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Joseph Ratzinger: Verdad, valores y poder

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
me parece estimable aunque caiga a veces en las concesiones
que actualmente se hacen a posicionamientos pretendidamente
demócratas o liberales.
El
autor deja traslucir una simpatía, no exenta de admira­
ción, por este episodio de los "maquis" en el que se mezclan la
audacia, el valor y cierto aire romántico
con algunos detalles
bastante menos edificantes. Sin embargo resulta
una historia en
la que parece que el autor se esfuerza por ser imparcial en el
relato
de esta guerra, en el que ambos contendientes estuvieron
interesados en aplicarle sordina.
Hecho de menos un reflejo de la componente ideológica y
religiosa de esta lucha que no es más que una prolongación de
la Guerra Civil y que por parte de la población civil encontró
una oposición activa, particularmente en la Navarra fronteriza
con alta proporción de vascoparlantes, precisamente debido a
las firmes convicciones ideológicas y religiosas del pueblo.
ANTONIO DE MENDOZA CASAS
Joseph Ratzinger: VERDAD, VALORES
Y
PODER<'>
Esta breve y densa obra escrita por el entonces cardenal
Ratzinger, recoge tres discursos pronunciados entre 1991
y 1992
en diferentes lugares, el primero de ellos con motivo del ingreso
en la
Académie des Sciences Morales et Politiques. El nexo común
de estas conferencias está perfectamente reflejado en el título.
El
autor recoge la postura del reverenciado gurú de la filo­
sofía del derecho, Kelsen,
que se revela comentando el texto
evangélico sobre
el proceso contra Jesús ante Pilatos, en el que
éste le pregunta: ¿Qué es la verdad? La pregunta de Pilatos es, a
juicio
de Kelsen, expresión del necesario escepticismo del polí­
tico,
que obra como un perfecto demócrata confiando el pro­
blema de definir lo
que es justo a la mayoría, convirtiéndose en
figura emblemática de la democracia relativista.
(') Ed. Rirup (108 p,g.). M,drid. 2005.
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No sin razón el austriaco Kelsen es &uro del nihilismo que se
apoderó de un amplio espectro de la cultura alemana y rusa y favo­
reció la aparición del nacionalsocialismo, como se retrata en la cita,
que recoge
el autor, de Hermann Rauschning en 1938 (pág. 37):
"No ha habido ni hay un solo fin que el nacionalsocialismo no esté
dispuesto a perseguir o desdefiar por
mor del movimiento"
Donde Rauschning pone nacionalsocialismo, que es lo que le
preocupaba en aquellas fechas, igualmente se podría afiadir comu­
nismo y
me atrevería a decir que la mayoría de los partidos polí­
ticos; que
han asumido y difundido una mentalidad que ha gana­
do terreno y que podría resumirse en:
el fin justifica los medios.
De igual forma, estará justificada en el futuro un totalitaris­
mo, cuando
el desorden se apodere de la sociedad provocado por
una democracia relativista en el que la verdad y los valores carez­
can de sentido,
el mundo clamará por un orden a toda costa, pero
ese ¿orden? será arbitrario puesto que los que lo implanten no
tendrán un sistema de referencia como conciencia o de verdad.
"No sin razón los que persiguen el dominio totalitario provocan
la libertad individual desordenada y un estado de lucha de todos con­
tra todos para poder presentarse después con su orden como los ver­
daderos salvadores de
la humanidad" (pag. 82).
Ejemplo reciente que puede prefigurar nuestro futuro, es lo
que ha ocurrido en Nueva Orleáns durante las inundaciones
provocadas por el huracán, en donde una situación caótica,
provocada
en gran parte por un "estado de necesidad", propi­
ciaba la
adopción de medidas extremas, como la intervención
del ejército, que según las informaciones difundidas por los
medios de comunicación, había recibido la orden
de "tirar a
matar" contra los saqueadores, sin que afortunadamente pasara
de amenazas. Algo parecido podría decirse de recientes desor­
denes en Francia
-con posible contagio en al resto de Euro­
pa-en donde se decreta el "estado de emergenciá' para resol­
ver
una situación que es el resultado lógico de la mezcla explo­
siva
de inmigración desordenada unida al tratamiento del
colectivo de emigrantes como un subproletariado.
En contraposición a la postura de Kelsen, un hombre de conciencia es el que no compra tolerancia, bienestar, éxito,
reputación y aprobación pública renunciando a la verdad y de
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los que son ejemplo dos británicos: Tomás Moro y el cardenal
Newman (pág. 60).
El hilo argumental impecable, desemboca
en unas conclu­
siones resumidas en siete puntos, que se podrían sintetizar a su
vez
en que, no siendo el Estado fuente de verdad, su conoci­
miento ha de proceder de "fuera''y siendo la fe cristina la cultu­
ra más universal y racional esa función debe asumirla la Iglesia.
Ahora bien admitiendo la separación Iglesia-Estado, la mera
existencia de
un conjunto de valores externos al Estado pero asu­
midos
por él, implica de hecho una confesionalidad, y me atrevo
a decir que eso
es lo que implícitamente se concluye en la obra
resefiada. Desde luego
el tipo de confesionalidad es variado, tal
como ocurre y
en mayor medida ocurría en la práctica en EEUU
con un consenso de Valores e interpretaciones que proceden del
puritanismo protestante como dice Tocqueville, citado por nues­
tro actual Papa en la
página 38. De una manera más clara esto se
percibe en el Estado comunista, el islámico o incluso en el laico
de tintes
dogmdticos, y por eso el afán de los defensores de esta
última postura de destruir todo vestigio de religión cristiana y de
relativizar la verdad rebajándola a la
opini6n.
El planteamiento teórico de la democracia relativista, en el
que no existen principios éticos, sustituidos por disposiciones
legales sujetos permanentemente a cambio puede resumirse en
la
simpleza enunciada por Adolfo Suárez como Presidente de
Gobierno, creo que sin saber su alcance: "hay que hacer legal lo
que
es normal en la calle"; y a su vez lo que dice implícitamente
el político es: "yo defino y decido lo que es normal en la calle".
Sin embargo la implantación
de esa corrupción en las democra­
cias,
se ve agravado por una prdctica en la que ya no basta la ine­
xistencia de principios éticos sino que la mayoría es manipulada
mediante un proceso de prestidigitación, bastante burdo pero efi­
caz, en el que la oligarquía de un partido que se autoerige como
candidata, se presenta como si fuera la voluntad del partido y éste
a su vez
se presenta como la voluntad de los que le votan y una
vez alcanzada su cuota de poder actúan como si sus decisiones
-por supuesto no votadas y frecuentemente contrarias al pro­
grama electoral-fueran la voluntad del pueblo.
ANTONIO DE MENDOZA CASAS
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