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San Pablo, en los escritos de Unamuno

SAN PABLO, ElN LOS ESCRITOS DE UNAMUNO
POR
FÉLIO A: VILARB.UBIAS,
En tiempos dados a la frivolidad, a la «contestación», a la acción
por

la
acción, y al pragmatismo, que no a la contemplación de las ver•
dades

eternas del
más allá, resuena a paradoja el tema «San Pablo, eu
los escritos de

Unamuno».
Un gran
santo, apóstol y confesor de Cristo, y· el llllLyor hereje
español
de la
«generación del 98». De· este hombre, catente de Dios
que l11lLtaba a su all11lL con «el sentimiento trágico de la vida», que
«es un sentimiento de hambre de Dios, de

carencia de
Dios» (
1).
Me
'ha impresionado -el

juicio crítico de uo
autor, amigo, sobre
«el nuevo
Unamuno»,

lo que es
el «quid» de los escritos unamuniaoos:
«la

sed de inmortalidad y el sentimiento trágico - de
vivir para la
mt1ert11» (2).
Ciertamente que esta paradoja unamuniana se prodoce como con­
secuencia de la
crisis profunda que,

desde la
RefotllllL y la ilustra­
ción, del asalto a la Bastilla a la Cruzada española de 1936-1939,
invade
y corrompe a la Es¡:uela, y destruye al Occidente; crisis acen­
tuada
desde 1917,
o.lío del

asalto soviético
al Palacio de Invierno,
por lo cual al
destrúi
éticos,
religiosos, y
quebratse la doctrina de la Autoridad, hoy pisoteáda en las calles,
bajo la dictadura nihilista del terror y
el libertinaje masificado, por
una rebelión que Ortega y Gasset había intuido ya que, obraría bajo
(1) Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágicp de la vida en. /01
hambres y en los pueblos. Editorial Renacimiento, Madrid. pág. 171.
(2)
Fernández de la -Mora,_ G: El nuevo Unamuno, Madrid, 1964,
pág, 31.
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FEUO A, VILARRUBIAS
el poder de lo irradonal, al afirmar : «Que los prmap10s vitales
-política, derecho, arte, moral, religión-se hallan efectivamente
y por
sí mismos en crisis, eo, por lo meaos, tnmsitoria falla», y tam­
bién, como Unamuno, yerran al olvidar la dependeocia de la Auto­
ridad con
lo alto, como Jo testificó Jesús a Pilatos en sw respuesta:
«No

tuvieras potestad alguna contra
mi si no te hubiera sido dada de
arriba»
(3), y despojándola de Dios la colocan al solo arbitrio de la
ciencia.
«Sólo la

ciencia no falla» (
4), y aquí por cieocia se entieodeo
las experimeotales, porque
al decir del mismo Ortega: «magos, sacer­
dotes, guerreros
y pasto Los librepensadores construyen sns supuestos eo el puro sofisma o
eo la paradoja literaria:
la ficd6n,
Pero precisamente está paradoja unamuniana, siempre maravillo­
sa, sirve hoy de meditación
para este eosayo, por cuanto al recorrer
nuestra ,mirada sobre la obra paulina, cotejada por los hijos de las ce­
nizas

metafísicas, brilla con
ineoctinguible luz

la superioridad del
«hombre nuevo creado sobre el ideal de Dios en la justicia y santidad de la Verdad» ( 6).
El escenario eo
qué se

movió nuestro pensador hispánico fue la
Universidad de Salamanca, testig,;, de excepción en la vida de este
hombre extraordinario que fue don Miguel de Unamuno, cuyo
peosamiento
tan dispar es campo de confusión y signo de herejía,
ya que su
vida es

la
búsqueda malograda de

una religiosidad que
feoece
en l:A obsesión del angustiado, «que ni acierta, ' ni se 'rin­
de>~
(7) ;• es

una
agonia sin término.
Esta Universidad, de tan gloriosa historia, cuya sombra proyectada
eo

la llanura abierta
y sin confín de Castilla, océano de espigas en el
que flotan sombras de olmos orantes en quebradas fontanas; sombra
augusta que ha sido dibujada en latines sobrios:
«omnium sdeotia-
(>) Jo, 19-11.
(4)
Ortega y Gasset, J: La RPbe/ión de las Mara,, pág. 1,7, Revista
de Occidente, Madrid, 1958.
( 5) Id., pág. t,4.
(

6)
&u, Pablo: Efesios IV, vers. 24.
(7) Fernández de la Mora, G.: El Nuevo U1',sm11no, :l,(adrid, 1964,
pág. ,1.
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SAN PABLO, EN LOS ESCRITOS DE UNAMUNO
rum princeps», o bien por lacerantes insultos arrojados por extraña
gente,
cuales Carlyle: «fortaleza de la ignorancia», o bien por acentos
galoo
despreciada:

«Universidad
fantasma».
De estos títuloo escogeremos el último comó divisa de nuestra
salida por el campo del pensamiento nruununiano, ya que hablaremos
de don Miguel cual fantasma deambulando por las tiemis del en­
sueño fantasmagórico -Mancha, ,ton límites-'-camino · de su desven­
tura en pos de la quimérica Dulcinea, que para él fue la conquista
en solitario de la inmortalidad.
Unamuno es ejemplo
acabado de

lo que
hoy el

mundo con
in­
sospechaba
pedantería

cree
haber descubierto -¡estandardizada cultu­
ra cinematográfica!-, el complejo del Príncipe de Dina.marca, el per­
sonaje que el genio inglés recogió admirablemente en su drama, tre­
mendo,.
como cuantos problemas atañen al ser o no .ser de los hu­
manos.
Pero Jo extraño y lo paradójico

es que
nuestro siglo xx vibre
ante este dilema, como si ignorase la existencia del pensamiento clá­
sico, dilema al

que visten con trágicos ropajes que llenan de espanto
a los
propios fantasmas que dea.mbulan cuales don Miguel por las
aulas del saber, por los intricados laberintos de la Filosofía o por
los arrecifes del psicoanálisis, derrumbada su Fe, y en crisis su hu­
manismo

