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La inflación deseada

LA INFLACION DESEADA (*)
POR
Loms SALLERON
La inflación se recibe bien. En Francia y en todas partes del mun­
do.
Se sabe que es mala pata la salud de los paises, pero es una droga
dulce que tarda en manifestarse en sus efectos
más perniciosos y, como
ella, es agradable en muchos aspectos, resulta que no se tiene pr!sa por
combatirla. Es más bien deseada por los Gobiernos, que encuentran
en sus

mecanismos una manera oblicua de aumentar sus ingresos fis­
cales
y, al mismo tiempo, de disminuir sus deudas frente a los ahorra­
dores. La única preocupación de los Gobiernos es que los mecanismos
se mantengan, ya que, si
se rompen,

se entra en la aventura
y, para
ellos,

en la obligación de
pasar la

mano.
En Francia se siente que apunta esta inquietud.
Las Cajas de Aho­
rro comien:,;an a manifestar sintomas de cansancio y los sobresaltos
del oro atraen la atención sobre el
valor mágico de un metal que, desde
que está desmonetizado,
parece haberse convertido en el único patrón
monetario del planeta en
sn conjunto.
La situación, sin embargo,
implica nuevas incógnitas. De repente,
la inflación se puso al trote, cuando no al galope, en algunos paises
vecinos, como Inglaterra, donde alcanza el
20 % en estos momentos.
El año 1979 fue un
año inflacionista, es

decir, marcado por un aumen­
to de la inflación en casi todos los
paises del mundo occidental. Para
salvar su moneda, ca.da país continúa recurriendo a los
remedios clá­
sicos,

pero a dosis de
cal,allo. Los tantos por ciento de interés pasan
al 15, al 20, al 25 % y los analistas financieros ya ª°'"' aventuran a
(*) Tenemos el gusto de reproducir de mNERAIRES, n.0 243, de
mayo de 1980, traducido al castellano, este interesante artículo de nuestro
amigo Louis Salleron.
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LOUIS SALLERON
hacer previsiones. Y es que, en cierto grado de desarreglo general,
las

relaciones entre
los principales elementos monetarios y financieros
se desarreglan, a su vez, pudiendo llegar incluso a invertirse.
Los franceses perciben confusamente esta situación. Aceptan la
presentación de la inflación en los simples términos de
salario-coste
de

la producción, coste de producción-precio de venta, exportación­
importación. Tienden, ahora, a no sen.tirse satisfechos, presintiendo
que se produce, simplemente, el despilfarro del dinero público.
Se irritan por
el hecho de que, en las brillantes exposiciones del
Presidente de la República
y del Primer ministro, las cuestiones im­
portantes no. sean
jamás abordadas. Se habla indefinidamente de las
ventajas que se conceden a los más desfavorecidos, absteniéndose de
mencionar que los más desfavorecidos han llegado a serlo por haber
sido expoliados, año tras año, de sus ahorros por la inflación, mientras
la legislación familiar iba siendo demolida sistemáticamente por la
V República.
Por una ironía, que podemos preguntarnos si es coosáente o in­
consciente, los principes que nos gobiernan bautizan el año 1980 como
e.Año del patrimonio>, del

mismo modo que
habfan bautizado
el año
pasado
como «Año de

la
infancia>. Si
ese
fue el «Año del aborto»,
el
actual será

el de nuestra
«Última camisa». El

patrimonio es, en
efecto, el patrimonio
nacional. El

Sr.
Giscard d'Estaing
ha afirmado
que todos los franceses eran
propietarios. Les

corresponde, en conse­
cuencia, conservarlo a fin de
poder gozar

de él, lo cual
exige mucho
diriero, que tendrán
gran placer en dar al Estado, encargado de su
mantenimiento.
¿Qué más liberal y más ávanzado que la propiedad
colectiva? Era condenable
cuando estaba

en manos de
la Iglesia, de
los Señores
y de los Reyes, pero es altamente recomendada cuando el
Contrato Social nos convierte en dueños y legítimos poseedores por
igual de la Natt1raleza. Por otra parte, si la Historia nos obliga a contar
todavía en nuestro patrimonio
· tantas catedrales y castillos, debemos
consolarnos pensando en que nuestros descendientes encontrarán en
su cuna Beaubourg y la Defense, la Tour Elffel, la Tour Montpamasse
y el Trou des Halles, sin hablar a la escala del urbanismo, de loa
inmensos

suburbios de H.
L. M. y de las chabolas. Jamás se tiene
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LA INFLACION DESEADA
otra cosa que el patrimonio de los ancestros. Deseemos que nuestros
herederos se sientan orgullosos de lo que les leguemos. Hace algunos meses, por azar, oí
por la radio un diálogo entre
Michel Debré y
Marce! Jullian.

