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Número 571-572

Serie LVII

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Terry Eagleton, Materialism, New Haven y Londres, Yale University Press, 2016, 192 págs.

Largamente traducido al español, el marxista inglés Terry Eagleton, que enseña literatura inglesa en la Universidad de Lancaster, es un famoso crítico literario que ha devenido autor de libros de buena venta, es decir, una suerte de pequeño burgués que ha sabido ganar dinero con su pluma y hacer así de la revolución y sus banderines ideológicos una módica forma de engrosar el bolsillo. Sin embargo no es un novelista ni un escritor de libros de autoayuda; es un intelectual exitoso y un marxista no renegado, aunque con aprecio especial por los analíticos.

Ya se ve que es un autor que no me complace, pero que suelo estar dispuesto a leer porque cumple el papel clave de divulgador de la ideología de izquierda. No es un pensador que en tanto tal llame la atención, pero sus libros son como señuelos que demarcan temas de interés. Y suelen ser inteligentes desde una perspectiva crítica, especialmente para con los estudios posmodernos. En los últimos años –y quizá a consecuencia de su inicial contacto con el grupo de izquierda católica inglés Slant de los años sesenta– ha tocado temas morales, religiosos, espirituales y teológicos, lo que ha aumentado mi inquietud hacia sus obras. Ahí están de muestra sus libros Terror sagrado (2005), El sentido de la vida (2007), Problema con los extranjeros. Un estudio de ética (2009, en español: Los extranjeros. Por una ética de la solidaridad, 2010), Razón, fe y revolución. Reflexiones acerca del debate sobre Dios (2009), Sobre el mal (2010), Esperanza sin optimismo (2015) o La cultura y la muerte de Dios (2014, todavía no traducido al castellano).

En Materialismo, Eagleton continúa en la misma senda de los «temas espirituales» interpretados desde un marxismo elemental acomodado a los tiempos y las maneras de los (pos)modernos, es decir, con la apariencia de una menor rigidez y de una más abierta comprensión de lo humano no necesariamente materialista en el sentido clásico, es decir, en el estilo de los materialismos acostumbrados. El suyo no es un materialismo tosco, serio ni pacato; lo es a una manera inquisidora, no exenta de sentido del humor, desenfadada. 

Le toca el turno en este caso al   «cuerpo », tomado no al modo de los estudios culturales contemporáneos, es decir, posmodernos (etnicidad, género, biopolítica, etc.), que toman el cuerpo como objeto del gozo sexual, lugar del placer y del dolor, definido con el poder, la disciplina o el deseo. No. El cuerpo del que trata Eagleton no es una construcción cultural y por lo tanto diversa; es un objeto único y si se quiere universal.

Desde ya hay que desbrozar el camino quitando de en medio los falsos materialismos, como el posmoderno, lo que hará el autor en el capítulo primero. Su opción es por el materialismo dialéctico que lo lleva a definir el cuerpo/materia no como el resultado de un determinismo externo sino, a la inversa, considerar el cuerpo/materia como centro de la actividad física y sensorial de la que manan el pensamiento y la conciencia; cuerpo/materia que a su vez está relacionado, casi simbióticamente, con el medio, es decir, con la naturaleza/sociedad/materia. Nada de ontologismo. Caen así los diversos tipos de empirismos, el materialismo panteísta de Spinoza y muchos otros. Marx, sí, pero en permanente diálogo (en este libro) con el mordaz Nietzsche y Ludwig Wittgenstein, aunque no siempre estén concordes.

Luego de esta toma de posición, Eagleton da muestra de su ingenio y humor en los capítulos que siguen: en el segundo se pregunta si los tejones (badgers) tienen alma y aprovecha para derramar la artillería sobre el alma como forma del cuerpo, según la doctrina clásica; en el tercero aborda, bajo la rúbrica  «emancipar los sentidos», la cuestión de las capacidades sensoriales, en las que ratifica la crítica marxista al ontologismo al estilo Feuerbach. Para Eagleton, al igual que Marx, la teoría viene luego de la práctica, el entendimiento/conocer luego de la materia/cuerpo. De ahí la centralidad del cuerpo como actor del trabajo o labor, es decir, de la vida productiva. En el cuarto, titulado  «espíritus elevados» o superiores, aborda la cuestión de la felicidad, mejor de la alegría. En el último, que llama «el suelo áspero», lo dedica a las prácticas humanas empezando por su entramado lingüístico para reconsiderarlas a la luz del materialismo dialéctico.

Lector: si tiene 20 euros o su equivalente, gástelo en otra cosa. El librito de Terry Eagleton –una suerte de continuación del anterior Por qué Marx tenía razón– ofrece pocas cosas de interés y no deja de ser más que una puesta al día de la versión marxista del materialismo, de cara a cuestiones hodiernas, especialmente del espiritualismo, del humanismo y, como se dijo, los culturalismos. Comprendo que Eagleton cautive a los lectores marxistas en particular y a la izquierda crítica y progresista en general. No entiendo que su interés pueda salir de este círculo, salvo que por oficio u obligación se lo deba leer.