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Número 455-456

Serie XLV

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La familia tiene una misión fundamental en la educación y en la formación en la Fe

LA FAMILIA TIENE UNA MISIÓN
FUNDAMENT AL EN LA EDUCACIÓN
Y EN LA FORMACIÓN EN LA FE
«E s importante consider ar ante todo la afirmación inicial, que da el
”tono y el sentido de nuestr a asamblea: «Jesús es el Señor». Ya la encon-
”tr amos en la solemne declar ación con la que concluye el discurso de San
”P edro en P entecostés, donde el primero de los A póstoles dijo: «Sepa, pues,
”con cer teza toda la casa de I srael que Dios ha constituido S eñor y Cristo
”a este Jesús a quien vo s o t ros habéis crucificado» (H c h . 2, 36). Es análo-
”ga la conclusión del gr an himno a Cristo contenido en la car ta de San
”P ablo a los Filipenses: «Toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para
”g l o ria de Dios P a d re» (Fl p.2, 11). También San P a b l o, en el saludo final
”de la primer a carta a los Corintios, exclama: «E l que no quiera al Señor,
”sea anatema. Marana tha , Ven, Se ñ o r» ( 1 C o.16, 22) , tra n s m i t i é n d o n o s
”así la antiquísima invocación en lengua aramea, de Jesús como S e ñ o r.
» S e podrían añadir otras citas: pienso en el capítulo 12 de la misma
”c a r ta a los Corintios, donde san P ablo dice: « Nadie puede decir ‘Jesús es
”S e ñ o r ’ sino con el Espíritu S a n t o» ( 1 C o .12, 3 ). Así declara que esta es la
”confesión fundamental de la Iglesia, guiada por el Espíritu S a n t o. Po d r í a m o s
”pensar también en el capítulo 10 de la carta a los Romanos, donde el A p ó s t o l
”dice: « Si confiesas con tu boca que Jesús es S e ñ o r. . .» ( R m . 10, 9), r e c o rd a n d o
”también a los cristianos de Roma que las palabras ‘ Jesús es el S e ñ o r’ cons-
”t i t u y en la confesión común de la Iglesia, el fundamento seguro de toda la
”vida de la Iglesia. A partir de esas palabras se ha desarrollado toda la confe-
”sión del Cr e d oapostólico, del Cr edo niceno. En otro pasaje de la primer a
”car ta a los Corintios san P ablo afirma también: « P ues aun cuando se les
”dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay
”multitud de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios,
”el P a d re, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo
”S e ñ o r , Je s u c r i s t o , por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotr o s»
”( 1 C o .8, 5-6).
» A sí desde el inicio, los discípulos r e c o n o c i e ron que Jesús resucitado es
363Verbo,núm. 455-456 (2007), 363-370.
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”n u e s t ro hermano en la humanidad y que también es totalmente uno con
”Dios; que con su venida al mundo, con toda su vida, con su muerte y su r e s u -
”r r ección, nos trajo a Dios, hizo presente a Dios en el mundo de modo nuevo
”y único; y que, por tanto, da sentido y esperanza a nuestra vida: en él encon-
”t r amos el v e r d a d e ro ro s t r o de Dios, que realmente necesitamos para vivir.
» E ducar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio quiere decir ayu-
”dar a nuestros hermanos, o mejor, ayudarnos mutuamente a establecer una
”relación viva con Cristo y con el P a d re. Esta ha sido desde el inicio la tar e a
”fundamental de la iglesia, como comunidad de los cr e yentes, de los discípu-
”los y de los amigos de Jesús. La Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del E s p í r i t u
”S a n t o , es la compañía fiable en la que hemos sido engendrados y educados
”p a r a llegar a ser, en C r i s t o, hijos y her e d e ros de Dios. En ella recibimos al
”Espíritu, «que nos hace exclamar: ¡ Ab b á , Pa d r e ! » (c f. Rm. 8, 14-17).
