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España y el fascismo

ESP~A Y EL FASCISMO
POR
GoNZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA
l. Estado de la cuestión
Desde los años veinte hasta los sesenta casi todo lo escrito sobre
el fascismo tiene un
carácter detractor
o apologético; pero a
¡,artit
de entonces y, sobre todo, en la última década la bibliografía ha ido
ganando neutralidad
y volumen. La creciente objetividad de los análi­
sis se debe
al agotamiento dialéctico de la fórmula excomulgatoria, •
la

decadencia del
método marxista, a

la consunción de muchos viejos
resentimientos, al acceso de generaciones no comprometidas con la
cuestión
y a los progresos de la sociología. Y el creciente interés de
los
estudiosos tiene su origen en
la saturación de marxismo, en la
crisis de las ideologías y de los modelos constitucionales, y en las
posibilidades de renovación académica que ofrece el ,estudio
científico
de

un asunto hasta ahora tan politizado.
Hoy, el fascismo es uno de
los tópicos
más vivos de la politología occidental (1 ). La literatura
española sobre la materia es muy escasa (2)
y, salvo excepciones, des­
vinculada
del debate universitario. Este estudio sólo aspira a iniciar
la aproximación española al tema sin apriorismos y con un método
empírico que
excluye los

juicios de valor; nada más lejos de la loa
y de la diatriba. No se trata de hacer política, que es, aunque vetus­
tísima, un arte, sino politología, que ,es, aunque joven, un saber.
( 1) Entre otros congresos y seminarios internacionales sobre el fascismo,
se han celebrado los de 1967 en la Universidad de Readiog; de 1969 en la
de
Praga; de
1975 en la de París; de 1978 en la de Berkeley, y de 1980
en Roma bajo los auspicios de la Universidad de Berkeley y la Fundación
Volpe.
(2) Vid. Muñoz Alonso, Adolfo: Un penslldor para 11n t,11eblo, Madrid.
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Fundaci\363n Speiro

GONZALO PERNANDEZ DE LA MORA
II. Concepto de fascismo
Los primeros grupos de acción, llamados fasci, fueron creados por
Mussolini, a fines de 1914, para promover la intervención de Italia
en
la I guerra mundial, y fueron transformados en fasci di combatti­
mento, a principios de 1919, para conquistar el poder. De ah! sur­
gieron
una serie de derivados verbales como el ep!teto castellano
«fascista» y el sustantivo «fascismo», morfológicamente idénticos a
los italianos. Inicialmente, el fascismo o ideario pol!tico de los fa.rci
fue poco más que un talante y unas consignas elementales. El propio
Mussolini confesó que en 1919 «no habla en mi espíritu ningún plan doctrinario» (3). La doctrina la elaboró con sus colaboradores -entre
los que figuraba el gran
filósofo Gentile,

asesinado en 1944 por una
banda antifascista-
después de

la marcha sobre Roma
y a un ritmo
relativamente pausado. En el Fascismo la acción precedió
a la
teoría.
Siguió en esto la tradición decisionista de Napoleón: «On s'engage
et
puis ... on voit».
El vocablo «fascismo» tiene tres tipos de siguificaciones, que fre­
cuentemente se entrecruzan : la oficial, acuñada
por los pensadores del
partido; la polémica, arbitrada por los adversarios políticos ;
y la
politológica, elaborada por los estudiosos ( véase el cuadro sinóptico).
La primera, que es la más antigua puesto que se remonta a la se·
gunda década del siglo, es la del Fascismo con mayúscula de nombre
propio, o sea corno realidad individual. Para llegar a este concepto
se
impone

un análisis crítico de la
teor!a of.icial (

4)
y su minucioso con-
1969, y la bibliografía citada págs. 415-441. También Pastor, Manuel: Lm
orígenes del _fascismo en España, Madrid, 1977.
(3) Mussolini, Benito:
La doctrina del fascismo, trad. esp. Salamanca,
s. a., pág. 25.
(4) Citaré entre los títulos fundamentales, G. Gentile: Che cosa e iJ
Fascismo, Florcincia, 192°'.5; E. Coxrandini: 1J naziona/ismo italiano, Milán,
1929; G. Bartollotto:
Dottrina ·del fasciJmo, Milán, 1939; N. Evola: Origini
e

dottrina del
Fascismo, Florencia, 1935; S. Panunzio: TeorJa genera/e dello
Stato fascÍJta, Padua, 1937; A. Canepa: Sistema di dottrina del Fascismo,
Roma, 1937, y C. Costamagna: Dottrina del Fascismo, Turín, 1940. Vid. la
obra de Ferri y

otros:
BibUografia dello slaio fascisla, Milán, 1935.
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:g ~
DEFINICIONES
DE FASCISMO
Politológica.J
GENÉRICAS
Partidistas
Categoriales
1
axiológicas sociológicas políticas: totalitarismo
E
ti .
¡ inducción
italo-gennana
nu.m.eta
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al
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l
contexto histórico
Causales gran capital
clases medias
¡
retrospectivas
(prefascismos)
contemporáneas
prospectivas
(neofascismos)
INDIVIDUALIZADAS:
el
Fascismo italiano

lógicas
¡
éticas afectivas
l
sociedades masificadas
sociedades capitalistas
sociedades desarrollistas
~ ~ '<: !'1 ~ i
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
traste con las efectivas realizaciones del régimen italiano, El método
adecuado es, básicamente, el descriptivo. El resultado será una noción
histórica y evolutiva porque se refiere a wi proceso que se ha realizado
en el tiempo y en función de
las circunstancias.
En los
últimos años,
la historiografía, singularmente
la italiana, ha avanzado notablemente
en esta línea.
La segunda acepción, muy posterior, es
la del fascismo como con­
cepto abstracto general, aplicable a diferentes situaciones de hecho;
pero construido no con criterios. científicos, sino políticos, y, por lo
tanto, el producto es rudimentario. Según esta acepción, el fascismo
es un derechismo
extremista y -.iolento, dentro del cual se llega a
englobar fenómenos tan dispares como el nacionalismo social alemán
y el corporativismo lusitano. Esta significación se impone lentamente.
Hasta 1933 no hay
más fascismo que

el italiano y, salvo algunos mar­
xistas inspirados por la III Internacional, nadie piensa que se trate
de un modelo político de aplicación general. Al llegar Hitler
al poder
se

empiezan a establecer paralelismos entre el nazismo y el fascismo. En
España, atestigua Eliseda que en 193
5 había dos bandos, la derecha y
los revolucionarios, y que éstos «llaman a los primeros genéricamente
fascistas y a sí mismos antifascistas» (5). Pero cuando se consolida
internacionalmente el calificativo de fascista para denominar situaciones
varias es en 1936. Y esto acontece porque la guerra civil española,
iniciada el 18 de julio, divide a las potencias en dos bandos,
y porque
el
25 de octubre se firma el tratado que crea el Eje Roma-Berlín.
Entonces se generaliza entre las democracias occidentales
y entre los
marxistas el uso de llamar
fascistas a

los nacionalistas españoles
y
a Italia y a Alemania, que los apoyan y que amenazan la hegemonía
anglofrancesa en Europa y las
"'Pettativas frentepopulistas.

Cuando
el 1 de septiembre de 1939 se inicia la II guerra mundial, el fascismo
se convierte para los aliados,
y veintiún meses después para los rusos,
en sinónimo de enemigo,
y, lógicamente, su propaganda bélica exco­
mulga

todo lo previamente etiquetado como fascista, o seas como
(5) Eliseda, marqués de la:· Ftmismo, catolicismo, monarquía. San Se­
bastián, 1935, pág. 123. El autor ~edi~a un capítulo a destacar las «diver­
gencias fundamentales» (pág. 172) entre el fascismo y el nacionalsocialismo.
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ESPA1vA Y EL PASCISMO
mortal adversario. ¿Por qué se prefirió «fascismo>> a «nacionalsocialis­
mo»?
En parte, porque aquél fue, cronológiramente, el primero y, en
parte, porque lo de «socialismo» dificultaba una agresión directa desde
la
izquierda. Como

escribe el
trotskista Guerin, el fascismo «es la
palabra
mágira que

hace
alzarse a

los trabajadores contra el
hitleriS:­
mo»

(6).
Las guerras comportan tales sufrimientos y sacrificios que eioigen
una suprema justificación

moral.
En el fondo, todas tieoden a ser
guerras santas o cruzadas. Los
países del
Eje
decian que
luchaban
por
el espacio vital. Y los aliados, entre los que paradójicameote se en­
contraba la Unión
Soviética, proclamaban
que
combatían por
la liber­
tad contra el fascismo. Sin la guerra de España
y, sobre todo, sin la
· guerra

mundial,
el fascismo es muy probable que hubiera sido, como
el bonapartismo, un concepto histórico limitado a una nación y no
habría sufrido el proceso de diabolización a que
lo sometieron sus
vencedores.
Después de la Il guerra mundial, el calificativo de fas­
cista sirvió
para estigmatizar

a
los adversarios del

interior
y del ex­
terior,
y lo emplearon con especial asiduidad los comunistas para
lograr

la
tácita colaboración
o el asentimiento del mayor número
posible de

demoliberales. Esta utilización casi bélica degradó
el vocablo
hasta convertirlo,
más que .en una definirión, en un vituperio que se
arrojaban unos a otros;
as!, cww.do el

secretario general del Partido
Comunista francés llamó fascista al general De Gaulle, o cuando un
ministro del
Interior de

Francia calificó de
fascistizante al
Partido
Comwtlsta de

su
pa!s. Y
el ep!teto se manejó con tan escasa discri­
minación que se lo endosaron a sistemas tan diferentes como los de
Ataturk, Tschiang Kai--schek, Salazar, Antonescu, Dollfuss, Pilsudski,
Horthy, Franco, Ge-tulio Vargas, Nkrumah, Sukarno, Perón, Nasser,
etcétera. Inclu.so fue extrapolado retrospectivameote y aplicado a re­
g!menes como el del general Boulanger o a
movimientos como
el de
Maurras. Esta acepción
táctica, creada no

para la
paz, sino para la
guerra total, es más confusionaria que esclarecedora y carece de valor
(6) Guerin, Daniel: Fascirme et gr4ji,f capital, París, 1936. Cito por­la 4.~ ed., París, 197'.5, que contiene adiciones de 1964; pág. 14.
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
especulativo, por lo que procede relegarla a su ámbito propio, el del
altavoz de

trinchera,
la oratoria de mitin y el periodismo de partido.
La tercera acepción es
la más problemática. La cuestión epistemo­
lógica que se plantea es
la de

si es posible formular una idea del
fascismo que, como la de parlamentarismo o colectivismo, facilite la
clasificación de las ideologías pollticas y de las institnciones. El obs­
táculo principal se encuentra en los profundos contrastes que existen
entre el nacionasocialismo alemán y el fascismo italiano, y en las
diferencias no

menores que se dan entre esos movimientos
y otros
contemporáneos que se pretende encuadrar dentro de un modelo fascis­
ta general. Sobre esta tercera acepción hay una desigual y abundante
bibliograf!a que va ganando en objetividad a medida que transcurre el tiempo y los autores se alejan de los compromisos personales y de
las presiones circunstanciales.
Destacan, por

