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Número 75-76

Serie VIII

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Sobre la Humanae vitae. Su alcance y obligación

SOBRE LA "HUMANAE VITAE"
SU ADCANCE Y OBLIGACION
POR
BltRNARDO MoNSEGÚ, C. p.
conjiamos qwe nuestra doctrina será acogida con
"profundo
espiritu de

fe, será meditada con
serenu y am­
') pUa reflexión, 'será reconocida com:ó conforme a las cos,...
J)tumbres y al sentimiento cristiano, será acogida como pró­
"vida defensa de la honestidad y de la dignüiad del amar,
nserá
comprendida como un aprendizaje para la moralidad
"superior
y para la sin:eera espiritualidad de la vida con­
"yugal, será practicada como una conisolidación de la coris­
ntitución1 famüiar y de la sanidad social, y será bendecida
"par los premios
que hacen vvrtuosa y feliz la vida presen­
"te
y la preparan para el premio de la vida fut,wra."
PAULO VI : Discurso al Sacro Cole­
gio Cardenalicio (23 de diciembre de
1968; texto italiano en L'Osservatore
Romano del 23-24 de diciembre; texto
en castellano: Be ele.ria, núm. 1.422, sá­
bado 4 de eoero de 1969).
Fundaci\363n Speiro

SUMARIO
1.-LA APARICIÓN DE LA ENCÍCLICA.
Impacto y ruido.-El porqué de tanto ruido.-Debilitación
de
la fe.-Un dato curioso.-Por el buen camino.
II.-TENOR Y CONTENIDO RÁSICO.
Una mala información.-Significación positiva de la Encí­
clica.-Visión esquemática de la Encíclica.-Competen­
cía magisterial.-Líneas directrices.-EI progreso téc­
nico no basta.-Por un orden humano.
IIL-EL PROBL,,]tMA RF!SU.ltLTO POR LA ENCÍCLICA.
Problema gravísimo.-El Papa ante su responsabilidad.­
Conciencia plena de las dificultades.-En línea conci­
liar.-La paternidad

responsable proclamada
por el
Concilio.-Lo que el Papa ha resuelto.-Doctrina y
práctica.-La teoría del mal menor.-Ni mal menor
ni conflicto de
deberes.-Leales al Magisterio.-A lo
que

ha dicho no la
Encíclica.-Lo que
declara lícito.
IV.-Los CATÓLicos FRENTE A LA ENCÍCLICA.
Un dicho de Chesterton.-Lo que dijimos y lo que deci­
mos.-Ideal y camino.-Criterio democrático fuera de
lugar.-Una Iglesia y un Pastor.---cObligatoriedad de
la
Encíclica.-Voz de
alerta.
Fundaci\363n Speiro

l. LA APAIUCION DE LA ENCICLICA
Impacto y ruido.
La publicación de la Encíclica H wmanae vitae señala una
fecha
i!Il4JC>rtante en

la historia de la Iglesia. Pocas encíclicas
tan esperadas, tan deseadas y tan estudiadas antes de publicarse.
Después de

publicada,
runguna como ella ha conmovido la opinión
mundial hasta convertirse en motivo de universal discusión, in­
cluso entre gentes que poco o nada se preocupan de cuestiones
morales y religiosas, y menos de asuntos que tocan al comporta­
miento de las conciencias católicas.
La Encíclica ha sido y sigue siendo tema de actualidad perio­
dística, tema de
discusión teológica y, lo que es más grave, se ha
convertido en signo de lucha y contradicción. Lucha y contradic­
ción -dentro del campo católico mismo, por la manera de interpre­
tarla y de reaccionar frente a ella.
La sacudida provocada
por la Encíclica ha sido impresionante.
Tan impresionante que la gran revista ilustrada norteamericana
Time no sólo la consagró un artículo descollante en sus páginas
centrales, sino que llenó con la efigie de Pablo VI su portada
exterior, poniendo como cabecera esta leyenda:
Rebelión en la
Iglesia católica. Téngase en cuenta que la revista no es católica,
sino protestante. Pero como e:,cpresión y testimonio de la reso­
nancia de la Encíclica y de la conmoción ,producida en el mundo
católico vale bien este argumento de un extraño.
Iniciando luego el artículo, decía lo siguiente: El '29 de julio
de 1968 señala una piedra milenaria en la historia del catolicismo.
Es una fecha acaso tan significativa como aquella en que Lutero
clavó sus tesis sobre las indulgencias en la iglesia del Castillo de Wittemberg. Ese día
aconteció la
,publicaci6n de la
H uman vitae, encíclica en la que Pablo VI condenó todos los métodos
anticonceptivos como contrarios a la ley natural de Dios.
Es un hecho evidente -añadía- que la Encíclica ha levantado
una tempestad de protestas y de disentimientos, incluso en
el
campo católico, con la particularidad de que estos protestantes
de hoy presumen, a pesar de la protesta, de ,permanecer fielmente
católicos. Con lo cual crean, dentro de la Iglesia· católica. el más
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Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
grave problema a propósito de la conciliación de los derechos de la libertad
y los de la autoridad, y del alcance y significación
de la potestad
papal sobre toda la Iglesia.
Pero, dejando esto a un lado, el hecho es que en la Iglesia
católica se da hoy una protesta interna de proporciones crí6cas.
La H umanae vitae señala su hora más grave.
Aunque este reportaje de Time tiene mucho de sensacio­
nalista e

hiperbólico,
lo cierto es que afirma la verdad cuando dice
que la encíclica
H umaniae vitae señala un punto crucial en la
historia del pensamiento
y de la vida católica, y que la encíclica
ha puesto al descubierto muchas cosas, demostrando que no todos
los católicos tienen de la autoridad
y del magisterio pontificio
la misma idea ni la misma conciencia, y que no todos quizás la
tienen genuinamente católica.
Ya veremos las quejas sobre esto hechas
por el
mismo Paw.
Y desde luego con más que sobrada justificación.
Porque la En­
cíclica ha servido para ,poner de manifiesto una especie de apostasía
inmanente que hay dentro de la Iglesia, apostasía de la que ha
hablado el mismo Papa
y de la que antes habló Maritain, en
su famoso libro
El campesino del Garo'11a. Una apostasía que
permite a algunos creerse católicos aunque renieguen o se sus­
traigan a la obediencia del Papa. Así, en esa misma revista
Tim·e,
tenemos la referencia de un sacerdote católico de Chicago que
certifica haber oído decir a un
obispo que
hoy hay dos catolicismos,
o si se quiere
dos Iglesias cató.licas, una

la "Iglesia oficial" je­
rárquica, con el Papa a
la cabeza, y otra la "Iglesia libre", que
cuenta
cada día con mayor número de adeptos, laicos
y simples
sacerdotes. En España, las protestas
y divisiones no han tenido la viru­
lencia
y extensión de fu.era, pero se han dado algunos casos
esporádicos, a veces orquestados, que
no dejan
de causar mal
efecto, acarreando daño a
1a causa de la unidad religiosa y católica.
Podría citar casos
y personas, pero prefiero señalar impersonal­
mente,
citando

como prueba fehaciente la existencia de un
tipo
de

católicos que se creen serlo aunque nieguen o atenúen lo más
posible la obediencia al
Papa y a la jerarquía.
Baste recordar- la nota de la oficina diocesana de
Madrid,
haciendo

referencia a 1a severa advertencia hecha por el Arzo­
bispo, en

su homilía de visita canónica del día 14 de diciembre
último. Según

esa
nota, el Arzobispo lamenta
la existencia entre
nosotros de
pequeños grllpos de ·fieles

cristianos que pretenden
serlo
deslig-ándose del respeto y la obediencia debida a los suce­
sores

de
los Apóstoles.

Ellos quieren
interpretar el
Evangelio
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Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
por su cuenta. Vacíos de humildad, lo están también de verdad.
Y pretenden, nada menos, que constituir otra Iglesia,
distinta de
la

que Cristo instituyó sobre Pedro y su sucesor el
Paipa, los
Apóstoles

y sus sucesores los obispos. Rechazan de plano la auto­
ridad y el magisterio. Hablan de una Iglesia sin dogmas de fe y
sin preceptos morales de valor permanente, sin ley y sin normas,
sin templos y sin escuelas. Se separan y aun rechazan toda re­
lación con los hermanos en la fe, mientras buscan ansiosos 1a
unión e intimidad con los disidentes y los anticristianos.
"¿ Quiénes son estos hombres y de quién han recibido la mi­
sión que a· sí mismos se atribuyen? No son enviados por Di.os,
puesto que se separan y separan de Dios y de la Iglesia de Cristo
a otros cristianos. No son profetas inspirados por Dios, puesto
que anuncian un Evangelio que no es el de Cristo ...
"El Papa ha desaprobado terminante y explícitamente la
actitud y la acción de estos grupos, cualesquiera que sea el nom­
bre que odopten. Con la misma fuerza los desautorizamos y des­
aprobamos eti nuestra archidiócesis... ;pues no hay ni puede
haber testimonio profético alguno si se hace contra el magist_erio
y la autoridad de Pedro y de los Aipóstoles" (Y A, del 17 de
diciembre de 1968).
·
Y

es que no se puede estar con Cristo enfrentándose con
los
que enseñan y gobiernan en nombre de Cristo. Quien a vosotros
oye, a mi me oye, quien a vosotros escucha, a mi me escucha
(Luc. 10. 16). No basta ciertamente una adhesión formalista y
farisaica a la legalidad y a los
ma,ndafos que
vienen de la je­
rarquía para estar en el verdadero espíritu de Cristo. Pero mucho
menos basta invocar el espíritu para quebrantar la ley y la
autoridad que gobiernan en nombre de Cristo. No tiene
el espíritu
de
la ley quien consciente y adrede contradice lo que va expreso
en 1a letra d-e la misma, acogiéndose a algo que no está escrito,
y que es casi siempre pura invención personal; ilegítima e iléga1
aunque presuma de profética. Pues cuando se trata de estar a lo
que manda la ley o a lo que es mandato o declaración expresa de la autoridad, de la autoridad
pontificia sobre

todo. ya no es
señal de buen espíritu ni de poseer el sentir de la Iglesia, ante­
poner la propia interpretación personal y subjetiva a lo que está
claro en el texto de la ley y que se sabe ser directa intención
de quien legisla y ordena.
Hablando, no ha mucho, Pablo
VI al

Seminario Lombardo
les decía que el Papa había venido a ser otra vez, como Cristo,
un signo de contradiccióll. Y uno de los colaboradores más in­
signes del mismo
Papa, el cardenal Fetici,
Secretario General
485
Fundaci\363n Speiro

BERNARJJO MONSEGU
que fue del Vaticano II, había ya escrito en L'Osservatore Ro­
m,ano
del 17 de septiembre de 1968: "Ya se ha hablado y escrito
muchísimo de la encíclica Hwmane vitae. Los «hosanna» se han
mezclado con los «crucifigge» y el Papa de nuevo ha vuelto a
ser, como Cristo, signo de contradicción."
Con lo que queda dicho que esta contradicción ha tenido por
principal resorte, o motivo y ,pretexto, que todo puede ser, la
encíclica
H umanae vitae, de la que vamos a ocupamos.
¿ Por qué esta contradicción y por qué ha de ser precisamente
la encíclica H unwnae vitae bandera de la misma? La respuesta
no es difícil. La contradicción está en la ley misma de la vida
de ·ra Iglesia, destinada, como leemos en la constitución Pastor
eternus del Vaticano I y podemos ver repetido de diversa y más
perfecta manera por el Vaticano II, a ser perpetuación a través
de la historia, de un modo místico y misterioso, del ser de la vida
misma de Cristo. Como a él, así a su Iglesia. "Si a mi me han
perseguido también Os perseguirán- a vosotros", decía el mismo
Jesús (Jo 15, 20). Y, naturalmente, esta persecución, esta con­
tradicción que está en la entraña íntima dél ser cristiano, puesto
que
hasta uno
mismo debe comenzar por negarse a sí mismo, por
contradecirse a sí, si quiere ser de Cristo, a nadie habrá de al­
canzarle más que a aquel que fue puesto por Cristo mismo para Vicario
y representante suyo en la tierrá. También esto nos
lo acaba de decir el mismo Papa en el aludido discurso, al ad­
vertir que la autocrítica, la revuelta, la casi autodemolición que
hoy algunos católicos protagonizan frente a la Iglesia, si la
afecta a toda ella, afecta de un modo particular al Papa. "En
consecuencia -añadía-, dejamos a vuestra consideración el que
imaginéis lo que podrá leerse en el fondo de nuestro corazón,
los sentimientos -tris.tes que lo _atormentan, de frente a esta tem­
pestad que agita a la Iglesia y que alcanza sobre todo al Papa."
Por otra parte, es el tema mismo afrontado
por la H umanae
vitae que toca a lo más entrañable y avasallador que hay en el
hombre, el tema del amor y el sexo, lo que explica suficientemente
que haya sido esta enciclica la ocasión y el principal motivo de
la oposición levantada contra el Padre Santo.
El porqué de tanto ruido.
A preocupar y desorientar contribuyó no poco la campaña,
sistemática y bien llevada, de propaganda masiva e insisterite, a
cargo de los teólogos y economistas, técnicos y logreros empe-
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Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
ñados en hacer ver o exagerar los peligros de la llamada explosión
demográfica. Se gastaron millones
y millones en consignas, slo­
guns y medios publicitarios de presión. Escribieron libros y fo­
lletos, se prodigaron conferencias y coloquios, sacándose a relucir
a cada paso, por los grandes órganos de la opinión pública, las
discusiones acerca de las drogas anticonceptivas. Todo, no
tanto con el intento preciso de aclarar y estudiar cuanto de im­
presionar y crear opinión favorable a la píldora.
La superpoblación, la escasez de alimentos y de vivienda se
manejaron a mansalva, en una campaña bien orquestada
y sos­tenida p¡or los órganos de

la
opinión y los grandes tru'Sts interesados
en la venta de las drogas. Se trató no
sólo de forzar a los go­
biernos a medidas drásticas para tasar los nacimientos sino de
influenciar también la anunciada
y esperada decisión pontificia.
; Cuánto

mejor hubiera sido dedicar los millones
y millones de
dólares invertidos en propaganda de anticonceptivos
y en la ela­
boración de los mismos para acudir, con recursos alimenticios, al alivio de situaciones de escasez o miseria
l Pero el negocio es
el negocio. Y el de
la píldora lo era fabuloso. Sus acciones pa­
saron de 22 a 175 dólares en sólo dos años.
No estará demás observar, aunque no sea
más que

de pasada,
que esta campaña de
birth-control, sistemáticamente desarrollada
y patrocinada por algunos gobiernos al margen de todo criterio
moral, ni reducía el número de abortos, que aumentaba para­
dójicamente, ni frenaba el número de uniones ilegales.
¡ Y que
luego, en contra de la Humanae
'lflitae, se

oyeran razonamientos
como el

presentado por el periódico italiano Paese Sera, alegando
"el millón

de abortos que cada año se registra en Italia"! Con
razón escribe Fernández Real -comentando este
dato---- "El
uso

«legal», incluso
impuesto por

los Estados, de
anticonceptivos,
no

sólo no favorece el clima de moralidad deseable para una
convivencia humana
y un progreso también humano, sino que
hace aumentar el número de abortos, nacimientos de padres ex­
cesivamente jóvenes para una procreación que garantice la adecua­ da formación de los hijos, uniones ilegales, corrupción de la
juventud, etc."
("El derecho a tener

hijos", pág. 13, Ma­
drid, 1968.)
Las estadísticas
y los datos manejados por los partidarios
del
birth-control o son parciales, o son exagerados o, distan mucho
de estar científicamente probados
y comprobados. Las razones
médicas tampoco resultan convincentes. Con razón los médicos
españoles, en la XXI Asamblea Médica Mundial de septiembre
de
1967 dijeron: "Sentimos repugnancia de qne se nos utilice
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Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
como instrumentos de una operac10n interesada, comercial y
sectaria... Y rechazamos los anticonceptivos como solución al
problema demográfico."
Debilitación de la fe.
"Se puede prever que estas enseñanzas no serán, qmzas, fá­
cilmente aceptadas
por todos."
Son palabras que Pablo VI
estampó al sentenciar a cerca de la ilicitud
. de

los anovulatorios
o píldoras
anticonceptivas. Palabras

que la realidad
ha confir­
mado

con creces. Con creces
y con vergüenza para los que hacen
profesión de reconocer en el
Pa_pa al
Vicario de Cristo, intér­
prete de la revelación, maestro de la fe
y de las buenas cos­
tumbres. No obstante, hay que reconocer que lo que el
Papa enseña
y

manda en la
Humanae vitae no es cosa fácil de cumplir. En
lugar del recurso fácil y expeditivo de apelación a la píldora
para cerrar

el
-paso al
hijo que estorba o por razones sociales
o ¡por razones económicas, porque molesta o porque causa daño,
el Papa exige que se recurra a la gracia, al autocontrol de sí
mismo, a la virtud, en una palabra. Y como naturalmente la
virtud no es cosa fácil, de ahí
que la

obediencia
al Papa
en este
asunto
tenga tantos. recusadores, contestatarios y protestantes.
Harto más fácil es recurrir a la técnica para regular la natalidad
que no a la ética o la virtud; es más fácil dominar la materia que
no la carne.
A
aumentar esta dificultad

en obedecer han concurrido
tam­
bién

particulares y extrañas circunstancias que han jugado en el
caso. No cabe duda que regular ética o virtuosamente la
natalidad
entraña

o supone gran
dificultad, una

gran
dosis de
virtud. Pero
es que
a. hacer

más dificultosa la práctica de esta virtud reguladora
de la natalidad contribuyeron
los que por propia iniciativa
(clérigos
o no clérigos,
:pero sobre

todo clérigos)
y en nombre
de no sé qué espíritu conciliar y malentendido lo de una "pater­
nidad
responsable", se dedicaron a justificar en teoría y aconsejar
en la práctica
el uso de medios anticonceptivos, uso que el mismo
Papa había puesto ex,¡,resamente en cuarentena y declarado ilícito
mientras

