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El principio de subsidiariedad

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El principio de subsidiariedad y el ejercicio de la responsabilidad ciudadana

EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIJIDAD Y EL EJERCICIO
DE LA R,ESPONSABILIDAD CIUDADANA
POR
ANl>W }llllÉNBZ ABAD
SUMARIO: I. PLANTEAMIENTO: La responsabilidad de los ciudadanos,
condición de posibilidad de la subsidiarledad estatal.-11. LA RES­
PONSABILIDAD, PATRIMONIO DE LA PERSONA.-A) Dimensi6n personal
y social de la responsabilidad.-B) Supuestos básicos de la responsa­
bilidad.-Ill. Los "FRENTES" DE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL DE, LOS
CIUDADANQS.-IV. EL EJERCIClO DE LA _JmSPONSABIUDAD CI_UDADANA Y
SU ESTRATEGIA.-V~ EL CIUDADANO CATÓLICO, RESPONSABLE ANTE DIOS
Y ANTE LOS HOMBRES.
«El mumlo será de quien ame ·más y
lo demuestre meior.»
(S. Juan. M .. Vianney.)
L Planteamiento
.. Ainigos d.e Ciudad . Católica :
El título de esta breve cha,la, cuyo verdadero valor no ha de
medirse-por ella misma, sino por las intervenciones; e inici~ti:vas que
¡meda suscita, posteriormente, responde a un intento de profundiza,.
en la condición misma dé posibilidad de la función subsidia,ia del
Estado, por lo que respecta a su aplicación.
Me refiero con esto a la iniciativa de los ciudadanos y, concre­
tando algo ~ás, a un valor humano tan prec;iádo-!:otnO. a-~en~do in~
sólito: la responsabilidad.
De todos es conocido el lamento, hecho historia, que escapaba del
viejo pueblo castellano al contemplar a Ruy Díaz en Burgos, .camino
del destierro: «¡Dios, qué buen
vasallo-si hubiese buen señor!» (1).
(1) Canidr-Je- ·Mio Cid, pág. 20.
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Algunos han tomado esta expresión para aludir a la fondón de ayuda
-«subsidium»--que el Estado debe ostentar respecto del quehacer
social. Y,
en efecto, podemos convenir en ello: El órgano rector de
la vida cívica ha de ser un moderador, un promotor del
quehacer de
cumtqs componen la sociedad, ese complejo ámbito de relaciones que,
de modo estal>l~, busca. el bien col!UÍ11, es decir, el perfeccionamiento
humano de todos y cada uno
de cuantos la forman.
Pues bien, por medio de esta intervención quisiera incidir
en lo
que a primera vista
puede parecer «un giro copernicano» acerca de
Jo que acabo de indicar. Me explicaré; este foro quiere glosar una
expresí6ri
aparentemente contraria a la que acompañaba el triste pe­
re;grinaf de nuéstro -~i_d: «¡Pios, qué buen señor, si hubiera buen
vasallo!».
Insisto en
que el contrasentido es aparente. Si dos son los remos
que mueven una barca, es evidente que con sólo uno de ellos la nave
no rompe las aguas
con trayectoria rectilínea. Por el contrario, dará
vueltas y más vneltas sobre sí misma, con peligro incluso de naufra­
gar. Ciudadano y estado, príncipe
y vasallo, tienen en la v:¼ política
de una nación un
conretido propio · e irrenunciable. Si uno u otro,
pueblo o gobernante, falta a sus respectivas exigencias; si, con otras
palabras, eluden su responsabilidad; si no asumen con todas las con-
6ecuencias una tarea que, de no realizarla aquel a quien rorreiponde,
quedará por hacer, la nave -nuestra sociedad y cualquiera otra fun­
dada sobre
el cimiento estable de un propósito común-quedará
tristemente varada en las sombrías riberas
de la historia. En suma,
quiero hacer aqu! hincapié
en que sólo si el ciudadano asume sus
responsabilidades como tal, podrá exigirse del gobernante que no
asuma funciones que no son las suyas.
