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Una advertencia de «L'Osservatore Romano» sobre la «Pacem in terris»

GLOSAS A LA «PACEM IN TERRIS»

Con el título "Nada de equívocos", encontramos estas interesantes puntualizaciones en "L'Osservatore Romano"[1] sobre los comentarios e interpretaciones suscitadas por la reciente encíclica.

 

"Pacem in terris" no cesa de encontrar aprobaciones y de despertar esperanzas más y más numerosas en las partes más diversas del mundo. Sin embargo, tenemos el deber de no despreciar, en ese paisaje iluminado de hechos positivos que nos permiten esperar una mejor convivencia humana para el mañana, las zonas sombrías debidas a las interpretaciones parciales y aproximativas de los políticos o de los periodistas, interpretaciones cuya ambigüedad se presta a fines políticos ocasionales, como es el caso de la inminente consulta electoral en Italia.

De este modo tratan de descubrir un cambio imaginario en las directrices morales y disciplinarias de la Iglesia respecto de partidos y de ideologías que se oponen a la concepción católica, siendo, por el contrario, la encíclica una confirmación solemne, aunque abreviada, de los principios sociales cristianos aplicados a los problemas nuevos de la coexistencia social e internacional) y, además, una invitación dirigida a los hombres de "buena voluntad" para que acojan esos principios resumidos y elaborados para hacerlos más comprensibles y aceptables a los pueblos.

El fruto que la encíclica se propone recoger, depende del grado de correspondencia que encuentren en el mundo esos principios que ella se esfuerza en exponer de manera todavía más accesible y penetrante, y no de su adaptación (o algo peor aún) a los principios contrarios.

La parte de la encíclica que trata de las "relaciones entre católicos y no católicos", sobre el plano económico y social, precisa, de modo inequívoco, que los posibles "encuentros de orden práctico", en casos bien definidos, deberán "respetar los principios de derecho natural, seguir la doctrina social de la Iglesia y obedecer las directrices de las autoridades eclesiásticas", a las que incumbe "el derecho y el deber no sólo de guardar la integridad de la doctrina concerniente a la fe y a las costumbres, sino también de intervenir con autoridad cerca de sus hijos en el dominio profano, cuando se trata de juzgar la aplicación de estos principios a lo casos concretos".

¡Ningún equívoco, pues! Ninguna mistificación posible sobre ningún punto ni en ningún grado, sea éste el que fuere, de la doctrina y de la disciplina de los católicos, sino un impulso de caridad que anima la conducta del magisterio, impulso que, partiendo de la eterna fuente, se desarrolla sin cesar y debe fortalecer las conciencias católicas a fin de que ellas conduzcan a todos los hombres a esta verdad.

Tampoco, nada de "desorientación"

Por lo demás, las sugestiones pastorales que conciernen a las relaciones entre católicos y no católicos, se encuentran ya en la "Mater et Magistra", y el Radiomensaje de Navidad de Juan XXIII hace remontar todavía más lejos la continuidad del pensamiento de la Iglesia, cuando el Papa dice: "El nuevo documento que se une a la "Mater et Magistra" resume, sobre eí tema de la paz, las enseñanzas de nuestros predecesores, desde León XIII a Pío XII". En efecto; un buen tercio de las notas de la nueva encíclica se refieren al último citado.

¿De qué desorientación, de qué novedad en la opinión pública se puede, pues, hablar seriamente, objetivamente? Hay en esto una cuestión cuya respuesta no puede suponer más problema, que un conocimiento más profundo de la encíclica y la preparación catequística conveniente de los lectores de la misma…

No confusión, sino "dirección"

¿Qué es lo que permite suponer que los católicos puedan dar sus votos a los partidos opuestos a la doctrina católica y excluidos, hoy lo mismo que ayer, por las consignas morales del magisterio eclesiástico? Las fronteras entre principios católicos y no, católicos no han cambiado. Y la "Pacem in terris" incluso considera, con un rigor no empleado aún por lo que a la realidad social e internacional respecta, que tales fronteras están incluidas dentro de los infranqueables principios de la sociología cristiana. Así, cuando se pone en el centro de toda problemática social los derechos de la persona humana, respetándose el orden natural establecido por Dios, se han cumplido las condiciones de la coexistencia pacífica. Cuando se hace depender la vida y el progreso individual y social de la libertad para ejercitar derechos y para las mutuas relaciones entre los hombres, se delimitan posiciones claras y no se trabaja por la "confusión", sino por la "dirección" de los espíritus. Esto no permite ningún equívoco cuando se trata de las negaciones del ateísmo ni compromiso alguno sobre los vacíos del laicismo...

El "slogan" habitual

... No decimos que los escritores comunistas no hayan comprendido a fondo qué es y lo que enseña la encíclica; pero sienten con violencia la tentación de falsear la perspectiva y el objetivo de la misma, a fin de convertirla en un lema de propaganda respecto del pretendido "nuevo curso", del pretendido "fin de la cruzada", intentando desesperadamente realizar una equívoca "unión entre católicos y comunistas", precisamente en el punto en que las premisas naturales y sobrenaturales de la encíclica fijan las fronteras entre estas dos visiones ideológicas y políticas.

Por lo que respecta a la "cruzada", si ella es un activo espí- ritu de defensa contra el ateísmo comunista, o de separación entre verdad y error, libertad y esclavitud, moral natural y "moral" de clase, entonces la "cruzada" no puede terminar ni terminará para ningún católico, mientras no sean modificadas las posiciones ideológicas marxistas y materialistas. Y por lo que se refiere a las pretendidas intolerancias civiles o a excepciones en la órbita de leyes que son iguales para todos, la "cruzada" no ha existido jamás en el espíritu de la Iglesia, y la distinción que hace la encíclica entre el error y aquellos que yerran —distinción que tanto ha sorprendido y desorientado a ciertas personas que no lo esperaban—, lo confirma elocuentemente.

Pero los católicos desean que el resultado del encuentro con los comunistas sea la victoria de la verdad cristiana sobre el error marxista.

La herencia del laicismo

En la vertiente opuesta a la que ocupan los comunistas, se escribe entretanto que la encíclica, al proclamar los derechos de la persona y los progresos de la sociedad, no hace más que reconocer, aunque con algún retraso, las conquistas de un siglo dé civilización laica que ha proclamado los derechos del hombre promoviendo con ello el progreso de la sociedad.

Pero hay un pequeño error en el principio de todo esto. La civilización laica ha heredado sus fermentos de libertad, en lo que ellos tienen de auténtico y legítimo, del Evangelio, que proclamó la dignidad del hombre, criatura de Dios, hace veinte siglos, liberándolo de la condición de esclavo. SÍ la civilización laica ha añadido, por su parte, la humanización y la secularización de esas verdades, en realidad, ha privado al edificio moral de su incomparable pedestal.

Así, hemos llegado a las diversas degradaciones del individualismo, del naturalismo, de la secularización que conduce a las concepciones aberrantes del hombre y de la sociedad, y que han terminado por hundirse en el egoísmo y el fanatismo.

La encíclica no niega lo que hay de verdadero y de humano en el progreso de la sociedad moderna nacida del tronco cristiano, pero vuelve a tomarlo todo y lo coloca otra vez sobre el pedestal del orden divino, en la verdad sobrenatural..."

 

[1] Extractos de la edición francesa de "L’Osservatore Romano" del 3 de mayo de 1963, número 18. Los subtítulos son de "L'Osservatore Romano".