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Número 571-572

Serie LVII

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Stefano Fontana, La nuova Chiesa di Karl Rahner. Il teologo che ha insegnato ad arrendersi al mondo, Verona, Fede & Cultura, 2017, 109 págs.

Stefano Fontana, director del Observatorio Internacional «Cardenal Van Thuan» para la Doctrina Social de la Iglesia, ha publicado sobre el pensamiento de Karl Rahner o, mejor, sobre el rahnerismo como «nuevo catolicismo», nueva doctrina de una «nueva Iglesia», un volumen ágil, bien escrito, de corte divulgativo, sin notas o aparato crítico.

Con valentía pone en claro el alcance totalizador del paradigma rahneriano, capaz de sustituir completamente al catolicismo tal y como nos ha llegado a través de la Tradición. De las páginas del volumen emerge claramente la radical incompatibilidad entre el catolicismo y el neocatolicismo rahneriano.

Así pues, hablar de «Iglesia de Karl Rahner» significa hablar de una realidad intrínsecamente diferente de la Iglesia católica, aunque el rahnerismo se haya dado «en» la Iglesia católica. Fontana denuncia, en el fondo, la presencia tumoral de una neoiglesia en la Iglesia, de un neocatolicismo rahneriano en el Cuerpo eclesial. Cuerpo y masa tumoral no se identifican, aunque el cáncer tienda a invadir con metástasis todo el Cuerpo, de modo que el rahnerismo vive parasitariamente en la Iglesia cuya identidad pretende sin embargo sustituir a través de su licuefacción desde dentro.

La denuncia del rahnerismo como peligro mortal para el catolicismo no es nueva. Valga por todos, el grandísimo padre Cornelio Fabro, que –tras Il trascendentale esistenziale e la riduzione al fondamento (1973)– dio a la estampa en 1974 La svolta antropologica di Karl Rahner, verdadera obra maestra de crítica teológica capaz de captar y refutar el fundamento teorética y dogmáticamente subversivo del sistema rahneriano. En la escuela del padre Fabro, y teniendo presentes también los más recientes ensayos críticos sobre el tema de autores calificados como Gherardini, Livi, Cavalcoli, Lanzetta, etc., Fontana ofrece al gran público un texto lucidísimo que presenta, en capítulos breves, el núcleo del neocatolicismo convertido en sistema por el jesuita alemán.

Fontana reconduce, con verdad, el rahnerismo teológico a sus premisas filosóficas, es decir, a Heidegger, sin olvidar a Kant y a Hegel, y así desenmascara el fundamento antirrealista del trascendentalismo moderno. Todo el sistema teológico de Rahner se apoya sobre el trascendental existencial de Heidegger, sobre la noción heideggeriana de Ser. La trascendencia de Dios no es, pues, la de la metafísica clásica, sino que se entiende en «sentido existencial e histórico»: «Dios es el horizonte que nos precede y que nos hace conocer todo el resto, sin ser –a su vez– cognoscible» (pág. 16). La incognoscibilidad de Dios, su ser (para Rahner) silencio, abismo, tiniebla, hace imposible una Revelación como comunicación por Dios de Verdad al hombre, que para el jesuita se hace experiencia de la trascendencia en la existencia, de modo que Dios se autocomunica en la existencia. El mundo, la historia, se hacen así Revelación, historia sacra e historia profana coinciden, la voz de Dios es audible escuchando las vicisitudes históricas «que ocurren en la humanidad de mi tiempo, porque es ahí donde Dios me habla» (pág. 17).

Como se ve, antes aún que este o aquel dogma, es el fundamento mismo de la Verdad revelada el que es herido mortalmente. La noción de Revelación es radicalmente diferente para Rahner y para la Iglesia, para el alemán la Revelación es atemática y su lugar teológico es el mundo entendido como historia. La Revelación pública, concluida con la muerte del último apóstol, contenida en la Escritura y en la Tradición, es disuelve en el horizonte histórico-mundano.

He ahí por qué, escribe Fontana, «las corrientes rahnerianas no aceptan el concepto de evangelización» (pág. 19), pues el rahnerismo no puede admitir la evangelización de modo coherente simplemente porque no hay nada que evangelizar, al ser el mundo, propiamente el mundo, el lugar teológico, la manifestación de Dios. La misma Iglesia forma parte del mundo y debe leer los signos del mundo. El mundo, como historia, es la manifestación de Dios que debe guiar/enseñar a la Iglesia, que ya no es magistra, sino que debe hacerse discípula y servidora del mundo: es el «nuevo sentido de laicidad que se está imponiendo en la Iglesia católica» (pág. 21), la Iglesia «es mundo a todos los efectos […], debe hacerse siempre más mundo, disolviéndose en su servicio» (pág. 22).

