Índice de contenidos
Número 493-494
- Textos Pontificios
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Estudios
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Reflexiones no celebraciones. A los 150 de la unidad de Italia
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Examen crítico de «a la busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural»
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Revolución contra Dios y soledad del hombre
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Los caminos de la Fe. A propósito de un texto de Jacques Maritain
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A los XL años de la Representación política de José Pedro Galvão de Sousa
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- Notas
- Crónicas
- Información bibliográfica
Revolución contra Dios y soledad del hombre
1. Introducción
El libro de Eclesiastés[1] nos habla de la tragedia de la soledad humana, pero peor es la soledad causada por el alejamiento del hombre de Dios. A su vez cuando el hombre se aleja de Dios como consecuencia también se aleja de los otros hombres. Por eso en este artículo buscaré mostrar cómo la revolución contra Dios lleva al hombre a la soledad. A un aislamiento que es profundamente antinatural y opresivo, pues el hombre ha sido creado para amar a Dios y al prójimo como a sí mismo. Teniendo esa experiencia el hombre buscará liberarse de su trágica situación y podrá abrirse a la gracia de Dios que jamás le faltará. Ahí se encuentra una de nuestras esperanzas para que el ateo se convierta y para el bien de la sociedad.
El primer revolucionario fue el diablo y los que lo siguieron en su desafío radical a la verdad de Dios. Como consecuencia se inició la construcción de la desoladora Civitas diaboli. A través de él entran el desorden y el pecado en la creación, cuando él y una multitud de ángeles se transforman en permanentes rebeldes. Se niegan radicalmente a servir a Dios. Aunque tan pronto el diablo fue derrotado por el Arcángel San Miguel y los ángeles fieles, por un misterioso designio de la Providencia de Dios permite al diablo y a los otros espíritus rebeldes que sigan tentando al hombre hasta la segunda venida de Cristo. En el paraíso terrenal el enemigo del hombre persuade a nuestros primeros padres que se deben hacer plenamente autónomos, sugiriéndoles que serán “como dioses” y que podrán decidir a su voluntad las normas sobre el bien y el mal[2]. La rebelión del hombre contra Dios siempre ha tenido estas mismas características con el añadido de que muchos hombres modernos buscan negar su existencia. Todos los males que sufre el hombre son la consecuencia de esta rebelión originaria del hombre contra Dios, tanto la rebelión de la naturaleza física contra el hombre, ejemplificada en las tormentas y los terremotos, como los que derivan de la malicia de los hombres[3].
Una breve reflexión nos ayuda a comprender el sentido de esta acción permisiva de la Providencia. En primer lugar, porque Dios siempre respeta la libertad de sus criaturas racionales, pues de lo contrario actuaría en contra de la naturaleza que ha creado. Santo Tomás nos demuestra que la principal similitud del hombre a Dios consiste en que ha sido creado a imagen de la inteligencia y el libre albedrío de Dios[4]. Santo Tomás también nos explica, que nada impide que la naturaleza humana haya sido elevada después del pecado a un estado mejor. Dios permite que sucedan los males para sacar de ellos un bien mayor[5]. Como constata Job, “una milicia es la vida del hombre sobre la tierra”[6]. El hombre crece y alcanza su salvación aceptando que la vida es una lucha que puede llegar hasta el martirio, que es sin duda el camino que Cristo nos ha dejado, con el ejemplo de su vida, llena de ásperos conflictos con los que rechazaban su mensaje. Estas personas eventualmente lo llevaron a la muerte que Él acepta libremente como sacrificio expiatorio por todos nuestros pecados. Es parte de la naturaleza de nuestra permanencia en la tierra después de la entrada del mal en la creación, que la vida es una lucha, una lucha contra el mal que habita en nosotros y en la sociedad. Segundo, y más importante aún, la fe cristiana nos enseña la consoladora verdad de que la gracia que recibimos de Dios es más poderosa que todas las asechanzas del mal, y con su ayuda podremos vencer el mal en todas sus formas.
2. La rebelión contra Dios
Este proceso revolucionario fue bien descrito por el Venerable Pío XII en un discurso del 1952, donde muestra cómo en los últimos siglos se ha buscado una progresiva exclusión de Dios de la vida social, terminando con una negación explícita y militante de su existencia[7]. En vez de un modelo social inspirado en los planes de Dios, desde el periodo de la Ilustración se busca establecer la felicidad completa del hombre en la tierra, prometiéndoles a los “ciudadanos” una total felicidad en este mundo. Esta promesa realmente es una mentira diabólica pues nadie con un mínimo de sabiduría puede esperar más que una felicidad relativa y limitada en este mundo. Esta falsa promesa se debe ver en forma conjunta con el mito del progreso intra-mundano y secularizado de construir arcadias terrenas. Es sorprendente que después de las tragedias que el hombre ha sufrido en el siglo XX este mito continúe teniendo adeptos, pero uno de los aspectos de la ideología es ignorar la realidad objetiva de las cosas.
Desde hace más de dos siglos los ateos reunidos en diferentes organizaciones han tratado de demostrar que Dios no existe. No hace mucho tiempo una organización atea ha colocado en varios autobuses de Londres un anuncio que decía: “Probablemente Dios no existe – Ahora deja de preocuparte y disfruta de tu vida”[8]. Al contrario, lo que estoy tratando de demostrar es que el hombre sin Dios cae en la soledad, la angustia y la desesperación. Pues como nos recordaba Benedicto XVI, “sin Dios el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es”[9]. El rechazo de Dios tiene como resultado la negación de la religión. Debemos recordar que la etimología de la palabra religión, quiere decir unir, o vincular, el hombre y la divinidad[10]. Esta unión entre el hombre y la divinidad lleva consigo como lógica consecuencia que los hombres se unan en el culto de Dios, o sea que tenemos una unión compartida hacia arriba, en vez de ateísmo contemporáneo que introduce en la vida humana un “dogma ciego que la degrada y la entristece”[11].
La exclusión de Dios y de la religión de la sociedad se hace con un objetivo bien preciso, se busca destruir y desarraigar totalmente la fe. Se ha hablado de la ausencia de Dios o de la muerte de Dios en la sociedad contemporánea, pero debemos comprender que esta ausencia y esta muerte son planeadas por las fuerzas revolucionarias que desde el siglo XVIII desean imponer el ateísmo. Esto es así pues la religión como realidad social es un elemento fundamental para la trasmisión y el fortalecimiento de la fe. En la época contemporánea las instituciones públicas de la Europa occidental han tomado la decisión de limitar la libertad y de imponer una secularización de la sociedad para promover un modelo cultural dominado por la ausencia de valores (neutralismo) y el relativismo (pluralismo)[12]. El hecho de que una autoridad europea considere que una sociedad para ser democrática debe renunciar a su identidad religiosa ya lo había previsto Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus[13] hace casi veinte años como parte de la orientación sustancial de las democracias contemporáneas. Por lo que debemos comprender bien que el ateísmo, es el soporte y la base de la democracia contemporánea[14]. Como consecuencia de su posición dogmática esta ideología lleva a la negación de valores como algo obligatorio[15], que se debe imponer. Un ateísmo fundado sobre un subjetivismo que es una negación de la realidad, tanto de la natural como de la sobrenatural. Es una renovación del non serviam diabólico, de una rebelión contra el orden naturaleza y de la gracia, cuyo fruto envenenado es el cambio perpetuo, es decir la revolución permanente[16].
El laicismo contemporáneo se presenta como propugnador de las que llama “sociedades inclusivas” tolerantes y respetuosas de la diversidad y los derechos humanos y por ende se presenta como antidogmático y propugnador de un total pluralismo, pero en realidad puede ser profundamente dogmático y es capaz de utilizar toda clase de medios para imponer su ideología. Tratará de usar la persuasión y el influjo negativo que dan en las costumbres sociales todos los falsos atractivos de la sociedad de consumo, pero al final utilizará la fuerza contra los que se opongan a sus objetivos. El laicismo reivindica el papel de guardián de la tolerancia, pero en realidad en nombre de esa tolerancia quiere acallar la voz de la Iglesia, con el pretexto de que ésta sería “fundamentalista”, “intolerante”, “fanática” pero en realidad por el simple hecho de que anuncia un mensaje verdadero[17]. Más aún tenemos que considerar que la situación de pluralismo contradictorio que propugna el secularismo contemporáneo tiene similitudes con la situación vigente en el primer siglo de la Roma imperial. Los romanos admitían en su politeísmo a una multiplicidad de divinidades y cultos. Por lo tanto no habrían tenido inconveniente en aceptar la presencia del culto cristiano. Pero con la condición que los cristianos reconociesen por lo menos tácitamente el politeísmo y aceptasen el culto del Emperador como religión oficial. La democracia contemporánea tolerará en un futuro no muy lejano el ejercicio de la religión solo a las personas que acepten sus bases relativistas, y esto si es aceptado por los creyentes implica una apostasía y la desaparición de la religión. Por eso podemos comprender bien que el ateísmo y el totalitarismo forman una unidad indisoluble[18]. El ateísmo en su versión marxista presenta una interpretación absolutista de la historia a la cual nadie de debería oponer. El liberalismo socialista ateo que domina la mayoría de los países occidentales tiene también una visión absolutista en su negación de todos los valores permanentes y como hemos visto también es capaz de ser totalitario.
Debemos ser lógicos y comprender que el pluralismo contradictorio es un equilibrio precario y que nadie que tenga convicciones fuertes lo puede considerar una situación social que sea deseable en sí misma. Esta es una cuestión lógica antes que teológica. Acabamos de ver cómo tanto los marxistas como los liberales contemporáneos tienen visiones absolutistas de cómo organizar la sociedad, en consecuencia si deben coexistir en una sociedad su coexistencia será temporal hasta que uno de ellos pueda vencer al otro. Se ha dicho que nuestro periodo histórico, que algunos llaman post-moderno, se caracteriza por una pérdida de fuerza de las visiones ideológicas de cómo organizar la sociedad. Eso puede ser parcialmente cierto, pues ha disminuido la influencia que ejerce el marxismo, pero en realidad esa afirmación es una forma de esconder la preponderancia de la visión liberal socialista de la sociedad. El agnosticismo existencial que es parte de la pérdida de fe en las “grandes narraciones” en las que estaría incluido el cristianismo, le sirve de caldo de cultivo al liberalismo socialista de nuestros días. Un católico coherente no puede aceptar como principio estructurante de la sociedad el pluralismo contradictorio, lo podrá tolerar temporalmente, pero no puede vivir en paz, con el Señor y con sí mismo si no se empeña en compartir con todos los que lo rodean la perla de gran precio de la fe que el Señor le ha otorgado. Si no busca la instauración de una sociedad inspirada en los principios del Evangelio.
Las autoridades europeas buscan suprimir de los espacios públicos cualquier forma de manifestación religiosa. Buscan que la religión sea solamente una elección estrictamente privada que no se pueda manifestar públicamente. Este tipo de exclusión de la religión de los espacios públicos para reducirla a una existencia casi a nivel de catacumbas no es un fenómeno nuevo. Lo vemos en diversas persecuciones que la Iglesia ha sufrido en el pasado. Podemos citar el ejemplo de Méjico donde se prohíben toda clase de manifestaciones religiosas fuera de las iglesias y se sanciona con una multa a los religiosos que usan sus hábitos en lugares públicos. Lo que es paradójico en nuestros tiempos es que en muchos lugares los religiosos por su propia voluntad han dejado de usar sus hábitos en lugares públicos, como si hubiesen renunciado a dar un testimonio público de la Fe[19].
