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Monismo y pluralismo en la vida social

MONISMO Y PLURALISMO EN LA VIDA SOCIAL
POR
FRANCISCO CANAI.,S VIDAL,
Catedrático de M etafi.sica de la Universidad de Barcelona.
Se me había propuesto inicialmente que hablase en este Con­
greso sobre los principios de totalidad y de subsidiariedad.
La
reflexión sobre el tema propuesto, sobre su sentido, intención, su
"estado de la cuestión" en el contexto de las ideologías políti­
cas, me hizo caer en la cuenta de que también en esta tema ocu­
rría algo, que no puede decirse que sea una particularidad, ya
que nos hallamos en el mismo caso en todos los que se tratan en
este Congreso, y
de algún modo en cualquier tema con que que­
ramos enfrentamos hoy.
Nos encontramos con
la paradoja de que los que nos pfo­
fesamos contrarrevolucionarios tenemos conciencia de la sinceri­
dad y cariño con que defendemos la doctrina de los cuerpos in­
termedios, de nuestra convicción de que
.en la realidad de tales
cuerpos intermedios
-que han sido en gran parte destruidos
por la moderna revolución-hay la garantía de la libertad del
hombre.
Pero también saberrios que ningún liberal ni demócrata,
socialista
o comunista, nos reconocería como defensores de la
libertad,
ni siquiera de la autonomía de la enseñanza o de la
familia, no obstante que tal vez sostengan ellos las tesis más
opresoras en torno a ellas.
Es decir, mientras nosotros acusamos,
con razón, a la revolución., desde
su fase jacobina, de haber ani­
quilado todas las libertades reales, somos nosotros mismos acu­
sados como enemigos de la libertad, totalitarios, etc.
Sucede esto cotidianamente,
hasta el punto que al plantearse
cualquier cuestión conexa con algo que haya sido alcanzado
por
el fenómeno revolucionario -y ya no queda ahora casi ninguna
dimensión
de la vida humana que no haya sido alcanzada por
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él-se comienza en seguida, si no se adopta la consabida ac­
titud que se dice exigida
por el movimiento irreversible de la
historia, a ser calificado con algún ismo· de este signo : extrerno­
derechista, ultra, retrógrado, conservador.
Hay que hacer innú­
meros esfuerzos de superación de equívocos, y acumular sutile­
zas,
para explicar que no es nno "reaccionario" en el sentido
en que se le acusa, aunque tampoco sea de "izquierda", aunque
tampoco sea de "-derecha" en el sentido de la difundida carica­
tura, aunque tampoco sea
"ni de derecha ni de izquierda" en
otro sentido que también
está en la mente de todos.
Con todo esto
es frecuente la perplejidad de quienes . no sa­
ben dónde situarse, porque se encuentran sumergidos en
un ver­
tiginoso torbellino de tensiones, que tiene ciertamente algo
de
"preternatural".
Es preciso afrontar el problema de estas tensiones, de esta
confusión que impide cualquier planteamiento sereno. Parece
obligado reflexionar
y tratar de orientarse aunque estemos en este
mar e magnwm. de corrientes encontradas, cuando los "ultramon ~
tanos" _pasan por ser "fascistas", aunque los '1fascistas" ver­
daderos acusasen, en un momento que todos recordarán, a ver­
daderos ultramontanos como aliados
de la socialdemocracia o
de la masonería ...
Pensando en esta problemática se desplazó mi atención desde
el terna de la totalidad y la subsidiariedad en la vida social, al
más radical
de la unidad y la pluralidad, y en conexión con éste,
al
del monismo y pluralismo como actitudes influyentes en el
proceso de .la historia contemporánea.
* * *
Me parece que estarán de acuerdo todos en que, cuando leemos
Santa
Teresa de Jesús o Santo Tomás de Aquino, se nos mues­
tran como muy diversos de lo que sería un cristiano de izquierda
de nuestros tiempos.
