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El ideologismo evolucionista

Sólo unas líneas para explicar el sentido del dossier central de este número de Verbo. Al cumplirse los doscientos años del nacimiento de Charles Darwin y los ciento cincuenta de la publicación de su libro más famoso, El origen de las especies, nos ha parecido oportuno dedicar algunas páginas a repasar el significado de una obra que ha dejado tan honda huella. En este sentido hemos agavillado un conjunto de ensayos de una serie de especialistas, en su mayor medida ya colaboradores de nuestra revista y en otros casos que se asoman a ella por vez primera. Bienhallados y bienvenidos.

Abre el cuaderno un texto del catedrático de Física de la Universidad Autónoma de Madrid Julio Gonzalo, muy eficaz para introducir los grandes problemas que se abordan en las páginas siguientes y, en particular, por ofrecer un elenco de los casos más significativos que los tribunales de los Estados Unidos de América han fallado en relación con el grave asunto de la enseñanza del evolucionismo en las escuelas. Continúa con el artículo de Silvano Borruso, autor de un notable libro de divulgación crítica sobre el tema: El evolucionismo en apuro s (Criterio, Madrid, 2000). Borruso, ingeniero italiano que enseña en Kenia, y que ha redactado directamente el artículo (como el libro anterior) en castellano, ironiza sobre los fastos de las efemérides darwinianas e insiste en que la evolución es, en primer término, una hipótesis no comprobada experimentalmente y, además, en todo caso, compatible con la idea de un Dios creador y mediatamente ordenador, quizá por un acto único.

A partir de ahí Raúl Leguizamón, médico argentino, actualmente profesor en la Universidad Autónoma de Guadalajara (Méjico), encara directamente la que no duda en llamar “superstición darwinista”. Leguizamón es autor de cinco publicaciones previas en la misma dirección, todas editadas o reimpresas por los tipos de Nueva Hispanidad en Buenos Aires y de Folia Universitaria en Guadalajara: En torno al origen de la vida (1987), Fósiles polémicos (2002), Análisis crítico de la evolución biológica (2003), La ciencia contra la fe (2006) y El mono se convirtió en hombre (2006). A todos cuadra a la perfección el subtítulo que acompaña a La ciencia contra la fe, esto es, “reflexiones no académicas, heterodoxas, incrédulas y blasfemas sobre la relación entre la verdadera ciencia y la fe evolucionista”. A continuación recuperamos de quien fue nuestro distinguido y frecuente colaborador Julio Garrido, catedrático de cristalografía y numerario de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Hombre de variados saberes y de una gran bondad, el año 1982 aceptó la invitación de nuestro también querido amigo y colaborador el arquitecto argentino Patricio Randle, para redactar unas páginas sobre la tipología y las motivaciones de las actitudes frente al evolucionismo, que vieron la luz en el volumen colectivo Evolución y evolucionismo (Oikos, Buenos Aires, 1982). El inolvidable Julio Garrido, siguió con singular competencia a lo largo de muchos años el asunto de la evolución, dejándonos en ocasiones interesantísimas observaciones. Así, la difusión de la obra de réplica al famoso libro de Jacques Monod, Le hasard et la nécessité, que publicó su amigo Georges Salet bajo el título Hasard et certitude, luego traducido al castellano, y que difundió entre nosotros. Pueden verse, por ejemplo, en tal sentido las páginas tituladas “La evolución y la biología molecular” en el número 107-108 de Verbo, correspondiente a la serie del año 1982. Sirva también como recordatorio y homenaje a los maestros que ya no están con nosotros.

Finalmente, con autorización de su autor, el profesor y eurodiputado polaco Maciej Giertych, hemos traducido del inglés su muy incisivo texto La enseñanza de la evolución en las escuelas europeas (Estrasburgo, 2006). Por cierto, que Giertych cuenta en la carta que nos ha dirigido a sus amigos por Navidad algunas de sus reflexiones sobre la reunión del pasado mes de octubre de la Academia Pontificia de las Ciencias, “Visiones científicas sobre la evolución del universo y la vida”, a la que él consiguió acudir como observador, sin voz ni voto, y que aprovechó en cambio como ocasión de difundir entre los asistentes el opúsculo que ahora publicamos en castellano, así como para discutir privadamente con los participantes. Dice el profesor Giertych:

“Mis impresiones de esta extraordinaria experiencia son bastante desasosegantes. Todos los académicos son científicos del más alto nivel y las ponencias presentadas verdaderamente de gran calidad. Sin embargo, por desgracia, muchos de los académicos son ateos. El resto son partidarios de la teoría de la evolución, aunque admitan la posibilidad del influjo de Dios en su curso. En todas las discusiones que siguieron a las ponencias la principal confrontación fue entre ateos y teístas sobre si Dios es necesario o redundante para la explicación de los procesos de la evolución. Entre quienes hablaron y discutieron no hubo siquiera un crítico de la teoría de la evolución.