Este se preguntaba por qué misterio
los hombres políticos están hasta tal punto separados de
los problemas
de

la gran mayoría de los franceses. Michel Debré
negaba esta
sepa­
ración, pensando, sin

duda, en sí mismo. Pero Marce! Jullian respondía
que la percibía en todas
partes y, por añadidura, la encontraba en él
mis~. Es, efectivamente, manifiesta. La campaña para las elecciones
europeas es lo que más lo ha puesto de relieve. Lus líderes de los
grandes partidos sólo
piensan en

balbucear palabras ante sus concu­
rrentes. No se
daban cuenta

de que sus ganancias y sus
pérdidas eran
poca
cosa ante

el descrédito que en común arrojaban
sobre wi sistema
político, que parecía convenirles perfectamente mientras que
los fra.'1-
ceses medios lo sentían como una prisión de la que decididamente no
había
medio de salir. La «pequeña pantalla» de la televisión no había
robado su nombre: una pantalla irremediablemente
opaca y perfecta­
mente

irrompible, entre
el pequeño mundo del Poder y la muche­
dumbre de
los gobernados.
En esta primavera 80, el ilusionismo oficial continúa, más seguro
que nunca de sus efectos. Nos damos cuenta de que el pu_eblo francés
se encuentra ligado ante todo a las grandes conquistas de la Seguridad
Social y que hacer economías en este universo de desorden sería atentar
a los grandes principios de la Revolución y a los manes del General
de Gaulle. Entonces,
¡ adelante con los impuestos! ¡ Adelante las co­
tizaciones

sociales ! Las familias, los independientes, las clases medias,
son invitadas para que financien
la decadencia nacional hasta alcan­
zar su propia desaparición final, que la consagrará.
La inflación es el único vinculo que liga a la Francia sin voz con
la Francia que perora. Ciertamente, las catástrofes a que puede con­
ducir son sensibles para todos, pero hay una mayoría de franceses a los
que proporciona unas ventajas
iguales a

las del Poder. Este espera, por
tanto, poder modelar hasta las elecciones presidenciales los temores
y
las esperanzas que necesita para sobrevivir.
En este reinado de sombras, el juego ya no se desarrolla entre
cuatro, con algunos marginados en reserva, se juega entre dos : Valery
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LOUIS SALLER.ON
Gircard d'Estaing y Geo dos
dunw.te todo

el año, salvo que el primero
adopte alguna
decisión
que intetrumpa ese curso o que algún acontecimiento imprevisible
coloque a Occidente cara a la
realidad.
Uno y otro juegan ganando, porque uno y otro tienen que jugar
por fuerza la lógica pura de su propia ideología personal: la del libe­
ralismo

avanzado, es decir, del socialismo, el primero,
y la del socialis­
mo avanzado, es decir, el comnnismo, el segundo.
Según este esquema, V alery Gircard d'Estaing seguirla como Pre­
sidente de la República, porque los franceses tienen miedo al comu­
nismo, pero Georges Marchais
ganarla también encamando la tradici6n
republicana y democrática, la de la Revolución, de la Comuna y de la
Libetación.
Si, por consiguiente, Giscard d'Estaing

no decide
otra cosa y si
el mundo exterior decide dejamos
en nuestros

juegos, será suficiente
que la inflación no supere
el 15 % desde ahora hasta las Navidades,
para que los dos concurrentes ganen. El Sr. Barre vigilará durante
todo el tiempo que juzgue necesario.
¿Y después?
Después

será «la patria en peligro» la que designará el salvador.
Georges Marchais cnenta con ello. Pero el
porvenir solamente
pertenece a

Dios.
lUB
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