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Verdad y mentira del colonialismo

Los fenicios fueron los más grandes mercaderes y navegantes de la antigüedad. Recorriendo todo el Mediterráneo, establecieron importantes colonias en la península ibérica, contribuyendo, en gran proporción, a la mezcla de razas que siempre caracterizó a la formación de las poblaciones allí radicadas. Estrechados en un exiguo territorio entre el mar y las montañas, escucharon la llamada de las aguas claras y serenas que bañaban las costas asiáticas, europeas y africanas y partieron de la agitación ya entonces constante en Asia Menor para abrir amplísimas perspectivas al comercio internacional.

Fueron los primeros en practicar el internacionalismo mercantil y, según Oliveira Lima, el primar pueblo que manifestó instinto colonial. Obtuvieron la madera que necesitaban para sus embarcaciones de los imponentes cedros del Líbano y dieron suelta a su espíritu de aventura, lanzándose al mar, hasta llegar al Ponto Euxinio, al Golfo Pérsico e, incluso, al Océano Atlántico.

¿Llegaron a circunnavegar el Continente Negro? Los egipcios pretendieron reivindicar esta hazaña para ellos atribuyéndoselo al patrocinio del faraón Necao o Neco, bajo cuyo estímulo la habrían logrado los marineros fenicios. Pero ninguna documentación, ningún dato, prueba históricamente tal hecho. Hasta Vasco de Gama nadie habría emprendido semejante proeza y a Portugal le cabe legítimamente la primacía en el periplo africano.

Después de la visión de águila del infante D. Enrique y obedeciendo a sus audaces consignas, los portugueses se entregaron a la obra ciclópea de los descubrimientos, la Conquista y la Colonización. El ilustre historiador pernambucano antes citado llama a los fenicios portugueses del mundo antiguo. Lo cierto es que con los navegantes lusos «un valor más alto se levanta» y todas las empresas marítimas y colonizadoras anteriores serán rebasadas.

1. Portugal en África

A fines del siglo XV, reinando D. Juan II, Diego Câo fue enviado a explorar el Zaire o Congo. Realizó dos viajes memorables recorriendo unos tres mil kilómetros de costa africana. Tras él, Bartolomé Dias dobló el cabo de las Tormentas, después llamado de Buena Esperanza y llegó hasta el Océano Indico preparando el camino a Vasco de Gama. Si fue en la India, con sus primeros virreyes Francisco de Almeida y Alfonso de Alburquerque, donde alcanzó mayor resonancia la obra de Portugal en la construcción del Imperio, aquel primer contacto de los portugueses con el África Negra en el Congo explorado por Diego Câo, al sur del cual florecería más tarde la provincia ultramarina de Angola, fue profundamente significativa del sentido de la colonización portuguesa. Diego Câo fue el primero en colocar una piedra de un metro de altura como símbolo de la soberanía del monarca portugués, con las armas del reino y coronada por una cruz. Perfecta representación de la obra a la que se entregaban los portugueses, sintetizada en el poema de Camoens: la dilatación de la Fe y del Imperio.

La tarea de expansión marítima de Portugal obedecía a los objetivos de una política mercantil y misionera. Los brasileños lo sabemos por nuestra propia historia. Cuando D. Juan III envió a Tomé de Souza, primer Gobernador general, el famoso «Regimentó» que bien puede ser considerado como la primera Constitución del Brasil, le señalaba que la conversión de los gentiles era la más alta razón por la que convenía poblar las nuevas tierras.

No olvidan ese objetivo los primeros portugueses en África. Remontando el río Zaire, Diego Câo iba encontrando negros de ensortijados cabellos, cuya lengua no entendían los intérpretes. Por fin consiguieron entender los blancos que aquellos negros tenían un rey poderoso al que Diego Câo envía un presente. Como tardasen en regresar los que lo llevaban se ordenó retener a bordo a cuatro africanos de los muchos que confiadamente entraban y salían del navío. Después manifestó que se los llevaría consigo y que pronto los traería de regreso. Llegando a Lisboa se los presentó a D. Juan II, que ordenó su inmediato regreso con el fin de evitar cualquier riesgo a los portugueses que permanecían en el lugar. Así se hizo y recibió el rey congoleño a Diego Câo con gran contento, mostrándose interesado no sólo en el trato con los portugueses, sino incluso en el conocimiento de la religión cristiana. Envió a D. Juan II un presente de marfil y paños de palma con una lucida embajada de la que formaba parte el negro Caçuta, uno de los cuatro que había estado antes en Lisboa. Caçuta y sus compañeros fueron bautizados en Beja.

Al contrario de lo que ocurrió en el Senegal –donde tuvieron enfrente a los musulmanes– los misioneros lograron en el Congo un éxito espectacular al mismo tiempo que se inauguraban unas amistosas relaciones entre los jefes negros y el rey de Portugal por mediación de sus respectivos enviados. Y desde entonces se advirtió la ausencia de prejuicios raciales. Muchos de estos jefes se pusieron al servicio de los portugueses y éstos intervinieron en las disputas africanas procurando pacificar a las tribus rivales.