» E n la homilía de San Agustín hemos escuchado que Dios no está lejos,
”que se ha hecho « c a m i n o» y que el « c a m i n o» mismo vino a nosotros. Dice:
”«Levántate, per e z o s o, y comienza a caminar». Comenzar a caminar quiere
”decir emprender el « c a m i n o» que es Cristo mismo en compañía de los cr e -
”yentes; quiere decir caminar ayudándonos los unos a los otros a ser r e a l m e n -
”te amigos de Jesucristo e hijos de Dios. »Como nos enseña la experiencia diaria –lo sabemos todos –, educar en l a
”fe hoy no es una empresa fácil. En realidad, hoy cualquier labor de educa-
”ción parece cada vez más ardua y precaria. Por eso, se habla de una gr a n
”«emergencia educativa», de la creciente dificultad que se encuentra para
”t r ansmitir a las nuevas generaciones los v a l o res fundamentales de la existen-
”cia y de un correcto compor t a m i e n t o, dificultad que existe tanto en la escue-
”la como en la familia, y se puede decir que en todos los demás organismos
”que tienen finalidades educativ a s .
» P odemos añadir que se trata de una emergencia inevitable: en una
”sociedad y en una cultura que con demasiada frecuencia tienen el r e l a t i v i s -
”mo como su propio credo –el relativismo se ha conv e rtido en una especie de
”dogma–, falta la luz de la v e rdad, más aún, se considera peligroso hablar de
”v e rdad, se considera « a u t o r i t a r i o», y se acaba por dudar de la bondad de la
”vida –¿es un bien ser hombre?, ¿es un bien vivir?– y de la validez de las r e l a -
”ciones y de los compromisos que constituyen la vida. » Entonces, ¿cómo proponer a los más jóvenes y transmitir de gener a c i ó n
”en generación algo válido y cier t o, reglas de vida, un auténtico sentido y obje-
”t i v os convincentes para la existencia humana, sea como personas sea como
”comunidades?. Por eso, por lo general, la educación tiende a reducirse a la
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”t ransmisión de determinadas habilidades o capacidades de hacer, mientras se
”busca satisfacer el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas
”de objetos de consumo y de gratificaciones efímer a s .
» A sí, tanto los padres como los pr o f e s o res sienten fácilmente la tentación
”de abdicar de sus tareas educativas y de no comprender ya ni siquiera cuál es
”su papel, o mejor, la misión que les ha sido encomendada. P e ro pr e c i s a m e n -
”te así no ofrecemos a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que tenemos
”obligación de tr a n s m i t i rles. Con respecto a ellos somos deudores también de
”los v e r d a d e r os va l o r es que dan fundamento a la vida.
» P e ro esta situación evidentemente no satisface, no puede satisfacer, por-
”que deja de lado la finalidad esencial de la educación, que es la for m a c i ó n
”de la persona a fin de capacitarla para vicir con plenitud y aportar su con-
”tribución al bien de la comunidad. Por eso, en muchas partes se plantea la
”exigencia de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad
”de educadores que lo sean realmente. Lo reclaman los padres, preocupados y
”a menudo angustiados por el futuro de sus hijos; lo reclaman tantos pr o f e s o -
”res que viven la triste experiencia de la degradación de sus escuelas; lo r e c l a -
”ma la sociedad en su conjunto, en Italia y en muchas otras naciones, por q u e
”ve cómo a causa de la crisis de la educación se ponen en peligro las bases mi s -
”mas de la conviv e n c i a .
» E n ese contexto, el compromiso de la Iglesia de educar en la fe, en el
”seguimiento y en el testimonio del Señor Jesús asume, más que nunca, tam-
”bién el valor de una contribución para hacer que la sociedad en que vivimos
”salga de la crisis educativa que la aflige, poniendo un dique a la descon-
”fianza y al extraño «odio de sí misma» que parece haberse conv e rtido en una
”c a r acterística de nuestra civilización.