IL La responsabilidad, patrimonio de la persona
A) Dimensión personal y sodat d,; la respons"'7iliddd
Una falsa antinomia, cuyo origen, creo, ha de situarse en fa doc­
trina de Márt!n Lutero (2) y qne marca una ruptura tajante entre lo
(2) CTr., p. ej.: Weber, M.: La ética p,otest_, y el e,plrit• del capi-
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«moral-individual» y lo «juríclico-sociab>, es la q"" hoy viene a divi­
dir las concepciones. de
la vida social en dos grandes bloqu,:s: indivi­
dualismo y colectivismo:
¿Es el individuo quien tiene prioridad sobre
el colectivo social, o más bien es al revés, siendo el individuo el es­
clavo de los destinos de la colectividad? .
Lejos de caer en las sutiles redes. de esta antinomia, que escinde
al ser humano en dos compartimentos aislados, prefiero entender a
la persona como un ser
a la vez y «m groentemente individual y social.
Distingo, pero no separo. Con ello insisto
en la concepci6n aristoté­
lica y cristiana del
hombre como un ser social por naturaleza.
Como ha hecho ver con precisión Ph. Lersch (3), existen en el
constitutivo natural del hombre una serie_ de «tendencias transitivas»,
que pudiéramos constreñir en
wia «necesidad de dar» o efusivida.4
y en una «necesidad de recibir» o dependencia, que hacen del ser
humano, de Ja persona, un ser constitutivo y esencialmente comuni­
cable. No por ello pierde su individualidad propia, sino que más bien
enriquece su íntima sustantividad ontol6gica con las aportaciones que
le llegan
y transmite a través de su operatividad. Justamente a esto
es a lo que, a grandes rasgos, se llama «personalidad» (4).
Así pues, aparece «inscrita en la natucaleza» esa dimensión cons­
titutivamente social -a la par ontológica y operativa-por la que
todo hombre es precisamente lo que es y el que es. Aunque sin, ol­
vidar
esa otra vertiente que es la intimidad, en la dimeusi6n per­
sonal del hombre se incluye de
modo esencial la «sociabilidad».
Si la sociedad es ese ámbito de relaciones humanas surgido con
vistas a un fin o· bien. común a cuantos lo forman, incluyendo fa
talismo; Troetsch, E.:· 11 protestantesimo ne/la fortnaZir.nte del mondo moder­
no¡ Fanfani, A.: Catolicí.rmo y P,-ote.rtanli.smo en la formación hirtórica del
tapitalitmo,·_l]iménez Abad, A.: Martín Lutero, esclavo de la Jiberlmi esclava.
(Pro maouscripto.)
(3) Cfr.: Le.rsch, Ph.: 1.4 estructura ~ }4..-personalidad. Scientia, Barce­
lona, 1962.
(4) X. Zubiri gusta de precisar entre «personeidad» y «personalidad»,
entre la condición
ontológica de «persona» --como modo de ser-y la con­
figuración psicológica y moral -modo de hacerse-que cada sujeto humano
adquiere a través de su. operatividad.
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estabilidad de su constitución como nota fundamental, · podemos pre­
guntarnos en qué consiste
ese «bien común» por todos y cada uno
perseguido.
Con acierto apuntó el pensador de Estagira que «el fin de la co­
munidad política no es la convivencia, sino las. buenas acciones» (5).
Hace pocos años, en una ciudad del norte de España, apareció una
piotada
-ya saben ustedes que las pintadas son el termómetro, no
sólo de la efervescencia político-social de una ciudad, sino también
de su sentido de la higiene-que decía: «Trabajar y ceder para con­
vivir juntos». Firmaba un grnpo político hoy ampliamente respaldado
por numerosos
escaños en nuestras Cámaras Legislativas.