Los años de aquella primera presencia portuguesa en el África negra no se mancharon con la esclavitud. Las tierras bañadas por el gran río en el que Diego Câo puso la señal del soberano portugués fueron después exploradas por Stanley, pasaron a propiedad del rey de Bélgica Leopoldo II, se transformó en el Congo belga y, finalmente, constituyeron el territorio del nuevo Estado del Zaire. Aquellos primeros años de dominio portugués fueron llamados muy expresivamente la era de Cristo Redentor: Tandu Kia Nkangi Kiditu.

2. El tráfico de negros

Vino después una época trágica: la de la esclavitud. Comprobado que los negros de África se adaptaban mejor y más resistentemente que los Amerindios a los duros trabajos de las colonias establecidas en América, pasó a ser el continente negro el mercado donde iban a buscarse los brazos que llenaban las bodegas de los navíos negreros, de los que salían los estremecedores gritos cuyos ecos se reflejaron entre nosotros en la poesía de Castro Alves.

La mayoría de estos desgraciados fue suministrada al principio por Guinea y después por el Congo y Angola. De Brasil, en el que la mano de obra esclava fue imprescindible para el cultivo de la caña de azúcar, llegó a decirse que tenía el alma en África y el cuerpo en América ... De nada sirvieron las protestas de la Iglesia, desde la «Relación» del dominico Tomás Mercado dirigida al rey de Portugal, denunciando el tráfico en la costa occidental de África y clamando por su supresión. Más éxito habían tenido Vieira y sus hermanos de la Compañía de Jesús cuando tomaron a su cargo la defensa de la libertad de los indios.

La caza del negro se hacía por la llamada «guerra negra», en la que no se puede olvidar la colaboración de los nativos africanos en plena lucha tribal. Así los Jagas o Jingas, que practicaban el canibalismo ayudaban a apresar a sus hermanos de color y, a veces, los mismos jefes negros vendían a sus propios súbditos a cambio de vino, tejidos, sal o pólvora.

Perpetraba la civilización occidental un crimen indudable con la complicidad de los propios africanos. Y cuando los blancos abolieron por fin el tráfico y la esclavitud, en el siglo pasado, tuvieron que intervenir militarmente en muchos pueblos de oriente que no querían abandonar tan inhumana práctica. El odioso tráfico continuaba en la costa oriental de África, y en Asia Menor. En Arabia Saudita sólo se abolió oficialmente la esclavitud en 1962 ..., si es que en los harenes de sus sultanes aún no hay esclavos o semiesclavos.

3. La colonización propiamente dicha

La colonización fue obra de las potencias europeas en las Américas, Asia y África. Y ciertamente hay que distinguir entre las potencias propiamente europeas, de más allá de los Pirineos y las dos naciones hispánicas que habían desvelado el misterio del océano en las rutas de las Indias y del Nuevo Continente.

Portugal y España eran, en el siglo XVI, las grandes potencias de la Cristiandad. Del imperio de Carlos V –que fue Carlos I de España– heredado por Felipe II, decíase que en él no se ponía el sol.

Portugal se había adelantado a España en salir con sus carabelas por «mares nunca antes navegados». Dos grandes potencias de aquella época, y además vecinas, consiguieron, a pesar de eso, mantener buenas relaciones explicables solamente porque era el mismo objetivo el que las guiaba: el ideal de misión, la expansión de la cristiandad. Recogían el legado medieval, el espíritu de Cruzada que llevó a Carlos V a Argel y a los portugueses a Ceuta, muriendo el joven rey D. Sebastián en las ardientes arenas de Alcazarquivir. Y precisamente cuando Europa perdía la unidad religiosa a consecuencia de la revolución de Lutero y de la expansión del protestantismo, lo que el catolicismo perdía en Europa lo ganaba con creces en los mundos conquistados por España y Portugal.

Los roces entre estas dos naciones se resolvían pacíficamente como demuestra la bula papal, que trazó aquel ficticio meridiano que separaba las áreas que corresponderían a una y a otra, y el tratado de Tordesillas, que delimitó definitivamente los dominios de los dos imperios.

Pronto surgieron las querellas entre las dos naciones católicas y las potencias europeas, pero ahora sin posibilidad de amistosa solución. Holanda, Inglaterra y la misma Francia entran en escena. Luchan contra España y Portugal en Europa y los territorios de ultramar. Enfrentamientos que comienzan ya en los tiempos de Felipe II, campeón del catolicismo, que sofocó la rebelión de Flandes, pero que no tuvo éxito en la expedición de la Invencible a la protestante Gran Bretaña. Mientras que los holandeses van a Brasil, entonces bajo soberanía española, e intentaron establecerse en la América portuguesa.

Europa contra Hispania

El imperialismo inglés no tardaría en despojar a Portugal de algunos territorios africanos consumándose el despojo en la Conferencia de Berlín. Otras serían las fronteras de Angola y Mozambique si en esta reunión diplomática se hubiese tenido debidamente en cuenta la penetración de los portugueses en la selva y la ocupación efectiva de tantos territorios en los que se establecieron. Recordemos que llegaron a Kazembe, en el valle de Luluajula, un siglo antes que Livingstone; exploraron las tierras situadas entre los lagos Mwero y Bangwelo intentando abrir una vía de comunicación entre las dos costas africanas; conducidos por Capelo e Ivens llegaron a Durban y fueron los primeros que pisaron Katanga, donde Dias de Carvalho firmó, en 1886, un tratado de amistad con Mwata Yannvo; en fin, bajo el mando del legendario y desdichado Silva Porto dominaron el interior de Angola, partieron de Benguela en dirección a Mozambique y atravesaron la actual Zambia.

