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Número 115-116

Serie XII

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Delincuencia juvenil

DELINCUENCIA JUVENIL
POR
J. GIL MORENO DE MORA.
Las medidas gubernativas que según rumores se están montando
para
la represión de la delincuencia juvenil son, sin duda alguna, muy
meritorias
y convenientes, pero esperar de ellas el final de esa clase
de delincuencia es
también demasiado, porque este tipo de acción
represiva no puede actuar sobre
las causas profnndas sino
sobre las
más superficiales.
La delincuencia juvenil es un hecho y su crecimiento fulminante
en los primeros meses de 1973 ha asustado con sobrada
razón a
nuestras

autoridades, tanto más que esta clase de delincuentes
inex.
pertos

no profesionales pierden la serenidad y matan en circunstan­
cias que un verdadero «profesional» resolvería sin apretar el gatillo,
y por ello sus daños son más brutales. Además, es frecuente que los
delincuentes juveniles procedan no de los barrios bajos ni del hampa,
sino de clases sociales influyentes y de ambientes acomodados,
tra·
tándose

a menudo de hijos de personas respetables y de cargos pú­
blicos.
Las causas superficiales de esta delincuencia, como son las drogas,
el alcohol, el juego, los vicios, el sexo, etc., no pueden reclutar su
clientela sin la existencia de otras más profundas, cual
lo revela el
contenido ideológico de muahas de esas bandas;
y los medios guber­
nativos por loables que sean sólo pueden reprimir por oleadas
y tem­
poralmente las causas que llamamos superficiales ; reprimirán la pros­ titución pública pero surgirá otra prostitución privada; se desmante­
larán algunas

redes de drogas o de acción política que reaparecerán
bajo otra forma; se llenarán las comisarias de muchachos alcoholiza­ dos
y embrutecidos por cualquier sistema, pero no se podrá impedir
que sigan embruteciéndose, porque este
tipo de medidas represivas
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no suprimirá el deseo de embrutecerse y la delincuencia se perfec­
cionará en la medida que se perfeccione su represión.
¿Qué causas empujan
la juventud a la droga, a la violencia, a la
aventura delictiva? ¿Qué motivos internos inclinan al chico o a la
muchacha hacia la corrupción ? Las res.puestas que puedan darse a
estas preguntas nos proporcionaran el indicio de los verdaderos ca­
minos a seguir para hallar los verdaderos remedios;
y la más elemen~
tal

honradez por parte no sólo de las
. autoridades

sino de todos los
responsables de la Nación en todos los niveles, les debe obligar a
prestar la máxima atención si su
afán de servicio es auténtico ( en la
certeza que esto af~ta a carne de su propia carne porque sus propios
hijos serán afectados), hacia el estudio de
las causas que llamamos
profundas y hacia los remedios. que sensatamente exijan.
Hay en la juventud delincuente (y en buena parte de la que no
ha delinquido abiertaruente
todavía) una

actitud amarga de rebeldía
que no
debe ser interpretada erróneamente. No es la simple reacción
natural del
joven ante
las generacions anteriores, que ha existido a
lo largo de todos los siglos, en un sano afán de emulación y de
verdadera
superación necesario
en
la vida de las sociedades. Los jó­
venes a
qui~es sólo

mueven estas reacciones naturales .ni se hacen
por ello delincuentes, ni llegan a la actitud llamada «contestataria».
Sus relaciones con las generaciones anteriores, sin perder
la emulación,
no dejan de ser cordiales porque no se creen ser mejores sino sólo
aspiran a serlo, con lo cual no sólo no pierden su aprecio hacia lo
que anteriormente fue hecho sino que se apoyan en ello buscando
mejorarlo.
Muy-
al contrario la actitud «contestataria>> no sólo carece de cor­
dialidad alguna
sino que
a menudo se tiñe de odio
y fuerte despre­
cio hacia todo lo anterior,
por lo que es general en ella el poner
como
condició.n previa

a todo progreso, la de destruir cuanto hicie­
ron los «viejos» concluyendo en filosofías nihilistas que quieren par­
tir del cero. La
e~resión .«contestatario»