Nos podemos preguntar cómo es posible que una sociedad que tenga como elementos fundacionales la ausencia de principios pueda perdurar. La persona individual es vista dentro de esta concepción liberal en forma atomística, como un individuo que se auto-establece los fines propios y por ende escoge en forma arbitraria el “bien” que le parece. Busca liberase utópicamente de su propia realidad y del señorío de Dios[20]. Un ejemplo de este intento de liberarse de la propia realidad lo vemos en la ideología del género donde se postula que una persona es libre de escoger su orientación sexual independientemente de la realidad de su cuerpo[21]. Pero hay algo mucho más grave aún, esta sociedad laicista habla constantemente de derechos humanos, incluso se acuñan derechos artificiales que son contrarios a la naturaleza humana, pero trata de conculcar el principal de los derechos humanos que es el de buscar la verdad y servirla, de fundamentar en ella su vida y el rumbo permanente del camino del hombre en la tierra[22]. Se habla con razón de que el derecho primario es el derecho a la vida, pues es el fundamento y la precondición del disfrute de todos los demás, pero nos podemos preguntar a qué sirve la vida si está separada de la búsqueda del camino hacia Dios que es lo único que la da un recto sentido a la existencia. Una vida que se cierre a Dios está destinada a la tragedia final de la muerte eterna y por ende a la peor de las soledades. A una persona que tome esta trágica determinación le podemos aplicar el mismo juicio que hace Jesús de Judas Iscariote, “¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!”[23].
Una sociedad organizada de esta forma no puede tener buen final, pues, a mediano o largo plazo, lo que va contra la ley natural y los planes de Dios no pueden perpetuarse. Este tipo de sociedades carecen de un denominador común que les sirva de base y sobre el que se pueda establecer un mínimo de auténtico consenso social. Como ve remos más adelante ese consenso se hace hacia abajo, hacia el goce de lo material. Pero como el hombre por su naturaleza espiritual no puede vivir sin una referencia a principios permanentes, se busca por intermedio de diversas formas de ingeniería social presentar justificaciones virtuosas y aun religiosas para las acciones más abominables. Como por ejemplo, buscarle justificaciones religiosas al aborto. Como enseñaba Aristóteles el fin último de la comunidad política es vivir virtuosamente[24], sobre la base de una norma objetiva y externa al hombre. El hombre que así vive, explica Santo Tomás de Aquino, está ordenado a un fin superior que consiste en el gozo de Dios. Es necesario que el fin de la comunidad política coincida con el fin de las personas particulares. Por lo que el fin más alto del grupo reunido en sociedad es vivir virtuosamente con el objetivo de llegar al gozo de Dios[25]. Pero la función de llevar a los hombres a gozar de la visión de Dios no es competencia del poder político, sino de la Iglesia[26].
3. Pérdida de la identidad religiosa
¿Qué significa la pérdida de la identidad religiosa de una sociedad? Tenemos que tener presente que sin religión –religación a un orden trascendente– no surge un pueblo ni una cultura histórica del tribalismo primitivo[27]. Juan Pablo II, señalaba con preocupación en Eu ropa “la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia. Por eso no han de sorprender demasiado los intentos de dar a Europa una identidad que excluye su herencia religiosa y, en particular, su arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos que la conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del cristianismo”[28].
Una de las consecuencias del pensamiento liberal es que si bien se reconoce el derecho individual a ejercer la religión, este derecho se le niega a la sociedad constituida en una nación y a las sociedades intermedias de carácter público. Debemos ser conscientes de que el ejercicio individual de la religión con el paso del tiempo es cada vez más amenazado sobre todo en las sociedades democráticas. Esto sucede porque en nombre de falsos derechos de determinadas categorías de personas se trata de recortar a la Iglesia el derecho de proclamar la verdad del Evangelio en su totalidad[29]. Se reconoce que las naciones tienen el legítimo derecho de transmitir a las futuras generaciones su identidad cultural, lingüística, étnica incluso ecológica, pero nadie admite que las sociedades puedan proteger y transmitir su identidad religiosa que es una de las partes más profundas de su identidad nacional. Si se niega a reconocer el derecho de las naciones para proteger su identidad religiosa, se está atacando también a su identidad cultural, porque la religión es un elemento fundamental de la cultura. Una nación que es mutilada de su religión está siendo herida gravemente en su cultura y, como resultado esta nación pierde seriamente su capacidad para reunir en forma orgánica a sus miembros.
El largo proceso de secularización que ha sufrido nuestra sociedad lleva a diversas consecuencias. En primer lugar, se establecen sociedades que institucionalmente son contrarias al derecho natural y a los planes de Dios. Desde un punto de vista estrictamente teológico Dios le puede quitar su gracia y su auxilio a un hombre o a una sociedad que lo rechazan[30]. De una sociedad que se aleja de Dios se puede afirmar en forma concomitante que de ella también Dios se aleja. El hombre que por fuerza debido a su naturaleza social debe vivir en esas sociedades sufre el grave riesgo de ser corrompido o en cierta medida influenciado por esas sociedades. Este riesgo se convierte en algo muy real cuando la educación de los jóvenes es controlada por el Estado. En la enseñanza controlada por el Estado se habla de presentar los conocimientos con una total neutralidad ideológica. Pero sabemos bien que eso es un engaño pues la neutralidad filosófica no es posible. Lo que se busca formar a los niños y jóvenes en una visión agnóstica y materialista de la realidad bajo el pretexto de la neutralidad. La educación estatal obligatoria y uniforme no solo es una agresión al derecho de los padres, pero se hace con el objetivo de separarlos de ellos si estos buscan trasmitir a sus hijos el patrimonio de la fe. Tenemos aún la situación más grave cuando se imponen materias de estudio que constituyen un ataque frontal contra la fe. La comunidad política podrá exigir que los jóvenes reciban un determinado nivel de instrucción, pero no tiene derecho a imponer una uniformidad de textos que normalmente serán utilizados como vehículos para la transmisión de su ideología. Como consecuencia de esta y de otras formas de deformación ideológica muchos cristianos que viven en sociedades liberales aceptan muchos de sus principios sin darse plenamente cuenta que son contrarios a la fe.
En segundo lugar, un subjetivismo total sobre la naturaleza de Dios. Este problema tiene su origen en la revuelta protestante, que supone que la conciencia individual puede conocer auténticamente la verdad revelada, dejando de lado la necesaria guía de la Iglesia fundada por Cristo como el guardián de la verdad objetiva en el camino a la salvación. Esto lleva a algunos a fabricar un dios a su propia medida, que es una proyección de sí mismos que se convierte en un ídolo, pues es un dios hecho por manos humanas. Este subjetivismo lleva al ateísmo, por múltiples razones; si el hombre actúa con honestidad con respecto de sí mismo se da cuenta que su dios no es un ente real sino una mera proyección de sus deseos más altos y por ende un ente de razón y como consecuencia un ente que no existente. También es una divinización de su propio “yo”. Cono señalaba Marcel De Corte: “Desde que el hombre abandona el camino austero del realismo y de la objetividad que conduce a Dios, nada tendrá ante sí más que a él mismo: el puro sujeto que quiere ser, el yo que se erige en fin supremo de todos sus actos, el yo que será necesario divinizar”[31].
Dentro de este subjetivismo, “hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio”[32]. Es compresible, por ejemplo, que algunos rechacen el dios presentado por Calvino, que es un dios que “no es digno de ser adorado”[33]. El dios que rechazaba Sastre no era por cierto el Dios cristiano pero una especie de superhombre que trataría al hombre como un objeto, como un mero producto suyo[34]. O sea, que lo que muchos rechazan es una caricatura de Dios que nada tiene que ver con la realidad auténtica de Dios en sus atributos fundamentales de Creador del mundo y Padre de los hombres: garante supremo del bien y del mal, de lo que es verdadero y de lo que es falso[35].
Cuando el hombre busca liberarse de cualquier dominación externa a sí mismo, llega a lo que piensa que es un paso a la madurez, a una edad adulta que identifica como una negación de cualquier tipo de dependencia, y como consecuencia a cualquier tipo de norma trascendente[36]. En algunos ateos se puede ver una voluntad expresa de que no exista Dios para no estar sometidos a Él, lo que es claramente un eco de la revuelta demoníaca contra Dios. Por el contrario, el católico afirma con fuerza su total dependencia de Dios y del constante magisterio de la Iglesia. En esta afirmación de dependencia el cristiano reafirma su condición de criatura y la virtud tan específicamente cristiana y realista de la humildad. También vemos un ateísmo práctico, cuando las personas viven como si Dios no existiera, aunque nominalmente se reconozca su existencia. La realidad de Dios se elude, como algo que es carente de sentido existencial[37]. Siempre ha habido hombres, incluso en momentos en que la fe se encarna con firmeza en la sociedad, que vivieron de esta manera, pero hoy esto es un problema frecuente. El agnosticismo de otros es el resultado de una total indiferencia a la existencia de Dios.
La doctrina católica sobre el modo de organizar la sociedad es un corolario del dogma cristiano sobre el lugar del hombre en el universo[38]. Por lo tanto un rechazo del dogma cristiano es un camino hacia el caos personal y social. Muchos dirán que si el hombre sigue la ley natural que se inserta en su ser la sociedad puede vivir en un cierto grado de orden, pero lo que pasa en el mundo de hoy es que, con el rechazo de Dios, también se rechaza la ley natural, porque se niega la existencia de normas objetivas y externas al hombre que puedan tener autoridad sobre él.
4. La incomunicación en una sociedad que se niega a tener valores objetivos
Si el hombre trata de vivir sin principios objetivos o con una total indiferencia hacia ellos está dominado por su subjetividad. El que adopta la posición subjetivista y relativista de que nadie puede conocer una verdad objetiva válida para todos los hombres cae en la soledad porque la verdad personal es válida sólo para él, pero no para los otros. ¿Cómo entonces puede haber una verdadera comunicación con los otros si no hay una verdad que los una? ¿Si no tienen algún denominador común sobre el que puedan basar su dialogo? Si no hay comunicación sobre la base de una verdad compartida, el diálogo no es realmente posible y por lo tanto el resultado es la soledad. Este relativismo hace que sea prácticamente imposible el descubrimiento de un código de ética que permite la vida en común.
¿Cómo pueden por ende comunicarse los hombres cuando se admite que todos están guiados solamente por su subjetividad? Por un deseo de ser auténticos a lo que se encuentra dentro de ellos y nada más. Un hombre que está dominado por el ejercicio de la libertad negativa, sobre la cual funda el derecho a una identidad en construcción, la libertad de hacerse según el proyecto que cada uno se forja, modifica y vuelve a inventar[39]. Una regla de la sociedad contemporánea parecería ser el respetar en forma absoluta esa subjetividad. Ahora, eso conduce al aislamiento. Un dialogo que no tenga como presupuesto la búsqueda de una verdad objetiva y externa a los dialogantes es un ejercicio que se transforma o en una experiencia frustrante o en el mejor de los casos una mera forma de satisfacer la curiosidad sobre las diversas forma de ser de los hombres. Tenemos que comprender que, “de un puro intercambio de palabras y opiniones que excluyen, como regla de juego la objetividad y la verdad, solo puede esperarse un refuerzo de la angustia existencial, de la soledad y del exilio”[40].
La comunicación presume que el que desea comunicarse se crea en poseso de la verdad y que su interlocutor esté en condiciones de percibir el valor de la verdad que él está presentando. “En efecto, la verdad es ‘lógos’ que crea ‘diálogos’ y, por tanto, comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas”[41].
5. La infelicidad del hombre sin Dios
El rechazo total de Dios tiene consecuencias individuales y sociales que llevan al hombre a la soledad y la angustia. Como señalaba Cornelio Fabro, “cuando no se quiere reconocer a Dios, no se pueden conservar los valores naturales del hombre, por ende se cae necesariamente en lo infrahumano y en la práctica sistemática de la violencia privada y política”[42]. A nivel individual, debemos reflexionar sobre la realidad de que el hombre ha sido creado por Dios con un propósito. Esto no es sólo una afirmación de fe, sino también se basa en la razón. En el caso de que el hombre no hubiese sido creado por Dios, el hombre sería el resultado de una evolución material que no tiene diseño. ¿Cómo podemos explicar que la materia, por casualidad después de millones de años de evolución pueda producir un ser con una voluntad y con conciencia? Este hombre fruto de la evolución, tiene una duración de vida más o menos limitada y marcada más por el dolor que por a alegría y que al final acabaría en la nada. Este hombre sin Dios busca la felicidad en forma de duración limitada y limitada en su existencia temporal. Es un dato de la experiencia que todos los hombres buscan la felicidad, un hecho que no necesita ser demostrado. Probablemente alguien dirá que conoce personas que buscan voluntariamente el dolor en sí mismo, o peor aún, la autodestrucción, pero en este caso creo que es fácil llegar al acuerdo de que se trata de casos patológicos. Para comprender bien el ateísmo contemporáneo tenemos que constatar que no es solamente una teoría: es un hecho, una forma de vivir[43]. Una forma de vivir que en muchos aspectos prevalece en el mundo actual.
