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Magisterio y compromiso temporal

MAGISTERIO Y COMPROMISO TEMPORAL
POR
BERNARDO MONSECÚ, c. P.
Magisterio indirecto.
En nombre de la Iglesia no sólo se nos invita y exhorta al
comprOmiso temporal, sino que hay quienes los entienden de ma­
nera que la misma Iglesia se comprometa en lo temporal.
Y esto es algo que hay que evitar a toda costa para bien de
la misma Iglesia y para que no entre, ni siquiera invocando mo­
tivos espirituales, en un terreno que no es propiamente suyo y
que no puede apropiarse, .sin falrtar a los derechos de otra socie­
dad establecida junto a ella, derechos que son también divinos
como los suyos, aunque en otro orden, por tener a Dios por
autor, que hizo al hombre naturalmente sociable. Y como la so­
ciedad civil es de derecho divino natural, así lo es la autoridad
pública que la representa, sin la cual no hay sociedad humana
posible.
Cuando se invoca, por otra parte, a la Iglesia y su magisterio
para que el compromiso temporal del cristiano sea un hecho, y
lo sea como la Iglesia enseña, i,ntonces el teólogo tiene unas cuan­
tas cosas que advertir para que no se involucre a la Iglesia en lo
que no debe ser involucrada, ni siquiera con
pretextos espiritua­
les, y para que nadie se atreva a dar por cosa de la Iglesia cual­
quier cosa que enseñe o haga una persona de la Iglesia cuando
toca, sobre todo, temas que afectan a lo temporal, cual es preci­
samente el del compromiso temporal.
A -10 socio-político, la Iglesia, a través de su magisterio, sólo
llega de un modo indirecto o transversal, en cuanto está en juego
la salvación de las almas. Y, además, queda en la línea doctrinal
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de los principios, porque sus aplicaciones pueden ser varias, como
lo postulan los princiipos de orden moral o práctico, cuya apli­
cación no se hace a rigor de lógica, sino de prudencia cristiana y
política. Los principios doctrinales católicos que inciden sobre el
ordenamiento de lo temporal no tienen una opción única, sino
qne consienten varias; de ahí la libertad social y política de qne
gozan los cristianos. No habría tal libertad si, en nombre del
Magisterio, se quisiiera imponer un determinado patrón social,
sindical o político.
Sin ofender a los principios cristianos, la sociedad puede or­
ganizarse de diversas maneras, en lo económico, en lo social
y
en lo político, y no sólo cada cristiano puede
optar diversamente,
sino también el régimen de la ciudad puede hacerse de muy di­
versas maneras, yendo de la democracia a la dictadura, de la
oligarquía a
la monarquía. Lo que aquí y ahora procede para un
país no lo dice, ni lo debe decir, la Iglesia, sino la comunidad po­
lítica.
Lo exige así la autonomía de la sociedad civil, contra la que
no se puede atentar, ni siquiera invocando motivos espirituales. No basta, pues -diremos con
Vitoria__., que

algo sea necesario
o conveniente para el fin espiritual de la Iglesia para que, sin más, la Iglesia intervenga en lo temporal, sino que es menester
atender a ver si
positiwamente lo que hace la autoridad civil o el
compromiso temporal que el cristiano se toma es gravemente
pe­
caminoso o daña gravemente la salud de las almas. "Y si el Papa
dijere que algún acto de administración no convenía al gobierno de lo temporal, no habría que hacerle caso, pues el juzgar estas
cosas al rey le toca, no al Papa, y aunque fuera cierto lo que éste dice, está fuera de su autoridad. En cuanto algo deja de ser con­
trario a la salvación de las almas y a la realigión, deja de perte­
necer al Papa"
(!). Y añade Vitoria: "Debe, pues, el Pontífice
respetar
el gobierno de lo temporal y no decretar cualquier cosa
que a simple vista juzgue a propósito para el fomento de la reli­
gión sin hacer caso de las cosas temporales, pues ni los príncipes
(1) Relecciones tea-lógicas. Primera, 14. BAC, Madrid, 1960.
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ni los pueblos están obligados ni se les puede forzar a lo más per­
fecto de la vida cristiana, sino
$olamente a la ley cristiana dentro
de ciertos límites" (2). Si así no fuera, supuesto
que apenas hay cosa de orden tem­
poral que no entre de alguna manera en conexión con lo espiri­
tual y moral, sin hablar de las materias mixtas, no habría negocio
de orden social, cultural, económico y político en el que la Iglesia
no estuviese interviniendo a cada paso, ¡:,or su relación con los
fines espirituales
y las normas morales.
Puede y debe intervenir el Magisterio en esos asuntos por
razán de la problemática moral o espiritual que implican, no por
lo que son en su condición de temas sociales, económicos o polí­
ticos. Pero ha de guardarse de hacer de lo moral o espiritual y
religioso palanca o pretexto para una acción eclesial propiamente
temporal o política.
Su intervención ha de ser para orientar morahnente, no para
comprometerse en la acción social o política. Y la intervención
en sentido restrictivo o de veda para una acción social o política
a cargo de los seglares o por cuenta de la comunidad política sólo
se dará cuando gravemente ello perjudique a
la moral católica o
a la salud de las almas.
Hoy, en efecto, como ya se hizo observar en el último Con­
greso Internacional de Derecho celebrado en Roma, es más de
temer la iovasión de lo religioso en lo
J?Olítico que
de lo político
en lo religioso; y más propende el personal ecle5iástico, en nom­
bre de la religión, a meterse en lo social y político que no el per­
sonal civil, en nombre de la política, en lo eclesiásticO.
El personal de la Iglesia.
Interesa también mucho que no se confunda la p,ersona de la
Iglesia con el
persana,/ de la Iglesia. Para evitar esta confusión
acaba de escribir sobre esto Maritain nada menos que un libro.
(2) lb.
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Y aunque lo ha hecho, en sustancia, maravillosamente, quizás se
ha excedido al acentuar tanto
la distinción y separación que, sin
su
pe·rsonal~ la persona de la Iglesia maritaniana resulta casi una
abstracción. ¿ Acaso la persona del Papa no encarna y compro­
mete a la
Iglesia toda
cuando, cumpliendo con su misión de Vica­
rio de Cristo, enseña sobre cosas de fe y de costumbres? ¿No la
encarnan los obispos reunidos en Concilio o dispersos por el
mundo, enseñando en ese mismo orden de cosas en comunión con
el Papa?
No obstante, la distinción entre la Iglesia y el
perwnal de la
Iglesia es muy buena para que el misterio divino-humano de la
misma no se identifique
Con su

