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Número 124-125

Serie XIII

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El poder a punta de lanza: la violencia y el mito en el fenómeno revolucionario

EL PODER A PUNTA DE LANZA
LA VIOLENCIA Y EL MITO EN EL FENOMENO
REVOLUCIONARIO*
POll
ANDRE VINCENT, º· P.
Violencia del orden establecido y violencia de la acción revo­
lucionaria.
La efervescencia revolucionaria se diferencia de un simple movi­
miento de revuelta por una acción psicológica: esta acción cultiva
en

los
espíritus un estado de

inquietud que llega
hasta la angustia,
y otro de resentimiento hasta el odio. Así se desarrolló, a través de
Francia en julio de 1789, el fenómeno del
gran miedo. Un rumor
circula por todas partes a través de ciudades y pueblos, hay un ma­
lestar creciente, y también por todas partes se difunde una consig­
na: los bandoleros llegan, los bandoleros ya están ahí. Tres años des­
pués, será la guerra
(la Patria en peligro) la que suscitará semejan-
* Traducimos de «Permanences» Íiúm. 107, de febrel'Cl de 1974, algunas
«páginas escogidas» de un trabajo en prensa del cual es autor el dominico
Rev. Padre André Vincent, titulado: Revolución y DBt'echo, que publicará la
colección «Philosophie du Droit», dirigida por el profesor Michel Villey.
Estas páginas ofrecen a nuestros amigos el aliciente de un acercamiento a
los
fenómenos revolucionarios de manera original: la de sus mecanismos y
la de sus manifestaciones psicosocio16gicas.
Con su lectura, se comprende me­
jor cómo los dirigentes justifican
el empleo de la violencia y del terror, qué
mitos levantan a las masas, y qué sentimientos las conquistan.
El conocimiento de los diversos aspectos de los fenómenos revoluciona­
dos permitirá

a nuestros amigos
~comodar mejor
su acción cívica
al correr
de los días.
Fundaci\363n Speiro

ANDRE VINCENT, O. P.
tes movimientos: el fenómeno de la gran desesperac ón en qne el
pánico se
transforma en

valor (1).
Estos fenómenos extremos de la efervescencia revo ucionaria son
preparados y explotados por los conductores (los lead ,) de la revo­
lución.

Los órganos de la acción de ruptura, bien sean ubs o células,
dirigen el movimiento. Todo lo irracional de los estad s de concien­
cia colectiva se
encuentra sometido

por ello a una cie ta lógica que
deriva de un determinado
tratamiento psicosociológi

. Este
trata
miento

recibe hoy el nombre de
"concientización".
Una opres~ón difusa e insoportable concretada e "imágenes­
fuerza ".
Una

