Índice de contenidos
Número 219-220
Serie XXII
-
Estudios
-
La siembra de Juan Pablo II en España
-
Una polémica sobre Ortega (En el centenario de Ortega: La polémica en torno al orteguismo católico, veinticinco años después)
-
Cristianismo y cosmovisión científica
-
Metafísica cristiana de la familia
-
Actualidad de Louis Veuillot
-
El pensamiento originario de Hispanoamérica y el simbolismo de las Malvinas
-
Forjadores de México (II)
-
- Actas
- In memoriam
- Información bibliográfica
- Verbo
Autores
1983
El pensamiento originario de Hispanoamérica y el simbolismo de las Malvinas
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA Y EL SIMBOLISMO DE LAS MALVINAS
POR
ALBERTO CATURELLI
Un comando argentino, al regresar de las Malvinas, dijo de
sus camaradas muertos que allá quedaron: «sus cuerpos fueron
lentamente fundiéndose con ese suelo criollo, a través de los
mantos nevados, pero siempre supimos que estaban allí, como
centinelas espiritua
den para siempre abonando la sagrada tierra patria a la cual un
día volveremos.
La presencia de esos huesos queridos está cargada de simbo
lismo histórico y la casi unánime adhesión de Hispanoamérica a la
causa de las Malvinas, demostrando una unidad subyacente ineli
minable, nos invita al recogimiento y a la reflexión. ¿Existe, ver
daderamente, una unidad histórica y vital Iberoamericana? Si
existe, ¿cuáles son las razones últimas de tal unidad? Porque, si
es así, el simbolismo de aquellos huesos sagrados trasciende el
mero ámbito argentino y adquiere un significado continental. Pero
plantearse este problema equivale a abrir la instancia filosófica
y teológica respecto del sentido y del destino de Hispanoamérica; no porque se trate de exponer una historia del pensamiento his
panoamericano más auténtico, sino 'de plantearnos la existencia
misma de un pensar originario ( y original) que nos permita se
ñalar y valorar nuestra presencia en la historia. Y así retomo,
una vez más, el hilo de una reflexión de toda mi vida, cuyo
primer testimonio en forma de libro vive en
las páginas
de
América bifronte (1956) y que hoy, bajo la lacerante incitaci6n
de nuestra historia inmediata, me veo en la oblligación de re
pensarlo todo.
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ALBERTO CATURELLI
I
DESCUBRIMIENTO, CONQUISTA Y TRADICIÓN DE HISPANOAMÉRICA.
a) El descubrimienJ:o como acto del hombre cristiano.
Quizá sea lo mejor recordar las inmortales palabras de Cris
tóbal Colón estampadas en su carta a Luis de
Santángel, anun
ciando,
por primera
vez, el
descubrimiento del Nuevo Mundo:
«Señor:
Porque_, sé
que habréis placer de la grande victoria que
Nuestro Señor me ha dado en
mi viaje, vos escribo ésta, por la
cual sabréis cómo en veinte días pasé las Indias con la armada
que los ilustrísimos Rey y Reina nuestros señores me dieron,
donde yo fallé muchas islas pobladas con gente sin número, y de ellas todas he tomado posesión por sus
altezas» (
1 ). Sea cual
fuere el sentido que, a fines
del siglo XV, tenía el término descu
brir, lo cierto es que, lentamente, el hombre europeo fue tomando
conciencia del hallazgo de algo nuevo. Insinuada ya en Colón, es explícita en Américo Vespucio quien, en su célebre carta
Mundus Novus habla a Lorenzo de Médicis de «aquellos nue
vos países» a los cuales «Nuevo Mundo nos es lícito llamar, por
que en tiempo de nuestros mayores de ninguno de ellos se tuvo conocimiento» (2). Hay, sin duda,
aquí, un
hallazgo, un descu
brimiento y un acto de posesión. Hallar, que proviene de
afflare,
soplar ( de ad y flo) y que, en nuestra [engua, significa dar con
algo sin haberlo buscado; en cambio, descubrir supone cierta
intención que puede ser subsiguiente al mero hallazgo y es acto de poner de manifiesto, de hacer patente, de de-velar
lo cubierto
cuando se toma conciencia de
[a novedad
de lo hallado. Por eso,
(!) Tomo el texto del agregado: Documentos del libro de Marianne
Mahn-Lot, El descubrimiento de América1 pág. 115, trad. de L. Ponce,
Ed. Huemul, Buenos Aires, 1978.