él no
ha,blase. Los
teólogos que van a remolque de la
historia, es
decir, aquellos

que
creen que la teología se funda ante
todo en la historia
y que es la actualidad el criterio de su verdad,
contribuyeron a agravar
las dificultades
de orden económico, so-
488
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
cia1 o médico que para obedecer corno es debido se interponían
en el asunto.
La falta de espíritu de fe y de virtud, junto con la falta de
respeto a la autoridad y el atrevimiento para la crítica y la auto­
crítica de la que hacen hoy gala no pocos que presumen de cató­
licos al día, forman en el sumando de estos factores de des­
obediencia.
La aparición de la Encíclica H u-,,ae vitae ha revelado bien
hasta qué
p,unto se

ha perdido el buen sentido de la fe y de la
auténtica moral católica; que no se mantiene cuando no se man­
tiene el principio de autoridad, y cuando se apela a la conciencia
para
sustraerse a

la obediencia.
Algunos apelaron al sentir de la mayoría y a lo que ya
practica.:ban muchos cristianos, para poner en cuarentena la ver­
dad de la doctrina enseñada por el Papa en la Encíclica, Y hasta
se sabe bien que se burló el secreto de la Comisión
Pontificia,
nombrada expresamente a:,or

el
P11pa para estudiar, no para deci­
dir, la cuestión de los anovulatorios, con la dañada intención de
presionar sobre la decisión del Pontífice, obligándole a aceptar los hechos consumados so pena de granjearse
la desobediencia
y antipatía de aquellos que, mal adoctrinados y peor inducidos,
tiraran ya, sin esperar, como estaba mandado, por el camino de
la píldora. Chantaje y desfachatez semejantes pocas veces se han
dado en la historia de la Iglesia,
y ello revela hasta qué extremos
pueden llegarse cuando se pierde la noción de la misma Iglesia.
Y en el atrevimiento y malos modos participaron cuantos, por
motivos, o altruísticos o venales, se prestaron luego a difundir
o hacer· coro a los violadores del secreto pontificio.
Pero Dios, que de los males sabe sacar bienes,_ permitió esto
para poner más patente que en la Iglesia no se gobierna por
carisma sino por autoridad; que no manda el pueblo, sino la jerar­
quía, que la verdad no la impone el número, sino Dios, y que
el Vicario de Cristo, aunque está en el deber de poner en juego
todos los recursos humanos para cerciorarse si lo que se va a
enseñar está o no conforme con la Revelación, escuchando también
al pueblo de Dios y a los obispos, no depende en sus decisiones y
en sus enseñanzas, en última instancia, ni del pueblo ni de los
obispos, y no es al pueblo y a los obispos a los que tiene que
rendir cuentas, sino solamente a Dios, que es quien le asiste para
no errar cuando sentencia en materia de fe o de moral. Su palabra
tiene fuerza
e.i-sese, como dijo el Vaticano I, no del dictado ni de
la aprobación de los obispos
y menos aún del pueblo cristiano.
La fuerza se la da Dios en su Cristo, que le pnso para regir y
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BERNARDO MONSEGU
confirmar a sus hermanos en la fe, asistiéndole con una gracia
particular
del
Espíritu Santo.
Un dato curioso.
No deja de ser curioso que fueran los pueblos más prolíficos
y más en estado de cristianismo ingenuo, los que mejor acogieron
la encíclica
Huma:niae vitae. Ellos que, por la precariedad de sus
condiciones de vida y subsistencia, debieran, en
aparencia, ser
los
más llamados a acogerla con reservas. Mas no; la
oposición, larvada

o descarada, vino de los pueblos
que se
dicen más

civilizados. Con razón se ha observado que
el
progreso técnico

no corre
,parejo del
progreso moral,
y que,
técnicamente supercivi.lizados, podemos quedamos éticamente
subdesarrollados. De todos es sabido como en Norte y Centro
Europa, así

como en
Norrteamérica, surgió

una auténtica protesta
contra la Encíclica, en eso que hoy se ha dado en llamar "con­
testación". Y
si al

menos los
C()'l'l!,testatarios hubieran sido simples
seglares o sacerdotes particulares ... Pero no, la "contestación"
y las reservas vinieron también de teólogos de nombre, de obis­
pos
y hasta de algunos episcopados. Es un hecho que algunas
declaraciones episcopales parecen empeñadas con exceso en amor­
tiguar la enseñanza pontificia, queriendo cumplir con un deber
pastoral. Mas esto no lo han sabido hacer convenientemente,
esto es, estableciendo
la separación debida entre lo doctrinal de
la Encíclica, que se debe mantener firme y sin ambages, y lo
práctico o pastoral, que admite distingos
y flexiones.
Distingos
y flexiones, entiéndase bienJ no respecto a los prin­
cipios y normas doctrinales, que
son invariables
e inflexibles,
sino
respecto al

comportamiento práctico. Los pastores y guías
de almas han de hacerse cargo de la ignorancia, flaqueza, buena
o mala
fe de los que someten a su juicio estos problemas. Han
de saber compadecer
y perdonar, pero sin deformar ni justificar
lo que no tiene justificación.
Es interesante recoger el testimonio de Monseñor TohidimbO,
de Guinea, que lamentando las "desgraciadas, cuando no poco
honestas reacciones" de muchos cristianos contra la
H umanae
vitae, exhortaba a sus diocesanos a acoger el mensaje de amor a
Cristo,
y a no Hdejarse desbordar ni sumergir por todos esas
teorías
y métodos contraconceptivos de la_ vieja Europa y de las
Américas". Y monseñor Gantin decía en una pastoral: "Con el
Papa, decimos

no al liberalismo sexual y al liberalismo eco-
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SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
nómico, en la convicc10n de que el camino del desarrollo pasa
por
1a · recusación de todos los egoísmos en cualquiera de sus
niveles. · , 1 !
Por el buen camino.
La genuina actitud católica no puede ser más que la de pro­
curar

conformarse, en
1a medida que ello es posible, a la ense­
ñanza del Magisterio. En ésta, lo mismo que en otras materias de fe
y de moral.
Afortunadamente, han sido
lois más y los mejores los que
han acogido con docilidad obsequiosa la decisión del Santo Padre.
La Encíclica es un documento notable, que hay que recibir
con sincera lealtad, decía el
arzobispo de
Liverpool. Hay que
ponerse en la disposición de espíritu necesaria para entenderla
-añadía en Lourdes, monseñor Thass-, disposición a base de
fe, de respeto y de docilidad. Y monseñor Marty, arzobispo de París, escribió: "Las directrices del Santo Padre son precisas.
El mayor servicio que el Papa podía prestar a la cristiandad y a la humanidad, en este campo, era proponer de nuevo, en toda su
pureza, la constante doctrina de la Iglesia." Las decisiones
pon­tificias -añadía- requieren una obediencia respetuosa y filial. La Encíclica aporta la luz y la seguridad a todos quienes desean
continuar
la vida conyugal según los deseos de Dios."
Los

católicos
----escribían a su vez los obispos españoles­deben

agradecer profundamente la claridad y el sentido posi­
tivo de esta encíclica, que es, ante todo, un sí daro y decidido
a la vida. El
Pap,, "propone

una doctrina verdadera que no es
lícito presentar como algo provisional, supuesto que tiene
la estabilidad que le confiere el porvenir de su supremo magisterio.
Añade
un nuevo y más solemne testimonio a los numeroso..-;. dados
anteriormente
por el Magisterio de
la Iglesia con constante
firmeza". Todos, sin distinción -añadían-, deben estar a las
enseñanzas del
Papa. Nadie

puede ajustar su conducta a otras
normas.
Todos han de esforzarse por acomodarse a ellas. Los
esposos los .primeros. ªA los predicadores y confesores les re­
cordamos que, en el ejercicio de
su magisterio, no pueden seguir
teorías

propias o, ajenas, aunque las defiendan teólogos de más
o menos nota, que estén en
oposición con

las del Magisterio de
la Iglesia." Esto,

empero, han de saberlo compaginar con la caridad
y
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BERNARDO MONSEGU
misericordiosa comprensión que han de tener ,para con aquellos
esposos a los que una conciencia mal formada les lleva a practicar
métodos contrarios a lo que dispone la Encíclica.
II. TENOR Y CONTENIDO BASICO
Una mala información.
Y o no sé si quien me lee ha leído la Encíclica. Pero si no la
ha leído, le recomiendo que lo haga. Caerá inmediatamente en la cuenta de cuán poco de fiar son los periódicos ; de la par­
cialidad, del sensacionalismo,
sobre todo, con que suelen informar.
En la Encíclica no se habla ni una sola Vez de la "píldora",
ni siquiera bajo
perífrasis o
términos equivalentes, como de an­
ovulatorios.
o anticonceptivos. Y, sin embargo, la inmensa mayoría
de los periódicos del mundo,
y quien dice periódicos incluye tam­
bién otros medios de difusión,
apenas supieron
decir
ofra cósa
ni

presentar de otro modo
el contenido de la Humaniae vitae que
como un

ROTUNDO NO A LA PILDORA.
¿ Por qué? Porque ahí estaba para ellos la noticia. Eso era
sensación.
Lo otro no. Dos tercios. de la propaganda internacio­
nal, hecha con insistencia machacona,
por todos los caminos y
sin reparar en dispendios de ninguna especie, ni aun siquiera en
la honestidad de los medios (recordemos la violación del secreto
profesional con la publicación de1 dosier con los informes reser­
vado,s al Papa) dos tercios digo de esfa propaganda a lo largo de
cuatro años casi
se había propuesto corno

objetivo el
crear una
opinión
pública (

repárese que
digo crear,

no recoger) favorable
al uso de los anovulatorios o
anticonceptivos. Con

dificultad se
hallará un caso más sangrante de presiones para imponer una so­
lución de sentido preconcebido, saltando por encima de
la obje­
tividad del problema
y de su honesta solución, que el registrado
a propósito de la decisión que habia de
tomar el
Papa.
La gran prensa mundial
y los grandes medios de difusión.
desgraciadamente, en su mayoría, en
¡x>der de
quienes están hoy
por principio de parte de cuanto sabe a novedad, audacia
y con­
temporización, se habían encargado de crear un clima de tanto
favor para la píldora que ya daban por descontada una decisión
favorable
a la misma. Pero cuando la decisión no vino conforme
a deseos y previsiones, entonces lo periodístico resultó poner el
acento y resaltar casi exclusivamente, o a 1o menos con gran
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SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
primacía tipográfica, lo del NO A LA PILDORA (decisión contra
corriente} silenciando el resto de la Encíclica, que es justamente
lo que constituye lo más
valioso y meritorio de esta gran En­
cíclica.
Es decir, que uno de los documentos pontificios de mayor
calado moral y de contribución más positiva a la revalorización
del amor humano, del matrimonio,
y de toda la vida conyugal
fue
presentado desde

un punto de vista unilateral, negativista,
raquítico y casuista.
De ello se quejó implídtamente el mismo Papa cuando, a
poco de
promulgada la

Encíclica decía a los fieles, en la audiencia
pública de 31 de julio de 1968; que ella "no es solamente la decla­
ración de una ley moral negativa ~es decir, la exclusión de
toda acción que se
proponga hacer
imposible la
procreación~,
sino

que es, sobre todo, la presentación positiva de la moralidad
conyugal en orden a su miSión de amor y de fecundidad, en la
visión integral del hombre
y de su vocación, no sólo natural y
terrena, sino también sobrenatural y eterna".
Significación positiva de la Encíclica.
Y es que, efectivamente, lo
qüe hay
de más admirable
y sus­
tantivo en la
H unwnae vitae es

su inserción en la línea del autén­
tico espíritu conciliar, exponiendo y declarando la doctrina que
ya el Concilio había sentado, singularmente en la Gaudium et spes,
sin desvirtuarla en lo más mínimo y permaneciendo fiel a la línea
tradicional de la moral conyugal, que el Concilio en modo alguno
había roto ni pretendía romper, como algunos osadamente se
atrevieron a decir,
por fijarse
sólo en las aseveraciones de algunos
Padres conciliares, que aunque dichas en Concilio, no eran, ni
son, ni serán
nunca el

Concilio.
Ese deseo de fidelidad a la enseñanza tradicional de la Iglesia,
rimando con la adaptación y renovación postuladas por el Concilio,
no sólo esta,ba en el ánimo del Pontífice, sino que quería que es­
tuviese también en
el de todos los cristianos o hijos fieles de la
Iglesia. Así, en más de una ocasión, recordó expresamente este
deber de fidelidad a la doctrina tradicional, completada., nunca
contradicha, por las sabias aportaciones conciliares.
Es, pues, la Encíclica_Humanae vitae, ante-todo, un monumento
de fidelidad a la Iglesia misma, al mandamiento
y misión que ella
trae de Jesucristo de continuar la misión apostólica,
de custodiar
e

interpretar la doctrina del Evangelio, sirviendo a una doctrina
493
Fundaci\363n Speiro

RERNAlWO MONSEGU
que no hace ella1 sino que trae de la tradición con vistas a la
salvación de los hombres. Y para cumplir con esa misión, el
Papa goza de un carisma particular, de una asistencia especialí­
sima del Esrpíritu Santo, que consta expresamente en la Escri­
tura,
y que le permite afrontar victoriosamente la impopularida hasta la rebeldía, buscando ante todo agradar a Dios y no a los hombres.
Viene "nuestra encíclica H umaniae vitae en defensa de la tras­
cendencia y dignidad del amor, de la libertad y responsabilidad
de los
esposos y
de la integridad de la familia"
(12 de
agosto).
Es "en el fondo una apología de la vida, que es el don de Dios,
la gloria de la familia, la fuerza del pueblo".
(A los obispos his­
panoamericanos, reunidos en Medellín),
"Es la aclaración de un capítulo fundamental · de la vida
pere,cnal, conyugal,

familiar y social del hombre, aunque no sea
el tratado completo de cuanto se refiere al -ser humano en el
campo del matrimonio, de la familia, de la honestidad de las
costumbres" (31 de julio del 68). Es un pronunciamiento se­
vero. pero paternal, que hemos hecho para obedecer a la ley
de Dios
y en virtud del mandato que Cristo nos confió (Cf. Men­
saje a los católicos alemanes, 8 de diciembre; y Hunumae vitae,
núm. 6) sobre muy graves cuestiones, sobre los valores de la vida
humana, sobre la dignidad del matrimonio y del amor personal (ib.).
Y en la audiencia del 4 de agosto de 1968 advertía: "Nos,
queremos recordar una vez más que la norma que hemos re­
afirmado no es nuestra,
sino que
es propia de las estructuras de
la vida, del amor y de la dignidad humana. Es decir, deriva de
la
Ley de Dios."
Aquí está la clave de interpretación del valor de esta Encí­
clica, en el reconocimiento de que la doctrina que enseña y las
nonnas que impone no son

fruto de un razonamiento, de una
investigación o de una decisión puramente humana, aunque fuera
la del Papa, sino de una fidelidad y lealtad a la Ley de Dios, al
orden moral querido y revelado por El, orden que está inscrito
en las estructuras mismas de
la vida_, en la condición peculiar
del

ser
humano. que

no es pura fisiología, sino tanto o más
psicología, espíritu encarnado, amor más que instinto, libertad
y dignidad personal. responsabilidad y obediencia, ser creado y
ser sobrenaforalizado.
Son esas estructuras-
y esta dignidad personal y este orden
natural sobrenaturalizado los que están reclamando un ejercicio
de la
vida amorosa y conyugal que no cosifique, sino que humani­
ce ese ejercicio, iluminándolo a
1a luz de su origen y de su destino
494
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VIT AB»
eterno. Ni el erotismo ni el materialismo deben ser el signo de
un
comportamiento amoroso
verdaderamente
hwnano y
más aún
cristiano, sino
el humanismo, mejor todavía el cristianismo. Dicho
de otro modo, la inteligencia cristiana del amor conyugal im­
pide su ejercicio antinatural y exige su elevación sobrenatural.
El camino del Evangelio no es camino fácil : "Entrad por la
puerta estrecha, porque la que lleva a la perdición es ancha", nos
dice Jesucristo. Y pensar que algún estado de vida cristiana
puede dispensarse de andar por el camino estrecho, de abrazarse con la cruz
y seguir a Jesús, es pensar en lo excusado. Para vivir
a la sombra de la Cruz, es de precisión absoluta crucificarse.
J esu­
cristo

no admite a su
serviciO Sino a los que viven en perenne
holocausto de sí mismos.
Los que
son de Cristo, grita
el apóstol
Pablo, crucificaron

su carne, con todos sus vicios
y concupis,..
cencias.
Refiriéndose

precisamente
al estado del matrimonio. Cristo
dio a entender bien claramente que la vida cristiana en él no
es cosa fácil. Cuando contradiciendo la casuística farisaica, a
prop6sito del

adulterio, pronunció aquellas palabras: "Lo que
Dios unió no lo separe el hombre"
(Mat. 19. 6), hasta

sus dis­
cípulos quedaron asustados frente al compromiso del matrimonio,
exclamando:
"Si tal es

la condición del
homíbre con respecto a
la mujer, mejor es no casarse." Y Cristo aprobó con su silencio
y su
palabra esa dificulfad, rpero invitó

a cosas
mayO'res. Más
tarde,

su apóstol Pablo, recogerá el pensamiento del Maestro.
No condenará al matrimonio, pero elogiará más la virginidad.
Lejos de condenar el matrimonio,
lo-exaltará y encumbrará al
máximo, como sacramento expresivo de
la unión esponsal entre
Cristo y su Iglesia. Y
podrá enseñar

a todo cristiano con su
ejemplo que nada hay imposible para Dios y que el cristiano
es
capg.z de tocio con

la gracia de Dios que le
conforta.
Confortamiento

que los casados
cristianos tienen
asegurado
por su sacramento, que no niega, sino que
acentúa las obligaciones
matrimoniales,

ayudando, empero, con la gracia a superarlas,
supuesta esa indispensable
cooperación y

voluntad de sacrificio
que no puede faltar nunca en nadie que presuma de espíritu y
de vida cristiana.
Cooperación y

gracia de todo punto necesarias
para mantener

una unión conyugal de por vida, para salvar la
indisolubilidad y la fidelidad conyugales.
Dejado a sus solas fuerzas, el hombre apenas si puede prac­
ticar íntegramente toda la
ley natural.