Los medios de comunicación no se mostraron precisamente felices por el hecho de que el discurso del Papa Benedicto XVI no expresara apoyo a la teoría de la evolución. En cambio dedicaron mucho espacio a la cálida bienvenida dada por el Papa al profesor Stephen W. Hawking y a la ponencia de éste. Hawking es un inválido en una silla de ruedas que habla a través de un sintetizador de voz. En su ponencia analizó el desarrollo del pensamiento humano sobre los orígenes del universo. Hawking considera que las preguntas sobre los orígenes son tan absurdas como interrogarse sobre el borde de la tierra asumiendo que es plana (…). Cree que es posible responder a preguntas como ‘¿Por qué estamos aquí?’ o ‘¿De dónde venimos?’ sin salir de las ciencias naturales. Su mensaje agnóstico se convirtió para los medios de comunicación en el principal mensaje de toda la reunión.

Muchas de las contribuciones trataron los procesos que conducen a la formación de las razas como escalones de la evolución. Sin embargo, las razas son genéticamente más pobres que las poblaciones de las que proceden. La evolución exige un aumento y no una pérdida de información genética. Reclama nuevas funciones y órganos. Ninguna de las comunicaciones presentadas mostró resultado alguno que apoyara el postulado evolucionista. Y, sin embargo, todas trataron la evolución como un paradigma incuestionable.

Desde el lado teísta la ponencia más interesante fue la defendida por el cardenal Christoph Schönborn, que no es miembro de la Academia, y que resumió las afirmaciones hechas por Benedicto XVI (y antes por el cardenal Ratzinger) sobre la evolución. En la discusión sucesiva Schönborn defendió con fuerza el pensamiento del Papa y el suyo propio respecto de que no debe recurrirse a Dios sólo para llenar los huecos del proceso evolutivo. Dirige la totalidad del desarrollo del mundo. En respuesta directa a la pregunta de si él cree en la evolución, Schönborn respondió que falta mucho para que la teoría resulte probada.

Sentado en silencio, en las pausas intenté discutir privadamente con los participantes de la sesión. No hubo en todo el congreso una sola ponencia crítica de la teoría de la evolución desde el punto de vista científico. Los presentes, sobre todo los jubilados, nunca habían oído hablar de investigación científica que contradijese la teoría de la evolución. Por culpa del maquillaje del grupo de oradores elegido para la reunión, tampoco la Iglesia oyó hablar de esta investigación.

Comprendo que la Iglesia quiera saber lo que propone el mundo de la ciencia y también lo que proponen los ateos. Pero organizando una reunión del modo como se hizo en el foro a que acabo de referirme, la Iglesia nunca tendrá el cuadro entero. Sólo oirá las voces de sus críticos (…), críticos que no recibirán respuesta de la que hubieran debido defenderse con argumentos científicos. Sólo recibirán una seguridad de que Dios tiene algo que hacer con el desarrollo del mundo, lo que resultará fácil de rechazar como una expresión despreciable de fundamentalismo religioso.

Por desgracia, para el próximo mes de marzo se está planeando por el Consejo Pontificio para la Cultura una sesión similar, que será igualmente dirigida por ateos y evolucionistas teístas (…)”.