(2) Cfr. El Nuevo Mundo. Cartas relativas a sus viajes y descubri
mientos, pág. 171, textos en italiano, español e inglés; estudio preJiminar
de Roberto Levilliet, Ed. Nova, Buenos Aires, 1951.
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
en el caso de América, el des-cubrimiento supone el hallazgo de
lo
inesperado
y lo hallado es aquello originario, allí meramente
estante, que, para la conciencia cognoscitiva. permanecía como
si
nada. Develar, pues, es también, de algún modo, poseer, hacer
suyo lo descubierto, Donde se ve que hallar, descubrir y poseer,
implican una íntima relación interna. En este singularísimo caso,
si se hubiese tratado de un mero hallar ( como
el de los vikingos
probal:!lemente) la originariedad de lo hallado hubiese permane
cido en su mudez entitativa. En cambio, descubrir, en
el acto
mismo de volverlo patente, inaugura una relación con lo descu
bierto que, en el caso de América, implica su novedad; de ahí
que, como pensaba Américo, nos sea lícito llamarlo «nuevo mun
do», ya que de él nadie había tenido conocimiento. Lo originario
hallado es como herido por el acto descubridor que es, verdade
ramente, un levantarse, un acto de aparecer ( de orior, me levan
to, de donde origo) y, por eso, original; es decir, todo acto de
descubrimiento, en ese sentido, es original; pero no hay tal acto sin
la originalidad antepredicativa. El descubrimiento ha sido,
pues, original, como modo de develación
de la originariedad ame
ricana.
Por eso es esencial tener presente que el hombre descubri
dor de América ( que desde su originariedad manifiesta su ori
ginalidad) ha sido, de hecho, el hombre cristiano. No se trata
aquí de una mera apelación a
la Revelación para resolver un
problema sino una simple situación de hecho que es necesario
pensar. Porque, en efecto, no ha sido el descubrimiento un acto
de la mera conciencia natural, sino de la conciencia del hombre
asumido por Cristo y que es, por eso, «creatura nueva» (2 Cor.,
5, 17)- Para el hombre cristiano estas no son meras palabras sino
que significan por una realidad ontológica, de tal modo que el
bautismo ha transfigurado y purificado la conciencia
(Heb., 10,
22); de
ahí que para este hombre -que es griego y es romano
en sus
oríge~es-toda
la cultura griega y toda
la cultura romana
han sido transfiguradas en la «nueva creatura»; de modo que,
así como la gracia salva y eleva
la naturaleza, así ambas cultu
ras han sido transfiguradas de tal modo que solo por
la Revela-
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ALBERTO CATURELU
ción cristiana alcanzaron su pi.lena helenidad y romanidad. Por
eso, cuando decimos que se trata del hombre greco-romano-cris tiano, los términos «greco»
y «romano» no son meras denomi
naciones extrínsecas sino que significan elementos constitutivos
de este hombre «nuevo». Luego, el acto de descubrir, como acto propio de la conciencia del hombre hispano-cristiano, supone la
devdlaci6n de
1,,'
originario allí estante y el aparecer de una ori
ginalidad
inevitablemente cristiana (3 ).
h) Tradición y füosofú, originaria.
La develaci6n y transfiguración de la originalidad americana
comenzó desde el instante en
el cual di hombre cristiano tomó
conciencia de la novedad de las Indias; por eso, la novedad ame
ricana no podía ser ni
la inmediatez de lo originario hermosamen
te representado por
'los pueblos
precolombinos
y la virginidad del
cosmos, ni
el puro espirito europeo yuxtapuesto, sino por la ge
neración de la originalidad cristiana de América. La inmediatez de la originariedad es el fundamento de toda posible originali
dad
y, por eso, la transfiguración de lo originario por el descu
miento, la catequesis
y la cultura hispánica (proceso que aún no
ha terminado) genera la originalidad cristiana de Hispanoamérica.
Quizá, el más solemne signo de esta novedad sea la expresión
de la Reina Isahel llamando a los indios sus vasallos, es decir,
sus iguales en cuanto personas
y el maravilloso testamento en el
cual insiste. en que su «principal intención fue ( ... ) inducir y
traer los pueblos ( de las Indias) y 1os convertir a nuestra Santa
Fe Católica»; de modo que, insistía la reina, «éste sea su prin~
cipal fin». Y, Fernando, dirigiéndose a Diego Colón, en 1509,
le dice: «mi principal deseo siempre ha sido
y es. . . que los indios
se conviertan a Nuestra Santa Fe Católica, para que sus ánimas
(3) Una exposición más amplia de esta tesis, en mi ensayo «Hispano
américa
y los principios de la política cristiana», en Verbo, núm. 210
págs. 49-56, Buenos Aires, 1981.