elemento meramente humano.
Pero es menester, también, distinguir entre
personas, y per­
sonas de la Iglesia. Hay un personal de la Iglesia que no es ecle­
siástico y hay otro que sí que lo es.
Y el juego o papel que este
personal desempeña
en la Iglesia es muy distinto y no deben
confundirse entre sí y, además, deben ponerse en su punto res­
pectivamente. Aunque todo fiel cristiano pertenece a la Iglesia y es Iglesia, no todo fiel cristiano es
personaJ de la Iglesia. El per­
sonal de la
Iglesia es

aquel que por su peculiar carácter y por su
oficio tiene como misión la representación y el quehacer que tipi­
tica a la Iglesia como sociedad religiosa contradistinta de la civil,
ocupándose y preocupándose de las cosas de Dios o en orden a Dios.
Este personal de la Iglesia, a diferencia del laica!, por lo mismo
que está significando y actuando la misión espiritual de la Iglesia,
no puede ni debe, en cuanto tal, inmiscuirse en tareas propiamente
temporales, por lo menos de un modo primordial ni menos por
oficio. Está más bien para iluminar desde fuera la acción tempo­
ral que el laicado puede y debe desarrollar con sentido cristiano.
El laicado, en efecto, aun siendo Iglesia, no sólo está en-el mundo,
sino que debe, además, operar con las cosas del mundo. El que­
hacer temporal es incumbencia propia suya. U san do de las cosas
del mundo y promocionándolas
social, económica

y políticamente,
debe impregnarlas de
sentido cristiano

y hacerlas servir a
la me­
jor construcción de la ciudad terrena, pero sin perder de vista la
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ciudad celestial. Dicho de otro modo, la consecución de los fines
inmediatos de cada
cosa temporal
no debe redundar en daño de
la consecución del fin último.
El compromiso y los seglares.
A través de los seglares, la Iglesia realiza el ordenamiento
social y político del mundo en sentido y dirección
crisitianos. Pero
el ordenamiento _socio-político no lo hace la Iglesia, aunque lo
hagan los seglares, que son Iglesia. Porque éstos no llevan la re­
presentación de la Iglesia, sino que, sencillamente, utilizando la
luz de la doctrina de la Iglesia, se comprometen temporalmente
bajo su personal responsabilidad en cosas que no son de la in­
cumbencia de la Iglesia ni tampoco del que llamamos personal
de la Iglesia. Ellos hacen de verdad economía, sociología
y políti­
ca, sin que por eso la Iglesia se arrogue una misión o función que
no es la suya.
Los seglares gozan en este punto de una libertad de opción
y de acción de que no gozan los eclesiásticos, precisamente por
su condición de seglares, esto es, de hombres
en el mundo y del
mundo, al que deben animar cristianamente desde dentro, a modo
de fermento. Mientras el clero y la Iglesia, como tales, actúan
más bien a modo de luz que alumbra desde fuera, según imagen
empleada por Pablo VI. Atentos a esa lnz, los cristianos deben
comprometer$e .en el ordenamiento de la cosa social y política.
Pero el ordenamiento efectivo no viene de la luz. Y, además, a
una misma luz,
los ordenamientos y los compromisos temporales
pueden ser varios, y a los seglares se les permite una gran libertad
de acción y de opción en materia social y política, sin faltar al ma­
gisterio de la Iglesia. Y la Iglesia debe favorecer al máximo esa
libertad de opción
y de iniciativa en materia temporal, dejando
que los seglares se muevan bajo su personal responsabilidad, siem­
pre
y cuando, de un modo patente y en cosa grave, no atenten
contra la moral católica o la misión de salvación por que la Iglesia
está en deber
de mirar.
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Los fieles cristianos, en cuanto ciudadanos, y la autoridad en­
cargada del gobierno de lo temporal, gozan de una capacidad de
juicio moral para las cosas que son de su incumbencia que no se
les puede negar so pena de reconocerles por un lado lo que se les .
quita