orden cronológico,
105
libr05
de L. Salvatorelli (7), F. Cambó (8), R. Michels (9), L. Stnr­
zo (10), F. Nitti (11), E. von Beckerath (12), J. S. Barnes (13),
H. Heller (14), W. Reich (15), R.
Palme Dutt (16), D. Gué­
rin
(17), R. A. Brady (18), H. Rauschning (19), P. Drncker (20),
(7) Nazional-fascismo, Turín, 1923.
(8) En torno del fascismo italiano, Madrid, 1925. Este libro swcitó
una glosa de J. Ortega y Gasset: Sobre el fasdsmo, 1925 (Obras Completas,
Madrid, 1946, vol. II, págs. 489 y sigs.), luego resumida en La Rebeüón
de las Masas, 1930 (Obras Completas, vol. IV, págs, 189 y 274).
(9) Sozialfrm11s und Faschismu.r in ltalien, Munich, 1925.
(10) L'ltalia e il fascismo, Roma, 1925.
(11) Bolcevismo, fasdsmo e democrazia, Florencia, 1926.
(12)
Wesen untl Werden des fa.rchistischen Staates, Berlín, 1926.
(13) The universal aspects of fascism, Londres, 1928.
(14)
Europa unJ der Faschismus, Berlín, 1929,
(15) Die Massenpsychologie Jes Faschismus, Copenhague, 1936.
(16) Fascism ami social revolution, N. York. 1934.
( 17)
Sur le fascisme: 1. La peste brune, 11. Fascisme et grand capital,
Parls, 1936,
(18) The spirit and structtire of german fascism, San Francisco, 1937.
(19) Die Re11olution des N;hilismus, Zurich, 1938.
(20) The end of economic man: the origins of totalitarianism, N. York,
1939.
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ESPAflA Y EL PASCISMO
E. Fromm (21), A. Arendt (22), C. J. Friedridi y Z. Brzeúnsky (23),
P.
Sérant (24),
C. Casucá (25), M. Bardeche (26), G. Yurre (27),
E.
Weber (28), J. Evola (29), E. Nolte (30), R. Aron (31),
F.
L. Carsten (32), R. París (33), S. J. Woolf (34), R. de Feli­
ce (35), A.
J. Gregor (36), N. Poulantzas (37), W. Abendroth (38),
K. Priester (39), E. R. Tannenbawn (40), A. Kuhn (41), P. H. Ha­
yes (42), W.
E. &hueddekopf (43), P. Milza y M. Benteli (44),
(21) Escape from freedom, N. York, 1941.
(22)
The origins of totalitarianism, N. York, 1951.
(23) Totalitarian dictatorship and auJocracy, N. York, 1956.
(24) Le romantisme faffiste, París, 1959.
(25) 11 fascismo. Antología di scritli critici, Bolonia, 1961.
(26)
Qu'est ce que le fa.u:isme, París, 1961.
(27) Totalitarismo-y egolatría, Madrid, 1962.
(28) The varieties of fascism, Ptinceton, 1964.
(29)
JI fascismo visto dalla destra, Roma, 1964.
(30)
Der Faschismtu in seiner Epoche,. Munich, 1963; Die fascbistischen
Be·wegungen,
Munich, 1966; Theorien ueber den F-aschiJtnru, Colonia, 1967.
(31)
Démo-cralie et totaütari.Jme, París, 196:5.
(32) The rise of fasr:ism, N. York, 1967.
(33)
Les origines du fascisme, París, 1968.
(34)
The nature of fascism, N. York, 1969. Es una importante colección
de textos.
(35)
Le inte1·pretazioní del fascismo, Bari, 1969. Esta obra está com­
plemen.tada
con

dos volúmenes de textos:
Antologia su/ fascismo. 1J giudízio
politico,
Roma, 1976, y Antologia s11/ fascismo. II giudizo starico, Roma,
1976.
(36)
The ·;deology of fascísm, N. York, 1969; Interpretatíons of fascism,
Morristown, 1974. (37)
Fascisme et dictature, París, 1970.
(38)
Faschismus und Kapitalismus, Frankfurt, 1972. Recoge diversas
monografías, entre otras las de F. Borkenau (1933)
y A. Thalheimer (1930).
(39)
per italienische Faschismus, Colonia, '1972.
(40) The fdsci.st experience, N. York, 1972.
(41)
Das faschistí.sche Herr.schaftssystem, Hamburgo, 1973.
(42)
Fascism, N, York, 1973.
(43)
Revolutions of our time: fascism, N. York, 1973.
(44)
La liberté en question: le fascisme au XX6 siecle, París, 1973.
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
A. Vinci (45), M. Mu:cioa:hi (46), A. Michel (47), P. Ay-'°be­
rry
(48),
T. Buron
y P. Gauchón (49), y M. Ambri (50). Como
introducción a esta vasta literatura y a la definición de fascismo, las
obras más teóricas y neutrales son las citadas de los profeores Renzo
de Felice y A. James Gregor,
aunque sus
clasificaciones no
sean ple­
namente sistemáticas.
Hay libros sobre el fascismo que dan por supuesta una idea in­
tuitiva e imprecisa de lo que
el fascismo sea y hay otros muchos que
admiten la

indefinición del concepto básico. Aunque estos últimos
sean más auténticos que los primeros, ambos resultan insatisfactorios,
porque no es posible resolver rigurosamente el dilema de si un partido
o régimen fue · o no fascista sin determinar previamente qué es el
fascismo. Est.a evidencia lógica descalifica especulativamente, no his­
tóricamente, a una gran parte de la literatura disponible; pero toda
ella, tomada en su conjunto, se descalifica también
pcrque imperan
la discrepancia y aun lá contradicción entre los diferentes autores acer~
ca de lo. que siguifica ser fascista. No es este el lugar de exponer por­
menorizadamente
el tenso y dilatado debate académico; pero, aunque
parezca
dilato,io, es

imprescindible una
mínima aproximación
al con­
cepto general de fascismo para determinar la posibilidad de establecer paralelismos y contraposiciones entre él y la
España de

Franco, es decir,
el Estado nacido el 18 de julio de 1936, configurado por las Leyes
Fundamentales y reemplazado
por la democracia parlamentaria con­
forme
a. la

Constitución de 1978.
La definición ideal es la que los aristotélicos denominan intrínseca,
esencial y metaf!sica, y que supone la determinación del género próxi­
mo
y de la diferencia especifica: el hombre es un animal racional. No
( 4S) Prefigurazioni del fascismo, Milán, 1974.
(46) ElementJ pour· une anlyse du fascisme, París, 1977, 2 vols. Recoge
numerosos trabajoS.
(47) Le1 fasci.rmes, 2.! ed. revisada, París, 1979.
(48) La que.rtian nazi. Le1 interpretation.J' du 'natioiial-.rociali.rme, París,
1979.
(49) Le.r fasci.rme.r, París, 1979. Es una colección de textos sistemati­
zados y

glosados.
(SO)' f fál.ri fá.rcismi, Roma, 1980.
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ESPASIA Y EL FASCISMO
siempre se puede aspirar a este refinado tipo de definiciones cuando
se
trata de
regímenes políticos
y suele ser preciso limitarse ya a de­
finiciones
simplemente causales, ya
a definiciones
descriptivas, o sea
enumerativas de caracteres accidentales que, reunidos, sólo convienen
al ente definido: Pero, incluso en este caso, se tiende a aproocimarse a
la definición esencial,
para lo cual se trata de partir de géneros su­
cesivamente menos
remot06 y, desde luego, del género próximo: el
hombre es un animal bípedo e implume. Aunque las dos notas rese­
ñadas sean · una descripción de accidentes, la delimitación -inicial
~animal-es el género próximo. Pues bien, las «definiciones» del
fascismo se pueden dividir en tres grupos: primero, las categoriales,
que se limitan a determinar el género a que pertenece el fascis­
mo; segundo, las que, además, enumeran las notas accidentales que
lo caracteriz.an ; y tercero, las que explican el hecho por sus causas.
l. Entre las definiciones categ01"iales destacan tres clases, . las
axiológicas,
las sociológicas
y las políticas, según que traten de carac­
terizar

al fascismo desde valores o desde géneros sociales o institucio­
nales.
A)
Las definiciones axiológicas determinan justipreciando, es
decir, emitiendo juicios estimativos. Las hay, a su vez, de .tres tipos,
según que remitan a valores intelectuales, volitivos o afectivos. ") La
definición axiológica intelectutJJ por excelencia es la de Lukacs, quien
dedica la
más volumin06a, erudita y politizada de sus grandes obras
a
dem06trar, remontándose

a &helling, que el nacionalsocialismo es
una filosofía en
la que culmina

el irracionalismo
alemán. Esta
es la
conclusión del
último ' capítulo:

«el irracionalismo encuentra, como
concepción del mundo, su forma práctica. adecuada en el hitleris­
mo» (51). El fascismo queda, pues, definido como «la concepción
irracionalista del mundo llevada a la práctica y convertida en sistema
de gobierno» (52); Puesto que el irracionalismo es para Lukacs el
mal metafísico, el fascismo es, desde la perspectiva ontológica, pési•
(51) Lukacs, Georg: Die Zer.rtoer11ng der Vernunft, Budapest, 195·3.
Cito por fa trád. esp. de V. Roces, Méjico, 1959, pág. 612.
(52) Id., op. cit., pág, '614.
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
mo; en el estilo un tanto . panfletario de este marxista heterodoxo es
«espectral y diabólico» ( 5 3). b) Otros autores apelao, como Cro­
ce (54)
y Rauschning, a valores éticos y sostienen que el fascismo es
una flaqueza, no taoto de
la inteligencia cuanto de la voluntad, o sea
una corrupción o aoomalía moral. Más que deslindar o esclarecer,
reprenden y anatematizan. e) Hay, en fin, quienes, como Reich y
Fromm, recurren a los valores ttfectivos. Según Reich, la represión
sexual. crea sumi'sión al autoritarismo, y, por eso, el fascismo nació
de la burguesía y de los campesinos y no del proletariado industrial,
que tiene
< al jefe, el nacionalismo, el racismo, el honor, o sea «los elementos
fundamentales de la ideología nacionalsocialista dependen de la econo­
mía sexual». Concretamente, «la teoría racial del nacionalsocialismo
es el miedo mortal a la sexualidad natural» (55). Para Fromm, el
fascismo es la mentalidad «sadomasoquista de amor al poderío
y odio
al deber»,
la cual funciona como los «síntomas neuróticos» y equivale
a una «perversión patológica» (56). Tanto
la definición de Reich
com.o, la de Fromm convierten en fascistas potenciales a cuantos tienen
una disciplina sexual o
ambición de
mando
y sentido de la obediencia,
lo cual parece excesivo. Definir el fascismo como una anomalía de la
afectividad es más un deshaucio que un diagn6stico. Estos tres in­
tentos tienen sus
contrari06, puesto
que
los _protagonistas, como Gen­
tile, Spirito o Rosenberg (57), consideran a sus respectivos modelos
(53) Id.: op. ,it., pág. 614.
(54) Croce, Benedetto: Scritti e discorsi politici, Bari, 1963. Recoge
una serie de textos publicados después de la
caída del·
Fascismo.
(55) Reich,

Wilhelm:
Die Massenfr.rychologie áe.r Fa.rcismus, Copenha­
g~n,
1933. Gto por

la trad. esp. de R.
Martínez: La psicología de ma~a.r
del fascismo, Méjico, 1973, págs. 90, 91 y 116.
(56) Fromm,
Erich:
Esca.pe from freedom1 N. York, 1941. Cito por la
trad. esp. de G. Germani:' Miedo a la libertad; B. ·Aires, 1968, págs. 273,
279 y
311.-Marginalmente,

