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Tipología y motivaciones de las actitudes frente al evolucionismo

 No es posible negar que el evolucionismo es una idea fundamental en el panorama intelectual contemporáneo. Tiene sus raíces en la teoría de la evolución biológica, que tomó forma en las famosas obras de Carlos Darwin. La idea del evolucionismo rebasa actualmente el dominio de la biología para invadir la sociología, la política y hasta conceptos fundamentales de la visión del mundo.

Ante todo hay que ponerse de acuerdo sobre la terminología. La palabra evolución puede tener diferentes sentidos. Se ha definido como “transformaciones que hace pasar un agregado de lo homogéneo a lo heterogéneo”; así se opone a “disolución” o “involución” y conlleva la idea de jerarquización y progreso. También se refiere la evolución a una serie de transformaciones sucesivas o cambios paulatinos, de lo que resulta que la evolución podría ser progresiva o regresiva.

En la naturaleza, la evolución es un hecho pues se habla con toda propiedad de evolución de un embrión en biología o de evolución de una enfermedad en medicina.

Muy distinto es el significado que se ha dado a la palabra evolucionismo. Todos los ismos se caracterizan por dar a una idea o noción, un carácter preponderante o exclusivista. El evolucionismo tal como se entiende ordinariamente es sinónimo de transformismo, de filiación de los seres vivos unos a partir de los otros, desde los más sencillos hasta el hombre.

En la mayoría de los casos esta idea se interpreta en el sentido de Darwin, según el cual la “selección natural”, “el triunfo de los más aptos”, sería el motor y la causa del progreso ascendente de la escala animal. Resulta así una incidencia evidente sobre la totalidad de las ciencias biológicas, y de allí sobre múltiples disciplinas y actitudes humanas.

Planteado el evolucionismo como una explicación completa de la naturaleza por medio únicamente de causas materiales, es normal que desvíe hacia el materialismo y de allí al ateísmo, pasando por el progresismo. Si se considera la audacia de querer explicar la complejidad de la naturaleza por una sola idea simple (y en realidad apriorística), es natural que hayan surgido diversidad de opiniones, matices, oposiciones o críticas de la idea evolucionista. De esto se deduce la importancia de analizar las diferentes actitudes frente al evolucionismo y detectar las motivaciones de la adopción de una u otra actitud.

Creemos interesante intentar establecer una tipología de las diferentes actitudes, pues el análisis de las causas de éstas ha de ser de suma utilidad para formar un juicio sobre el valor y significado de las diferentes opiniones.

En nuestro estudio queremos colocarnos en una posición neutral de modo que los seguidores de cada una de las aptitudes reseñadas puedan reconocerse, exentos de deformaciones o caricaturas (como se hace en muchas obras de polémica o de apologética). Para establecer nuestra tipología es obligado analizar los factores que intervienen en la adopción de una u otra opinión. Distinguimos cuatro categorías de factores:

a) Argumentos científicos obtenidos por las diferentes ciencias que estudian la naturaleza, y en particular los seres vivos: zoología, botánica, embriología, genética, ecología, paleontología.

b) Argumentos filosóficos: finalismo y azar, uniformitarismo, materialismo y

c) Factores religiosos: existencia y valor de otra fuente de conocimiento de los orígenes; es lo que los creyentes llaman la re velación.

d) Factores psicológicos y sentimentales: atracción o repulsión frente a las conclusiones del evolucionismo, presión propagandística, incidencias sociológicas y políticas.

Veamos por separado cada uno de estos factores.

 

Argumentos científicos

Tratándose de evolución biológica de una interpretación de hechos y realidades de la naturaleza, es evidente que los datos fundamentales, la base de cualquier interpretación ha de encontrarse en el estudio de las ciencias de la naturaleza. Sin embargo, antes de examinar los datos que nos suministran estas ciencias es necesario estudiar el valor y el grado de confianza que merecen las posibles interpretaciones de estos datos. Aquí nos encontramos con el primer escollo crítico, que ya de por sí puede ser origen de discrepancias entre las diferentes actitudes.