Y para la inmensa ma­
yoría, su conocimiento perfecto es moralmente imposible sin la
ayuda de la Revelación.
495
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
De esta revelación certifica y es depositaria la Iglesia. A la
autoridad de ésta, sobre todo cuando decide en última instancia
y con su suprema autoridad, tenemos que estar, porque, si no
todo serían dudas, desde el momento que podrían ser muchas las
opiniones atendidas las cabezas
y las autoridades a diversa escala.
Si
no hay quien resuelva definitoriamente, entonces sí tendremos
el conflicto de deberes. Nos veremos en un conflicto sin solución.
Pero, afortunadamente, Dios ha provisto ¡para solucionar
este conflicto en su Iglesia con la suprema autoridad de su
Vicario en la tierra, jefe supremo de la Iglesia, el Papa. Cuando
él habla corno tal, declarando ley natural, recogiendo el sentir
tradicional de la Iglesia, interpretando la Revelación, entonces ya
no hay que dudar. Ante la autoridad del Papa cede toda otra
autoridad y
contra lo

dicho por
el Papa ninguno se puede rebelar.
Esto ha

tenido buen
cuidado de
advertirlo el
P:1n1. r>n su
Encíclica

al decidir sobre este tema.
En el
número 4 de la misma
señala precisamente la competencia de su magisterio en un pro­
blema que pertenece a la
ley natural, iluminada y enriquecida
por la Revelación.
"Es, en

efecto, incontrovertible -dice-,
y así
lo han _declarado muchas veces nuestros predecesores, que
J esu­
cristo,
al comunicar

a Pedro
y a los apó,stoles su autoridad
divina
y al enrviarlos a enseñar a fodas las gentes sus mandatos,
los constituía en custodios e intérpretes auténticos de toda ley
moral, es decir,
no sólo de la ley evangélica, sino también de la
natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo
curnp,lirniento
es

igualmente necesario
para salvarse." Y cumpliendo con esta
misión y este
mandato de

Cristo
-añade en

el núm.
6-va él
a dar solución y respuesta al
problema planteado

sobre los medios
regulativos de la
natalidad después

de haberlo sometido a estudio
duránte años y visto que los miembros de la Comisión no hahfan
podido

llegar a una
concordancia de
juicios, y que algunos de
éstos apuntaban a soluciones contrarias a la doctrina moral sobre
el matrimonio propuesta por el magisterio de la Iglesia con cons­
tante firmeza.
Visión esquemática de la Enoíclfoa.
La Encíclica está esquematizada de la siguiente manera. Tiene
un breve proemio destacando la importancia del deber de trans­
mitir
.la vida con los problemas que el cumplimiento de ese deber
plantea, máxime
en nuestro tiempo,
y concluye con un llamamiento
final, invitando a todos a estar a la enseñanza
Encíclica para
496
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
que la vida conyugal discurra según los cauces abiertos por Dios
en la misma naturaleza humana. El cuerpo de la Encíclica se divide en tres partes. En la pri­
mera se señalan los nuevos aspectos de la problemática conyugal, singularmente en lo tocante a l_a procreación,
y se determina la
competencia del Magisterio Eclesiástico, singularmente ponti­
ficio, para resolverlos.
En la segunda se sientan los principios doctrinales que deben
servir
para esclarecer
la significación y trascendencia de la vida
matrimonial
y determinar los criterios y normas a que debe
ajustarse el amor conyugal para responder a las exigencias
y
estructuras del ser humano y a los designios de Dios sobre él.
En la tercera se dan las directivas pastorales para el feliz
cumplimiento de las leyes o deberes de la vida matrimonial,
apuntándose los medios naturales y sobrenaturales para con­
seguirlo. El
Papa se
hace cargo en el proemio, y sobre todo en la
pri­
mera parte, de

las dificultades que hoy se presentan contra
el
raz011aible y cristiano comportamiento conyugal : exceso demográ­
fico, escasez de viviendas y de alimentos, mayor nivel de vida
y
educación, incompatibles con una procreación multiplicada, nuevos
conceptos sobre la personalidad y la posición social
de la mujer,
sobre la significación de los actos conyugales_, sobre el
dominio
científico

que el
hombre ha

adquirido sobre su cuerpo, su vida
psíquica y social, sobre la
·leyes que

rigen la transmisión de la
vida.
¿ Todo esto, se p,rerunta. no obligará a una revisión de las
normas ético-cristianas hasta ahora vigentes? El principio de tota­
lidad,
¿ no podría justificar la racionali_zación de la procreación
salvando la fecundidad de la vida conyugal en su con junto sin necesidad de hacer servir a elld a cada uno de los actos? El
principio de

responsabilidad,
¿ no exige que la regulación de la
natalidad no vaya
tanto a cuenta de los ritmos biológicos del
organismo cuanto de
la voluntad y la razón?
Competencia magisterial.
A todas estas cuestiones dice el Papa en esta primera parte
que puede y debe responder el Magisterio, teniendo en cuenta Ios
principios de

la doctrina moral
sdbre el
matrimonio, los dictámenes
de la razón iluminada por la Revelación, pues para eso lo insti­
tuyó
el Señor, y con esa misión quedó establecida .por Cristo
la
Iglesia,
intérprete de
toda ley moral, no
sólo evangélica
sino
497
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
también natural, pues ambas son necesarias para salvarse. La Iglesia lo ve todo en función de eternidad o función de salvación.
Pero et cumplimiento de esta misión, a pesar de contar c-on la asistencia del Es¡,íritu Santo que le fue prometido, no le dispensa
de reflexionar y someter a · estudio los ;problemas que se van
presentando; por eso
precisamente, sobre
problema
tan e-rave y delicado, él quiso asesorarse tan amplia, profunda y detenida­mente, llamando a estudio a médicos, científicos. econom,istas, moralistas y teólogos, clérigoo y seglares, hermanos en el epis­copado, que le ayudaran, pero que no le dispensaran de estudiar
personalmente la cuestión. Bien entendido que 1a decisión o sen­
tencia que
él tomara, "después de madura reflexión y asiduas plegarias" no irba a ser u,na decisión doctoral o fundada en Ia
razón del número, sino una decisión personal y auténtica
fundad?. en última instancia en la promesa a él hecha de una particular asistencia del Espíritu Sanfo para el gobierno de la Iglesia. Su respuesta, pues, responde al· mandato de aleccionar
y confirmar que el Papa ha recibido de Cristo.
Líneas directrices.
La segunda parte de la Encíclica, que como hemos dicho versa sobre los principios doctrinales ilumitiativos de la vida conyugal,
comienza por encuadrar el problema del amor matrimonial
y de Ia procreación dentro del marco de una consideración integral
del
hombre por encima

de 1as perspectivas parciales de orden
biológico o psicológico. demográfico o sociológico. Consideración
integral del hombre y de su vocación, que comprende lo natural y lo sobrenatural. lo temporal y lo eterno.
Luego hace hincapié
singularmente sobre
la naturaleza del
amor conyugal y
el concepto de paternidad responsable, descri­
biendo la naturaleza y características del primero, 1a significación y exigencias de la segunda.
Respecto
del amor conyugal, hace notar que su fuente está
en Dios, que es amor
y de quien procede todo amor y fecundidad
sobre la tierra. La institución matrimonial es de suyo, natural­
mente,
cosa divina y, además, el matrimonio es, en los cri_stianos,
un -sacramento con todo lo que ello comporta.
Visto a esta luz es como se ven claramente las exigencias y las características del amor cornyugal. Amor plenamente hu:mano1 es decir, sensiHe y espiritual al mismo tiempo_. mezcla de instinto
498
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
y de sentimiento, pero acto principalmente de la voluntad libre,
destinado a fundir en uno, antes las almas que los cuerpos.
Amor total, que se da sin reservas y sin cálculos egoístas.
Que no ama pür lo que ve, sino por lo que es la persona amada,
que goza más dando que recibiendo, que es, .JX>r tanto, ante todo,
don -de sí mismo.
Amor fiel y ezclusÍll!o. Tú solo y para siempre. Fidelidad que,
aun siendo connatural al amor, resulta, sin embargo, a veces, difícil,
. pero que siempre es noble y meritoria, y, a la larga, manantial
de verdadera felicidad.
Amor
fecundo, pues no se agota en la comunión reciproca
de los esposos, sino que tiende de suyo a prolongarse suscitando
nuevas vidas. Y aquí la Encíclica subraya lo siguiente: el ma­ trimonio
y el amor conyugal están ·ordenados por su propia na­
turaleza
a la procreación
y educadón de la prole. Los hijos son,
sin duda, el don más excelente
del matrimornio y contrihuyeri
sobre

manera al bien de los
propios padres. Palabras

recogidas
de la Constitución conciliar
Gaudium et spes~ n. SO
Esta
concepción del

amor conyugal, referido
y entroncado con
el amor eterno
dé D;os, que

es
por esencia

Amor (I Jo. 4, 8)
y
de donde toda paternidad procede (Eph. 3, 15) es de lo más ca­
pital y transcedental que hay· en la H umranae vitae, como ya ha
observado
el padre Martelet (N ouv. Rev. Theologique, 1968, 10).
El prohlema de la natalidad es levantado a las alturas del mis­
terio de la Iglesia
y de Cristo, a la luz de cuyo amor y fecundidad
debe ser resuelto. El amor conyugal
debe reflejar de suyo la
intimidad
y la fecundidad del amor trinitario. Es comunión y es
comunicación.
Lo que no puede ni debe ser nunca es egoísmo.
Porque el matrimonio es una
institución del
Creador
D?r? realizar
en
la

humanidad su
des:gnio de

amor, que dice la Encíclica. Los
desposorios del Verbo con la Humanidad señalan el camino regio
y son el símbolo de un amor conyugal que se entrega por amor,
llegando hasta el extremo sacrificio.
Sobre la pJternidad responsable, advierte la Encíclica que ella
supone conocimiento
y respeto de las leyes biológicas que forman
parte de la persona humana
y dominio sobre las fuerzas ciegas
del instinto, para someterlo a los dictados de la razón y al
orden
moral

establecido por Dios,
cuyo fiel intérprete es la conciencia
recta., que no se es ley a sí misma, sino gue reccnoce les deberes
que
tiene para con Dios, para con la naturaleza humana, la fa­
milia
y la Iglesia.
499
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
El progreso técnico no hasta.
La Encíclica, a propósito de la regulación de la natalidad
presUJ!)One o

lleva i1114>lícita la doctrina general de que
el hombre
puede investigar
y servirse de los recursos de la naturaleza y de
la
ciencia para obtener

una regulación efectiva
y plausible. Pero
siempre y cuando los medios utilizados no vayan en contra del
orden natural establecido por Dios. "La Iglesia es la primera en
elogiar
-dice el Papa-y en recomendar la intervención de la
inteligenc¡a en una obra que tan de cerca asocia a la criatura racio­
nal a su Creador; pero, afirma, que esto debe hacerse
r'espetando el
orden establecido por Dios" (núm. 16).
Cuando se invoca el principio de que Dios puso al hombre
sobre la tierra para que la enseñoreara y la dominara, hay que tener
pTesente que ese dominio no es idéntico ni tan absoluto cuando
se trata del hombre mismo, de su vida y de sus funciones, que
cuando se trata de la naturaleza irracional o inanimada. Res­
pecto de ésta, el dominio -es pleno. Respecto de la naturaleza
humana, es un dominio condiciooodo. No es tan.to dominación
cuanto administración.
La que en todo caso, debe ser razonable,
como conviene a la naturaleza del
hornbre. "Por
tanto, si no
se quiere
ex.poner al arbitrio de

los hombres la misión de engen­
drar la vida, se deben
reconocer necesariamente

unos límites
infranqneables a la [lOSfüilidad del dominio del hombre sobre su
propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre,
privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar. Y tales
límites no ;pueden ser determinados sino por el respeto debido
a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según
los
principios antes

recordados
y según la recta inteligencia del
Hprincipio de totalidad", ilustrado por nuestro predecesor Pío XH"
(núm. 17).
En nombre pues de ese d01Uinio del hombre sobre la natura­
leza no se puede llegar a la justificación de un "progreso" que
le
permitiría atentar

contra las fuentes
de la
vida
y sustraer el
proceso generativo a las leyes del Creador
para someterlo
a sus
propias leyes,

a su
capricho, según

ya lo ha hecho
notar Marcel
de
Corte. El poder y el querer deben ser regidos por el deber. La
",píldora" puede ser un progreso en lo terapéutico, pero es un
regreso eni lo moral y religioso, que es lo más humano.
500
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
Por un orden humano y cristiano.
A la salvaguardia del hombre y del orden que debe
tener en su comportamiento para consigo mismo
y para con los
demás, a to-dos los niveles y sin perder de vista el plano sobre­
natural a que se halla levantado, es, justamente, a lo que mira
la
Humanae vitae abordando un tema tan fundamental, universal
y humano como es el de la transmisión de la vida.
Este orden no está ajustado ni al capricho de la voluntad
humana, ni a las contingencias de la Historia ni -siquiera a las
simples posibilidades que ofrece un .pretendido progreso, que no
lo es desde el momento que vuelve la
espalda al

orden estable­
cido
por Dios, tal corno lo declara e interpreta la Iglesia a la
luz de la Revelación. No son los deseos ni los designios del hombre
los que
deben prevalecer,
sino los deseos
y los designios de Dios.
Designios escritos en la naturaleza misma de las cosas, v no
sujetos a los caprichos de la libertad humana. '
El
estambre fundamental que rige el entramado de la
H wmanae
vitae
es, justamente, esta concepción objetiva, más teocéntrica
que

antropocéntrica, que se ha hecho
el Papa,
permaneciendo
fiel a la Revelación
y a toda la tradición católica. La finalidad ob­
jetiva del matrimonio, la ordenación
o tendencia objetiva del acto
conyugal, los planes divinos sobre el matrimonio, eso es lo que
mueve toda la urdimbre de la
H umanae vitae y hace que su doc­
trina

tenga un valor obietivo
y permanente. Sumisión al orden
natural esclarecido por la Revelación, eso es lo que propone
y
postula la Encíclica. Lo contrario de lo que algunos parecen
proponer y postular: que el hombre construya su propio orden,
su
prrooia moral matrimonial.
La
Encíclira es lo

más contrario al espíritu subjetivista, re­
lativista, historicista
y situacionista, antropocéntrico en una pala­
bra, que caracteriza al pensamiento
y a la moral modernos. No
idolatra
la técnica, sino que la subordina a la ética, como subordina
el hombre a Dios. Se fija en la esencia de la natura!eza humana,
más que en su circunstancia o situación concreta. _Tamás olvida
oue
lo

temporal debe ser visto a la luz de lo eterno, la historia
ilumi­
nada

por la teología. Hay una instancia cristiana inmutable
Ollt'
se debe mantener .por encima de toda circunstancia humana.
501
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
III. EL PROBLEMA RESUELTO POR LA ENCICLICA
Problema gravísimo. Tres años antes de que viera la luz pública la
Humanue vitae
el Papa había hablado expresamente del gravísimo problema
que la Iglesia tenía delante
a propósito de

la regulación de la
natalidad. Y
había hecho notar

que si todos debían estar inte­
resados en hacer luz sobre el estudio de materia tan delicada, en
última instancia iba a ser él quien cargase con la responsabilidad
de decidir ante Dios.
Esto es lo que dijo textualmente en la entrevista concedida al
periodista italiano del
Corriere della sera, Alberto Cavalleri: "Con
frecuencia, para
la Iglesia resulta incómodo tener los pies sobre
la tierra.
¡ Cuátos problemas! Querernos abrirnos al mundo y de­
bernos tomar al día decisiones que han de tener consecuencias a
lo largo de los siglos. Ahí está, sin ir más lejos, el
birth control,
la limitación de la natalidad. El mundo nos pregunta qué pen­
sarnos, y nosotros tenemos que darle una respuesta. Pero ¿cuál?
Callar no
podemos. Hablar es un
grave problema.
La Iglesia no
ha tenido que afrontar a lo largo de los siglos cuestiones como
éstas. Se trata de materias que podrían parecer extrañas a los
hombres
de la Iglesia, cuestiones humanamente embarazantes. Se
montan comisiones, surge
uoo montaña
de
informes, de
estudios.
Sí, se estudia mucho, cierto. Pero Iue',;o quien tiene que decidir
es el Papa. Y, a la hora de decidir, el Papa está solo. Y no es
tan fácil decidir como estudiar."
Y en su
discurso a

los cardenales, de
23 de
julio de 1964,
recalcó igualmente la trascendencia del problema, su complejidad
y la grave responsabilidad del Papa. Se trata de un problema
extremadamente grave,
decía, porque se refiere a las fuentes de
la vida humana, a los sentimientos e intereses más cercanos
al
hombre, "Es un problema enormemente complicado y delicado."
La Iglesia comprende esos sentimientos y esos intereses en juego:
el bien de los cónyuges, su libertad, su conciencia_, su amor, su
deber. Pero sabe también que Dios
y su ley están de por medio,
y ella tiene que hacer honor a su misión. "Deberá proclamar esa
ley de Dios a la luz de las verdades
científicas, sociales y psico­
lógicas que en estos últimos tiempos han
sido objeto de amplísimos
estudios y documentaciones." Teniéndolo todo presente, daremos.
502
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
por tanto, la resolución que nos parezca más adecuada a este
problema. Esa resolución
es, justamente,

la que
nos ofrece
la
I-Iu.­
manae vitae.
El Papa ante su responsabilidad.
Si el Papa, pues, ha h,cblado y ha hablado como lo ha hecho,
es porque ha sentido sobre sí el
peso de
su responsabilidad ante
Dios. Porque ha comprendido que este era el momento de decir
una palabra bien meditada
y seria sobre un terna también serio y
muy debatido, confirmando a los suyos eu la fe y orientándolos
en el desenvolvimiento de su vida moral.
Lo ha dicho él mismo,
explicando las razones de su encíclica
y de su decisión.
En la audiencia del 16 de septiembre, a los socios de "Pro
familia'', hizo notar que la Encíclica abordaba un tema matrimonial
ligado directamente con la honestidad de las costumbres, con la
moral, en una palabra,
acerca de
la cual la Iglesia tiene el derecho
y tiene el deber de decir su palabra. Y porque sobre un aspecto
tan particular y grave se habían levantado tantas dudas y pro­
b1emas con

gran daño para el pueblo de
Dios, por
eso sobre él
había recaído
la función doctrinal y pastoral del supremo Ma­
gisterio. Ha sido, pues, el peso de
una gran

responsabilidad, "de una
gravísima responsabilidad
nuestra" lo

que ha hecho que nos in­
trodujéramos primero eu el estudio más a fondo posible de estos
temas, estudiando, leyendo, discutieudo y consultando cuanto po­ díamos; rezando también mucho
f."ra llegar

a la elaboración y
publicación
de esta Encídi-ca. Y 'os confesamos que este senti­
miento ( de responsabilidad) nos ha hecho incluso sufrir mucho
espiritualmente.
Jamás habíamos sentido, como en este caso, el
peso de nuestro cargo". Se trataba, en -efecto, de ser fieles a Dios,
de responder ante El, ante la Iglesia y ante la humanidad de una
doctrina que no ha de ser nuestra, sino de
Dios, y que teniendo
en cuenta
las necesidades de los tiempos no vuelva la espalda
a