Fromm aporta la siguiente definición categorial
del fascismo: «sistema que
subordina el

individuo a prop6sitos que le son
extraños,
y debilita el desarrollo de la genuina individualidad» (pág. 319).
(57) Gentile,
·Giovantli: Che cosd ~ il fa.rci.rmo1 Florencia, 1924, y
Origine e dottrina del fascismo, Roma, ·1929. Vid. Schiavo, Aldo: La filosofía
política
de Giovanni Gentile, trad. esp., Madrid, 1975, págs. 317-358. Spi-
TOOO
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BSPAFIA Y BL PASCISMO
como propios del hombre superior, de la virtud heroica y del óptimo
afectivo. No
es este

el
lugar de

pronunciarse sobre ideales,
ni de
emprender operaciones admonitorias o censoras. Glorificar o condenar
al fascismo es una tarea de moralistas, no de politólogos, y no permite
avanzar ni un milímetro en. la definición que necesitamos y que· no
es la de la perfección, sino la de la naturaleza del fascismo.
B) Otra clase de definición categorial, mucho más objetiva que
la anterior, es la que inserta al fascismo en un género no normativo,
sino soúológico. ¿A qué especie de configuración social corresponde
el fascismo? Hay varias respuestas:
a la
sociedad de masas, a la so­
ciedad capitalista y a la sociedad en desarrollo acelerado.
a) La primera respuesta es ambigua porque se apoya en una no­
ción bastante imprecisa, la de masa.
Se suele afirmar que el hombre­
masa padece desarraigo, despersonalización, soledad, atomización,
alienación e inseguridad, y que la sociedad de masas no está estruc­
turada o:rgátiicamente en familias, asociaciones, gremios; etc., sino
que es amorfa. Consecuentemente, el hombre-masa tiende a entregarse
a un jefe que le dé sentido
existencial y

solidaridad; y la sociedad de
masas es dócil materia en manos de un líder. Por eso, el fascismó
sería, como cree Lederer (58), la fórmula política propia de la so­
ciedad

de masas. Incluso aceptando todos los supuestos, que son
parcialmente inadmisibles, esta definición es insatisfactoria porque
hay sociedades en
doJ:\de predomina

el
hombre-masa, como
en los
Estados
Unidos y

la Unión Soviética, y, sin embargo, no se han con­
figurado allí regímenes fascistas. Acontece, además, que el modelo antípoda del fascismo es la democracia rusoniana, la de un hombre
un voto y la de la voluntad general, lo cual
es destructor de

la
so-
rito, Ugo: Critica della democrazia, Florencia, 1963, y 11 corporativismo, Flo­
rencia, 1970, que recoge
tres monografías publicadas en

1934,
1936 y 1938.
Vid. Negri, Antimo: Itinerario teoretico di f]go _Spirito, Manduria, , 19_64.
Rosenberg, Alfred: Der Myth11s des XX Jahrhundert.r, Berlín, 1930.
Vid. ·aa~ler, Alfred: Rosenberg und der Mythu.r des XX Jahrhunder-is,
Munich, 1943.
{58) Lederer, Emil: The staJe of the mas.reJ, N. York, 1940. Vid. Gei­
ger, Theodor: Die Mas.re und ihre Aktion, Stuttgart, 1926, y Ortega y·Gasset,
José: La rebelión de las masa.r, Madrid, 1930, e5pecialmente ·et cap. VI.
1001
Fundaci\363n Speiro

GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
ciedad orgánica tradicional y creador de la sociedad de masas. Sería
paradójico que

la condición
y el producto de la democracia inorgánica,
que es el hombre-masa, fuera también la condición
prevía y el

factor
desencadenante del
modelo opuesto, el

fascismo. Pero aun snponiendo
que la sociedad de masas fuera el género próximo del fascismo, ¿cuáles
son las diferencias específicas que distinguen al fascismo de
otras
sociedades de masas como la maoísta? He ahí el segundo paso que
no dan las definiciones puramente categoriales; pero que es impres­
cindible
para caracterizar el fenómeno que nos ocupa.
b) Otra respuesta
es la adoptada por los marxistas : el fascismo
es la forma que reviste la
sr,ciedad ctlpitalisttl en su última fase. Cuan­
do, siguiendo el camino de inexorable descomposición previsto por
Marx, el capitalismo no puede sobrevivir con la democracia burguesa
recurre como trámite desesperado a
la dictadura, o sea al fascismo.
Segúo Palme Dutt (59), el proceso es inevitable y en la etapa final
del

capitalismo no
hay más salida que o el fascismo o el comunismo.
Las previsiones de
Marx sobre el capitalismo no se han cumplido en
abaoluto y, en htgar de la proletarización universal, se está producien­
do un aburguesamiento masivo. Pero, independientemente de esto, la
definición del fascismo como postrer momento de la sociedad capita­
lista se contradice con el hecho de que las naciones de capitalismo
más avanzado, como Estados Unidos o Suiza, no han desembocado en
el fascismo, mientras que
éste ruidó en una Italia agraria y sub­
desarrollada. Por añadidura, está
hoy probado que fue Mussolini quien
utilizó a la gran Industria y no al revés. Pero aun en la hipótesis sim­
plemente dialéctica de que
se pasara por ,tlto la inadecudón de

esta
definición a la realidad
y se aceptara que el fascismo es un régimen
que corresponde al
inexorable período extremo

del capitalismo, ¿en
qué se distingue de otros modelos políticos que
subaisten en

dicho
período, como el canadiense o
el britáoico actuales? Habría que con­
tinuar el esfuerzo separador
y descriptivo, tarea que no acometen los
autores de esta definición categorial
y, por lo tanto, insuficiente.
e) Otra solución sociológica es la de caracterizar al fascismo
(59) Palme Dutt: op, dt.1 especialmente la introducci6n.
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ESPAf como la configuración politica de una sociedad no .. colectivista en
desarr"ll" acelerad"· &ta es la posición, entre otros, de.Organsky (60).
Se
afirma que

la rápida
arumuluión de
capital,
.el alto. rendimiento
de

las estructuras productivas y la óptima
asiguación. de. los

recursos
las logra el fascismo sin instaurar un sistema colectivista. Esta defini­
ción es compatible con la experiencia italiana;
pero no
con
el conjunto
de los datos disponibles. Por lo pronto habría que renunciar
a. consi­
derar al nacionalsocialismo como un fascismo, puesto que Hitler con­
quistó el poder en una nación ya fuertemente industrializada. En
cambio, habría

que
calificar de
fascistas a
todos ios regímenes que,
partiendo de un relativo atraso
económico, han logrado un
desarrollo
acelerado, como los de Japón, España e Israel. A esta definición ca­
tegorial, que tiene sobre las otras sociológicas la considerable ventaja
de no estar contradicha por hechos esenciales, le ocurre lo mismo
que
a las dos anteriores
: es un punto de
partid~ que
requiere el com­
plemento de otros caracteres específicos
para diferenciar a:l fascismo
de los demás regímenes aceleradores del desarrollo. C) Hay una tercera clase de
definiciones que

no se remiten a
categorías axiológicas o sociológicas, sino
pmíticdS. Consiste en con­
siderar
el fascismo como un tipo de un nuevo género de formas do
gobierno,

contrapuesto
a la ,democracia, el totalitarísmo. El vocablo
tiene su origen en los propios teóricos fascistas y nacionalsoci'alistas,
siendo uno de los primeros. Car! &htnitt ( 61) ; pero ha sido luego
reelaborado críticamente por los politólogos anglosajones. Javier Conde
considera
al Estado totalitario como el «modo de organización de la
gran potencia
en su
plenitud» (62), tesis
contradicha por
los Estados
(60) Organsky, A. F. K.: Fa.rci.rm and modernizaiion, Reading, 1967,
reproducido
en Woolf:
op cit. Una crítica socialista en Pasquino, Gianfran­
co: Modernizzazione e sviluppo politicoj Bolonia, 19.70, cap. III. Segúri
W.

W. Rostow, «en los países en vía de desarrollo surge un conflicto
inevitable entre el ideal democrático
y-.lQS imperativos de la eficacia ·gubei-­
namental» (Les etapes du developpement po/itique, trad. fr., París, 1975,
pág, 409), > Y.
(61) .. Schimitt, Car!: Der Hütter der Verfass11ng/ Ttibinga;.- l!Hl·.
(62)

Conde, Javier:
Intr"oducci6n al derecho pi:>lltko>:act11al1,;_Mádtid,
1942, pág. 280.
10,03
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
Unidos, y 1a caracterizó mediante las siguientes notas: «concentración
del poder,
partido único

con monopolio
absoluto eo
Jo político, pla­
neamiento
racional de la econnúa, activación permanente de las almas
para mantenerlas en tensión apasionada, invasión por el Estado de
regiones reservadas a 1a iniciativa individual y tendencia a convertir
la realidad humana eotera eo pura función del Estado» ( 63) . Para
Friedrich y
Brzezinski (

64), consiste en una ideología oficial, un
partido
único jerarquizado y dirigido por un solo hombre, una polí­
tica de terror, el monopolio de la información
y de la fuerza, y una
economía
centralizada. La adición del «terror» excluiría del totali­
tarismo al fascismo italiano y a la mayoría de los regímeoes
supuesta­
mente fascistas. Pero, independientemente de esto y de otras críticas
concretas, el concepto de totalitarismo tiene dos notables consecuencias
clasificatorias: la primera
es que
incluye
bajo idéntico
epígrafe al
nazismo, al

bolchevismo, al maoísmo, al castrismo, etc.;
y la segunda
es que

excluye
la posibilidad de considerar como fascistas a los regí­
meoes simplemeote autoritarios (
65). Esta
definición categorial es
( 63) Conde, Javier: T eoria y Ji.rtema de las formas políticas, Madrid,
1944, pág. 203. Una interpretación teológica en Madiran, Jean: Caracteres del
totalitarismo moderno, Madrid, 1965, pag. 10.
( 64) Friedrich y Br:zezinski: op. cit., pág. 22. Para R. Aron, los rasgos
definitorios del totalitarismo son un partido monolítico, una ideología que
constituye la verdad oficial,
el monopolio de los medios de fuerza y de per­
suasión,

sometimiento al Estado de las actividades económicas
y profesionales,
y terror policiaco e ideo16gico;
en consecuencia, cree que hay «regímenes
de partido
único que no se transforman en totalitarios», y alude a la Italia
fascista (Aron, Raymond:
Democrlllie et totaJittWisme, París, 1965. Cito pot
la trad. esp. de A. Viñas: Democracia y totalitarismo, Barcelona, 1968, pági­
nas 238 y 240).
Para H: Arendt, las notas principales son la «estructura
monolítica»
y el «principio del jefe» (o.p. cit. Cito por la trad. fr. de Bourget
de
la tercera parte Le systeme total#aire, París, 1972, págs. 125 y 134).
Una renovadora
caractérizadón psicológica y, a la vez, sociológica en Polin,
Claude:
L'esprit totalitaire, París, 1977, págs. 103 y sigs.
(65) «El gobierno autoritario aspira principalmente a fiscalizar las ac­
tividades políticas del hombre, en contraste con el sistema totalitario que
procura
el dominio de todos los aspectos de la vida» (Ebenstein, Willian:
Totdlitarianism, N. York; 1963; citO por la trad. esp. de M. Mazar, B. Aires,
196-5, págs. 36-37). Vid. también Neumann, F. L.: Demokratischer tmd
1004
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ESPAi
polltica porque configura un nuevo género de forma de Estado neutral,
ya que dentro de él
caben sistemas de ideología contrapuesta; pero,
a pesar de que se complementa con descriptivas enumeraáones de
caracteres, sigue siendo genérica porque no avanza en la distinción
entre el totalitarismo nazi y el soviético, por ejemplo.
2. Las definiciones categoriales, que acaban de ser analizadas,
pueden ser construidas deductivamente; así,
la de la sociedad capita­
lista, qg_e es una necesaria consecuencia de la filosofía marxista de la
historia. En cambio, las definiciones enumerativas son de origen induc­
tivo y se elaboran extrayendo el común denominador de los fenómenos
concretos contemplados.
Son conceptos integrados por una serie, más
o menos concatenada, de caracteres.
Según Michel, el fascismo es un
régimen que repudia
la democracia, el individualismo, la sociedad
liberal, el intelectualismo, el
liberalismo económico y el socialismo
marxista,
mientras que

afirma
el nacionaiiSmo, el

racismo, el im­
perialismo, el poder autoritario y policíaco, el jefe providencial, el
socialismo nacional,
la economía corporativa, la autarquía y el arbi­
traje estatal de los conflictos laborales (66).
Hayes enuncia
los si­
guientes-
trazos específicos:

racismo,
aristocratismo, jefe carismático,
totalitarismo,

nacionalismo, socialismo, militarismo, utilitarismo
-eco­
nómico y tendencia al uso de la fuerza ( 67). Según Schueddekopf, l,as
notas

distintivas son : oposición a las tendencias dominantes de la
época, nacionalismo radical, antiindividualismo, socialismo, lucha de
clases a nivel internacional, elitismo, militarismo, racismo, totalitaris­ mo, caudillismo y uso de la violencia y del terror (68). Estas, como
autoritaerer Staat, Francfort, 1967. Según Poulantzas, lo que distingue aJ
fascismo

de
otros regímenes
de excepción es «un
partido de
masas ... que
riunca se -funde con el aparato estatal» y que «doinina Ias ramas del aparat!o
repre5ivo del Estado» (Poulantzas, Nikos: Fauisme et dictadure, 2.! ed.,
París, 1974, pág. 370). La importante distinción está ya consagrada: «Cuando·
la sociedad democrática se quiebra irreversiblemente hay dos alternativas y
no una sola a la anarquía: la elección es entre el poder autoritario y el tot_a·
litarismo» (Moss,