trascendente trocado en la dialéctica
hegeliana, hecha
campo
de
trabajo y laboratorio psiquátrico por Marx, o cristianismo de células
y evolución en la C06mografía teilbardiana del quimérico punto Omega,
es decir,
el horrendo vacío de la Nada.
De
sobra
ha quedado demostrada en
este siglo la inseguridad de
los problemas

planteados
por la Reforma y la Enciclopedia en todos
sus
aspectos.
Mas esta duda, esta inseguridad, esta ince¡tidumbre asfixiante que
la Musa de su
ant~or <
no dejó de importunar a
don Miguel hasta el
día que

la muerte
puso final a su carrera y le co­
locó frente a la Verdad
y a la Inmortalidad Suprema, por la que tanto
suspiró
y, ¿por qué no decirlo?, pada:ió hasta el último momento tras
la posible existencia
de la Divinidad ...
Cuanto a otros mortales las Musas les
alientan, y les llenan de es-
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FELIO A. VILARRUBIAS
peranzas, para Unamuno fue Musa de desazones y de amargura exis­
tencialista rhasta el fin de sus días.
¡Qué lástima grande fue

que
este hombre,
que
emprendió su cami­
no de
Damasco corriendo tras ]as huellas del tremendamente humano
Pablo de Tarso, no
quisiera oír la celestial consigna: «Saulo1 Saulo,
¿por
qué me pemgues?»! (8). Y después de eodurecer su corazón en
el
desespero de

la
sinrazón, pe,,,,tró en fa ciudad de Damasco no a bus­
car su salud y la luz ¡:,ora los ojos de su espiritu incrédulo, pero como
a cer dentro de ellas, en aquellos fríos días de diciembre de 1936, allá
junto a la sobriedad de su Universidad, junf:Q a su cátedra de Griego¡:
donde, tocado con la cogulla de la «duda y del sentimiento ¡rágico»,
había

profundizado en forma excepcional en
el conocimiento de los
escritos de San Pablo.
Qué lástima, repito, que sólo fuesen en la. letra
y no en el esplritu los contactos unarnunianos con el Apóstol de las
Gentes.
* . * *
San Pablo se nos presenta a través de sus versos como :
y cual
«Sa.ulo el fariseo,
al borde del ma< Jónico, sus ojos
flacos hincaba con
afán inquieto
sobre los
milos de

la
ciencia heléoica» (9);
«¡blanca llama de fuego que devora!» (10).
Son
estos versos
las primeras estrofas del poema El Cri!t" de Veláz­
quez, amargos e hirientes versos para el Saulo discípulo de Gamaliel;
(8) Heeho1 Je /01 Apóstoles 9, vers .. 4.
(9)
Miguel de Una.muno,: El C,isto Je Ve/ázquez, pág. 78, Esl"'­
sa-Calpe, Madrid.
('10) Id., pág. ,2.
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SAN PABLO, EN WS ESCRJTOS_DE UNAMUNO
mas ya la última_ estrofa es para el fogoso arre),atado al tercer cielo,
cuando
sus epístolas

son ardientes
cenizas de
la «Uam_a de fuego .que
devora».
Pero
antes de

que las
páginas del cátedro

salmantino
sean alam­
bicadas, para · arrancarles como jirones de_ carne las_ citas paulinas, será
~ester enjuiciar

cuatro
aspectos importantísimos de

nuestro soli­
tario, de este _vasco singular de nuestra primera mitad del

siglo
xx.
a) Su pensamiento;
b) Su obra;
e) Su influencia, y
d) V al oración unamuniana de. los escritos de San Pablo.
a} Su :i-samiento.
El pensamiento de_ Unamuno es rebeldía contra los sistemas filo­
sófic~
en general, cuyo santo y seña está lanzado en su libro s,,¡¡.
loquios y C onversttciones con estas palabras: «El tiempo, el espacio
y la lógica son nuestros tres más crueles tiranos; ¿,por qué no he de
poder vivir ayer, hoy y mañana a la vez?; ¿por qué no he de poder
estar aquí y ahí a un mi$mo tiempo?» (11).
Desterró de
él su razón, y con el sentimiento intentó engañarse a

mismo. ¡La lógica!,
su tirano más cruel, era

natural; el padre
Guerrero, S. J., dice, consecuente a este_ principio unamunian¡,-: «la
expansión

lógica de su pensamiento conduciría_ al nihilismo intelec­
tual» (12).
Con este grito arremetía contra todo lo humano :y divino y se
erigía en sefior de
la más fantástica cabalística y se entronizaba, cierto
es confesarlo, sobre una imaginación viva y repleta. de-ricas imágenes,
pero eran como estatuas de pies de barro, fue una especulacioo senti­
menta:l,

con la
razón excluida

y
disfrazada las más de las veces, y arre-
(11) Miguel de Uruununo: SolilotJuios· y Converst«ÍOfles, cap. II, pág.
90, Espasa-Ca.lpe, Madrid.
(12) P. Eustaquio Guerrero, S. J: Razón y Fe, tomo 128, pág. 348,
Madrid, 1943.
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FEUO A. VILARRUBIAS
metiendo, sí, con «gritos de angustia, acentos de náufrago, lamenta­
ciones de Profeta incomprendido»
(13).
Y en esta tarea ciertamente ni una idea nueva» (14) como el padre Oromi, franciscano, en un
magnífico trabajo

sobre
Unamuno afirma, y

es que
Unamuno am6
apasionadamente, pero
con

amor creador de quimeras y de imposibles;
con figuras preñadas
de contenido llenó sus ilusiones : la religión, Es­
paña y ·1a llllCha tierra de Castilla; pero así como en las dos últimas el
paisaje y la meditación frente a la dureza dé sú's 'perfifes' le impul­
saban a describir y

a
no crear, Unamuno, frente a la religión,_ no qniso
asomarse

al
gran escenario de 'la Revelación y de la Ley Antigua y no
creyó, sino

que
esclava ya su mente en el hontanar de la letra hete­
rodoxa y en política en la cábala
liberal, se encierra en el oscuro in­
terior
y en él contempla angustiado un alma acongojada
y atormen­
tada, en
brazos de

la cual se dispone a crear dioses contra
«el espacio,
el

tiempo
y la lógica» y a entronizar «el sentimiento trágico de la
vida», que es el vivir para morir. De este problema _trascendental, que
le arrastra a
fa ~racionalidad, al proclamar un

día ante lás
águás
del

Mediterráneo, cuya luminosidad espumosa
le arranca el grito de:
«¡ alma pagana!», allá en fa isla de Ma.1100:a, cerca de V alldemosa y en
el
verano de