Para unos los argumentos científicos son los únicos que hay que tener en cuenta y todas las demás consideraciones deben de estar subordinadas a éstos. Para otros existen otras fuentes de conocimiento extracientíficas y los argumentos científicos deben estar sujetos a crítica.

Esta crítica se refiere particularmente a las limitaciones de las deducciones científicas. En efecto, los conocimientos científicos están limitados por consideraciones de escala espacial y temporal. El grado de seguridad del conocimiento está condicionado por las dimensiones espaciotemporales y su relación con nuestras posibilidades sensoriales y deductivas.

Cuando se requiere estudiar estructuras, propiedades y fenómenos que difieren mucho de las dimensiones de nuestro cuerpo se deben utilizar aparatos especiales, microscopios o telescopios. Para avanzar en el conocimiento de lo todavía más pequeño de lo que alcanzan nuestros instrumentos se utilizan deducciones tanto más fiables cuanto que las teorías empleadas sean más perfectas y los datos utilizados más precisos.

Algo análogo a lo que ocurre con las dimensiones espaciales se puede decir en lo referente a la dimensión temporal. Los fenómenos que se desarrollan en lapsos comprendidos entre unas décimas de segundo y algunos años se observan directamente. Para fenómenos que se desarrollan en tiempos muy cortos poseemos aparatos: por ejemplo, el cine ultrarrápido. Cuando son fenómenos muy lentos utilizamos aparatos registradores u observaciones a lo largo de un cierto tiempo. Para fenómenos y acontecimientos que rebasan las posibilidades de registro y análisis por aparatos debemos utilizar métodos deductivos más o menos seguros basados en analogías y datos diversos. Cuando se trata de acontecimientos a lo largo de un tiempo que rebasa las dimensiones de la vida del observador hay que tener en cuenta los datos obtenidos y transmitidos por otros observa dores inteligentes y fidedignos. Si no existen estos datos fidedignos se deben utilizar deducciones a partir de vestigios; deducciones tanto más sujetas a revisión o discusión cuanto que exista menos posibilidad de utilizar analogías con fenómenos y acontecimientos actuales bien conocidos. El caso límite de posibilidad de conocer acontecimientos pasados y futuros es el de la astronomía de posición por tratarse de fenómenos iterativos sometidos a leyes conocidas y sencillas. El caso en que las dificultades son mayo res es el de la pretensión de conocer los acontecimientos singulares que dieron origen a los seres existentes en la actualidad. Si no hay testigos fidedignos que nos hablen de este origen, las deducciones adquieren la mayoría de las veces el carácter de conjetura. En este dominio del conocimiento se encuentra la teoría de la evolución biológica. No es fácil encontrar analogías que permitan elevar estas conjeturas a la categoría de deducciones basadas en vestigios y en teorías que nos permitan elaborar un modelo más o menos probable. Pero en la mayor o menor probabilidad de estos modelos o hipótesis intervienen no pocos factores de índole filosófica, lo que nos lleva a considerar el segundo grupo de argumentos, los filosóficos.

 

Argumentos filosóficos

Que el evolucionismo tiene un profundo sentido filosófico no es necesario demostrarlo, no sólo porque aspira a dar una interpretación definitiva del origen y significado de la naturaleza, sino porque tiene repercusiones sobre muchas otras ideas históricas, sociológicas y hasta políticas y morales.

La idea del evolucionismo tomó cuerpo en Eu ropa durante el siglo XVIII en el seno de una corriente de pensamiento antitradicional (racionalista, liberalista, progresista y antirreligioso) que tuvo sus raíces en el iluminismo. Más adelante Lamarck y Erasmus Darwin introdujeron estas ideas en el campo de las ciencias naturales hasta que en 1859 fueron, en cierto modo, explicitadas y codificadas en El origen de las especies, de Charles Darwin. Es importante hacer notar las íntimas relaciones entre el evolucionismo y una visión del mundo esencialmente materialista. Hasta tal punto que los sistemas materialistas de los tiempos modernos, tales como el socialismo, el marxismo, el behaviourismo y hasta el psicoanálisis, buscan su base cientifica en el evolucionismo.