Robert:
The collapse of ilemocracy, Londres, 1975, pág. 10),'
(66) Michel: op. cit., págs, 6-10.
( 67) Hayes:
op. cit., pág. 82.
(68) Schueddekopf: op, cit. Vid. ~regar, James: Fascismo e polilka
comparata, en La Deitra (1, 1976), pág. 99.
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
la mayoría de las definiciones descriptivas, proceden básicamente de
contemplar el
nacionalsocialismo y, consecuentemente, no convienen
ni al fascismo italiano ni a otros supuestos
fascismos. Alguna
se
ajusta, en
cambio, a

ciertos regímenes comunistas, por ejemplo. Ade­
más, estas definiciones dan como rigurosos conceptos muy difusos;
así, nacionalismo, totalitarismo, planificación económica, elitismo, jeM
fatura carismática, etc .... Ninguna de las definiciones descriptivas re­
sulta satisfactoria ni
por su elaboración conceptual - temática- ni
por su adecuación a la realidad histórica, ni por su
capacidad

hermenéutica.
Quizás por
eso los
esfuerzos continúen con­
centrándose

en el nivel anterior, el categorial.
3. También

se ha intentado
la vía de la definición ra11sal, o de­
limitación
del objeto por sus causas. Los resultados varían según se
apele a causas estructurales o volitivas.
A) El primer recurso está
tan generalizado que acuden a él, más
o menos
secundarfamente, la

inmensa mayoría de los estudiosos del
fascismo. Casi todos subrayan la importancia de
la circunstancia es­
paciotemporal, muchos como simple condicionamiento y algunos como
factor desencadenante.
Según Kuhn, las causas dmmstandales del
fascismo son una sociedad muy industrializada, fuerte presión socia­
lista y comunista, clases medias arruinadas y politizadas,
alianza entre
un

partido único y
las minorías tradicionales, expansionismo imperia­
lista
y robustecimiento del capitalismo (69); pero es evidente que
éste
era el

contexto alemán,
pero no el de otros países. Entre las causas
ambientales

del fascismo hay unanimidad respecto a dos:
el talante
postbélico, y
la recesión. Pero ambas circunstancias se dieron, por ejem­
plo, en
la Inglaterra de la época, sin que por ello se desarrollara allí
el fascismo. Y si
esa mentalidad postbélica incluye
la derrota militar,
¿por qué apareció el fascismo en Italia, nación vencedora? Más frus­
tración y desmantelamiento que en 1918 sufrió
la Alemania de 1945
y no brotó el fascismo. El método histórico- causal ilumina los
an,,
tecedentes y explica ciertas reacciones ; pero no desemboca en una
definición.
(69) Kuhn: o¡,. cit., ed. cit, ,págs, 89 y 90.
1006
Fundaci\363n Speiro

BSPA1'A Y EL FASCISMO
B) Otros autores buscan un protagonista; pero quizás porque
sean tributarios del
marxismo no
consideran la posibilidad del hombre
excepcional, y

dan por supuesto que las clases son los sujetos de los
movimientos históricos.

Las opiniones se dividen en dos
grupos prin­
cipales : el que atribuye la causalidad del fascismo al gran capital y el que lo atribuye a
las clases

medias. 1)
La definición causal sll{>er­
capitalistrJ es la oficial del comunismo en la etapa inicial. La Inter­
nacional, de 1928, caracterizó al fascismo como «la dictadura terrorista
del gran capital», o sea de «los banqueros y grandes industriales y
terratenientes» (70). Todavía en 1936, Guerin sostiene que «el fas­
cismo es el producto específico del capitalismo más evolucionado, el
de la industria pesada monopolistica» (71). La incompatibilidad de
esta interpoetación con los hechos probados fue obligando a los mar­
xistas a revisar su posición.
Hoy, la definición formulada por la In­
ternacional carece de vigenci'.1 académica incluso_ en el, área -comunista
y sólo sobrevive como ficción ocasional. y polémica en operaciones de
proselitismo elemental. 2)
La definición causal generalmente aceptada
es la de que el fascismo fue la obra de las
clases medias. Los ante­
cedentes de esta formulación se remontan, por
lo menos, a 1930 (72);
pero su elaboración se debe a Lipset: «el fascismo constituye bási­
camente un movimiento de la clase media que represeqta una pro­
testa contra el capitalismo y el socialismo, contra la gran empresa y
los grandes sindicatos». Y, según el mismo autor, las estadísticas
electorales demuestran que en
Alemania «el votante

nazi típico ideal
de 1932 estaba constituido
por un protestante, trabajador indepen­
diente de la clase media, que vivía en una granja o en una pequeña
comunidad y que habla votado
anteriormenre por un partido político
centrista

o regionalista» (73). Por
lo que se refiere a Italia, según
(70) Gregor: lnterpretaJions of fascism, 1974. Cito por la trad. it. de
P. Serra: I/ fascismo, interprettnioni e giudizi, Roma, 1974, pág. 1'.58.
(71)

Guerin:
o-p. cit.,. ed. cit., pág. 281.
(72) Ortega y Gasset: La rebelión de /-as mas~, ed. cit.,· _pág. 274. Se­
gún Kuhn, el primero en formular la tesis de las clases medias fue Salvato­
relli en 1924
(op. cit., ed, cit., págs. 37 y 38).
(73)
_Lipset, S. Mar.tin: ___ PO"Ji#cal_ ,nan,_ ~' York, 1960. Cito por la
trad. esp. de
E. Veron: El hombre J1o.lítico, B. Aires, 1970, ~gs. ;15 Y 130.
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Fundaci\363n Speiro

GONZALO FEIÍNANDEZ DE LA MORA
De Felice, «la caracterización del fascismo como fundamentalmente
pequeño o medio burgués encuentra prácticamente
confirmación en
todos

los niveles» (74). Otra cosa es que, después de conquistar el
poder, Mussolini
y Hitler lograran el aparo de sectores de los demás
estratos sociales. De estas dos definiciones causales, recíprocamente
enfrentadas, la marxista se encuentra en contradicción con la realidad,
por lo que carece de validez empírica. La otra resuelve, en cambio,
una

incógnita del problema; pero no suministra la solución completa.
Rara
vez la

determinación de algo por una de sus causas conduce a
una definición cabal, y el fascismo no es excepción a esta regla lógica:
También la Revolución francesa fue obra de la burguesía y, aunque
coincidió con el fascismo incluso en ser ideológica, masiva, violenta
y totalitaria, fue un fenómeno bastante diverso. También el Estado
demoliberal, antípoda del nacionalsocialismo, fue un producto de las
clases medias. La definición causal del fascismo tampoco suministra
un concepto preciso a la politología.
.
La ronclusi6n de este examen panorámico de lo realizado para
definir el fascismo es que, a pesar del talento y del esfuerzo desple­
gados en el campo de 'la historia y en el de las ciencias sociales, n~ se
ha logrado definir el fascismo como concepto general y como modelo
socio-político transnacional.
Las definiciones categoriales y causales 0
están desmentidas por los hechos o son insuficientes porque se detienen
en el género próximo. Y las defi!liciones enumerativas no pueden su­
perar el obstáculo que representan las profundas diferencias entre los
regímenes supuestamente fascistas. Mi cOtlvicción es que existe el Fas.­
cismo italiano; pero no el fascismo como género sociopolítico. Hay
influencias del modelo mussoliniano en otras naciones,
y hay recípro,
cos

mimetismos entre el régimen italiano
y el · alemán. Hay también
simples coincidencias. Pero las discrepancias y las contraposiciones
entre los sistemas de los distintos países son tan nítidas y volumino­
sas que no es posible englobar un muestrario tan heterogéneo dentro
de un concepto unitario. Hay un Fascismo, el italiano, y los deinás
(74) De Felice: Le intefpretazioni del fa.uismo, 8.i ed., Roma, 1977,
págs. 263 y 264.
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Fundaci\363n Speiro

ESPAFIA Y EL FASCISMO
o son «falsos fascismos» {75) o ni siquiera eso. Para clasificar los
regímenes del período de entreguerras
y aun del actual no sirve la
dicotomía fascismo-antifascismo, nacida como arma de la guerra total.
Hace falta otro instrumento conceptual:
hay que reelaborar y utilizar,
como género remoto, Ja trilogía totalitarismo-iautoritarismo-democracia..
En el primer grupo estarían sistemas tan variados como el bolchevis­
mo,
el nazismo o el castrismo; en el segundo, el salazarismo, el pe­
ronismo o el nasserismo,
y en el tercero, como la Inglaterra de Chur­
chill, la Franaia de De Gaulle o el México de
Cárdenas. A
partir
de esta clasificación trimembre procedería continuar el árbol tipoló­
gico con especies
y subespecies hasta llegar a las últimas diferencias
propias de cada régimen concreto.
Por estas razones, nu~tro análisis, que aspira a ser riguroso, no
puede consistir en el parangón de la España de Franco con ese im­
preciso ente abstracto que es el fascismo en general, sino con una
manifestación

concreta,-el Fascismo por excelencia,
-el romano,
que es,
además, un modelo político mncho menos alejado del español que
el nacionalsocialismo.
III. Falange y fasci,mo
Los cinco
partidos derechistas
con representación ·-en las Cortes
españolas de 1936, sumaban 12S diputados. Todos ellos y algunos
centristas se colocaron del lado del Alzamiento del
18 de

julio. Por
(75) Es la tesis de M. Ambri en su excelente monografía, ya citada,
sobre los casos húngaro,
yugÜslavo y rumano: I fa/si fascismi:· Roma, 1980,
pág. 43. Análoia: es Ia· conclusión de unO de los más agudos historiadores
del pensamiento
-político italiario: «hay

que eliminar la
idea de un n:iínimó
común denominar. de esos movimientos europeos de entre
las dos gue.rras ~ue
se

insiste en llamar
fascista~» (Nace,

Augusto del:
11 problema della.. difi­
nizione
storica del

fascismo,
en «Storia e política», 1976, núm. 1, repro­
ducido en
el voluffien zi' 1ui~idio della rivol~zione, Milán, 1980, págs.' 242
y 243. Vid. del ·miSmó autor; Idee per Nfiterpretazio11e del jascirmo, eri
«L'Ordine

civile», 15 de abril de 1960, reproducido en
el libro antes citado,
págs.
343.-y ss.; y Appunti per · un'intertwetazione del fascismo, en L'Epoca
della secolarizzazione, Milán, -1970). ·
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GONZALO FERNANDEi DE LA MORA
Decreto de 19 de abril de 193 7 fueron unificado dos partidos, la
Comunión Tradicionalista y Falange Española de las JONS, e in­
mediatamente se adhirieron a la unidad
los democristianos de Acción
Popular