En este «slogan» -no quiero aludir aquí al grnpo que lo sus­
cribía-se deja ver que lo que· no es sino un medio, la convivencia~
por imprescindible y valioso que sea, se considera como fin en si
mismo. La convivencia social, la mutua y estable relación que enlaza
a los miembros de una deteminada sociedad, tiene un objetivo último
mucho más amplio y abarcante: el amplio coojunto de condiciones
que permiten a
todos y c mún perfeccionamiento personal ( 6). A esto es, precisamente, a lo
que llamamos Bien Común, «Bonum Communis».
-Sin embargo, este «Bonum. comrimnis» no es algo ya constituido,
algo ya definido en sus notas y características de una vez por todas.
El Bien Común
es un «Bonum faciendum», un bieo que se va for­
j@do én · 1a inedida en que se ciimina hacia s~ efeqiva consecución.
Por ésta razón de fondo no existe, entré Otras cosas, :_el sistenia i,olí­
tico perfecto, válido para todo tiempo, lugar, personas ·y drcuns­
tancias.
El fin de la vida social coosiste en el perfeccionamieoto humano
-personal-de todos -y cada uno· de los ciudadanos. Pero es· un fin
que depende en su logro y en su configurádón · de la idiosincrasia y
del quehacer de .cuantos se han empeñado, co_mo nÍiembros de una
sociedad, en conseguirlo.
· (~) Aristóteles: Po/Jtica, III, 9, 1.281 a.
( 6) Adviértase, según lo anteriormente señalado, que «personal» · no es
mero sinónimo dC' «individual». r.o i,ersOnat no excluye, sin.O que inciuye · 1~
social: La sociedad es una «comunidad de personas». . ,
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De aquí la ineludible < ciudadano.
No puede esperarse que el gobernante «lo haga todo»; y
no sólo porque no deba, sino también -y aquí los hechos son el
mejor argumento-- porque no puede, no alcanza a ello. La sociedad
es un equipo en el que todos deben jugar.
Por
responsabilidad entendemos habitualmente el dominio de las
propias acciones y de sus consecuencias. Fruto de una elección y de­
cisión libres del sujeto, un acto trae consigo una serie de consecuen­
cias que, por haber emanado de la iniciativa de aquél, sólo a él le son
imputables en
su mérito o demérito. Ser responsable es asumirse a sí
mismo
y a lo que es de uno mismo. Ser responsable es ser autor y
dueño, sin renuncia, de las propias acciones o de las situaciones li­
bremente elegidas o aceptadas, así .como de aquellas en las q~e nos
instaura naturalmente nuestra propia condición de humanos. _La res­
ponsabilidad es, precisamente, el más valioso patrimonio de la per­
sona. Recuerdo haber leído en Nietzsche que el hombre
es el único
ser capaz de prometer.
Este atributo, este valor humano que define al hombre ontológica,
psicológica y moralmente,
tiene, no lo olvidemos, un marcado com­
ponente social.
B) S11p11eslos básicos de la responsábilidad socidl
¿Qué. se precisa, qué es lo que ha de estar a la base de toda ac­
ción responsable? Para responder con-cierta predsió~. sintetfa:aré en
seis los supuestos básicos de la responsabilidad social.
1.2 libertad.-Si no hay libertad, si no hay capacidad de determi­
narse a sí mismo, si no se es dueño de las propias acciones, s·i
éstas no brotan de la iniciativa Qel sujeto humano, difícilmente
podrá éste asumir. sus consecuencias. No puede «responder>> de
ellas porque, en rigor, no son «suyas». Libertad y responsabili­
dad son
cara y cruz de la misma (auténtica)' moneda ( 7).
-(7) «La-existencia humana es ser-responsable poique es ser-libre. Es "un
ser que --como dice Jaspérs-decide cada v~ lo que ·es: un ''ser-que-
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2.2 Prtldencia,~Para que haya verdadera responsabilidad se exige
el recto juicio acerca de. las propias acciones. Ello es justamente
un hábito qne dispone
de manera estable al ejercicio de deter­
minadas acciones,
aquéllas que los clásicos incluían en el ám­
bito de lo «agible» (8).