Son numerosos los autores que han hecho resaltar la importancia de las ideas y prejuicios filosóficos en el evolucionismo. El zoólogo alemán Oskar Kühn mantiene en su libro Das Deszendeuztheorie (1947) la tesis de que el verdadero fundamento del evolucionismo es una idea filosófica. Más modernamente, Wing Meng Ho demuestra en Methodological Issues in Evolutionary Theory (1965), una extensa y documentada tesis doctoral presentada ante la Universidad de Oxford, que los problemas sobre los orígenes están centrados y dependen de la filosofía de la ciencia o más bien de la filosofía o visión del mundo de los científicos.

No se puede negar que el evolucionismo tiene su origen y su fundamento en una visión naturalista y cientifista del mundo. Este hecho explica la popularidad que ha adquirido entre los científicos que por deformación profesional son llevados a considerar como única base del conocimiento los análisis de las ciencias positivas que estudian la naturaleza. La mayoría de los científicos actuales altamente especializados carecen de interés por los problemas filosóficos porque los desconocen o porque consideran que la actitud cientifista es la única posible. A pesar del poco interés que manifiestan los científicos hacia la filosofía, adoptan tesis filosóficas (la mayoría de las veces sin discusión y examen detallado) que tiene notable incidencia en las ideas evolucionistas. Se refieren estas tesis al uniformitarismo, al reduccionismo y al finalismo.

El uniformitarismo es premisa necesaria para toda teoría de la evolución. Admite el principio que la naturaleza opera siempre del mismo modo. Si las leyes y los procedimientos naturales cambiaran con el tiempo no se podrían edificar teorías sobre acontecimientos pretéritos por desconocerse las leyes que entonces regían.

El reduccionismo es la tendencia a explicar lo superior por lo inferior, lo complejo por lo sencillo. Choca esta tendencia con la complejidad de la naturaleza, con la existencia de niveles de jerarquía diferente en los seres. La consideración detallada de estos niveles hace aparecer como una utopía la reducción de todas las leyes a una o a un conjunto muy reducido de leyes a partir de la cual se derivarían todas las demás. Ya Auguste Comte, a pesar de su tendencia a explicar lo superior por lo inferior, no tuvo más remedio que admitir que a medida que se quieren explicar realidades más elevadas hay que introducir leyes nuevas dotadas de especificidad propia e irreducibles a las leyes inferiores.

Cuando se constituye una entidad, un ser de orden superior surge algo nuevo, de modo que el conjunto no es igual a la suma de las partes sino a éstas más aquello que da entidad (que es la forma, decían los escolásticos) del nuevo ser.

El reduccionismo es premisa de la mayoría de las teorías evolucionistas, es dogma obligado del materialismo.

Los atomistas griegos admitían que la realidad es el resultado de la acción de dos causas diferentes, el azar y la necesidad. No parece que los modernos evolucionistas hayan evolucionado demasiado filosóficamente, pues uno de los más conspicuos, premio Nobel por añadidura, considera estos dos factores como la panacea para explicar la complejidad de la naturaleza.

Esta visión, filosóficamente refutada mil veces, olvida la existencia de una tercera posibilidad: la intencionalidad.

Cuando hay intencionalidad existe finalismo. Los seres responden a un plan preestablecido, no son fruto de un accidente producido al azar. Los evolucionistas rechazan el finalismo porque los obliga a cuestionar el reduccionismo. Sin embargo, la consideración objetiva de los hechos biológicos los impele a reconocer su existencia, aunque, por pudor, lo califican con otro nombre: teleonomía, que expresa por su etimología exactamente la misma idea que finalismo.

El finalismo se expresa en el lenguaje moderno de la informática por la existencia de un programa y el azar por el ruido que tiende a perturbar el programa. Un programa no puede construirse por accidente y requiere un programador, cuya existencia horroriza a los materialistas ateos.

 

Factores y argumentos religiosos

La discusión y el examen de estos argumentos son delicados pues frente a ellos se encuentran posiciones, no sólo muy variadas, sino antagónicas y a menudo hostiles entre sí.