y los monárquicos dinásticos de Renovación Española. Este
fue el conglomerado de fuerzas políticas que se integraron en el
nuevo Estado, y, entre las cuales, sólo a Falange
Españofa se

la ha
considerado fascista por
algun@ analistas

y criticos. Incluso ea
tal
hipótesis, hay que señalar que, desde los comienzos, la participación de
los -falangistas

en el poder no fue
mayoritaria. Constituían
un
grupo· de
cuadros que

no había
obtenido ni
un
solo escaño
en las
Cortes.
No obstante, procede analizar la cuestión de si fueron fas­
cistas el partido Falange Española y su fundador. Desde los comienzos de su carrera política hasta las vísperas de
su fusilamiento, José Antonio Primo de Rivera rechazó con energía
e insistenáa el calificativo de fascista
y subrayó las diferencias que
le separaban del régimen italiano y del alemán. Quienes pretenden argumentar el supuesto fascismo, joseanto­
niano aducen el hecho de que publicó un artículo en el primero y
único número del semanario El Fa.!cio, aparecido en Madrid -en marzo
de 1933 e inmediataroeote secuestrado por la policía y, por ello,, prác­
ticamente inédito. En ese artículo, bastante poco elaborado, no men­
cionó ni una sola vez al fascismo. La tesis es que el Estado no debe
ser como el liberal, «que permite que todo se ponga en duda», sino
un instrumento al
servicio de

la unidad de la patria ( entendida como
«totalidad histórica» y «solidaridad nacional»)
«ea la

que tiene que
creer» (76). Es la
doctrina tradicional

del Estado portador de valores
frente a la revolucionaria del Estado neutral. Primo de Rivera, que
el 2 de
mayo de

1930 había asumido la vicepresidencia de la Unión
Monárquica Nacional y que no
fundarla su

propio partido hasta
siete meses después

de
la publicación del semonario, no era ni su
director, n.i su promotor, sino tan sólo uno de sus redactores,. y,
contrariamente a su costumbre, no firmó el artículo-con su nombre,
sino, por única
vez en

su vida, con
la inicial E. El origen del serna~
(76) Primo de Rivera, JOsé Antonio: Escritos y ·vhcursos, Ed. Instituto
de Estudios Políticos, Madrid, 1976,
pág. 159.
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ESPA1'A Y EL FASCISMO
nario lo reveló en 1935 un político que, además, era un intelectual,
asesinado
por los comunistas, Ramiro Ledesma Ramos: «La idea de
la fundación de
El Fascio corresponde íntegra a Delgado Barreto ... ,
quien, con su formidable olfato de periodista garduño, vio con cla­
ridad que, en un
momento así,

en una atmósfera como aquélla, si
un
semanario lograba

concretar la atención
y el interés de las gentes
por el fascismo, tenía asegurada una tirada de cien mil ejemplares.
Barréto no se engañaba en esta apreciación.. Era un hombre que no
tenía, posiblemente, del fascismo más que ideas muy elementales y
hasta incluso falsas ; pero sabía a la perfección el arte de hacer un
periódico» (77). Y Ledesma sentenció: «fue una gran ventaja que
la aventura de
El Fascio terminase apenas nacida» (78). Fundamen­
tar el supuesto fascismo de Primo de Rivera en este semidandes­
tino y marginal episodio no es
serio.
Pero

hay
otra anécdota que, aunque no suele ser aducida por los
acusadores, también merece análisis. En octubre de 1933, Primo de
Rivera visitó a Mussolini en V en.ocia como trámite previo al breve
prólogo que, apoyado en esa entreevista, redactó para la edición es­
pañola del opúsculo del Duce,
El Fascismo·. En dicho proemio no
hay ni · la más mínima profesión de fascismo, lo cual revela una
firme voluntad de independencia y distancia que se confirma en la
descripción que hace de Mussolini: «aire sutil de cansancio», «·es­
palda que empieza a encorvarse ligeramente» (79). La tesis josean­
toniana
es la

del clásico realismo humanista: «El único aparato capaz
de dirigir hombres es el hombre.
Es decir, el jefe. El héroe» (80).
Lo mismo habían pensado Carlyle, Fichte, Pareto, Mosca, Ortega y
todos los elitistas desde Homero y Arist6teles, sin que por ello se
les pueda calificar de fascistas. Tampoco lo fue Eugenio d'Ors,
pro­
loguista

de la versión española de
El esplrit11 de la revo/11ciórt fascista,
antología de Mussolini, a quien, por cierto, declara revitalizador de
(77) Ledesma Ramos, Ramiro: ¿Farcismo en España? Ed. Ariel, Barce­
lona,
1968, págs. 104-106, Vid. Sánchez-Diana, José María: Ramiro Ledesma
Ramos, Madrid, 1975, págs. 296 y sigs.
(78) Idem: up. cit., pág. 107.
(79) Primo· de Rivera': Qp. cit., pág. 184.
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
«selecciones aristocráticas» (81). Las enjutas paginas introductorias
de Primo de Rivera ratifican su propósito de no embarcarse en la
nave fascista.
Lanzado José Antonio a
la vanguardia política, pronto se trató
de arrinconarle en el fascismo como sinónimo de violencia, paganis­
mo y extranjerización, notas, evidentemente, descalificadoras ante los
sectores españoles moderados, que eran pacíficos, católicos y nacio­
nales. Ya el jonsista Ledesma Ramos, repudiando una acusación de
M.
Ferruíndez Almagro,
había escrito en
E/ Heraldo de Madrid, an­
tes de la
fusión con

el falangismo: «No somos fascistas. Esa etiqueta
fácil con que se nos quiere presentar es totalmente
atbitraria» (82).
Primo

de Rivera, en muy amistosa respuesta al monárquico Juan
Ignacio Luca de Tena, declara el 22 de marzo de 1933 : «Sabes bien,
frente a los rumores circulados estos días, que no aspiro a
una plaza
de

jefatura del fascio» (83). En su duro contraataque al democris­
tiano Gil Robles escribe el 2
3 de

octubre del mismo año: «Na die
puede con
razón confundir

el movimiento alemán racista
(y, por
tanto, antiuniversal) con el movimiento mussoliniano, que es como
Roma -como
la Roma imperial y como la Roma pontificia-uni­
versal por esencia, es decir, católica» (84). Y en su cortés réplica al socialista Prieto manifiesta en el Congreso el 3 de julio de 1934:
«resulta que nosotros hemos venido a salir al mundo en ocasión en
que en el mundo prevalece el fascismo -y esto le aseguro al señor
Prieto que más nos perjudica que nos favorece-; porque resulta que
el fascismo tiene una serie de accidentes externos intercambiables, que
no queremos para nada asumir ... ; nosotros
sólo hemos
asumido del
fascismo aquellas esencias · de valor permanente que también habéis
asumido vosotros, los que Ilainan los hombres del bienio ... , que el
(80) Idem: op. ,;,., pág. 183.
(81) D'Ors, Eugenio:
Prólogo a El espíritu de la revolución fascista,
trad. esp., Ed. Informes, Buenos Aires, 1976, pág. 7.
(82) Citado por Gibello, Antonio:
José Antonio. Apuntes para un"
biqgrafía
polémica. Ed. Doncel, Madrid, 1974, pág. 181.
(83) Primo de Rivera:
op. cit.J pág. 162.
(84)
Río Cisneros, Agustín del: Textos biográfico.r y epistolarios. JosJ
Antonio íntimo. Ed. Movimiento, 3:l! ed., Madrid, 1968, pág. 193.
1012
Fundaci\363n Speiro

ESPAJ'l"A Y EL PASCISMO
Estado tiene algo que hacer y algo en que creer es lo que tiene de
contenido

permanente
el fascismo, y eso pnede muy bien desligarse de
todos

los alifafes, de
todos los

accidentes y de todas las galanuras del
fascismo, en el cual hay unos qne me gustan
y otros que no me gus­
tan nada» (85). Y como mentís general a quienes le acusan de fas­
cista, afirma en Valladolid el 4 de marzo de 1934: «Nos dicen que
somos imitadores

... ; pero porqne Italia y Alemania se hayan vuelto
hacia sí mismas y se hayan encontrado enteramente a: sí mismas, ¿di­
remos las imita España al buscarse a sí propia? Estos países dieron
la vuelta sobre su propia autenticidad y, al hacerlo nosotros, también
la autenticidad que encontraremos será la nuestra, no será la de Ale­
mania ni la de Italia» (86). Y concluye: «Todos saben que mienten
cuando dicen de nosotros que somos una copia del fascismo italia­
no» (87).
La aparición de un efímero grupo denominado «Fascismo Espa­
ñol» dio nueva ocasión a Primo de Rivera para definirse negativa­
mente: «Falange Española de las JONS quiere hacer constar que
tampoco tiene nada que ver con
ese

movimiento» (88). Y cinco días
después, en carta del 18 de julio de 1934, puntualiza a un orensano:
«siento no poder enviarle la fotografía que
me pide

para su
Tt111entud
Fascista por cuanto el envío de esa fotografía pudiera parecer un
acto de aprobación>> (89). Los repudios de su polémica
inclusión en

el fascismo se suceden.
El 19 de diciembre de 1934 publica una tajante nota para proclamar
que «Falange Española de las JONS no es un movimiento fascis­
ta>> (90).

En
una conferencia
pronunciada el
3 df marzo

de 1935
remacha: «Hay naciones que han encontrado dictadores geniales, que
han servido para sustituir al Estado;
pero esto es inimitable». Y
añade que los regímenes italiano y alemán < (85) Primo de Rivera: op. ciJ,, pág. 395,
(86)

Primo de Rivera:
op. cit., pág. 131.
(87) Idem: op. cit.,_ pág. 332.
(88) Río Cisneros: o-p, cit., pág. 286.
(89) ldem: op. cit., pig. 589.
(90) Primo de Rivera: op cit., pág. ·"524.
1013
Fundaci\363n Speiro

GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
sino que son opuestos radicalmente entre sí; arrancan de puntos
opuestos. El de Alemania arranca de la capacidad de fe de un pueblo
en su instinto racial. El pueblo alemán está en el paroxismo de
,i
mismo. Alemania vive una superdemocracia. Roma, en cambio, pasa
por la experiencia de poseer nn genio de mente clásica que quiere
configurar un pueblo desde
arriba. El movimiento alemán es de tipo
romántico>> (91 ). En la importante conferencia del Circulo Mercantil de Madrid (9-IV-35) destaca sus diferencias con el sindicalismo
italiano, dividido eo el estamento patrooal
y el asalariado, rechaza
esa «relación bilateral de trabajo», y preconiza: «todos los que for­
man, y completan la economía nacional, estarán constituidos en Sin·
dicatos Verticales, que no necesitarán ni de comités paritari05, ni de
piezas de eolaces porque funcionarán orgánicamente» (72). En uno
de sus últimos
artículos, escrito

en
abril de

1936, prohibido por
la
ceosura y, finalmeote, impreso el 6 de enero de 1940, reitera tajan­
temente que su movimiento «jamás se ha llamado fascista en el más
olvidado párrafo del menos importante documento oficial, ni en la
más humilde hoja de propaganda» (93). La palabra postrera se eo­
cuentra en las contestaciones a un cuestionario periodístico redactadas
el 16 de junio de 1936 en. la. cárcel de Alicante, de la que ya no
había de

salir vivo:
«C.Oincido cou
la preocupación eseocial de uno
y otro ( el modelo italiano
y el alemán) : la quiebra del régimen
liberal
capitalista
y la urgencia de evitar que esta quiebra conduzca
irremediablemente a la catástrofe comunista, de signo antioccidental
y anticristiano. En la búsqueda del medio para evitar esa catástrofe
Falange ha llegado a posicioues doctrinales de viva originalidad. Así, en
lo nacional, concibe a España como unidad de destino ... , tiende
al sindicalismo total ... , Falange no es, ni puede ser, racista» (94).
(91) Idem: op. cit., pág. 570. Kuhn incluye a W. Martini y G. Ritter
entre los sociólogos que explican el
fascismo como «el estadio más alto de
la democracia». Cito por la trad. it. de M. Zaniboni: 1/ sistema di potere
fascista, Milán, 1975, pág. 17.
(92) Idem: op. cit., pág. 642.
(93) Idem:
op. cit., pág. 976.
(94) Río Cisneros: op, rit., págs, 517-18.
1014
Fundaci\363n Speiro