Esto, por ejemplo, lleva a la más neta negación de la doctrina social de la Iglesia, a la negación misma de su legitimidad, de su posibilidad». En efecto, «si la Iglesia debe aprender del mundo, la doctrina social de la Iglesia es un absurdo» (pág. 40).

Rahner, de modo coherente aunque absurdo, refuta la doctrina como conjunto de verdades, afirma el primado de la pastoral o de la praxis, de la que dependería la doctrina, y de la libertad en sentido liberal, la utopía como impulso futurológico que se inserta vitalmente en el «proceso histórico y mundano» del que brota la revelación de Dios.

A través de las páginas de Fontana se comprende cómo el rahnerismo no es simplemente una herejía sino propiamente otra «fe», un sistema alternativo al catolicismo e inconciliable con él. Y, sin embargo, el rahnerismo no se presenta como tal, no se plantea como una «nueva religión», sino que pretende más bien releer íntegramente el cristianismo mutando desde dentro su naturaleza. Y todo muda, en efecto, cuando se acoge el paradigma rahneriano: la misión ya no es la evangelización sino la promoción humana y la acción filantrópica, el pecado original se reinterpreta como mal sedimentado históricamente en estructuras de explotación, todo el cristianismo debe ser desmitificado y deshelenizado, la Divinidad de Cristo será entonces no un dato ontológico sino la expresión histórica de la relación transcendental del hombre con Dios, la Resurrección no será un acontecimiento real sino la convicción de la Iglesia, etc.

Fontana conecta la idea que Rahner ofrece de la Revelación a la de los modernistas condenados por San Pío X y hace remontar ambas a Hegel. Tanto para los modernistas de principios del siglo XX como para Rahner «no hay una verdad dogmática objetiva, que Dios nos desvela y la Iglesia adquiere como conocimiento, dándose una historia dentro de la cual la Iglesia –bajo el empuje de lo que se llamará ambiguamente “signos de los tiempos”– interpreta la Palabra […]. Según Rahner la historia de la evolución del dogma es la historia de su progresiva revelación [porque] la revelación acontece en el encuentro entre conciencia e historia» (pág. 68).

¿Cómo es posible que se haya dejado crecer un sistema tal dentro de la Iglesia? ¿Cómo es posible que en algunos decenios casi todos los ambientes eclesiales hayan sido infectados de rahnerismo? ¿Cómo es posible que Rahner haya inspirado grandemente los dos recientes Sínodos sobre la familia? Son muy interesantes las páginas que Fontana dedica a Kasper, perfecto discípulo de Rahner. ¿Cómo es posible, decíamos? Quizá porque «la perspectiva rahneriana concilia la Iglesia con el mundo, elimina los obstáculos, nos permite no tener enemigos, instalarnos en el mundo como si fuese nuestra casa […]. Es, pues, dulce al paladar. La Iglesia puede jactarse de sus éxitos, pero en realidad son los éxitos del mundo» (pág. 87).

Fontana declara que «la finalidad de este opúsculo era mostrar los peligros de Rahner y favorecer esta nueva conciencia desde abajo» (pág. 88), «cultivar desde abajo la capacidad de reconocer los elementos del rahnerismo en la parroquia, contrastarlos en las cosas menudas y liberar lo cotidiano eclesial de esta tendencia» (pág. 88).

Como apéndice, cierran el libro cuatro artículos publicados por Fontana en el diario digital La Nuova Bussola Quotidiana, que demuestran (por si hiciese falta) la actualidad del ensayo crítico sobre Rahner.

El trabajo de Fontana es valiente y precioso, capaz de aprehender en pocas líneas lo esencial del sistema rahneriano, toda su peligrosidad, su naturaleza gnóstica. El rahnerismo, en el fondo, no sólo imposibilita la doctrina social de la Iglesia y la idea misma de derecho natural, sino que convierte la escatología en utopía revolucionaria y el «cristianismo» en el inmanentismo, en el ateísmo más radical.

Confiamos en que este breve ensayo de Stefano Fontana sea leído y meditado por muchos, también entre el clero, y pueda favorecer un honrado contraste y una salutífera crítica al neocatolicismo rahneriano. Señalamos también que el Observatorio Van Thuan acoge en su sitio web un interesante debate sobre Rahner y la doctrina social de la Iglesia.