produce confusión en Ja
lengua española, pues es de origen francés, no guardando relación al­
guna con nuestra acepción clásica de < en francés «contester>> .siempre ha tenido. el muy diferente significado
de oponerse, ir contra el texto, protestar, por lo que
el verdadero

sig-
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nificado do la palabra «contestatario» es el de miembro de una opo­
sición radical
y ahora empapada de violencia.
Esta actitud contestataria está presente en todos los grupos e in­
dividuos de la delincuencia juvenil en una u otra forma y se puede
afirmar que el acto delictivo es realizado como un acto de
oposición
a

algo, a
la sociedad, como una protesta efectiva y casi testimonial.
Es, pues, cosa de ver qué causas han inducido a buena parte de la
juventud a transformar el natural
afán de emulación de los mayores
en este nuevo deseo de destruirlos
y con ellos su obra.
En primer lugar se
percibe en

el joven contestatario una amarga
desilusión h2eia el

mundo en
el que .vive y la violencia nace de su
profundo íntimo deseo de recobrar una ilusión por la que valga la
pena no sólo vivir sino dar
la vida; porque

todo joven es alguien que
se hizo un proyecto hermoso de futuro con grandes acciones por cosas
grandes, y todo hombre deja de ser jo~en cuando deja de tener estos
proyectos;
así, pues,
en el fondo de estas reacciones violentas está
el hecho de que una sociedad defraudadora de ilusiones, exigiendo
a:l
joven que sea piematuramente viejo, resigná.do y sin proyectos, le
empuja a intentar salvar su juventud· por el medio que sea. Y por
desgracia, en

estas circunstancias el joven desorientado se envejece a
sí mismo en
la amargura de su reacción y no consigue lo que íntima­
mente desea. Una sociedad que le dice al joven: «no tienes que ser distinto a los demás,
sé dócil y vegeta en lo que te exigimos, los
grandes ideales no tienen sentido, hay que ser práctico,
el romanti­
cismo no sirve para nada,
adocénate, resígnate

a ser un buen militante
anónimo, uno del montón ... » es
la primera responsable de las natu­
rales reacciones de la personalidad aplastada por esta predicación ma­
siva de
la mediocridad.
Toda desilusión es ostensiblemente una pérdida de fe en algo
en
lo cual se había creido antes. Creer en algo trae consigo esperar
para

el futuro y la desilusión es amarga porque es el despojo de la
esperanza que se había puesto. Sí la pérdida de las esperanzas pro­
duce en el viejo una triste resignación es porque ya no se siente tener
las
fuerzas necesarias

para luchar defendiéndolas. Pero
el joven, siem­
pre dispuesto a sobrevalorar las fuerzas de que dispone, reacciona
· con

rebeldía porque no se resigna .fácilmente a vivir
los muchos
años
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que le quedan por delante sin esperanza; y en todas estas rebeliones,
. por absurdas que

parezcan, obscuramente se esconde el hecho de no
haber renunciado a recobrar una ilusión.
Cuando el

joven, por alguna
causa suprema, renuncia a toda ilusión, se suicida en una u otra de
las formas más o menos intensas de suicidio que la moderna técnica
pone a su alcance. Suicidio de la velocidad, de las drogas, del alcohol,
suicidios soda.les del que se une a la prostituta o comete villanías
contra las convenciones, suicidio que va desde todas las corrupciones
voluntariamente abrazadas hasta
la muerte. Y aquí es donde la de­
lincuencia se encadena en el proceso
fatal ofreciendo la más variada
gama de suicidios posibles y el delito es siempre para el joven una
forma más o menos consciente de suicidio más O menos intenso reali­
zado por no ver posibilidad de recobrar la ilusión perdida. Y ciertas
de
estas modalidades

de suicidio, sobre todo los actos delictivos
exis­
tenciales

que proporcionan un beneficio material inmediato, revelan
que el joven aun entreviendo una posibilidad de ideales
y de ilusión,
no ve posibilidad de obtenerlos en
el tiempo y el espacio que están
a su alcance, por lo que se vuelve existencialista y vive al día sin mirar
al futuro, lo cnal es envejecer.
La desilusión realmente encuentra en nuestra civilización occiden­
tal de hoy abundantes motivos para extenderse cada vez que ese niño
creciendo que es el joven, se ve inducido a perder la fe en alguna cosa
que había creido con
fuerza. Demasiadas

veces se ha atribuido sim­
plistamente esta caída de
la fe a la caída de tabúes irracionales que
por serlo debían caer. No ha cambiado la naturaleza ni la inteligen­
cia humana en pocos años, y no es lícito explicar con este razonamien­
to

la conmoción actual
cuando, cientos
de generaciones de jóvenes
que vivieron con tabúes más fuertes
y más irracionales que los qe
nuestras