Pero tengo también la convicción de que
no hallaremos en
e:Jlos tampoco el "ismo" por decirlo así, in­
tegrista o contrarrevolucionario en
el sentido en que lo viviríamos
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hoy. No tienen "ismos". Comentábamos con Elías de Tejada el
hecho de que encontramos en la Suma Teológica la afirmación de
que es lícito que la Iglesia confíe al poder secular cristiano el
castigo de la herejía, y pocas páginas más adelante la tesis de
que la conversión a la
fe cristiana de los súbditos de un poder
civil legítimo ejercido por un infiel
no es título que emancipe
al súbdito de su deber de obedecer a aquella autoridad legítima,
ya que la potestad civil
es de orden natural, que no es derogado
por
el hecho sobrenatural de la fe del súbdito. Y no muy lejos,
al afirmar que no es lícito bautizar antes del uso de razón al
hijo de un judíp contra la voluntad de su padre, se responde a
la objeción de que la omisión
del bautismo puede poner en pe­
ligro la eterna salud
del nifio, advirtiendo que el orden de la
gracia no obra sus fines- actuando contra el orden de la natura­
leza, y que en el orden natural el hijo, antes de alcanzar el pro­
pio albedrío, depende de la potestad del padre.
Muchos no sabrían a qué carta quedarse si se les preguntase
sobre la calificación de la tendencía a que pertenece Santo Tomás:
se defiende "la Inquisición", se defiende la obligación de los
cristianos de obedecer a poderes gentiles -aunque también,
como es sabido, la licitud de la rebeldía de una sociedad cris­
tiana en
el caso de que el príncipe caído en la herejía oprima la
fe-, .... , se niega a los príncipes cristianos y la jerarquía de la-Igle­
sia el derecho a contradecir la voluntad del padre de familia
judío. Y todo ello en pocas páginas.
Hay que reconocer, pues, que aquí no hay "ismo", y no lo
hay tampoco en San Agustín, ni en los Santos Padres. Pero es
claro también que los Padres y los grandes teólogos no podrían
ser situados en una posición "centrista". No son neutrales entre
una ortodoxia íntegra
y el error herético; no fueron los Padres
semi-arrianos ni semi-pelagianos.
Me he preguntado muchas veces qué ha ocurrido
en el mundo
de hoy para que la verdad quede convertida, en la perspectiva
de su apariencia en el -plano sociológico, en un "ismo" parcial;
para que
la ortodoxia íntegra se presente como una posición ex­
tremista;. para que la doctrina verdadera parezca la opción ca-
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prichosa de un grupo, y para que no haya manera de afirmar la
verdad sin ser al punto acusado de enfrentamiento hostil a toda
una serie de dimensiones de la realidad. Mi convicción es de
que el torbellino "dialéctico" en que estamos inmersos se cons­
tituye por una tensión preternatural, de inspiración satánica,
para decirlo en la forma más explícita.
* * *
He afirmado ya que no se dieron tales tensiones en los gran­
des momentos de plenitud de la historia cristiana. Pero si no
encontramos estas tensiones en la "cristiandad" en cuanto tal,
sí las hallamos
en la política moderna a partir de los Whigs y
Tories del xvn. A partir de la revolución francesa el juego de
tensiones se proyecta
progresivamente sobre todas las dimensio­
nes
de la sociedad. Y en las últimas décadas, y cada vez más,
sobre
todas las actividades y actitudes artísticas, pedagógicas,
técnicas,
de medios de comunicación social, de costumbres, y en
el propio ámbito doméstico y familiar. Hoy no se puede ya ni
siquiera escoger
menú o elegir vestido o calzado sin correr el
riesgo, según sea la opción,
de mostrarse como conservador o
progresista.
Pero antes que tal polaridad se manifestase en la política
inglesa del siglo
-xvn, -¡x>demos hallarla, si no todavía dominan­
do el mundo como hoy, sí actuando en ciertas corrientes filo­
sóficas y teológicas a lo largo de los siglos.
Constituye en
nuestro tiempo una auténtica revelación el es­
tudio de Marción, en cuyo sistema gnóstico se
dio, el ;preceden­
te más vigoroso del dualismo maniqueo como herejía cristiana.
Marción afirmó la existencia de dos dioses : de una parte, el
Dios de Israel, creador del mundo, poderoso, legislador, justi­
ciero
y "belicoso"; y de otra, el Padre de Jesucristo, no auto­
ritario ni legislador, ni poderoso, cuya obra no es crear y regir
el mundo, Dios de bondad,
amor cuya obra es la liberación del
hombre frente a la esclavitud
de la ley. Enfrentado al "Dios de los
fariseos", el
Diós de los cristianos es, diríamos hoy, un Dios de
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"izquierda" (podríamos pensar en algo así como en la antítesis
que se ha formado en la mente de algunos entre el Dios de Pío XII
y el de Juan XXIII).