toma de conciencia acompaña a todo cambi dirigido (re­
forma o revolución). La concientización revolucionar' se distingue en esto:
no es sol<111Zénte el sometimiento a debate del orden estable­
cido, sino que es su acu.ración. El objetivo de la con entfaación re­
volucionaria es realizar una doble representación col iva del orden
establecido.
La de un sistema opresor y la de un sistema irreforma­
ble. Para obtener este resultado, la acción psicológica necesita imá­
genes y palabras que susciten imágenes. Un reflejo condicionado se
une a tal palabra en tal tiempo y en tal lugar: durante
la Revolución
francesa,
la palabra aristócrata; hoy, la de burgués o fascista. Además,
hay que
utilizar esas palabras y esos reflejos de tal manera que no
acusen solamente a personas, sino a todo un sistema. La acusación
apunta a la totalidad del orden establecido.
La concientizacióll revolucionaria cultiva la sensación de una
opresión difusa: se concreta en imágenes-fuerza. Las imágenes del
orden establecido al que se refiere
la Revolución francesa, nacen de
una opresión
más mítica que real: en París, son las torres de la
Bastilla medievaloide; en provincias, los castillos en ruinas o los
(1) Taine continúa siendo el analista clásico del fenómeno. Véase Los
orígenes de la Francia contemporánea -(vol. 2). Más recientemente, desde di·
versos puntos de-vista, se encuentra el mismo análisis en Gaxotte: Los orí·
geneJ de la Francia c-ontemporánea, editorial Soboul.
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VIOLENCIA, MITO .Y REVOWCION
palomares anacromcos, signos residuales de la antigua tutela de los señores.
Las imágenes contrapuestas del lujo y de la pobreza son real­
mente más ofensivas
y han intervenido en todas las revoluciones. Hoy
ea día, la concientización revolucionaria encuentra sus "imágenes­
fuerza" en el contraste lujo-miseria.
De este modo, la concientización llega a crear una psicosis de
opresión insoportable. El aire se hace irrespirable. Uno se asfixia
entre unas estructuras políticas y sociales que· violentan a la perso­
na, a la nación y a toda la humanidad. los "leaders" revolucionarios
designan al orden establecido como la "violencia número l ", y a la
acción
revolucionaria (2) como "violencia número 2".
La violencia número 2, la de la acción revolucionaria, no es sola­
mente el efecto de una ruptura con el orden establecido: es en pri­
mer lugar un elemento de la concientización: tiene por función de­
nunciar la violencia número 1 (el orden establecido), le acusa.
Guerrilla, ejecución de rehen~ matanzas *
La violencia revolucionaria subraya el carácter opresivo del poder:
lo trata como a un poder de hecho, y aun peor, como a un agresor
m;uslo de las personas y de los bienes: los hold-up en los bancos no
son más que reconquistas sobre
el capitalismo explotador; las muer­
tes de policías o militares, e iocluso la ejecución de rehenes, no son
( 2) Dom Helder Cámara, a la vez que profesa la no violencia, emplea
el
lenguaje de

la acción psicológica (
cfr. Spirales de violence, Desdée de
Brouwer, 1970). Las mismas posturas se
encuentran en

teólogos como Joseph
Comblin
(«Teologfa de la Revolución»), Jules Girardi («Amor cristiano y
violencias revolucionarias»), Ed. Universitarias, 1970. Ed. du Cerf, 1969
(Nota de PERMANBNCES; léase eri su núm. 86 el análisis . que hace L. Salle­
ron del libro de J. Comblin1 págs. 25-38). (Véase también en VERBO 104,
págs. 419 y sigs., con el título Teo/ogfa de la Revolución: Cristianismo y
Revolución. Nota de Speiro.)
(*) Nota de PBRMANBNCBS: CTr. los ejemplos citados en Para que Et
Reine, págs. 118-120. Cfr. también la Terreur, instrumenl du Pouvoir révo­
lutionnaire, informe hecho por Douglas Pike sobre los métodos Vietcong.
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ANDRB VINCENT, O, P.
más que actos -de · legítima defensa contra un orden esencialmente
injusto y que es una agresión permanente: la violencia número l.
Los "guerrilleros" de la Amé-rir;a Latina se han hecho maestros
en este arte de
la concienciación por la violencia. Es cierto que han
sido ayudados de manera sorprendente por la prensa y la opinión
"liberal" de Occidente en el curso de los últimos años.
La guerrilla
se ha transformado en una acción de legítima defensa: se olvidan
sus víctimas que, por otra parte, se transforman automáticamente en
las de la "represión". De esta manera, cuando el embajador de Ale­
~ª es muerto por la guerrilla en Guatemala, se hace responsable
de esta muerte al gobierno, culpable de no haber cedido al chantaje
de los asesinos-; en el Brasil, el poder, bajo la presión de los Estados
Unidos, debe cumplir las condiciones puestas por los "guerrilleros"
para
.la restitución
del embajador de los Estados Unidos.
De esta
manera, la