Para unos, los argumentos religiosos son solamente vestigios de viejas leyendas y de actitudes precientíficas que carecen de valor y no hacen más que perturbar los razonamientos y las deducciones basados en la observación y la experiencia.

Para otros, los argumentos religiosos aportan una nueva fuente de conocimiento sobre el pasado, sobre la visión del mundo y sobre los orígenes. Para éstos existe una revelación digna de crédito que aporta ideas verdaderas y fundamentales.

Dejando de lado aquellos que rechazan de plano los argumentos religiosos (pues por tratarse de una posición clara y perfectamente definida no posee matices dignos de discusión con respecto al problema que nos ocupa), nos encontramos con diversas modalidades de opiniones sobre el papel y la importancia de la revelación en el conocimiento e interpretación de la naturaleza.

Estas opiniones van desde la negación absoluta de todo valor de la revelación sobre cuestiones científicas (quedando relegada a cuestiones éticas y sobrenaturales), hasta la aceptación de los relatos de los libros sagrados en su sentido obvio y literal. Entre estas dos actitudes existen muchos términos intermedios.

No todos los creyentes están de acuerdo sobre el método que se debe utilizar para interpretar los libros sagrados. Los hay que creen que cada uno puede llevar a cabo esta interpretación, lo cual lleva consigo admitir que en aquéllos la verdad está suficientemente clara para que una persona normal pueda reconocerla. Otros consideran que la interpretación debe de ser llevada a cabo sólo por exégetas debidamente preparados y hasta necesariamente re vestidos de autoridad y garantía eclesial.

Para acabar de complicar este panorama complejo hay que señalar que no es raro encontrar opiniones que están influidas por la idea de dar un carácter apologético a las controversias sobre el evolucionismo, empleándolo contra la religión o utilizando el antievolucionismo contra la negación de la revelación.

 

Factores e influencias psicológicos

En el estudio de los diversos factores que contribuyen a definir las distintas actitudes frente al evolucionismo no se puede prescindir de las influencias más o menos subjetivas que llevan a experimentar cierta inclinación o simpatía frente a una u otra solución. Los hombres de ciencia, a pesar de sus pretensiones a la independencia y objetividad, están sujetos, como todos los demás mortales de la época actual, a la presión de la propaganda y a la influencia de ciertas personalidades encumbradas por los métodos de propaganda. Muy pocos científicos so capaces de reaccionar contra las presiones ideológicas que circulan insistentemente. La mayoría de los investigadores están polarizados por su especialidad y tienen poco tiempo y escasa preparación para abordar temas generales. Estas circunstancias tienen como consecuencia que son pocos los científicos capaces de tener ideas personales: sus opiniones carecen, las más de las veces, de valor.

Aquellos que tienen en su mano los medios propagandísticos (televisión, editoriales, dirección pedagógica) están a menudo fuertemente influidos por prejuicios filosóficos o políticos.

Es evidente que existe actualmente una fuerte presión propagandística en favor del evolucionismo, propaganda que presenta la evolución biológica como un hecho demostrado, de modo que aquellos que no tienen suficientes elementos de juicio y carecen de espíritu crítico tienen la sensación de no estar al tanto de la ciencia moderna si la rechazan.

El miedo a ser tildado de ignorante es una de las razones principales de la adhesión de muchos al evolucionismo.

Para algunos autores el evolucionismo tiene una base sentimental o estética. Un ejemplo muy característico es el del padre Burgounioux, que expresa en sus obras como leitmotiv “el sentimiento profundo de la unidad del mundo de los seres vivos”.

 

Tipología de las actitudes frente al evolucionismo

Los argumentos y factores que acabamos de enunciar se combinan de diferentes modos, dando origen a una extensa gama de actitudes frente al evolucionismo. Estas actitudes no dependen sólo de la posición adoptada en cada una de las categorías de argumentos, sino también muy principalmente de la importancia relativa que se atribuye a cada una de estas categorías.

El número de posiciones es muy grande: las hay bien fundadas y coherentes; otras encierran contradicciones internas o son puramente emocionales. Dejando a un lado estas últimas, es posible establecer una tipología de las actitudes más características, teniendo en cuenta que existen numerosas posiciones intermedias entre los diferentes tipos que vamos a reseñar. A veces hay posiciones intermedias entre las dispares e incompatibles porque en este terreno proteico no siempre imperan la seriedad y la lógica.