Quien sigue investigando a partir del descubrimiento de las
"Antítesis" marcionistas; hallará desde luego el hilo conductor de
los posteriores "catarismos", pero podrá también comprobar que
la mitología de la dialéctica de las tensiones· y de la polaridad de
los contrarios antitéticos, con la misma malicia que tiene en la
modernidad,
no sólo estuvo vigente en las gnosis, sino que a tra­
vés de ellas remonta a las fuentes más antiguas del sabrr filosófi­
co griego, en aquello que la filosofía griega recibió muy proba­
blemente del esoterismo mágico y sacerdotal del Oriente.·
Ya algunos pitagóricos, según refiere Aristóteles, entendieron
la realidad como
estructurada y fundamentada no en un prin­
cipio unitario, sino en una dualidad polar de coelementos anti­
téticos que a la vez se exigen
y se contraponen.
Si la esencia de todas las cosas es el número, según la ca­
racterística doctrina pitagórica, se descubrió en los mismos
nú­
meros el enfrentamiento de los "pares y nones". Algo así como
una derecha y una izquierda en los números,
ya que la divisi­
bilidad de los pares los constituye en fuente de indeterminación:
y así los números, como esencia de la realidad, exigían también
explicar
ésta no sólo desde el principio de deteiminación y lími­
te, sino también desde
lo H indeterminado", principio coelemental
y antitético
al que establece en la realidad la determinación de
la figura y de la consistencia.
Y a partir de aquí se sigue toda una cadena de tensiones.
Después de lo determinado y lo indeterminado, de lo impar y
lo par, siguen, con el mismo ritmo de polaridad antitética y coele­
mental : lo uno y lo múltiple, la derecha y la izquierda, lo mas­
culino y lo femenino, lo estático y lo móvil, lo recto y lo curvo,
la luz y las tinieblas, el bien y el mal, lo cuadrado y lo oblongo.
O si leemos como _serie continua cada una-de las "parcialidades"
contrapuestas, hallamos en
la línea de lo determinado, de lo uno,
lo impar, la derecha, lo masculino, lo recto, la estático, la luz,
el bien
y lo cuadrado, y en la serie de lo indeterminado y de lo
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múltiple, lo par, la izquierda, lo femenino, lo curvo, lo móvil,
lo tenebroso,
el mal y lo oblongo.
Esta década de p0rejas, que atribuye Aristóteles a los pita­
góricos del siglo rv, p,uede ser utilizada por nosotros hoy ¡,ara
una reflexión sutil, de actualidad sorprendente. El bien y el mal
son ya en
la tabla pitagórka principios de la realidad, como lo
son para la vida humana lo masculino y lo femenino ; es decir,
el mal es interpretado como algo consistente en substantivo,
exigido por
el ser mismo ---y en tal caso leeroos en la tabla el
dualismo maniqueo o
el de las religiones de tipo semejante al
mazdeísmo-----'. De otra 1)0.rte, si nos centramos en la polaridad
bien y mal e interpretarnos el mal, como es obvio, como mal, es
decir, como advirtió San Agustín, no como algo que es, en este
caso leeremos en la tabla la tesis de que es malo y tenebroso,
to· femenino, lo en movimiento {"la donna e móbile"), lo inde­
terminado, lo múltiple, lo curvo y lo rectangular.
Tal observación puede resultar desconcertante, pero no cabe
duda que malentendidos de este tipo han regido en gran manera
las escisiones
y antítesis de los movimientos filosóficos o de las
actitudes culturales o sociales. En la década de contrarios coele­
ment3.les a que nos refer'imos encontramos expresados lo que
llamaríamos
un maniqueísmo "de derecha" : monista y enemigo
de la pluralidad,' antifem:inista, inmovilista, partidario de lo cua­
drado y lo determinado (lo
"figurativo"). Se trata realmente de
un 1rmaniqueísmo", _porque se ha dado consistencia al mal, y
porque a la vez se han puesto en la línea de lo malo elementos
de la realidad que son integrantes y exigidos por el mismo ser
y bien del UniverSO: como lo femenino, lo móvil, lo múltiple, o
lo rectangular. Y
en esto consiste el "maniqueísmo". El mal
adquiere consistencia,
y a la vez dimensiones positivas de la ·
realidad
pasan a ser interpretadas como malas.