En su expansión colonial, Inglaterra, Holanda, Francia y después de ellas Bélgica y Alemania, presentan sus peculiaridades, pero es mucho más nítido y diferenciado el sello especialísimo de la actuación de España y Portugal en ultramar, gracias al ideal de misión que les guiaba desde el principio. Ideal que da el verdadero sentido de la acción civilizadora de Portugal en África hasta la reciente liquidación de su imperio.

4. ¿Colonialismo?

Durante mucho tiempo hemos oído las mayores diatribas contra el imperialismo, especialmente contra el imperialismo americano. No negaremos que tuvieron fundamento y basta recordar en este sentido las páginas de un libro inmortal en la literatura brasileña: La ilusión americana, de Eduardo Prado.

Pero lo más interesante es que la palabra imperialismo vino a convertirse en un slogan o bandera de combate de toda la izquierda mundial, consciente o inconscientemente al servicio de un nuevo imperialismo que despertaba: el de la Rusia soviética. Atacaban el imperialismo de las potencias capitalistas preparando el terreno para que ese otro imperialismo ocupase su lugar.

Antes de la Segunda Guerra Mundial el imperialismo ruso era sólo ideológico. En el tiempo de los zares podía hablarse de un imperialismo político de Rusia, que ya a mediados del siglo pasado llevó a Donoso Cortés a vaticinar el dominio de Europa por aquel imperio, sin prever, sin embargo, la gran transformación que iba a operarse en 1917 en el cambio de la monarquía por la república de Kerenski, primero, y después, por el régimen soviético de Lenin.

Tras el triunfo de los bolcheviques, en la revolución de octubre, la III Internacional se convirtió en el gran instrumento de propaganda del incipiente marxismo leninismo. Lenin caracterizó el imperialismo como la última etapa del capitalismo, título de uno de sus libros. El desarrollo de la producción en masa en los países capitalistas los llevó a superar el mercado interno y a procurar un aumento de clientela en otros países para dar salida a sus productos. Para ello había que garantizar las materias primas que venían del extranjero y prevenir posibles concurrencias. De ahí el control que había que ejercer sobre el mercado mundial, lo que imponía una política intervencionista y expansionista. Pero sí este imperialismo económico, y consiguientemente político, era la última fase del capitalismo, el imperialismo ideológico que Rusia procuraría ejercer en gran escala era la primera etapa de un nuevo expansionismo que se iba a desencadenar. Se hizo famosa la polémica entre los jefes del Partido Comunista: «el socialismo en un solo país es imposible» afirmaban unos contra el aislacionismo de los otros y hacían ver que la propaganda ideológica debía ser el primer paso para la expansión mundial del comunismo.

La Segunda Guerra Mundial vino a dar a Rusia unas posibilidades expansionistas extraordinarias. En Yalta, donde Roosevelt entregó Occidente en presencia de Churchill, vio Stalin las puertas abiertas para que la URSS pudiera comenzar a controlar Europa para luego extender su dominio a todo el mundo.

El imperialismo ideológico había sido la primera fase. Ahora se entraba en la segunda: El imperialismo económico y político. A fin de cuentas, ¿qué es el comunismo sino un gran capitalismo de estado? Y así se probaba que tanto para el capitalismo privado como para el estatal, el imperialismo era la última etapa.

Dejóse entonces de hablar de imperialismo. La palabra escogida para, sustituir este slogan fue, en adelante, «colonialismo». Una alteración gramatical. Una palabra que aún no adquirió derecho de ciudadanía en nuestros diccionarios. Así, el Pequeño Diccionario Brasileño de la lengua portuguesa no la menciona, y refiriéndose a "imperialismo", en el sentido aquí empleado, lo define como "política de expansión y dominio de una nación sobre otras". El actualizado Diccionario Roben de la lengua francesa acoge la expresión, pero sin aclarar su antigüedad y el sentido peyorativo en que se acostumbra a emplearla (colonialismo: sistema de expansión colonial).

Englobando bajo el mismo título de colonialismo todas y cada una de las colonizaciones se dejan de distinguir dos cosas muy diferentes, dos realidades históricas inconfundibles, como hemos de demostrar.

5. El colonialismo europeo

Fue a fines del siglo XVII cuando las potencias europeas iniciaron su penetración en el continente negro. Allí encontraron a portugueses y españoles, cuya presencia en África tenía ya dos siglos de antigüedad. Los ingleses y holandeses chocaron entonces con sus predecesores en enfrentamientos que no eran sólo manifestaciones de un imperialismo económico y político reciente, sino prolongación de las guerras de religión entre católicos y protestantes. Los brasileños ayudaron entonces a los portugueses a defender Angola contra los holandeses invasores, que intentaban conquistar aquel dominio luso como habían hecho en Pernambuco.

A partir de la llegada de estos nuevos visitantes se aplica un sistema de colonización totalmente diverso del que los portugueses habían puesto en práctica. Y no sólo diverso sino radicalmente antagónico. Desaparecen la preocupación misionera de convertir a los nativos, la ausencia de prejuicios raciales, la amistad que llega hasta la fusión de las razas, rasgos todos ellos característicos de la colonización lusitana.