El ateísmo es profundamente anti-natural porque el racionalismo cuando suprime el deseo del Absoluto es contradictorio con la misma naturaleza de la razón. Esto es así porque el racionalismo ateo sofoca la más profunda y verdadera identidad de la razón, que es la búsqueda natural de Dios[44]. El salmista nos recuerda que “dice el necio en su corazón, ‘Dios no existe’”[45]. Fabro comentando esto afirma de la escritura señala que el hombre que niega la existencia de Dios es un necio porque se cierra en las realidades transitorias, en las apariencias y se siente satisfecho con las l e yes contingentes de los fenómenos[46]. En esta auto-clausura del hombre podemos encontrar una de las más profundas raíces de la soledad del hombre.
El hombre que no tiene un prejuicio contrario a la existencia de Dios, si deja actuar libremente su razón ésta lo llevará a encontrarlo en los límites que es accesible a la razón. Su voluntad natural busca el bien, que es una vía hacia el bien absoluto. Ahora desgraciadamente lo que sucede en una sociedad secularizada es que esta sociedad utiliza todas sus fuerzas para crear este prejuicio. Lo hace también a través de una propaganda que masifica al hombre y trata de quitarles a los hombres su capacidad para forma juicios personales. Por ende se sofoca esta tendencia de la razón y la tendencia hacia el bien supremo de la voluntad y por lo tanto también sofoca la apertura de la persona a la gracia de Dios: sucede lo que Cristo profetizaba en la parábola del sembrador. También la ideología tiende a anular las formas naturales de conexión entre los hombres, como se manifiestan en todas las diversas sociedades intermedias y sustituirlas por relaciones de partido en los regímenes comunistas o por su buscada ausencia en nombre de la libertad total en los regímenes liberal socialistas. Pero al sofocar estas tendencias de la naturaleza la sociedad no puede actuar en forma permanente, porque lo que es antinatural no puede durar para siempre y por lo tanto es razonable esperar que la naturaleza humana confrontada con las imposiciones de la sociedad se rebele contra el vacío y la soledad existencial que le impone la sociedad contemporánea.
Si Dios no existe “la eternidad, obviamente no existe”. Esto conduce a una profunda angustia y frustración porque el hombre tiene un deseo natural de permanencia. Por lo tanto aborrece la muerte y busca la posibilidad de retrasarla. Para el creyente, aunque la muerte sigue siendo un mal y una terrible agresión, sabe que la vida no termina con la muerte, esta sólo cambia como lo afirmamos al rezar el prefacio de la Misa de Difuntos[47]. En cambio, el ateo tiene que hacer frente a una aniquilación total y esto hiere profundamente su deseo natural de permanencia.
El hombre contemporáneo le da una enorme importancia a la libertad, sin darse cuenta de que muchas veces su concepción de este fundamental atributo humano es errónea, pues es la libertad negativa, pero no es imposible que comprenda el verdadero sentido de la libertad que es el uso de su libre albedrío para vivir su vida de conformidad a su propia naturaleza. Esta búsqueda de actuar de conformidad con su naturaleza lo podrá llevar a reflexionar sobre su deseo natural de permanencia y hacerlo atisbar que su vida no se concluye en el mundo presente. Ese hombre podrá comprender que una libertad que no tenga como objetivo una felicidad que esta fuera del tiempo es inútil y vacía, pues es incapaz de rescatarnos de los fracasos y de los sufrimientos de la existencia[48].
6. El mero gozo de lo material
En una primera aproximación se puede hablar de personas que buscan la felicidad solamente en los placeres materiales como consecuencia de un ateísmo negativo. Este enfoque raramente es fruto de una deliberación, es consecuencia de la debilidad causada por la naturaleza herida del hombre, que cuando no es mantenida bajo control lleva al hedonismo. Puede ser causado también por las presiones o el oportunismo socio-político[49]. Podemos en este caso referirnos a un diseño para hacer que el hombre involucione hacia la animalidad dentro de un nihilismo radical[50]. Esta involución puede ser proyectada por dos razones: o porque se piensa ideológicamente que es un “bien” que el hombre goce sin límites de sus inclinaciones físicas como aparentemente las gozan los animales o porque los centros de poder consideran que es más controlable un hombre animalizado. Esta es la respuesta que nos da la “civilización del bienestar” que busca por intermedio de un constante aumento del consumo de bienes manufacturados y la aseguración de prestaciones sociales de aumentar constantemente la prosperidad material. Está basada en un primado absoluto de la economía[51]. Esta propuesta fue ya denunciada a principios del siglo veinte por León XIII, “no admitiendo nada superior a lo terreno, se persiguen únicamente los bienes del cuerpo, haciendo consistir la felicidad del hombre en el goce de los bienes terrenales”[52]. En nuestros días Benedicto XVI, denuncia cómo “la actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil”[53]. El magisterio contemporáneo[54] y la experiencia de la reciente crisis económica que se inició en los Estados Unidos en el 2009, han puesto en evidencia que sin valores morales la economía no puede funcionar[55].
Es parte también de la “civilización del bienestar” el fomentar en diversas formas la industria del entretenimiento para ocupar y controlar el uso el tiempo libre de la población. Este fomentarse del entretenimiento tiene muchos peligros. En primer lugar un uso ideológico y propagandístico del entretenimiento sirve para destruir las enseñanzas de la Fe y de la moral. Esto se ve en muchos programas televisivos que tienen al público prácticamente prisionero en un mundo artificial, pleno de falsas ilusiones. En segundo lugar, como una droga para esconder el vacío sustancial de este tipo de sociedades. El miedo del silencio, que ya atenazaba a Kierkegaard[56], es también el miedo a la soledad que carcome al hombre sin Dios, por eso el hombre que se ha separado de Dios busca cubrir o colonizar este vacío con diversas formas de entretenimiento. Sobre esto señalaba en forma incisiva Benedicto XVI: “La diversión, en su justa medida, es ciertamente buena y agradable. Es algo bueno poder reír. Pero la diversión no lo es todo. Es sólo una pequeña parte de nuestra vida, y cuando quiere ser el todo se convierte en una máscara tras la que se esconde la desesperación o, al menos, la duda de que la vida sea auténticamente buena, o de si tal vez no habría sido mejor no haber existido”[57]. En tercer lugar, como forma de globalización que destruye la sanas tradiciones populares de todas las sociedades nacionales. Desde hace varios decenios, quizás desde los años sesenta se ha estado imponiendo una mono-cultura del entretenimiento cuyas manifestaciones se pueden percibir en casi todos los lugares de la tierra.
Se debe tener en cuenta en forma realista que estos placeres son siempre temporales y como resultado siempre se acabarán. Esto sucede porque el hombre tiene una vida limitada, sujeta a la descomposición por enfermedad, accidentes y muchas otras causas, por lo tanto, un placer limitado con el tiempo es minado por la consciencia angustiante de que se va a terminar. Esta ansiedad se basa también en la realidad de que los seres humanos, naturalmente, desean la permanencia, aun la permanencia en el disfrute de los placeres materiales que por naturaleza de la materia es imposible. Esto no quiere decir que los placeres materiales son malos en sí mismos. Una visión equilibrada de la vida le da gracias a Dios por los placeres materiales en la medida en que estos sean legítimos. Sin negar el valor de los bienes materiales, el cristiano busca practicar un cierto grado de ascetismo como penitencia en reparación de sus propios pecados, en reparación por los pecados del mundo y para estar más libres para servir a su Señor, renunciando a la cultura hedonista de la sociedad donde vive.
El hombre que está anclado exclusivamente en los placeres materiales, puede tener la experiencia angustiante de la degradación que con tanta fuerza describe San Pablo en el primer capítulo de la Carta a los Romanos[58]. Esta experiencia lo puede conducir a una sensación de auto-disgusto que los lleve a tomar el camino del retorno a Dios.
7. “Valores” ideológicos sin Dios
El que rechaza la existencia de Dios y está convencido de que la felicidad no radica únicamente en los placeres materiales buscan un motivo para la existencia. Tenemos que tener en cuenta que este ateísmo positivo, más que ser un mero ateísmo, en el sentido estricto de la palabra es un anti-teísmo o para ser más precisos un anti-cristianismo[59], pues con un espíritu profundamente revolucionario busca “liberar” al hombre de su sujeción a Dios. Este ateo desea construir una sociedad futura en la que los hombres encuentren la felicidad que no encuentran en la sociedad presente. Pero mirando hacia atrás y viendo las diferentes propuestas revolucionarias que tratan de prescindir de Dios, proponen en diferentes formas la construcción de diferentes tipos de paraísos en la tierra. Una “salvación” del hombre que se realiza en esta tierra[60]. En muchas de estas propuestas hay un fuerte elemento gnóstico. Esto se ve en particular en el marxismo que pretende tener acceso a una clave interpretativa científica de la realidad social. Una ciencia que es conocida en forma particular por las autoridades del partido. La línea del partido es pura objetividad, ciencia manifiesta, empíricamente accesible, por lo tanto rechazarla es negarse a aceptar lo que es evidente y por ende caer en el mal[61]. Pero también se puede ver un elemento gnóstico en algunos autores ateos contemporáneos, que pretenden tener un conocimiento privativo de la realidad y al mismo tiempo una moralidad que consideran superior a la cristiana[62].
Esto se ha hecho también mediante el establecimiento de las diferentes formas de religión civil de carácter horizontal para reemplazar la verdadera religión. Esto se ve en forma particular en el marxismo que explota la tradición judeo-cristiana con un profetismo sin Dios. Instrumentaliza para fines políticos las energías religiosas del hombre[63]. Estas religiones civiles tienen dos propósitos: dar aparente legitimidad a estas sociedades de origen revolucionario y reunir a los hombres al servicio de estas nuevas sociedades. Desde hace dos o tres siglos se ven surgir religiones “sin Dios”, religiones seculares, dedicadas a la exaltación de entidades profanas, tales como el Pueblo, la Raza, la Clase, el Proletariado, la Humanidad[64]. Utilizando un enfoque tomado prestado del más grande poeta castellano del siglo XV, Jorge Manrique, uno puede preguntarse dónde están hoy estos paraísos. Muchos de estos paraísos falsos se han derrumbado dejando sólo una pila de escombros y montones de cadáveres, mientras que otros, por desgracia, siguen ejerciendo una oscura fascinación en el imaginario colectivo. Los que no parecen desaparecer son los diferentes modelos y combinaciones de socialismo y liberalismo, ambos basados en una confianza casi ideológica en la ciencia y la tecnología. “Pero es interesante observar cómo, partiendo de sistemas y opciones que tenían la intención de darle un valor absoluto al hombre y sus logros terrenales, ha llegado hoy a poner en discusión precisamente el hombre en sí mismo, su dignidad y sus valores intrínsecos, su certezas eternas y su sed de absoluto. ¿Dónde están hoy las solemnes proclamaciones de cierto cientificismo, que prometía de abrir al hombre espacios indefinidos de progreso y bienestar? ¿Dónde están las esperanzas de que el hombre, una vez proclamada la muerte de Dios, donde finalmente se hubiese colocado en el lugar de Dios en el mundo y en la historia, lanzando una nueva era en la que el sólo hubiese podido vencer todos los males?”[65].