épocas se desarrollaron sin grave problema, como
lo registra
la Historia.
El «progreso», también invocado con frecuencia, tampoco explica
la caida de la fe general, porque el auténtico progreso que significa
avance de algo que estaba en un punto más atrás, jamás pidió como
condición previa

la destrucción de
ese algo. Y no digamos la sobada
«evolución» que se emplea como palabra clave
y tampoco explica
nada, porque la auténtica evolución de las cosas no cambia la natu-
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raleza de estas cosas, como Pedro después de terminar sus estudios
no ha dejado de ser el mismo Pedro que los comenzó aunque haya
evolucionado.
Ni siquiera otra palabra que modernamente ha cambiado de sig­
nificodo en
castellano, me refiero a
la palabra «superado» con la que
se ha querido traducir el término francés «depassé», que en sentido
figurado significa de•hechable, inútil (porque un prurito de moda
en deseo de último grito desvailoriza todo lo anterior), sirve a ex­
plicar el conflicto. La palabra francesa implica una reacción filosófica
que por encontrar un árbol más alto e:n un bosque exigiría se arrasasen
los

demás que son menores. La verdadera acepción de
la palabra «su­
peración» española puede engendrar un estímulo competitivo para
que los árboles menores se iguaien al mayor, pero consciente de que
algo mayor en ningún modo anula
el valor de lo menor.
Sin embargo, en el concepto de valor, se encuentra una de las
verdaderas claves de )a crisis actual de la juventud, pues la misma
idea de valor se encadena a la de relación de las cosas entre sí, o sea,
a la idea de una escala de valores. La desilusión y la calda de la fe
son siempre consecuencia de la desaparición o extinción del valor atri­
buido a una cosa. Es obvio que las desilusiones actuales derivan de
las alteraciones, trastornos y desórdenes sufridos por las escalas de
valores. Son desilusiones parciales cuando las escalas de valores son
modificadas y cambian el ordenamiento de las valoraciones, pero en
este caso el daño es limitado, porque cada cosa sigue teniendo un
cierto valor
y una relación con las demás. Son desilusiones totales en
cambio las que se producen cuando estallando las escalas conocidas y
no siendo substituidas por ninguna otra, dejan los- valores de las cosas
flotando en el espacio sin relación entre sí. Si se produce en la hu­
manidad un estado de cambio vertiginoso y continuo, por una acele­
ración irrefrenable de cuanto sea
movimiento, formándose
un pro­
ceso desordenado y permanente, no queda tiempo material de colocar
los nuevos valores en lugar alguno1 por lo que sobrenadan como la
espuma en un torbellino dentro del cual todos los valores han per­
dido la sedimentación propia de su peso específico. Entonces, en el
«brassage» resultante, las cosas flotan al a.zar sin relación entre sí y
quedan indefensas al albur de pescadores de aguas turbias y se pro-
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ducen impulsos incontrolables, cuales pueden ser las acciones de gru­
pos de presión, o de medios de comunicación y publicidad que separan
la idea de las cosas de lo que las cosas realmente son e instalan con
ello una subjetividad perpetua y móvil como única norma, con lo que
al concepto de escala de valores se substituye el de cotización en
bolsa o mercado.
El joven es por ley natural e íntimo impulso un ser curioso por
excelencia
y esa curiosidad no es otra cosa que el deseo de conocer lo
que las cosas son para adquirir seguridad en la vida, porque en un
mundo que siente el niño hostil
y peligroso, lo desconocido es una
amenaza para el instinto de la· seguridad que se necesita para seguir
viviendo. Es sabido de los psicólogos que algo desconocido produce
inmediatamente sensación de inseguridad
y miedo a priori, terminan­
do en angustia
a po,teriori. Cuando los mayores emprenden una rup­
tura