La ambición, el espíritu de aventura y otros motivos de esa índole podían ser decisivos para que algunos portugueses partieran al Ultramar. Pero esos designios no prevalecían hasta el punto de suprimir aquellos objetivos superiores a que se subordinaban con toda naturalidad, por su formación religiosa, por sus hábitos y costumbres, incluso por atavismo de un pueblo surgido de una mezcla de razas, desde los primeros habitantes de la península hasta las aportaciones sucesivas de sangre fenicia, griega, cartaginesa, romana, germana, árabe, berebere, normanda ...

La colonización europea, por el contrario, tuvo un carácter muy acusado de explotación mercantil y fue una manifestación del espíritu racista de los blancos, que se tenían por hombres superiores, despreciaban al negro y tenían horror al mulato.

Desde Diego Câo, asentando la primera señal de la soberanía portuguesa en tierras africanas y preparando la «era de Cristo Redentor» entre los salvajes del Congo, hasta las más recientes obras de educación y asistencia social en Angola y Mozambique, los portugueses siempre se guiaron por el proselitismo religioso y nunca se cerraron a la raza negra, llegando a iniciar en estos últimos años una obra de progresiva integración económica y política de las poblaciones africanas que sólo puede ser puesta en duda por la pasión, la mala fe o el sectarismo.

Sin dejar de reconocer excepciones, como, por ejemplo, la política de asimilación de los franceses en el Norte de África y la actuación misionera de Bélgica en el Congo, el hecho es que la colonización europea da la razón al sentido peyorativo de la expresión "colonialismo" que nada tiene que ver con Portugal.

El sociólogo brasileño Gilberto Freyre dijo que después de Cristo nadie hizo más por la fraternidad entre los hombres que el portugués, lo que corrobora el historiador inglés Toynbee. Y el contraste mayor que se le puede oponer, en la historia colonial de África, está en el fenómeno del «apartheid» o en el racismo de los «boers», que llegaron a pretender fundamentar su superioridad étnica en la Biblia basta considerarse el pueblo elegido, el nuevo Israel del calvinismo.

Estos holandeses, en lucha con los ingleses en África del Sur, encontraron quien justificase su política de discriminación con razones teológicas. Así Anna Steenkamp recorre la Biblia para defender la sumisión del negro al blanco en los días de la Gran Emigración, basándose en la maldición de Noé que recae sobre la descendencia de Cam, condenado a perpetua servidumbre.

Comentando esas aberraciones, escribe el profesor Francisco Elías de Tejada en su libro «Sociología del África Negra»: «Ante la dureza del "bóer" no son nada las tan criticadas taras de los gobiernos coloniales ingleses, y ante su política racial las tan censuradas medidas de Adolfo Hitler no pasan de juegos de niños. Quien lea la documentada monografía de Sheila Pattersson sobre la política racista seguida con los mestizos de El Cabo, "Colour and Culture in South Africa", impresa en Londres en 1953, o quien recuerde las trágicas descripciones de los escritos de Alan Patón o de Peter Abrahams, podrá ver hasta qué extremos llega la dureza cruel que pesó sobre los negros debida a la mano de hierro de unos cristianos superadores de los mayores excesos del paganismo hitleriano».

Demos la vuelta a estas páginas tan negras del colonialismo mercantilista y nos encontraremos, en los anales de la colonización lusitana, con el sedante de la dulzura portuguesa penetrando en las selvas, en las sabanas y en las ciudades modernas construidas en territorio africano por negros y blancos hermanados en mutua comprensión.

6. La colonización portuguesa

¿Colonialismo? De ningún modo.

¿Colonización? Sí, en el mejor sentido de la palabra.

Entendiendo por colonización, según su significado etimológico de colere, cultivar, cultura –la obra superior de civilización efectuada no sólo por mejoras materiales sino, sobre todo, por una elevación intelectual y moral, fruto de una actuación pedagógica inspirada en ideales que trascienden con mucho al mercantilismo y a las ansias de dominación política–.

Tal fue la obra de los portugueses. ¿Colonización? Sí, para civilizar y no para explotar.

Así lo dice el periodista brasileño Alves Pinheiro: «La valorización del negro es una obra de apostolado penetrada de la más hermosa inspiración cristiana. Arrancarlo del salvajismo, de todo lo primitivo, enseñarles desde las cosas más elementales, como vestirse, dormir, vivir como las personas, darles un idioma común, abrirles todas las perspectivas de la vida moderna, hacer que pase de una condición de animal a la dignidad de hombre, proporcionarles casa, mobiliario, instrumentos de trabajo, enseñarles a leer y escribir y darles todos los recursos y oportunidades para elevarles a la civilización, todo esto lo hizo Portugal solo, sin auxilio de nadie, teniendo casi a todo el mundo en contra de él».

Pero el resultado ha sido triste. La integración racial y nacional de las provincias ultramarinas portuguesas se iba convirtiendo en una realidad hasta que los militares que tomaron el poder el 25 de abril comenzaron por anunciar un plebiscito a los poblaciones africanas, acabaron por destruir de un plumazo quinientos años de historia, entregando a esas poblaciones a una supuesta independencia mediante acuerdos con organizaciones minoritarias y guerrilleras (PAIG en Guinea, MPLA en Angola y Frelimo en Mozambique).