¿ Y qué ha ocurrido, frente a esto, en la "modernidad"? Si
como hombres de nuestro tiempo hemos de .':er "izquierdistas",
atravesaremos
la línea divisoria de las parcialidades y pasaremos
nuestra simpatía al otro lado de la tabla pitagórica. Considera­
remos malo lo unitario y unificante (la autoridad1 la monarquía,
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MONISMO Y PLURALISMO EN LA VIDA SOCIAL
el papado), o tal vez, y sin cambiar el bien y el mal de sus lu­
gares en la tabla, hablaremos gustosamente de "las flores del
mal" o de
"los malhechores del bien"; en todo caso estaremos
de parte de lo abstracto contra lo figurativo y de la multitud en­
frentada al principio de unidad (el "pueblo" contra la "monar­
quía", el "colegio" frente al "¡papado"} profesaremos una pe­
dagogía de espontaneidad e intuición; y tendremos como la más
peyorativa calificación la de "inmovilista"; cOn Wagner, en su
Tristán e !solda, simpatizaremos con los valores morales inde­
terminados y nocturnos frente a la fijeza y conformismo de la
ética diurna; con tantos partidos de izquierda simpatizaremos
con los movimientos "feministas" tendentes a
emándpar a la
mujer de la tiranía
"con que lo masculino la ha sometido du­
rante siglos11•
Pocas veces nos habremos tomado la molestia de esforzarnos
por definir qué entendemos como "derecha" e "izquierda" en
la tensión dialéctica de la política moderna. Quisiera sugerir
que
no sería posible dar razón de lo que entendemos y sentimos
por tales. términos sin referirnos a un misterio ·de iniquidad que
obra en la historia desde las religiones hostiles al Dios de
Israel, y en el que se halla el hilo conductor que conexiona una
serie de actitudes que van desde las sectas gnósticas, pasan por
el esoterismo cabalístico y llegan hasta lo "femenino unitivo"
de Teilhard de Chardin.
Si todo esto venía operando secularmente, es a partir del
Renacimiento y especialmente desde
la Ilustración del siglo xvn1,
con su comprensión de las luces" características de lo que nos­
otras llamamos "maniqueísmo de izquierda", que se difunde
sobre
todas las dimensiones de la vida cultural y social.
* * *
Orientemos ahora nuestra reflexiól1. hacia una síntesis metafísi­
ca
y teológica y hacia una visión del universo regida por la fe.
Dios es uno. "Oye, Israel, el Señor tu Dios, es el Sefior uno."
Dios, que es uno, ha creado el mundo; "y vio Dios todas las
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cosas que había creado, y eran muy buenas". Toda pluralidad y
diversidad entitativa es efecto de la generosidad de Dios, del
plan efusivo de su amor que comunica el bien. Por la bondad
de
Dfos uno existen miríadas de espíritus angélicos, de hom­
bres
y animales de toda especie y toda variedad de linajes de
pueblos. Por la bondad de Dios -"no es bueno que el hombre
esté solo"-existe la mujer.
Incluso en la permisión divina la misma contrariedad antité­
tica de· lo malo se subordina al bien del universo. Pero el mal
es privación y desorden y no consistencia ni substantividad ; ni
es un elemento del mundo. Y ningún elemento ni dimensión de
la realidad en cuanto tal es malo. La diversidad, la complejidad,
la multiplicidad queridas
por el "pluralismo" divino, manifiestan
la generosidad de Dios bueno y omni¡x>tente. No hay un Dios
malo: el ángel creado bueno falta al orden debido al · no some­
terse a Dios.
La caída de los espíritus angélicos y la acción del
tentador sobre
la humanidad pone en marcha la lucha de las
"dos ciudades". Pero la ciudad del mal no tiene nada que apor­
tar a la historia, todo lo que en ella es entidad y eficacia tiene su
soporte en la obra creadora de Dios y en las potencias dadas
por Dios al hombre y
al mundo. El mal no obra sino por vir­
tud del bien, como enseñaron San Agustín y Santo Tomás.
Y así sorprendemos al mal actuando a través
del bien, de las
dimensiones
y elementos del mundo y de la vida, y buscando ra­
zones para el enfrentamiento contra el orden divino.
Si afirmamos la autoridad en el sentido en que ha sido or­
denada por Dios toda potestad, diremos que ella procede de
Dios para ordenar a su fin, a su bien, a aquellos a quienes el
gobernante rige; el gobernante como tal. y en cuanto es un hom­
bre como los otros, no es un fin en sí mismo, sino quien rige al
servicio de Dios, y al de· los hombres a quien rige, para el bien
de éstos. No hay por qué entonces enfrentar la libertad del súb­
dito a la antoridad
del que gobierna. Pero si se defiende la
autoridad sin atender a su origen y finalidad divinos, viene a
ponerse algo "divino" en un elemento finito de la vida social;
y así ya no se respeta la multitud, y se suscita, en virtud del
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mismo principio de orgullo humano con que la autoridad se ejer­
ce, la antítesis multitudinaria contra el principio de autoridad.