1916 el
signiente diálogo (anécdota aportada

al_ autor
por J. Estelrich) :
«-La
Aftima vez que morí fue en el año 1865 en Copenhague,
me llamaba S6ren Kiérkegaard. -
-¿Y antes? -le preguntaron.
-Pascal.
-¿Y antes?
-Antes me habla llamado Iñig<> de Loyola.
-¿Y antes?:
-Antes ---'-0.lgnien le dij<>'-, Pablo de Tarso.
-No -respondió Unamllfi<>'-,
eso

sería ya
demasiado».
(13) Rafael de Hornedo: Razón y Fe, tomo 128, págs. 346 y sigs.,
Madrid, 1943.
(14)

P.
M. Oromí, fmnciscaoo: El pe,uam/enti, f;la,ófic• de Miguel áe
Unamuno,
pág. 218, Es¡,osa-Calpe, Madrid, 1943.
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SAN PABLO, EN LOS ESCRJTOS DE UNAMUNO
b) Su obra,
Verti6 su pensamiento -«la grandeza de Unamuho estaba en sus
ideas» (15 )-en una extensa obra que comprende: ensayos, novelas
y poesías, entre cuyas páginas y versos está viYo -'-caun en muerte-,
como muerto
estaba aun

viviendo,
don Miguel de Unamuno,. con su
espectral y errabundo caminar, repleto de sueños y de torturas; su obra
refleja cnn impresionante vivacidad, yo
me atrevo a decir calor y
forma,
la tortnrante duda «del sentimiento trágico de la vida».
Cada novela. es un jirón de su ,;arne; .cada poesía, un quejido amar­
go, amargo y penettante; es un profundo saetazo de un verbo duro y
enjuto, cual la meseta que tanto amó y cuyos versos, «lejos de ser
halago
al oído, resultan con frecuencia tormento» (16).
Decía él a prop6sito de la poesía: «¡ es tan grato para tanta gente
el dejarse adormecer, a un ritmo de hamaca, por una sarta deimágenes
sin más cuerda que la de la rima! Esa poesía sin huesos,. mucilaginosa,
inarticulada,
hace
las delicias
de
los espíritus
de
espUllllljl.» (17).
En efecto, repudiaba él a los espíritus de espumas, quería espíritus
formado,; a
golpes de desengaños, de dolor y de cinceles. El busca­
ba
tan sólo: «el hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere
-11obre todo, muere-; el

que come
y bebe y juega y duerme y piensa
y quiere, el
-hombre que

se ve,
a quien

se
oye» (18), pero jamás hace
mención
a
fa historia de los sistemas filosóficos.
Pero
¿cómo
podía afrontar el trascendental problema para él de
la inmortalidad y de la supervivencia de su yo, de este yo que él afir­
maba: «¡no hay otro yo en el mundo!»
(19), si negaba, con senten­
ciosa
gravedad, la aptitud de la humana
razón para resolver

el mismo?
(15)
Fernández de la Mora, G.: ob. cit., pág. 31.
(16) Rafael de Hornedo: Razón y Fe, tomo 128, págs. 346 y 347, Ma­
drid, 1943.
(17) Id.
(18) Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico ... , pág. 5, Espa­
sa-úlpe, 5J!, edición,

Madrid.
(19) Miguel de Unani.uno: Del sentimiento trágico .. :, pág. 5, Editorial
Renacimiento,
Madrid.
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PELLO A. VILARJ/.UBIAS
Hay en ello, pues, grave contradicción, que el padre Gonzále:z
Caminero,
S.
J.,
la analiza. y con formidable empuje sentiencia: «fuera
de

unas
cuantas ideas genera,les acertadamente
fundadas en el anhelo
de la inmortalidad,
la mayor parte de sus elaboraciones ideológicas
son
fruto de la
imaginación, empleada

metódicamente como
instru­
mento de la actividad filosófica» (20).
De toda su obra nos servirán para el desarrollo de este ensayo
las
siguientes: Del Jentimiento trflgieo de la ",;;J,., Vida de Don Q1li­
jote y St1ncho, Jóvenes y Viejos y El CriJ'!o de Velázquez.
Son obras éstas que recogen ampliamente su «nihilist11» posición
ante Ia ordenada y justa solución providencial del fin del hombre:
Muerte, Juicio, Infierno y Gloria,

posición que
él cataloga
como «el
único
y verdadero problema vital del que más a las entrañas nos
llega, del problema de nuestro destino individual
y personal, de la
inmortalidad del
alma» (21).
Pero
ante este problema

su heterodoxia
le· cegó

y no fue bastante
aquel su
sincerarse en el libro Recuerdos de niñez y de mocedad
al escribir, arrancándolo de su pasado, encerrado entre los huesos
de

su
frente -fríos
de dudas y de tormentos--, aquella confesión:
«eterna memoria
y fecundo surco dejó en nú la Congregación de
San Luis Gonzaga a que pertenecí» (22). Lo que se
calla es que ya
de estudiante en Madrid, con fa· fe precipitada al abismo. de la acan­
tilada
senda que un
mal disfrazado luteranismo le empujaba, despe­
ñado Cristo de su razón y de su corazón, no le su.cedió en el vacío
trono
de

su
mente y corazón, ni siquiera la luterana fe sin obras, ni
una razón sobrenaturalizada. En aquellas horas, el vaclo, la nada, se
asentó en él
y con elfo la duda negativa. Oigámosle y aprendamos su
grito
nihilista: «De 1a barrera acá, todo se explica sin El; de la ba-
(20) P. Nemesio González Caminero, S. J.: «Miguel de Uoamuno,
precursor del exístencialísmo». Revista Pensamiento, tomo '·º• págs, 45S y
sigs., Madrid, 1949.
(21) Miguel de Unamun.o: Del senlimientQ trágico ... , pág. 8, Editorial
Renacimiento, Madrid.
(22) Miguel de Unamun.o: 'f.{ec11erdo1 de niñez y de mocedad, págs.
110 a 115, Espasa-Calpe, Madrid.
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SAN PABLO, EN LOS ESCRJTOS DE UNAMUNO
rrera allá, ni con El ni sin El; Dios, por Jo tanto, sobw> (23). Este
texto, del