3.2 V o/untad de ¡,tsticia.--Sólo quien está dispuesto a dar -y, en
su
caso, a darse-a cada cual según le corresponde, puede ejer­
cer responsablemente la virtualidad de su don.
4.2 Tenacidad o forldleza.-Es la capacidad de superación en medio
de las dificultades.
La vida social -lo experimentamos a dia­
rio--no es un sendero de rosas. Exige molestarse, supone ~star
dispuesto a sufrir por lo que se quiere. La veleidad o el «cha­
queteo»
-y perdonen la expresión-no son, ciertamente, el
modelo de una
acción responsable, ¿no lo creen así?
5.2 Moderación u 1111tud rancia» o
rernplanza, aquella virtud tan emparentada al autén­
tico valor, que consiste en
saber dominar y potenciar las propias
apetencias en orden al
recto juicio de la razón y la integridad
total de
la persona. Los excesos y los extremos no suelen tener
mucho de acción responsable. Más bien al contrario.
6.2 Verdadera wltJntad de servicio.-Aristóteles llamaba a este su­
puestO «phylfa». El cristianismo lo !,a «bautiza.do» ronfiriéndole
una dimensión infinitamente
más noble; es lo que llamamos
«amor», -cbeaevolencia-», «caridad»_ en fin. Amor de donación
decide" . . . El hombre no se sustrae en ningún momento de su vida a la
for2osidad de optar entre diversas posibilidades. Aunque puede hacer ''como
si" no tuviese opci6n ni libertad de decidirse. Este '·'hacer como si" forma
parte de la tragicomedia del hombre.» Frank1, V. E.: P.ricoanáli.ris y existen­
cialismo. FCE, México, 1978, H edic., pág. 130.
(8) Cfr.:· S. Theol,, II-11, qq. 47-51. Lo «agible» se diferencia de lo
puramente «factible» en su repercusión -moral-sobre la índole del agente.
Odiar a
alguien, p. ej., repercute (para mal) .en -Ia índole del que odia.
Tallar
una figurilla repercute en la madera sobre la que se esmera el artesano.
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que es vínculo con J05 demás ciudadanos, sólido cordón que
hace estable a una sociedad. Sólo los que se aman con voluntad
de servicio
-y no de posesión o concupiscencia-permanecen
unid05
en su común empeño (9).
IH. Loo "mmtes" de la re&JIODSahilidad oocial de los ciuda­
danos
¿ A qué nos obliga, qué 005 exíge nuestra condición de «personas­
sociales»? ¿En qué frentes ha de mostrarse nuestra iniciativa de ciu­
dadanos? En suma, ¿en qué campos debe el Estado cumplir una fun­
ción subsidiaria y no totalitaria?
(10).
Señalarem05, sólo por en¡:ima, los camp05, deslindándol05 coove­
nientemente, que nos parecen < responsabilidad del ciudadano.
1.2 R campo de lo ;11rídico, en lo que supone de ordenación y con·
solidación de los
cauces de legitima r~tatividad y organi­
%ación ciudadana ante las corporaciones públicas del Estado y
los fines últimos o inmediatos de. Ja sociedad. Ello incluye, por
supuesto, los aspectos laboral --sindicatos, agrupaciones profe-
sionales
... -y económico -propiedad privada, uso social de la
misma ... -.
2.2 El campo de la técnica y de la investigacirfn. La iniciativa pri­
vada debe cubrir
las actividades fabriles, de transformación del
medio y de confección de instrumentos de todo tipo, -que con­
dw,can a un mayor bienestar en todos los sentidos. Lógicamente,
los avances q\K' en esta materia se produzcan, serán fruto de una
actividad investigadora en todos los campos, que habrá de partir
de quienes estén
cientfficamente facultados para ella.
(9) Cfr.: Wojtyla, K.: Amt>r y mj,ontabi/iJ,J. Razón y Fe. Madrid,.
121978, págs. 83 y sigs.