El principio revolucionario de la multitud corno fuente del po­
der se enfrenta antitéticamente a un monismo unilateral y auto­
ritario negador del legítimo pluralismo. La reacción contra el
~bsolutismo posibilita así el atractivo liberador del principio "de­
mocrático".
Y toda la revolución moderna funciona ya en la extraña si­
tuación dialéctica a que antes aludíamos.
El "contrarrevOlucio­
nario" auténtico -el que defendía el orden legítimo frente a la
revolución y no realizaba una revolución en sentido contrario-,
el "vendeand' no estaba defendiendo el estado de Luis XIV, ni
mucho menos la monarquía
del despotismo ilustrado. fero el
jacobinismo que iba a consumar la obra monista y aplastante del
racionalismo cartesiano que había regido ya el estado de Luis XIV,
le acusaba como absolutista.
Recordemos también
el phnteamiento erróneo y trágico desde
el que hemos considerado los españoles nuestras guerras civiles:
aquella
"gran masa católica del país" de que habló el propio Me­
néndez Pelayo
para caracterizar a los defensores de la dinastía
carlista, es decir,
el pueblo alzado contra el estado liberal, en
modo alguno defendía
el despotismo ilustrado ni el absolutismo
del "partido fernandino". Pero en la tensión dialéctica de que
estamos hablando,
parece llegarse siempre tarde en la tarea de
aclarar las posiciones.
El tradicional y contrarrevolucionario pasa
por ser absolutista, e incluso mucho más tarde tal vez sea consi­
derado como "conservador" ; aunque los conservadores no fuesen
sino los revolucionarios en cuanto "conservadores de la revolu­
ción'' según
el concepto balmesiano.
Y es hoy
acusado,_ al defender el orden cristiano frente al
ataque marxista, de defender
el imperialismo capitalista; o en otro
caso, si quiere defenderse frente a esta acusación, se encuentra
situado en un ''neutralismo'', o
tal vez a algunos se les ocurra
entonces presentarse como en
una posición de tercera .fuerza",
lo que prácticamente viene a
ser lo mismo que una actitud
neutralista.
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Consideremos el mismo ju ego dialéctico en una dimensión más
inmediata. Si defendiésemos la primacía del varón en la vida hu­
mana y familiar desde una perspectiva de "derecha" maniquea
de tipo pitagórico, se suscitaría una antítesis feminista. Una vez
puestos en aquella primera posición, o-bien en et caso de ser acu­
sados de' e'Stwr en eUa por el "femimiista", nos encontraremos, al
enfrentarnos con esto, con
que ya no es posible en el diálogo po­
lémic~ la claridad y la armonía en las posiciones. Toda afirma­
ción de reconocimiento de la función de lo femenino parecerá ser
una síntesis de contrarios,
una inestable conciliación de lo anti­
tético.
Esto puede servir como ejemplo para comprender lo que ha
venido. ocurriendo en la política.
Ignorando toda síntesis ar­
mónica, la política se presenta regida por la imposición de o,Pcio­
nes d~listas que se sintetiran ulteriormente en un movimiento
inestable que define
para muchos el ritmo mismo del progreso.
Liberales frente a conservadores. Posteriormente: demócratas o
radicales frente a liberal-conservadores.
La síntesis es ya ahora
tesis que suscita la nueva antítesis. Despues socialistas frente a
liberal-demócratas o liberal-radicales, que tal
vez gustan de 11a,
ruarse incluso radial-socialistas. Posteriormente comunistas fren­
te a social-demócratas. Y hoy, comunistas populares frente a co­
munistas-democráticos.
Frente a tales opciones debería poder mantenerse una acti­
tud íntegra, sintética sin escisiones y sin superación de errores
y parcialidades contrarias. Por eso, cuando me preguntan si soy
de derecha o izquierda, si pienso que quien lo pregunta entien­
de la
"derecha" y la "izquierda" teniendo en su mente a Cánovas
o Sagasta,
Maura o Canalejas, Churchill y Atlee, Einsenhower o
Kennedy, creo deber responder
que no soy, en este sentido, ni
de derecha, ni de izquierda, ni "ni derecha ni izquierda"'. Lo que
hay que procurar no olvidar, según
decía mi maestro Ramón Or­
landis, que lo que importa es la esperanza de estar a la derecha
del
Hijo del Hombre el día del juicio del Señor.