Podemos hacer una división en tipos o familias de pensamiento, tomando como carácter fundamental para establecer la clasificación la mayor o menor adhesión a la idea evolucionista; desde la adhesión absoluta al dogma de la evolución hasta el rechazo puro y simple de la idea de la evolución o transformismo biológico. En nuestra descripción no querríamos adoptar una actitud crítica y menos apologética en favor de ninguna de las diferentes posiciones. Después de enumerar las distintas actitudes, sólo indicaremos algunas conclusiones y apreciaciones personales sobre ciertos puntos que nos parecen bien establecidos. Distinguiremos en nuestra tipología las seis categorías siguientes:

  • Evolucionismo materialista.
  • Evolucionismo crítico.
  • Evolucionismos espirituales.
  • Concordismo evolucionista.
  • Concordismos concordistas.
  • Concordismo fundamentalista.

 

Evolucionismo materialista

Es esencialmente dogmático, sobre todo en su modalidad marxista. En este caso el evolucionismo resulta consecuencia obligada de los dogmas fundamentales de esta visión del mundo tales como la eternidad y la omnipotencia de la materia. Para explicar la variedad de los seres vivos no tiene más remedio que admitir la filiación de todos ellos a partir de formas sencillas de la vida, y la generación de éstas a partir de la materia inorgánica. Todo ello producido por leyes inherentes a la materia y el juego del azar.

Forma parte esta visión materialista y transformista de la biología de una filosofía totalitaria que tiene carácter oficial en numerosos países y es propaganda y difundida pertinazmente por todos los Estados modernos. Tiene la ventaja esta posición de ser una parte perfectamente coherente con una ideología simple y organizada para persuadir, no sólo a los jóvenes estudiantes sino también a los técnicos y científicos.

Resulta que todos los marxistas son necesariamente evolucionistas materialistas. La recíproca, sin embargo, no es cierta pues es evidente que no todos los evolucionistas materialistas son necesariamente marxistas.

Lo que parece, si no necesario, por lo menos muy frecuente, es que la fe en el materialismo, que es tan común en los hombres de ciencia, lleva fácilmente a la fe evolucionista enseguida que se intenta imaginar una explicación de la extensa y variada gama de seres que forman los reinos vegetal y animal.

La fe evolucionista puede tener también orígenes francamente políticos. La siguiente confesión del premio Nobel François Jacob en su reciente libro Evolution et Bricolage nos muestra claramente su influencia: En la visión tradicional, el universo era considerado como la obra de un divino creador por el cual todos los elementos habían sido creados para acomodarse entre sí de un modo armonioso. Era un modo de concebir el mundo que tenía importantes consecuencias políticas y sociales en cuanto legitimaba el orden y la jerarquía de la sociedad”. Este párrafo expresa de un modo claro el hecho de que los innovadores, los revolucionarios y los subversivos tienen muy frecuentemente una fe evolucionista basada en motivaciones sentimentales.

 

Evolucionismo crítico

No son raros, sin ser demasiado numerosos, los científicos que sin renegar abiertamente del evolucionismo reconocen sus puntos débiles y hasta sus incongruencias. Resulta así una segunda posición frente a las teorías transformistas. La actitud crítica que muchas veces por no tener la valentía de ir hasta el final de los razonamientos críticos, sigue declarándose evolucionista.

Es la posición que sustentó en 1967 la mayoría de los participantes del famoso simposio del prestigioso Wistar Institute de Filadelfia, cuyas críticas irrebatibles del darwinismo no son en el fondo más que argumentos contra el evolucionismo.