por el
otro. Como
acaba de decir Pablo VI, las dos socie­
dades tienen sus leyes y sus valores propios, y si la yerran quie­
nes patrocinan una ciudad
secularr en la que lo cristiano se diluye
en lo humano, también la yerran "algunos cristianos que, en el
extremo opuesto, sienten la tentación de negar toda posibilidad
de filosofía humana, de solución humana a los problemas de este
mundo, fuera de la fe de la Iglesia y de la aplicación de los prin­
cipios cristianos. Esta afirmación, ¿ no equivale a negar la respon­
sabilidad humana que forma parte precisamente de la grandeza
del hombre creado a imagen de Dios y a rechazar toda colabora­
ción sincera con los hombres de. buena voluntad que no comparten
nuestra fe?'' (19-3-71, Discurso al Secretariado de los no cre­
yentes.)
Los eolesiásticos.
Lo que vale de los seglares, hombres del mundo, como la
palabra misma lo indica, no vale en cambi_o de los clérigos, cuyo
ministerio no es para las cosas del mundo y cuyo magisterio no
tiene por objeto directo nada de lo temporal. Los seglares sí deben
buscar el reino de Dio~ comprometiéndose en lo temporal, pues
a eso les obliga el carácter secular de· su vocación, según se lo ha
recordado recientemente Pablo VI al recibir en audiencia al "Con­
silium de laicis" (20-21-71), tomándolo de la
Lwmen gentium,
núm. 31. A él irán "por medio de la administración de las cosas
temporales, comprometidos en todos y cada uno de los problemas
del mundo, en medio del ambiente en que se mueve la vida de
familia y la vida social de la que está tejida toda su existencia".
Pero los clérigos, no. Porque ellos son segregados y separa­
dos
del mundo para las
cosas
de Dios, y en ellos ha de tomar
cuerpo y expresión la misión propia y peculiar de la Iglesia en
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cuanto contradistinta de la del Estado o comunidad civil, misión
espiritual
y en orden a la salvación eterna, ya que, al decir de
Aristóteles, las ciudades son principalmente lo que son
sus jefes
o

rectores. Doctrina que Santo Tomás hace suya para
c~racte­
rizar
a

la Iglesia como comunidad social visible por respeto prin­
cipalmente a la jerarquía eclesiástica
y para centrar la misión_ de
ésta en encarnar, en su
ser y en su quehacer, los fines y los
medios que son
· propios

de la sociedad
religiooa que

llamamos
Iglesia.
No responden a su vocación
y perturban al pueblo de Dios,
por
consigujente, quienes,

siendo jerarquía en la Iglesia, o
de
orden

o de jurisdicción, se comprometen en cosas temporales o
de tal manera ejercen su
magisterio docente

referido a lo tem­
poral que, más que promover el
bien espiritual

de las almas e in­
teresarse por evitar el pecado, parecen interesados .en promover
intereses terrenos o hacer que triunfen peculiares puntos de vista
en lo propiamente sociológico, económico y político.
Con otra obsiervación, que también puede ser útil en la prác­
tica:
la de que una cosa es el Magisterio recayendo sobre las
cosas de
fe y de moral y otro incidiendo sobre materias que sólo
muy indirectamente
se relacionan con eso. Una cosa es la actua~
ción

del Papa como Maestro de la
fe y Vicario de Cristo, y otra
Slll actuación como jefe de una comunidad religosa con el que los
Estados mantienen relaciones de tipo político. Una cosa es la di­
plomacia vaticana, que la
puede errar y con la que es lícito no
estar de acuerdo, sin que ello ceda en detrimento de lo que se
le debe al Papa como Vicario de Cristo
y maestro de la fe.
Todo esto se dice para no caer en extremismos dañosos a la
verdad
y para que no se dé a nadie··más de lo que por _derecho
le corresponde, sobre todo si ello cede en daño de tercero. No
es más católico el que, sin más y en cualquier cosa, se inclina
del lado de la Iglesia o del Papa, sino el que da al César lo que
es del César
y a Dios lo que es de Dios. Tiene la sociedad civil
unos derechos que también vienen de Dios, los que, en su orden,
puede
y debe ejercer con autonomía. Salir por ellos es secundar la
voluntad de Dios1, que no quiere la confusión de los órdenes,
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ni siquiera 1a subordinación del uno al otro,· sino que cada cual
proceda como soberano en lo que a cada cual le compete.
Quien gobierna la cosa civil, sobre todo, no sólo puede, sino
que está en el deber de velar porque ni siquiera en nombre de
la Iglesia o pretextando motivaciones espirituales se atente contra
la soberania del Estado o se quiera, sin prudencia política, causar
daño al bien común de la nación. Y ya hemos dicho que si en
cuestiones de fe y moral la Iglesia tiene
la última palabra y es a
ella a la que toca fallar en línea de principio sobre lo que es o no
es conforme a moral cristiana, en cuestiones temporales y polí­
ticas la última palabra la tiene el Estado, y es el Estado el que
puede y debe, máxime si
se deja