Tenemos que ser plenamente conscientes de que si una sociedad deja de lado los derechos de Dios los sustituye por la idolatría del Estado[66], o de otros centros de poder que no es difícil identificar, y que por cierto son más peligrosos. Una cultura y una sociedad que margina a Dios hacen del hombre un pedazo de materia y ciudadano anónimo de la ciudad terrena[67]. El hombre masa, que en términos más actuales podemos describir como el hombre globalizado. Los regímenes totalitarios y los sistemas liberal-socialistas comparten el uso de una propaganda que tiene como objetivo impedir que los hombres piensen autónomamente y por ende los convierte en servidores incondicionados de esos sistemas. Para eso, esos sistemas los cortan con consciencia y voluntad de sus raíces y de sus sanas tradiciones induciéndolos a pensar de conformidad con los intereses de esos sistemas, de acuerdo con el cambiante código de lo que es “políticamente correcto”. Cuando al hombre se le disminuye gravemente su capacidad de auto determinarse libremente a través de un condicionamiento propagandístico se lo deshumaniza pues se erosiona su libre albedrío que es la característica humana donde se refleja mejor la imagen de Dios[68]. Cuando se menoscaba este libre albedrío se está disminuyendo la habilidad del hombre para buscar a Dios y por ende se está atentando contra la más básica orientación de la naturaleza humana. También se está afectando la habilidad de los hombres de relacionarse auténticamente con sus semejantes, pues para que se establezca una relación verdadera se requiere la plena posesión de la libertad que Dios le ha concedido a cada ser humano. Este condicionamiento propagandístico es antihumano y como consecuencia alienante, pues produce un vacío de las ideas que estén en conformidad con la naturaleza del hombre, tanto en lo que debe creer y como en cuanto a cómo debe actuar, pues el actuar tiene que ser la consecuencia de lo que se cree. Esta experiencia angustiosa del vacío podría servir como acicate para el retorno a Dios[69].
8. Experiencia de las limitaciones humanas
Todos los hombres en diversas formas tenemos la experiencia de nuestras limitaciones. De un cierto grado de impotencia. Un hombre que actúa racionalmente en la búsqueda de objetivos realistas y factibles, sabe que después de todos sus esfuerzos y sus empeños hay un porcentaje que se le escapa de las manos, por eso el hombre creyente coloca con confianza sus esfuerzos en las manos de la Providencia. El ateo, en cambio, no tiene a nadie a quien recurrir. Un amigo me contó una experiencia interesante. Viajaba en avión desde Madrid a Barcelona en una noche de verano con un amigo ateo, cuando de repente el avión fue sacudido fuertemente por una tormenta inesperada. El ateo le dice: “¿Y ahora qué hacemos?”. Mi amigo le responde: “Recemos una Ave María”. El ateo no contestó, pero mi amigo quedó impresionado y sorprendido por la expresión desolada de su compañero de viaje.
El presupuesto de base de las distintas ideologías en la revuelta contra Dios desde la inicial revolución diabólica hasta nuestro días “es que el hombre se basta a sí mismo”, mientras que el núcleo del mensaje cristiano es exactamente lo contrario, es decir que el hombre no es autosuficiente y por esto, Dios tuvo compasión del hombre y se hizo hombre”[70]. La verdad es que el hombre tiene una necesidad constitutiva de Dios. San Ambrosio subrayaba que el que se separa de Cristo está en exilio de su patria[71], y este exilio lo siente, aun si no lo reconoce.
El progreso real de la ciencia y la acumulación de los conocimientos tecnológicos en algunos aspectos podrían haber reducid o el sentido de las limitaciones y de las impotencias humanas. Pero f rente a ciertas afirmaciones de omnipotencia de la ciencia que son parte de la ideología del secularismo un análisis objetivo nos demuestra que la ciencia es un saber limitado y circunscrito. Un conocimiento que es falible y provisional. Las ciencias naturales no pueden dar respuestas a los más básicos interrogantes que se efectúa la persona humana sobre el sentido de la vida y del fin último del hombre[72]. Más aún, se puede percibir una creciente desilusión con respecto de las promesas ideológicas de la ciencia. Este desencanto frente a la ciencia “omnipotente” que aprisiona al hombre ya lo había denunciaba Romano Guardini, en El fin del mundo moderno, un libro de sobrio realismo escrito al final de la II Guerra Mundial, que en la edición en inglés tiene una excelente introducción de Frederick Wilhelmsen. Guardini, afirma que “una nueva emoción religiosa surge de la sensación de profunda soledad que el hombre siente viviendo adentro de lo que llamamos ‘el Mundo’; el hombre se siente embargado de una particular emoción que proviene de darse cuenta de que está llegando a su decisión final, una decisión que deberá tomar con responsabilidad, resolución y valentía”[73]. El hombre al final de la II Guerra Mundial había tomado una total consciencia del doble rostro de la ciencia y la tecnología, pues por un lado es una poderosa herramienta que asiste al hombre, pero por el otro lado es terriblemente destructiva. Sesenta años después esta consciencia de la terrible ambigüedad de la ciencia ha crecido. No podemos tomar una actitud de rechazo de la ciencia y la tecnología pues es parte de la capacidad del hombre de darse herramientas para administrar sabiamente el mundo material en el servicio de Dios y del hombre. Está en conformidad con los planes de Dios que el hombre use instrumentos para cultivar lo creado. Pero por otro lado la ciencia tiene que ser controlada para que no sea un instrumento en manos del hombre para anticipar fin del mundo o para que en manos de gobiernos totalitarios o en sociedades de consumo con tendencias totalitarias se convierta en un instrumento de opresión. Hoy tenemos las mismas preocupaciones del hombre de fines de la década de los años cuarenta con respecto del eventual uso de las armas atómicas. Preocupación que compartimos los que de alguna forma hemos participado en la llamada guerra fría que finaliza con el colapso de la Unión Soviética. A esa preocupación debemos añadir los gravísimos problemas que se manifiestan en la ingeniería genética, la fecundación artificial y el desarrollo y uso de nuevas medicinas y vacunas que pueden tener gravísimas consecuencias secundarias. Delante de los nuevos riesgo que surgen de la ciencia el hombre aislado se encuentra en un estado de impotencia, la única que puede alzar su voz con fuerza es la religión que al final es la única garante organizada que queda en este mundo de la dignidad que el Creador le ha dado al hombre.
9. La creciente incertidumbre, el miedo de vivir y la mentalidad contraceptiva
Es parte del destino del hombre en la tierra que su vida está ceñida de una constante incertidumbre. Pero en la sociedad contemporánea tenemos diversos elementos que aumentan esta falta de certeza. Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, admitía que el hombre del mundo de hace más de cuarenta años “se siente más incierto que nunca de sí mismo”[74]. Cuarenta y cinco años han pasado y es indudable que la falta de certidumbre que aqueja al hombre ha aumentado y por cierto no confirma un cierto optimismo de ese documento. En primer lugar el incremento sustancial del proceso de secularización. Podemos dar sobre eso una multiplicidad de ejemplos: el aumento en diversos países de las personas que se declaran ateos y la disminución del número de personas que no practican la fe, la incorporación al derecho positivo de tantas naciones del divorcio, del aborto, de la eutanasia y la legalización de uniones entre personas del mismo sexo. La aceleración del proceso de globalización. La globalización siempre has existido, pero este proceso se acelerado en un forma significativa en la segunda mitad del siglo pasado y como consecuencia se erosiona gravemente el sentimiento de identidad cultural de las personas. En segundo lugar, la Iglesia que en el periodo post-conciliar ha estado marcada por una profunda crisis que ha sacudido la fe de muchos creyentes, como lo demuestra con claridad Benedicto XVI en su discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005[75].
Muchos jóvenes tienen miedo de efectuar compromisos definitivos y posponen constantemente la toma de decisiones definitivas hasta que es demasiado tarde para tomarlas. Buscan solamente sobrevivir en un mundo adverso evitando cargas y responsabilidades. Como señalaba Juan Pablo II, “la imagen del porvenir que se propone resulta a menudo vaga e incierta. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestran, entre otros signos preocupantes, el vacío interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos de esta angustia existencial pueden mencionarse, en particular, el dramático descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones definitivas de vida incluso en el matrimonio”[76]. Este miedo de vivir tiene múltiples causas, que es útil analizar brevemente. En primer lugar el aumento de la sensación de incertidumbre que se mencionó anteriormente y en segundo lugar, la perdida de la confianza en la razón en este periodo histórico que algunos llaman post-moderno, diferenciándolo del pasado reciente que se basaba en una declarada confianza en la razón. Aunque muchas veces la racionalidad del pasado llevase al absurdo de la negación de Dios. Probablemente con esta pérdida de razón no se dan cuenta de que el negarse a escoger es una forma de elegir. Están escogiendo el excluirse de la vida vivida con toda sus consecuencias de caer en una forma desolante de vacío, que puede ser una antesala del infierno. El riesgo es que en los hechos opten por los diversos paraísos artificiales que ofrece la sociedad moderna que van desde el goce sin límites de la materia hasta la droga, cayendo en la frustración de los buscan colonizar la nada con placeres materiales como hemos visto previamente. Sin duda la principal razón es la pérdida de una fe profunda y operativa, como ve remos más adelante. Pero limitándonos ahora a la renuncia de tomar decisiones como fenómeno social contemporáneo es evidente que el colapso de una sociedad basada en principios eternos no ayuda a tener confianza en el futuro.
El hombre que se niega a elegir, a tomar un empeño definitivo se encuentra en una situación de alienación, en una especie de no ser que es terriblemente solitario, es casi un muerto que camina. En el Libro del Apocalipsis se advierte: “Conozco tus obras y no eres ni frío ni caliente. ¡Ojala fueras frío o caliente! Pero eres sólo tibio; ni caliente ni frío. Por eso voy a vomitarte de mi boca!”[77]. A los que se niegan a escoger Dante los colocaba en la antesala del Infierno, comentando que formaban parte de “la secta de los viles, ni agradables a Dios ni a sus enemigos”[78]. Continuando con la lógica de Dante, tenemos que tener presente que el que se entrega a medias es el que peor lo pasa, pues no recibe los consuelos de Dios ni los del mundo.
También tenemos una prevalente mentalidad contraceptiva que lleva a no tener hijos o a tener pocos hijos. Esto trae como consecuencia que las nuevas generaciones tienen pocos hermanos y pocos primos. Las causas de esta mentalidad contraceptiva son desgraciadamente una legión. La primera es una consecuencia directa de la revolución contra Dios. Si no se cree en Dios y en una moral objetiva no hay razones para hacer los sacrificios que la generación de los hijos conllevan. La segunda es que muchos miembros de la Iglesia no han tenido el valor de predicar las enseñanzas del derecho natural y del magisterio sobre la generosidad con la vida.
Esto tiene evidentes consecuencias sociales pues a los jóvenes les falta el apoyo fraterno natural que proviene de diversos niveles de parentela. Sobre esto señalaba Juan Pablo II: “Las decisiones respecto al número de los hijos y a los sacrificios que de ellos se derivan, no deben ser tomadas sólo con miras a aumentar las propias comodidades y asegurar una vida tranquila. Reflexionando sobre este punto ante Dios, ayudados por la gracia que procede del sacramento y guiados por las enseñanzas de la Iglesia, los padres se recordarán a sí mismos que es menor mal negar a sus hijos ciertas comodidades y ventajas materiales, que privarles de la presencia de hermanos y hermanas que podrían ayudarles a desarrollar su humanidad y realizar la belleza de la vida en cada una de sus fases y en toda su variedad”[79].