guerrilla trata con el gobierno como de Estado a Estado.
Entonces la violencia hace aparecer un segundo elemento de acusación
al orden establecido: su impotencia para reformarse, impotencia in­
cluso para sobrevivir y defenderse contra la acción de ruptura que se
prepara (3).
La ejecución de rehenes forma parte tradicionalmente de la vio­
lencia revolucionaria. (En Francia, las matanzas de 1972 y la Comuna
en 1871)
( .. ). Los

rehenes constituyen actualmente un punto cru­
cial de la acción revolucionaria.
¿La necesidad de concientización jus­
tifica
el uso de la violencia contra unos inocentes? Hay ahí una ac­
ción tendente a borrar la moralidad, pero
en nombre de una nueva
moral.
( 3) La violencia no produce siempre el efecto calculado: parece ser que
en América Latina las ejecuciones de rehenes por la guerrilla revolucionaria
acaban por producir el mismo efecto que en Canadá donde
la reacción del
pueblo ha sido
unánime (

así se ha confirmado en las elecciones que han
seguido a la muerte
·del ministro

Laporte) en diciembre-enero de 1970.
(**) Nota de PERMANENCES: Acerca de 1792 y 1793, vease la comuni­
cación de
J. de Viguerie en el Congreso de Lausana 1972, Force et Violence,
Origenes y desarrollo de los te"ores revolucionarios, especialmente, págs. 64-67.
Acerca de la Comuna, cfr. el artículo de Jean Duclair,
La comuna y sus
mártires, aparecido en PERMANENCEs, núm. 37, febrero 1967, págs. 57-77.
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VIOLENCIA, MITO Y REVOLUCION
El derecho a poner fuera de combate a todo individuo cómplice
· del

orden
establecido.
La moralidad de la acción revolucionaria se sitúa más allá del
bien y del
mal. El bien es la Revolución: y es el mal todo lo que se
opone a ella. El imperativo moral está totalmente incorporado a la
acción política y puesto a su servicio. ¿Qué es lo que justifica la vio­
lencia
número
2 (la de la acción revolucionaria)? Es la violencia nú­
mero 1: no las faltas personales, sino una especie de crimen social
difuso.
¿De
qué crimen eran culpables los rehenes de la guerrilla, sea
embajador o policía? Hay que referirse a la nueva moral: la del
pe­
cado colectivo, que no es producto de personas sino de las estructuras.
El "mal de las e,t,,ucturas" es el nombre del pecado original para
teólogos como
González Ruiz
(4). Todo el mundo es cómplice de ese
mal, pero en primer lugar los que, por su posición, defienden el or­
den

establecido.
Si el pecado es
fundamentalmente el

mal de las estructuras,
la
cuesti6n está en saber quién es cómplice de las e.rt-rucuras. La mora­
lidad de la guerrilla viene a ser la de una guerra justa: el guerrillero
tiene derecho a
poner fuera
de combate a todo individuo cómplice
del orden establecido.
La guerra revolucionaria, ley suprema.
En esta especie de justificación queda un resto de moralidad que
tiende a desaparecer; y no solamente en
virtud de
la brutalidad
inhe­
rente a todo conflicto armado, sino por la lógica de la acción revolu­
cionaria. Cuando el imperativo del mnflicto absorbe el imperativo
de la justicia,
la regla suprema es el éxito de la acci6n. No hay leyes,
ni siquiera en la conciencia, que sean superior a la Revoluci6n. El
(4) Véase González Ruiz en ConciliJ,m, de mayo de 1968.
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ANDRE VINCENT, O. P.
éxito de la acción revolucionaria determina el bien y el mal; lo justo
y lo injusto son función de la estrategia. En la
acción revolucionaria,