guiar por los principios cris­
tianos, determinar cómo, aquí y ahora, se debe aplicar con pru­
dencia política a su comunidad la doctrina social o política de la
Iglesia.
1J.1:odo e&to supone tener una inteligencia profunda de la na­
turaleza de la Iglesia y de la naturaleza del Estado y de su res­
pectiva autonomía
por voluntad divina. Y ello se inserta en el
gran principio rector de toda la economía de , la gracia, que no es
alteración ni destrucción, sino
perfeccionamiento y sublimación de
ia naturaleza. Supone también distiuguir bien entre la Iglesia y el
personal de la Iglesia. Y tener en cuenta que no todas las per­
sonas de la Iglesia, léase los eclesiásticos, sacerdotes y obispos,
enseñan con la misma autoridad y comprometen igualmente a la
Iglesia.
Los obispos, singularmente tomados, enseñan en nombre de
la Iglesia y deben exponer la doctrina de la Iglesia (cuyo objeto
ya hemos dicho cuál es), pero no lo hacen comprometiendo a toda
la Iglesia, sino bajo su personal responsabilidad. Pero porque de
suyo la jerarqnía está representando a la Iglesia, de ahí la deli­
cadeza suma con que el clero debe proceder cuando toca temas
socio-políticos para no excederse, no herir la susceptibilidad de
los fieles y no comprometer, de hecho, ante ellos a la Iglesia
como tal.
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Doctrina y ejemplo de Jesucristo.
La Iglesia toma en esto ejemplo de su fundador, Jesucristo.
Si algo está históricamente claro en los Evangelios y en la Tra­
dición es que Jesucristo_ evitó al máximo interferir en los pro­
blemas sociales y políticos de su tiempo, manteniendo su condi­
ción mesiánica limpia de toda pretensión de dominio temporal.
Quizás por eso mismo, como ha observado Cullman, rehusó c911s­
tantemente el ser reconocido o denominado Mesías por los suyos,
porque, en
el ambiente judío de su tiempo, la idea de Mesías ve­
nía demasiado ligada a
la idea de poder y dominio temporal. Y
el reino que Cristo venía a ins,ta.urar no era de este mundo. "Su
obediencia radical a la voluntad divina, enraizada en la comunión
más íntima con Dios y en 1a espera de su reino y de su justicia,
no enea ja en el marco ni de los grupos qu.e defendían el orden
existente en Palestina, ni en el. de los que le combatían µor la
violencia" (3). Quien pretende hacer bandera de Cristo para in­
volucrar a la Iglesia en movimientos de resistencia, de violencia,
de revolución o ·simplemente de promoción
temporal, no ,está a
lo que dan de sí los hechos y las palabras de Jesús, sino que lee
la historia de un modo preconcebido, sobre la base de una ideo­
logía previa que falsifica esa historia, dice en sustancia Cullman.
Jesucristo estigmatizó duramente la injusticia social de su
tiempo. No hay más que recordar las invectivas contra los ricos:
"¡ Ay de vosotros, ricos l". El espíritu de las Bienaventuranzas es
un antídoto coutra esa injusticia. Pero todo eso lo hace, más que
a
la luz de una redención temporal, a la luz del reino de Dios
que predica e inaugura. A esta luz, la injusticia social es contra­
ria a la voluntad de Dios, y Jesucristo no se resigna con ella. Su
juicio le es contrario. Hasta se podría decir que ese juicio sobre
el orden presente es,
de suyo, revolucionario.
Pero no lo es en sentido de un llamamiento de Jesús a la sub-
(J) O. CuI,I.MAN, Jesús y los rrooJmiowwios de su tiempo, Madrid,
!Wl, pág. 7.
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versión de ese orden, en cuanto orden. El no quiere de los suyos
una acción para subvertirlo, ni siquiera una predicación que a
ello se ordene centrada sobre la necesidad de un cambio de es­
tructuras sociale.s, como hoy se dice. Lo que El quiere que se
gredique es la m,etanoia interior, el ~ambio interior del hombre,
y ello por amor, dice Cullman, siguiendo -en esto a Bultrann, para
quién este aspecto individual~ no social ni político de las ense­
ñanzas de Jesús, es cosa de toda evidencia, como lo prueba en
su
Teofogia del Nuevo Testwmento. "Por

extraña que pueda pa­
recer, desde
el punto de vista de las concepciones modernas, la
prioridad
concedida por
Jesús
al cambio individual del corazón,
no
podem?s violentar

los textos" (4).
La cuestión social quedaría resuelta por sí misma y el orden
temporal se instauraría según
los planes
de Dios en su Cristo
si cada cual se convirtiera radicalmente y el espíritu de las bien­
aventuranzas penetrara en el corazón de todos los hombres y con­
forme a
.él ordenaran S!11 vida privada y sus relaciones sociales.
Ese mensaje de Cristo, cuya sustancia es el: "Buscad primero
el reíno de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura'' (Mt.
6.33), o aquello otro: nO os afanéis tanto o por qué comeréis o
cómo vestiréis, pues son los-
gentiles 10s que