lo que es tradición secular de la Iglesia y enseñanza constante
de nuestros
más inmediatos predecesores.
"Penetrado en este sentimiento
de responsabilidad, de fide­
lidad y de servicio no hemos querido con nuestra Encíclica otra
cosa más que ayudar a los hombres a -defender su dignidad, en­ señándoles a comprender la ·sublimidad del matrimonio, a vencer
las dificultades que en
él se encuentran, educarlos hacia un
S03
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
vigilante sentido de responsabilidad, hacia un fuerte y sereno
dominio de sí mismos, hada una valiente concepción de los grandes
y comunes deberes de la vida y de los sacrificios inherentes a
la práctica de la virtud y a la
constrn<:ción de
un
hogar fecundo
y feliz" (31 de julio).
Con plena conciencia de las dificultades.
El Papa es el primero en reconocer "las dificultades, a veces
graves, inherentes a la vida de los cónyuges" (núm. 25) que
quieren ser fieles a la ley de fecundidad que rige a
propósito de
la

posición del acto conyugal. Estas dificultades
provienen del

modo de vida actual, unas
veces las exigencias económicas, otras de la salud precaria, de
la escasez de alojamiento, etc. Una regulación de la natalidad
entonces, a base de estar a las normas establecidas por la H umanae
vitae, que dice sacarlas de la ley natural y de la enseñanza tra­
dicional de la Iglesia, puede exigir una virtud
poco común, un
verdadero heroísmo en la abstención sexual y en la práctica del
amor
y de la fidelidad conyugal.
¿ No exigirá este cambio de situaciones y este contingente
histórico un
cambio de

principios doctrinales v de aplicaciones
prácticas? ¡No parecerá la doctrina de la Encíclica hoy a muchos
no sólo difícil sino "incluso imposible"? (núms. 20-21). No, dice el Papa. La
doctrina no

puede cambiar.
Las dificul­
tades existen ciertamente. Pero son vencibles con la gracia de
Dios y el espíritu de sacrificio. Además de que no son tantas
ni tan graves como muchos se empeñan en hacer creer y a otros
se las hace ver su egoísmo
y espíritu de comodidad. Los casos
en que la guarda de la santidad del estado matrimonial, a base
de e~tar a la doctrina católica sobre los medios para regular la
natalidad, resulta verdaderamente heroica, no son tantos. Puede
darse. pero si

se dan es menester afrontar la
obligación con
heroísmo,

pues para tales casos está prometida preciSamente la
gracia de Dios, si se le pide con oración y se recurre a los medios
ascéticos que facilitan tina continencia que humanamente parece
imposible. Jamás diremos a un célibe que puede faltar a la cas­
tidad,

porque la resistencia a la tentación resulta en
algunos casos
verdaderamente heroica.
Lo que debemos aconsejarles es luchar y pedir auxilio. Y, si
a pesar de su lucha y de su oración sucumbe, no justificar su
pecado y decirle qne no ha pecado, sino compadecerle y perdo-
504
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
nale, como hizo Cristo con la adúltera y manda el Evangelio; y animarle a luchar para no volver a pecar. ¿ Se tiene este criterio
en cuenta al adoctrinar sobre la
Hu.mana.e vitae, sabre los recur­sos anticonc<;ptivos, sobre los fallos en la materia?
Grandes son los peligros, graves las dificultades que se le
presentan hoy a todo matrimonio cristiano para cumplir con las
obligaciones de indisolubilidad y fidelidad que pesan sobre él.
¡ Con la inconstancia del corazón humano y los continuos y graves asaltos que le acechan de dentro y de fuera, por la calle y los espectáculos! Parece como si tocia la intención de esta civilización
técnica y afrodisíaca que tiene montada el hombre, se dirigiera
a hacer difícil la práctica de la indisolubilidad y la fidelidad
conyugal. Pero con ser muchas
las dificultades y el heroísmo que exige
a veces
por este

doble camino el despliegue de
una vida matrimo• nial cristianamente perfecta, acaso sean hoy mayores para algunos matrimonios las dificultades que se les presentan por el camino de
la fecundidad, abierto naturalmente
y que debe quedar abierto, según normas de la Huma:nae vitae, que no hace más que repetir la enseñanza tradicional de la Iglesia, a la transmisión de la
vida, sin manipulaciones extrañas ni recursos anticonceptivos. La exclamción de los discípulos del Señor, cuando le o,yeron hablar

de aquella manera sobre
la unidad e indisolubilidad del
matrimonio, la pueden hacer hoy suya algunos matrimonios frente
a la obligación de la fecundidad y el deber de respetar las fuentes
de la vida. Pero la dificultad no suprime la obligación. Hay que saber
estar al deber cristiano, y hay que capacitarse para cum­plirlo como Dios manda, contando con nuestro espíritu de sacri­
ficio y la gracia de Dios que nunca falta a quien sabe hacerse acreedor a ella. Es la ocasión de recordar el dicho de San Agustín:
''Deus impossibilia non iuvet. sed iuvendo monet facere qua possis,
petere quod non possis et adiuvat ut possis: Dios no manda im­posibles, sino que al mandar te manda que hagas lo que puedas,
pidas lo que
no puedas y te ayuda para que puedas." Nada de
conculcar los mandamientos de Dios sino ensanchar nuestra con­
fianza
en El y pedirle que incline nuesro corazón hacia la guarda
de los mismos, como pedía el salmista.
Los esposos cristianos pues,
reconociendo lo
difícil que les
será, en determinadas situaciones, ser fieles a la ley de 1a fecun­didad observada con responsabilidad y sujeción al mismo tiempo
a las enseñanzas del Magisterio, antes de dar coces contra ley, lo que deben hacer es acudir a Dios pata que corrobore y ayude
505
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
con su gracia ese esfuerzo posible que ellos deben hacer a base
de auténtico espfritu de sacrificio.
En línea conciliar.
Pablo VI ha venido con su Encíclica a completar y continuar
lo que quedó esbozado en
el aula conciliar.
Una

de las cosas más tristes y repelentes que se han dado,
a propósito de las reacciones y "contestaciones" que se registraron
en el campo incluso católico con respecto a la Hwmarrae vitae,
ha sido la de hacer bandera del Concilio para oponerse al Papa,
viniendo a decir que lo que
el Papa ha dicho en la Humanae vitae
no está en línea con lo dicho
por el Concilio.
Por
poner un

ejemplo, ahí está el de los teólogos reunidos
en Amsterdam, del 18
al 19 de septiembre del pasado año, para
discutir precisamente sobre la
Humanae vitae. Fue

muy peregrina
la conclusión a que llegaron unos teólogos que se dicen y quieren
ser católicos. Tan peregrina que el famoso cardenal Felici, Se­
cretario

general que fue del Vaticano II, se creyó en el deber de
publicar un largo y significativo artículo en el órgano de la Santa
Sede, L'Osservatore
Ronwr,o, saliendo al paso de la misma, para
evitar la desorientación de los fieles.
El artículo lleva por título: "De la constitución pastoral
Gaudimn et sfres a la

encíclica. paulina Hunwooe vitae. Y
va de­
recho en contra de los aludidos teólogos, a los que comienza
haciendo referencia. Al término de sus trabajos, estos teólogos,
dice, se han creído en el deber de extender un comunicado cuyas
conclusiones parten del presupuesto básico de que la Encíclica
no
corresponde a
las esperanzas
despertadas por el
Concilio con
la
Gaudium et spes y,

por tanto, no está de acuerdo con
el Con­
cilio.
Aparte que nuestro artículo anterior
-- publicado en este mismo periódico el
7 de septiembre de 1968,
demuestra sobradamente cuán en línea con el Concilio están las
enseñanzas de la Encíclica, queremos con éste ofrecer una docu­
mentación exhaustiva corraborando los razonamientos que enton­
ces hicimos. Las propuestas hechas por los obispos con anterioridad
al Concilio y todo lo demás que aconteció desde la apertura del
Concilio hasta la promulgación de la
Gaudimn et sp,es, está
como
demostración palpable de que no tienen razón estos teólogos
y
que sí hay perfecto acuerdo entre lo dicho por el Concilio y lo
dicho por la Hwm:anae vitae. Esto ~ñadimos nosotros---aparte
506
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
de que la autoridad a los Concilios no se la dan los Padres ni
separada ni colectivamente, sino en cuanto unidos con el Papa.
Es decir, que es el Papa quien autoriza y da autoridad al Con­
cilio, no viceversa.
PATERNIDAD RESPONSABLE
La paternidad responsable que proclamó el Concilio.
De
pocas cosas se abusan y pocas cosas se entienden peor que
esta de una paternidad responsable. Fue
el O,ncilio Vaticono II
el que usó y consagró esta terminología para designar
el sen­
tido
hwnano y cristiano que debe tener una misión tan trasce­
dental como es la de transmitir o comunicar la- vida a seres
humanos, a los que hay· que facilitarles el desarrollo y ejercicio
de una vida verdaderamente humana. Pero
apelando y amparándose en

el que dicen espíritu
del
Concilio,

se ha hecho de esta terminología
y de este principio de la
paternidad responsable un uso
tal que resulta un verdadero abuso.
Se han hecho,
y se siguen haciendo, algunas interpretaciones y
algunas aplicaciones que van de lleno contra la letra y el espíritu
del

Concilio, y que, lejos de dar testimonio de una conciencia
auténticamente cristiana

sobre el deber de transmitir ]a vida
ejerciendo
responsab~emente la

paternidad, lo que prueban es que,
para muchos,
responsabilidad es sinónimo de libertad y libertina je
para usar y abusar, responsabilizándose con su propia libertad
para limitar o neutralizar
la virtud

procreativa de su fuerza gene­
radora, desentendiéndose de toda norma
superior al

dictamen
de la propia conciencia,
y juzgándose ellos infalibles mientras
niegan la infalibilidad al Papa, o dando a su autoridad personal
lo que

niegan soberbiamente a quien enseña
y manda con la auto­
ridad de Cristo.
A pesar de la encíclica
H umanae vitae, que se ha expresado
con sobrada claridad a propósito de la
ºpaternidad responsable"
y de lo que todo cristiano debe tener bien presente si ha de pro­
cedér
con
conciencia cristiana, estando a esa misma Encíclica;
todavía hay muchos que,
apelando a

una paternidad
responsable,
con

lo que se responsabilizan
es únicamente con

su egoísmo, su
libertad, su propio juicio
y no con su profesión de -católicos,
responsabilizándose con las enseñanzas del Papa, cautivan-do a
ellas su entendimiento y procurando, según ellas, ordenar y for­
mar su propia conciencia.
507
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
De donde resulta que, en nombre de la paternidad respo11c­
sable
y
de los derechos de
la propia conciencia, lo que revelan
muchos es un talante católico irresponsable, que hace de su
verdad la verdad, de su ·conciencia el oráculo de la ciencia,
de su modo humano de pensar, prindpio y ley condicionante de
la doctrina y de la moral católicas que hay que profesar y prac­
ticar.
Adscribir el juicio sobre la fecundidad matrimonial al criterio
o conciencia personal de los cónyuges, no equivale, pues, a dejar
a sn arbitrio la regulación de la natalidad. Porque ese juicio es,
sí, una responsabilidad personal, pero tomada y contraída con
arreglo a normas de valor objetivo, cual son las leyes naturales
interpretadas por
el Magisterio de la Iglesia. Seguir, sí, la con­
ciencia personal,
pero con la obligación previa de ajustar esa
conciencia

a la ley de Dios y disposiciones de la
Iglesfa.
Es la Iglesia la que manifiesta así el pleno sentido del amor
conyugal, protegiéndolo y
perfeccioniándolo humanamente. Y

su­
jeto a
la ley divina que preside el ejercicio de la vida conyugal,
el amor de los esposos cristianos, "confiados en la divina pro­
videncia y fomentando el espíritu de sacrificio, glorifican al
Creador y se perfeccionan en Cristo cuando con generosidad,
sentido humano y
cristiano de

su responsabilidad cumplen su
misión procreadora". "Entre los cónyuges que cumplen así la misión que Dios les
ha confiado, son dignos de muy especial mención los que, de
común
acuerdo, bien
ponderado, aceptan con magnanimidad una
prole más numerosa para ·educarla dignamente."
A través de todo lo cual se hecha bien de ver cuán en primera
línea sigue en la mente del Concilio la finalidad procreadora del
matrimonio.
Lo que no emrpece, sin embargo, para que nos recuerde luego
que "el matrimonio no es solamente para la
procreación, sino
que la naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el
bien· de la prole requieren que el amor mutuo de los esposos
mismos se manifieste ordenadamente, progrese y vaya madurando.
Por eso, si la descendencia, tan deseada a veces, faltare) sigue
en pie el matrimonio, como intimidad y participación de la vida
toda, y conserva su valor fundamental y su indisolubilidad".
El Concilio se hace cargo en el número 51 de las dificultades
que se Ie crean a veces al amor conyugal. Po1" un lado no es reco­
mendable que se aumenten los hijos; por otro, el amor fiel de loo
esposos tiene sus exigencias. Por obviar al inconveniente de tener
508
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
más hijos, puede correr peligro la felicidad conyugal· y con ello
· el bien de la familia.
¿ Qué hacer? "Algunos se atreven a adoptar soluciones inmo­
rales, ni siquiera retroceden ante el homicidio; pero la Iglesia
recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las
leyes divinas de la transmisión de
la vida y el fomento del autén­
tico amor conyugal".
Esto que el Concilio dejó simplemente esbozado, reservan­
do al Papa una ulterior clarificación de la doctrina sobre
el amor conyugal y en especial sobre los medios regulativos de
la natalidad, es justamente lo que encontramos resuelto y acla­ rado
por la H umanae vitae.
Como muy bien ha observado uno de nuestros más claros
pensadores, desde una
perspectiva filosófica
o moral que tome
el propio juicio como criterio, todas las opiniones son susten­
tables; pero cuando uno quiere estar a la verdad católica, exponer
la doctrina católica, seguir la moral católica, entonces los criterios
que rigen no son los personales de cada uno, sino los objetivos
de
la Iglesia válidos para todos e imponibles a todos. La concien­
cia de un católico no se
fonna con
las ideas y los criterios
per­
sonales que él se saca de sí mismo, sino con los. datos y ense­
ñanzas que debe tomar de la Iglesia de Cristo. Conciencia católica
sólo es aquella que procura concordar con la ciencia y criterios
y normas de la Iglesia. La conciencia debe estar informada por
principios y normas católicas, si no, n.o es católica.
Y la responsabilidad personal con lo primero que debe res­
ponsahilizarse es con su profesión de católico. Y entonces, con
la aceptación de las verdades de la fe y las normas de la moral
propuestas e interpretadas por el Magisterio que Cristo puso para
enseñar y regir en la Iglesia.
La actividad personal y consciente
debe volcarse en una adhesión ~n:telectiva y afectiva de la fe que
se ac.ata. Reflexionar sobre lo dado
y tratar de convertirlo en
vida.
La condencia no es regla a sí misma, ni es nuestra regla
de acción católica, porque ella debe ir regulada por la doctrina
católica tal y como la interpreta
el Magisterio. La balanza no se
mide con -la balanza misma. Tampoco la rectitud de la candencia
se

prueba con la conciencia
misma. El hombre- mide muchas cosas,
pero no es norma última y suprema, porque él necesita ser me­
dido. Establecer en el sujeto mismo la medida y norma de todo,
es poner tantas morales. cuantas -conciencias, tantas verdades
cuantos son los sujetos _que las juzgan.
En cada situación concreta, el hombre debe decidirse siguiendo
los dictados de su conciencia. Pero la situación no es norma de
509
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
moral ni de verdad. El ¡mc,o práctico de cómo debo obrar en
esta o la otra situación debo hacerlo yo, pero para juzgar acer­
tadamente y con conciencia católica yO estoy en el deber de atender
a mi creencia, iluminando mi situación con la luz de esa creencia
y los criterios derivantes de la doctrina católica que profeso. La
luz de lo alto, la luz de la revelación, lo sobrenatural cae sobre lo
que está más abajo, solbre mi razón, sobre mi conciencia, sobre
mi situación y me ayuda y me obliga a tomar una decisión per­
sonal y responsable al mismo tiempo subordinada y consonante
con esos criterios que trascienden mi juicio y mi persona.
Lo primero que se le exige
al católico que- quiere ejercer una
paternidad responsable, siendo consecuente de su profesión cató­
lica, es
responsabilizarse con
la doctrina y la autoridad de la
Iglesia,
máxime cuando

es el mismo Vicario de Cristo, Jefe
supremo de la Iglesia, el que determina cómo ha de ejercerse
la paternidad responsable,
e,oponiendo la

doctrina y la regla ob­
jetiva de moral a que toda conciencia católica debe ajustarse.
Pero hoy, en el _ánimo y concierucia de muchos católicos, si
entran bien los principios de libertad y democracia que el mundo
moderno, laico y anticatólico, ha puesto de moda, no entran tan
bien los principios de autoridad, jerarquía y moral heterómana
y transcendente que condiciona el buen uso de la inteligencia
y de la conciencia humanas. En cuestiones de doctrina y de moral
católicas el peso mayor y la decisiva última palabra no la tiene
el propio juicio personal, sino la autoridad de aquellos que enseñan
y mandan en nombre de Cristo. Y
ya dijo Santo Tomás, y con
él todos los teólogos con sentido católico, que en teología el
máximo argumento no es el de razón, sino el de autoridad.
Y esto es lo que se olvida a cada paso por una teología dema­
siado pagada de sí,
es decir,
de lo que alcanza la
propia razón
estudiando

directamente
el dato revelado de Tradición o Escritura,
y
poco atenta

a lo que dice el Magisterio, al margen del cual que-.
damos sin garantía de acierto para saber cuál es la verdadera
enseñanza de la
fe in aun cómo se contiene en la Escritura.
Esto traducido al orden práctico se manifiesta en un modo
de actuar y autogobernarse que va derecharnerite contra la cons­
titución jerárquica de la Iglesia, en la que la autoridad no viene
de abajo, sino de arriba,
la verdad no es hija de la razón, sino
de 1a revelación, y quienes gobiernan o rigen no lo hacen pro­
piamente en cuanto represeutantes del pueblo o comunidad cris­
tiana, sino en cuanto representantes de Dios. En tanto repre­
sentantes de la comunidad, en cuanto representantes de Dios,
no viceversa. Por eso, la autoridad eclesial a quien debe rendir
510
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANA_B VITAE»
cuentas no es a la comunidad, sino a Dios o su Cristo. Y no .son
criterios democráticos, de mayorías o minorías, los que se imponen
en la Iglesia, sino criterios de verdad y moralidad que se imponen
a

mayorías
y minorías, no por votos, sino por dictamen de fe
e imperativos de obediencia, que arrancan de Dios y de lo que
Dios
reveló y

no de lo que los
. hombres
votaron o
a,pirobaron.
Aunque

la mayoría se
nlegue a
creer la doctrina de Cristo o a
practicar su moral, esa doctrina y esa moral no por eso dejan
de ser las verdaderas
y las que hay que tener.
Lo que el Papa ha resuelto.
En conclusión, pues, estando a la doctrina de la Iglesia y
queriendo proceder con conciencia recta y católica, hay q1ue pensar
y
actuar sobre la base de que "cualquier acto conyugal debe quedar
abierto a la transmisión de la vida" (núm. 10). Y por lo mismo,
atendida la naturaleza íntima del acto conyugal, "es un erroT
pensar que el acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo,
y por ello intrínsecamente deshonesto, puede ser cohonestado
por el conjunto de la vida conyugal fecunda" (núm. 14).
Y
lo poderes públicos y cualquier otro poder humano tienen
cerrado moralmente el paso para intervenir eú la regu1ación de
la natalidad yendo contra la ley natural y divina tal como las
interpreta la