(10) Ayuda -«subsidiuril»-no es sustitución violenta ---'-trita.Htaiismo
a ultranza-ni solapada -totalitarismo «patemalista»-,--; -
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3,2 El campo de lo que se denomina la c11lt11ra, a saber. aquel con­
junto de valores, criterios
y pautas, incluyendo, incluso, determi­
nadas costumbres e instituciones naturales, que gozan de vigen­
cia o, en su caso, aparezcan en el seno de la sociedad. Moral,
religión o arte son elementos representativos al respecto.
4.2 El campo de la educación y la información. La transmisión o
publicidad de hechos, datos
y acontecimientos. El desarrollo de
las capacidades humanas
de todo tipo, el contribuir a la progre­
.siva maduración de los individuos en su integridad.
5.2 De no menor interés es el ambito del ocio -en cuanto distinto
del «negocio»--;
es decir, aquel campo de actividades que «di­
vierten», en el sentido etimológico pleno de
«dis-traer», de cam­
·biar de actividad, de seguir caminos «diversos» a los que sólo
conducen a lo inmediatamente útil o productivo
(11).
Dicho esto, creo preciso señalar que se hace indispensable -y de
ahí deriva su misma razón de
ser-el concurso estatal de cara a la
necesaria armonía que, con vistas al bien común, de~ r~nar entre
los diversos sectores ciudadanos y sus aportaciones respectivas. «De
un modo general -indica Millán Puelles--, corresponde al Estado
con relación a la iniciativa privada de los ciudadanos, el hacer que
esta iniciativa
se desenvuelva dentro del orden y del equilibrio nece­
sarios para el bien común, y el protegerla o estimularla, poniendo las
condiciones· positivas para que· en
la práctica se ejerza con la mayor
facilidad
y fecundidad posibles» (12). Pero, como resulta evidente,
('11) Este ámbito, por formar parte indispensable de nuestra vida, tanto
social como íntima, es de suma relew.ncia. Basta para ello reconocer cuán
importante es: que no todo sea «impottante»: Si ·todo fuera igualmente im­
portante, a buen seguro que nada _lo sería. De ahí la necesidad, a todos los
niveles, de volcarse ocasionalmente en actividades lúdicas, rfCreativas, de
«di-vertimiento». ar. al respecto, p. ej.: Pieper, J.: El ocio y la 1dda i111e­
lectual, Ria!¡,, Madrid, 1962, pág. 51; y también: Choza, J.: La ,;m,naza del
aburrimiento, «Nuestro Tiempo», núm. 220, octubre 1972, ~-31-45.
(12) ·Millán--Puelles, A.: ·Per.roria. humana y i11Jticia social, Rialp, Ma­
drid, •1978, pág. 147.
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se supone en todo .momento la efectiva aportación en todos los cam­
pos arriba s como tal.
No hemos de .. olvidar tampoco que al Estado compete, asimismo,
si bien de modo no estrictamente fundamental, una función «suple­
toria» --empleando la terminología del autor citado eo último lu­
gar-, por la cual asume «tareas que la iniciativa privada .está .lla­
mada a cumplir y que sólo cuando ella no las cumple tiene el Estado
que tomarlas a su catgo,
eo la medida en que el bien común lo exi­
ja» (13).
Pero con esto se a,:cede a cuestiones que no corresponde tratar
aquí,
y que supongo serán estudiadas en otras intervenciones mucho
más autorizadas que la mía.
IV. El ejercicio de a responsabilidad ciudadana y su estra­
tegia
Con este apartado entramos en un punto central de .nuestra inter­
vención. Porque, si bien no faltan ideas claras sobre el particular que
nos ocupa, corremos el peligro de
no hacerlas fructificar en la rea­
lidad concreta
y vital de los hechos. «No es el momento de discutir,
de buscar nuevos principios, de señalar nuevas metas
y objetivos. Unos
y otros esperan sólo una cosa: su realización concreta» (14).