se afanan por todo
eso, no se centra-en hacer de -este mundo que pasa un
paraíso de
bienestar, sino un medio· para merecer el reino de los cielos. El
blanco de la predicación de Jesús es el interior del corazón del
hombre, cuya transformación. busca, haciéndole colocar
su espe­
ranza en Dios y no tanto en los otros hombres ni en los recursos
humanos. La escena de Marta y María y las palabras de Jesús
sobre la mejor parte escogida por Maria nos está predicando eso
mismo.
En una palabra, que todo el mensaje de Jesús está puesto bajo
el signo del reino de los cielos ; "la cuestión está planteada a la
luz del reíno de
Dios,. cuyas

normas son del todo
distintas de
las
del mundo y de
los hombres"

(Cullman).
Los primeros
cristianos
siguieron en esto a su _Maestro, pues consta que en el momento
(4) lb., pág. 39.
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de la guerra judía no hicieron causa común con los zelotes para
acabar con el dominio de Roma y arrojar por la borda el orden
establecido, sino que se refugiaron al otro lado del Jordán.
Manejar1 pues, la religión, la doctrina o la vida de Cristo para
empresas de acción de tipo temporal no tiene justificación po­
sible. Esa in.strumentaliza.ción de lo religioso con fines tempora­
les no es cristiana y, además, choca con la finalidad de la religión
misma
y expone a poner a Dios en contradicción consigo mismo,
pues equivale a hacer objeto directo de la religión o de la Iglesia
lo que lo es de la sociedad civil o
Est,;do, restando
a éste lo que
por derecho divino natural le corresponde.
Los cristianos han de trabajar en el mundo, pero sus criterios
de acción no han de ser los del mundo, no han de pretender aco­
modar
la doctrina de Cristo a los gustos del mundo, sino al revés,
se han de preocupar de transformar cristianamente al mundo
de­
jándose

guiar del espíritu de Cristo y predicando su doctrina sin
desvirtuarla. ¿ Acaso las risas de los atenienses en el Areópago
le hicieron cambiar a Pablo la esencia del Evangelio y renunciar
a la predicación de
la locura de la cruz? Hay que imitar a los
cristianos de los primeros siglos, de los que
se nos
dice en
la carta
a Diognetes que, sin aislarse del mundo
y ocupándose en las cosas
del mundo, no eran del mundo: '1Viven en el mundo, pero no son
del mundo."
"Cristo -ha escrito también el cardenal Danielou- no se
negó a dar pan a las muchedumbr,es hambrientas, ni a devolver
la salud a los enfermos. Péro siempre que hizo estas cosas re­
cordó que no habia venido para eso primordialmente. El peligro
contra el que tuvo que defenderse siempre fue el de verse utili­
zado para fines temporales, cuando la esencia de su mensa je es re­
velar al hombre la dimensión trascendental de su vocación" (5).
No de otro modo procedieron los apóstoles y sus sucesores y no
otra cosa cabe deducir de la doctrina general de
la Iglesia sobre
sí misma y su misión, aunque, a veces, .en el transcurso de los
siglos y por la natural infartación de lo espiritual en lo temporal
(5) Religión y polUica, en ABC, Suplemento, 6-9-70.
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y ciertos condicionamientos históricos, actuando de un modo más
o menos maléfico sobre el personad de la Iglesia, esa doctrina,
en sus aplicaciones prácticas,
haya sufrido algun eclipse (6).
El reino de la Iglesia no es el reino
de este mundo. Está en
el mundo, pero
,ella no

es del mundo. Su misión no es la de crear
condiciones de bienestar temporal, sino sentar las premisas de un
bienestar eterno.
"La misión propia que Cristo confió a su_ Iglesia
no
es de orden político, económico o .social.
El fin
que le asignó es
de orden religioso" (GS, 42,2). Ella quiere salvar a todo el hom­
bre, no quiere la injusticia ni el desorden temporal. Considera que
esto puede

perjudicar al bien espiritual que persigue,
y exhorta a
remediarlo. Para ello predica
su doctrina,

urgiendo
a cada
cual
el cumplimiento de su deber. Pero no hace
suyos todos

los debe­
res, como no se arroga todos los derechos. Al César lo que es del
César,
y a Dios lo que es de Dios. Que cada cristiano cumpla con
su deber de transformar su corazón como quiere Cristo, y que­
dará transformada la sociedad. Que la sociedad civil, por su parte,
cumpla con su misión de ocuparse
y de preocuparse por el bien­
estar temporal de sus miembros, y los súbditos encontrarán con
ello facilitado incluso el conseguimiento de su bien eterno o es­
piritual.
La Iglesia no realiza ,eJ orden temporal. Este debe realizar lo
la sociedad civil. Pero la Iglesia sí que quiere
y tiene derecho a
exigir qrte ese orden se impregne de ~spíritu evangélico. ¿ Por
acción directa sobre las estructuras o instituciones sociales y po­
líticas o beneficiándose de esas instituciones? Creemos que tam­
bién ello es lícito y plausible, habida cuenta de la natural sinto­
nía entre lo religioso y lo civil, entre lo jndividual y lo social. Pero,
sobre
todo, por acción directa
sabre ias