capítulo VIII de
su obra El sentimiento trágico de la vida
en los hombres y en los pueblos croo que e,oplica con una claridad
diáfana que todo cuanto él
escribió· con anterioridad, o posterioridad,
eo esta obra, no es nada más que un· disfraz completo de su ateísmo
integra:!, de su paradoja dualista, que a voces hace dudar de su pos­
tura intelectual, con atisbos de ficción y de cruenta duda.
Pero
prosigamos sus

confesiones
en el
libro
Recuerdos de niñez
y de mocedad, visión de su pasado, y observémoole cuando cierto
día entra
eo un templo; así se expresa: «al amtllo del armonio, me­
cida en sus sones lentos ... , mi pobrecita imaginación soñaba en
quietud.
»--¿Y
quién no soñó alguna vez con ser santo?» (24).
Este es Unamuno, soñar, soñar la santidad, la tragedia, la inmorta­
lidad, Dios, el
más allá, soñar siempre y olvidarse de la razón y de
dirigirse a
Dioo, sin

tanto intelectualismo
ni quiméricos molinos

de
viento, que
para hablar con El basta invocar:. «Padre nuestro, que estás
en los cieloo». Pero don Miguel prefirió, como él· mismo anhelaba,
«un continuo fluir de ilusiones, en renovación perpetua, empezando
a

vivir
cada día.

¿Cuándo
destansaré, Dioo mío?, ¿cuál será mi postrer
anhelo?, ¿éste,

el
de ahora? ¡Dioo lo qniera!» (25). Pero ruando así
razonaba era

en
los primeros tiempos de estar en aquel Madrid que
sería osario de su fe, trocada ésta por el p)ato de unas lentejas inci,
pientes que desde Copenhague Je ofrecían. A Cristo anteponla un
embrionario
existencialismo.
Bieo puede afirmar el padre Joaqu.in Iturrioz, S. J., que Unamuno
es el
«hombre que

traicionó la
fe antigua católica de sus padres y
prefirió guiarse a la luz de los luteranos para vivir siempre torturado
e inquieto en incesante tormento vital»
(26).
(23) Miguel de Unamwio: Del sentimiento trágico de la vida ... , capí.
tulo VIII, pág. 163. Editorial Renacimie:ito, Madrid.
(24)
Miguel de Unamuno:
Recuerdos de niñez y de moce(lad, págs_, 110
y sigs. Espasa-CaJpe, Madrid.
(25) Miguel de Unamuno: Recuerdos de niñez y Je mocedad, pág. 12_1,
Espasa-Calpe, Madrid.
(26) P. Joaquín lturrioz, S. J.: «Crisis de religión de Vnainuno joven»,
Razón y Fe, págs. 103 y sigs., tomo 128, Madrid, 1943.
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FBUO A. VILARRUBIAS
Y, en efecto, su sed de inmortalidad no la sació en el «agua viva,
de
la que quien
bebiere nunca jamás

volverá a tener
sed; antes el
agua que

Yo le daré vendrá a ser dentro
de él un manantial de agua
que saltará sin cesar hasta la vida eterna>> (27).
Unamuno
se contentó con
ser sólo precursor del
existencialismo
y en
escribir «el sentimiento

trágico de la vida»,
«versión muy
libre
del
pensamiento de S6ren Kierkegaard a través de un pensador ca­
tólico liberal, según escribe W alter Lowrie en la
página octava
de su
obra
Kierkegaard, y finalmente, en ser además «el mayor hereje es­
pañol de
los tiempos modernos», en acertado juicio del P. González
Caminero,

S.
J. (28).
e) Su influencia,
Unamuno no creó filosofía, ni pensamiento alguno, con fuerza e
impulso
capaz de
iniciar
r generar un movimiento dentro del campo
de
la Filosofía, puesto que sn originalidad, aun siendo extraordinaria,
es

nnla, por cuanto sus
obras no
aclaran ningún punto propuesto, y
sus
dudas, preguntas, perplejidades y paradójicas exclamaciones son co­
munes a todos los tiempos y países. Pregunto yo ohora: ¿Es que
jamás la

humanidad ha dejado de dudar en algo? ¿No dudaron nues­
tros primeros padres ante el árbol del
bi'en y del' mal?·

¿No interro­
garon los

israelitas a Dios
ante: el
Tabernáculo, antes de sus
empresas
y

conquistas? ¿No son inumerables las perplejidades que la humani­
dad ha experimentado
en su cotidiana luéha? Escrito está

en el Evan­
gelio:
«Si eres

hijo
de Dios, desciende de la Cruz y sá,lvate» (29),
y,
por paradoja, aquellos fariseos añadían: «Has salvado a otros
y no
te
salvas a

ti mismo» ( 30).
El
creer o pretender hacer

creer a nuestro tiempo que
el pensa-
( 27) San Juan N, vers. 5-12.
(28)

P. Nemesio
Gonzále> Caminero, S. J.: «Miguel de Unamuno,
precursor del existencialismo». Revista Pensamiento, tomo '·º• pág. 545,
Madrid, 1949.
132
(29) San Mateo: cap. XXVII, vers. 40.
(30) Id.