* * *
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Pensemos ahora en la unidad y en la pluralidad. Sólo la uni­
dad está en
el principio. Dios es uno; no hay otra multiplicidad
que la que procede de Dios
como de principio, pero todo bien
finito se constituye como participación de la bondad divina
infusiva.
Por eso toda la creación está cruzada por un régimen
de unidad de orden y de finalidad, que
exige -entiéndase bien
que no se trata de "admisión", de compatibilidad, de transin­
gencia con algo opuesto---constitutivamente multiplicidades y
diversidades y correlaciones complementarias que el aristotelismo
interpretó ontológicamente según la pareja acto-potencia, síntesis
sin antítesis varón y hembra, autoridad y comunidad, materia
y forma, alma y cuerpo, razón y sensibilidad, son elementos com­
plementarios y es rnaníqueo pensarlos como antitéticos.
El bien finito no consiste en lo cuadrado o en lo recto o en
lo impar. Según San Agustín tiene como sus dimensiones el
modo1 la espe1ciJe y el 01"den; la especie, es decir, determinación
esencial, consistencia; el modo, es decir, la concreción individual,
existencialidad, conmensuración subjetiva
y -receptividad material,
eficiencia;
el orden, aspiración y dinamismo comunicativo, refe­
rencialidad y exigencia de
dependencia y trabazón te!eológica. Y
así no son "los buenos" los _proletarios
y "los malos" los bur­
gueses, como
para la revolución marxista; ni son buenos los
burgueses y malos los aristócratas, como
para la Revolución
francesa; ni son buenos los hijos o los curas jóvenes
y malos los
padres y los obispos; ni son buenas las esposas y malos los ma­
ridos, como en el teatro de Ibsen.
EJ. -bien finito exige "orden", y el orden exige distinción y
diversidades graduadas y polaridades correlativas.
Así entendida la unidad de la vida social exige que no sea
suprimida la pluralidad. Si quisiéramos hablar de
un legítimo
"pluralismo" habría que entenderlo como no enfrentado antité­
ticamente a la unidad de orden y de fin.
Pensemos según esta síntesis armónica
y analógica de 1~ uno
· y de lo múltiple el tema de la libertad religiosa en la vida civil.
Parecen haber entendido algunos
la declaración conciliar como
si proclamase la legitimidad
de un pluralismo religioso. Claro
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está que entendida asi aquella declaración se opondría, no ya al
SyUabus o a la Vl>ertas de León XIII, sino que implicaría la re­
nuncia por la Iglesia a su intrínseco carácter de apostolicidad.
Pero advirtamos que la intención formal del texto es, según se
expresa claramente, la no coactividad del acto de fe.
En función
de esto se dice todo lo que se contiene en la
Dignitates hrwmanae.
No se conmueve ]a unidad de la verdad religiosa, lo que equi­
vale
a decir que no-se niega a J)ios. Allí se trata, no de la "es­
pecie'' del objeto o contenido verdadero de la fe, sino del "modo".
De la recepción por el sujeto, y de la causación por la palabra
que propone el mensaje revelado.
El modo exigido para que el
acto de fe sea es la libertad en su ejercicio, exento de coacción,
y con las condiciones que posibilitan el cumplimiento libre y
meritorio del asenso a la fe; asenso que se afirma por .otra parte
s~r moralmente obligatorio y de suyo necesario para la sal­
vación.
No se deroga la enseñanza de Pío XII. Nadie tiene propia­
mente derecho a enseñar lo erróneo como
tal; lo que se afirma
por
el Vaticano II es que ninguna autoridad tiene competencia
para violentar o coaccionar en materia religiosa; ya que por lo
demás sería constitutivamente imposible causar un auténtico acto
de fe por la coacción o la violencia.
Pluralidad, pues, en la recepción subjetiva, en
el "modo" como
concreción individual.
La unidad de la verdad se mantiene firme,
y es claro que no podría ser de otra manera. Pero el "monismo"
divino no es un totalitarismo, sino que participa de las condicio­
nes
de congruencia y suavidad de la acción del gobierno de Dios
sobre el mundo.