BSPAiU Y EL PASCISMO
Desde el primer momento hasta el último de su liderazgo, Primo
de Rivera no
desaprovech6 ninguna
oportunidad de negar que fuera
fascista y de subrayar sus. discrepancias con los regímenes de Italia
y Alemania. No es posible ni siquiera suponer que un doctrinario no
supiera lo que decía o que un hombre de tal gallardía simulase; toda
su obra es un ejercicio de autenticidad. El testimonio de José Antonio
sobre sí mismo es irrefragable: ni quiso ser ni se sintió jamás fas­
cista. Otra cosa es la influencia que la ideolog!a fascista y la nacio­
nalsocialista

pudieran ejercer sobre su pensamiento
y su estilo. A
esos influjos, que son reales, hay que sumarles los procedentes le
otros sectores ideológicos afines, como el tradicionalismo y el so­
cialismo, o contrapuestos, como el demoliberalismo y el comunismo.
Del tradicionalismo tom6, por ejemplo, la concepci6n hist6rica de
España y las nociones de catolicidad, de hispanidad y de honor. Del
socialismo tom6 la crítica del capitalismo burgués
y la afirmación
prioritaria de la justicia social. Del demoliberalisrno tom6 la indi­
ferencia en materia de
formas de

gobierno y la defensa de la liber­
tad, de
la intimidad y de la tolerancia. Y del comunismo tomó la
crítica de la democracia parlamentaria, la disciplina y la austeridad.
Ni José Antonio Primo de Rivera ni su partido gobernaron
jamás.
Cuando

sus hombres participaron en el poder lo hicieron después de
la unificación con los tradicionalistas y en coalición con otras fami -
Jias del régimen. No es, pues, posible parangonar el veintenio musso­
liniano con ningún período falangista. Lo que sí cabe es comparar las actitndes
y los programas. Cuando José Antonio fundó su par­
tido la imagen de Mussolini ejercía una innegable fascinación sobre
amplios
sectores de

Europa. Primo de Rivera, como Churchill y tan­
tos otros, participó de esa admiración personal. Por cierto, que el
cesarismo era un estilo milenario. Pero la joseantoniana era una re:;­
puesta

positiva
y vigorosa ante la descomposición de la democracia
burguesa y la amenaza marxista. Sus fórmulas -<:orporativismo y
nacionalismo-, que eran análogas a las del tradicionalismo español
y que estaban en Donoso y en Balmes antes de que naciera el Duce,
habían sido asimiladas, actu,ª1izadas y, en ocasiones, maximali.zadas
por

los falangistas. Pero estos influjos
y coincidencias no permiten
1015
Fundaci\363n Speiro

GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
calificar al partido español de mimético del italiano. Y, sobre todo,
h•bía diferencias esenciales. El

Fascio era laico y su líder ateo,
mientras que el jefe falangista era religioso practicante
y su partido
confesional:

«Nuestro movimiento incorpora el sentido católico
-de
gloriosa

tradición predominante en
&paña-a

la reconstrucción na­
cional»,
rezaba el punto 24 de la norma programática (95). El Fascio
se hizo monárquico; pero Falange era agnóstica en materia de formas de
gobierno,. El

Fascio
propug¡iaba el pacto con
las Fuerzas Armadas
y Falange no. El Fascio admitió la división entre los
dos factores

de
la producción -patronos
y asalariados-, mientras que Falange pro­
pugnó la integración completa.
El Fascio
cayó en el antisemitismo y,
en
los últimos tiempos, adoptó consignas

racistas, mientras que Fa­
lange fue antirracista siempre y
jamás hizo discriminaciones por
causas bio,lógicas. Y, finalmente, Falange fue, en sus orígenes, un
partido doctrinal
y elitista, mientras que el Fascio fue un partido de
acción y de masas.
El análisis de la autodefinición joseantoniana y de su conciencia
y voluntad de originalidad, así como la comparación con el fenómeno
italiano, no permiten afirmar que el Fascio y la Falange fueron dos
ejemplos de la misma
especie política,

y sus respectivos perfiles no
se esclarecen, sino que se difuminan inscribiéndolos en el vago con­
cepto general de «fascismo».
IV. La España de Franco y el fascismo
En el primer Gobierno de Franco, designado el 1 de febrero de
1938, había tres falangistas, tres monárquicos, tres democristianos
y tres militares. &te planteamiento se mantuvo durante cuarenta años :
todos los sucesivos

Gobiernos fueron de coalición,
y los falangistas
estuvieron siempre en minoría. Y a medida que los Gabinetes se
fueron tecnificando fue
decreciendo la

presencia
falangista. &, pues,
evidente

que, incluso en la descartada
· hipótesis

de que Falange fuera
un fascismo, esta calificación no podría
eoctenderse a

la
&pafia de
Franco,

cuyos gobernantes solían proceder de áreas políticas muy
(95) Primo de Rivera: op. r:it., pág. 842. Vid. también pág. 219.
1016
Fundaci\363n Speiro

ESPA!.A Y EL FASCISMO
alejadas del falangismo y, en ocasiones, disaepanres de él. El su­
puesto
fascismo de

la
España de .Franco ha de ser examinado a partir
del
hecho de que .Falange constituyó sólo un factor decreciente.
El
.Fascio era

Mussolini; el hombre y el régimen se identificaban
absolutamente.
En cambio, el Estado del 18 de julio no fue la obra
de .Franco únicamente, ni
él fue su inspirador doctrinal, aunque es
indudable que el Generalísimo fue su
catalizador y
su punto de
apoyo, y que sin él pudo ser rápidamente desmontado. Por eso com­
parar las dos

figuras es una reveladora introducción al paralelo entre
ambos sistemas.
Mussolini era un proletario y Franco era un miembro de la clase
media
superior. Uno se formó a si mismo y el
otro fue un producto
típico de las academias militares. Mussolini conoció la miseria laboral
y .Franco las fatigas de la guerra.
La juventud

de Mussolini fue
desordenada y aventurera, mientras que la de Franco fue épica y
disciplinada. Mussolini
carecía de

creencias religiosas y Franco era
un creyente
más piadoso cuanto más avanzaba en años. La vida
privada de Mussolini fue agitada y romántica, mientras que la de Franco fue reglada y clásica. El Duce era un extrovertido, retórico y
espectacu!ar, mientras que

el Generalísimo era un introvertido sobrio
e intimista. Uno era un, orador fascinante y otro era la negación de
la elocuencia. El talante de Mussolini era imaginativo, audaz y arre­
batado, el de Franco era razonador, cauto y tímido. A Mussolini le
seducía la teoría, mientras que Franco se cefiia siempre a los hechos.
El italiano se solia equivocar en la valoración de las personas ; el
español, rarísima vez. Mussolini fue un civil con brillante uniforme
y Franco fue un soldado en traje gris. Mussolini estaba dominado
por la pasión de mandar y Franco por la de cumplir. El Duce rendía
culto a la politica y al Generalisimo le inspiraba un desprecio inven­
cible. Uno era dionisico y el otro senequista.
Se parecían en muy poco: adoraban a sus patrias, tenían una
dolorosa
experiencia de
la lucha
ent clases y
loo partidos,
des­
conocían el temor y menospreciaban el dinero.
Si Mussolini fuera,
corno se

ha dicho, el arquetipo del lider
fascista, Franco seria un
prototipo de

lo contrario. En la medida en
1017
Fundaci\363n Speiro

GONZAW FERNANDEZ DE LA MORA
que ambos influyeron sobre sus respectivos regímenes contribuyeron
a diferenciarlos. La
rotunda contraposición
temperamental y biográfica
de los protagonistas es
WI primer indicio de diferenciación política.
Pero, aunque sea muy
improbable, no
es absolutamente imposible
que caracteres antípodas realicen obras similares.
Se impone la com­
paración de los sistemas.
El origen
y el término de ambas formas pollticas fue muy dispar.
El ascenso de Mussolini al poder se produjo dentro de la más rigu­
rosa legalidad formal : nombramiento por el
Rey y voto de confianza
del Parlamento (306 votos a favor y 116 en contra). En cambio, la
elevación de Franco al ejercicio de la soberanía fue como consecuen­
cia de una guerra civil e implicó wia ruptura radical de la legalidad.
Uno aspiró desde su adolescencia a la conquista de la potestad su­
prema y el otro fue
inesperadamente llamado

a ella. Inversamente,
la liquidación del nuevo Estado español se
efectuó por los propios
gobernantes
del régimen, y respetando la legalidad anterior y la
legitimid,d de todos los poderes constituidos,· mientras que la des­
titución de Mussolini, aunque fue formalmente legal, fue promovida
por los antifascistas, y el impulso físico y moral fue la voluntad de las potencias vencedoras. Estos hechos explican que
el período consti­
tuyente italiano fuera más breve que el español y que la operación
desmanteladora fuera más brusca y revanchista en Italia que en
España. Esto también induce a pensar que
d desarrollo de ambos
sistemas fuera distinto.
El Estado encarnado
por el Duce atravesó tres etapas. La primera
fue la parlamentaria, que se inició cuando el Rey nombró a Mussolini
presidente del Gobierno en octubre de 1922 y concluyó con la re­
forma constitucional de enero de 1926, si bien el Parlamento pluri­
partidista no fue reemplazado por el
wiipartidista hasta

las elecciones
de marzo de 1929. La segunda etapa, la de la diarquía del
Rey y del
Duce, se extiende desde 1926 hasta que el monarca decide la destitu­
ción en julio de 1943. Y la tercera etapa, la república,
abarca desde
septiembre

de 1943, poco después de la
liberación de

Mussolini,
hasta su muerte en abril de 1945. La primera etapa es de transición
y muy fluida, y la tercera es de liquidación y muy precaria. El mo-
1018
Fundaci\363n Speiro

ESPAJ delo fascista madura en la segunda etapa y, sobre todo, en la fase
central,

comprendida entre
las elecciones

de 1929
y la declaración de
guerra en 1940; ése es el decenio de plenitud institucional.
El Estado configurado bajo
la presidencia de Franco también se
divide en tres ·etapas. La primer.a. es la excepcional, que se abre con
el Decreto de 29 de septiembre de 1936, que otorga plenos poderes
al Generalísimo,
y que se prolonga hasta la Ley constitutiva de las
Cortes de 17 de julio de 1942.
La segunda etapa, la constitucional, se
inicia con la legislatura de
las Cortes
de 1943
y finaliza con la muerte
de Franco en 1975. Y la tercera etapa, la de liquidación, que es
póstuma, se extiende desde principios
de 1976 hasta la promulga­
ción de la Constitución en diciembre de 1978. El modelo político
franquista
se concreta

durante la segunda etapa
y especialmente en la
fase comprendida

entre la citada Ley de Cortes
y la Ley orgánica del
Estado de 10 de enero de 1967,
remate del

esquema constitucional.
El paralelo político no es, pues, coetáneo: cuando en 1943 se
extingue la diarquía italiana acaba de iniciarse la constitucionalización
del nuevo Estado español. Este distanciamiento cronológico es otro
factor de diferenciación institucional. Pero la decisiva nota distintiva
es que Mussolini protagoniza una trayectoria de creciente personali ~
zación y concentración del mando, mientras que Franco instrumenta
una progresiva institucionalización y difusión del poder.
El primer
Gobierno de