XXVII, vers. 42.
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SAN PABLO, EN LOS ESCRITOS DE UNAMUNO
miento se alumbra o -engrandece con la obra unamuniana es falso.
Julián Marias, que siente po< él un atractivo sincero-en su obra
Miguel de Unamrmo escribe: «Unamuno nos muestra el espectáculo
dramático y profundamente instructivo del hombre que aborda de un
modo extrafilosófico, o si se quiere, prefilosófico, en
el problema
de
la Filosofía» (31). «Unamunó, a la manera de otros pensadores,
como Kierkegaa,d y Bergson, no tiene la ra.wn por apta para resolver
ni aun comprender estos problemas (inmortalidad, metafísica
h re­
nuncia a utilizarla para tal menester y se confía en el sentimiento de
la
realidad del

problema mismo, que resuelve morosamente en la pro­
pia mortal
angustia>> (32).
Y creemos que en este siglo, cuando tantos sistemas filosóficos,
politicos, sociales, raciales, religiosos
incluso, están de regreso de sus
errores
y los santones de tantas escuelas son incinerados por la llama
de la Verdad, es
retroceder estúpidamente

el acudir a esta menguada
fuente, donde 'Sólo nos

espera un atildado lenguaje, rico en expre­
siones:
«creado al

impulso de sus preocupaciones
espirituales» (33),
que sobrevivirá, esto es cierto, para gloria y llanto de la lengua cas­
tellana, de

esta Castilla que tanto amó y
tan bien comprendió; que ella,
agradecida, Je dio de
su· pecho a beber con ,tanto cuidado, que le ali­
mentó con el mejor verbo de finales del siglo
XIX y primera mitad
del siglo xx de nuestra literatura.
Pero si, por una parte, lo negativo es contundente, también debemos
aproveohar la

lección positiva que nos ofrece:
la lucha

consigo mismo,
luchando
po< ser o rebelándose por ser, en insatisfecho anhelo de,
sin ser, siendo.
Creo que esta actitud es de franca meditación, tema de intima
confidencia.
¡ A lo que llega a ser el ser cuando aquél no va acorde
con

el fin para él
cual ha sido creado ! Antagónica posición a la que
San
Pablo
marca a

los Filipenses en su Epístola :
·«Yo• sigo mi carrera
para ver si alcanzo aquello para lo cual fui destinado po< J esucris-
(31) Julián Marias: Miguel de Unamtmo, pág. 220, Espasa-Calpe, 1943.
(32)
Id.
(33) Rafael

de Hornedo:
Razón y Fe, pág. 246, tomo 128, Madrid, 1943.
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FELIO A. VILARR.UBIAS
to» (34), y que se complementa en lo que dice a los Hebreo&: «entra­
= en el reposo fos que creímos» (35).
Pero Don Miguel no siguió su carrera hacia «aquello» sino que
cubrió
su incredulidad desesperada con una túnica evangélica, en cu­
yos pliegues
la obra de San Pablo ocupa un lugar preeminente, pero
que en definitiva es «morbosa tendencia», como afimla el ya citado
padre
González Caminero.
Esta túnica la tejió coo fino lino, tramándola coo frases sopesa­
das: «Sin vida interior no
la hay
exterion>
(36). Que no sea este
interior un sepulcro blanqueado por fuera, pero hediondo en su inte­ rior, porque el hombre que surgirá de él será espantoso, trágico, cuyo
intelectualismo farisaico le hará
más temible cuanto más osado u
original se presente. Consideración que nos
presentará la cuarta parte
de este Ensayo.
d) Valoración unamuniaru, de los escrito• de San Pablo.
Aquí surge el punto esencial que nos adentra en el tema pro­
puesto. ¿Por qué escoger este tema:
San Pablo en los escritos de
Unamuno? Nos lo esclarecerá
el propio Unamuno en el capitulo VII
de
la segunda parte de

su obra
Don Q11i¡o1e y S,mcho, al decir:
«las inquietudes

del áogel son mll veces más sabrosas que
no el reposo
de la
bestia», y

en esto sí que
¡amlls don Miguel descendió de la
palestra para aquietar su espíritu mezclándose con la bestia.
No,
él intentó huir del estiércol; elevarse alto
hacia e! más allá,
y
forzosamente este

hombre inquieto debía dar con el gran Apóstol de
los gentiles, esta
otra alma inquieta, pero inquieta, sí, en la «pelea a
fo divino» (37), como nuestro inmortal manco señala a los cuatro
celestiales personajes del retablo que viera nuestro señor Don Qui-
(34) San Pablo: Filipinses III, vers. 12.
(35) Id, Hebreos IV, vers. 16.
(36) Miguel de Unamuno: Vida de Don.1 Quijote y Sancho, cap, XXV,
pág. 105, Espasa-Ca,l¡,e, Madrid.
(37) Miguel de Unamuno: íd., cap. LVIII.
134
Fundaci\363n Speiro

SAN PABLO, EN LOS ESCRJTOS DE UNAMUNO
jote de la Mancha: San Jorge, San. Martín, San Diego Matamoros y
San Pablo.
Aquí es donde
San Pablo se cruza en el camino inquieto de Una­
muno, «en la. pelea

a lo divino», pero así como el Santo
peleaba y
moría para resucitar en Cristo, el hereje Unamuno peleaba y afirma­
ba: «hasta ahora no sé foque conquisto a fuerza de mis trabajos» (38).
En esto está el grave error de la tragedia de nuestro Unamuno, en:
«¡ser, ser siempre, ser sin término!; ¡sed de ser, sed de ser más!;
¡hambre de Dios!» (39). Y no quiso despojarse del hábito del hom­
bre viejo «que se corrompe siguiendo las
concupiscencias de
la
seducción
y a renovarse en el espíritu de nuestra mente y revestirse
del hombre nuevo creado sobre el ideal de
Dios y la justicia y san­
tidad de la verdad» ( 40). Pero este consejo, dado a los Efesios por
San Pablo, Unamuno no lo siguió; dudó; no trocó
su vestidura por la
del
«hombre nuevo» y prosiguió vociferando por los desiertos, inmó­
viles, del laicismo:
«¿qué

vida es ésta si esperarnos sólo
a lo que
sea cuando no seamos?»
Expuestos estos
cuatro puntos, que a.ciaran el porqué, cómo y
cuándo de la presencia de la obra pauliana en los escritos de Una­
muno, abordemos el
tema propuesto:
San Pablo, en los escritos de Uruununo.
El Apóstol de las Gentes, nuestro Pablo, paradójicamente, ates­
tigua, al

igual que las aulas salmantinas, la íntima tragedia del enfer­
mo
pensamiento de

Unamuno,
enfermo de
espíritu
y de razones;
así

pudo decir:
«El hombre,

por ser hombre, por tener conciencia, es
(38) Miguel de Unamuno: íd., cap. LVIII, pág. 427, Espasa-Calpe,
Madrid.
(39) Miguel de Unamuno: Sentimiento trágico de la vida ... , pág. 45,
Editoria:l Renacimiento, Madrid.
( 40) San Pablo: Efesios IV, vers. 22-24.
135
Fundaci\363n Speiro