Ante este súbito y sorprendente acontecimiento no me cabe sino recordar las palabras de una valiente dama de Portugal, la Excma. señora Doña Marina Rita de Castro de Nova Goa, en la presidencia de una de las sesiones del Congreso de Lausana de 1972 del Office Internacional de obras de formación cívica, saludando al conferenciante, autor de estas líneas.

Exponiendo al auditorio, compuesto de más de 3.500 personas, lo que era la obra civilizadora de Portugal, tan denigrada por la prensa mundial, se expresaba en estos términos la ilustre representante de Portugal: «Mi país, que pertenece a Europa, pues en ella se hallan algunas de sus provincias, posee otras muchas dispersas por toda la tierra. Se habla portugués en las provincias de África, en Asía, donde una ciudad portuguesa tiene el nombre de Santo Nombre de Dios de Macao, en la India, donde nuestra querida Goa padece hoy la opresión de la Unión India y cuya pérdida definitiva no admitimos. Allí están los restos morales de San Francisco Javier, símbolo de una civilización cristiana que irradia desde allí hacia el Oriente.

Otra provincia, en la lejana Oceanía, ocupa una parte de la hermosa Timor. El Atlántico Norte y Sur, los archipiélagos de las Azores, de Madeira, de Cabo Verde, de Santo Tomé y Príncipe, son jardines portugueses. "Paraísos sobre el mar" los llaman los viajeros que han tenido la dicha de conocerlos.

Nuestros antepasados tenían el alma tan grande que sintieron la necesidad de expandirse por el mundo entero, dando de esta manera "mundos al Mundo". Pero la vida no es siempre fácil entre nosotros y, en ocasiones es, incluso, muy dura. Hace doce años que somos atacados en nuestras provincias de África por fuerzas a sueldo del extranjero, que intentan, combatiendo a Portugal, destruir la civilización europea.

Ya hace tiempo que se conoce la frase de Lenin: "Es preciso envolver, aislar y arruinar a Europa haciéndola perder África. ¡Pero Lenin no contaba con el temple del alma portuguesa!».

Y la ilustre dama, haciendo ver que el África portuguesa era tan Portugal como el territorio europeo del occidente de la Península Ibérica, decía:

«Portugal es un país pluricontinental y multirracial; nosotros amamos por igual a todas las partes dispersas sobre la esfera terrestre y todas sus poblaciones se aman las unas a las otras.

En esos territorios lejanos está la mejor juventud de Portugal Allí luchan valientemente, cubriéndose de gloria, miles y miles de jóvenes portugueses.

Arriesgan sus vidas, de nada se quejan, y la sangre heroicamente derramada no es una sangre perdida. Servirá, estos jóvenes lo saben bien, para purificar al mundo de las potencias infernales que lo amenazan.

Se sacrifican con alegría y en este momento recuerdo a un joven uniformado que apoyaba en dos muletas la falta de una pierna. Deteniéndole le pregunté: "¿En Guinea?" Y él me respondió alzando la cabeza: "Lo único que siento es no poder volver allá". Y como él, miles.

No nos atormentemos por ellos las madres portuguesas. Es normal que pensemos en ellos y les recordemos, pero nuestro pesar debemos reservarlo sólo para aquellos hijos nuestros cuya salud les impide combatir».

7. Hablan los diplomáticos

El primero, Donatelo Grieco, cuando representó al Brasil en la Cuarta Comisión de la XI Asamblea General de las Naciones Unidas a la que llevó sus alegaciones de jurista para demostrar que Portugal no administraba territorios no autónomos. Demostró que la obra civilizadora de los portugueses en América, en África y en Asia, superó con creces los meros elementos materiales del colonialismo tradicional. Los portugueses descubrieron el mundo, en las navegaciones de los siglos XV y XVI sin libros de contabilidad y sin cálculos estadísticos. Los profesores y los misioneros fueron mucho más importantes que los comerciantes e industriales en las expediciones portuguesas. La conquista se consolidó con libros y maestros. Bajo esa inspiración de fraternidad universal, derivada de los ideales que les guiaban, los hombres gigantescos que llevaron la civilización a los confines del planeta no hicieron esclavos, ganaron hermanos; no dominaron reinos, educaron hombres libres. Y como consecuencia inmediata de esta unión atribuyeron y atribuyen a todos los habitantes de las tierras descubiertas los mismos derechos políticos y las mismas garantías que ellos disfrutaban en Europa, sin prejuicios ni intolerancias, ni discriminaciones de raza, color, religión o condición. Ayer y hoy Portugal garantizó y garantiza igualdad ante la ley a todos los que habitan en sus provincias así como el libre acceso a los beneficios de la civilización e igual intervención en la vida administrativa y en la elaboración de las leyes.