conciencias, transforman­
do los corazones según el Evangelio a fin de que, asi transforma­ dos, transformen
al mundo, tomando sus normas últimas no del
mundo, sino del Evangelio.
(6) Cfr. M. PRiitto RIVERA. Los cristianos y las realidades temporales.
Cuaderno de "Roca Viva", Madrid,
1971, IV.
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Cuando religión y política interfieren.
En la religión y la religiosidad hay una perspectiva que po­
dríamos denominar vertical o teologal, y otra horizontal o de re­
lación al prójimo
y a la comunidad donde el individuo encaja.
El Estado poco o nada tiene que ver con la primera relación
o perspectiva. El no está propiamente puesto para velar por
el
orden religioso como tal, y, por tanto, no debe inmiscuirse en·lo
tocante al comportamiento del individuo o persona con respecto
a Dios.
Las relaciones del hombre .oon Dios son anteriores a las
que tiene el hombre
eon la
sociedad y con el Estado, por eso
sul>­
sisten de por sí, y en ellas el Estado no tiene voz ni voto.
Pero al incidir
esas relaciones
en ser social
y tener ellas una
manifestación socio-política entran en juego relaciones de justi­
cia y de ordenamiento público, en las cuales ciertamente tiene voz
y voto el Estado, suprema autoridad en lo tocante al bien social
y político, aunque venga cargado de esencias e intenciones reli­
giosas. Si es posible pensar un ordenamiento religioso de tipo so­
cial u organizado, ad e,j:tra, fuera de la conciencia individual, que
no tenga resonancia y manifestación socio-política alguna, estamos
de acuerdo en que en ese orden, puramente teologal, el Estado
no tiene nada que hacer. Pero si, abstrayendo de las puras relacio­
nes

intrasubjetivas de la conciencia con
Dios; las
manifestaciones
religiosas, máxime cuando tratan de tomar cuerpo en una socie­
dad
o asociación cualquiera, tienen necesariamente una perspec­
tiva o abertura social, entonces la intervención estatal
y la pre­
ocupación del Estado por favorecer aquellas que ayudan al bien
de la comunidad que rige y reprime las que lo dañan, parece la
coSSl más natural y lógica.
¿ Por qué no ayudar a que lo religioso
sano o conforme a verdad halle .expansión y promueva el bien
común, mientras
se impide

que lo religioso
falso1 máxime si per­
turbador del bien común, se corrija o se refrene? ¿ Que lo reli­
gioso eomo tal
no es

de la competencia de la autoridad política?
De acuerdo. Pero es que si el Esta,.do se interesa y preocupa JXlf'
ello

no es por lo
que tiene

propiamente de religioso, sino sen-
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cillamente de bien social, temporal y humano. Esto, sin renunciar
a la tesis de que el Estado, aleccionado por la autoridad religiosa
competente, es capaz de hacer juicio sobre la verdad y el bien
religioso y puede, en consecuencia, ponerse al servicio de esa ver­
dad y ese bien, mirando por el bien temporal de la Ciudad.
No se puede, pues, invocar nunca la autonomía de lo religioso
para ir contra la autonomía del poder civil en su esfera, o
preten"
der que quienes actúan socialmente por motivaciones religiosas
queden exentos de rendir cuentas ante la autoridad civil. Si las
actuaciones son ciudadanas, esto es, no son puramente teologales,
salen del ámbito de la interioridad de la conciencia, entonces, ya caen dentro del ámbito de lo social
y lo político, y sobre esto la
facultad judicial y coercitiva del Estado es indiscutible. No podrá el Estado dictaminar
a priori o desde puntos de
partida teológicos cuándo wia actuación religiosa o clerical deja
de. ser
.exclusiivamente eso; pero ai posteriori, y desde un punto
de vista sociológico y de manifestación temporal, es indudable
que el Estado es instancia suprema y definitoria para saber cuán­
do una acción religiosa trasciende la pura esfera teologal para
entrar en la social, causa o no
causa daño