La renuncia o el miedo a tener hijos está conectada con la desvalorización de la paternidad, que se ve en tantas sociedades contemporáneas. Muchos en nuestra sociedad se niega a tener un padre porque desean liberase de sus orígenes y no desean reconocer la relación de hijo que marca una situación de dependencia. Es también la negación de estar en deuda con otro por lo que somos o lo que podemos ser. Pero además se ve en el negarse a ser padres, rechazando el esfuerzo y el empeño que la paternidad implican. La renuncia a ser padre es el fin de la esperanza porque cierra la puerta al futuro[80]. A esto tenemos que agregar la tragedia del padre ausente, que tiene diversas razones; es causada en el mejor de los casos por una sobrecarga de trabajo, para mantener a la familia, o por diversas formas de inmadurez, superficialidad o egoísmo, o peor la ausencia del padre debido al divorcio o al nacimiento fuera del matrimonio. A estos diversos problemas tenemos que agregar que cuando falta o se rechaza el ejemplo humano de la paternidad, es más difícil creer en la paternidad de Dios.
10. La erosión de las sociedades intermedias
Una de las tantas consecuencias negativas de la revolución liberal es la grave erosión o la destrucción de las sociedades intermedias. En estas comunidades naturales como la familia, la aldea, el municipio, las asociaciones profesionales, las cofradías o tantas otras formas asociativas naturales, el hombre encuentra un apoyo y una compañía que jamás podría encontrar en el conjunto de la sociedad política. Cuando estas sociedades se erosionan o desaparecen, “el hombre occidental no vive en sociedad sino en la disociación”[81].
El hombre contemporáneo siente que es una parte de una agregación humana enorme donde no tiene apoyo real, por lo que no se siente un verdadero miembro de este grupo y esto lo ha llevado a un desarraigo triste. Siente que vive en una forma de desierto social. Esto se ve en particular en las ciudades modernas donde tantas personas viven solas sin mayores contactos sociales fuera de sus relaciones laborales, caen en la peor soledad cuando se jubilan o se retiran de sus trabajos o los pierden. En particular el hombre que ha dejado de creer en Dios, siente con fuerza este desarraigo porque tiene pocos grupos humanos naturales con los que pueda sentirse conectado o unido. Parte de la fortaleza de las sociedades totalitarias fue el crear diversos grupos de agregación humana que les daban a sus miembros un cierto sentido de camaradería. Los hombres eran divididos en diferentes grupos sociales, que a pesar de que buscaban objetivos falsos o inalcanzables daban a los miembros un sentido de pertenencia a una realidad más grande que ellos mismos. Se creaba una agregación humana de valor casi religioso. Este apoyo falso, sin embargo, es menos fuerte o ha desaparecido en las sociedades liberales. Como señalaba Juan Pablo II, “junto con la difusión del individualismo, se nota un decaimiento creciente de la solidaridad interpersonal: mientras las instituciones asistenciales realizan un trabajo benemérito, se observa una falta del sentido de solidaridad, de manera que muchas personas, aunque no carezcan de las cosas materiales necesarias, se sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin lazo s de apoyo afectivo”[82]. Estos lazos de apoyo afectivo solo pueden venir en forma realista de sociedades intermedias, en particular de la familia o en su carencia o en forma complementaria a la familia, de diversas asociaciones o cofradías. Creo que una importante obra de caridad que a la que Iglesia se debería abocar es la revitalización de las cofradías que todavía existen y la creación de nuevas con el objeto de fomentar el apoyo mutuo de sus miembros y dedicarse a obras concretas de caridad. Como por ejemplo, visitar frecuentemente a los enfermos que no pueden desplazarse de sus casas o se encuentran en los hospitales.
11. La vía del mal gusto
Siendo la belleza uno de los transcendentales predicados de Dios, vemos al contrario la vía del mal gusto como una de las vías de la sociedad secularizada sin Dios. Se producen edificios utilitarios que o buscan maximizar la utilidad económica o son declaraciones artísticas arbitrarias. La planificación urbana deja de estar al servicio del hombre porque está al servicio de una ideología antihumana o es inexistente y deja actuar la fuerza ciegas del mercado. Este sentido de aislamiento se ve en particular en muchos de los suburbios de las ciudades europeas contemporáneas de donde la belleza y la elegancia han sido exiladas y en las extensísimas zonas suburbanas de muchas ciudades de Estados Unidos. En las ciudades modernas el hombre se siente o aplastado por enormes edificios o por espacios abiertos que son una declaración del poder de la sociedad política o de las fuerzas económicas. Este nuevo contexto urbano en vez de establecer lugares de encuentro entre las personas produce un sentido de aislamiento y de alienación.
Como consecuencia de la entrada en la Iglesia del espíritu del mundo secularizado, como lo ve remos en la siguiente sección se han construido tantas nuevas iglesias casi totalmente desprovistas de un tradicional simbolismo católico. Muchas de esta nuevas iglesias se caracterizan por una fuerte reducción del valor expresivo y significativo del edificio de culto, olvidándose que la Iglesia como edificio debe ser un lugar que manifieste la presencia de Cristo que conduzca a la oración y a la contemplación. Muchos de estas nuevas iglesias no llevan a una relación de verticalidad y trascendencia[83]. Estos nuevos edificios de culto le dan el ambiente arquitectónico y escenográfico a la auto clausura circular que se manifiesta en tantas liturgias contemporáneas, como veremos en la siguiente sección.
12. La soledad del católico
En la sociedad secularizada y post-cristiana el católico se encuentra en una particular situación de soledad. Experimenta el sentimiento de ser parte de un pequeño remanente. En la misma forma que la falta de imágenes no es compatible con la fe en la encarnación de Dios[84] la falta de apoyo social tangible a la práctica de la fe no es compatible con la naturaleza social del hombre. Como habíamos visto antes, la religión une a los hombres, entonces nos podemos preguntar cómo es entonces posible sobrevivir en la práctica de la fe en forma aislada y solitaria. Probablemente esto es posible sólo por un milagro de la gracia, una gracia que tenemos la firme esperanza que jamás nos faltará.
Por un lado el cristiano en nuestros días no se puede sentir parte de la sociedad en la cual Dios lo ha hecho nacer pues esta sociedad está dominada por una ideología y un derecho positivo agnósticos y relativistas. No se puede sentir identificado con una sociedad que se ha transformado en una mera máquina para vivir, dentro de la perversa lógica de la “sociedad del Bienestar”. Un cuerpo político del cual han sido suprimidas las verdaderas tradiciones nacionales y sustituidas por costumbres cosmopolitas que son fruto del desarraigo de los que rigen la sociedad. Una sociedad en la cual han sido suprimidas o desnaturalizadas muchas antiguas fiestas populares que le daban a las personas un sentido de alegría y de ser miembros de una sociedad con largas raíces en el pasado. Toda la serie de cambios sociales que los detentadores del poder imponen en la sociedad crean un sentido de desarraigo que es profundamente alienante y que es al mismo tiempo una causa de soledad. El católico es plenamente consciente de que una sociedad sin lazos para con Dios, sin puentes con la eternidad es una ciudad sin esperanza que será destruida por las pasiones disgregadoras que son consecuencia de su abandono de las verdades eternas. Una sociedad que trate de ser “neutral” con respecto de los valores permanentes está destinada a la disolución[85].
El católico tiene también dificultades en sentirse unido con muchos miembros de la Iglesia que han aceptado en mayor o menor parte posiciones que son contrarias al constante magisterio de la Iglesia, habiendo caído bajo la influencia de las sociedades secularizadas en donde viven. Se han dejado influenciar por un enfoque dogmático de las ciencias naturales y como consecuencia tienden a relegar su fe en el ámbito de lo subjetivo, esperando no exponer su fe al contexto de la razón[86]. Acá no me estoy refiriendo a la incoherencia entre la fe que se sostiene poseer y la vida que se practica, que por cierto es un constante problema entre los miembros de la Iglesia ya denunciando por San Pablo en su carta a Tito[87]; me estoy refiriendo por el contrario a un disenso contra algunas o muchas de las enseñanzas de la Iglesia o peor un enfoque de fondo que pone en duda la totalidad de la doctrina de la fe, lo que en realidad es una pervivencia del modernismo. Se debe tener presente también que en la “génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”[88]. Es evidente que muchos ambientes cristianos no dan muestras de clarividencia ante la revolución cultural laicista que está en marcha[89]. Muchos miembros de la Iglesia se han dejado influenciar por la operación “progresista” de destruir desde dentro a la Iglesia católica y sustituirla por una nueva religión filantrópica y social al servicio de la Revolución[90]. Un ejemplo evidente de esta situación la vemos en el movimiento denominado “cristianos por el socialismo”. Este grupo identifica el reino de Dios con un determinado proyecto socio-político de origen marxista, dándole un valor absoluto a la revolución social como vía central de liberación y salvación[91].
Este riesgo de dejarse influenciar por el mundo lo preveía Pablo VI en 1964 cuando la Iglesia comienza su peligroso proceso de apertura al mundo: “El apostolado no puede transigir con una especie de compromiso ambiguo respecto a los principios de pensamiento y de acción que han de señalar nuestra cristiana profesión. El irenismo y el sincretismo son en el fondo formas de escepticismo respecto a la fuerza y al contenido de la palabra de Dios que queremos predicar”[92]. El problema es que Pablo VI anticipó este riesgo, pero cabe expresar la duda de si se tomaron suficientes medidas para evitarlo, viendo lo que aconteció en la Iglesia en estos últimos decenios. Conjuntamente con ese difícil problema de la apertura al mundo tenemos en la cultura católica, como lo señalaba Del Noce, la culpa grave de un difuso sentido de inferioridad con respecto del mundo moderno, con la convicción de que no somos capaces de explicar nuestra historia[93]. Decía el cardenal Biffi que cuando un muchacho, educado cristianamente por familia y la comunidad parroquial, a tenor de los asertos apodícticos de algún profesor o algún texto, empieza a sentir vergüenza por la historia de la Iglesia, se encuentra en el grave peligro de perder su fe. El cardenal después agrega que aquí tenemos un problema pastoral de los más punzantes; y sorprende constatar la poca atención que recibe en los ambientes eclesiales[94]. Tenemos autores como Jacques Maritain que son particularmente culpables en este proceso de erosión de nuestra identidad católica. Su concepción de la nueva Ciudad laica-cristiana y las tendencias de la democracia cristiana buscan a todo trance la armonización del Cristianismo y el Estado nuevo nacido de la Revolución[95]. Maritain en su libro, De la Iglesia de Cristo, repasa la historia de la Iglesia, con un espíritu negativo, más típico de los cultores de la legenda negra, que de los que le tienen un verdadero amor. Por ejemplo afirma, sin ningún tipo de pruebas ni referencias bibliográficas que, “de veinte a treinta mil marranos fueron juzgados falsos cristianos y enviados a la hoguera por la Inquisición Española”[96].
Ahora bien nos podemos preguntar cómo es posible una apertura al mundo sin dejarnos influir por él, si estamos dominados por un sentido de inferioridad. Al revés tenemos que estar profundamente seguros de que les podemos ofrecer a los no creyentes o a los creyentes parciales la única solución posible. El tener una total certeza y seguridad en el mensaje cristiano no es una forma de orgullo ni de triunfalismo. Es sólo una fidelidad básica al mensaje que hemos recibido de Dios y como consecuencia nos sentimos compelidos a compartirlo con los otros hombres que la Providencia a colocado al lado nuestro. Acá se ve el valor de la tradición. El hombre de tradición es profundamente humilde porque sabe que todo lo que tiene lo ha recibido y es consciente de que su fidelidad a lo que ha recibido no es fundamentalmente un mérito suyo sino es la obra de la gracia de Dios que opera en él. Sabe que administra tesoros contenidos en vasijas de barro. Si uno recibe un golpe en la mejilla derecha, la perfección evangélica me propone ofrecer la izquierda. Pero si se atenta contra la verdad, la misma perfección evangélica me obliga a consagrarme para restablecerla: porque allá donde se extingue el respeto a la verdad, empieza a cerrarse para el hombre cualquier camino de salvación[97].