la primada de la eficacia sustituye
a la moralidad del
acto; y esto, no como en las violencias vulgares o
en los crímenes de derecho
com6n. Es
(como en la guerra) en virtud
_ de un deber superior. Pero la guerra revolucionaria no está, como
la guerra clásica, sometida a unas leyeS que la regulan ( convenciones
internacionales, etc.), y por encima de todas ellas a la ley moral que
sigue juzgando sus actos.
La guerra es aquí la ley suprema (5).
A través de su dimensión violenta, la acción revolucionaria apa­
rece como un imperativo abso!uto. La acción revolucionaria de tipo
nazi o nietzscheiano se sitúa ,.más allá del bien y del mal"; la acción
de tipo marxista no lo hace con menor nitidez, a pesar de ese im­
perativo de justicia que ha asumido.
La acción revolucionaria está supeditada a un más allá del tiem­
po
presente y de sus leyes. _Ese más allá está latente en el carácter
absoluto del imperativo que anima a la acción: se muestra en el
. hervor de la violencia y en la exaltación de la fiesta. Entonces,
la
dimensión moral queda ahogada en la dimensión mítica de la Revo­
lución.
Un universo mítico : la ·revolución y la fiesta.
La violencia revolucionaria comporta· un elemento irracional ca­
pital. Su afirmación de un imperativo absoluto va acompañado de una negación de todos los lazos
y de todas las leyes que circunscri­
ben la libertad humana y la regulan en el tiempo ordinario. La Re­
volución inaugura un tiempo extrordinario, el tiempo de la anomia.
Sean jurídicas o morales, o simplemente convencionales, las leyes del
orden presente ya no funcionan más: la acción revolucionaria es, como
( 5) Hecho atestiguado po.r todos los testimonios de los actores revolu­
cionarios (ver carnets de
Ché Guevara, cartas de Lenin) y perfectamente con­
corde con la teoría marxista del conflicto fundamental (Nota de PBRMANEN­
CES. Cfr. Marxismo y Revolución, especialmente lo referente a Lenín, pá­
ginas 115-117).
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VIOLENCIA, MITO Y REVOLUCION
la fiesta primitiva, el acceso a un nuevo universo. Con el empleo de
la palabra desatada y de la violencia que la acompaña, la acción de
ruptura abre el umbral de un más allá: rompe el hilo de
la historia:
y sus actores se encuentran, al menos por un instante, fuera del tiem­
po real, dentro de un tiempo mítico (6).
Julio 1789 y mayo
1966,
Esta
evasión

hacia
la irrealidad· de una fiesta se lee en la efer­
vescencia de las grandes jornadas revolucionarias. El motín surge en
un estado de pasión colectiva.
El 14 de ¡utio de 1789 es una ¡ornada
histórica: es un mecanismo perfectamente montado sobre un con­
flicto que opone la Asamblea y el Rey -los clubs y el Poder-. Tam­
_bién es

un fenómeno de violencia cuyos múltiples resortes se anudan
en romo a un
mito. La tiranía tiene su símbolo: la Bastilla con sus
gruesas torres feudales. Poco importa que esos viejos muros se hayán
convertido en el asilo de un -c~tenar de viejos soldados inválidos.
El mit:o tiene su símbolo y su potencia operativa: la elocuencia de
Desmoulins, _las consignas, los lemas,
y los rumores se apoyarán en
el símbolo de
la Bastilla. Y el motín· será esa fiesta inmensa, cierta­
mente dirigida, para
dar el golpe--, pero una verdadera fiesta que
se evade del tiempo
y de las normas ordinarias---'. La matanza y el
baile en
la sangre de los inválidos escapan a todo juicio moral. ¿Los
inválidos
eran culpables? La justicia revolucionaria está por encima
de esa cuestión. Los actores de la fiesta revolucionaria son los· heroes
de un instante creador (7). La ley de
la fiesta es que ya no hay más ley: la libertad de la
( 6) Acerca de la experiencia del tiempo mítico en la «fiesta», véase
Mircea Eliade (principalmente en «Los Mitos»),
y Cazeneuve. Igualmente,
Cardenal Journet, en «La Iglesia»,
vOl. III, pág, 22,
(7) Michelet ha cantado esta entrada de la Revolución en el tiempo mí­
tico en el cual el hombre es creador de la historia. «El tiempo
yá nó existía,
el tiempo había· periclitado ... todo
era posible,

el futuro· presente
: ..
ya
no
más

tiempo, un
relámpago de

eternidad» ( < de !a Révolution»,

Pre­
facio) .