Es también la opinión de conocidos evolucionistas. Como ejemplo transcribiremos las afirmaciones de Emile Guyenot, que en su obra L’Origine des espèces (1965) dice textualmente: “En la evolución del mundo de los seres vivos se deben distinguir dos fases que tienen un grado de certeza muy distinto. Existe una evolución en superficie, que consiste en la diferenciación de las razas y de las especies, evolución calificada por Labbé, no sin cierto desprecio, de microevolución. Como ésta se realiza ante nuestros ojos, su existencia es cierta… Por otra parte, debe existir una evolución en profundidad capaz de realizar las diferenciaciones de los géneros, de las familias y de los órdenes, las clases y los tipos. Tal evolución pertenece al pasado y no se basa sobre ninguna prueba directa… Las grandes etapas de la evolución escapan completamente a nuestra investigación”.

Todavía más demostrativa es la posición del conocido biólogo francés Jean Rostand, que escribe: “El fenómeno de la evolución es increíble y sin embargo se debe creer. Tal como lo enseña la ciencia positiva, supera en fantasía todos los mitos creados por la imaginación humana”.

Más adelante dice: “Estamos obligados y como condenados a creer en la evolución; estamos todavía esperando una sugestión suficiente con respecto a las causas de transformación de las especies… quizás estemos ahora en una situación más difícil que en 1859, ya que después de haber buscado en vano durante un siglo tenemos un poco la impresión de haber agotado el campo de las hipótesis. La naturaleza viva aparece como todavía más estable, más fija, más rebelde a las transmutaciones de lo que parecía antes de haberse distinguido de un modo preciso entre variación hereditaria y variabilidad adquirida… El mundo postulado por el transformismo es un mundo mágico, fantasmagórico, surrealista… Estoy convencido que esta magia ha tenido lugar y ha precedido a la realidad tranquila que ahora observan los naturalistas”.

No se puede confesar más paladinamente y de modo más sincero el hecho de que muchos evolucionistas prefieren “acciones mágicas” a renunciar a sus prejuicios y mitos.

Algunos científicos, evolucionistas moderados, no niegan las dificultades del evolucionismo pero lo consideran sólo como una posible explicación científica de la variedad del mundo de los seres vivos; como hipótesis de trabajo útil para la investigación biológica.

Considerar el evolucionismo como una hipótesis de trabajo es la última oportunidad que se deja a los evolucionistas críticos para reivindicar la utilidad de esta teoría. En efecto, ésta ha contribuido durante algún tiempo a suscitar trabajos de taxonomía y de paleontología. Pero es justo reconocer que en muchos casos la tendencia a encontrar relaciones y a establecer filiaciones ha contribuido al desarrollo de interpretaciones forzadas y hasta de fraudes más o menos conscientes. De todos modos, parece que en el estado actual de la ciencia se han agotado las posibilidades de explicación científica del transformismo como motor de nuevas ideas biológicas y de nuevas investigaciones. Ahora es más bien la crítica del evolucionismo lo que puede contribuir a desarrollar nuevas ideas y nuevas investigaciones biológicas.

 

Evolucionismo espiritualista

Esta modalidad del evolucionismo se caracteriza porque abandona francamente el materialismo y considera que en la evolución han intervenido algunos agentes, principios o leyes superiores a la única acción de las propiedades ordinarias de la materia.

Decimos evolucionismos espiritualistas pues existen muchas modalidades de éstos, lo cual es indicio de la dificultad de llegar a establecer una teoría estable basada en premisas. Estas premisas son dos: por un lado la creencia de que la materia no constituye la única realidad y por otro la de que la evolución biológica es un hecho demostrado definitivamente.

Se diferencia esta modalidad del llamado concordismo, en que este último admite la existencia de otra fuente de información sobre los orígenes del mundo y de los seres vivos: la revelación.

En la extensa gama de actitudes que se pueden incluir en el evolucionismo espiritualista se pueden distinguir dos posiciones según que se admita o no la permanencia de las leyes de la naturaleza en el desarrollo del reino animal y del reino vegetal. En el primer caso se afirma que las leyes naturales, no se limitan a las físico-químicas y en el segundo se considera que las transformación de las especies se ha producido por intervenciones especiales de algún agente superior, fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza, llegando así a un verdadero transformismo creacionista que para ciertos autores se convierte en una creación evolutiva invirtiendo los términos del título de la célebre obra de Bergson La evolución creadora.