El católico que es fiel a las enseñanzas permanentes de la Iglesia, tiene dificultad para participar en liturgias desacralizadas o simplemente banales[98]. En muchos lugares la liturgia de Pablo VI es celebrada en formas que llegan “al límite de lo soportable”[99]. Tenemos un grave problema con la celebración de la misa dirigida hacia el pueblo. Como señala Ratzinger: “El hecho que el sacerdote esté dirigido hacia el pueblo configura ahora a la comunidad como un círculo cerrado en sí mismo. Esta –en base a su configuración– no está abierta hacia delante o hacia el alto, pero se cierra en sí misma”. Luego Ratzinger agrega, que el sacerdote y el pueblo tienen que tener una orientación común hacia el Señor[100]. O sea que esta configuración atenta contra la unión hacia lo alto que es fundamental en la religión e introduce un germen de real soledad entre los miembros de la congregación. Esta configuración es reforzada por la construcción de nuevas iglesias estructuradas en forma circular que carecen de las tradicionales coordenadas sacras que le dan orientación a la oración y que tienden a relegar el tabernáculo a un lugar escondido. Lamentablemente en diversos casos la liturgia es celebrada con el objeto de construir una comunidad y crear lazos de unión entre los participantes para fortalecer su mutua fraternidad y la solidaridad social. Este enfoque tienes varios problemas. La crítica principal es que el objeto de la liturgia no es fortalecer la comunidad sino el dar culto a Dios. El hombre no puede concebir la idea de Dios sin sentirse impulsado a darle culto. Por el contrario, lo que debe suceder, es que a causa de este culto compartido se establecerá una unión entre los miembros de la congregación, una unión hacia lo alto. Esta desvalorización del culto tiene un origen protestante como se ve en la obra de Justus Lipsius en la que se remplaza una identidad litúrgica con una identidad ética[101]. A su vez esta identidad ética sufre la influencia del secularismo contemporáneo. Debido al error fundamental de orientación de estas liturgias contemporáneas el sentido de comunidad que se produce es artificial y postizo, por lo tanto en vez de crear verdaderos lazos de unión, aumenta el sentido de aislamiento de muchas de las personas que participan.
En cierta forma, la experiencia del católico es similar a la del profeta Elías que en su desaliento sintiéndose el último profeta que queda en Israel y habiendo sido amenazado de muerte, huye al desierto y le pide al Señor que le quite la vida. La respuesta del Ángel a Elías era válida para el profeta y es válida para nosotros. El Ángel en forma imperativa le dice al profeta levántate y come, pues todavía te queda un camino muy largo[102]. Al católico de nuestros tiempos también le queda un largo camino por delante, pues tiene que empeñarse en la re-instauración del Reino Social de Cristo que es por cierto una labor mucha más dura que los cuarenta días de camino que tuvo recorrer Elías antes de llegar al Monte Horeb.
El sentirse un extraño en la sociedad donde el Señor lo ha hecho nacer, no quiere decir que se la abandone, pues sabe que su sociedad ha tenido un pasado mejor y que Dios le ha dado una vocación a que vuelva a ser nuevamente una sociedad católica. Al mismo tiempo con dolor se debe recordar que las comunidades políticas no tienen asegurada una existencia permanente y la sociedad donde nació podrá desaparecer si persiste en su infidelidad a Dios. Frente a una sociedad en la cual se sienta en cierta forma un extranjero, un cristiano no se puede auto-exilar, salvo que el Señor le dé una vocación monástica. Si Dios le da esta rara y magnífica vocación esto en realidad no es sobre todo un fuga del mundo como se sostiene en una vieja tradición ascética, pero sí una forma particular y privilegiada de acercase a su Señor. En el monasterio implorará al Señor por todas las tragedias que se abaten sobre los hombres. Al mismo tiempo es perfectamente consciente de que en la misma forma que el enemigo del hombre puede entrar en el claustro, las malas influencias de un mundo secularizado y una Iglesia en crisis también pueden pasar por las mejores puertas. Debe encontrar formas de coexistir o siendo más realistas de sobrevivir en esta sociedad secularizada. Se debe evitar el grave riesgo de ser homologado, de darles legitimidad a sistemas políticos y sociales que jamás puede ser aceptados, pero al mismo tiempo se debe evitar el riesgo de la marginalización, en forma tal de poder dar un testimonio fuerte y eficaz de la verdad de la fe. Tenemos que recordar lo que indicaba el autor anónimo de la Carta a Diogneto al final del segundo siglo: cómo los cristianos sin ser parte del mundo ni conformándose a sus exigencias, permanecen en la sociedad para cambiarla[103]. Para mantener el equilibrio en esta difícil relación con la sociedad contemporánea, es útil ver a la sociedad secularizada como el “mundo” al que se refiere el evangelio. Una realidad dominada por el pecado, pero no sin esperanza porque Cristo se ha encarnado para la salvación del mundo y cuenta con los no muchos fieles que le quedan para que actúen como causas segundas en la reconquista de este mundo.
Menos aún puede jamás abandonar a su Iglesia pues sabe que es la única barca de salvación. Esta en vez tiene una garantía de eternidad, “porque las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella”[104]. Esta convicción que se basa en la fe y en la razón lo ayudaran a dejar de lado cualquier tipo de tentación de participar en grupos que no tienen una total regularidad canónica. Se basa en la fe, pues es una constante enseñanza de la Iglesia que la Iglesia Católica es la única arca de salvación. Se basa en la razón pues no pueden existir caminos de salvación que sean contradictorios entre ellos. También se deberá recordar constantemente que si bien hoy en muchos lugares la Iglesia es un pequeño rebaño esto va contra la voluntad de Cristo que desea que todos los hombres conozcan la verdad y se salven.
Frente a esta amenaza muy real de desaliento el católico de nuestros tiempos tiene que cultivar la virtud de la esperanza... Esta virtud sobrenatural le permitirá vencer la tentación de la desesperación que es una de las peores tentaciones que puede sufrir el hombre, una tentación que le puede socavar la fe y llevarlo al ateísmo y que por otro lado fue el peor de los pecados cometiera Judas Iscariote. La esperanza tiene dos objetos. El primer objeto es la firme convicción en que la promesa de Dios de conceder la vida eterna es totalmente verdadera. El segundo objeto es creer firmemente que Dios nos dará todas las gracias y todos los demás medios necesarios para obtener la vida eterna[105]. Frente a los graves problemas del presente, la esperanza le da sentido a la vida y a la historia. Explica la razón de nuestro empeño interpretando a luz de la fe el presente y nos da pautas claras para cambiar la sociedad para que ésta se transforme en la sociedad querida por Dios. El católico no desea sólo su salvación, desea también por su caridad hacia los otros hombres la salvación de todas las otras personas. Tenemos que considerar también que “nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí”[106]. Por eso desea la instauración del Reino Social de Cristo como un medio para la salvación de los demás.
Santo Tomás nos habla del sentido de la esperanza y nos lo explica mostrándonos que ninguno se mueve hacia un fin si cree que es imposible de ser obtenido, por eso es necesario que para obtener un fin se lo perciba como posible, algo que se puede obtener realmente[107]. El cristiano cree que su entrada al Reino de los Cielos es posible y por ende se esfuerza para obtenerlo. También cree que la instauración de una sociedad bajo el Reinado Social de Cristo es un medio querido por Dios para facilitar la salvación de los hombres y por ende también se mueve para instaurarlo[108]. Es perfectamente consciente de que una sociedad que ayude al hombre a vivir de conformidad con la virtud es una importante causa instrumental para la salvación teniendo en cuenta la naturaleza social de los seres humanos. Es indudable que en estos tiempos particularmente difíciles los cristianos tenemos que cultivar con fuerza el sentido de la esperanza. Como nos demuestra Santo Tomás la esperanza tiene como sede la voluntad[109]. Por eso el cristiano guiado y fortalecido por la gracia tiene que afianzar su voluntad para desear ardientemente el Reino de los Cielos y todos los medios que son necesarios y útiles para obtenerlo a pesar de que este caminando en un desierto con pocos acompañantes.
Como las otras virtudes teologales de la fe y de la caridad, la esperanza requiere nuestra colaboración libre y consciente para que se perfeccione y crezca. Esta virtud como las otras virtudes teologales es un don gratuito de Dios y también su incremento, por ende para evitar cualquier riesgo de naturaleza pelagiana, se tiene que pedir con humildad en la oración el aumento de esta virtud y recibir con frecuencia los sacramentos de la penitencia y la eucaristía para fortalecerla. Frente al desordenado deseo de independencia de Dios y de cualquier norma objetiva que dominan a muchas personas contemporáneas cultivará un sentido de total dependencia de Dios. Tratará de practicar un abandono con profunda confianza en el amor sin límites de Dios. Por lo tanto podemos esperar que con la gracia de Dios muchos en la sociedad se conviertan y muchos miembros de la Iglesia retornen a una verdadera práctica de la fe.
El cristiano tiene que cultivar firmemente la convicción de que si Dios le ha dado vida y lo ha hecho nacer en una época particularmente difícil, es para que cumpla una misión en su servicio y no debe dejarse caer en el desánimo por la multiplicidad de circunstancias adversas que él experimenta. Tiene que poder ver las circunstancias adversas como pruebas permitidas por Dios para fortalecerlo, como han sido las diversas persecuciones que han sufrido tantos santos en el pasado. Tiene que estar profundamente convencido de que Dios le ha dado y le dará abundantes gracias para llevar a cabo su misión en medio de las dificultades del presente. Jamás se debe dejar arrastrar por la tristeza de haber nacido en estos tiempos, su fidelidad es más necesaria hoy que en tiempos mejores, pero no está mal que esos tiempos le sirvan de inspiración y lo espoleen a que rece para que nuevos santos y grandes paladines caminen nuevamente en esta tierra, hombre s que se conviertan en portaestandartes de una tradición que nunca muere. El vivir en mundo adverso lo ayudará también a purificar sus motivaciones, pues no podrá esperar ninguna recompensa del mundo y su único motivo para actuar será el mejor servicio de la voluntad de Dios. Podrá meditar con provecho en la experiencia de soledad de Cristo en el Huerto de Getsemani donde los tres apóstoles preferidos, Pedro, Santiago y Juan no son capaces de rezar con Cristo y se dejan dominar del sueño. Podrá profundizar en el misterio de la soledad Cristo en la Cruz, cuando dice, poco antes de morir, “hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: “Elí, Elí, lama sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”[110]. En primer lugar, se debe dejar bien claro que con esta exclamación Jesucristo no cae en la desesperación. Se está lamentando del peso de los pecados de la humanidad que el Padre ha colocado sobre sí. El peso de los pecados que lo están llevando a la muerte. Otra interpretación es que se está lamentando de cómo lo ha abandonado su pueblo. Cristo sufre este sentimiento de terrible abandono en forma tal de que nosotros seamos liberados del último abandono para que seamos liberados de nuestros pecados y de la muerte eterna[111]. También esta quinta palabra de la Cruz se puede interpretar como que Cristo en el vaciamiento (kenosis) de su divinidad busca experimentar la soledad y el abandono que experimentarán sus seguidores a lo largo de la historia. Pero cabe recordar, al mismo tiempo, que ninguna de las tribulaciones que sufriremos en este mundo nos pueden apartar del amor de Cristo, como subraya San Pablo en la Carta a los Romanos[112].
El cristiano guiado por la gracia y por sus estudios de la historia podrá discernir que la Iglesia y la sociedad están pasando por otro periodo de crisis como ha sucedido tantas veces en el pasado. L e yendo la vida de tantos santos que han dado su luz a la Iglesia encontrará una fuente de aliento y compañía en su lucha del presente. En la misma forma que en el pasado, que el Señor ha suscitado hombres santos y fuertes que han conducido a la Iglesia fuera de un periodo crítico, como sucede en el siglo XVI, también el Señor lo hará en las presentes circunstancias. Quizás esos hombres están empeñándose cerca de nosotros y no nos damos cuenta. Guiado por el Espíritu Santo y por el sabio consejo de hombres prudentes podrá comprender que si bien no verá en su vida la instauración del Reino Social de Cristo, su empeño contribuirá a su edificación en el futuro para el bien de generaciones futuras. En su empeño para reconstruir la sociedad el cristiano se olvidará de su dolor recordándose de las palabras de Cristo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”[113]. El Señor en su amorosa providencia llevará al cristiano a que se encuentre con otros hombres que tienen el mismo objetivo y en la lenta y esforzada construcción de esta sociedad irá desapareciendo su soledad. Este esfuerzo y este riesgo compartido los llevaran a establecer lazos de compañerismo y camaradería que con el pasar del tiempo se transformarán en una autentica amistad.