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ANDRE VJNCENT, O. P.
fiesta no es la del espacio real sino la del espacio mítico en el que
introduce el gran juego de la palabra creadora
y de la violencia que
inventa otro
universo. También

duraron de ese modo
la pal.abra y la
violencia en mayo de 1968. No llegaron como el 14 de julio hasta la
matanza. No tuvieron un alcance histórico. Pero, con todo, las noches
de mayo de 1968 tuvieron suficiente violencia física
y moral, al mismo
tiempo que elocuencia, para desembocar más
allá del tiempo real,
en el tiempo mítico de la creación primordial, de la "fiesta"
(8);
Esta entrada en el tiempo mítico, en el espacio donde todas las
barreras están rotas, es un fenómeno común
tá.nto · a las revueltas po­
pulares como a las. revoluciones. Los revoltosos de todos los tiempos
quieren
romper el hilo de la historia:
rechazan el presente y se vuel­
ven
hacia un pasado

o
un futuro de ensueño.
E,l lenguaje del gran retorno,
Entonces, el tiempo mítico se proyecta en la historia, pero como
un retorno a un orden primordial. Las revoluci~ como las revuel­
tas, son ant~. todo unas reacciones contra la historia: las revueltas del
siglo XVI, del siglo XVII, lo mismo que las revoluciones de 1787 y
1789. Los revoltosos se refieren a un pasado absoluto. El mito del
tiempo pasado mejor,
las leyes justas y las buenas costumbres, están
en el corazón de las revueltas de los campesinos, lo mismo en Fran­
cia que en Rusia. Los campesinos ingleses sublevados contra los
nue­
vos

poderes en 1383 invocan al rey como los campesinos franceses;
. y los sublevados rusos se vuelven hacia el zar: hay que restablecer el
antiguo poder. La revuelta quiere ser una vuelta al verdadero derecho
y al orden primitivo (9).
¿Acaso se
expresan de
distinta manera los colonos sublevados de
(8) Ese tiempo mítico es de todos los tiempos y de todos los sueños:
pertenece a los poetas de la Revolució:n. Véase
Víctor Hugo,
«Los Miserables»,
vol. 1 y siguientes.
(9)
R. Mousniet: Les Fureurs paysannes. Lo mismo sucede en las revuel­
tas
niesiánicas estudiadas por Balland_ier y por Bástide. Véase Bastide, Le:
prochain et le lointain, pág. 277, etc.
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VIOLENCIA, MITO Y REVOWCION
Virginia y de Pensilvania? Su pasado colonial y un pasado mítico se
mezclan en su aspiración de volver
al derecho
violado: es la libertad
primordial que se dibuja sobre el fondo mítico del "estado de na­
turaleza".
La Revolución francesa ha hablado este "lenguaje del gran retOr­
no". En su origen, lo mismo· que la revolución americana, es reac­
cionaria sobre un fondo
mítico~ Canaliza

todas las reacciones de de­
fensa contra las necesidades históricas que tienden al refuerzo del
poder; está contra la historia y ve el presente a través de un pasado
absoluto, el del Contrato Social
original.
La nao1on, la voluntad general, la razón, el progreso, la ·re­
pública ...
De todas maneras, con la Revolución francesa se afhma en el
lenguaje del "gran retorno" una dimensi6n nueva: el pasado absoluto
se combina con un porvenir absoluto; y el momento de ruptura re­
volucionaria constituye una especie de comienzo absoluto (10). El
nuevo mito es
operado~: no

es una evasión, ·sino un compromiso.
De un extremo al otro de la historia, flota sobre la acción de
ruptura
revolucionaria