Si pasamos al plano político, podremos hallar, según notá­
bamos,
un unilateralismo monista, destructor de la pluralidad or­
denada, en el absolutismo
de la monarquía postrenacentista. Afir­

el "derecho divino de los reyes" por inspiración de un hu­
manismo antropocéntrico, aunque tomase a veces
el nombre de
Dios en vano
y pretendiese revestir el orgullo del hombre con
títulos derivados de la
Sagrada Escritura.
El absolutismo afirmó la unidad en un sentido unívoco o ra-
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cionalista. Configurado así, el Estado pudo violentar y destruir
con el
des¡x,tismo ilustrado muchos elementos y_ dimensiones de
la vida social. Y entonces
la necesidad misma que tiene el hom­
bre de
la libertad sirve de argumento y da fuerza a la antítesis
que viene a consumar
el aplastamiento de las libertades. El estado
jacobino agrava los defectos del
Estado absoluto, precisamente
porque es
posibiíitado en cuanto an_títesis de aquél. Porque ya no
invoca
el derecho divino de los reyes, sino el de los pueblos;
y con ello mucho más abiertamente quiere poner
el principio de
unidad en donde no puede residir: en la multitud en cuanto tal.
Es inevitable que sea todavía rp_ucho más "uno e indivisible",
mucho más opresor de los cuerpos sociales, precisamente
por ser,
mucho más que
el estado absoluto, un régimen de inspiración y
orientación, no teocéntrica, sino ·panteísta.
Por esto Donoso Cortés afirmó genialmente que la "repú­
blica" y el "socialismo" son la práctica política de la filosofía
panteísta. Si comprendemos su
pensamiento en su verdad pro­
funda se nos
hará patente la exigencia de afirmar un principio
de unidad en la vida política, trascendente a la multitud y plura­
lidad humanas, y sólo desde
el cual puede la pluralídad tener
sentido jerarquizado y ordenado.
El dinamismo natural del hom­
bre a la felicidad, sin
el que no se daría historia ni progreso, y
todos los fines del hombre y de la sociedad no podrían constituirse
desde un contrato, desde
una voluntad general O una ley positi­
va. Como estamos experimentando en
el mundo de hoy, no
puede haber vida política ordenada sin la
fe de Dios legislador
del Universo.
Si descendemos a algunas reflexiones prácticas sobre
la vida
contemporánea podríamos preguntarnos sobre las posibilidades
de construir en
el mundo de hoy una unidad de orden que no
sea destructora de la pluralidad o que no pretenda fundarse plu­
ralísticamente en lo múltiple para concluir, de hecho, en un des­
tructor monismo.
Hay que reflexionar sobre el fenómeno del
"partido único", j extraña paradoja! Un partido único. Se co­
mienza
por reconocer que se ha escindido nuestra visión ~e la
sociedad y de la historia, que nos movemos en
una dirección uni-
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lateral -que defendemos el proletariado y condeuamos la bur­
guesía; que nos apoyamos en una dimensión de la vida social
ignorando o negando otros
muchos--, y ésta que es constituti­
vamente una visión parcial, se impo:rre después como unitaria y
principio unificante y totalizador de la vida social.
Y en las opciones actuales parece a muchos qtie no hay sino
escoger entre utl pluralismo de partidos -<''todo reino dividido en
partidos contrarios quedará destruido" -y la absorción del po­
der por wio de los partidos contrarios que suprima a los otros
-lo cual es obviamente mayor destrucción-.
El hombre de meutalidad liberal-demócrata siente entusiasmo
por
la constitución política inglesa. ¿ Qué ha ocurrido en In­
glaterra? También allí se
ha desplegado la dialéctica de las ten­
siones contrarias.
Los tories del reinado de Jorge III habían ya
realizado la síntesis entre los tories y los whigs del xvrr. Los
conservadores del tiempo de Disraeli eran
ya síntesis entre los
tories de W ellington y los 'whlgs de la primera reforma elec­
toral. Los conservadores de Winston Churchiill sintetizaban el
conservadurismo y el liberalismo del último período de la era
victoriana.
En la izquierda ya no está el liberalismo sino, hoy
par hoy, el laborismo.
Pero muchas cosas parecen sostenerse en Inglaterra, que
proceden de los tiempos de Guillermo el Conquistador -lo cual
suele ser muy elogiado
por los liberales demócratas de otros
países, ann por los que no transigen con· tales instituciones en
su propia patria. Pero lo que en Inglaterra se ha podido salvar
de la destrucción revolucionaria no ha podido salvarse en virtud
del pluralismo ni por las tensiones y polaridades maniqueas de
la revolución misma.