Pues bien, ¿qué elementos ha de integrar desde un pruno de
vista «estratégico»
-orientado a una aplicación directa-, el ejercicio
de la responsabilidad ciudadana?
¡_Q En primer lugar, estimamos indispensable el suscitar y apo­
yár iniddtivt11. No sólo emprender tareas por uno mismo -'por ejem­
plo,
encabezando una lista electoral, órganizando un ciclo cultural,
etcétera-,'· -sino también animar y apoyar con orientaciones, ayuda
material, etc., las que vemos surgir a nuestro alrededor. Se trata, en­
tiéndase bien, no sólo de «hacer>>, sino, a.n,te-todo, de «hacer-hacer»,
(13) !bid., págs. 156 y sigs.
(14) Pío XII: Exhortar:ión pontificia por ,m f/l,uttt/O' mejor,. 10-11~52.
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dé «dar coda%0S» a· quienes están junto a nosotros y se lancen tam­
bién en la promoción de iniciativas. En definitiva, no se trata tanto
de «trabajar como diez», sino de «hacer trabajar a diez», lo cual,
siendo indudablemente más eficaz, es, asimismo, más exigente (15).
2.2 Dedicación en tiempo y dinerr,. Voy a tomar aquí las pala­
bras editoriales
de un semanario comunista francés, «Paix et Liberté»,
que, · aunque hiriente tal vez, wn un revulsivo para existencias des­
pteoetipadas
por el bien común de tod06 los miembros de la sociedad :
«El Evangelio
de Cristo es un instrumento de renovación mucho más
¡,oderoso que el . programa revolucionario de Marx. Sin embargo, al
füi ·.seremos. nosotros quienes· gapen al mundo... ¿Por qué? Porque
de nuestras ganancias y salarios nos reservarnos· .s6lo lo absolutamente
necesario y entregarnos el resto para la causa del comunismo.
»A la propaganda comuni•ta dedicarnos nuestros tiempos libres
y \jl¡a parte de nuestras.vacaciones. Jln cambio, vosotros. apenas reser­
váis ningún tiempo,
ni entregáis ningún dinero para la preclicación
del mensaje de Cristo. ·
»t<:ómo
va a creer nadie en el insuperable valor de ese Evangelio
siq10 lo practicáis, ni lo propagáis, ni sabéis sacrificar tiempo ·o di­
nero por el:mismo?
»¡.Lo que
pasa es que tenéis miedo a mancharos las manos traba­
jandó por vuestro Dios!» (16),
Aunque orientadas bajo otro aspecto, estas palabras -son .tremen­
dáment!'
expresivas. H:ay tareas que ·en -nuestra-sociedad, hoy, exigen
una ,ent,;ega y una· dedic'ación que suponen sacrificio y ·renuncia a un
ritmo de vida relajado, conctetándOS aportaciones económicas.
·:e 3,2 · Eo ptecisa; además, una f,mnacMn moral e intelectual iiste­
miltica . Evidénteniente, no t9dos dispondrán de las mismas posibili­
dades al·: respetto, -pero sí que· todos, a cierto nivel, necesitamos cla-
·0-(15) 'Mi>,;,:les;. T.,---t.i,o, en m..-cha. Studium, Madrid, 1976, págs. Ú
y sigs. Esta obra inspira en buena medida la mayor parte de las·-ideas--que
siguen a continuación.
(t6r at .,,. 1b1L; ~-,6:
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ridad de ideas acerca de determinadas cuestiones, siendo, por lo tanto,
obligado· el que cada uno; contando con sus capacidades y limitacio­
nes personales, se preocupe por formarse seriamente en materia la­
boral, control de nacimientos, libertad de
enseñanza, etc.
4.2 Un grave riesgo, por cuanto que encierra una falta de refe­
rencia al bien común, y que, por lo tanto,
se ha de evitar, es dejarse
encandilar
por mesidnimws idet>lógico,s. Entiendo aquí por «ideolo­
gía»
un cuerpo de posiuras que, movidas por una voluntad de poder,.
tienden a su efectiva autoinstauración (17).