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
no se pierdan»; para lograr este fin, es menester no «les hacer
fuerza alguna», proceder «con mucho amor» y «procurar que sean
bien tratados» ( 4 ). Estas palabras suponen la igualdad esencial
de todos los hombres (personas humanas) y, por tanto, suponen
el fundamento de semejante doctrina, que no es otro que un
realismo metafísico que
afirma, primero,
lo real ( o
el ser)
como
10 otro, en cuanto otro del entendimiento; segundo, que es re
presentado en el entendimiento y, tercero, que su último funda
mento no· es otro que el mismo Ser subsistente que es Dios.
Esta actitud Hlosófica fundamental ha sido vivificada por su re
cepción obediencia! de
la Revelación cristiana y, con ella, de la
tradición greco-romana transfigurada en el estado de la «nueva creatura». Unicamente este último fundamento explica las pala
bras reales y la progresiva, a veces dramática, develación, asun
ción y transfiguración de fo originario, paso necesar!o para toda
posible originalidad americana. De este modo, la verdadera tra
dición iberoamericana no podía no ser griega y romana, hispana
y cristiana
y, a la vez, totalmente americana, es decir, nueva. Tal
es el núcleo, el último supuesto de nuestra tradición, algo así
como la filosofía originaria de Hispanoamérica que ha de ser,
por tanto, filosofía cristiana.
Sólo esto explica un hecho único en la historia de
!a hu
manidad: que la conquista de América no tuvo como causa prin
cipal motivos mercantilistas o el descarnado poder autosuficiente,
sino profundas razones metafísicas, espirituales y religiosas, más
allá de los pecados
y perversidades de los hombres encargados
de llevarla a cabo. Y, explica, sobre todo, el grande problema
de conciencia que toda una nación se impuso a sí núsma acerca
de la justicia de la conquista. Desde la junta de teólogos de Sa
lamanca, en 1517, hasta las Leyes de Indias promulgadas por
Carlos V, en 1542, y las reuniones convocadas por él en Valla
ddlid (1550-51),
se puso en claro, más allá de las polémicas, el
(4) Tomo los textos de Vicente Sierra, El sentido misional de la
Conquista de América,
págs. 24-25 y 4445, prólogo de· Carlos Ibarguren,
Publicaciones del Consejo de la Hispanidad,. Madrid, 1944.
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sentido cristiano del descubrimiento, de la conquista y de las
nuevas instituciones. A pesar de las justificadas reacciones que
provocó, es esto visible en las nobles páginas del! Democrates
secundus
(1545), de Ginés de Sepúlveda, pues, aunque haya sos
tenido que algunos, por condición natural, han de obedecer a otros (5), sólo fundamentó
fa legirimidad
de la conquista en las
violaciones de la Ley natural, ya en relación al culto de Dios
(canibalismo), ya en relación a la naturaleza humana (inmolación
de víctimas inocentes) (6) y, sobre todo, en la obligación de pro pagar la
fe por mandato del Sumo Pontífice (7). Pero el gran
maestro
ddl espíritu
de la conquista fue su oponente, Francisco
de Vitoria
y sus discipulos; sobre la base de aquella filosofía
originaria que postula, por un lado, el
v,llor de
la persona humana
y sus derechos esenciales y, por otro, la existencia de una comu
nidad de naciones en orden al bien común
univers,IJ; de
donde
se sigue que la simple asociación
y comunicación natural y el
derecho a la propagación de la fe eran los títulos legítimos de la
conquista y aquellos otros derivados de ellos ( 8 ). España ense ñó a los indígenas cuáles eran sus derechos fundamentales
y, ade
más, «nada
ni nadie empujó a España a realizar tan inusitado
examen de conciencia» (9).
De ahí que las consecuencias se si
guieron solas, como es visible en Bartdlomé de Carranza, para
quien los pueblos indios constituían la comunidad internacional
de naciones ( doctrina fundada en el realismo metafísico y
el de
recho
natural) y, por eso, España sólo intervenía en defensa de
(5) Dem6crates segundo o de las ;ustas causas de la guerra contra los
indios, libro I, págs. 430 y sigs., de la edición crítica bilingüe, traducci6n
castellana,
introducción, notas e índices,
por Angel Losada,
Instituto Fran
cisco de Vitoria, C. S. I. C., Madrid, 1951.