Lo que en Iglaterra se ha salvado ha sido
mantenido ¡x:,rque, siquiera sea formalmente, ha afirmado un
principio de unidad por encima del pluralismo y de las oposi­
ciones. Y no sólo con la corona, la cámara alta o la Iglesia es­
tablecida, sino porque la vigencia del principio de unidad ha po­
sibilitado
la vida de la pluralidad de organismos municipales,
de 1;orporaciones e instituciones que el despotismo ilustrado des­
truyó en otros países. Se pondera siempre que en Inglaterra no
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MONISMO Y PLURALISMO EN LA VIDA SOCIAL
ha habido inmovilismo, sino flexible adaptación y evolución a
los
tiempos; pero se olvida a veces que si el movimiento dialéc­
tico revolucionario no ha tenido allí
sus efectos destructores, ha
sido por la permanencia en la afirmación de elementos unitarios
que
han posibilitado correlativamente las pluralidades orgánicas y
legítimas con el respeto a los cuerpos intermedios .
.. .. *
Tenemos que situarnos ante lo político-social manteniendo fir­
me el principio
de la primacía de la unidad, que se funda, en
definitiva, en la soberanía de Dios, y por lo mismo también en
la firme convicción de que el orden divino rige la jerarquización
de
todas las causas segundas en sus funciones según sus propios
órdenes.
He querido con esto sugerir algunas líneas centrales
para
una metafísica y teología sobre la unidad y la pluralidad
en la vida social, y para una revisión crítica de un equivocado
"monismo" o 11pluralismo".
Podríamos terminar a puntando alguna reflexión actual. No
es conducente para el orden un estado· totalitario. En el caso de
ser un fascismo de ·derechas, tendríamos exactamente lo que De
M'aistre denunciaba como una revolución de signo contrario, lo
que no debe
ser la contrarrevolución si no se quiere contribuir
a
la misma obra desintegradora que pretende combatir.
¿
Qué otra opción resta? ¿Acaso una "solución pluralista"?
El pluralismo legítimo, incluso en aquella medida en que com­
parta y aun exige la tolerancia de males y de riesgos, tiene que
reconocer
su fundamento en esto: es bueno el respeto, no al
desorden, sino a la espontaneidad y libertad legítima de los su­
jetos individuales y colectivos del dinamismo social. Todo el
mundo está de acuerdo en que una Cámara legislativa cuyas
votaciones
se produje sen siempre por unanimidad sería consi­
derada coma sospechosa; y que WI tribunal, en -donde no se diesen
nunca
votos discrepantes no daría garantías de independencia ni
de competencia jurídica.
Es exigido, sí, el funcionamiento de esta espontánea plurali-
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FRANCISCO CANAL', VIDAL
dad, pero no hay que prejuzgar que no pueda producirse sino
entrando en la corriente de las polaridades y de las síntesis dia­
lécticas de una política de partidos. Quien-quisier~ resolver el
problema de
una nación pensando que, después de unos años de
derecha; ha de realizarse necesariamente una apertura a la iz­
quierda
y una nueva síntesis, tendría que reconocer que no po­
dría nadie
prever dónde se situaría finalmente la última de las
síntesis que cortase finalmente,
en un monismo totalitario, la
cascada de tesis
y antítesis.
No ,podemos, pues, entender como pluralismo legítimo el sis­
tema de tensiones por el que se avanzaría probablemente hacia
un más completo aplastamiento de toda real libertad en nombre
de la revolución popular. Nuestro problema es éste: cómo man­
tener, sin totalitarismo, sin una revolución reaccionaria, sin par­
tido único y con la legítima pluralidad y libertad, la unidad del
. cuerpo social.
* * *
Quede dicho esto como un planteamiento. Antes de· terminar
afirmaré que la posibilidad práctica de que esto se realice re­
quiere que se mantenga firme en la sociedad, como principio a
respetar
en la vida colectiva, no diré ya meramente el derecho
natural, que desde luego debe ser respetado siempre, sino, y hoy
más que nunca dada la situación histórica de la humanidad, el
de la soberanía de Dios, único principio
que puede asegurar en
lo político la armonía sintética y ordenada de la unidad y de la
multiplicidad.
Nuestra misión es contribuir a mantener prácticamente vi­
gente
en la sociedad una unidad que salve, potencie y lleve a su
perfección consumada toda pluralidad ordenada. Y esto sólo se
encuentra en el Reinado de Cristo. Podremos terminar con esta
profesión de fe que todos compartimos.
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