continua
y desordenada de toda la escala de valores, el joven y
el niño viendo despreciar hoy lo que ayer vio apreciar, no puede re­
lacionar el valor de las cosas entre si y reacciona pensando en la idea
de Mentira. Le han mentido, le siguen mintiendo, le mentirán siem­
pre, todo es falso ... La inseguridad resultante provoca la angustia,
la duda perpetua, y al fin en tensión insostenible llega el cansancio,
la amarga desilusión, la renuncia a los valores que no tienen orden
entre si y cae la fe arrastrando la esperanza y hasta el deseo de amar. En todas las épocas ha habido una pequeña proporción de este
proceso debido a que siempre el hombre ha sobrevalorado subjetiva­
mente ciertas cosas que luego forzosamente el tiempo reintegra a su
verdadero valor, aproximándolo al valor absoluto como el poder nu­
tritivo y
1a calidad de un alimento concluyen atrayendo las valoracio­
nes subjetivas o circunstanciales que haya podido sufrir. Y también
se produce naturalmente una proporción de este proceso porque siem­
pre los hombres están sujetos a error en sus apreciaciones y la co­
rrecci6n del error supone a
menudo pequeñas

desilusiones. Pero como
antes dijimos, es.to fue siempre parcial en otros tiempos
y respondió
a reajustes de la escala de valores, no a su estallido. Por ello no se
producían los daños que hoy conocemos. Es curioso que los tiempos
difíciles han correspondido generalmente a aproximaciones de los
valores atribuidos a las cosas hacia los valores reales, mientras que
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DELINCUENCIA JUVENIL
las épocas de bienestar suelen subjetivizar los valores con mayor in­tensidad, y es que en los
Capúas de
la Historia, la sobrevaloración de lo
horizontal
y material coincide con una infravaforación de lo vertical
espiritual
y en ellas los gobiernos y personas responsables en las na­
ciones, no pudiendo atreverse a declarar oficialmente
la desvaloriza­
ción de
lo vertical, suelen respetarlo aparentemente en abstracta teo­
ría verbal mientras que en la práctica concreta los
arrasan con
hechos
públicos y privados que prescinden de toda moral o espiritualidad.
En estos casos, inconsecuencias cada vez más ostensibles entre los di­
chos y los hechos afirman en el jo:ven la consciencia de 1a Mentira
general y las convenciones de tipo vertical quedan reducidas a con­
vencionalismos sin mayor sentido, que acabará repudiando
y acusan­
do de hipocresía.
Si en las escalas subsistentes algunos valores con­
servan cierto puesto honorífico concedido por el pensamiento ofié:ial,
no conservan ninguna en la vida práctica, porque los mismos niveles
oficiales son los primeros en anularlos disfrazando las conveniencias
existenciales de

los grupos de presión bajo la capa siempre a mano
de bien común y de
mal menor. Sea ejemplo de lo dicho el que todos
los estados actuales reprimen teóricamente la falta de honradez, pero
toleran que en las compras oficiales muchos miembros de la admi­
nistración cobren sustanciosas comisiones perfectamente inmorales,
contra las cuales no hay represión alguna.
La carencia de escala de valores en el momento de flotación des­
ordenada rompe en la inteligencia
el concepto mismo de lo que
existe por instalar la incoherencia.
Los niños y los jóvenes especial­
mente dotados para detectar rualquier incoherencia en su eterno
<<¿Porqué?», se

sienten entonces incapaces de formarse conceptos es­
tables de cuanto existe.
Lo material, lo tangible, llama su atención con
una evidencia inexplicable pero cierta,
y la reacción materialista y
existencialista es entonces lógica, pero al caer todos los valores espi­
rituades primeras

víctimas de
la dud.a (Religión, teología, moral,
amor, que que.dan en
la situación de utopías bellas, admirables pero
irreales) el mismo mundo material acaba sin explica.cion profunda,
el idealismo filosófico hace estragos y el joven concluye por dudar
de la existencia no sólo de las cosas que ve
y toca sino de sí mismo.
Mientras tanto, la sociedad que sigue empleando lo vertical como
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simple fuente de emociones li.terarias o estéticas y decorativas, pero lo
rechaza totalmente en
lo cotidiaoo de la vida real, implanta una Ley
de
la Selva en la que cada cual procura tan sólo para sí mismo en
cada instante presente. Y a eso se le llama ser realista.
Cuando las generaciones anteriores usan de esta ley de la selva
en ciertos aspectos de la vida, cual lo son el ámbito de los negocios o
la moral conyugal de los varones, no deben extrañarse luego de que
las generaciones jóvenes, siempre más radicales, la extiendan a la totalidad de las relaciones
humanas, relaciones