al ordenamiento social
por el que el Estado debe velar.
El ordenamiento religioso de
la conciencia tiene primariedad
con respecto al político sólo atendida su superior finalidad
y ob­
jetivo, que el mismo Dios,
y atendida la sacrabilidad e inviola­
bilidad del santuario de la conciencia. Pero no la tiene.como ma­
nifestación social
y externa, porque entonces es Dios mismo quien
se identifica con el bien común porque debe mirar la Ciudad, y
antes es el bien del todo que el bien del individuo,
En consecuencia, no es verdad que sea el Estado incompeten­
te para definir cuándo la acción religiosa o el ministerio religioso
trasciende su propia finalidad y esifera, o que sea precisamente la
Iglesia la que tenga la última palabra para decidir si
el compor­
tamiento religioso de un individuo, aunque sea ministro suyo, daña
al bien común de la sociedad o del Estado eo cuestión. Tiene el Estado, recibidos de Dios,
unos criterios
elementalísirnos de juicio
que no necesitan precisamente ni de la revelación ni de la autori-
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MAGISTERIO Y COMPROMISO TEMPORAL
dad eclesiástica para ponerse en ejercicio. Si esto no se admite,
la autonomía de la sociedad política con respecto a la Iglesia que­
daría reducida a una
filfa. Nada, pues, de atribuir aquí y ahora a
la Iglesia la "competencia de la competencia" para mermar los
derechos y soberanía del Estado .
Por otra parte, si el juicio sobre la verdad
de los principios
religiosos
y la honestidad de las acciones ya privadas, ya públicas,
corresponde primaria y en última instaucia
a la Iglesia, el juicio
sobre la conveniencia de aplicación aquí y ahora, y habida cuenta
del bien común, no corresponde a
la Iglesia, sino a la prudencia
política.
En guardia contra las desviaciones.
Por eso, cuando
vemos hoy
a ciertos teólogos
y sacerdotes
"progresistas,, los

patrocinadores y promotores de un cristianis­
mo
des.interiorizado que

desplaza el centro de referencia de lo re­
ligioso y cristiauo, de Dios y el alma, hacia el mundo y las cosas,
clamar por la secularización de la Iglesia de Cristo so pretexto
de adaptarse a un mundo secularizado y so pretexto de sacrali­
zar lo profano, lo que ya tendría, por
sí solo,

valor religioso, nos
echamos a temblar y pensamos que no saben lo que hacen. Por
los caminos de esta secularización
y desacralización preparan los
caminos de la paganización ideológica y vivencia} más espantosa,
pues será un paganismo en el que
lo más antitético a él, que es
el cristianismo, se convertirá
en bandera y en pretexto para hacer
del culto a lo profano la única religión del futuro.
Los sloga,ns que manejan los tales promotores y panigeristas
de un cristümirmo de ~ción o un cristianfsmo wnónmio son
los
siguientes :
-Ya que los hombres no vienen a la Iglesia., que la IgleSlia
vaya

a los hombres. Puesto que
el mundo no se convierte al cris­
tianismo, que el cristianismo se convierta al mundo. Seculariza­
ción, por consiguiente, a ultranza, aunque gradual
y parsimonio­
samente introducida, en usos y costumbres, en hábitos y símbolos.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
Vengan funcionarios e iglesias funcionales que se apropien lo más
posible de la funcionalidad técnica y meramente sociológica de las
profesiones y de los lugares profanos.
-Vengan las encuestas y estadísticas, los clubs y los tra­
bajos .manuales, en lugar de la oración y los sacramentos, los lu­
gares de retiro y los estudios de teología. Hay que crear en los
sacerdotes y religiosos una mentalidad de líderes y activistas,
desterrando la vieja de ministros del culto y hombres de Dios.
Ante todo, servicio a los hombres.
- Democracia y no j,erarquía, colegialidad y no primado, ser­
vicio y no autoridad.
Uno de estos profetas del nuevo catolicismo ha dicho: "Hay
que superar la diferencia entre clérigos y laicos mantenida aun
por el Vaticano II. Hay que lograr una síntesis que borre tales
categorías. Que la institución parroquial se considere sólo como
un servicio funcional comunitario. Que los encuentros amistosos
de los fieles de la parroquia sustituyan a la misa dominical. Que
un dentista, un obrero o un profesor, mejor que no un empleado
de la Iglesia, presidan la reunión parroquial. Nada de lugares sa­
grados para la celebración eucarística, sino que ésta santifique todo
lugar, comenzando por los ·comedores."
Entonces ¿ para qué clérigos? Para que trabajen por el ad­
viento de la nueva Iglesia del porvenir.
"Si yo he de seguir siendo
sacerdote,
ha de ser sólo para ayudar a que surja un nuevo clero
y a que cambie la actual estructura
eclesial."
A lo que nosotros replicamos: ¿ Para qué vino Cristo? No
ciertamente para
dar satisfacción a las aspiraciones materialistas,
nacionalistas y dominadoras de Israel, sino para instaurar el reino
de Dios, librando al mundo del pecado y reconciliando las cosas
todas con Dios. Reino, que como-El mismo dijo, no es de este
mundo, porque no se entiende al modo mundano y para los fines
mundanos cou que se entienden los reinos de este mundo. ¿ Qué
hizo Cristo para promover la economía
de su nación? ¿ Qué para
transformar

sus estructuras sociales y
pGlíticas? ¿ Qué por la in­
dependencia de su pueblo frente a la dominación romana?
¿ Qué,
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MAGISTERIO Y COMPROMISO TEMPORAL
incluso, para comprometer a los suyos con Ias cosas de este
mundo?
"Buscad primero