y la anima: las figuras de ese mito han sido dibujadas
con mano maestra: Rousseau las
ha tallado en el mármol del Con­
trato Social.
Nadie duda acerca del carácter mítico de ese contrato original.
El propio Rousseau sabía muy bien cuando lo escribía que no se
refería a ningún momento de la historia: no está dentro del tiempo
real; no describe un acontecimiento histórico: construye un mito. Construcción lógica compuesta de entidades que
serán las

grandes
fi­
guras de la Revolución; esas deidades se escriben con mayúsctda. Se
convierten
en las

representaciones colectivas que
arrastran a

los
pa­
triotas

y al pueblo de los clubs y de los arrabales: en primer lugar,
surgiendo del Contrato Social
y flotando por encima de las realida-
(10) La revolución habla «el lenguaje del fin último y el del recomienzo
absoluto». Cfr. Decoufflé:
Revue Internationale Je_ S'ociologie, 1969.
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des nacionales, aparece en primer lugar, la Nación; en el corazón de
la Naci6n, el misterio de
la Voluntad General que se manifiesta en
la ley. La divinidad tut.elat de estos mitos es la Raz6n: la diosa Raz6n
con todo su cortejo (el Progreso, la Ciencia, la Virtud). La misma
República, sufre una metamorfosis: ya no es la Res Publica (la cosa
pública); sino la diosa con alas de arcángel que convoca
y promete
la victoria a la patria en peligro.
Una violencia eficaz .. La acción de ruptura tiene el lenguaje de esas figuras míticas. Y
también tiene su violencia. En el momento de la ruptura se ven
fun­
cionar como mitos propulsores las entidades del Contrato Sociai. La
misma Revolución se hace un mito, y del más alto grado, que. engloba
a todos los mitos. Puede aplicársele
la definici6n de Sorel: "Organi­
zación global de imágenes cfl/)aces de

evocar
instintivamente todos
los
sentimientos· y todas _las ideas que corresponde a un movimiento
sociopolitico con

vistas a
una acción total y que provoca un fenóme­
no
de comunión de

los sujetos con el objeto
y de los sujetos· entre
sí" (11).
La definición de. Sorel destaca un carácter esencial del mito re­
volucionario: su eficacia. En su primer instante,
la acción de rup­
tura se evadía fuera del tiempo histórico: era para vincularse a la
historia. Y el mito-evasión deja su puesto al mito-impulsión
y al
mito-operación (12).
No hay ·revolución sin derribar estatuas.
Por esta nueva dimensión mítica,
la acción revolucionaria de
ruptura revela su alcance. Se dedica a los fundamentos del orden es­
tablecido. Sus blancos son
las tosas y las personas que constituyen los
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(11) G. Sorel: Réflexion su-r la violence, París, ·1906.
(12) R. Aron: L'opium des intellectuels, págs. 66 y sigs.
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VIOLENCIA, MITO Y RJ!.VOLUCION
símbolos del orden establecido. No se hace una revolución sin que­
brar estatuas. los nuevos dioses exigen la
muerte de fos dioses an­
tiguos.
La acción de ruprura revolucionaria penetra en la historia de los
hombres por la puerta del mito y se enfrenta con lo Sagrado. Los
revolucionarios se enfrentan a lo . que tiene de sagrado el orden esta -
blecido. Apuntan a sus fundamentos históricos y suprahistóricos.
El orden fundamental tiene unos símbolos, la bandera,
el aoco
de

triunfo, una llama simbólica.
La familia real, la persona del rey,
son los signos vivientes de ese orden fundamental. Incluso despojado
de sus últimos poderes, Luis XVI es la antítesis de la Revolµción;
por su mera existencia, es un criminal:
simboliza el orden antiguo.
La muerte de Luis XVI y la matanza de la familia impetial en Eka­
terinenburgo son esenciales a la acción de ruprura revolucionaria.
Lo sagrado en la historia es el signo de lo que es más grande que
la hh!toria. Cuando se enfrenta con ese signo; la revolución se yergue
por encima de la historia humana. Va a romper el la20 de lo sagrado
en la historia. Con esto, accedemos a una dimensión religiosa de la
acción revolucionaria.
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