Mussolini fue de
coalición y era respon­
sable ante el
Parlamento. El

segundo Gobierno fue monocolor,
y una
ley de diciembre de 1925
liberó al

Duce de la dependencia parla­
mentaria. Más

tarde, Mussolini
asumió la

jefatura
suprema de
las
Corporaciones
y el mando efectivo- de las Fuerzas Armadas. Cada
año iba acumulando más poder ejecutivo
y legislativo. Y dentro
del partido la voluntad del Duce llegó a no tener contrapeso alguno.
La última reunión del Gran Consejo no fue una fiscalización, sino
una ingenuidad de Mussolini. La previsión sucesoria era
c¡ue al

Duce
le sucediese otro hombre con análogas potestades. Era la peremni­
zaci6n de la autoridad concentrada y personal.
El proceso franquista fue de sentido inverso. En virtud del ar­
tículo 1 del Decreto de 29 de septiembre de 1936, la Junta Nacional,
1019
Fundaci\363n Speiro

GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
integrada por los mandos de las fuerzas armadas, entregó a Franco
«todos los
poderes del
nuevo Estado»
y le nombró «Generalísimo
de las fuerzas nacionales de tierra, mar y aire ...
y general jefe de los
ejércitos de operaciones». El .punto de partida fue, pues, una potestad
civil y militar absoluta. Desde esta posición revolucionaria
y, a la
vez, -cesarista,

Franco va
orientando el

ordenamiento constitucional
en dos direcciones : autolimitación de
sus poderes y extinción de su
excepcional

magistratura al cumplirse las previsiones sucesorias. Los
pasos decisivos son: la promulgación de los derechos humanos, la
autonomía de los ministros, la restauración de las Cortes, que aswnen
prácticamente todas
las tareas

legislativas; el restablecimiento del
recurso co~tencioso-administrativo, la implantación de la responsa­
bilidad de la Administración ante los administrados, la creación .:le
miembros
de las Cortes elegidos por sufragio universal, la separación
de la jefatura del Estado de la presidencia del Gobierno
y la confi­
guración de un sucesor a título de rey con facultades limitadas. Años
antes de

la muerte de Franco, el efectivo
poder político

estaba ya
en las instituciones. Si la esencia del Fascismo fue la condensación
de la soberanía en un jefe carismático, la historia del franquismo fue
lo contrario: una serie de acumulativas cesiones de potestad. Las su­
premas competencias que
aún conservaba

Franco eran, en los últimos
años,
predominantemente formales y apenas tenían otra virtualidad
que la de aparecer
como «ultima

ratio». Al final, la suya no era
una magistratura potenciada por autoalimentación como la del Duce,
sino esencializada por sucesivas renuncias. Para llegar al límite sólo
le
faltó un paso como
el de Carlos V; pero, en cambio, a diferencia
del Emperador, no legó una monarquía absoluta, sino limitada por
un ejecntivo casi presidencialista. Este proceso de ascesis política
es lo
menos fascista

que cabe imaginar.
Los
· que

han tratado de construir un modelo, fascista de validez
internacional le atribuyen como fundamental componente el
racismo.
Esta es, sin duda, uO:a característica esencial del nacionalismo alemán;
pero

no del Fascismo propiamente dicho, que es el italiano, en el
cual· los criterios racistas aparecen tardía y marginalmente. Aunque
,liay algunas fugaces-alusiones inussolianas, que

incluso se remontan
1020
Fundaci\363n Speiro

BSPANA Y EL PASCISMO
a 1921, el primer testimonio importante es el Manifiesto de la Raza,
suscrito el 15 de julio de 1938
por numerosos intelectuales y publi­
cado por el Ministerio de Cultura.
La idea dominante en el docu­
mento es
la de que la nación italiana es «de origen ario y de cultura
aria» (96). Poco después, el 17 de noviembre del
mismo, año,
el
rey-emperador firm6 un decreto que
afectaba a unos cincuenta mil
judíos nacidos o residentes en Italia.
La aplicación de esta legis­
lación antisemita, inspirada por Alemania, fue relativamente flexible;
pero en muchos casos efectiva.
En la doctrina del nuevo Estado es­
pañol
no había ningún
postulado antisemita.
Al contrario,
la noción
de

Hispanidad, forjada por
Maeztu e

incorporada
al ideario
del
régimen, era universalista y excluía toda discriminación por razón
de la raza. Durante el mandato de Franco no se dict6 ni una sola
norma
antisemita. Al revés, los representantes diplomáticos y con­
sulares de España, siguiendo instrucciones de su Gobierno, salvaron
a millares de judíos de la persecución nazi en toda Europa; pero
muy singularmente en Grecia
y, sobre todo, en Salónica, donde fueron
concedidos centenares de pasaportes a los sefarditas. Las organiza­
ciones judías han dado reiterados testimonios de esta protección
y
han rendido homenaje de gratitud a Franco, incluso después de su
muerte. Ni racismo negativo en forma de antisemitismo o discrimi­
nación,
ni tampoco racismo positivo como afirmación de una supuesta
etnia española. El Día de la Raza o Fiesta de la Hispanidad, coin­
cidente con el aniversario del descubrimiento de América, nunca
tuvo un sentido biológico, sino cultural y de exaltación de una ca­
pacidad

integradora de múltiples etnias en una comunidad espiritual.
Si el racismo fuera una constante del fascismo, el nuevo Estado es­
pañol no podría ser inclnido dentro del género.
Otro rasgo que se suele atribuir
a los

fascismos es el
milit"4'ismo,
el cual puede interpretarse como militarización del Estado o como
estilo militar de vida, si bien
Esparta demuestra
qne
ambos rasgos
suelen ser complementarios.
Este fue

más verdadero que aquélla·
en
el

Fascismo italiano; pero en el
Estado español

no se dio ni el uno
(96) Tannenbaum, Eduard R.: The fascist experience, N. York, 1972;
trad. esp., Madrid, ·1975, ed, Alianza, pág. 328.
1021
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
ni la otra. Los dieciséis primeros Gobiernos de Franco se extienden
desde
el 1 de febrero de 1938 al 4 de enero de 1974 y totalizan
254 carteras (97). Si se prescinde de las correspondientes a
los tres
ministros

de las Fuerzas Armadas de Tierra, Mar
y Aire ( era sólo
uno de Defensa en el primer Gobierno), que siempre fueron
CU·
biertos por oficiales generales de las respectivas armas, quedan 208
carteras, de las cuales sólo 22 (frecuentemente la Vicepresidencia
y el Interior) fueron ocupadas por militares con mando de tropas,
lo cual representa
sólo el
10,5 %. Y este bajo porcentaje es todavía
menor en los altos cargos políticos de libre designación.
En el
Estado
del 18 de julio
la mayor

parte de
los gobernantes
fueron civiles.
Y
el hecho de que en la suprema magistratura se encontrara el único
Capitán General anuló, por razones de disciplina, cualquier ambición
política de
la oficialidad. La participación de las Fuerzas Armadas
españolas en
los Presupuestos
del Estado fue, durante el período
1939-1975, la
más baja de Europa occidental y, en la etapa 1950-
1970,

las remuneraciones de
los oficiales

figuraban entre las
más
modestas de la Administración estatal. Durante el mandato de Franco,
los ejércitos

no produjeron
más que dos figuras políticas destacadas,
la del general
Muñoz-Grande y
la del almirante Carrero-Blanco.
La
despolitización de las Fuerzas Armadas fue tan profunda que acep­
taron

la completa liquidación del régimen, prácticamente sin más
protestas que
dos individuales y corteses dimisiones ministeriales ( el
teniente general de Santiago
y el almirante Pita da V eiga) durante
el trienio 1976-78. Y el estilo militar de vida, ausente de la sociedad
espa.ñola tan pronto como concluyó la guerra civil, no volvió a ma­
nifestarse en ningún sector.
Se redujeron las plantillas del ejército,
desaparecieron las milicias y demás organizaciones paramilitares, y
el Frente de Juventudes se convirtió en una organización deportiva
y cultural. Lo más militar del Estado era su Jefe, quien, por cierto,
cumplia sus funciones de
Presidente del
Gobierno
siempre vestido
de
civil. Pero la España del segundo tercio del siglo
XIX, la Francia
de De Gaulle
y el Portugal de Carmona estuvieron regidos por ge­
nerales,

sin que por eso pudiera afirmarse que fueran Estados
mi-
(97) Mundo: Lo.r noventa ministros de Franco, 3.! ed .. Barcelona, 1971.
1022
Fundaci\363n Speiro

BSPAl!M Y EL FASCISMO
litaristas. Si el militarismo fuese una característica esencial de los
regímenes fascistas no se podría considerar como tal al español.
El
nacionalismo es otra de las notas supuestamente determinantes
del Estado fascista.
¿En qué consiste? Cuando se trata de un grupo
no soberano, el nacionalismo es el propósito colectivo de convertirse
en Estado, y puede ser integrador, como el que promovió la unidad
de Italia y
la de Alemania en el siglo XIX; o secesionísta, como el
que dio lugar a la atomización de las Indias españolas y del Imperio
austro-húngaro.
Pero cuando se trata de sociedades ya dotadas de
un Estado, el nacionalismo es una -exaltación del carácter nacional
como factor de solidaridad interna y de afirmación frente al exterior.
En este último seotido, casi todos los pueblos contemporáneos -quizá
Suiza sea la
excepción europea-han sido nacionalistas; y no basta
afirmar que los fascistas lo fueron en mayor grado que los no fas­
cistas, porque será muy difícil
probar que

la Italia mussoliniana fue
más nacionalista que la Francia gaullista. Pero aceptemos la dudo­
sísima hipótesis a efectos del paralelo italo-español. El nacionalismo
interno
de
loo hispanos
ha sido menos homogéneo que el de los
itálicos como consecuencia de los
hechos diferenciale; vasco y

catalán,
incomparablemente
más intensos que el napolitano o el· piamontés.
«Estamos aquí -afirmaba Mussolini- fascistas de Trieste, de Istria,
de Venecia, de toda la Italia septentrional; pero también están los
de las islas, de Sicilia, de Cerdeña; todos para afirmar, serena y ca­
tegóricamente, nuestra indestructible fe unitaria que rechaza todo
intento, más o menos larvado, de autonomismo
y de separatismo» (98).
El Estado del 18 de julio no negó, sino que reconoció las peculiari­
dades jurídicas forales vasca y catalana e incluso codificó
y promulgó
las de Navarra. Franco celebró periódicamente consejos de
ministros
en