» A h o r a bien, todo esto no disminuye la dificultad que encontramos para
”l l e v ar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes a encontrase con Cristo y
”a entablar con él una relación dur a d e ra y profunda. Sin embargo, pr e c i s a -
”mente este es el desafío decisivo para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cris-
”t i a n i s m o , y por tanto es una prioridad esencial de nuestro trabajo pastor a l :
”a c e r car a Cristo y al P a d re a la nueva generación, que vive en un mundo en
”g r an parte alejado de Dios.
» Q ueridos hermanos y hermanas, debemos ser siempre conscientes de que
”no podemos realizar esa obra con nuestras fuerzas, sino sólo con el poder del
”Espíritu S a n t o. Son necesarias la luz y la gracia que proceden de Dios y ac-
”túan en lo más íntimo de los cor a zones y de las conciencias. Así pues, para la
”educación y la formación cristiana son decisivas ante todo la oración y nues-
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”t ra amistad personal con Jesús, pues sólo quien conoce y ama a J e s u c r i s t o
”puede introducir a sus hermanos en una relación vital con él.
» Impulsado precisamente por esta necesidad pensé: sería útil escribir un
”l i b r o que ayude a conocer a Jesús. No olvidemos nunca las palabras de J e s ú s :
”«A v o s o t ros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi P a d re os
”lo he dado a conocer. No me habéis elegido v o s o t ros a mí, sino que yo os he
”elegido a v o s o t ros, os he destinado para que vayáis y deis f ru t o, y que vues-
”t r o fruto pe rm a n e zc a » ( J n . 15, 15-16). Por eso, nuestras comunidades sólo
”podrán trabajar con fruto y educar en la fe y en el seguimiento de Cristo si
”son ellas mismas auténticas « e s c u e l a s» de oración ( c f. Novo millennio
”i n e u n t e , 33), en las que se viva el primado de Dios.
» A demás, la educación, y especialmente la educación cristiana, es decir,
”la educación para forjar la propia vida según el modelo de Dios, que es amor
”(cf. 1 J n .4, 8. 16), necesita la cercanía propia del amor. Sobre todo hoy,
”cuando el aislamiento y la soledad son una condición generalizada, a la que
”en realidad no ponen remedio el ruido y el conformismo de g ru p o, re s u l t a
”d e c i s i v o el acompañamiento personal, queda a quien crece la certeza de ser
”a m a d o , comprendido y acogido.
» E n concr e t o, este acompañamiento debe llevar a palpar que nuestra fe
”no es algo del pasado, sino que puede vivirse hoy y que viviendola encontr a -
”mos realmente nuestro bien, Así, a los muchachos y los jóvenes se les puede
”ayudar a librarse de prejuicios generalizados y a darse cuenta de que el modo
”cristiano de vivir es realizable y r a zonable, más aún, el más r a zonable, con
”m u c h o .
» T oda la comunidad cristiana, en sus múltiples articulaciones y compo-
”nentes, está llamada a cumplir la gran tarea de llevar a las nuevas gener a -
”ciones al encuentro con Cristo; por tanto, en este ámbito debe expresarse y
”manifestarse con particular evidencia nuestra comunión con el Señor y entre
”n o s o t r os, nuestra disponibilidad y voluntad de trabajar juntos, de « f o rm a r
”una r e d», de colaborar todos con espíritu abierto y sincero, comenzando por
”la valiosa contribución de las mujeres y los hombres que han consagrado su
”vida a la adoración de Dios y a la intercesión de los he rm a n o s .