Disculparán nuestros lectores que nos hayamos extendido traduciendo también del inglés los trozos principales de la carta del profesor Giertych, bien reveladora de la actitud abandonista que en asuntos culturales de gran trascendencia se vive en el interior de la Santa Iglesia, incluso en su vértice, cual es la Santa Sede. Paradójicamente cuando el creacionismo brota de nuevo con fuerza en ámbitos del protestantismo anglosajón. Pero no sólo de ello. Su importancia trasciende lo anterior, pues explica muy bien la repercusión no sólo científica sino ideológica del evolucionismo. Que es precisamente la razón que nos ha llevado a dedicar al tema parte importante de este número de Verbo. Pues su trascendencia, que no es discutible, es doble. Desde luego que, en primer lugar, en el estrictamente científico. Por eso los trabajos seleccionados se sitúan en buena parte en tal terreno de discusión. También, sin duda, en segundo término, desde el ángulo de la fe católica sobrenatural y su apoyatura cultural humana. Y son abundantes también las referencias que en tal sentido pueden hallarse.

Para concluir esta presentación quisiera en cambio desarrollar algo más este último aspecto. Julio Garrido en el ensayo que reproducimos recuerda que el evolucionismo constituye una idea fundamental en el panorama intelectual contemporáneo, que aunque tiene sus raíces en la teoría de la evolución biológica rebasa su ámbito para invadir los de la sociología, la política y la religión. De algún modo alcanza una dimensión totalizadora, de visión del mundo, de matriz esencialmente ideológica y anticristiana. Por eso, como destaca Si l vano Borruso en su contribución, el segundo centenario de Darwin es más motivo de celebración que ocasión de discusión. Por eso también puede Raúl Leguizamón concluir la suya lapidariamente: “Desde el punto de vista científico, el triunfo del darwinismo ha significado la supremacía de la especulación fantasiosa sobre el rigor crítico y metodológico de la ciencia experimental, acostumbrando a las inteligencias a las brumas de la divagación irresponsable, cuando no al fraude liso y llano. Especulación que ha producido una visión totalmente falsa de la naturaleza y del hombre, la cual ha retardado en muchos casos el progreso de la ciencia, y que –mediante su inclusión obligatoria en los planes de estudio– se está utilizando lisa y llanamente para adoctrinar masivamente al público en una filosofía materialista”. Por eso, finalmente, los problemas que levantan los textos de Julio Gonzalo y, sobre todo, de Maciej Gie rtych.

Escribe Chesterton en Ortodoxia: “It has the same strange method of the reverent sceptic. It discredits supernatural stories that have some foundation, simply by telling natural stories that have no foundation. Because we cannot believe in what a saint did, we are to pretend that we know exactly what he felt”. El autor inglés hoy de nuevo de moda (lo que es de celebrar por los tesoros que esconde, aunque no lo sean las razones de quienes están detrás del revival) escribe en el texto citado a propósito de la hermenéutica histórica, pues se refiere al libro de Anatole France sobre Juana de Arco, que parangona con la Vida de Jesús de Renan, aunque como es obvio permite fácilmente su traslación al racionalismo en la interpretación de las Escrituras. Pero si lo he traído a colación al final de estas líneas es porque me parece que encaja igualmente de modo admirable con el asunto de la evolución. Que sigue un método de escepticismo re ve rente. Y que desacredita relatos sobrenaturales que tienen algún fundamento con otros naturales que carecen de todo fundamento. He ahí la síntesis admirable de la ideología evolucionista, de la superstición evolucionista. Ha sido un ariete contra la fe de la Iglesia y contra la misma Iglesia. Por eso fueron los impíos y los anticristianos quienes dieron a Darwin la caja de resonancia. Durante ciento cincuenta años. El doctor Alberto Ruiz de Galarreta, uno de nuestros colaboradores más constantes desde la fundación de Verbo, a quien se debe la idea de publicar estas páginas y que debiera haber redactado esta introducción (si no la ha hecho es por una leve indisposición), con el gracejo y la profundidad que le caracterizan ha contado en una carta al director de ABC cómo asistió a inicios del curso 1939-1940, a un acto en el que se quitó la lápida de mármol con la efigie de Darwin en bronce que adornaba los muros de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia. El catedrático Barcia Goyanes, una de las figuras más señaladas a la sazón del mundo católico, habló a los reunidos explicando la retirada porque Darwin ni era valenciano, ni español, ni médico ni había trabajado por los enfermos. La lápida había sido puesta a principios del siglo XX, en coincidencia con el centenario de la publicación de El origen de las especies, ahora hace un siglo, en 1909, fruto de la presión del blasquismo anticlerical. Su retirada, al fin de la guerra de España, de neto signo religioso, también tiene a la Iglesia en su origen. Esa es la mejor síntesis.