(6) Democrates secundus, libro I, 2.170-80 y libro I, 2.188-9.
(7)
Op. cit., libro I, 1.643-1.674.
(8) De indiis, págs.--705-726, de Relecciones teol6gicas, edición crí
tica del texto latino, versión espafíola, introducci6n general e introduc
ciones, por Teófilo
Urdánoz, O.
P., Biblioteca de Autores Cristianos,
Ma
drid, 1960.
(9) Vicente D. Sierra, A.ri se hizo América, pág. 79, Ediciones Dic
tio, 2.ª
ed., Buenos Aires, 1977.
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
los derechos naturales y la propagación de la fe; sólo el infan
tilismo y
la penuria de los indígenas autorizaba la tutoría espa
ñdla,
hasta
su madurez, para la incorporación a
la civilización
cristiana; de
ahí que, ya en la primera mitad del siglo xvr, Vitoria
y Bartolomé de Carranza anunciaran la independencia de Amé
rica
como, cuando
este último
dice: «Cuando ya no necesiten de
tutor, el Rey de España debe dejar a los indios en su primera
y
propia libertad» (10). Y aún algo más lejos fue Melchor Cano,
para quien el bien común universal está por encima del bien de
cada pueblo, porque todo el planeta supone una sola sociedad
orgánica, reduciendo el derecho de intervención a
[a caridad an
tes
que a la justicia ( 11 ). Hasta tal punto fue esto así que Diego
de Covarrubias (1512-1577), partiendo del supuesto del valor
objetivo del derecho natural ( contra todo voluntarismo jurídico) y
en virtud de su inmutabilidad esencial (no accidental), enseñó
que los rítulos de España derivaban
de la existencia de la co
munidad
internacional,
fa sociabilidad natural ( defensa de los
inocentes)
y derecho a la predicación del Evangelio, previa dis
tinción
entre dos comunidades de pueblos, una natural
y otra
cristiana en virtud de su actual incorporación a la Iglesia por el Bautismo (12). Dejando para otra oportunidad el análisis
mi
nucioso
de estos antecedentes, lo dicho basta para hacer notar
que, en virtud de aquella filosofía cristiana originaria
y original,
no sdlamente se
explicó la
misma existencia del imperio espa
ñol, sino que se anunció claramente la futura independencia de
Hispanoamérica.
Tal fue el espíritu que descubrió, que asumió
lo originario
y abrió la posibilidad de 'la originalidad cristiana de
Iberoamérica. Todo lo demás se siguió como lógica consecuen
cia: las leyes, las instituciones, la cultura, las universidades, el
(10) Ratione /idei potest Caesar debellare et tenere indos Noví Or
bis?, núm. 8, en Luciano Pereña Vicente, Misión de España en América,
1540-1560, Instituto Feo. de Vitoria, C. S. I. C., Madrid, 1956.
(11) De dominio indiorum, q. 1, núms. 8-10, en L. Perefia, op. cit.,
cfr.
la esposici6n
del mismo
Pereña, págs. 83-4.
(12) Véase De iustitia belli adversos indos, en L. Pereña, op. cit.,
págs. 185-231.
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ALBERTO CATIJRELLI
futuro federalismo político fundado en los grandes distritos de los cabildos que repetía, con su
originalidad local,
el sentido de
las comunidades castellanas de la
Edad Media. El mero hallazgo
primero, después el descubrimiento que se hace progresivo y la
posesión por varios siglos, significó
1a verdadera creación del
mundus novus que, como un todo virtual, contenía en sí la tra·
dición griega, romana, ibérica
y católica y, a la vez, le confería
una originalidad intransferible. Esto no hubiese sido posible sin
el supuesto esencial de un realismo metafísico que acepta humil
demente el acto de ser ( última perfección de todo cuanto existe)
re-presentado en
1a interioridad de la conciencia y fundado en
el mismo Ser subsistente que es Dios, todo lo cual ha sido, para
el hombre crisriano, transfigurado en el nuevo estado de la
<
va creación», que es el estado existencial cristiano. Por esoi todo
el poder terreno está subordinado a la transcendencia metahis
tórica y al servicio del bien común de los pueblos del orbe. Este
mismo espíritu puede seguirse en el pensamiento filosófico y
teológico de 1os pensadores iberoamericanos anteriores a la in
dependencia política y posteriores a ella, como creo haberlo de
mostrado·
en mi obra Historia de la filosofia en Córdoba (1610-
1984) y como estoy seguro que puede probarse en todos los
países hispanoamericanos ( 13 ). De donde se sigue que, cuando
el inmanentismo
filosófico antimetafísico
invadió
y corrompió
el alma de España, resolviendo ( y disolviendo) la temporalidad
histórica en el temporalismo historicista del Iluminismo; cuando,
por eso, absolutizó los valores seculares y se negó a sí misma en
e!l. despotismo «ilustrado», el imperio se corrompió en colonia
y las antiguas provincias de ultramar fueron· más hispánicas que
España y dieron el paso natural previsto por Vitoria, por Ca
rranza, por De Soto, por Suárez, por Covarrubias, por Cano: se dieron
la independencia política y, sobre aquella originalidad
( 13) La obra a la que aludo, inédita pero ya cOncluida en el moniento
de aparecer este trabajo, consta de cuatro grandes partes en las cuales se
expone el pensamiento filosófico de los siglos XVII, XVIII, XIX y xx.