con sus padres, con
la Ley, con el Estado, la Sociedad, los maestros, etc. Y si los modernos
estados, más o menos influidos por el modelo hegeliano que en sí
mismo establece una perfecta Ley de la selva a favor del Estado, la
propugnan a favor da sus propias estructuras, no puede caber extra­
ñeza de que se generalice este ·salvajismo en impulsos anarquistas
que por esta misma
Ley de la selva pueden justificar subjetivamente ,
cualquier acto por delictivo que sea. No serán los jóvenes los más
lerdos en esta lógica.
Así, pues, es de lógica evidente que la ruptura y el desorden de
las escalas de valores, con la ca-ida de la fe, el abandono de la espe­
ranza
y la sinrazón de la caridad en un materialismo existencialista
.
predominante, forman
un cuadro de causas profundas por las cuales
el joven acudirá a los suicidios
y a la «contestación» de todas las
delincuencias juveniles.
Mientras las naciones promuevan gobiernos que practiquen el
maquiavelismo del
«Pan y circenses»; mientras la corrupción de las
administraciones públicas varias no sea enérgicamente reprimida;
mientras los estados ataqueo las familias y les substraigan la labor de
formación de los jóvenes; mientras imperen teorías utilitaristas que
pretendieodo obtener mayor productividad de la mujer la separen del
hogar; mientras la res-ponsabilidad. de los súbditos sea anulada por
destrucción sistemática de los cuerpos intermedios donde puede tener
lugar ; mientras se anulen las libertades concretas en aras de libertades abstractas; mientras sectores enteros de la población como el sector
rurrul sean

reducidos a disfrazada esclavitud para beneficiar por cri­
terios económicos a
determ~nados sectores

industriales y ciudadanos ;
mientras los hombres de mando no admitan limites para el poder;
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I "-.I
DEUNCUENCIA JUVENIL
mientras se sigan violando las leyes naturales y divinas sin respeto
alguno; mientras los
medios de

comunicación no renuncien a
acudir
a

los más bajos recursos del sexo
y el engaño para la atracción de las
masas
y mientras las grupos financieros no sientan escrúpulo moral
alguno frenté a los medios de corrupción ; mientras
el egoismo de
los casados busque su placer sin responsabilidades, con píldoras, abor­
tos
y disolución deil matrimonio; mientras la prensa no respete inti­
midad alguna en su
afán de sensacionalismo; mientras los artistas y
escritores no. vean que su arte no tiene razón en sí, sino dirigido a
metas más altas; mientras los más obligados al testimonio ejemplar,
es decir, los miembros del clero, no den mayor testimonio del amor
gratuito
y generoso que el de boquilla; mientras todas esas situa­
ciones
y tant~ más no sean acometidas valientemente por todos los
responsables de
las naciones, es parche momentáneo y de efectos poco
duraderos cuanto gubernativamente se haga para la represión de la
delincuencia juvenil, con el agravante de que estas causas profundas
formarán estratos cada vez más extensos de nuevas generaciones no
sólo -dispuestas a atacar a sus mayores sino .a derribar toda
la civili­
zación oo:idental en bloque desde dentro, formando
el núcleo de
bárbaros internos que siempre ha existido en los momentos
finales
de las decadencias de todas las civilizaciones.
Una reflexión serena,. extensa
y profunda es imperiosamente ne­
cesaria. Urge popularizar una consciencia del peligro, un consenso
de lo apremiante de remediarlo, una visión serena del abismo que
nos amenaza, no por
afán de producir simple temor, sino para mover
las voluntades a los sacrificios que seran precisos para
hallar solución.
Es

