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Número 563-564

Serie LVI

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Frederick D. Wilhelmsen, La mentalidad estadounidense. Una mirada desde España

Frederick D. Wilhelmsen, La mentalidad estadounidense. Una mirada desde España, Madrid, Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, 2018, 180 págs.

No puedo recordar al Frederick Wilhelmsen áureo de su primera madurez. Cuando tuve la dicha de tratarle esos años habían quedado atrás y el tiempo había dejado su huella a su paso. Se advertía, con todo, el fulgor pasado. Quien tuvo, retuvo, reza el refrán castellano. Lo recuerdo así como un gran maestro y un entrañable amigo.

He contado buena parte de los hitos de su trayectoria y de las prendas de su personalidad en las dos entregas anteriores de De Regno (la recopilación de algunos textos sobre los saberes políticos y la reedición de su excelente ideario de la Comunión Tradicionalista), así como en el trabajo que le he dedicado dentro del proyecto del Consejo Felipe II, del que fue fundador y vicepresidente, sobre los maestros del tradicionalismo hispánico de la segunda mitad del siglo XX, publicado en la revista Fuego y Raya. No me parece oportuno en este momento reiterar lo ya dicho, más allá de recordar –por si a algún lector nuevo de Verbo nada dijera el nombre de quien fue uno de sus colaboradores más ilustres– los trazos esenciales de su biografía intelectual.

Frederick D. Wilhelmsen, nacido en Detroit en 1923, fue un relevante filósofo tomista, que comenzó su carrera en la Universidad de Santa Clara, en California, la prosiguió en la (a la sazón) neonata Universidad de Navarra y la culminó en la Universidad de Dallas, en Tejas. Dotado de una gran capacidad para presentar las cuestiones más complejas de la metafísica en términos extraordinariamente plásticos y de ahondar las cuestiones de la filosofía práctica hasta su fundamento teorético, comprendió como pocos el significado de la civilización hispánica del Barroco y su prolongación antirrevolucionaria en el tradicionalismo carlista. Sus libros sobre la estructura paradójica de la existencia o el conocimiento humano de la realidad brotan del primero de los campos, mientras sus estudios sobre la ortodoxia pública, la telepolítica o los saberes políticos lo hacen del segundo. Finalmente, los análisis dedicados a la metafísica del amor o al problema de Occidente decididamente operan en el tercero y último.

Esconde nuestro hombre un desdoblamiento que le permitió ser «Federico» –como le llamábamos sus amigos españoles– sin dejar de ser también –como le apodaban sus amigos en los Estados Unidos– «Fritz». Porque su residencia hispánica de los últimos años cincuenta y los primeros sesenta del siglo pasado, nunca dejó de estar presente en su espíritu, alimentado con las lecturas, las amistades y con gran frecuencia las estancias entre nosotros. Es el carlista que adoctrina a los jefes de requetés, que se juramenta en el Monasterio de La Oliva para defender la unidad católica de España frente a la libertad religiosa conciliar, que sirve en una palabra a la Comunión Tradicionalista y que en correspondencia, además de la estima y el respeto de los carlistas, recibe la cruz de la legitimidad proscrita del Rey Don Javier de Borbón en reconocimiento de sus muchos servicios y sacrificios. Pero también es el intelectual estadounidense, bullicioso en el mundo profundamente dividido del Conservative movement, en el que da las mejores batallas con los mejores compañeros de filas y en el que intenta insuflar parte del aliento español carlista, con su amigo Brent Bozell y la revista Triumph. Pero no dejan de evidenciarse algunas tensiones y paradojas en la integración de los dos lóbulos. Porque el tradicionalista hispánico reimplantado en los Estados Unidos no se distancia totalmente del americanismo basal del conservatismo americano. Las páginas que recoge este volumen, publicadas en la revista de Pamplona Nuestro Tiempo durante los años en que vivió en esa ciudad, reflejan algún destello de ello, aunque el conjunto sea en el fondo propedéutico del combate contra el americanismo que sólo otros amigos nuestros como Thomas Molnar o John Rao han sido capaces de sostener, el primero con su aproximación alusiva un poco inaprehensible, el segundo de manera abierta y polémica pero con un estilo que con frecuencia recuerda al primero. «Fritz» Federico Wilhelmsen, desde luego, no tematiza (como dicen los italianos) el problema, pero a su modo no deja de estar también presente en él.

Algo de eso se desprende del siguiente sucedido, que cuenta precisamente Thomas Molnar, en la reunión de la Philadelphia Society de 1985, celebrada los días 12 y 13 de abril, con Melvin Bradford como nuevo presidente tras haber perdido en cambio la batalla por la dirección del National Endowment for the Humanities. Se evidenciaron allí las tensiones existentes en el seno del movimiento conservador. Del sector denominado «paleo» acudieron Paul Gottfried, Molnar y Wilhelmsen, que hablaron respectivamente sobre la situación de Alemania, Francia y España. Sus presentaciones fueron críticas. El juez del Tribunal de Apelaciones de Illinois interrogó a los tres conferenciantes: «¿Existe una libertad individual en Europa comparable a la que conocen los ciudadanos que tienen la suerte de vivir bajo la ley anglosajona?». Wilhelmsen se encargó de contestar algo más tarde ante un grupo de amigos: «Cada vez que desembarco en cualquier punto de Europa me siento liberado del corsé del conformismo americano». Comenta Molnar: «Esta respuesta no habría sido comprendida y habría sido recibida con hostilidad. Fin del diálogo» (Thomas Molnar, «La Sociedad “Philadelphia”», Razón Española, Madrid, núm. 14, 1985, págs. 357-361, 359).

Y que no es una interpretación parcial o sesgada lo demuestra el juicio de Mark Popowski, autor de un ensayo sobre el pensamiento político de Wilhelmsen, en perspectiva netamente estadounidense: «No es común, especialmente en los Estados Unidos, vanguardia de nuestra era democrática, ni siquiera entre los católicos, oponerse a la supuesta santidad del gobierno democrático. Pues han tendido, especialmente durante la guerra fría, a aceptar la visión protestante tanto tiempo sostenida de que la democracia era el sistema de Dios o que al menos era compatible con el catolicismo. El filósofo católico y estudioso de la política Frederick D. Wilhelmsen (1923-1996) se lamentaba de este consenso liberal-democrático. La democracia americana era para él potencialmente anticristiana, incompatible con el Reino de Cristo, pues la autoridad última en el orden social viene a residir en el pueblo y no en Cristo» (Mark Popowski, «The Political Thought of Frederick D. Wilhelmsen», Catholic Social Science Review, vol. 20, 2015, págs. 21-38).

La situación del mundo, de los Estados Unidos y –particularmente– de España ha cambiado mucho en estos últimos cincuenta años. Las páginas tersas de Frederick D. Wilhelmsen, con todo, se leen con enorme interés y encierran lecciones fecundas para el discernimiento de la coyuntura de nuestro tiempo. Los seis primeros capítulos ofrecen con frecuencia un agudo contrapunto entre Europa y los Estados Unidos, a veces también con una España que sólo secundum quid era europea. Los tres últimos, en cambio, se han añadido a la recopilación por tratar el asunto central de la civilización del Barroco, en buena medida opuesta a la protestante anglo-sajona, que ilustra Paul Tillich, y por el juicio sobre Maritain, paradigma del americanismo fuera de los confines de los Estados Unidos.

Miguel Ayuso