Las ideologías, detectables muy a menudo por planteamientos dia­
lécticos
del. tipo «nosotros-ellos», lo que hacen es recoger aquí y allá,
según la necesidad de cada caso, y sin que importe la aceptaci~n de
contradicciones teóricas o prácticas, las piezas integrantes con 1~ que
es compuesta y de Ias que se sirve una voluntad de poder de deter­
minado grupo o sector, dejando al margen
-<:uando menos-toda
consideración relativa al bien común. Acreedoras siempre de ~ me·
si~nismo, de un optimismo sociarJ., político y económico, no siempre
justificado racioualmente, las ideologías aspiran a cierto tipo de poder
omnímodo sobre la coufiguración
de. la vida humana. Adquieran o
no
la figura de «partido» -y sin que toda figura de «partido» im­
plique tampoco un planteamiento ideológico según lo venimoo descri­
biendo-, se traducen exclusivamente en «condiciones de eficacia»,
ajenas a planteamientos intelectuales o morales.
5 .2 Añadirla, por último, renrmdar a /~ ¡,risa. Si la estabilidad
-que no implica ausencia de dinamismo-es uno de los ingredien­
tes -esenciales de una sociedad, es obvio que las. metas a conseguir· en
orden al bien común y que se busquen mediante la iniciativa de loo
ciudadanos, han de plantearse a largo plazo, sabiendo que para ex•
tenderse y perdurar, hay que profundizar e insistir. Dado qne no se
persiguen éxitos · facilones, ni · se ira.ta de conformarse con aparien-
( 17) Tomo. esta concepción de Karl Marx, aunque, evidentemente$. in­
cluyo
al propio Marx en ella. Cfr.: Heidegger, M.: Das Zeitalter des Weltbil­
Jes, en «Holz.w#ge»~ Vittorio Klostermann. Frankfu.rt am Main, 1956. (Trad.
1:ast.: Sendas perdidas.) Cfr. también: Volkmann-SchlUCk, K.-H.: ,Jntroduttión
al pensamiento filoiófico, Gredos, Madrid, i967, págs. 107 y sigs.
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das estériles o inconsistentes, los fracasoo iniciales y las dificultades
crecientes
r¡o serán suficientes para desalentarse y abandonar. Es pre­
ciso,
sin precipitaciones, multiplicar minorías que trabajen en profun­
didad.
No buscar el prurito del número o la popularidad desde el
principio. Lanzarse a la acción perdiendo el miedo a fracasar.
Hay que hacer memoria de aquel refrán árabe: «Si quieres hacer
algo que dure
un año, siembra trígo; si quieres hacer algo que dure
diez años,
_planta árboles; si quieres hacer algo que dure cien años,
forma hombres» (
18).
V. El ciudadano católico, responsable ante Dios y ante los
hombres
Hay un sector de lá sociedad que, aunque movido por metas que
superan lo temporal
y trabajando por un «Bien Común Trascenden­
te» (Tomás de Aquino), posee, sin embargo, una vocación decidi­
damente marcada
hacia la participación activa y las tareas propias de
la vida socio-temporal, Ese sector es el de los católicos.
El ciudadano católico,
. lejos de reservar sus criterios y estilo de
vida para ~u exclus~va intifil!dacl .. -ese_ «fuero_ interno» en el q~e
tanto insisten algunos liberalesc-, es responsable _ pasos
que siguen la sociedad y el tiempo en que _vive: «¡Responsa­
bles! Palabra
tremenda, dinámica, inquietante, llena de energía; quien
la ·· comprende no puede permanecer indeciso e indiferente; se da
cuenta de que dicha palabra cambia, no poco, el programa mezquino,
y burgués acaso, de su propia
existencia. Somos res¡,onst>b/e, de m1es0
/ro tMmpo, de la vida de rroesws hermarros. Y somos responsables
ante n11estrea cotJcietTti~ cristiana, somos resp:>nsables ante Cristo, i:lme
la Iglesia y fa Historid; ante fd·M;,rJJ,. de Dios» (19).