el reino de Dios y todo lo demás
se os
dará
por añadidura",
decía. "¡ De qué aprovecha al hombre ganar todo
el mundo si
al fin pierde su alma?". No os afanéis por las cosas
de la tierra, no estéis preocupados por qué comeréis o cómo ves­
tiréis. Confiad en Dios, que así viste a las flores del campo y da
de comer a los pájaros del cielo. Y a uno que se le acercó pidién­
dole que mediara ante su hermano para que no le arrebatara la
herencia que le correspondía, ¡ qué le dijo? Le dijo sencillamente:
¿y quién me ha constituido a mi juez entre vosotros? Y a los
que le preguntaron, queriendo comprometerle en una cuestión po­
lítica, si era lícito o no pagar el tributo al César, ¿ qué les con­
testó? "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios."
Si hay algo, pues, en contradicción patente con la misión de
Cristo y la misión que la Iglesia
ha recibido de Cristo para per­
petuar sobre la tierra, es la actitud de los que pretenden compro­ meter a la Iglesia con las
cosas de

este mundo, considerándola
destinada a promover precisamente el bienestar material, obrando
directamente pro o contra las estrticturas económicas, sociales o
políticas establecidas o fomentando d progreso cultural o técnico
de los pueblos. Ni
Cristo vino

para eso, ni la Iglesia fue instituida
para eso. No vino Cristo a .enseñarnos, _decía San Agustín, cómo
giran los cielos, sino cómo hemos de ir
al cielo. No_ vino a hacer
poderosos
según
el mundo, sino virtuosos según Dios. ·
La salvación que Cristo nos trajo y por la que la Iglesia está
en el deber de trabajar es la salvación de las almas, la que libra
de la esclavitud
del pecado y obliga a usar de todas las cosas de
este mundo virtuosa y religiosamente, de forma que el progreso
temporal no ceda en daño del espiritual. Este es el que ella pro­
cura. También quiere aquél, y en cuanto de ella depende lo
fa­
vorece y estimula, pero eso no es lo suyo propio. Para eso hay
otra sociedad a la que la Iglesia
exige que
cumpla con su deber.
Pero
el deber de la Iglesia no es nunca hacer suyo lo que es deber
y derecho de la sociedad política.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
La Iglesia no puede hacer inútil, ni invadir ni suplantar a la
comun'dad política, ni en los fines ni en los medios. Debe quedar
dentro de su esfera de acción. Y cuando llega a la
tempontl debe
hacerlo

espiritualmente con vistas al bien espiritual de las almas.
Porque si, contemplada en su aspecto visible e institucional, ni
el que sea sociedad, ni el que se componga de hombres, ni el que
sirva a los hombres, ni el que venga de Di.os basta para diferen­
ciarla propiamente de la sociedad política, pues todo eso es co­
mún a las dos sociedades, hay que convenir que la diferencia entre
ambas no
puede establecerse más que

sobre la base de distinguir
debidamente entre la misión propia de la Iglesia y la del Estado.
Y esta distinción, supuesto que. Jesucristo no ha venido a destruir
el
orden natural ni a hacer inútil la sociedad civil, hay que hacerla,
más que por orden al origen, por orden a los fines y medios pro­
pios de cada una.
La Iglesia es, ante todo y sobre todo, algo religioso. No tiene
de suyo más misión que la de encarnar a Cristo en nosotros, ha­
ciéndonos la aplicación de la obra de salvación cumplida por Cris­
to, salvación a todas luces de orden espiritual y con vistas a li­
brarnos del pecado y encaminarnos a la vida eterna. Y lo hace
predicando para ello su doctrina, dictándonos o declarándonos su
ley, administrándonos sus sacramentos y velando para que no nos
impliquemos en negados o cosas temporales eon daño de nuestro
fin último. Cuando ella se ocupa de lo temporal lo hace o porque en ello
está en

juego algo moral y de importancia eterna, o porque su
condición humana no le consiente desinteresarse por completo
del bienestar del hombre, al que acude de un modo subsidiario,
sin pretender
suplantar a
la sociedad civil, como acude, v. gr.,
el
médico o músico a una necegjdad humana, que poco o nada tie­
ne que ver con su cometido profesional, pero que, en un caso
dado, puede urgirle remediar perentoriamente.
Lo temporal y político no es, pues; de la incumbencia de la
Iglesia, sino

con dependencia de lo espiritual y religioso. Puede
y quiere, en cuanto está en su mano, hacer bien al hombre en­
tero, también en su aspecto material o corporal, pero ella no está
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para eso. La acción temporal, incluso la de beneficiencia, no for­
ma de suyo el objeto directo de la Iglesia como institución social. Como sociedad
esencialmente religiosa
y
contradistinta de
la
civil, sus fines y sus medios son espirituales
para las

cosas de
Dios o en orden a
Dios, No

puede ni siquiera
instrumenta!i=r
sus enseñanzas ni sus funciones para fines políticos ni de pro­
moción social. Su finalidad ha de ser siempre religiosa y a ella
debe subordinarse cuanto ella haga
.. Lo que sí puede y debe es
urgir, en nombre de Dios, el cumplimiento de los deberes sociales o temporales que recaen sobre el Estado y el ciudadano, y a los
que no se puede
faltar sin faltar al deber para con Dios, deber
del que cuida precisamente la Iglesia.
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