Una de las repuestas más significativas para el dolor causado por el aislamiento del cristiano la podemos ver en la comunión trinitaria. Como explicaba Ratzinger[114], en el Dios Trinitario Dios existe como un “nosotros”, de modo tal que ya ha sido preparado el espacio para el “nosotros” humano. En Dios tenemos una comunión de personas que sirve como causa ejemplar a la unión de las personas con Dios y en la comunión de personas humanas. Tenemos una profunda verdad en el lema elegido para la visita de Benedicto XVI en Baviera, “quien cree nunca está solo”[115].
La tensión entre la realidad que experimentamos en la Iglesia y en la sociedad y lo que nosotros deseamos, causa un sentimiento de nostalgia. Este es un sentimiento dulce y amargo al mismo tiempo. Es dulce porque es un recuerdo de cómo pueden ser la Iglesia y la sociedad y es triste por la experiencia del presente. Esta morriña es la ausencia de la patria. El hombre vive y sufre un desamparo que lo hace sentirse un apátrida en el mundo. Esta sensación de ser un apátrida es fácil de comprenderla pues nuestra verdadera patria está en el cielo. Pero se agrava cuando nos sentimos apátridas en nuestra tierra y tampoco nos sentimos en nuestra casa en la Iglesia del presente.
Esta nostalgia puede tener su origen en un recuerdo idealizado de la infancia, o en los cuentos trasmitidos de generación en generación de la nobleza de tiempos idos y mejores. Si retrocedemos cientos de generaciones quizás esos cuentos traigan un vago recuerdo del paraíso terrenal perdido. No sólo tiene una base afectiva sino también una sólida base racional fundada en nuestro s estudios. No es sólo como dicen algunos una añoranza de un paraíso perdido, pero marca también la esperanza de un paraíso futuro. Este sentimiento si es bien encauzado puede ser consolador pues en primer lugar nos muestra un deseo del orden eterno lleno de paz y amor que podremos encontrar en el cielo. Dios nos ha dado los analogados humanos para que ellos nos lleven a las realidades más altas como rezamos en el magnífico prefacio de Navidad. Dios nos ha dado la nostalgia del paraíso perdido para que anhelemos al paraíso eterno. Es consolador también pues no impulsa afectivamente a buscar el orden debido en la Iglesia y en la sociedad sabiendo con buen realismo humano y mejor fundamento teológico que jamás serán posibles ni una Iglesia sin los errores de sus hombres ni una sociedad sin mancha en la tierra, pues si no se caería en el semi-milenarismo[116]. Pero sí es posible una sociedad que sirva de causa instrumental en obtener la salvación eterna. Este deseo evitará una idealización romántica de la Edad media o de la España del siglo XVI, defendiéndolas al mismo tiempo de las diversas legendas negras y controlará la imaginación para que no se consuele con sueños utópicos. De todos modos la existencia de estos grandes periodos históricos en el cual la ley del evangelio fue la ley suprema de la sociedad es en sí mismo una fuente de gran esperanza pues si algo tan substancial fue posible en el pasado, podemos razonablemente esperar que se presente nuevamente en el futuro bajo nuevos ropajes, pero con la misma sustancia que es el empeño a una total fidelidad a Cristo. Al mismo tiempo el católico sabe que la historia entro-temporal acabará catastróficamente bajo el dominio del Anti-Cristo, pero eso no disminuye su esperanza sobrenatural[117]. Esperará y rezará también que los que caerán bajo el dominio de ese nefasto personaje sean un grupo reducido y que la mayoría de la humanidad se salve en las últimas horas de este mundo, antes de la segunda venida de Cristo para juzgar a toda la humanidad.
Para completar este análisis es justo recordar que el hombre tiene un grado de soledad intrínseca en su vida y en su lucha para obtener su salvación. El hombre para llegar a su destino eterno en el Reino de los Cielos recibe una multiplicidad de ayudas. La gracia de Dios en sus diversas formas a través de la mediación de la Iglesia. Recibe la instrucción y el apoyo de la Iglesia y de sus hermanos en la Fe. Recibe o debería recibir el apoyo de la sociedad donde él vive. Pero en definitiva es él en la soledad e intimidad de su alma quien debe responder positivamente a la llamada de Dios.
13. La soledad como anticipación de la soledad eterna
La soledad que el hombre experimenta en la tierra cuando rechaza a Dios puede ser una anticipación de la total y oscura soledad que el hombre podrá encontrar en el infierno. El hombre que se deja dominar por un egoísmo auto referencial en forma permanente se curva sobre sí mismo y se cierra totalmente a la realidad de una creación que tiene una existencia objetiva y como consecuencia se cierra a la comunicación con Dios. Tenemos que tener presente que el mayor castigo del infierno es la exclusión de la presencia de Dios. Como enseña San Agustín en el infierno el condenado está exilado de la Ciudad de Dios, privado de la vida de Dios y no recibe su dulzura, por eso este castigo no puede ser comparado a ninguna otra pena que se pueda conocer[118]. La privación eterna del amor a Dios que le da sentido a la existencia. Ahora bien, en la tierra el hombre podrá auto engañarse y estar en cierta forma seguro por ende de la no existencia de Dios, pero en el infierno no tendrá dudas de su existencia y de su perpetua exclusión de este amor[119].
14. Conclusiones
Se ha acusado a la Iglesia y a la religión de ser enajenantes. Se ha dicho que es necesario que Dios desaparezca, para que el hombre pueda tomar una plena conciencia de su autonomía. Pero como hemos visto, si Dios desaparece, el hombre cae en una soledad radical y en una angustia sin luz. Esto es en sí mismo enajenante pues destruye la natural orientación del hombre hacia Dios. El ateo es capaz de experimentar el desierto, como ha explicado Benedicto XVI, “el desierto” en su lenguaje simbólico, puede evocar los acontecimientos dramáticos, situaciones difíciles y la soledad que no raramente marca la vida, el desierto más profundo es el corazón humano, cuando pierde la capacidad de escuchar, hablar y comunicarnos con Dios y con los demás. Se vuelven ciegos porque se son incapaz de ver la realidad, que cierra sus oídos para no oír el grito de los que implorar la ayuda, se endurece el corazón en la indiferencia y en el egoísmo”[120]. Para algunas personas esta experiencia de la angustia ha sido una oportunidad para reencontrarse con Dios, espero que muchos tomen esta ruta, por su propio bien y el bien de la sociedad. Haremos bien por ende en demostrar como el hombre sin Dios sufre en una situación absurda por la falta de verdadero sentido de su vida, pero será más por cierto mucho más importante, dar las razones de nuestra esperanza, una fe integral sin compromisos con el mundo.
[1] Eclesiastés, 4, 9-12.
[2] Charles JOURNET, El mal, Rialp, Madrid, 1965, pág. 246.
[3] Cornelio FABRO, Riflessioni sulla libertà, Maggioli Editore, Rimini, 1983, pág. 319.
[4] S.T., Prologus, I-II. Cornelio FABRO, Introduzione a san Tommaso – La metafisica tomista e il pensiero moderno, Ares, Milán, 1997, pág. 294.
[5] S.T., III, q. 1, a. 3, ad 3.
[6] JOB, 7, 1.
[7] PÍ O XII, Discorso “Nel contemplare” agli uomini di Azione Cattolica d’Italia, del 12 de octubre de1952, en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, vol. XIV, pág. 359.
[8] Lorenzo FAZZINI, “E i neo-atei si fanno ‘chiesa’”, L’Avenire, 17 de marzo de 2010.
[9] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29 de junio de 2009, n. 78.
[10] LACTANCIO, Divinarum institutionum Libri VII, IV, 28.
[11] PABLO VI, Encíclica Ecclesiam suam, 6 de agosto de 1964, n. 37.
[12] Grégor PUPPINCK, “L’Europa e il crocifisso – Un’alleanza contro il secolarismo”, en L’Osservatore Romano, 22 de julio de 2010, pág. 7.
[13] “Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”. JUAN PABLO II, Encíclica Centesimus annus, n.º 46, 1 de mayo de 1991.
[14] Francisco CANALS VIDAL, “El ateísmo como soporte ideológico de la democracia”, en Verbo, n.º 217-218, julio-agosto-septiembre, 1983, págs. 893-900.
[15] Augusto DEL NOCE, “I pericoli di un aggiornamento a rovescio”, en Pensiero della Chiesa e filosofia contemporanea, Studium, Roma, 2005, pág. 170.
[16] Marcel DE CORTE, “El hombre de Dios contra Dios”, en Verbo, n.º 205- 1206, mayo-junio-julio 1982, pág. 538.
[17] Michael SCHOOYANS, “Tolerancia e inquisición laica”, en Consejo Pontificio para la Familia, Lexicón de términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas, 2.ª ed., Palabra, Madrid, 2006, pág. 1.127. Michael SCHOOYANS, La dérive totalitaire du libéralisme, Mame, París, 1995.
[18] Augusto DEL NOCE, Il problema dell’ateismo, Il Mulino, Bolonia, 5.ª ed., 1990, pág. 565.
[19] Michele DE SANTI, L’abito ecclesiastico – Sua valenza e storia, Edizioni Carismatici Francescani, Ravenna, 2004, pág. 223.
[20] Danilo CASTELLANO, L’ordine politico-giurìdico “modulare” del personalismo contemporaneo, Edizioni Scientifiche Italiane, Nápoles, 2007, pág. 131.
[21] Jutta BURGGRAF, “Género”, pág. 518 y Oscar ALZADORA REVOREDO, “Ideología de género: sus peligros y sus alcances”, pág. 598, ambos artículos se encuentran en Consejo Pontificio para la Familia, Lexicón de términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas, 2.ª ed., Palabra, Madrid, 2006.
[22] Rafael GAMBRA, El exilio y el reino – La comunidad de los hombres y sus enemigos, Ediciones Scire, Barcelona, 2009, pág. 67.
[23] SAN MARCOS, 14, 21
[24] ARISTÓTELES, Política, 3, 9, 1280 a 25-b 40.
[25] SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Regno (De Regimini principum) Ad Regem Cypri, I, c. 14.
[26] SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Regno (De Regimini principum) Ad Regem Cypri, I, c. 14
[27] Rafael GAMBRA, El exilio y el reino – La comunidad de los hombres y sus enemigos, Ediciones Scire, Barcelona, 2009, pág. 21.
[28] JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa, 28 de junio de 2003, n. 7.
[29] Joseph RATZINGER, L’Europa di Benedetto - Nella crisi delle culture, Introducción de Marcello Pera, Cantagalli, Siena, 2005, pág. 42.
[30] S.T., I-II, q. 79, a. 1.
[31] Marcel DE CORTE, “El hombre de Dios contra Dios”, en Verbo, n.º 205-1206, mayo-junio-julio 1982, pág. 522.
[32] Constitución pastoral Gaudium et spes, 7 de diciembre de 1965, n. 19.
[33] John MACQUARRIE, Principles of christian theology, 2.ª ed., Scribener’s, Nueva York, 1977, pág. 341. Peter KREEFT, Ronald K. TACELLI, Il tascabile dell’apologetica cristiana, Ares, Milán, 2006, pág. 138.
[34] Martin JAWORSKI, “Nouvel humanisme et préparation à l’évangélisation”, en Evangelizzazione e ateismo – Atti del Congresso Internazionale Roma, 6-11 Ottobre 1980, Urbaniana University Press – Paideia Editrice, 1981, pág. 560.
[35] Cornelio FABRO, Riflessioni sulla libertà, cit., pág. 274.
[36] Augusto DEL NOCE, “Le matrici storico-politiche dell’ateismo”, en Evangelizzazione e ateismo – Atti del Congresso Internazionale Roma, 6-11 Ottobre 1980, Urbaniana University Press – Paideia Editrice, 1981, pág. 103.
