó a buscar valores por todas partes y sigue buscándolos.
Hay valores para todos los gustos. La misma contracultura, que
quisiera aniquilar todos los valores vigentes, postula en cambio
otros valores en nombre de la "autenticidad".
4. El constructivismo político y social, que viene de más
lejos, del contractualismo político de Hobbes, tuvo
mucho que
ver
en la difusi6n y el auge de los valores. Por lo pronto, prepa­
r6 el ambiente con su artificialismo. Hobbes implant6 en
el
mundo político el derecho político. Su primer libro se tituló
Elementos de Derecho Natural y Polftico. Luego apareció con la
revolución francesa
el derecho constitucional haciendo las veces
de derecho natural del
orden estatal, un orden artificial. El
Rechtsstaat de origen kantiano está en la misma línea. Poste­
riormente, Kelsen, que rechazaba expresamente el derecho
natural, al describir el Estado como Estado de Derecho Demo­
crático, postuló la idea de Constitución en general y la de cada
Estado concreto en particular como una especie de derecho
natural básico: todas las normas, leyes y reglas deben deducirse
de la Constituci6n. Pues se supone que la Constituci6n recoge
y plasma los valores fundamentales de la respectiva Naci6n;
es
decir, su ideología. Y para que no cupiese duda invent6 los
Tribunales Constitucionales, tribunales políticos con la misi6n
concreta de velar
por la defensa de los valores constitucionales.
Su teoría
pura del derecho era pura, justo porque la misión de
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~THOS Y VALORES: UNA VISIÓN DESDE LA POLÍTICA
la ciencia jurídica consiste en desarrollar los valores objetivos
supremos del grupo político según la Constitución.
¿Pero quien
determina estos valores? La oligarquía. La ley de hierro
de la oli­
garquía
es una ley inexorable y quienes hacen las Constituciones
son las oligarquías dominantes. Por supuesto,
me estoy refirien­
do a la clase de Constituciones
que inventó la revolución fran­
cesa, a las Constituciones del constitucionalismo. Constitucio­
nes ideológicas rodas ellas, puesto que son Constituciones del
Estado, del Estado-Nación. Y
por definición, el Estado-Nación
se rige por ideologías, al ser las ideologías de la voluntad gene­
ral o popular las que dirigen la ratio status
de la Nación como
titular de la soberanía.
No obstante, en puridad, la idea de
Constitución se refiere a los principios -que no son lo mismo
que los valores-de las Sociedades, no de los Estados: a los
principios o ideas fuerza que como resultado de su historia ins­
piran
el hhos de los pueblos, cuya dinámica es la tradición, por
supuesto como tradición creadora en el sentido por ejemplo de
Michael Polanyi. El Estado tiene que adecuarse a la Sociedad,
no la Sociedad al Estado. Esto es lo políticamente correcto y no
la eorrección política de moda que exige que la Sociedad se
adapte a la ideología que segregue en cada caso el estatismo.
5. La ética y la moral son
hoy un batiburrillo. Hay quiénes
postulan éticas máximas y éticas mínimas, como si la ética o la
moral fuesen cuestión de cantidad, de peso. Todas ellas mezclan
y confunden las virtudes con los valores, reduciendo la
virtud y
el bien a su valor, es decir a su utilidad. Así, la libertad, que es
un presupuesto., se reduce a un valor, como si fuese un bien. En
rigor,
sólo es un bien cuando falta; es este caso se echa de menos
por su utilidad, no porque sea buena en sí. La libertad no es ni
un bien ni un valor, sino un presupuesto de la condición humana
o si se quiere de la naturaleza humana: para bien o para mal, el
ser humano es ontológicarnente así, libre. Pero la idea de natu­
raleza humana ha sido destruida por lo que Steven Pinker llama
la Tabla Rasa (Locke, Rousseau,
el buen salvaje, el hombre
nuevo).
Ni siquiera la teología se libra de la servidumbre a los
valores cuando la religión
se separa de la fe. De ahí, por ejem-
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plo, el humanismo cristiano. Este extraño humanismo no sólo
reduce a Dios a un valor, el valor supremo, sino la figura de
Cristo a un sublime compendio de valores, a su humanidad,
prescindiendo de lo que más importa en Él, su divinidad. En
definitiva, poniendo la divinidad como un valor se distancia de
ella, pues, como decía
Hume refiriéndose a la razón: We never
do one step beyond ourselves.
Pero los valores tiene la ventaja de
que con ellos cabe toda suerte de componendas, empezando
porque a un valor se le puede oponer otro valor. No hay valor
sin contravalor;
da lo mismo que se distinga entre valores posi­
tivos y negativos; cuestión de gustos. Al final, para acabar las
disputas entre valores lo mejor
es afirmar que todo tiene valor,
que todo vale, que todo es igual y que todo da igual: todo lo que
hace o produce
el hombre tiene un valor. De ahí la transforma­
ción de la tolerancia, en sí misma una actitud normal, al menos
entre los miembros de la misma especie, en la virtud genérica de
la tolerancia ilimitada, la neutralidad total y absoluta como
expresión de una suerte de libertas indi/ferentiae perpetua.
A mi parecer, en último análisis, la causa del relativismo
moral
es la confusión de la libertad con un bien útil, un valor.
El punto fuerte de la ofensiva en marcha de la contracultura es
que parte de la libertad -la libertas indijferentiae--como pre­
supuesto,
no como un valor. Su punto débil es que en la prácti­
ca se confunde inevitablemente
con la independencia. Es decir,
al final la libertad se reduce a
un valor: al valor que confiere a la
independencia individual frente al colectivismo,
es decir, frente
al conformismo.
En fin, una de las tareas urgentes consiste probablemente en
de-construir a lo Derrida las pseudofilosofías o mitologías del
valor. Decía hace poco Robert Spaemann:
"Nadie con aspiracio­
nes intelectuales habla
ya del bien y del mal. Hoy día todo el mundo
habla de valores. Los partidos debaten sobre los valores fandamenta­
les. Las constituciones se conciben como ordenamientos de valores. Y
en todas partes se discute si vivimos en una época de decadencia de
valores o de transformación de valores. Las iglesias se presentan a la
sociedad menos con el propósito
de proclamar la voluntad de Dios y
de
dar testimonio de la resu"ección de los muertos que con la oforta
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:ÉTHOS Y VALORES: UNA VISIÓN DESDE LA POLÍTICA
de estabilizar la sociedad mediante la transmisión de valores y de
dar a
los jóvenes una orientación de valores. La OTAN, según el pri­
mer ministro inglés, ya no debe defender territorios sino valores. Estd
llamada a proteger la comunidad de valores occidental y desde hace
poco también a contribuir a su
difusión combativd'. ·
Hablar de valores s6lo puede tener sentido acaso en las cien­
cias sociales
como descriptores empíricos del hhos. En los demás
campos son perturbadores y destructivos. La política, presupo­
ne
el hhos: es la custodia de la manera de vivir (M. Oakeshott).
In politicis, los valores pueden ser útiles para conocer la realidad
social: la ciencia
como el espejo de la realidad (Hegel). Fuera de
eso, los valores son antipolíticos o instrumentos de la voluntad
de poder.
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