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La «Pacem in terris»... ¿apertura a la izquierda?

 

GLOSAS A LA «PACEM IN TERRIS»

¡Cuántos se han convertido en cómplices inconscientes de la propaganda progresista, adoptando o difundiendo las deformaciones introducidas en la encíclica "Pacem in terris", de la que parecen querer apropiarse los enemigos de la Iglesia!

Decir, en efecto, que Kennedy y que Kruschef se han declarado satisfechos de la "Pacem in terris", no ofrece ningún interés en un mundo que no cree en la verdad de nada y procura sacar el mayor provecho "psicológico" de todo.

Pero nosotros mismos, tajo la insidiosa presión de estas propagandas, ¿hemos defendido como era necesaria esta encíclica? ¿No nos hemos sentido profundamente atemorizados y descorazonados, y no nos hemos cohibido demasiado ante tales escamoteos?

Releamos, por ejemplo, ese pasaje de la última encíclica consagrado a las "relaciones entre católicos y no católicos en el campo económico, social y político", y después, el párrafo que le sigue, en el cual el Santo Padre se niega a identificar las filosofías erró- neas con los movimientos históricos inspirados por tales teorías...

Consideremos la progresión. El Papa comienza por indicar un plano en el cual podrían hallarse los no católicos como dando el primer paso hacia la verdad: "Los principios doctrinales que hemos expuesto, o se basan en la naturaleza misma de las cosas, o proceden de la esfera de los derechos naturales".

Luego, Juan XIII enuncia el principio de toda acción rigurosa, afirmando la inmutabilidad de los principios...: Que en toda ocasión "los católicos procuren con gran cuidado ser consecuentes consigo mismos y no admitir compromiso alguno perjudicial a la integridad de la religión o de la moral".

¿No está esto claro?

Pero el Papa no quiere limitarse al solo deber de la incontaminación doctrinal. Quiere la fecundidad doctrinal. Quiere incitarnos a la acción. También quiere recordar a nuestra generación, demasiado frecuentemente cansada y dispuesta a capitular, un argumento esperanzador que dimana precisamente de la inmutabilidad del orden natural: las ideologías erróneas, las filosofías "intrínsecamente perversas" son contra natura, porque violentan las leyes del orden natural, "grabadas por el Creador en el corazón de los hombres".

¿Y no es esto para los católicos, tanto un motivo de esperanza como una incitación a la acción? Deberíamos recordar siempre, en los tiempos en que dominan el error, la mentira y el crimen, que las ideologías contra natura no pueden burlar y violentar indefinidamente las leyes humanas sin provocar rupturas y accidentes tales, que la inadecuación de los falsos principios respecto a las verdaderas necesidades del hombre no dejará de estallar muy pronto en el terreno de los hechos.

Desquite o reacción del orden natural que se manifiestan no solamente en el plano de la vida colectiva, sino incluso en el más sencillo de la vida privada.

A Dios gracias, los hombres más comprometidos en el error raramente llegan a desarrollar todas sus consecuencias.

Clémenceau, francmasón, presumía de combatir por una revolución que, según sus propias palabras, era una "revolución contra toda autoridad divina y humana". Sin embargo, ese mismo Clémenceau, en las sombrías horas de 1917, fue el hombre de la unión sagrada y de la salvación nacional.

¡Cuántos otros ejemplos podrían ser citados de actuaciones comunes que llegaron a ser posibles, aunque no fuera más que por breve tiempo, entre católicos y hombres u organizaciones considerados, con toda razón, como enemigos peligrosos de la Iglesia!

¿Por qué y cómo? Porque la perversidad de los sistemas ideológicos tropieza siempre, por algún lado, con el mecanismo más profundo de las reacciones naturales. ¿Quién contará el gran número de conversiones definitivas, debidas, en realidad, a esos sobresaltos momentáneos, pero que la gracia de Dios sabe aprovechar? ¿Y sabemos nosotros ser los auxiliares eficaces, delicados y hábiles de la acción divina?

Es preciso ir hacia los hombres; hablar a los hombres. No a los sistemas. No hay que hacerse ninguna ilusión: las grandes abstracciones nunca recibirán el bautismo. No se transformarán el marxismo, la masonería ni el Islam. Los diálogos publicitarios y anónimos entre esas entidades sin alma ni cabeza no son más que engañabobos.