Haciendo oír en la Asamblea de las Naciones Unidas versos de Camoens, el ilustre diplomático brasileño mostró cómo desde Sagres a hoy siempre «llevó Portugal, con los Evangelios, sus principios morales, políticos y sociales a las tierras que descubrió y civilizó», constituyendo «el territorio portugués así disperso por todos los puncos de la rosa de los vientos un único todo cultural y psicológico, una única unidad, si así pudiera decirse, singular e indivisible, que engloba solidariamente a todas las provincias: las del continente, las insulares y adyacentes, las ultramarinas, todas a un mismo nivel de importancia, de interdependencia y de igualdad por las sucesivas leyes constitucionales de Portugal».

Otro ilustre diplomático que habló fue Adolfo Justo Bezerra de Menezes, gran conocedor del mundo africano, de las islas del Pacífico y del Extremo Oriente, en su libro «Brasil y el mundo asiático africano», cuya primera edición es de 1956 y la segunda de 1960.

Encontró en todas partes de Asia una prevención contra el europeo, lógica en aquellas poblaciones víctimas, por ejemplo, del opio favorecido por los colonizadores. Sin embargo, se salva de esa prevención el portugués, acogido siempre con simpatía y con los brazos abiertos: «para el asiático en general, e incluso para el que es comunista, el portugués (aun el blanco puro recién llegado de la metrópoli) no es europeo, es portugués y nada más. Y ese "nada más" es un gran elogio, aunque sea inconsciente, que las razas orientales hacen de Portugal».

En Malaca encuentra a numerosos portugueses mezclados con las nativas malayas y con las chinas que allí había. Ve Rodrigues, Sousas, Albuquerques, Gomes, Silvas de piel amarilla y ojos oblicuos o de cabellos lados y piel oscura.

Observa: «Naturalmente, con el paso de los siglos, el porcentaje de sangre portuguesa se fue diluyendo y haciéndose cada vez menor. Pero aun así, ese poco que existe es responsable del excelente clima social y étnico que se nota no sólo en la ciudad sino en toda la provincia de Malaca».

En las horas de automóvil entre Singapur y Malaca advierte la discrepancia de los sistemas coloniales inglés y portugués: «El de Portugal, con su énfasis sobre el aspecto religioso, el inglés con su política de laissez faite en asuntos espirituales, totalmente opuesta a la portuguesa».

Y así concluía su testimonio sobre África publicando en aquellos años en los que aún no había comenzado el terrorismo que las fuerzas revolucionarias mundiales llevaron a las provincias portuguesas: «No hay duda que el sistema colonial portugués es el más adecuado y el único que podrá tender un puente de amistad entre Europa y el volcán africano a pumo de entrar en ebullición».

Rodrigues, Sousas, Albuquerques, Gomes y Silvas en China y en Indochina, y en la India, y en el Timor, en Angola y Mozambique, allí enraizados, con aspecto de asiáticos, de africanos, de portugueses. Esto me recuerda a un médico negro, domiciliado en Lisboa y que había estudiado en Suiza. Conversábamos animadamente acerca de la actuación lusitana en su tierra de origen y decía, con toda naturalidad y ufanándose de ello: «nosotros, los portugueses … ».

Es lo mismo que registra en sus crónicas de viaje, reunidas en el libro «Angola, tierra y sangre de Portugal» el periodista Alves Pinheiro: «Blancos, mulatos, negros, angolanos de todas las generaciones mantienen un culto conmovedor a la Metrópoli y se sienten felices y eufóricos al afirmar, con voz fuerte, como telúrica, impregnada de tierra nueva: "Somos portugueses"».

8. El ejemplo de la historia del Brasil

Las Indias no fueron colonias, es la tesis del eminente historiador argentino Ricardo Levene, demostrada abundantemente por el análisis de los hechos históricos en lo tocante a la colonización española en nuestro continente.

Ahí están las admirables leyes de Indias para confirmarlo mostrando por parte de Isabel la Católica, y los demás reyes de España el mismo empeño en defender los derechos naturales de los indios contra los posibles abusos de los que a aquellas tierras llegaban que el que tuvo Juan III de Portugal cuando recomendó al prima: Gobernador General de Brasil: «Conviene que esas gentes sean bien tratadas y que en el caso en que se les haga daño y molestia se les dé toda reparación, castigando a los delincuentes».

Tomando a la palabra «colonia» en su sentido peyorativo, de donde proviene el colonialismo meramente mercantilista, es cierto que al igual que los virreinatos españoles en América, tampoco fueron colonias ni las Indias orientales portuguesas ni las provincias africanas de Portugal ni el Brasil lusitano.

En el siglo XVIII Angola tenía la designación oficial de provincia. Fue mucho después, en el clima de la Conferencia de Berlín, cuando siguiendo la moda colonial y para asegurar mejor sus derechos, el Gobierno portugués cambió la denominación, lo que se ha vuelto a hacer recientemente volviendo la colonia de nuevo a ser provincia. En cuanto a Brasil el término oficial de los documentos reales y del lenguaje empleado en la administración fue siempre, desde el siglo XVI, el de Estado de Brasil. Por otra parte, más importante que la terminología es la realidad de los hechos y éstos no permiten aplicar la palabra colonialismo en sentido peyorativo a Portugal sin incurrir en una grave injusticia.