Iglesia. Una planificación familiar sobre esta· base
es inmoral, y no es _por ese camino por el que hay que buscar
el desarrollo económico
y la elevación familiar, 'así como la
solución del problema que plantea a los mismos el crecimiento
demográfieo.
Con
fines anticonceptivos y como medio anti.conceptivo la
píldora

está vedada.
A fo-rt1"ori, otros recursos o manipulaciones
mecánicos. Pero
sí, en cambio, está legitimado el uso de la "píl­
dora" como recurso terapéutico cuando realmente se juzgue
necesario
para curar el organismo enfermo, a pesar de que s,e
siga y se prevea el impedimiento de la concepción; siempre que
ese impedimiento no sea en sí mismo directamente querido ( nú­
mero 15).
Y si los fieles deben comportarse así, los teólogos, los mo­
ralisf.as, los publicistas, los conferenciantes y los confesores deben
ilustrar al pueblo cristiano soibre esas mismas bases, deshaciendo
el confusionismo que muchos han
sembrado, fieles
a
las enseñanzas
del

Magisterio sobre el matrimonio y enseñando a hacer recta
aplicación de las mismas. En este punto, estando de por medio
511
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
la enseñanza auténtica del Papa, como ya han recordado nues­
tros obispos, no es lícito seguir teorías propias ni estar a la
de otros teólogos por reputados y muchos que sean, pues frente
a la voz en contra del Magisterio auténtico, la del Magisterio
doctoral debe ceder.
Para conseguir estar a esta doctrina
y superar las dificultades
que en más de un caso han de presentarse, aparte el recurso a los
períodos agenésicos, hay que acudir a la oración y a la frecuencia
de los sacramentos, singularmente la Eucaristía, dice la H umanae
vitae. Hay además que procurar crear un dima sano de moralidad
oponiéndose al erotismo que todo lo llena e invade. Los esposos,
sobre todo, deben favorecer este clima, en familia, viviendo
sobrenaturalmente su estado sacramental.
La contraconcepción es intrínsecamente mala y no puede ser
querida nunca ni como fin ni como medio directamente. Sólo
puede ser tolerada o cousentida indirectamente, queriendo otra
cosa buena, de la que puede seguirse a ese afecto malo.
Quien dice, pues, que la contraconcepción n.o es siempre cul­
pable si trata de enjuiciar la cosa en sí, dice una cosa falsa.
Porque, objetivamente, la contraconcepción es siempre mala y hay
que tratar de evitarla siempre. Y si sólo trata de hacer ver que
puede darse
el caso de que alguien no peque o sea inculpable
usando los medios anticonceptivos, no se expresa bien. Porque si
es en el estado subjetivo de cada uno en lo que se fija ante todo
la consideración cuando se trata de definir lo que es o no es
malo en sí mismo, eritonces nunca .podríamos decir que una cosa
es intrínsecamente mala y que hacerla es de suyo siempre culpable.
Ya que la culpa:bilidad personal no depende sólo de la materia,
sino también de la advertencia y el conocimiento y el consen­
timiento. Y hasta la acción más nefanda resultará inculpable si
falta a ciertos requisitos interiores.
Mas reconocer la vigencia de estos requisitos para decidir
sobre la culpabilidad personal no ha de ser obstáculo para de­
cidir

sobre
la inmoralidad de ciertos actos, ni tampoco debe ser
motivo para afirmar que no siempre son culpables, como queriendo
dar a entender que puede haber casos en los que a ciencia y con­
ciencia se puede hacer cosa que es de suyo intrínsecamente mala.
Esto-jamás.

Jamás, pues,
por ninguna
circunstancia, se puede
practicar la
contraconce¡pción como

medio o como
fin directa­
mente- querido. Y si se practica de ese
mOO.o, uno

será siempre
culpable al hacerlo, sean cuales fueren las circunstancias en que
se hiciere. El texto de la Encíclica es a este propósito tan nítido
512
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
que ninguna otra intetJ)1retaciónJ .por pastoral que se la suponga,
es doctrinalmente válida.
Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para jus­
tificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal
menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con
los actos fecundos anteriores o que Seguirán después,
y que, por
tanto, _ compartirán la única e idéntica bondad moral. Si es lícito
alguna vez tolerar el mal menor a fin de evitar un mal mayor
o de promover un bien más grande, no es lícito., ni aun por ra­
zones gravísimas, hacer el mal para conseguiur el bien, es decir,
hacer objeto de nn acto positivo de voluntad lo que es intrín­
secamente desordenado y
por lo mismo indigno de la persona
humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover
el bien individual, familiar o social. Es, por tanto, nn error pensar
que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo,
y por
esto intrínsecamente deshonesto,
pueda ser

cohonestado
por el
conjunto

de una vida conyugal
fecunda.
Y

saliendo al
paso de

la doctrina sosteni por algunos

teólogos
católicos, según la cual los actos todos del matrimonio consti­
tuirían una unidad
de conjunto, de forma que la moralidad o
inmoralidad de la vida matrimonial recaería no tanto sobre cada
acto singular cuanto sobre
el con junto de las relaciones matrimo­
niales, el Papa dice-que "para justificar los actos conyugales ln­
tencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que
tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriof"es
o

que seguirán
después, y que, por tanto, compartirán la única
e idéntica bon dada moral", no vale.
Así queda deshechado y descartado el argumento aquiles
que tenían los defensores de la píldora, basado en
el principio de
la totalidad o bien del
todo matrimonial al que se debería subor­
dinar y sacrificar, si llegara el
caso, el
bien de
la parte. No im•
porta que un acto -decían- quede infecundo adrede, con tal que
quede a salvo
en él conjunto de actos matrimoniales la fecundi­
dad, que es ley del matrimonio. La fecundidad afecta al conjunto
de la vida matrimonial, no a cada acto matrimonial. A esto el Papa
ha dicho expresamente que no, y con ello ha dejado sin armas
teológicas a los que apela,ban a la píldora como medio regulativo
de la natalidad sin faltar a la moral conyugal. Esta opinión ya
no tiene ninguna probabilidad, ni es sostenible en
el plano teoló­
gico o doctrinal, ni es segui:ble en el plano pastoral o práctico.
Pues
"es un error -dice el Papa-pensar que un acto conyugal
hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente
513
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
deshonesto, puede ser cohonestado por el conjunto de una vida
conyugal fecunda" (núm. 14).
b) Es licito el uso de los anovulantes por razones curativas.
Es decir, que está permitido su uso cuando la anticoncepción
queda en el plano del voluntario
indirecto. Se
busca un bien, aun­
que se siga un mal. Y puede haber razones para procurar aquél
permitiendo éste. En consecuencia ------dice el Papa-, "La Iglesia
no tiene ,por ilícitos aquellos medios terapéuticos verdaderámente
necesarios para curar
enfermedades del
organismo, aunque de
ahí se siga el impedimento de la generación, aun previsto, con tal
que ese impedimento no sea
porr razón

alguna directamente pre­
tendido" (15).
Doctrina y práctica.
Ningún motivo pastoral puede llevar al extremo de alterar
o desvirtuar la
doctrina sobre la inmoralidad de la contraconcep­
ción. La actuación pastm-al, comprensiva y misericordiosa, ha de
salvarse sin detrimento de la fidelidad debida a los principios
doctrinales.

Cuando Cristo perdonó a la mujer adúltera, enfren­
tándose con los que querían apedrearla, no la dijo: vete en paz,
que no has
,pecado; sino, vete y no peques miás.
Y

o creo que
si el

documento que dicen de la mayoría, es­
tando al texto que se nos ofreció hurtado al secreto de la Comisión
nombrada por
el Papa, debió parecer tan poco convicente a éste,
parte principal en ello debió tener la tesis sustentada por los
de la mayoría, según la cual "en la doctrina del Magisterio y de
la Tradición se habían colado errores", debiéndose rectificar la doctrina sobre un punto
cuando sobre

una determinada c_uestión
se van presentando razones especificas de duda o para pensar de
diversa
manera. Este

criterio era un manotazo a la doctrina acerca
del Magisterio y socababa los fundamentos de la seguridad doc­
trinal católica. Era subordinar
la dogmática a la pastoral, la Teolo­
gía a la Historia, haciendo de la utilidad la medida o norma de
la verdad.
La cuestión de la contra-concepción, después de la H wmanue
vitae, ya no es una cuestión abierta, sino cerrada y zanjada.
Aunque cambien las circunstancias no cambiará
la doctrina. Para
ello la Iglesia dejaría de ser fiel y consecuente consigo misma,
dejaría de ser la
Iglesia de

Cristo. El Papa ha dicho que los
sabios y doctores católicos pueden
y deben seguir estudiando esta
cuestión de la regulación de la natalidad, pero no por los caminos de
la contra.concepción. Estos están cerrados. La doctrina anti-
514
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
contraconcepcionista sentada por la encíclica es inmutable. No
por dicha en una encíclica o por la manera en que la encíclica
la dice, documento que no es de suyo irrefomable, sino porque,
lo que dice se afirma como doctrina que dimana de la ley natural
tal como la interpretó siempre la Iglesia a la luz de la Revelación.
Lo que le da firmeza inquebrantable son, pues, dos cosas: el
que se funda en la naturaleza de las cosas
y el que ésta es la tra­
dición constante de la Iglesia.
La teoría del mal menor ..
Pero, ¿ y no se podría con la doctrina del mal menor justificar
la acción positiva e intencionadamente anticonceptiva, ya por me­
dios mecánicos ya químicos? Pues no, porque
se trata·
de algo intrínsecamente perverso, con
trario a la ley natural y a la interpretación que de ella hizo
siempre el Magisterio de la Iglesia.
La condenación de la contra­
concepción hecha por el
Papa se

funda en "la ley moral, declarada
y perfeccionada por la revelación divina" (4). Declarar e inter­ pretar esa ley natural es competencía de la Iglesia
y del Papa,
Como Jo es el conservar, declarar y dar conveniente interpretación
del mensaje evangélico. Así lo afirma el mismo Sumo pontífice en
la
H wmanue vitae y así lo declaró el Concilio Vaticano II en distin­
tos lugares, particularmente en la declaración
sobre la li\,ertad
religiosa,

a la que se refiere el mismo Santo
Padre. La Iglesia
tierie poi" misión, leemos en el número 14 de la Dignitatis humanae,
misión que es mandato divino, difundir la palabra de Dios, y los
fieles deben formar su conciencia con arreglo a sus enseñanzas.
Pues ella es, por voluntad de Cristo, la maestra de la verdad, v su
misión consiste en anunciar y ·enseñar auténticamente la verdad,
que

es Cristo,
y al mismo tiempo declarar y confirmar con su
autoridad los principios del orden moral que fluyen de la misma
naturaleza humaria". ·
El Papa declara en la H umanae vitae que entre la unión
conyugal
y la apertura del acto a la comunicación de la vida
hay de suyo un nexo natural. Apertura que no es lícito cerrar
interfiriendo positivamente
y con intención anticonceptiva el curso
natural del acto ni antes, ni entonces,
ni después. En cambio,
declara no ser antinatural ni,
·por tanto,

inmoral aprovechar la
disposición natural, teniendo en cuenta las leyes que regulan el
ritmo natural de
la fecundidád, para espaciar los nacimientos
de un modo razonable o conveniente.
·
515
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
Lo primero no es lícito, porque es intrínsecamente malo y
el mal no puede hacerse para que vengan bienes, ni siquiera por
las más graves razones. "Para justificar los actos conyugales
adrede artificiosa.mente hechos infecundos no vale apelarse al me­
nor
mal", pues

no se puede tomar
"como objeto
de un acto
positivo de la volutad lo que es
por su naturaleza misma una
transgresión del orden moral y por ello indigno del hombre"
(H. V. 14).
Pero, dirá alguno, ¡ si lo que yo busco es un bien!, ¡ si al
escoger el mal menor lo que hago es evitar males mayores!, ¿ no
me tomará Dios en cuenta estos males mayores si no los evito
acogiéndome al mal menor?
Pues no; no me los tomará Dios en cuenta porque verdadera­
mente cuando ellos se siguen de nna acción buena en sí y que
yo realizo como es debido, entonces no son males que hago ni
qniero yo. Proceden a pesar mío. Y o obro bien. Y Dios me
pedirá cuenta de mis acciones, no de las que otros hacen ni del
mal que se siga de una acción bnena mía que yo tengo derecho
a poner y
pongo corno es debido, aunque

a mi pesar de ella se
siga el mal que yo no quiero.
Y o debo permanecer fiel a la ley, annque de su
cumplimiento
por


otros saquen mal. Sobre todo si la ley en juego es natural
y divina, y me
prohibe algo

de suyo malo. Pues sabido es que
hay
cosas que

se prohíben
porque de
suyo son
malas, tal es el caso
de la contracon-eepción, mientras otras son malas por prohibidas,
v. gr. comer carne el viernes, trabajar el domingo. Cuando se
trata de estas últimas, entonces el problema apenas
si existe,
pues todo el mnndo admite qne entonces el legislador no intenta
hacer valer su ley positiva cuando entra en conflicto con otro deber
más grave de orden natural.
¿ Que de una nueva concepci6n se segnirá la muerte de la
madre, saldrá un nuevo hijo tarado o al que no se le podrá dar
la crianza o educación que sería conveniente? Pues de esos males
Dios no te pedirá cuentas si tú permaneces fiel a tu deber ma­
trimonial y puestos los medios legítimos a tu alcance para obviar
esos males no logras evitarlos. Es decir, obrando bien y empleando
buenos medios se debe hacer lo posible
para que
no sobrevenga
el mal ni a la madre, ni a los hijos, ni al hogar. Pero obrando mal
y apelando a malos medios, eso no es lícito ni aun deseando
evitar males mayores. Para que el marido no sea adúltero, pongo
por

caso, la mujer no puede hacer uso de medios anticonceptivos.
De ese adulterio Dios no le pedirá cuentas a ella, sino a quien lo
comete.
Y hay que fiar a la Providencia divina las consecuencias
516
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
nefastas que en el orden físico pueden seguirse de un obrar ma­
trimonial que ha agotado todos los medios legítimos para evitar
esas consecuencias.. Medios que van desde el recurso a los días
agenésicos,
al autodominio o autocontrol de sí mismos.
Ni mal menor ni conflicto de deberes.
Lo intrínsecamente malo hay que tratar de evitarlo por todos
los medios. Y no se puede hacer ni para evitar mayores males
ni para conseguir mayores bienes. Non swnt facienda mola ut
venian,t bona, que dijo San Pablo.
Dios

no nos pedirá cuentas del mal que se siga por nosotros
obrar bien. Hemos ciertamente de procurar evitar, en cuanto de
nosotros dependa, los inconvenientes., sobre tocio grave.si, que se
sigan de nuestro bien
Obrar. Pero
cuando para evitarlos tengamos
que vernos ante el trance de optar ¡,or obrar mal, hacer lo que
es intrínsecamente malo, entonces tenemos que saber decir con
el Patriarca José de la Escritura: "¿ Cómo podría yo hacer este
mal y pecar ante mi Dios?" La anticoncepción es contraria a
le ley natural, es un mal en sí mismo. No se puede, pues, querer
nunca en sí misma, ni como fin ni como medio; esto dice la En­
cíclica siguiendo una doctrina tradicional en la Iglesia. Lo más
que se
puede es
tolerarla o consentir que se siga indirectamente
de algo tomado o hecho con
fin bueno y en si mismo cosa buena.
El acto conyugal, como lo revela
la. estructura
del organismo
masculino y femenino, y lo prueba la etnisión masculina que con­
lleva, está esencialmente ordenado de suyo a la procreación. Y
aunque de suyo no sirva sólo para eso, sino tam-bién para expiresar
el

amor, esta expresión no puede de suyo
hacerse a costa de la
conculcación del orden natural. La anticonce¡,ción ¡,or medios
onanistas o por drogas, buscada positivamente, es siempre anti­
natural, un vicio contra la naturaleza, que ofende a la dignidad
del matrimonio.
Está fuera de lugar
apelar, como