Para estudiar las diferentes actitudes de los evolucionismos espiritualistas preferimos considerar tres grupos: evolucionismo deísta mecanicista, evolucionismo espiritualista propiamente dicho y creacionismo evolutivo.

Los seguidores del evolucionismo deísta mecanicista admiten que existen leyes especiales que tienen como consecuencia el desarrollo de la evolución molecular y biológica. En todos ellos se admite la intervención de una “Idea” o “Inteligencia superior” que habría inculcado a la materia “en potencia” la posibilidad de evolucionar y de producir la enorme variedad de seres vivos que observamos. Esta posición tiene relaciones con lo que algunos autores han querido ver en las obras de ciertos Padres de la Iglesia (San Basilio, San Agustín…). Esta tendencia renuncia al reduccionismo y admite el finalismo. Es la posición de Lecomte De Nouy, que habla de una “telefinalidad”.

Los evolucionismos espiritualistas propiamente dichos difieren de la posición anterior en que las transformaciones de las especies se producirían por un principio espiritual (no siempre bien definido) y no por leyes. Para Bergson es lo que él llama el “Elan vital” que se ha dicho que sería un Dios especializado en la fabricación de seres vivos.

En Teilhard de Chardin, que tiene más de ensayista que de filósofo, la materia y la conciencia estarían asociadas íntimamente hasta formar dos aspectos de la misma realidad. Sobre esta idea con resabios panteístas edifica este padre jesuita sus edificios teológico-poéticos que tuvieron tanta popularidad en años pasados.

El creacionismo evolutivo es una variante del creacionismo; admite derogaciones de las leyes de la naturaleza cada vez que se producen transformaciones esenciales de una especie a otra.

Es admitido por contados autores salvo para explicar el origen animal del hombre.

 

Concordismo evolucionista

Cuando se introduce la re velación como fuente de conocimiento en el problema de los orígenes surge enseguida el problema del concordismo, o sea, la manera de poner de acuerdo dos fuentes de conocimiento tan dispares.

Los concordismos evolucionistas constituyen posiciones difíciles pues hacen necesario minimizar el valor informativo de las Sagradas Escrituras o abandonar el carácter universal de la evolución. Para muchos autores el transformismo y las Sagradas Escrituras son irreconciliables. Para llegar a un acuerdo entre estas dos fuentes de información hay que admitir que el sentido natural de los libros sagrados tiene un valor inferior a la información que se puede deducir a partir del estado actual de las conjeturas científicas.

 

Creacionismos concordistas

 Tienen de común estas posiciones el convencimiento de la realidad de la creación del mundo a partir de la nada por un acto libre de la voluntad de Dios, tal como es expresado en las Sagradas Escrituras. Esta convicción se trata de hacer concordar con los conocimientos científicos pero siempre supeditando éstos a la revelación.

Estas actitudes se sitúan en nuestro espectro tipológico entre el evolucionismo concordista, que minimiza la revelación, y el concordismo fundamentalista, que minimiza las conclusiones de la ciencia natural.

Ciertos autores creacionistas concordistas admiten que la creación de los seres vivos sólo se refiere a contadas especies básicas dotadas de potencialidades para desarrollarse por evolución o regresión y dar origen a la inmensa variedad de seres vivos. Si se considera que estas potencialidades se desarrollan continuamente a lo largo de toda la historia biológica, se cae en una posición vecina a la de lo que hemos llamado creacionismo evolutivo.

 

Concordismo fundamentalista

Ha sido durante muchos siglos la actitud oficial de la Iglesia Católica a través de los escritos escolásticos. Es interesante hacer notar que, a pesar de no considerarse de ningún modo la posibilidad de una evolución biológica, estos autores admitían como un hecho experimental la generación espontánea de muchos animales, entre ellos los ratones, que se desarrollarían a partir de elementos no vivos en determinadas condiciones.

Nadie pensaba en esta época que esta noción del paso de la materia inorgánica a la vida podía chocar con la interpretación literal de la Ceación según el Génesis. Tampoco parecía interferir con esta interpretación la variabilidad de las especies reconocidas ya por Maupertius y Buffon en el siglo XVIII.