Galicia, Cataluña y Vascongadas como tácito reconocimiento de
las personalidades regionales y, a partir de
la década de los sesenta,
se promovieron las lenguas regionales. El nacionalismo interno del
Estado presidido por Franco no fue mayor que el de los reinados de Felipe V o
el de Alfonso XII. La otra forma de nacionalismo,
(99) Mussolini: Discurso en Nápoles (24-IX-1922), en Opera 0f1mia.
Ed. Susmel, Florencia, 1956, vol. XVIII, pág. 453.
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
la de afirmación frente' a los demás Estados, es opuesta ·al internacio­
nalismo
y, cuando se traduce en imperialismo, también es contraria
al pacifismo. La Italia del Duce conquistó Etiopía y participó en la
segunda gran guerra con
el propósito de anexionarse zonas irreden­
tas y mejorar sus posiciones africanas. Pero la España de Franco se
mantuvo nentral en el conflicto mundial y otorgó la independencia
a todos sus protectorados
y colonias : Marruecos, Guinea Ecuatorial
y el Sáhara. Estos fueron los hechos, independientemente de ciertas
declaraciones aisladas
y retóricas. Además, la política exterior se ar­
ticuló sobre coordenadas de neto significado internacionalista : la
comunidad hispanoamericana, la fraternidad
· con

los
pa!ses árabes y
la alianza especial con Portugal, tres diáfanos ejemplos de supranacio­
nalismo. «No somos nacionalistas -afirmaba Primo de Rivera­
porque el nacionalismo es el individualismo de los pueblos» (99).
Y Franco remacha en 1946: «lo que ha de pesar en el futuro es la
suma de naciones, la solidaridad de
loo pueblos;

ya no es posible
el nacionalismo aldeano» (100). Si la radicalización del nácionalismo
interno
y externo fuese una connotación política necesaria al modelo
fascista, tal calificación no sería adecuada al nuevo Estado español.
Se alude también al tot,,/itarismo como carácter típico de un
régimen fascista. Su definición más clara y tajante es la de Mussoli­
ni: el Estado «es forma y norma interior y disciplina de toda la per­
sona: penetra la voluntad
y la inteligencia» (101). «Nuestra fór­
mula es ésta: todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado» ( 102). Es la teoría gentiliana del Estado ético o pedago­
go, y el -de la economía intervencionista y racionalizada. Es dudoso
que estas declaraciones se transformaran en plena realidad política
sobre la Italia mussoliniana; ¡iero
es que

en España ni siquiera
existieron como simples declaraciones de intención. Afirmaba Primo
(99) Primo de Rivera: op. cit., pág. 811.
(100) · Franco, Francisco: Franco ha dicho. Madrid, 1947, pág. 250.
(101) Mussolini: La doctrina del faJcismo, pág. 21.
(102) Idem: Discuno en el III aniversario de la marcha sobre Roma
(20-X-1925); en El espíritu de la revolución fascista, Buenos Aires, 1936,
pág. 217.
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BSPARA Y EL FASCISMO
de Rivera: «Oiganlo los que nos acusan de profesar el panteísmo
estatal: nosotros consideramos al individuo como unidad fundamen­
tal porque este es el sentido de España, que siempre ha considerado
al hombre como portador de valores eternos» (103). Y Franco in­
sistía muy enérgicamente en idéntico postulado en
1938: «Los

prin­
cipios en que se inspira nuestra revolución· nacional se basan en la
noción de la persona humana. Para nosotros, la integridad espiritual
y la libertad del hombre son valores intangibles. Y de. aquí lo que
diferencia también nuestra doctrina de las doctrinas totalitarias que
todo lo atribuyen al Estado» (104). La raíz filosófica del ideario del
nuevo Estado español era la concepción cristiana de la sociedad y del
mundo, la cual era radicalmente incompatible con la estatolatría, lo
mismo en su versión decisionista que en la idealista. Si el to.talitaris·
mo

fuera consustancial a los Estados fascistas,
-el español no podría
ser considerado como tal. El
11niparl/dismo de mMáS es otra de las características del Fas­
cismo. En Italia el partido era homogéneo,
sobre todo
después de
la crisis de Mateotti, que relegó a los sectores más radicales. En
España el partido originario
-FET y
de las
JONS--era
el resul­
tado de la unificación de diferentes grupos y, luego, el Movimiento
Nacional fue una entidad integrada por diferentes familias ideoló­
gicas, entre las que figuraban democristianos, monárquicos tradi­
cionalistas, monárquicos dinásticos, falangistas, excombatientes, tec·
nócratas y gentes sólo definidas por e] no marxismo. Cuando se
promulgó el Estatuto de Asociaciones Políticas (21-Xll-74) el Mo­
vimiento se fragmentó en varios partidos que, en líneas generales,
correspondían a algunos de los grupos que lo integraron. El partido
italiano asimiló a muchos elementos procedentes de la izquierda, in·
cluso del comunismo, y la inmensa mayoría de sus miembros era de
la clase media. El Movimiento Nacional era constitutivamente anti­
marxista e interclasista. Por otro lado, el Fascio contaba con cente­
nares de miles de militantes, mientras que el Movimiento fue siem­
pre una organización de cuadros que tenía pocos afiliados cotizantes.
( 103) Primo de Rivera: op. rü., pág. 571.
(104) Franco: op. cit., págs. 38 i' 39.
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Mussolini se apoyó en un partido de masas, mientras que Franco lo
hizo en un consenso nacional difuso y amplio de ciudadanos que no
militaban
en el

Movimiento, pero que respaldaban al régimen ya
tácitamente, ya con su voto, ya excepcionalmente en las escasas aun­
que multitudinarias manifestaciones públicas. El sistema español no
incluía, pues, un unipa.rtidismo de masas.
Las diferencias entre los dos. regímenes son demasi~do numerosas
y afectan a dimensiones tan esenciales que es imposible considerar
al español no ya como un reflejo del italiano, sino ni siquiera como
muy influido por él. Y las coincidencias accidentales no desmienten
la radical disimilitud.
V. Conclusión
La principal coincidencia positiva de loo doo modelos fue su
función desarrollista. Tanto Mussolini como Franco asumieron el
poder en naciones predominantemente agrarias, poco industrializadas
y con rentas nacionales y tasas de capitalización mucho
más bajas
que

las de
otroo pueblos
europeos. Ambos regímenes pusieron a con­
tribución los recursos sociales para aproximarse a los niveles de
desarrollo de las grandes potencias continentales y declararon que
ése era un objetivo político primordial. El Fascismo sólo dispuso de
quince años de
paz, interrumpidos por la aventura africana; España
dispuso de casi el doble, aunque habría que deducir los años de
restañamiento de las heridas de la guerra civil y
loo del

posterior
bloqueo internacional. Durante el mandato de Mussolini la produc­
ción agraria

pasó de 100 en 1922 a 148 en 1937;
y la industria, de
100 en
la misma fecha a 182 en 1934 (105). Las estadísticas espa­
riolas acusan un crecimiento todavía más rotundo. Para un índice 100
de producción agrícola en 1953, el de 1967 es de 310. Para un
índice 100 de producción industrial en 1963, el
correspondiente a
1972

es 256. Otras cifras ilustran el cuadro.
Los regadíos afectados
por
obras estatales

era 450.000 Ha.
en 1952 y 1.655.000 Ha. en
(105) Welk, William: Fasdst economy policy, Harvard, 1938, citado
por Gregor: op. cit., ed. ril., págs. 214-215.
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ESPAf/A Y EL PASCISMO
1972. El total acumulado de bosque repoblado era de 610.000 Ha.
en
1940 y de 2.000.000 en 1967. La producción de energía eléctrica
era de 10.000 millones de
KWH en 1953 y se elevó a 80.000 millo­
nes en 1974. La capacidad de los embalses era de 4.133 Hm.' en 1940
y de 38.819 en 1972. La ,enta «per capita» no aumentó du­
rante
el
periodo de

la
II República (1931-36) y creció al 6,5 %
de media anual durante el periodo 1961-,1970. España, que era
un país agrícola en 1936,
se situó en 1974 entre las diez primeras
potencias
industriales del mundo (106). Ahora bien, esta afectiva
coincidencia
en el desarrollo se dio también en Japón e Israel y, sin
~mbargo, no se puede calificar a estos dos .regímenes de fascistas.
La principal coincidencia negativa del Estado español con el
italiano fue el rechazo de la democracia parlamentaria e inorgánica
o partitocrátiéa. «El Fascismo -escribe Mussolini- se opone a la
democracia, que confunde al pueblo con la mayor!a, rebajándolo al
nivel de los más; pero
el Fascismo es la más franca de las demo­
cracias

toda
vez que

concibe al pueblo como se le debe concebir,
cualitativamente
y no cuantitativamente» (107). La posición de Fran­
co lleva a similares consecuencias prácticas, pero no era absolutista
y categórica, sino relativista y circunstancial, es decir, adoptada ante
las coordenadas históricas de España: «si el régimen liberal y de par­
tidos -afirmaba en 1943- puede servir al complejo de
otras na­
ciones, para los
españoles ha

demostrado ser el
más demoledor de
los sistemas, incompatible con
la unidad, la autoridad y la jerar­
quía» (108).
Ahora bien, ¿es el antidemoliberalismo sinónimo de fascismo?
Si la respuesta fuese afirmativa serían. fascistas todos los Estados
anteriores a la Revoluci6n Francesa y cuantos, después de ella, conti~
nuaron básicamente fieles al modelo constitucional del Antiguo Ré­
gimen o adoptaron ya el cesarismo, como Napoleón III, ya la dic.
( 106) Fernández de la Mora, -Gonzalo: El Estado de obras, Madrid,
1976, págss. 249-255.
(107) Mussolini: La doctrina del Fascismo, pág. 18.
(108) Franco: Discurso inaugural de las Cortes (17-111-1943), en
Franco ha dicho, pág. 83.
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GONZALO FERNANDEZ DE LA MORA
tailura, como Lenin o Mao; en resumen, la casi totalidad de las
formas políticas que han ido configurando la tantas veces milenaria
humanidad serían fascistas. Por reducción al absurdo se impone la
renuncia al dilema: o partitocracia o fascismo.
El Estado del 18 de julio se definía como una democracia orgá­
nica o corporativa con un ejecutivo presidencialista, que en el caso
excepcional de Franco tenía carácter vitalicio. Este modelo autoritario
y desarroUista podrá gustar o desagradar en virtud de postulados
apriorísticos, y podrá reputarse oportuno y eficaz o inadecuado
y
contraproducente en virtud de análisis empíricos; pero un mínimo
de rigor intelectual impide cíasificarlo como una especie del hipo­
tético género fascista. Franco se opuso siempre a una denominación
tan simple y gratuita: nuestro Estado «no corre peligro alguno de
fascistizarse>>, declaraba a un periódico francés en agosto de
1938 (109). Y ante las Cortes resumió, en mayo de 1946, su
autodefinición y su juicio histórico: «El abismó y diferencia mayor
entre nU:estro sistema y el nazifascista es la característica de católico
del régimen. que hoy preside los destinos de España. Ni racismo, ni
persecuciones religiosas, ni violencia sobre las-conciencias, ni impe­
rialismo sobre sus vecinos, ni la menor sombra de crueldad tienen
cabida bajo el sentido espiritual y católico que preside toda nuestra
vida» (110). Este texto, viejo de un tercio de siglo,
parece pensado
para
responder negativamente

a las
más depuradas caracterizaciones
que del fascismo ofrece
la politologia actual.
El Estado nacido el 18 de julio
de 1936 y reemplazado en 1978
no se explica ni como un fascismo, ni desde el fascismo; se -explica
desde el tradicionolismo español, que en la edad contemporánea re­
presentan Balmes, Donoso-Cortés, Menéndez-Pelayo, Mella
y Maeztu
con su grupo de «Acción Española» (111).
Las raíces de esta con-
(109) Idem: Declaraciones a Henri Mauis para «Candide» (18-VIII-
1938), en Palab,a, del Caudillo, Ed. Nacional, Madrid, 1943, pág. 517.
(110) Idem: Discursó ina11gural de las Corle! (14-V-1946), en Franco
ba dicho, págs. 84 y 85.
(111) Vid. Gambra, Rafael: Tradición y mimetismo, Madrid, 1976,
págs. 103 a 202; y Morodo, Raúl: Acción Española. Orfgenes _ideoló1sicos del
fra,zquismo, Mackid, 1980, págs. 233 y sigs.
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ESPAl'IA Y EL FASCISMO
cepc1on de la sociedad y del Estado pasan por los grandes juristas
y pensadores españoles del siglo XVI y se remontan a los teóricos cas­
tellanos

medievales.
Y esta es otra profunda diferencia entre la ex­
periencia de
Musso,lini y la de l'ranco. Aquél tuvo que inventar por­
que operaba sobre una nación joven
y sin tradición propia, mientras
que éste pudo simplemente actualizar porque se encontraba inserto
en 1a viva tradición institucional y doctrinal de una nación mucha.,
veces centenaria.._
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