[37] Alessandro GNOCCHI e Mario PALMARO, Catholic pride – La fede e l’orgoglio, Piemme, Casale Monferrato, 2005, pág. 134. Vicent P. MICELI, SJ, The gods of atheism, Roman Catholic Books, Harrison, Nueva York, 1971, pág. 12.
[38] Dorothy L. SAYERS, Creed or Chaos, Sophia Institute Press, Manchester, New Hampshire, 1995, pág. 53.
[39] Juan Fernando SEGOVIA, Orden natural de la política y orden artificial del Estado, Ediciones Scire, Barcelona, 2009, pág. 110.
[40] Rafael GAMBRA, El exilio y el reino – La comunidad de los hombres y sus enemigos, cit, pág. 76.
[41] Benedicto XVI, Enciclica Caritas in veritate, 29 de junio de 2009, n. 4.
[42] Cornelio FABRO, L’uomo e il rischio di Dio, Studium, Roma, 1967, pág. 53.
[43] Bernard JACQUELINE, “L’ Eglise catholique face à l’athéisme”, en Evangelizzazione e ateismo – Atti del Congresso Internazionale Roma, 6-11 Ottobre 1980, Urbaniana University Press – Paideia Editrice, 1981, pág. 310.
[44] Mario PANGALLO, “La ricerca razionale di Dio”, en L’incontro con Dio - Gli ostacoli odierni: materialismo e edonismo, A. Lobato (ed.), Edizioni Studio Domenicano, 1993, Bolonia, pág. 152.
[45] Ps., 13-1.
[46] Cornelio FABRO, Riflessioni sulla libertà, cit, pág. 283.
[47] Fundamental afirmación que se encuentra tanto en la forma extraordinaria como en la forma ordinaria del rito latino.
[48] Cornelio FABRO, Riflessioni sulla libertà, cit., pág. 286.
[49] Cornelio FABRO, Riflessioni sulla libertà, cit., pág. 274.
[50] Agusto DEL NOCE, Il problema dell’ateismo, cit., pág. 567.
[51] Juan Fernando SEGOVIA, Orden natural de la política y orden artificial del Estado, cit., pág. 90.
[52] LEÓN XIII, Graves de communi, 18 de enero de 1901.
[53] Encíclica Caritas in veritate, cit., n. 34.
[54] JUAN PABLO II, Centesimus annus, 1 de mayo de 1901, n. 46. BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, cit., n. 45.
[55] Stefano ZAMAGNI, “Fraternità, dono, reciprocità nella Caritas in veritate”, in VV.AA., Amore e verità – Commento e guida alla lettura dell’Enciclica Caritas in veritate di Benedetto XVI, Paoline Editoriale Libri, Milano, 2009, pág. 92.
[56] J. ROF CARBALLO, Entre el silencio y la palabra, Aguilar, Madrid, 1960, pág. 137.
[57] BENEDICTO XVI, Homilía de la misa de la Santa Misa Crismal del 1 de abril de 2010.
[58] Rom., 1, 24-25.
[59] Henri DE LUBAC, S.J., The drama of atheist humanism, The World Publishing Company, Cleveland, 1963, p. vii.
[60] Augusto DEL NOCE, Le matrici storico-politiche dell’ateismo, cit., pág. 103.
[61] Alfredo LUCIANI, “L’ateismo politico”, en Evangelizzazione e ateismo – Atti del Congresso Internazionale Roma, 6-11 ottobre 1980, Urbaniana University Press – Paideia Editrice, 1981, pág. 605.
[62] John F. HAUGHT, Dio e il nuevo ateismo, Queriniana, Brescia, 2009, págs. 150-151.
[63] Joseph RATZINGER, Rapporto sulla fede, ed. Paoline, Ciniesello Balsamo (Milán), 2005 (1.ª ed., 1985), pág. 201.
[64] Ma rcel DE CORTE, “El hombre de Dios contra Dios”, en Verbo, cit., pág. 515.
[65] JUAN PABLO II, Discurso a los participantes al V Simposio del Consejo de la Conferencias Episcopales Europeas, martes 5 de octubre de 1982.
[66] LEÓN XIII, Au milieu des sollicitudes, 16 de febrero de 1892, n. 25.
[67] Luigi NEGRI, “L’umanità ha abbandonato la Chiesa o la Chiesa ha abbandonato l’umanità”, in Processi alla Chiesa - Mistificazione e apologia, a cura di Franco Cardini, Piemme, Casale Monferrato 1995, pág. 17.
[68] S.T., Prologus, I-II.
[69] Adriano DELL’ASTA, “Lo splendor del vero – Tommaso Sgovio il comunista italo-americano che nei gulag sovietici rincontro la fede”, en L’Osservatore Romano, domingo 22 de agosto de 2010, pág. 4.
[70] Luigi NEGRI, L’umanità ha abbandonato la Chiesa o la Chiesa ha abbandonato l’umanità, cit. pág. 22.
[71] SAN AMBROSIO, Commentario in San Lucca, Lib. 8, cap. 15.
[72] Evandro AGAZZI, “Dio di fronte alla mentalità scientifica contemporanea”, en Evangelizzazione e ateismo – Atti del Congresso Internazionale Roma, 6-11 ottobre 1980, Urbaniana University Press – Paideia Editrice, 1981, págs. 247-248.
[73] Romano GUARDINI, The end of the modern world, introducción de Frederick D. Wilhelmsen y prólogo de Richard John Nehaus, ISI Books, Wilmington, 1998, pág. 57.
[74] Constitución pastoral Gaudium et spes, 7 de dicembre de 1965, n. 4.
[75] “Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil, aunque no queremos aplicar a lo que ha sucedido en estos años la descripción que hace san Basilio, el gran doctor de la Iglesia, de la situación de la Iglesia después del concilio de Nicea: la compara con una batalla naval en la oscuridad de la tempestad, diciendo entre otras cosas: ‘El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe...’ (De Spiritu Sancto XXX, 77: PG 32, 213 A; Sch 17 bis, pág. 524). No queremos aplicar precisamente esta descripción dramática a la situación del posconcilio, pero refleja algo de lo que ha acontecido”. BENEDICTO XVI, Discurso a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados Superiores de la Curia Romana, jueves 22 de diciembre de 2005.
[76] JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa, cit., n. 8.
[77] Apocalipsis, 3, 15-16.
[78] Dante ALIGHIERI, La Divina Comedia, Infierno, Canto III, nn. 62-63, en Dante ALIGHIERI, Obras Completas, BAC, Madrid, 1973, pág. 33.
[79] JUAN PABLO II, Homilía en la Misa del “Capitol Mall” en Washington D.C., el domingo 7 de octubre de 1979.
[80] Salvatore NICOLOSI, “Crisi di valori eclissi di Dio”, en L’incontro con Dio - Gli ostacoli odierni: materialismo e edonismo, a cura di A. Lobato, Edizioni Studio Dome-nicano, 1993, Bolonia, pág. 138.
[81] Marcel DE CORTE, “El hombre de Dios contra Dios”, en Verbo, cit., pág. 523.
[82] JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa, cit., n. 8.
[83] Sandro BENEDETTI, “La tentazione di nascondere la Presenza”, en Avvenire, martes 12 de octubre de 1999.
[84] Joseph RATZINGER, Lo spirito della liturgia.Un’introduzione, en Opera Omnia - Teologia della Liturgia, v. XI, Libreria Editrice Vaticana, 2010, pág. 129.
[85] JUAN PABLO II, Discurso a los miembros de la Unión de Juristas Católicos Italianos, 2 de diciembre 1982.
[86] Giandomenico MUCCI, “Prendersela col cristianesimo apre molte porte”, en L’Osservatore Romano, sábado 20 de febrero de 2010, pág. 4.
[87] Tito, 1,16.
[88] Constitución pastoral Gaudium et spes, 7 de diciembre de 1965, n. 19.
[89] Michael SCHOOYANS, Tolerancia e inquisición laica, cit. pág. 1.130.
[90] Rafael GAMBRA, El exilio y el reino – La comunidad de los hombres y sus enemigos, cit, pág. 38.
[91] Raúl FORNET y BETANCOURT, “Marxismo y cristianismo en Cuba”, en Evangelizzazione e ateismo – Atti del Congresso Internazionale Roma, 6-11 ottobre 1980, Urbaniana University Press – Paideia Editrice, 1981, pág. 513.
[92] PABLO VI, Encíclica Ecclesiam suam, 6 de agosto de 1964, n. 33.
[93] Augusto DEL NOCE, Le matrici storico-politiche dell’ateismo, cit., pág. 107
[94] Cardenal GIACOMO BIFFI, en Prefacio a Vittorio MESSORI, Leyendas negras de la Iglesia, 9.ª ed., Planeta, Barcelona, 2000, pág. 9.
[95] Rafael GAMBRA, El exilio y el reino – La comunidad de los hombres y sus enemigos, cit, pág. 27.
[96] Jacques MARITAIN, On the Church of Christ, University of Notre Dame Press, Notre Dame, 1973, pág. 191.
[97] Cardenal GIACOMO BIFFI, Prefacio a Vittorio MESSORI, Leyendas negras de la Iglesia, cit. pág. 13.
[98] Fernando ARÊAS RIFAN, Considerações sobre as formas do rito romano da Santa Missa, Administração Apostólica Pessoal São Joao Maria Vianney, Campos do Goytacazes, 2010, pág. 85.
[99] BENEDICTO XVI, Carta a los Obispos que acompaña la Carta Apostólica Motu Proprio data, Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana anterior a la Reforma efectuada en 1970, 7 de julio de 2007
[100] Josef RATIZINGER, Lo spirito della liturgia: Un’Introduzione, cit., pág. 85.
[101] Paul O’CALLAGHAN, The eclipse of worship - Theological reflections on Charles aylor’s “A Secular age”, en Euntes Docete, Nova Series LXII, 2009, pág. 119. Charles TAYLOR, A Secular age, The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2007, pág. 117.
[102] I Reyes, 19, 4-8.
[103] A Diogneto, V, 1-3, 4-9.
[104] San Mateo, 16-18.
[105] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.T., II-II, q. 17, a. 4 y a. 5.
[106] BENEDICTO XVI, Encíclica Spes Salvi, 30 de noviembre de 2007, n. 48.
[107] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Contra gentiles, l. III, cap. 153.
[108] PÍO XI, Quas primas, 11 de diciembre de 1925.
[109] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.T., II-II, q. 18, a. 1, ad. 1.
[110] San Mateo, 27, 46.
[111] Cornelius A. LAPIDE, The Great commentary, Loreto Publications, Fitzwilliam, New Hampshire, 2008, v. II, págs. 698-699.
[112] Rom., 8,35.
[113] San Juan, 12, 24.
[114] Joseph RATZINGER, Dogma e predicazione, Queriniana, Brescia, 2005, pág. 188.
[115] Hans Christian SCHMIDBAUR, “Teologia ascendente o teologia discendente? J. Ratzinger e H.U. von Balthasar di fronte a Karl Rahner”, in Karl Rahner, Un’analisi critica - La figura, l’opera e la recezione teologica di Karl Rahner (1904-1984), a cura di Padre Serafino M. Lanzetta, Cantagalli, Siena 2009, pág. 258.
[116] Antonio PIOLANTI, La Comunione dei Santi e la vita eterna, Pontificia Accademia Teologica Romana, Libreria Editrice Vaticana, 1992, pág. 624.
[117] Josef PIEPER, “The art of not yielding to despair”, en Problems of modern faith, Franciscan Herald Press, Chicago, 1985, pág. 175.
[118] SAN AGUSTÍN, Enchiridion, 112; PL. 40, 385.
[119] Antonio PIOLANTI, La comunione dei santi e la vita eterna, cit. págs. 428-429.
[120] BENEDICTO XVI, Omelia della Celebrazione Eucaristica di Valle Faul, Viterbo, 6 se septiembre de 2009.