El ejemplo de nuestra historia es particularmente esclarecedor. Desde los primeros años de la colonización surgen los municipios, comenzando por San Vicente «cellula mater» de la nacionalidad, recibiendo con el «pelourinho», símbolo de la autonomía local, las cartas ferales en que se aseguraban las libertades concretas en ferina incomparablemente más eficaz que en los textos de las modernas constituciones en las que se proclama la libertad abstracta del individuo, de rasgos rusonianos, aislado de los grupos naturales e históricos en los que normalmente se desenvuelve.

Las Ordenanzas del Reino se aplicaban tanto en Brasil como en Portugal sin que existiera un estatuto colonial para regir la vida de los brasileños. El Regimentó que se dio al primer gobernador y las leyes especiales que vinieron a continuación teniendo en cuenta las singularidades del inmenso dominio portugués en América, completaban la legislación patria vigorizando ésta a un lado y al otro del mar.

De esa forma, la asimilación religiosa por la reducción de los indios a la Fe católica, y la ética, por la fusión de las razas, se completan por la asimilación jurídica. Pero, es preciso señalarlo, con un tipo de asimilación que no significaba trasposición arbitraria de leyes extrañas al medio, o de regímenes políticos incompatibles con la formación de la sociedad local. Esto ocurrió más tarde, cuando se empezó a imitar el liberalismo francés, el parlamentarismo británico o el presidencialismo o el federalismo americanos. Si los portugueses traían sus leyes y las aplicaban era porque organizaban tina sociedad según sus costumbres, sus tradiciones, procurando integrar en ellas al indígena una vez que era elevado desde sus costumbres salvajes a una condición social superior.

Dadas las peculiaridades del elemento indígena y las diferenciaciones que procedían del medio físico al que pasaban a vivir, trataron de adaptarse a ellas por medio de leyes especiales y de instituciones adecuadas al nuevo habitat. Y por eso Oliveira Vianna alaba «el sentido objetivo de los estadistas de la colonia» en contraste con el «idealismo utópico» de los políticos del Imperio y, sobre todo, de los de la República".

El medio de la asimilación lusitana en un ambiente de entendimiento amistoso –o «de civilización luso-tropical», en terminología de Gilberto Freyre, carente de animosidades raciales– reflejó en Brasil el sistema colonial del portugués en todas las partes donde fue a sembrar los beneficios de la civilización.

Es cierto que hubo abusos condenables. No se puede pretender que todos los colonizadores portugueses fueran santos. Frente a un cuadro que puede parecer idílico de la colonización portuguesa pueden presentarse objeciones comprometedoras. Las tentativas de esclavizar al habitante de la selva, la política de extorsión de la corona en la época de las explotaciones mineras. Las elevadas exigencias fiscales de la Metrópoli se explican por el dinamismo del Estado centralista cuando Portugal comenzó a desviarse de su formación política tradicional sufriendo las influencias europeas del absolutismo a los que siguieron las del liberalismo.

De un modo general, sin embargo, el sentido de la obra realizada por nuestros antepasados portugueses no permite en modo alguno que la califiquemos de colonialismo explotador.

Comprendieron, sintieron y vivieron los ideales del Infante don Enrique, de Anchieta, del P. Antonio Vieira, de los misioneros, muchos portugueses que vinieron para quedarse definitivamente en Brasil y, con ellos, participaron de los mismos sentimientos indios asimilados a la cultura portuguesa e incluso negros venidos de África como esclavos y que acabaron muchos de ellos vinculados a la familia de sus señores por la afectividad que produjo, por ejemplo, el tipo tan nuestro de la «madre negra».

Blancos, negros e indios se unen para expulsar al invasor holandés. Todos se sienten brasileños. Héroes de procedencia racial diversa, un Henrique Dias, un Camarâo, se disponen a derramar su sangre en defensa de Portugal. Como lo harían también los brasileños que acompañan a Salvador Correia de Sá en la expedición para liberar Angola de Ice holandeses.

Compárese la obra civilizadora de los portugueses en Brasil y, en el mismo sentido, la de sus vecinos españoles en sus virreinatos, con la de los ingleses al norte del Continente, eliminando a los piel-rojas, destruyéndolos implacablemente, imponiendo después un régimen de hierro con los negros esclavizados, alimentando el odio racial en un sistema de «apartheid» semejante al de África del Sur.

Y las consecuencias: el antagonismo de razas que es hoy uno de los problemas más graves de la sociedad americana en contraste con el espectáculo admirable de esa síntesis viviente a la que se refiere el peruano Víctor Andrés Belaúnde, de esa raza cósmica producida por la mezcla de sangres, exaltada por el gran pensador mejicano José Vasconcelos, rasgo dominante del Brasil y de los países hispanoamericanos, entre nosotros el «luso cristianismo» al que Gilberto Freyre dedicó sus mejores páginas.

9. Las cuatro piedras sobre el lago

Si quisiéramos encontrar una llave para abrir la caja de los secretos de la historia colonial de África hay que meditar las páginas cálidas y vibrantes de Francisco Elías de Tejada en su «Sociología del África negra», escrita no por un cronista apresurado o por un viajero que hace turismo, sino por quien supo penetrar en el misterio del continente negro a través, tanto de la reflexión histórica, como de la vivencia de las realidades presentes.

Cuatro piedras sobre el lago africano ... es el título del último capítulo del libro en cuestión.

El autor ve en África un inmenso lago de gotas negras individuales en el que navegan navíos extranjeros y cuya tersa superficie es violada por algunas piedras arrojadas a lo largo de la historia.