algún episcopado lo hizo,
para justificarla en algunos casos a lo que llaman conflicto de
deberes. Porque el conflicto
de deberes, que hace perfectamente
lícito tolerar un mal menor para evitar un mal mayor o p~omo­
verlo, según dice la misma Humanae vitae, parte del supuesto
que la inclinación ante el mal menor no suponga querer o hacer
lo que es de suyo o intrínsecamente malo. Esto no puede hacerse
nunca. Un desorden natural no puede quererse para causar ma­
yores -bienes o evitar mayores males.
517
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
Otra cosa es cuando se trata de hacer lo que de suyo no es
malo, sino en cuanto está de por medio un ordenamiento o ley
positiva. Así, una madre, ,por ejemplo, puesta en el conflicto de
deber oir misa, porque es domingo, y de atender a su marido
enfermo, cosa incomrpatible en el caso, puede perfectamente dejar
la misa para atender al enfermo. Pero es qne ya el oir misa no
la obliga, por lo cual la cosa ya no es de suyo mala. El problema conflictual
podría surgir acerca de si se trata o
no se trata de algo antinatural o de suyo malo. También cuando
hay una conciencia errónea que no sabe hacer el juicio debido.
Pero entonces hay que tener presente una doble doctrina. Pri­
mera, la de que la conciencia errónea debe procurar ser recta
y todos tienen el deber de ayudarle a serlo, sobre todo los que a eso están llamados por oficio. Por tanto, hay que hacer lo posible
por formar bien la conciencia, con arreglo no a criterios subjeti­
vos y personalistas, sino a verdad objetiva. Para lo cual es menes­
ter mucha rectitud de intenciones
y mucha pureza de costumbres,
buscando el bien honesto antes que el placer egoísta. Pues, como
enseña Santo Tomás, la rectítud de la conciencia o la verdad del
juicio
pnictico que
hace el entendimiento no deriva sino de su
conformidad con el apetito bien ordenado, veritas intellectus
practici sumimtwr per c01Zformitaten ad appetitum rectwn. Y, se­
gún doctrina del mismo Santo Tomás, que la saca de Aristóteles,
como uno es, así le parece
el fin ( qua/is unusquisque e st talis finis
videtur ei), importa-mucho no engañarse a sí mismo, estar libre
de pasión
y de interés bastardo para hacer un buen juicio práctico
de lo que en cada caso hay que hacer.
La segunda doctrina que ha de tenerse en cuenta es la de
que para saber cómo cada
cual debe comportarse para estar al
orden establecido por Dios, sobre -todo en cosas acerca de las
cuales
la mayor parte de los hombres no son capaces de formar
su propia conciencia de modo conveniente, hay que remitirse a la
autoridad, sobre todo en materia de fe y de moral. Aun en las
cosas puramente científicas tiene que estar la mayoría a la auto­ ridad, cuanto más
en.esto y en cosas que tocan a la interpretación
de la verdad revelada. Para calcular -escribe V. A. Berta, "Les
eveques et la contreconception" en Itineraires (núm. 129, enero
1%9, pág. 93) la superficie de la circunferencia, si fuera necesario
calcular previamente el valor de 1r, ya no sólo los bachilleres con
certificado de estudiosos, sino
la mayoría
de los adultos, se verían
eu un apuro. Pero se les ha dicho y saben por vía áe autoridad,
que " = 3,1416, y sabiendo esto, nada más fácil que hacer el
cálculo
" R2.
Pues algo parecido acontece en moral, ya sea por
518
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
la imperfección de la razón natural, aun cuando la supongamos
en su vigor natural, ya de resultas del
pecado original.
A lo que ha dicho no la Encíclica.
1.0 .:'Ha de rechazarse en absoluto, como manera legítima
de limitar el número de hijos, la interrnpción directa de la ge­
neración ya comenzada, principalmente el aborto directo; aun
procurado por motivos de curación."
Aclaremos: Sabido es lo que es un aborto. Es la expulsión
del feto inmaduro cuando, naturalmente, no puede vivir fuera del
seno materno. Pues bien, este acto es rechazado en absoluto por
la Encíclica. La Iglesia y la teología lo condenan por antinatural,
contrario
al quinto mandamiento y al precepto divino positivo:
''No matarás".
No

importa el modo o los medios con que se procure el aborto:
quirúrgicos, venenosos, químicos o mecánicos. Y no importa la
intención o la finalidad. Más aún, toda intención abortiva es
gravemente pecaminosa, aunque se pretenda un bien, pues no es
lícito hacer mal para que vengan bienes (Rom. 3, 3). El Papa cita
en confirmación no sólo este texto del Apóstol,
sino también el
Catecismo Romano del Tridentino, La Casti co-nnubii de
Pío XI, a Pío XII y a Juan XXIII. No hay,
pues, bien

individual,
familiar,
social o político que cohoneste la acdón abortiva.
Pero nótese bien que
el Papa habla de interrupción directa
del proceso generativo ya iniciado. Lo que se reprueba, pues,
siempre

y absolutamente es el
aborto directo vol1mt1JJrio. Directa­
mente voluntario

se dice aquello que uno pretende deliberada­
mente en sí .mismo. Así, es voluntario directo el asesinato de
una
persona para

robarla. Aunque la finalidad verdadera sea el
robo,
la muerte es también objeto directo de la acción del que
mata
para robar.

Aunque el fin del
aJborto sea
la curación de la
madre, el alivio de la miseria familiar o de las cargas sociales,
si directamente se procura es siempre antinatural y gravemente
pecaminoso, por eso, porque es querido directamenite.
En

cambio,
el aborto indirecta puede ser lícito. Porque en­
tonces es voluntario
indirex:to, eSto es,

no es querido en sí sino
en su causa, causa que de suyo es
buena, aunque

de suyo lleve
aparejado
el efecto malo. Mas éste no se quiere, lo que se quiere
es la causa. Y es lícito poner
una acción
de suyo buena o indi­
ferente, que tiene un efecto bueno y no se quiere lo malo, y el
efecto bueno precede al malo.
519
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
Por tanto, es ilícito realizar el aborto o com-0 fin· o como medio
para conseguir un fin bueno. Como fin lo busca quien excluye
la prole que contra su voluntad- o intención se interpone en los
fines de su matrimonio o conmnicación sexual. Un marido, v. g.,
que no hace él personalmente nada que sea propiamente acción
a!bortiva puede, sin embargo, hacerse reo de intención o fin
abortivo cuando quiere la su,presión de la ,¡,role que se s,iguió
contra su voluntad.
Es un aJborto pretendido. En cambio, es un
aborto no sólo pretendido sino
intentado el que hace una mujer
que concibió para evitar su infamia o la ira de su marido.
Dice el Papa que es ilícito el aborto directamente querido y
procurado, aunque sea por fii,ves terap·éuticos o de curación. Con
estas palabras declara el Papa autoritativamente que no es lícito
quitar la vida al hijo porque pone en
peligro la
vida de la madre.
No se le puede considerar, según algunos quisieron, como agre­
sor materialmente injusto, dado que él no fue concebido por
su voluntad, y una vez concebido está en su derecho natural de
vida. El derecho de extrema necesidad de la mudre no es superior
al del hijo a la vida. Ambos son iguales, igualmente inviolables.
No es, lícito, ¡pues, nunca el aborto directo ni aun para salvar a
la madre.
En cambio, tratándose del a/Jo-rto indirecto puede ser alguna
vez lícito pern'li,tirlo, realizando, una acción de suyo buena con
un efecto inmediatamente bueno que traiga también
aJ!)arejado el
malo del aborto. Así se ,puede administrar un remedio curativo
de la madre, auque tenga un efecto pernicioso sobre su criatura.
Es lícito, empero, a base de estas condiciones: a) que la en­
fermedad de la madre sea mortal;
b) que la medicina o remedio
mire directamente a curar a la madre; e) que no se pretenda
el aborto, sino que se haga lo posible por evitarlo.
Respecto de lo que no es aborto, sino simple
aceleración del
parto, hay que decir que ella es lícita
,por razones

suficientes y
proporcionalmente graves.
2.0 Hay que excluir, igualmente, según el magisterio de la
Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa,
J_)e't­
petua o temporal, tanto del hombre como de la mujer."
Hay esterilización siempre que se hace una ·oper~ón para
suprimir la capacidad generativa del hombre o de la mujer. Por
tanto, la esterilización no recae sobre el acto conyugal, sino sobre
la persona de los c6nyuges.
También la esterilización puede ser directa o indirectammte
querida. Directa por razón, del acto es aquella acción que no mira
más que a
suprimir o

suspender la
rapacidad generativa.
Directa
520
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
por razón de la intención es cuando la acción, a más de esterilizar,
tiene otros efectos y sabre ellos recae también la intención del
agente. Este se esteriliza para conseguir un bien o
para evitar
un mal.
La esterilización se dice indirecta cuando se sigue de una
acción que tiene otro efectO bueno aunque inseparable del de la
esterilidad, así, por ejemplo: la extirpación de un tumor.
La esterilización puede ser: por indicación méwica, si se hace
para precaver daños de vida o de salud; de carácter
eugenésico,
si para evitar una prole defectuosa; de carácter social, si para
reducir los daños sociales de un aumento excesivo de población;
de carácter moral, si se hace para salvaguardar intereses de otro
orden, v. g., la fama, el honor, etc.
Hay esterilización quirúrgica, cuando se interviene cortando
o ligando los canales diferentes de la semilla generativa o las
trompas que

guían
el óvulo a la matriz;_ quvmtica, cuando se in­
gieren sustancias esterilizantes;
radioactiva, cuando a lo mismo
se ordena la
a,pliración de

ciertos rayos. Estas formas de esterili­
zación
pueden ser

con o contra la voluntad de la
persona que
la

sufre, de carácter privado o
de carácter público, perpetua o
temporal.
Moralmente considerada,
· toda

esterilización
directa, sea cuaL
quiera
el motivo o la indicación, privada o pública, perpetua o
temporal, es

inmoral e ilícita
por antinatural
y ya fue condenada
por la Casti connubii.
De la indirecta hay que decir algo parecido a lo dicho sobre
el aborto indirecto. Así, es lícito
-por causa
proporcionalmente
grave
someterse a una operación curativa, aunque se siga la es­
terilización. Incluso la extirpación
de los testíc:ulos, de ovarios.1 ligación de canales o trom¡pas pueden ser cosa lícita para salvar
la vida o por graves motivos de salud, con tal que en la operación
lo

que se pretenda sea la salud
y no la esterilidad.
3.º
"Queda además

excluida toda acción
que, o en previsión
del
acto conyugal, o, en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio,
hacer imposible la procreación."
Palabras que se
cc,mplementan con el principio sentado

por
el
Papa en el nfunero 11 de su Encíclica: "Cualquier acto matri­
monial ( quilibet matrimomi usus) debe quedar abierto a la
transmisión de la vida", según
norma de
la ley natural
y doc­
trina constante de
la Iglesia.
Acciones previas al acto conyugal impeditivas de la genera­
ción son, aparte la esterilización, el uso de anovulantes, las
521
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
llamadas püdoras. Concomitantes o simultáneas, el onanismo bajo
su

diferéntes formas; subsiguientes, las que
impiden que
siga el
curso de la
. generación . realizada,

que ya es prácticamente un
aborto.
El Papa

en la Humana;;
vitae no ha dicho sobre la esterili­
zación, el
onanismo y el aiborto, sino lo que ya ha,bían hecho otros
Pontífices, condenándolos como antinaturales y contrarios a la
enseñanza de fa Iglesia.
La cuestión de los wn,ovulam,tes o píldora, esa es la que Pa­
blo VI se ha planteado teniendo en cuenta los descubrimientos e investigación de la ciencia y llamando a prestarle colaboración,
antes de dictar sentencia, y
para dictarla

puestos todos los medios
naturales a su alcance para decidir con conocimiento de causa,
a médicos, sabios, teólogos sacerdotes, obispos, seglares y reli­
giosos. Tras cuatro años de intensos y extensos estudios, a.sí
como .de discusiones, el Papa ha resuelto doctrinal, y prácticamente
la cuestión, sentenciando C}ue los anovulantes (a los que, sin
embargo,
no nombra expresamente) son contrarios a la ~ey natural
y no deben usarse. Pero
sobre ellos

vale
la doctrina ya expuesta del voluntario
directo e indirecto. Quedan prohibidos siempre que se proponen
com10 fin o como medio úwicam..enite hacer imp-osib!e la generación.
Los anovulantes son productos que no ejercen ningtina
función

destructiva ni mutilativa de
los órganos sexuales.

Sen­
cillamente su~penden, el proceso de maduración del óvulo durante
el tratamiento, reanudándose el .pr-oceso, terminado· el tratamiento.
Ya se ha

hecho notar que dominar estos anovulantes o píl­
doras como
an1ticonceptivos no es muy apropiado, ya que tienen
otras indicaciones terapéuticas e incluso
pueden servir
para
fa­
cilitar la concepción.
Su uso con
finalidad a;nJticonceptiva o como medio anticoncep­
tivo directamente buscados es ilícito e inmoral, como lo dice en la
Encíclica expresamente. Y
el Papa rechaza expresamente las razones que se invocan
para justificar
su uso, v. gr.: la del mal menor, pues tratándose
del mal moral no es
lí.cito nunca,
ni por razones gravísirnas,
hacer
el mal para que venga el bien. Lo qne por su propia natu­
raleza viola el orden moral no puede pretenderse con vistas a
conseguir mayor bien individual, familiar o
social.
522
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
Lo que declara lícito.
Que sea, en cambio, lícito el recurso a los períodos infecundos
para
la regulación de la natalidad, es indudable, y el Papa lo
afirma expresamente en su Encíclica. Corno también es indudable
que no valen contra el acto conyugal puesto en esos días las
razones que demuestran antinatural y vicioso el acto conyugal
cerrado adrede y artificiosamente a la vida.
De lo primero,
el Papa da la razón. Es "Dios quien ha dispuesto
con sabiduría leyes
y ritmos natw-ales de fecundidad", los que
por sí mismos se prestan a distanciar los nacimientos (núm. 13).
Y estando a la enseñanza de sus predecesores declara honesto
el uso de este recurso cuando hay motivos razonables -para ello.
"Así -dice-se regula la natalidad sin ofender los prindpios
morales"

(núm. 16).
De lo segundo, nos convenceremos fácilmente con sólo tener
en cuenta la diferencia que va entre hacer o no hacer, secundar
la naturaleza o violentarla.
En el
ertl1)1eo de recursos anticon­
ceptivos, ya físicos, ya químioos, el hombre hace algo que no
debe, que es de suyo malo porque va ordenado a quebrar
el orden
natural y la teudencia natural del acto conyugal. Mientras que
apelando a

los días agenésicos
nio hace nada para interferir ese
orden. Aprovecha el medio natural puesto
por Dios
en el curso o
ciclo
generacionalJ ,para

conseguir un
fin que es bueno en sí.
Puede, pues, querer este
fin, bueno en sí y legitimado por plau­
sibles razones,
y puede servirse de ese ofro medio, que tampoco
es

malo en
sí, porque es

dado por la naturaleza misma de la mujer.
No se corta e interfiere ningún
proceso natural,

no se atenta contra
los planes de Dios. Se hace uso prudente y avisado, como de buen
administrador de la propia facultad generativa,
poniéndola en
ejercicio

cuando
y como conviene, habida cuenta de las cir­
cunstancias que juegan en el caso. El hombre estudia y observa
lo que
está planifiado por Dios mismo. Y de modo inteligente y
prudente pone en ejercicio la facultad generativa sin interferir
artificiosamente en la orientación que su acción trae de suyo hacia
la procreación. Objetivamente,
el acto conyugal queda abierto a
la vida. Si en
el caso la vida no se sigue no es porque ellos actúen
sobre
él positivamente, atentando contra un proceso natural, sino
porque Dios ha dispuesto que eu esos días la naturaleza no
responda
para comunicar

vida.
La prueba es que los cónyuges,
aun queriendo que del acto no se sigan hijos, no quieren inter-
523
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BERNARDO MONSEGU
ferir .positivamente para conseguirlo ni antes, ni. a la hora ni
después.
Es cierto que J:X)Sitivamente quieren, desean y se alegrarán
de que no vengan los hijos. ·Pero
como tienen

motivos razonables
para limitar el número ele hijos o no querer la fecundidad de su
acto, y motivos también razonables para poner el acto conyugal,
por eso ni pecan no queriendo más hijos, ni pecan apelando a
los
días agenésicos
para no
tenerlos.
Ni
el fin es malo, ni los medios tampoco. Los actos conyugales
se realizan honestamente y tienen sobrada justificación. El ma­
trimonio no se justifica s&o por la fecundidad; por eso, sin querer
ésta, puede ser lícito
y santo el uso del matrimonio. Pues mientras
la intención positiva de evitar
la prole es en el caso cosa buena,
también lo es la acción que ejecutan, porque se comportan como
deben comportarse no haciendo objetivamente nada malo.
En esto se deferencian esencialmente de los que apelan a
recursos anticonceptivos, ¡previos, concomitantes o consiguientes.
Estos no pecan tanto porque no quieren hijos, cosa que puede
ser buena, cuanto porque los quieren evitar queriendo hacer algo
contrario a naturaleza, que van contra el
proceso natural

de la
función generativa. Prácticamente la
voluntad de

quienes sólo hacen apelación
a los días infecundos para limitar
los hijos condicionan su vo­
luntad a la voluntad de Dios, estando a lo que El ha dispuesto.
Por eso saben abstenerse
los dfas de

fecundidad. En cambio, los
que apelan a los otros medios quieren anteponer su vol~ntad a
la de Dios
sea como sea. Porr eso no saben ni quieren abstenerse
cuando deben. Nadie está obligado a hacer uso de una facultad
cuando tiene motivos para no hacerlo o no puede hacerlo sin
hacer algo malo. En cambio, siempre es un desorden, cosa peca­
minosa
¡por consiguiente, poner en ejercicio la actividad generativa
yendo conrtra
su natural tendencia queriendo algo, como fin o
como medio, anticonceptivo de suyo.
Tiene aplicación al caso la doctrina que ya expuso Pío XII :
"Se rpruede aplicar el principio general de que se puede omitir
una prestación positiva sin motivoss graves, independientes de
la buena voluntad de los que están obligados a la prestación,
demuestran que no es oportuna semejante prestación o que no se
la puede exigir equitativamente" (AAS 43; núm. 5,1).
524
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SOBRE LA <(HUMANAE VITAE»
IV. LOS CATOLICOS FRENTE A LA ENCICLICA
Un dicho de Chesterton.
"Cuando

entramos en una iglesia, Dios nos
pride que
nos
quitemos el sombrero, pero
no la cabeza." Este dicho de Chester­
ton

lo
ha traído alguno para justificar o disculpar ciertas reac­
ciones negativas o reticentes por parte de católicos a propósito
de la
Humanae vitae. Pero mal traído. Porque·Chesterton hubiera
sido el primero en
rep<"obar la
actitud
de quienes
creen poder
permanecer fieles a su fe, negándose a obedecer a aquellos que
Cristo puso
para regir en su Iglesia. No nos pide Dios, cierta­
mente, que nos cortemos la cabeza
para entrar

en la iglesia,
pero
sí que cautivemos nuestro entendimiento cuando El nos enseña
por
medio de

su Iglesia sobre
cosas de

fe o de
moca!. La Iglesia
es un misterio de
fe y de obediencia, y quien no acepta este
misterio
y no
sabe hacer el sacrificio de su propio juicio, cuando
Dios habla por boca de su Vicario, ése está muy lejos de sentir
en católico
y de hacer suyo el misterio de Cristo, fuera del
cual no hay salvación.
En consecuencia,
los católicos que en vez de adoptar una
actitud

sumisa
y de sincera aquiescencia a lo mandado por el
Padre Santo en la Humcmae vitae, se dedican a ''contestarla" o
a protestar de ella, insinuando suspicacias o reservas, están muy
lejos de sentir como verdaderos hijos de la Iglesia. Así es, por
ejemplo, inadmisible esto que se
escribía en

el Boletín del
obis,­
pado
de

Limburgo
(Holanda) a
raíz de la
publicación de
la
F,ncí­
clica: "Es necesaria la regufación de nacimientos si la humanidad
no quiere sucumbir con la superpoblación. Es más que probable que la Encíclica papal no constituya la última
palabra."
Igualmente,

resultan inadmisibles las posturas que tienden a
minar los
principios doctrinales

