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Número 563-564

Serie LVI

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Miguel Ayuso, La Hispanidad como problema. Historia, cultura y política

Miguel Ayuso, La Hispanidad como problema. Historia, cultura y política, Madrid, Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, 2018, 120 págs.

La colección De Regno, que comenzó a editarse en 2006 en Barcelona por Scire, sufrió una pausa a partir de 2011, tras la publicación del número 8, a causa de dificultades de la casa editorial. Con el número 9 acaba de salir, así, en los primeros meses de 2018, un volumen que estaba listo desde 2016, con motivo de cumplirse el vigésimo aniversario del fallecimiento de su autor, el profesor Wilhelmsen, a quien se deseaba recordar. En este mismo número, más arriba, para presentarlo a los lectores de Verbo, se encuentra adaptado el prólogo del director de la colección. Que es el autor de esta otra entrega, que lleva el número 10, concluida en 2015, con la Hispanidad como tema. Lo cuenta el profesor Ayuso al final de la introducción: «El volumen se preparó a lo largo de 2015, para celebrar el octogésimo aniversario del natalicio del profesor Widow [a quien está dedicado], y con vistas al también octogésimo aniversario del asesinato de Ramiro de Maeztu y de la conversión de Manuel García Morente en 2016. Algunas dificultades sufridas por la editorial barcelonesa en el proceso de la edición e impresión, con pruebas de imprenta incluso ya corregidas, fueron retrasando la aparición del volumen, de manera que a mediados de 2017 nos propusimos retomar la colección con otros tipos, los del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II. Conste la gratitud a Jorge Soley, que fue quien nos encargó en 2005 el diseño y la dirección de la colección, y al profesor Javier Barraycoa, que ha sido quien ha acompañado su crecimiento, ambos queridos amigos, en esta hora en que de común acuerdo hemos decidido metamorfosearla».

Resulta bien interesante el planteamiento del libro, que el autor explica en las primeras líneas de la introducción: «La problematización de España vino ligada en los siglos XIX y XX a la discusión de su singularidad religiosa. Los krausistas, como luego sus sucesores los “institucionistas” (de la Institución Libre de Enseñanza), buscaban debilitar a la Iglesia para promover la laicización de España con la europeización por lema. El tradicionalismo político, encarnado singularmente en el Carlismo, fue su oponente, aunque en el terreno intelectual el gran campeón terminara siendo un liberal conservador, don Marcelino Menéndez Pelayo, durante el cambio de siglo. La batalla se prolongó y, entrado ya el XX, se recrudeció durante la Segunda República. El fin de la guerra, sin embargo, no la puso fin, sino que iba a rebrotar –eso sí– en un contexto diferente. Así, en 1949, el falangista Pedro Laín Entralgo publicaba un libro titulado España como problema, llamado a provocar un intenso debate tras la réplica inmediata de Rafael Calvo Serer con un contundente, ya desde el título, España sin problema. La Falange, según su signo modernista, se situaba frente a la Tradición católica, aunque del lado de ésta se encontrase –una vez más– un disimulado canovismo al servicio de la dinastía liberal, de Juan de Borbón en esta ocasión. Laín había de personificar a no mucho tardar las mudanzas que Elías de Tejada resumió con una cierta ferocidad al referirse a “esos intelectuales que hoy son liberales por la misma razón por la que eran hitlerianos años atrás: por el prurito de no ser, a secas, españoles”. El propio Calvo Serer ofreció en otro volumen, La configuración del futuro, puntual seguimiento de la polémica desatada, que rasgó la piel de toro cultural durante años. Ni que decir tiene que los falangistas cerraron filas del lado del error liberal y secularizador, mientras que los tradicionales, por lo general, pues también hubo algún despistado, se pusieron del lado de la verdad católica. No se trataba, claro está, de negar que España tuviera problemas, sino de oponerse a que su constitución y ejecutoria histórica constituyeran un problema, de acuerdo con un designio en que la Falange se encontraba –sin sorpresa salvo para quien, hoy como ayer, no entiende nada– en la estela sociológica de su maestro Ortega. Por aquellos mismos años, para ser exactos un año antes, en el seno del mundo republicano, y digo republicano porque en verdad tenía lugar en la estrecha franja que no podía ser calificada en rigor de “roja”, Américo Castro daba el primer paso para otra polémica que había de superponerse a la anterior. En efecto, en España en su historia, buscaba radicar en la convivencia religiosa la realidad histórica de España, obteniendo algunos años después la dura réplica de Claudio Sánchez Albornoz, España, un enigma histórico, que se lo tomaba con calma, y quien rechazaba la importancia que los elementos judío y mahometano en la configuración española».

Pero, como advierte el autor, a continuación: «La problematización de la Hispanidad a que se alude en el título de este ensayo no guarda relación alguna con la que acabamos de mencionar. Antes al contrario, su finalidad es exactamente la opuesta. Pues, de un lado, la tesis se sustenta en la continuidad de la Hispanidad respecto de la Cristiandad. En la terminología de Elías de Tejada, aquélla no sería sino la christianitas minor en que se recluyó la christianitas maior tras la derrota de la monarquía hispánica frente al Estado de matriz europea. Donde Europa se opone a Cristiandad. La Hispanidad, así, como la vieron Rafael Gambra o Frederick D. Wilhelmsen, sería la cristiandad hispánica del Barroco. Los dos primeros capítulos ponen ahí precisamente el foco. Mientras que los dos siguientes ilustran la continuidad de la tesis tradicional, menéndezpelayiana podríamos decir, en los años de la República y los de la inmediata posguerra, respectivamente a través de las figuras, convergentes –decimos–, de Ramiro de Maeztu y Manuel García Morente. En ambos, cada uno a su modo, refulge la hispanidad precisamente en la catolicidad. Pero anticipábamos un segundo lado en el que la problematización del concepto de Hispanidad guarda un significado opuesto al liberal secularizador. Y es que, por su génesis y su progenie, la Hispanidad se ha solido presentar ajena al mundo político. En este sentido se trataría de un concepto de substitución del de la monarquía hispánica, ese sí plenamente político, debido a la voladura de ésta con los procesos de secesión que coincidieron con la emergencia de la revolución liberal en el primer tercio del siglo XIX. Frente a los nacionalismos criollos, que impiden la comprensión de la historia contemporánea de los pueblos hispánicos y dejan irresuelto el problema político de los católicos hispanoamericanos, se sostiene aquí la necesidad de entrañar la Hispanidad en el orden político, como res publica christiana, donde se alza el Carlismo como elemento diferenciador. El repaso que ofrece el quinto y último de los capítulos nos parece suficientemente significativo. Aunque obliga a proseguirlo en la presentación de un Carlismo para hispanoamericanos, donde se aborden los fundamentos políticos de la unidad de los pueblos hispánicos. Texto que circuló en una versión oral y, hoy agotado, podría dar lugar –con los necesarios complementos y adendas– a una nueva entrega de esta colección».

El libro, pues, no sólo acomete una tarea necesaria, la del esclarecimiento de qué sea la Hispanidad, contemplada desde un ángulo político, sino que apunta por dónde puedan ir algunas de las ediciones futuras de la colección. Entre tanto, celebramos su resurrección.

Vicente Berrocal