» S in embargo, es evidente que, en la educación y en la formación en la f e ,
”a la familia compete una misión propia y fundamental y una r e s p o n s a b i l i -
”dad primaria. En efecto, el niño que se asoma a la vida hace a través de sus
”p a d r es la primera y decisiva experiencia del amor, de un amor que en r e a l i -
”dad no es sólo humano, sino también un reflejo del amor que Dios siente por
”él. Por eso, entre la familia cristiana, pequeña «iglesia doméstica»
”(cf. Lumen gentium, 11), y la gran familia de la Iglesia debe desarr o l l a r s e
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”la colaboración más estrecha, ante todo en lo que atañe a la educación de los
”h i j o s .» Así pues, todo lo relacionado a lo largo de los tres años que nuestra pas-
”t o r al diocesana ha dedicado especificamente a la familia, no sólo se ha de
”c o n s i d e r ar como un fr u t o, sino que se ha de incrementar ulteriormente. P o r
”e j e m p l o , los intentos de implicar más a los padres e incluso a los padrinos y
”madrinas antes y después del bautismo, para ayudarles a entender y a cum-
”plir su misión de educadores de la fe, ya han dado resultados apreciables, y
”es preciso pr o s e g u i rlos, convirtiéndolos en patrimonio común de cada parr o -
”quia. Lo mismo vale para la participación de las familias en la catequesis y
”en todo el itinerario de iniciación cristiana de los niños y los adolescentes. » Desde luego, son muchas las familias que no están pr e p a radas para cum-
”plir esa tarea; y algunas parecen poco interesadas en la educación cristiana
”de sus hijos, o incluso son contrarias a ella: aquí se notan también las conse-
”cuencias de la crisis de tantos matrimonios. Con todo, r a ramente se encuen-
”t r an padres totalmente indiferentes con respecto a la formación humana y
”m o r al de sus hijos, y, por tanto no dispuestos a dejarse ayudar en una labor
”e d u c a t i v a que consideran cada vez más dificil.
» P or consiguiente, se abre un espacio de compromiso y de servicio para
”n u e s t r as parroquias, oratorios, grupos juveniles y, ante todo, para las mismas
”familias cristianas, llamadas a hacerse prójimo de otras familias a fin de sos-
”t e n e r las y asistirlas en la educación de los hijos, ayudándoles así a r e c u p e r a r
”el sentido y la finalidad de la vida de matrimonio. Pasemos ahora a otr o s
”sujetos de la educación en la fe. »A medida que los muchachos crecen, aumenta naturalmente en ellos el
”deseo de autonomía personal, que fácilmente, sobre todo en la adolescencia,
”se tr a n s f o r ma en un alejamiento crítico de la propia familia. Entonces r e s u l -
”ta especialmente importante la cercanía que puede garantizar el sacerdote, la
”religiosa, el catequista u otros educadores capaces de hacer concreto para el
”j o ven el r o s t ro amigo de la Iglesia y el amor de C r i s t o.
» P a r a que pr o d u zca efectos positivos dur a d e ros, nuestra cercanía debe ser
”consciente de que la relación educativa es un encuentro de libertades y que
”la misma educación cristiana es formación en la auténtica libertad. De
”h e c h o , no hay v e r d a d e ra propuesta educativa que no conduzca, de modo r e s -
”petuoso y amor o s o, a una decisión, y precisamente la propuesta cristiana
”interpela a fondo la libertad, invitandola a la fe y a la conv e r s i ó n .