PBLIO A; Vll,ARRUBIAS
ya, respectó al burro o a un cangrejo, un animal enfermo; la concien­
cia es una enfermedad». ¡Qué distínto destino le asigna el hereje al
hombre del que le
ofrece el
apóstol Pablo, tras resucitar en Cristo,
ya «hombre nuevo»! :
1.2 la incorruptibilidad;
2.2 la
impasibilidad
o inmortalidad;
3.2 la claridad radiante de la hermosura, y
4.2 la energía vigorOBa en la acción y el movimiento.
Unamuno, en su
desazonada carrera
tras los ideales de la Inmorta-
lidad
y el de Castilla, .unió el religiOBo y, dentro de éste, el místico,
cuyo conocimiento le encaminó hacia un estudio amplio de la Sa­
grada Escritura, como fielmente testimonia su obra
Et Cristo de
Velázquez, <<¡en ese Cristo que está muriéndose sin acabar de mo­
rir!»
(41), verso de bíblico lenguaje y de pauliana inspiración.
Las Epístolas de Pablo aparecen en sus versos dejando un sabor
de naufragio y destierro que
hiela .el ánimo

del lector, y es que Una­
mu"no era

«el hombre viejo» que no intentaba resucitar para obtener
1a inmortalidad, sino que, muriéndose en trágica
postura, creía

ha­
llar su
inmorta:lidad. ¡ Huía de Damasco, le aterraba oír «Saulo,
Saulo ...
» !
La inmortalidad perseguida por Unamuno es falsa y ficticia, no
tiene base alguna, por esto el amargado cátedro dice:
«Han vencido
a
los siglos por su fortaleza las causas de
106 muertos,

no las de los
vivos» ( 42). El era
una casa

donde se albergaba la muerte en contraposición
a la casa de los vivos,
Temple, del

Espíritu Santo, como debe ser el
cuerpo del cristiano;
<
son templo del Espíritu
Santo», así nos enseñaba el Apóstol en su Epístola a los Corintios
(43).
(41) Miguel de Unamuno:· Del sentimiento trágico ... , pág. 74, Editorial
Renacimiento, Madrid.
( 42) Id.: Del sentimiento trágico ... , pág. 46, Editorial Renacimiento,
Madrid.
(43) San Pablo: Corintios VI, vers. 19.
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Fundaci\363n Speiro

SAN PABLO, EN LOS ESCRJTOS DE UNAMUNO
Un surco profundo marcará en la árida, pero no estéril, llanura
unamuniana,
para indicar con él los campos opuestos;

en
el de la
diestra coloca.remos a San Pablo, y en la si.niestra a Miguel de Una­
muno, no para cotejarlos, que el Apóstol no necesita de
este pensa­
miento

vano
para valorarle. Su apostolado basta, según nos previno en
su Eplstola a· los Colosenses : «Estad. sobre aviso para que nadie os
seduzca por medio de una Filosofla inútil y
fala2 y
con vanas suti­
lezas, fundadas en
la tradición de los hombres, conforme a las máxi­
mas del mundo y no conforme a la doctrina de Jesucristo» ( 44),
sino que ló anteponemos, para perpetuo restimonio de contradicción
entre la luz y las tinieblas, de la Fe y de la duda, de fa resurreción
del

< y de la muerte del «hombre exterior». A este
propósito, don Miguel transcribe de
k Eplstola a los Corintios lo
siguente:
«Nuestro hombre

exterior se va desgastando, pero
el interior
se

renueva de
dla en día» (4~), a lo queUnamuno antepone: «Acon­
gojados al

sentir que todo
pasa, que pasamos nosotros, que pasá lo
nuestro, que pasa cuanto nos rodea, la congoja misma nos·_ révela el
consuelo de lo que no ·pasa, de lo eterno, de lo hermoso» ( 46), pero
cuando cree
hallar este

consuelo,
tropieza ante:

«el escándalo de la
Cruz» ( 47), «el de un Dios que se hace hombre para padecer y mo­
rir» (

48).
Era
el prejuicio de su asfixiada existencia, sin aires de reno,ración
~rehula la fuerza
sacramental-,

con
los miembros
adormecidos, con
las entrañas yertas de fe y de Cristo, lo que
Je hacía tropezar y no
levantarse;
eta el e.-ceplis1110 que Je roía su alma, lo que no pudo
negar, y que
justificaba diciendo:

«El esceptismo vital viene del
cho­
que

entre la
ra2ón y el deseo, y de este choque, de est ( 44) San Pablo: Colosenses II, vers, 8.
( 45) Corintic, IV, vers. 16.
( 46) Miguel de Unamuno: Del' sentimientó trágico ... , pág. 20'.5, Editorial
Renacimiento, Madrid.
( 47) Miguel de Unamuno: Del sentimiento trJgico ... , pág. 205, Editorial
Rena.cimiento, Madrid,
( 48) Miguel de Una.muno: Del sentimiento trágico ... , pág. 205, Editorial
Renacimiento, Madrid.
137
Fundaci\363n Speiro