sentados
por la Encíclica, en
nombre
de no sé qué flexiones, comprensiones o exigencias pas­
torales. Pecado
en el que han incurrido, incluso, algunas con­
ferencias episcopales, al presentar

a los fieles de sus
respectivas
naciones

la Encídica del Padre
Santo. Este

es el primero en
reconocer la necesidad de hacer
una prudente y misericordiosa
aplicación de
la doctrina

por él formulada. Pero pide que ello
sea sin alterar su doctrina.
525
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
Lo que dijimos y lo que decimos.
Quizás no está ya lejos el
día en
que
e] Papa se pronuncie
sobre
la licitud o ilicitud de ciertos métodos o recursos para
consguir un control
efectivo sobre
la natalidad, menos aleatorio
que
el consentido hasta ahora por la moral católica, escribíamos
en
Ecclesia, un añoi antes

de que saliera la Encíclica.
"La decisión pontificia irá prn:edida de un estudio tan a
fondo: psíquico, científico, teológico, médico, jurídico
y moral
del problema planteado
por el descubrimiento de

esas novísimas
drogas destinadas a frenar
y regular, a ciencia cierta y sin daño
para las usuarias, la fuerza prolífica del organismo biológico, que
lo que el Papa nos diga será ciertamente sensacional, según ex­ presión del P. Riedmatten. si no
por la

novedad de
la doctrina,
sí por lo razonado, bien pensado
y meditado de lo que nos dijere.
Na die
podrá decir

entonces que la Iglesia habló sin haber
escu­
chado

antes a los sabios ni
ha.her tenido
en cuenta las exigencias
de los tiempos. "Mientras llega esa decisión pontificia, séame permitido decir
unas cuantas
cosas relativas al comportamiento y juicio práctico
que se han de tener en este asunto.
"En primer lugar, nos duele la libertad y ligereza con que
algunos
se han dedicado y dedican, utilizando la gran prensa in­
cluso, a sentenciar
por su cuenta sobre
la licitud de las famosas
píldoras, yendo
por delante del Magisterio y contraviniendo lo
dispuesto por el Magisterio en un terreno donde nada tiene que
ver. la

apreciación personal
y donde no hay trazas de ninguna
aportación al esclarecimiento científico-teológico del problema que
la Comisión Pontificia se propuso resolver. "No estamos,
por principio,

ni contra la regulación de
1a na­
talidad ni contra los novísimos medios
inventados para conseguir
de

ella un control efectivo. Un estudio a fondo del problema,
cual lo ha
realizado, y realiza la Comisión Pontificia, es altamente
de alabar, aunque traiga una solución
favornble al
empleo de
las
famosas

píldoras. Si se llega_ a esa solución, será porque la Iglesia
no ha
visto en

ella
nada que
contradiga
la ley natural o divina.
Pues de eso se trata precisamente. Se habrá
descubierto entonces
algo

que, sin alterar los principios
dogmátic<>-morales de
la Iglesia
sobre
el matrimonio, la permitirá hacer de ellos nueva aplicación.
Se tendrá más cambio histórico que teológico.
"Contra lo que estarnos es contra el arrivismo teológico que
invade un sector de la gran prensa, más pagado del sensaciona-
526
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
lismo y el reclamo que de la verdad y la moderación. Nos ofende
y duele el comportamiento de los que sin hacer ciencia ni teología,
se dedican a prevenir y
contravenir las disposiciones del Magis­
terio, dando alegremente por
-bueno lo

que tanto la ciencia como
la teología sudan por averiguar si eS o no bueno."
Y esto, escrito entonces, lo ratificamos ahora.
Ni
por falta
de
precisión y claridad acerca de la noción del
Magisterio Eclesiástico, ni tampoco :por falta de atención a lo
que obliga
en conciencia
a pensarse
antes de
proceder según
conciencia hemos de favorecer el disentimiento doctrinal con la
H umanae vitae imaginando no sé que posibles contrastes o contra­
dicciones entre lo que el Papa dice que es deber y lo que los
hombres hacen en contradicción con ese deber. Aunque siete
veces o setenta veces siete haya que perdonar al que así mala­
mente procede yendo contra su deber, setenta veces siete hay
que repetirle que su proceder no es recto y que está en el deber
de ajustarse a lo que es su deber.
Todavía hay que ponerse más en guardia contra una especie
de presión que

se quiere ejercer sobre el Papa y en general el
Magisterio Eclesiástico, creando corrientes de
-apinión en

contraste
con lo que el Pa,pa enseña, dando relieve a los disentimientos y
exagerando los fallos para que los hechos consumados den cuenta
de las
normas establecidas, convirtiendo

en norma lo que debe
ser nonnado. Es ilógico y carece de sentido eclesial quien pre­
tende

crear
en la Iglesia corrientes de opinión en contraste con
lo que de
nn modo
tajante
y oficial enseña el Magisterio. Tanto
más cuanto que hoy, desgraciadamente, los órganos de comu­
nicación social, más que medios expresivos
de una opinión pública,
son

o pretenden ser causantes o generadores de esa
otpinión.
De ahí la gravísima responsabilidad que pesa sobre los católicos
que escriben o se valen de cualquier otro medio de comunicación
en orden
a favorecer en el pueblo de Dios un sentir y una opinión
pública que sea verdaderamente la opinión del pueblo de Dios,
pueblo

en el que
la última, definitiva y segura palabra no la tiene
la comunidad ni el número, sino aquellos que Cristo
puso para
regir y enseñar en su Iglesia y que no suelen ser los más, sino los
menos.
En la Iglesia, afortunadamente, no se gobierna por votos
ni por carisma, sino por verdad y autoridad, que Dios no ha
condicionado al
número.
En contra de la Encíclica no se puede tomar doctrinalmente
partido sin ponerse doc.trinalmente en contraste con la misma
Iglesia.

Lo que equivale a poner en entredicho su condición de
católico a pesar de las protestas de serlo.
527
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
Ideal y camino.
Los obispos españoles, en su declaración sobre la H umanae
vitae -declaración que es acaso la más comedida, sensata y acer­
tada de las hechas por los distintos episcopados, estando por
ello sobradamente
justificada la
carta de elogio que le dirigió la
Secretaria de Estado de Su Santidad- llaman la atención sobre
dvs puntos,

al tratar de llevar a la práctica la
Hwman Primero recuerdan que la doctrina de la fe y la moral pro­
puestas por el Magisterio está precisamente para iluminar
y
afianzar la conciencia del pueblo fiel sobre cualquier punto de la
fe, máxime cuando se trata de algo no claro o controvertido.
Y en segundo lugar nos dicen que la doctrina de esta En­
cíclica

tiene valor universal y debe ser
a,plicada en
todos los
casos. Que no es sólo nn ideal, sino también el camino que todos
deben seguir si quieren vivir como Dios manda su vida ma­
trimonial.
Puede darse el caso de que uno, por ignorancia o por error
no peque obrando de modo contrario al
dictado por
la
F.ncíclica,
pero de acuerdo con su conciencia. Y entonces habrá que medir su
culpabilidad en esa ignorancia o error. Pero, el que entonces
obre
subjetivamente bien no impide que los hechos estén objetiva­
mente
mal, en desacuerdo con la norma objetiva de la moral.
Pues no hay que ignorar que si la conciencia tiene un cierto
primado como norma próxima de nuestro obrar, ya que nunca
se puede obrar contra conciencia; ese primado es relativo, ya
que la conciencía está en el deber de ajustarse a lo que Dios
revela y
la Iglesia

enseña para que sea recta. Y no se da
con­
ciencía recta en

un católico sin
docilidad al
Magisterio de la
Iglesia, que interpreta auténticamente la ley divina a la luz del
Evangelio
(Gaudiu,,n et spes, 50). "De ahí --<1ñade el Concilio-­
que no sea lícito a los hijos de la Iglesia ... ir por caminos que
el Magisterio, al explicar la ley divina~ reprueba sobre la regu-
lación de la natalidad." ·
Por

otra parte, no hay posibilidad de anteponer sin error
el
propio juicio o la prapia personal interpretación de la norma
moral al juicio o interpretación auténtica de la misma norma
dada por el Magisterio. (Cf. F. Guerrero, Magisterio auténtico y
con-ciencia moral, "Ecclesia", 1.142). Y "es un contrasentido
-como ha escrito el cardenal J oumet- para un hijo de la
Iglesia oponer a la autoridad de la Encíclica la infalibilidad de
528
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
conciencia individual" (Journet, La lumiere de L'Encyclique
"Humanae vitae", en "Nova et Vetera", 1~). Por ese camino
iríamos al subjetivismo.
Criterio democrático fuera de lugar.
Con cierto afán sensacionalista leíamos, no ha mucho, en un
períodico español el resultado de uoo encuesta hecha en Estados
Unidos
y Canadá por el Instituto Gallup, a propósito de la acep­
tación de la H umanae vitae entre los católicos.
Según esa encuesta, la mayoría de los católicos canadienses
y yankees estarían de acuerdo en esto: Se ¡puede ser buen católico
y tomar la "píldora". A despecho de la prohibición papal, el
75 por 100 de los católicos de Canadá y el 65 por 100 de los de
Estados u·nidos, seguirían usando la Hpíldora" para limitar los
nacimientos, sin hacer caso alguno de la enseñanza papal. Y
ese tanto por ciento respectivo querría también que se siguiese
hablando en favor de la "píldora", creando opirúón en su favor,
en vez de crearla a favor de la enseñanza pontificia.
Es una prueba más de los extremos a que puede llevar la
pérdida del sentido eclesial incluso entre muchos católicos, y tes­
timonio fehaciente de esa apostasía inmanente y de ese espíritu
neoprntesrante que se ha infiltrado en la Iglesia, y que el mismo
Santo
Padre ha

certificado y ha deplorado.
Esto podrá ser todo lo democrático que se quiera, estar
muy de moda, a la que hoy -dice el Papa- tantos, incluso
teólogos, rinden en la Iglesia culto con
menoscalm de

la verdad,
pero no es nada católico y no responde a los postulados de nuestra
fe. El carisma del acierto, en la declaración de las enseñanzas
reveladas, no se ha dado al pueblo ni a la conciencia individual,
sino a la jerarquía que actúa con la autoridad de Cristo. No
que el pueblo cristiano no tenga voz ni voto y se.a cosa puramente
pasiva, sino sencillamente que, aun siendo vector de vida y de
doctrina cristiana,
debe dejarse

regir
y conformar por aquellos
que Dios puso para regirlo, so pena de quedar fuera del orden
establecido
por Dios.
La tradición cristiana progresa llevada por todo el pueblo de
Dios, por toda la Iglesia. Pero quien está al volante y tiene la
misión de guiar y orientar, definir y encauzar, no es la comunidad
cristiana, sino la jerarquía. Y en el ejercicio de su función ma­
gisterial y rectora, .la garantía de acierto no viene del consen­
timiento o aprobación del· pueblo, sino de la asistencia del Es-
529
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
píritu Santo. Y aceptamos lo que dice el Papa, no por las razones
sabias
con que
o por que lo dice,
s1no porque
su enseñanza está
refrendada por la autoridad del mismo Dios, ·en cuyo nombre nos
habla. "Quien a vosotros oye, a mi me oye." Esto· es tener fe
y sentido católico, lo otro es racionalismo, naturalismo o pro­
testantismo camuflado.
Un rasgo de la perversión eclesiológica que hoy padecen
muchos progresistas lo constituye la consideración de 1a Iglesia
como un cuerpo puramente histórico
y condicionado por la
historia, y
no como un cuerpo doctrinal, cou dogmas inmuta-bles y
principios morales, también inmutables.
Entienden que ser católico no significa creer esto o aquello,
reconocer esta o la otra autoridad. Ser católico significa para ellos,
sencillamente, pertenecer a la comunidad histórica que se llama
católica y, en consecuencia, dentro de esta comunidad, la más
absoluta libertad' de creencia y de conciencia. Y, sin salirse de ella,
se puede, en cada momento histórico, tener distinta inteligencia
de nuestras creencias
y observar distintos comportamientos mO-:.
rales.

"Pienso -ha escrito Lelie Dewart en
The Future of
B elief-que la incorporación a la Iglesia no supone quedar de-­
pendiente
de la autoridad del Papa, o de cualquier otra deter­
minada autoridad."
Y el periodista Daniel Callahan añade: "Aun
cuando
un
obispo me

juzgara herético -de hecho el cardenal
de Kansas City-St.
J oseph, Charles H. Helmsing calificó de tal
un

artículo de Callahn sobre la infalibilidad pontificia-,
yo no
le reconozco
el derecho de determinar lo que es o no es herejía.
Y o me considero católico ante todo, porque no soy otra cosa.
Esta es la línea en que yo trabajo. Esta es la tradición en que
me he criado.
La tradición se identifica ,conmigo mismo."
Asistimos -como
han observado los redactores de
Time, cuvos
datos
recogemos-

a una
verdadei-a alienación institucional~ dé
la

Iglesia por
parte de

no
pocos católicos, los que presumen de
más progresivos.
Y el periodista J ohn Cogley observa que la presente crisis del
catolicismo proviene fundamentalmente de una disonancia entre teología
y estructura. Las estructuras que tenemos no responden
ya a una teología aceptable. Eran buenas para otra teología. Necesitamos crear
estructuras que respondan a

nuestra teología.
Una teología que
sostiene que la Iglesia debe ante todo entenderse
como comunidad .democrática y de autoridad colegialmente ejer­ cida.
Teología que, naturalmente,
no responde

a
la tradicional y, lo
que es más grave, que choca con lo
que el

Papa actualmente
530
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
enseña. Pablo VI sigue enseñando que la Iglesia fue instituida
monárquicamenté, y gue no puede cambiar so· pena de ser infiel
a las intenciones de Dios. Y como es
monárquica., así
es
también
de

institución jerárquica,
y jerárquicamente está organizada. Y
no hay dos jerarquías paralelas,
laical una, clerical la otra, sino
una sola jerarquía cuyo vértice y auyo fundamento
visible es al
mismo tiemix> el

sucesor de Pedro.
Una Iglesia
y un Pastor.
Lo acontecido con el problema de la regulación de la nata­
lidad, tan
diversamente propuesto y solucionado con anterioridad
a la
H Unt.1Q,nae vitae, a pesar de consignas bien claras y prácticas
dadas a todo el pueblo de
Dios en
espera de la decisión pontificia,
muestra
ibien a

las claras que sin
Wla autoridad suprema que
unifique criterios
y resuelva en última instancia, en la 'iglesia, lo
mismo
en lo dogmático que en lo moral, la diversidad de
criteiios
y de autoridades se .traduce no sólo en pluralismo de opiniones
diferentes en lo accidental coincidentes en lo sustancial, sino tam­
bién en pluralismo contradictorio en lo esencial, que lleva a que
unos digan sí a lo que otros dicen no, -unos declaren lícito lo que
otros ilícito, cayendo en el
;pluralismo dogmático

y en
el confu­
sionismo ideológico, aparte el desorden y la desorientación moral. "Cualesquiera que hayan podido ser las esperanzas que uno abri­
gara en 1965 -escribe Berto en
Itineraires, cit.-, b exp,::rienc:a
ha

demostrado
y demuestra sobradamente cada día que los obis­
pos católicos son
incapaces de prescindir de la autoridad no sólo
del Papa, sino incluso de la Iglesia particular de Roma", madre
y maestra de todas las Iglesias, donde está el principio y centro
de la una, santa
y católica.
He ahí por lo que es lícito dudar de la oportunidad
y utilidad
de la
Supresión del

Santo
Oficio. Aun

dando por justificadas las
críticas que se le hicieron en pleno Concilio, con tanta·exageración como falta de consideración y
respeto, son

más los daños de
la
supresión

que los de su conservación. "Se necesita un Santo Ofi­
cio", ha dicho el autuor de
Le Paysan de la Garonne. Un autor
que lamenta,
sin-em:bargo, haber sido él denunciado a este Santo
Oficio. Pero
que no
deja de reconocer los inconvenientes graví­
simos que para la pureza de la fe y de la moral trae su
suspensión.
Las

intemperancias de ciertos teólogos,
el confusionismo sembrado
en el
campo católico, las audacias y las desobediencias patentes
y constantes de que tOOos somos testigos, y acerca de las cuales
531
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
se oyen quejas continuas en el pueblo de Dios, justifican sobrada­
mente la queja por el vacío abierto con su
supresión. Sólo
lo
acontecido con el problema en cuestión, desde el
día en

que el
Padre Santo lo avocó a su
tribunal, basta

para
cooíirmarlo. "Hu­
biese

habido
un Santo
Oficio, y la verdad y
el orden
y la paz
habrían estado asegurados; pero faltó él,
y vino el caos."
La obligatoriedad de la Encíclica. Un católico no
puede poner

en duda la enseñanza de la
Huma­
nae vitae, ha dicho el cardenal Felici, que fue Secretario general
del Concilio y es hoy presidente
de la
comisión
para la
interpreta­
ción de los decretos conciliares.
Esta enseñanza
pontificia de la H wmmiae vitae está plenamente
, de

acuerdo con las
enseñanzas conciliares,

con lo dicho
por Pío XI
y por Pío XII, y con el sentir
común de

los fieles, hasta que
ciertos interesados en
perturbar y

confundir a los fieles o crear
falsas corrientes de opinión en la Iglesia, no sembraron
una
cierta

confusión. El Papa ha vuelto a declarar intrínseca y gra­
vemente malo lo que
ya dijeron serlo otros Pontífices. Van,
pues, fuera de camino esos teólogos de Amsferdam (I. C. I., nú­
mero 322)

que
c;pinan lo

contrario .
.El[ Papa es fiel al Concilio y
a la Tradición, y ellos no lo son ni al Concilio, ni al Papa ni a
la Tradición.
Y en cuanto al comportamiento católico en la materia, quienes,
sean teólogos, obispos o conferenciantes episcopales, presen­
tan la doctrina
pontificia de
manera que favorezcan un juicio
personal o sugestivo de los cónyuges en contraste con la norma
objetiva establecida por el Papa,
esos no hacen

honor a la ense­
ñanza
pontificia, ni están en su espíritu. No se

puede reconocer
a la conciencia personal la libertad de hacer juicio práctico
con­
tradictorio con el juicio de la Encíclica. Toda conciencia está
sujeta a una norma objetiva, que es sinónimo de
ley de Dios. Y
en conformidad con
etlla debe regularse. Deber del que sólo ex­
cusa la ignorancia invencible. Error invencible, que puede darse
incluso entre católicos, pero
que no por eso deja de ser error y,
por tanto, de suyo sujeto a corrección y enmienxla.
Todavía
es más falso
que en nombre de la competencia pro­
fesional o científica presuma un católico llegar a conclusiones
contrarias a la Endclica.
¿ Cómo puede un católico dar más
crédito a sus propias ideas que a la voz de aquel que ha recibido
para
esfos casos