Pero ¡vayamos a los hombres! Incluso entre los comunistas, los radicales anticlericales y los agnósticos se esconden hombres de buena voluntad que se creen comunistas..., agnósticos y que lo son mal o parcialmente. Hay todo un mundo entre los que sirven a "la empresa comunista de dominación mundial", porque están constreñidos y forzados o intoxicados por las propagandas, y los crimínales, las cabezas lúcidas de la subversión que organizan la revolución.

Nada autoriza, pues, a decir como se ha dicho, que Juan XXIII condenó las ideologías perversas, dispuesto a acoger, en cambio, con benevolencia, sus aplicaciones concretas. El distinguió bien, por el contrario, la locura de las ideas y la revancha del orden natural de las cosas contra la aplicación de estas locuras. Lo que es muy distinto y es, incluso, una excelente introducción a esa finura espiritual indispensable a toda acción política que rehúsa confundir aplicación brutal de principios con fecundidad práctica.

Porque hay algo más fuerte que las ideas erróneas: el orden de las cosas. El hombre puede tratar encarnizadamente de perturbarlo, de escarnecerlo, pero no le" ha sido dado destruirlo. No hay, pues, hablando con propiedad, más que recrear el orden social, partiendo de lo que siempre ¡queda de saludable en los diversos cuerpos sociales, para revivificarlos desde el interior, favoreciendo y provocando su resurgimiento. La restauración social no se hará al margen de los hombres tal como ellos son. Por eso León XIII, mucho antes que Juan XXIII, nos había recordado el provecho que, en ciertas circunstancias, la verdad y el bien pueden conseguir de un acuerdo logrado "con aquéllos que nó han perdido del todo el sentido de la honestidad".

Así, restablecida en su verdadera perspectiva, la enseñanza del Papa es extraordinariamente clara. Los parágrafos que siguen a los que comentamos desarrollan aún más y precisan el mismo pensamiento: "Determinar si tal momento ha llegado o no, como también establecer las formas y el grado en que hayan de desarrollarse contactos en orden a conseguir metas positivas, ya sea en el campo económico o social, ya también en el campo cultural o político, son puntos que sólo puede enseñar la virtud de la prudencia, como reguladora que es de todas las virtudes que rigen la vida moral tanto individual como social." El Papa precisa, por otra parte, que esta acción social y política debe empezar rechazando todo abandono ciego o fatalista. La iniciativa "corresponde de un modo particular a aquellos que, en estos asuntos concretos, desempeñan cargos de responsabilidad en la comunidad" ..., pero a condición y en la medida, indudablemente ... "en que se mantengan, sin embargo, los principios del derecho natural al par que la doctrina social de la Iglesia" ...¡Lo que debería, sin embargo, tener su importancia! Al menos, a los ojos de los católicos.

¿Qué confirmación más clara cabe de la oportunidad de la acción doctrinal y del método capilar? Lejos de abandonarse a los determinismos históricos desmoralizadores, Juan XXIII reafirma con fuerza que "todas las cosas adquieren su crecimiento por etapas sucesivas, y así, en virtud de esta ley, en las instituciones humanas nada se mejora, sino obrando desde dentro, paso a paso. Esto recordaba nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII, cuándo decía: "No en la revolución, sino en una evolución bien planeada se encuentran la salvación y la justicia. La violencia nunca ha hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no aplacarlas". "Evolución que, según la misma evidencia" del contexto, no tiene nada de ese regreso al cero, tan caro a los innovadores, sino que es, por el contrario, ordenada progresión de los asuntos humanos, cada uno según su orden, conforme a las leyes del orden divino y bajo la dirección de los verdaderos y prudentes restauradores de la sociedad...

Todo esto ... "para que la sociedad humana ofrezca con la mayor fidelidad posible la imagen del reino de Dios ..." Es decir, la misma perfección dé esa "ciudad católica" deseada por San Pío X ante los asaltos, cada día repetidos, de una "utopía malsana" y de una impiedad contrarias, una y otra, al derecho natural fundamental.