PELIO A. VILARRUBIAS
la desesperación y el esceptismo, nace la santa, la dulce, la salvadora
incertidumbre, nuestro supremo consuelo» ( 49). Unaruuno se preguntó a sí
mismo: ¿cómo será la

vida futura?
¿Cómo resucitarán

los muertos? ¿Con qué
ruerpo vendrán? Estas
tres preguntas, a las que San Pablo da respuesta completa en sus Epís­
tolas I y II a
loo Corintios, la de loo Efesios y la de los Colosenses,
«no

aclaran -dice
Unamuno--el

misterio»,
y ¿por qué no?, pre­
gunto yo. Antes de nuestra respuesta
expongamos la doctrina

pau­
liana., que Unamun.o aprisionó entre su < con el Evangelio ----<¡Ue es paz y serenidad- a su locura existenciaJ
----<¡ue
es

anarquía e inestabilidad-;
San Pablo escribió: «Mas dirá
alguno:
¿cómo resucitan los muertos?,
¿y con qué linaje de cuerpo se
presentan? Necio, lo que tú
sietIDras no
cobra vida si primero no
muere, Y
lo que siembras no es el cuerpo que ha de ser, sino un
simple grano, pongo por caso de trigo o de alguna de
las otras
semi­
llas. Y
Dios Je da un cuerpo como quiso y a cada una de las semillas
su propio cuerpo, no toda carne es una misma came, sino que una es
la carne de los hombres, otra fa carne de las bestias, otra la carne de
las aves
y otra de los peces. Hay también cuerpos celestes y cuerpos
terrestres,
y uno es el esplendor de los cuerpos celestes y otro d de los
terrestres,

uno el esplendor del
sol y ollro es el esplendor

de la luna,
y
otro, el resplandor de las estrellas. Porque una estrella se aventaja a
otra estrella en esplendor, así también será la resurrección de los
muertos. Siémbrase en

corrupción,
se surge
en incorruptibilidad;
siém.­
brase

en
vileza, surge
en gloria; siémbrase en debilidad, surge en
vigor;
siémbrase cuerpo animal, surge cuerpo espiritual; si hay cuer­
po animal, le hay
también espiritual. Así también está escrito: fue
hecho el primer hombre

Adán
alma viviente; el último Adán, espí­
ritu vivificante. Ahora que no
es primero
lo espiritual sino lo animal:
luego
lo espiritual ... Esto digo, hermanos: que la carne y sangre no
puede heredar el reino de
Dios ni

la corrupción heredar la
incorrup­
tibilidad. Mirad, os voy a

decir un
misterio: no

todos
moriremos, pero
todos seremos transforma.dos, en un instante, en un pestañear de ojos,
(49) Miguel de Una.muo.o: Del sentim;ento trágko ... -, págs. 132 y sigs,
Editorial Renacimiento, Madrid.
138
Fundaci\363n Speiro

SAN PABW, EN WS ESCRITOS DE UNAMUNO
a:! son de 'la última trompeta; pues sonuá la trompeta y los muertos
resucituán incorruptibles y ll050tros seremos transformados» ( 50).
Y
también en

la propia Epístola añade:
«el último
enemigo que
será
destruido es la muero!>> (51). En la de los Colosenses, y en su capí­
tulo II, v. 20:
«Si moristeis

con Cristo a los rudimentos
del mundo,
¿por

qué,
cual si -.ivieseis en el mnndo, os dejá;s imponer leyes?» Y
en la de los Efesios, en la que nos habla de la unidad de los hombres,
todos en Cristo, después de morir en la
cune y resucita, _con El en el
espíritu. A este admirable conjunto
de. doctrina.
de la verdad univer­
sal, Ununnno, regado sobre su montura atea,

no ve el problema
de la
resurrección
y de la inmortalidad más que como un problema tan
doméstico que casi reduce su
duda. a
una inquietud privada
y burguesa:
«lo que en
rigor anhelamos pa,a después de la muerte es seguir vi­
viendo esta vida, esta misma vida. mortal, pero sin más males, sin el
tedio y sin la muerte» (5 2).
¡ Qué tristeza, qué amuga desilusión es pa,a el admirador de
Unununo esta liberal y mezquina concepción del más allá! ¿Cómo
no
trascribió de

la propia Epístola
l a los Corintios y del propio ca­
pítulo XV los versículos 21
al 24?: «Pues ya

que por un hombre vino
la muerte, también por un Hombre la
resurrecci6n de los muertos.
Porque

como en Adán todos mueren,
así también en

Cristo
todos se­
rán

vivificados. Cada uno en su propio orden :
las primicias,
Cristo,
después los de Cristo en su advenimiento» (
5 3).
Creo que si Unamuno hubiese penetrado el camino de la Fe
por entre
textos del Apóstol, y no por los de la soberbia, también
para
gloria de
él y de la Castilla de Teresa, Ignacio, Don Quijote y
Sancho hubiese «sido vivificado en Cristo», «siguiendo cada. uno
en su propio
orden>> (

54).
Hemos tocado el ,tema fe, y es curioso que él, que anota en su
obra
El .rentimknto trágico de k, · vida la definición que San Pablo
(50) San Pablo: Corintios 1, cap. 15, vers. 35 al 52.
(51)
Id.: vers. 26.
(52) Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico de la vida.
(53) San Pablo: Corintio-1 I, cap. 15, vers. 21. al 24.
(54) Id.
139
Fundaci\363n Speiro

FELIO A. VILARRUBIAS
da a ]os hebreos sobre la Fe: «es la Fe una convicción de las cosas que
se esperan, argumento de
J:as que no se ven», se pierda en la desc­
rientación
e incertidumbre y describa a renglón seguido: «creer en
Dios es hoy, ante todo y sobre todo, para los creyentes intelectuales,
querer

que Dios mta» (
5 5 ).
Que

Unamuno leyó la Epístola
I a los Corintios y las otras ano­
tadas es
ciertísimo, pero

otra
vez rehúye el camino de Damasco;
no es de
luz para él; prefiere las tinieblas nórdicas durante su vida,
«¡encrucijadas!» como
él llama.
A
'las E

pistolas· citadas siguen· la de los romanos, gálatas, tesalo­
nicenses, y van desfilando una
tras otra, ¿y qué diríamos de cada una
de sus citas?,
¿y de las anotaciones a las mismas de nuestro hetero­
doxo?
En un lado del campo partido se resucitó a lo «divino», después
de enterrar
la semilla: «¡Necio -decía San Pablo--, lo que tú
siembras no cobra vida, si primero no muere!». En el otro se prefirió
una inmortalidad burguesa de «entente cordial
e>>.
¿A qué se debe, pues, este caos? La respuesta· está en su: libro
Viejos y f6venes, páginas 150 a 154, cuyo texto enunciaré no sin
el dolor de lo estéril:
A$i que Pablo de Tarsc dio al mundo sus Epístolas, no eran ya
suyas, sino de todos, del común
acervo, del
patrimonio de la huma­
nidad,
y podía él entenderlas y sentirlas de muy distinto modo de
como las había
sentido y entendido el mismo Apóstol de los gentiles.
Confundió Unamuno, esta es la verdad, a
San Pablo con un dis­
dpulo
de las escuelas helénicas, estoica, epicúrea,
sofística, etc.
A
él qué