preciso reimplantar la escala de valores más clarificada desde
sus fundamentos que, como dice Proudhon, para la política tropiezan
siempre con
la teologia, hasta las últimas consecuencias de lo social,
si queremos sanar las causas
profun esta enfermedad mortal
cuyo síntoma externo es la delincuencia juvenil. Nadie se sienta aje­
no-al

problema por cuanto todos somos solidarios en la responsabili­
dad de la quiebra de millones de vidas jóvenes que se truncan en
flor, en
las ilusiones

perdidas
y muertas en un espantoso suicidio co­
lectivo al que estamos
asistiendo sin
darnos ni cuenta. Tarde o tem­
prano uno de los nuestros, carne de nuestra carne, será la víctima
y
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lloraremos un complejo aterrador de culpabilidad que justamente nos
incumbirá. Y si no lo hiciéramos con todas nuestras fuerzas, nuestros
propios hijos abrazando las tendencias nihilistas que ya se han ma­
nifestado, cuando por ejemplo se ha visto en letras de molde que
«hay que quemar el museo del Prado» o en la constante afirmación
de que «todas las tradiciones son
malas y alienantes», nuestros pro­
pios hijos producirán voluntariamente el mayor genocidio de la his­
toria.
Que nadie piense que es imposil>le o que es demasiado tarde.
Los niños siguen naciendo con unas inmensas ganas de vivir, de
crecer, de construir y de alcanzar la felicidad. Los gobiernos y los es­
tados tienen hoy en sus manos medios poderosísimos para apoyar una
tarea como esta. La juventud en masa está esperando a quien le de­
vuelva
la esperanza en un porvenir, y en su más íntima fibra aborre­
ce esta delincuencia
y este desorden que abraza por desesperación.
Toda la población del mundo, a pesar de su actitud «desahusée» y
materialista, está esperando la ocasión de vivir otra vez la embriaga­
dora experiencia de sacrificarse por unos ideales que valgan la pena.
Toda
una humanidad
está hambrienta de fe y de virtud porque lo
esencialmente bueno sigue siendo la imagen de la perfecta felicidad
que se halla en Quien es Suma Perfección. Y, por otra parte, los gru­
pos de hombres perversos que en el desarrollo de los vicios humanos
buscan su propio provecho, han establecido las bases de propia de­
rrota en la misma -corrupción · que han fomentado.
Quien una sola vez haya podido constatar la exaltación y la pro­
fundidad de la emoción que produce el ver renacer la luz de la es­
peranza en la pupifa muerta de un joven; quien haya vivido un solo
instante la maravillosa experiencia de u.na verdadera conversión ; quien
todavía sea capaz de despertar en su alma una ilusión hacia algo
grande, algo que como la Esposa, el Hijo, el Padre, la Patria y, sobre
todo, el Dios maravilloso e indecible que es el Dios Viviente; quien
con o sin canas sea todavía verdaderamente joven, comprenderá lo que
digo afirmando que siempre, hasta el momento mismo de la muer­
te, es tiempo de empezar, de remediar un error, de transformar toda
una
vida y
todo un estado
de c?sas.
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DELINCUENCIA JUVENIL
Yo aquí lo digo con la vibración más fuerte de todo mi ser ante
los ojos de mis hijos que se abren todavía llenos de ilusión hacia
el
proyecto grande de una vida que valga la peoa y que me hace des­
echar todos
mis errores pasados, pues estoy lleno de elJos. Y mi vo­
luntad se teosa en un deseo inmenso que me -impulsa a proseguir la
aventura maravillosa de seguir luchando contra viento y marea en el
descrédito y la impopularidad, porque mi Dios, mis hij06, mi patria,
son algo grande y valen todos los sacrificios que me puedan pedir.
BREVE SINTESIS DE MORAL SOCIAL, NATURAL
Y CRISTIANA
POR
MIGUEL IBAREZ PERElZ
I. OOCTRINA SOCIAL CRI9TIANA
II.

PRINCIPIO DE NO
CONTRADICCTON
III. LIBERTAD, DIGNIDAD, RESPONSABILIDAD
IV. PROPIEDAD PRIVADA
Y BIEN COMUN
V. CUERPOS
INTIER.MBDI09 Y PRECEPTO MORAL
DE SUB­
SIDIARIEDAD
VI. EL ERROR MODERNO
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