Fue sólo más adelante cuando se quiso dar a estas variaciones un carácter universal y se fundó un evolucionismo agresivo francamente materialista, entonces los creyentes reaccionaron y se originaron largas y enconadas discusiones entre los evolucionistas y los creacionistas.

La lucha no ha terminado y se ha planteado con caracteres agudos, especialmente en los Estados Unidos cuando se ha introducido el evolucionismo como un hecho científico en los libros de texto de escuelas y liceos.

Se han planteado litigios jurídicos invocando hasta leyes constitucionales. Los fundamentalistas pretenden que por lo menos se consagre el mismo tiempo de clases a la teoría de la evolución que al creacionismo.

Para desarrollar este creacionismo científico se han creado dos institutos y se editan numerosas publicaciones, algunas ya traducidas al castellano.

La crítica del evolucionismo realizada por los fundamentalistas invade muchas veces el campo de las ciencias geológicas, especialmente la geocronología y la geofísica, poniendo en duda las dataciones absolutas y ciertas tesis de la sedimentología.

Como tesis extrema del concordismo fundamentalista citaremos por su importancia histórica la tesis de Orígenes (siglo III) que admitía que el mundo fue creado por Dios en la forma en que se encuentra actualmente.

En teoría podría haber sido creado el mundo con fósiles y todo. Si esto fuese el caso, todas las deducciones y conjeturas de la geología serían puras elucubraciones. Esta sería la tesis más extrema de oposición al cientificismo.

Con esto creemos que hemos dado una visión bastante completa del extenso abanico de opiniones sobre el evolucionismo. Nos queda ahora decir algunas palabras sobre ciertas obras poco difundidas de crítica de las teorías de la evolución en las que los autores no abogan por ninguna solución determinada y solamente se dedican a estudiar los puntos débiles de las teorías evolucionistas, llegando la mayoría de ellos a afirmar que el evolucionismo es imposible y constituye un mito.

El número de obras de esta tendencia es muy eleva d o. Desde los famosos tratados de anatomía comparada de Vialleton (1920) hasta la fecha, no han cesado de aparecer obras de esta tendencia, muchas de ellas firmadas por prestigiosos hombres de ciencia. Las t res más recientes utilizan argumentos basados en los recientes descubrimientos de la biología molecular. Se trata de las obras siguientes: Azar y certeza, de G. Salet, Madrid, 1976, Edit. Alhambra; Dopo Da rwin critica all’evoluzionismo, de G. Sermonti y R. Fondi, Milano, 1980, Edit. Rusconi, y Die Naturwissenschaften Kennen Keine Evolution, de A. E. Wilder Smith, Basel, 1980.

Estos autores no proponen ninguna solución, no se encuadran, por lo menos ostensiblemente, en ninguna de las categorías de nuestra tipología. Su labor de crítica no es negativa pues es gracias a las críticas que las ciencias progresan.

Para terminar, y para que en este trabajo no falten algunas opiniones personales del autor, me permitiré agregar algunas conclusiones a que he llegado después de bastante tiempo de estudiar estas cuestiones.

El origen de la acritud de las polémicas en torno al evolucionismo ha sido, a mi juicio, el hecho de que se ha querido convertir la evolución biológica en un arma contra la religión y un argumento en favor del materialismo.

Personalmente nos parece suficientemente demostrado que:

  • La inteligencia es anterior al mundo.
  • El evolucionismo reduccionista que prescinde de esta inteligencia resulta anticientífico.
  • El problema del origen de los seres vivos es sumamente complejo y lo más probable es que el proceso de la formación de las especies sea muy diferente de lo que podemos ahora imaginar.

Recordamos que problemas mucho más sencillos, como es el del origen del centenar de átomos que forman el mundo material, están rodeados de misterio. Las hipótesis simplistas como aquella de Prout –que quería hacer derivar todos los átomos de condensaciones del hidrógeno– han tenido que ser abandonadas. No es imaginable que se pueda llegar a explicar la enorme complejidad de varios millones de especies por medio de una idea simplista como es el progreso por evolución, por la acción únicamente de las leyes físico-químicas.