»Como afirmé en la Asamblea eclesial de V e rona, «una educación v e r -
”d a d e r a debe suscitar la valentía de las decisiones definitivas, que hoy se con-
”s i d e r an un vínculo que limita nuestra libertad, pero que en realidad son
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”indispensables para cre c e ry alcanzar algo grande en la vida, especialmente
”p a r a que madure el amor en toda su belleza; por consiguiente, para dar
”consistencia y significado a nuestra liber t a d» (Di s c u r s odel 19 de octubre de
”2006: L’ O s s r va t o r e Romano, edición en lengua española, 27 de octubre d e
”2006, p. 10). »Los adolesceentes y los jóvenes, cuando se sienten respetados y tomados en
”serio en su libertad, a pesar de su inconstancia y fragilidad, se encuentr a n
”dispuestos a dejarse interpelar por propuestas exigentes; más aún, se sienten
”a t r aídos y a menudo fascinados por ellas. También quieren mostrar su gene-
”rosidad en la entrega a los grandes v a l o res perennes, que constituyen el fun-
”damento de la vida. » El auténtico educador también toma toma en serio la curiosidad inte-
”lectual que existe ya en los niños y con el paso de los años asume formas más
”conscientes. Con todo, el joven de hoy, estimulado y a menudo confundido
”por la multiplicidad de informaciones y por el contraste de ideas y de inter-
”p r etaciones que se le proponen continuamente, conserva dentro de sí una
”g r an necesidad de v e rdad; por tanto está abierto a J e s u c r i s t o, que, como nos
”r e c u e r da Te rtuliano (De virginibus v e l a n d i s ,I, 1), « a f i rmó que es la v e r -
”dad, no la costumbr e» .
» D ebemos esfo rz a rnos por responder a la demanda de v e rdad poniendo
”sin miedo la propuesta de la fe en confrontación con la razón de nuestro
”t i e m p o . Así ayudaremos a los jóvenes a ensanchar los horizontes de su inteli-
”gencia, abriéndose al misterio de Dios, en el cual se encuentra el sentido y la
”d i r ección de nuestra existencia, y superando los condicionamientos de una
”racionalidad que sólo se fía de lo que puede ser objeto de experimento y de
”c á l c u l o . Por tanto, es muy importante desarrollar lo que ya el año pasado lla-
”mamos la « p a s t o ral de la inteligencia».
»La labor educativa implica la libertad, pero también necesita autori-
”dad. Por eso, especialmente cuando se trata de educaren la fe, es central la
”f i g u r a del testigo y el papel del testimonio. El testimonio de Cristo no tr a s -
”mite sólo informaciones, sino que está comprometido personalmente con la
”v e rdad que propone, y con la coherencia de su vida resulta punto de r e f e r e n -
”cia digno de confianza. P e ro no remite a sí mismo, sino a Alguien que es infi-
”nitamente más grande que él, en quien ha puesto su confianza y cuya bon-
”dad fiable ha experimentado. » Por consiguiente, el auténtico educador cristiano es un testigo cuyo
”modelo es J e s u c r i s t o, el testigo del P a d re que no decía nada de sí mismo, sino
”que hablaba tal como el P a d re le había enseñado ( c f. Jn 8, 28). Esta r e l a -
”ción con Cristo y con el P a d re es para cada uno de nosotros, queridos her-
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”manos y hermanas, la condición fundamental para ser educadores eficaces en
”la fe.» Ac e rtadamente nuestra asamblea habla de educación no sólo en la fe y
”en el seguimiento, sino también en el testimonio del Señor Jesús. Por tanto,
”el testimonio activo de Cristo que se debe dar no sólo atañe a los sacer d o t e s ,
”a las religiosas y a los laicos que en nuestras comunidades desempeñan tare a s
”e d u c a t i v as, sino también a los mismos muchachos y jóvenes, y a todos los que
”son educados en la fe. »La conciencia de estar llamados a ser testigos de Cristo no es, por t a n t o,
”algo que se añade después, una consecuencia de algún modo externa a la for-
”mación cristiana, como por desgracia se ha pensado, sino al contr a r i o, es una
”dimensión intrínseca y esencial de la educación en la fe y en el seguimiento,
”del mismo modo que la Iglesia es misionera por su misma naturaleza ( c f. Ad
”g e n t e s , 2 ) .
» A sí pues, desde el inicio de la formación de los niños, para llegar, con un
”i t i n e r ario pr o g r e s i vo, a la formación permanente de los cristianos adultos, es
”necesario que arraiguen en el alma de los cr e yentes la voluntad y la convic-
”ción de que participan en la vocación misionera de la Iglesia, en todas las
”situaciones y circunstancias de su vida. No podemos guardar para nosotros la
”alegría de la fe; debemos difundirla y tr a n s m i t i rla, fortaleciendola así en
”n u e s t r o cora z ó n .