le importaba. Sólo
que era más grande

en ciencia y
más pro­
fondo en saber. Pero

el horror
unamuniano a

la
Tecilogla, que
le
hacia exclamar,

respecto a la Suma Teológica, que era un
«monu­
mento

de
la abogacía católica», Je impidió contemplar el Misterio
Divino que
tras las frases

de
San Pablo se encerraba_
A la
Apocatástasis paulina,
Unamuno pretendió superarla con
su verbo deshollador y de «incomprendido profeta»; y gritó «inútil
(55) Miguel de Unamuno:-Del .rentimientQ trágico ... 1 pág. 196, cap. IX-,
Editorial Renacimiento, Madrid.
140
Fundaci\363n Speiro

SAN PABLO, EN LOS ESCRITOS DE UNAMUNO
querer conocer lo de Dios por razonamientos didácticos, por teolo­
gía, por lógica; una Teología es una contradicción íntima porque
riñen el

theos y la logía; no sirven razocinios
para llegar
a Dios. Y
recordó a
Kant y

su trituración de
· las
supuestas
pruebas lógicas
de
Dios y como
había caído· en

su
espíritu todo este andamiaje de una
creencia
metodológica, espiritual y no intelectual; pragmática y no
psíquica. La prueba ontológica,

la cosmológica, la
metafísica, Ia ética,
toda

se
había derrumbado en

un
tiempo· de

su mente;
y con ellas
aquel Dios de la
razón. Todo

aquel racionalismo teológico se había
venido a tierra· en su espíritu con· estrépitó interior, aunque no tras­
cendiera destrozando no pocas tiernas flores del alma en su derrumbe
y cubrierido el súelo de estériles
escombroo».
Pero

lo de
Unamuno es pasajero y estéril; la «Manca llama
de
fuego que devora»
había ya

clamado al Uuiverso
y la Victoria es­
taba en
él, por la gracia de Jesucristo: «Despojaros respecto de vues­
tra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo las
concupiscencias de la seducción y a
renovaros en
el
espíritu de
vuestra
mente y revestiros
del hombre nuevo creado sobre el ideal de Dioo
en
la justicia

y santidad
de la verdad» (56).
Y el Unamuno que
«nunca tembló
ante·el infierno>> (57) y que no queria morir: «No
· quiero morirme,. no, no qui_ero ni quiero quererlo, quiero viv~r
siempre,

siempre, siempre,
y vivir yo, _este pobre yo que me SC!Y y_ me
siento ser ahora y aquí y por esto me tortura el problema de la dura­
ción de mi
alma, de la mía propia» (58). Este hombre, que no quería
morir

por no resucitar en Cristo, queda arrinconado
y aplastado
entre

sus
desesperoo existenci:tles y sus apocalípticos quejidos, ence­
rrado en la
heterodoxia, bajo

los pies del
Apóstol que
él tanto admiró
y estudió, pero al que no obedeciq por no morir viviendo y resucitar
muriendo
en Cristo

Jesús, en cuyo morir habría hallado la inmorta­
lidad que tanto ansiaba
y la resurrección que tanto esperaba. Resu-
(56) San Pablo: Efesios IV, 22-24.
(57) Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico ... , pág. ,o, F.ditorial
Renacimiento, Madrid,
(58) Miguel de Unamuno: Id.
141
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PEUO A. VILARRUBIAS
rreción que afirmaba al Ap6stol a un nuevo vivir: «Ya no vivo yo;
es Cristo, qlle vive en mí».
Unamuno, al que se le había escapado de sus manos el alma, de
esta alma que decía el
Rey Profeta: «mi alma esti siempre en mis
manos,
Scñon> (59), negaba en
su sed de inmortalidad ¿Ficción?
¿angustia real? al igual que a Dios,
y en su lugar creaba un fantasma
intelectual: «A Dios 1o creamos

los
intelectuales», pero el dios de
Unamuno
era pnra entelequia panteista y el de Pablo era Cristo Jesús
con cuya Persona el Padre y el Espiritu Santo forman la Trinidad,
que es el Camino, la Verdad
y la. Vida de todos los siglos.
En

esta figura literaria del Dios de Unamuno, que nne a
Kier­
kegaard, Freu.d, Nietzsche, con

el hegelianismo de
Feuerbach, Carlos
Marx

y Lenin, debemos entender la gran crisis y la catastrófica
apos­
tasía

desencadenada
en Europa,

en esta
hora postconciliar,
que es la
hora del
«modernismo», hc,r de los cristiano, por el sodttlismo, ayer
por los
juegos intelectuttles de los agnósticos existencialistas.
Dramitica enseñanza de

los falsos
,Uderes que
ahogan el grito de
la auténtica libertad que sale del Apóstol Pablo .«Sólo la Verdad os
hará libres» frente a la negación aplastante y cruenta de la libertad
y de la
inmnrtalidad, que

arrastra
el grito marxista: «La religión
es
el opio del pueblo» (Véase Crític" de l" Filosofía del Derecho de
Hegel, en la que Marx dice: «La religión es el suspiro de la criatura
agobiada, el estado de ánimo de un mundo sin
corazón») (60).
Pero

en esta
hora, también
de revisiones, de la figura.
humanística
del
rector

salmantino quedará
para siempre la figura. cierta de aque­
lla
mística contemplación,

trasfigurada en
versos, que
fue su
poe­
ma: Cristo de Velázquez, haciendo realidad su pensaruiento: < sirven
raciocinios para llegar a Dios» ( 61), porque en su angus­
tiada espera, ya sin
ficciones, lo había alcanzado en su corazón ...
142 ( 59) Salmo 118.
(60)
Tierno Galván. E.: Anto/og/a de Marx, Madrid, 1972, pág. 34.
(61) Véase página núm. 17.
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