Sin hablar de las incursiones más remotas, esas piedras representan las penetraciones india, árabe, europea e hispánica. Ligado a la India en eras geológicas anteriores, el continente africano apenas nos revela esas vinculaciones en las investigaciones antropológicas o en restos de fauna y flora descubiertos en excavaciones hechas en su suelo y en aquella parte de Asia se ve hoy renovada su presencia en las mujeres de tez bronceada y saris multicolores, en los ídolos de cien brazos, en los más complicados dialectos, en las mezquitas y en los muecines que llaman a la oración a los fieles llegados de Pakistán. El Este africano está lleno de hindúes que se dedican al comercio o pasean en llamativos automóviles americanos por las cañes de las ciudades modernas. Sin grandes alardes van dominando y extendiéndose, prolíficos como son, tienen su Universidad en Mombasa y muchos guardan fidelidad al Aga Kan.

Otra piedra es la presencia árabe que se extiende desde el norte. Conquistadores de tierras africanas desde la más remota antigüedad, invasores y guerreros que atravesaron una fase de gran esplendor, los árabes entraron en decadencia aceptando protectorados europeos, pero continúan su presencia en África extendiendo por la costa oriental el idioma híbrido que es el Kisuahili, el más hablado en aquella zona, con literatura propia y periódicos y semanarios como el «Mambo Lea» o «Cosas de hoy» de Zanzíbar.

Por último, las dos piedras arrojadas por Occidente: la hispánica y la europea. Ésta creando los africanders y los africanos anglófonos, suscitando hasta hoy sobre el blanco el resentimiento de los negros marginados y explotados. Aquélla, representada «por los admirables portugueses, colonizadores geniales, los únicos capaces de entender que su misión consiste en fundirse con los negros en la esperanza histórica de construir un pueblo nuevo de cristianos».

Termina Elías de Tejada recordando que para los negros de toda África el nombre Kisuahili de Portugal, «Ureno», es señal de admiración y respeto. Vio a un viejo de Unguja llorar al pronunciarlo. Y una joven zulú llamaba a Mozambique con el poético calificativo de «Mtandheni», que quiere decir: «lugar donde se ama».

10. El neo colonialismo

El lugar donde se ama es hoy el lugar donde se mata. Olas avasalladoras del terrorismo se abaten sobre las provincias portuguesas del Portugal africano. En 1961 comenzaron las guerrillas en Angola atizadas por las tribus salvajes y amotinadas del Congo. El inmenso tablero del África negra es un nuevo teatro para la guerra revolucionaria dirigida por Moscú y por Pekín. Se multiplican las siglas de las organizaciones revolucionarias. Para mencionar sólo los de Mozambique citaremos: Unamo, Molimo, Frelimo, Coremo, Fumo, Frecomo, entre otras en medio de 83 tribus diferentes.

En Angola y Mozambique se edificaba, lenta pero seguramente, la civilización multirracional característica del genio lusitano. Niños blancos y negros confraternizaban en las escuelas. A los negros se atribuían misiones de responsabilidad.

Y poco a poco los derechos políticos se extendían a todos. Nadie pensaba en sublevarse, en quebrar la armonía reinante que era un reflejo de la Metrópoli portuguesa hasta el 25 de abril de 1974. Una isla de paz en el mundo convulsionado hoy. La autodeterminación no tenía ningún sentido para las tribus de la selva o la sabana. El nacionalismo europeo nada decía a aquellas sociedades en fase de tribalismo.

¿Qué ocurrió para que de repente las provincias portuguesas de África dejaran de ser tierras de amor para convertirse en tierras de odio y de muerte?

No es preciso extenderse en explicaciones de un fenómeno histórico que está a la vista de quien no se deja engañar por el lavado de cerebro al que están sometidos los lectores de los periódicos, los oyentes de la radio o los espectadores de la televisión. La subversión en África es parte de la subversión mundial con que las potencias comunistas van conquistando el mundo. Y la lava del volcán africano se derrama por las hasta hace no mucho tranquilas poblaciones que poco a poco se iban integrando a la Comunidad Lusitana.

El mundo occidental, con increíble ceguera, deja el campo libre a aquellos que quieren destruir la sustancia histórica y espiritual de su civilización. Abandonando Biafra a su propia suerte, permitiendo genocidios que hacen desaparecer poblaciones indefensas, la ONU. recibe las embajadas de los terroristas de Guinea o Cabo Verde y acepta las acusaciones de violación de derechos humanos en Angola y Mozambique. Un jefe caboverdiano, jurando fidelidad a Lenin, levantando las tribus de Guinea Bissau, negros del Congo, dirigidos por el comunismo internacional, atraviesan la frontera de Angola; una organización guerrillera de obediencia china reivindica las credenciales para hacer de Mozambique un estado soberano.

El nacionalismo africano está en el orden del día. Surgió como bandera para expulsar de África todos los colonialismos. Pero tras él va prevaleciendo el internacionalismo rojo. Y los pueblos del continente negro que con la ilusión nacionalista creen que ganan su independencia, pasan a convertirse en satélites de un nuevo y gigantesco colonialismo. Moscú y Pekín arrojan dos piedras más sobre el lago africano.