» S i la fe se tr a n s f o rma realmente en alegría por haber encontrado la v e r -
”dad y el amor, es inevitable sentir el deseo de tr a n s m i t i rla, de comunicar l a
”a los demás. Por aquí pasa, en gran medida, la nueva evangelización a la
”que nos llamó nuestro amado Papa Juan Pablo II. Una experiencia concr e -
”ta, que podrá hacer crecer en los jóvenes de las parroquias y de las div e r s a s
”asociaciones eclesiales la voluntad de testimoniar su fe, es la « Misión de los
”j ó v e n e s» que estáis proy e c t a n d o, después del feliz resultado de la gr a n
”« M isión ciudadana » .
»A la escuela católica corresponde una tarea muy importante en la edu-
”cación en la fe. En efecto, cumple su misión basándose en un proyecto edu-
”c a t i v o que pone en el centro el Evangelio y lo tiene como punto de r e f e r e n c i a
”d e c i s i v o para la formación de la persona y para toda la propuesta cultur a l .
”Por tanto, la escuela católica, en convencida colaboración con las familias y
”con la comunidad eclesial, trata de pr o m over la unidad entre la fe, la cultu-
”ra y la vida, que es objetivo fundamental de la educación cristiana.
» También las escuelas del E s t a d o, de formas y modos diversos, pueden ser
”sostenidas en su tarea educativa por la presencia de pr o f e s o res cre yentes –en
”primer lugar, pero no ex c l u s i vamente, los pr o f e s o res de religión católica– y
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”de alumnos cristianamente formados así como por la colaboración de
”muchas familias y por la misma comunidad cristiana.»La sana laicidad de la escuela, como de las demás instituciones del
”E s t a d o , no implica cerrarse a la Trascendencia y mantener una falsa neutr a -
”lidad respecto de los v a l o res morales que están en la base de una auténtica
”f o r mación de la persona. Lo mismo se puede decir, naturalmente, de las uni-
”versidades; y es un signo positivo que en Roma la pastoral universitaria haya
”podido desarrollarse en todos los ateneos, tanto entre los pr o f e s o res como entre
”los alumnos, y se esté llevando a cabo una fecunda colaboración entre las ins-
”tituciones académicas civiles y pontificias. » Hoy, más que en el pasado, la educación y la formación de la persona
”s u f r en la influencia de los mensajes y del clima generalizado que tr a s m i t e n
”los grandes medios de comunicación y que se inspiran en una mentalidad y
”c u l t u r a caracterizadas por el r e l a t i v i s m o, el consumismo y una falsa y des-
”t r u c t o r a exaltación, o mejor profanación del cuerpo y de la sexualidad. P o r
”e s o , precisamente por el gran « s í» que como cre yentes en Cristo decimos al
”h o m b r e amado por Dios, no podemos desinter e s a rnos de la orientación con-
”junta de la sociedad a la que pertenecemos, de las tendencias que la impul-
”san y de las influencias positivas o negativas que ejerce en la formación de las
”n u e v as gener a c i o n e s .
»La presencia misma de la comunidad de los cr e yentes, su compr o m i s o
”e d u c a t i v o y cultural, el mensaje de fe, de confianza y de amor que tr a s m i t e ,
”son en realidad un servicio inestimable al bien común y especialmente a los
”muchachos y jóvenes que se están formando y pr e p a rando para la vida.
BENEDICTOXVI: D icurso en la inauguración de los tra-
bajos de la Asamblea diocesana de Roma, lunes 11 de junio.
L’Osservator e Romano,edición semanal en lengua española,
año XXXIX, núm. 25 (2008), 22 de junio de 2007.
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