el mandato de predicar
y anunciar la verdad ?
532
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA ,,HUMANAE V/T AE»
Y no deja de tener gracia, como ha observado el cardenal J ournet
(I. C.
I. núm. 322), que "uno atribuya a su conciencia, sujeta tan
a menudo al error, la infalibilidad que le cuesta tanto reconocer,
y si no la infalibilidad sí el valor obligatorio, que compete a la
doctrina del Vicario de Cristo/'. Y añade Felici: "Una verdad
puede ser segura y cierta y, por tanto, obligatoria, sin que tenga
por eso el carácter de tma. definición ez catedra. Es el caso de la
Huma:niae vitae." Lo que enseña, sin enseñarlo infaliblemente, es
una verdad cierta enseñada constantemente por la Iglesia.
Contra la obligatoriedad de la
E,ncíclica suele
levantarse un
especiosísimo pretexto,

el de la no infalibilidad del documento.
Una Encíclica, se dice y es verdad, no es de suyo un documento
infalible ni irreformable. Luego el Papa ha podido engañarse,
luego no es cierto absolutamente lo que dice, luego puede volver
sobre ello
y decir mañana otra cosa.
¿ Qué decir de este razornamiento? Que é.s capcioso y para
nuestro caso improcedente. Esto por dos razones. Primera, por­
que de la no infalibilidad no se sigue la no obligatoriedad. Lo
obligatorio es mucho
más que

lo infalible. No es
infalible un
legislador

legislando
ni un superior mandando, y sin embargo, hay
obligación de estar a la ley y de estar al mandato; y a
veces
bajo grave, si así la materia lo requiere y la forma de mandar
o de legislar lo exige.
Pero es que aparte esto, infalibilidad y certeza no son sinó­
nimos
y lo cierto abarca más ancho campo de verdades que lo
infalible. La infalibilidad es una forma de p~esentar ciertas ver­
dades, que si no se acatan le colocan a uno ipso facto en la herejía,
por lo menos materialmente. Y, sin embargo, hay muchas cosas
ciertas, ciertísima en doctrina católica y teología que no pueden
negarse sin faltar a la verdad, pecar contra la obediencia debida
a la Iglesia y
colocarse al
borde de la herejía, ya que no en la
herejía
misma. No

está definido infaliblemente que Pablo VI sea
Papa ni sucesor de Pedro. Pero es nna verdad cierta, ciertísima.
Antes de la definición dogmática del dogma de la Asunción,
la doctrina soibre la verdad de la misma era cierta, aunque no
definida. No se podía negar deliberadamente sin falta. Los man­
damientos de la ley de Dios y los de la Iglesia misma son obli­
gatorios y, sin embargo, no
están promulgados

en forma defi­
nitoria.
Pero hay más todavía. Una cosa es que las encíclicas no
sean de suyo documentos infalibles, ni quieren presentarse como
tales,
y otra muy distinta que no puedan contener verdades in­
falibles, atendida no la
forma o
modo de presentación, sino el
533
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
contenido, los precedentes y los concomitantes del mismo. Es el
caso de
verdades enseñadas por una tradición constante y que
están en

la enseñanza
ininterrumpida del

Magisterio. Entonces,
la infalibilidad le
compete no por la formulación protocolaria
o jurídica, digámoslo así, por lo que trae de Encíclica,. sino por
lo que trae de Tradición y es exigencia de la materia en ella con­
tenida. Recordemos

el caso de la enseñanza del Vaticano
II, que
no es definitoria, según expresa la declaración del mismo, pero
ello no quita que en el Vaticano II tengamos enseñanzas infali­
bles y, desde luego, ciertísimas.
Lo que el Papa ha dicho, no lo ha dicho sacándolo de su ca­
beza ni imponiéndolo como sa:bio, a base de razonamientos.
Lo
ha dicho sacándolo de la tradición católica como fuente o clave de revelación, y haciéndolo obligatorio en virtud de su jefatura
sobre toda la Iglesia o como Vicario de Cristo, al
que_ le ha sido
prometida
una asistencia

particular para orientar
y guiar al
pueblo de Dios en cosas atañentes a la salvación, que son las
que tocao a la fe y a las buenas costumbres. "Al exigir, pues, que
los hombres, observen las normas de la ley natural interpretada
por su constante doctrina, la Iglesia, dice el
Paipa en

la
.Humana.e
vitae, núm. 11, enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar
ahierto a la transmisión de la vida." Por tanto, hay que excluir, según el Magisterio de la Iglesia ha enseñado muchas veces, la
·
esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como
de la mujer; queda, además, excluida toda
acción que
no se pro­
ponga, o

en previsión
del acto conyugal, o en su realización o en
el desarrollo de su consecuencias naturales, como fin o como
medio, hacer imposible la procreación" (núm. 14). Y esta ense­ ñanza no se
la saca él de su manga, sino que la recibe de Cristo
por trámite de la tradición eclesial, intérprete de la revelación
heredada de Cristo. Y como esta enseñanza no versa sobre cosas meramente dis­
ciplinares, ni
se basa

en
disposiciones puramente
positivas o que
la Iglesia dicta con potestad cnasi principal, sino con potestad
vicaria, interpretando y
aplicando lo

que está en la naturaleza
de la persona humana vista a la luz de la revelación, por eso
jamás la Iglesia se contradecirá a sí
misma autorizando

la contra­
concep¡eión que

siempre hasta hoy la Iglesia condenó. Esta ense­
ñanza contraria a todo método anticonceptivo
es hoy

tan válida
como lo
fue ayer, y-lo será mañana y siempre -son palabras de
Pío
XII-, porque no implica un precepto de vida humana, sino
que es
e:,opresión de
una ley natural y divina (Pío
XII, Aloe. a las
comadronas,
"ASS", núm. 43,, 1951).
534
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
El mismo Pablo VI dice que esta es la firmísima doctrina de
la Iglesia. Y la insistencia con que dice que se hace cargo
en su
Encíclica

de todas las dificultades existentes, de la resistencia que
su sentencia encontrará en algunos, de que ha estudiado, meditado
y orado mucho antes de sentenciar, de que ha tenido presentes to­das
las razones en pro
y en contra, los graves conflictos que a mu­
chos matrimonios se les plantean, ante los cuales comprende de
antemano que muchos vacilen y sucumban si no se amparan en la
oración y la gracia de Dios, todo ello es prueba de que lo que va a
decir y
ha dicho, lo ha dicho con conocimiento de causa, pero de­
seando agradar antes a Dios que a los hombres, pues si es servi­
dor de éstos lo es por Cristo y para Cristo.
La sentencia del Papa, además de doctrinalmente decisoria y
definitiva, si no por la forma definitoria, sí, empero, por su fondo
y la aseveración que hace de que su contenido responde a la en­señanza universal y tradicional de la Iglesia que, en materias
como ésta, no
puede estar sujeta a error, es de suyo gravemente
obligatoria.
Hay, pues, que asentir y hay,
pues, que

obedecer. El asen­
timiento
no recae sobre las p~uebas o argumentos, ya teológicos
ya científicos alegados
para fonnular
la_ sentencia, sino sobre
la
sentencia misma, sobre la decisión en sí, que cuenta, como garantía
de
acierto, con
la asistencia prometida al Pontífice para no errar en
oosas de
fe y de moral. Este caso no es único. De todos es sabido
que las mismas definiciones
conciliares, por ejemplo las de T:rento
y el Vaticano I, no exigen un asentimiento a los razonamientos
teológicos que
las fundan, que pueden ser equivocados o mal
fundados,
sino solamente

a la definición dada.
La solución que el
Paipe. ha

dado al problema que sometió
a estudio es,
por tanto,

una solución doctrinal
y práctica. Lo que
quiere decir que no se
puede ya

pensar de otra
manera sobre la
solución
y que hay que estar en 'la práctica a lo que esa solución
indica.
La insatisfacción intelectual sobre las pruebas, que puede
darse, no debe afectar al deber de obedecer, porque la obediencia
no
se dirige

a las pruebas, sino a la sentencia. Que es, verdadera
y obligatoria no por esas pruebas, sino por la asistencia divina
con
que
el Papa cuenta para sentenciar y por el poder que tiene
de ligar la conciencia en virtud de su autoridad como
represen­
tante

y Vicario de Cristo.
La obligación es de suyo grave, tanto por lo que exige la
materia como,
[lOI' el tono serio y g,ave adoptado por el Pontífice.
El Papa declara la contraconcepción directa aJgo
intrínsecamente
deshonesto
y contrario a la ley t?atural, que obliga aun a costa
535
Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
de actos heroicos. Y el que luego añada que, si a pesar de la.
mejor buena voluntad se incurre en el pecado, no se decaiga y se
recurra al sacramento de la penitencia, es prueba de que se trata
de algo grave, porque los pecados veniales no hay obligación de
confesarlos, p¡ues pueden perdonarse de otra manera.
Tenemos, pues, doctrina cierta
y obligación grave.
Voz de alerta.
Quienes hablan de un hombre nuevo, de una ·moral nu'eva, de
una teología niueva, de un catecismo ntUevo, de una sociedad y de
un
mundo nuevos, son de ordinario los que no son capaces de ver,
a través de las cosas que cambian y se mudan, ciertas líneas de
inteligibilidad, verdades en una palabra, que no cambian, ni de
reconocer unas normas objetivas de moral y comportamiento
práctico, que tienen valor permanente para todo el que profesa una
doctrina o abraza un deter-minado género de vida.
Son los. que quieren someterlo todo a sí, pero no estar so­
metidos a nada. Una verdad a su medida, una moral para su uso,
una conciencia que sea ley inapelable para sí misma. Por este camino
se nos habla hoy _de un nuevo cristianismo. Un cristianismo que
rompa con la tradición, para hacerse cargo de la evolución y del
progreso. Progreso que consiste en estructurar
y reformar la
Iglesia de manera que lleguemos a un cristianismo no institu­
cionalizado, sino dejado a
la libre iniciativa de cada cual, que no
mire tanto
o estar andado en la tradición cuanto a adaptarse a
la presente situación. Un cristianismo que se desdivinice para
humanizarse, invirtiendo los fines de la Encarnación, cuya finalidad
última es la de divinizamos. Dios se hace hombre
para que el
hombre se haga Dios.
Esto lo
pensaron los Padres de la Iglesia,
interpretando así
la Escritura, pero desde que, con la Revolución francesa, pasó
el

hombre a ocupar un primer plano en lo ideológico, lo histó­
rico y lo moral,
ya no debe ser así. La nueva sociedad y la
nueva Iglesia

deben
ser a -la medida del hombre. Ni D;os ni su
Cristo están :para quitar de su trono al hombre, sino
para afirmarlo
más en él. Cuando Cristo se encarnó, es porque vino a ponerse
a nuestro servicio. Luego nosotros somos más que El. Luego
nuestra
condición humana
es la que debe erigirse en norma· inter­
pretativa de su doctrina
y aplicativa a su moral. Su autoridad
536
Fundaci\363n Speiro

SOBRE LA «HUMANAE VITAE»
sometida a nuestra libertad. Nueva fe y nueva moral pues. La
negación

de la fe y de la moral en resumidas cuentas.
Que no exageramos ni hacemos caricatura; basta
poner aten­
ción

a lo que se habla, se escribe y se hace hoy en nuestro
propio
campo bajo el signo de la novedad: nueva teología, nuevos
catecismos, nueva Iglesia y hasta nuevo cristianismo. Se ve con
recelo y se siente como alergia cuando se habla de _moral ob­
jetiva, de doctrina inmutable, de institución permanente y hasta
de ley. Todo esto
-se dice- sabe a "juri,smo", a conceptualiza­
ción estereotipada de lo que es dinámico y fluyente en la vida
y en la historia.
Y es que el hombre moderno -nota Marcel de Corte- no
se resigna a admitir andaderas ni módulos para su pensamiento
n,i para su conducta moral. Por eso está contra toda ley objetiva
o exterior a sí mismo. El cristianismo debe acomodarse a esta
mentalidad y situación so pena de verse desplazado. Nada, pues,
de
someter la

conciencia cristiana a la realidad del dogma ni a
la regla objetiva de las costumbres,
que es

la
ley natural. Sólo
se admita
lo que

ella juzgue admisible y adaptable a su situación.
Es la única manera de salvar la fe y la moral, haciéndolas cam­
biar de piel. ¡ Pero a qué procio ! Liquidando la religión tradicional,
la moral anticuada. Se mata lo eterno -para que triunfe-lo tem­
poral (!).
En 1966 se publicaba en Holanda el libro de R. Adolfs, H et
Graf van God, cuya edición italiana tenemos presente bajo el
título
La tamba di Dio, 1968. Se trata de un religioso agustino,
que
últimamente ha colgado los hábitos. He aquí su pensamiento
capital : "La gran misión de la Iglesia es la de anunciar y pro­
mulgar el Evangelio, y a ello debe consagrar todas sus fuerzas.
Pero hasta ahora lo que ha hecho ha sido pensarlo a modo de
«depósito de la fe», como si se tratara de un tesora que había
que encerrar en caja fuerte y custodiarlo. De ahí que su enseñanza
tenga un carácter· absoluto y metahistórico y que la interpretación
del Evangelio vaya condicionada por la tradición. Lo que la
Iglesia enseña no está en armonía con la edad moderna, porque
ella misma es una supervivencia del pasado. De ahí que
debe ser
repensada y refonnada a tenor de las nuevas situaciones del
hombre y del mundo de hoy. Todo parece demostrar que la crisis
del cristianismo tiene como verdadera causa este modo de ser
de la Iglesia. Si continúa siendo como hasta ahora
(y tengo en
(1) Marcel de Corte, "Philosophie d'une trahison". en Itineraires, nú­mero
129, 1969.
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Fundaci\363n Speiro

BERNARJJO MONSEGU
cuenta la Iglesia posconciliar) llegará a ser verdaderamente la
tumba del cristianismo" (2).
El modo

de ser que la Iglesia debe dejar si quiere salvar al
cristianismo
y por el que tiene adquirida una grave responsa­
bilidad, contraída una gran cu1pa, es el modo de ser institucional,
eso de considerarse un "poder", un castillo roquero, una "re­
serva

religiosa", en vez de hacerse levadura del mundo y fuerza
atada al carro del progreso. Si la Iglesia quiere tener un porvenir
risueño, que desande lo andado, que se salga
de los cuadros
socio..,políticos en que la metió la era constantiniana, y emprenda
el camino de las catacumbas, de la kenasis, del total despojo de
cuanto
sepa a poder
y autoridad.
Este modo
de pensar
se
halla hoy
bastante difuso, incluso en
medios católicos, sobre
todo en algunas naciones. Pero se trata
de un pensar gratuito y realmente anticatólico, porque contras­
tante con la palabra no sólo del Evangelio, que edificó la Iglesia
sobre la autoridad de Pedro
y sus sucesores, que la constituyó
socialmeúte, como

consta
por una
tradición que arranca de los
primeros
tiempos apostólicos, tradición

que un católico no
pue ingnorar ni negar, so rpena de dejar de serlo, sino contrastante
también con el instinto social del hombre y con la exigencia de
encarnación
en instituciones sociales que acompaña a toda mul­
tiplicidad congregada en orden a un fin.
Las instituciones
y las estructuras se pueden ad novar,
eadem liwea eodemque sensu, como acontece con la re­
novación material del organismo biológico; lo que no se puede
es destruirlas
o prescindir de ellas, so pena de acabar con lo que
está debajo y sostenido por
ellas.
Por

si
cup,iera alguna

duda de lo
poco católica
que es la ma­
nera de pensar que tienen
hay algunos católicos sobre la

Iglesia,
ahí están las palabras que acaban de salir de la boca misma del
romano Pontífice,
y cuya amargura es proporcionada al drama­
tismo
de la situación que las motivan. Dijo, pues, el Pa1pa en la
tarde del Jueves Santo de este mismo año de gracia
1969: "Se
habla
de una renovación en la doctrina y en la conciencia de la
Iglesia
de Dios. Pero, ¿ cómo podrá ser viva, auténtica y persis­
tente

la Iglesia viva y verdadera si
el tejido que la forma está hoy
tan grayernente corroído por la protesta y el
olYido de
su estruc­
tura jerárquica,

contrahecha
en su divino e insustituible carisma
constitutivo, que es la autoridad pastoral?"
Y más adelante: "¿ Cómo podrá blasonar de ser Iglesia, es
(2) A. Rodolfs, Lo tomJJo di Dio, Milano, 1968, págs. 41-42.
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SOBRE LA «HUMANAB VITAE»
decir, pueblo unido ... cuando un fermento prácticamente cismático
la divide, la subdivide, la
rompe en
grupos celosos más que nunca
y más que nada en una autonomía arbitraria y egoísta, camuflada
de
pluralismo y

de libertad de conciencia?
¿ Cómo podrá la Iglesia
ser construida .por una autoridad que querría ser apostólica, cuando
está intencionadamente creada por tendencias centrífugas y cuando
desarrolla no la mentalidad del amor comunitario, sino más bien
el de la polémica particularista, o cuando prefiere peligrosas y
equívocas simpatías, necesitadas de irreductibles reservas, a las
amistades fundadas
sobre principios
básicos, e indulgencias hacia
los defectos comunes y necesitadas de convergentes colabora­
ciones? ...
"Se habla aún de Iglesia y de la Iglesia católica, pero ¿ po­
demos decirnos a nosotros mismos que ella, en sus miembros,
en sus instituciones, está verdaderamente animada por ese espí­
ritu sincero de unión y de caridad que la haga digna de celebrar,
sin Mpocresías habituales, nuestra santísima misa diaria? ¿No
existen también entre nosotros aquellos cismas, aquellas rupturas
que denuncia dolorosamente la
primera carta

de San Pablo a
los corintios?"
Palabras sobradamente elocuentes
por sí mismas para hacer
ninguna reflexión sobre ellas. Pero ¿ qué duda rnbe que gran
parte en

esta amarga inventiva o queja del Pontífice
han tenido
y tienen no sólo esos que comibaten la Iglesia tradicional e insti­
tucional, que ellos llaman despectivamente constantiniana,
conR
siderándola culpable de la mu,erte de Dios, sino también los que,
yendo contra la constitución jerárquica
de la
Iglesia y el primado
de honor y de jurisdicción que en
ella ejeren los que Cristo puso
para regir en su Iglesia, se han atrevido y se atreven a protestar,
"contestar", como

ahora se dice, disentir y desobedecer lo resuelto
por el Papa en la H umrmae vitae?
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