Esta responsabilidad es también una «responsabilidad social», y
compete inexcusablemente al ciudadano católico. Si esta responsabi­
lidad quiere
· rendir frutos perdurables _:_:no olvidemos que la vida
(18) Morales, T.: Ob. rit., págs. 61 y .sigs.
(19) Pablo VI: Discurso cit1.d-ad·de Prarcati, 1~IX~63.
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social no es cuestión de nn día, sino nn ámbito vital permanente y
estable---, habrá de partir de nn arraigamiento, o, en su caso, de nna
reforma interior.
Nadie como él es consciente de que no se puede dar
lo que no se tiene, y mocho menoo exigirlo de loo demás. El ciuda­
dano católico está convencido de
que su mayor eficacia está en lo
que es, y-no tanto en lo que hace o dice, consecuencia, en fin, de su
ser.
Con la mente pu.esta en W1 «Bien Común Trascendente», el ciu­
dadano católico es responsable de la edificación de una sociedad cris­
tiana, auténtica
y verdadera sociedad civil empeñada en el logro de
su «bien común inmanente» (20), conjunto de condiciones sociales
que hacen p05ible que todoo y cada nno de los miembros de la SO'
ciedad alcancen su propia perfección personal, en la medida en qúe
ello sea p05ible.
Sin embargo, eléatólico no puede ignórar que tal estado de cosas
sólo se hará efectivo cuando el reinado social de Cristo se instaure
en personas y estructuras. «Cuando el Verbo de Dios asumió "nna
naturaleza humana real, entró también en la vida histórica y social
de la humanidad", de forma que un cristiano que dejara baldías "las
fuerzas ordenadoras de la fe para la vida pública", traicionaría al
Dios-Hombre. Debido a
la Encamación de Cristo, la Iglesia es "el
principio vital de la sociedad humana"» ( 21).
Esta responsabilidad es tanto mayor cuanto que no puede olvi­
darse el temple
apootólico que por su corulición de bautizado corres­
ponde al seglar cristiano. Debemos volver a reflexionar, tal
vez, en
las palabras del Editorial
de Pdix et Liberté, arriba consignadas: «El
Evangelio de Cristo es un instrumento de renovación social mucho
más poderoso que el programa revolucionario
de Marx. Sin embargo,
al fin seremos nosotros quienes ganen al mundo... ¿Cómo va a creer
(20) En la mente de Tomás de Aquino se da la distinción entre el
«Bien Común Trascendente», que-nor-ces otro sino Dios, y el llamado «Bien
común inmanente», que es el propio de la sociedad civil.
(21) HOffoer, J.: Doctrina Social Cristiana. Madrid, 21977, pág. 13.
ar. Pío XII, 17-VIII-58, a quien pertenecen las palabras entrecomilladas
en el interior de esta cita.
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ANDRES JIMENEZ ABAD
nadie en el insuperable valor de ese evangelio si no lo practicáis, ni
lo propagáis,
ni sabéis sacrificar tiempo o dinero por el mismo? ... ».
Preguntaban a John F. Kennedy, recién elegido, qué clase de pre­
sidente pensaba ser, liberal o conservador. Tuvo. una respuesta lumi­
nosa: «Espero ser
responsable».
Si, en conclusión, alguien preguntara quién ganará el mundo,
contestaría con unas palabras del Santo Cura de Ars : «El mundo será
de
quien ame más y lo demuestre mejor».
No propugno aquí, por consiguiente, una reforma a ultranza de
estructuras, sino
una profunda labor de reforma interior que, par­
tiendo de cada ciudadano, se exprese en iniciativas concretas. EstaS
iniciativas habrán de ser las que hagan efectivamente del bien común
de la sociedad el fruto de una responsabilidad libremente asumida
y puesta al servicio de un ideal poderoso y exigente: la eclificad6n
de la Ciudad Católica según la Mente del Creador.
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