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
primera, preservaron la origina!lidad cristiana del nuevo mundo. Tal es nuestro destino histórico. Sin embargo, frente a él se al
zaban tres gigantescos obstáculos mortales.
11
Los OBSTÁCULOS MORTALES
Naturalmente, estos obstáculos parecen insuperables por su
inmenso poder terreno, porque nos cierran el paso y porque nos
son mortalmente hostiles. Tomo aquí el término obstáculo en
su sentido más preciso, de
obstare, impedir (de ob y sto, estar
en pie) que significa no sólo estar delante, sino cerrar el paso,
impedir, dañar, oponerse. No se trata, en modo alguno, de un
obstáculo pasivo, cómo un muro, sino de una fuerza activa que
ba engendrado, en el orden del pensamiento, una visión inma nentista del mundo
y de la vida y, en el orden político, los
grandes imperios .secularistas, prontos hoy a destruirse mutua·
mente. Desde los griegos y romanos basta la Edad Media cris·
tiana y desde ésta al imperio español de aquende
y allende el
Atlántico, fue una verdad no discutida la primacía absoluta del ser sobre el pensar; esta simple afirmación de nuestra filosofía
originaria, implica, por un lado, la humilde entrega de la razón
a la
re:rlidad y, por otro, la disposición para la recepción de la
Revelación cristiana con la consecuente relativización de los va·
lores terrenos ya que el hombre es peregrino del Absoluto. Pre
cisamente, en la medida en la cual la razón se pone como «me·
dida» de lo re~! (Occarn, Descartes), son sus propias estructu
ras las que resuelven la existencia del objeto en cuanto objeto
(Kant), o ponen en la experiencia sensible la única fuente de
todo conocer; por eso, o concluímos en la reducción de todo posible conocer al ámbito de la verificación empírico sensible (
em·
pirismo y positivismo radicales) o en la identidad dialéctica de
ser
y pensamiento (Hegel) que-4.a de convertirse en la identidad
dialéctica de pensar y realidad material (marxismo). Si todo es,
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ALBERTO CATURELU
por así decir, inmanente a todo ( o al Todo), los valores terrenos
se
vuelven absolutos
en su orden
y aun para aquellos que con
serven la
fe cristiana, ésta apenas será un mero acto volitivo o
un puro sentimiento subjetivo. En
el orden
político e hist6rico
será el motor del poder temporal inmanente a sí mismo que pon
drá los fundamentos de los grandes imperios secularistas que
sactifican la persona a un todo abstracto.
a) El imperio de Albión.
En
efecto, mientras los te6logos,
fi!6sofos y juristas españo
les
(y los primeros pensadores iberoamericanos, especialmente
de'.! siglo XVII) ponían los fundamentos de una originaria filosofía
iberoamericana
y echaban las bases del derecho internacional, du
rante los siglos xvr
y XVII van madurando las causas de la apa
rición de otros· imperios, especialmente el de Inglaterra, radical
mente contradictorios con el espíritu iberoamericano. Este pro
ceso puede ser pensado en
tres planos
simultáoeos: ante
todo, en
el
orden
especulativo dominado, fuera de España e Iberoaméri
ca, por el nominalismo terminista que significó, como lo ha
puesto de relieve Joseph Maréchal, cuatro consecuencias: des
truida la relación que une el universal con la forma del ente
concreto, la lógica queda reducida a «un juego estéril de sím
bolos»; escindido el conocimiento sensible del conocimiento in
telectual, se rompe la unidad del compuesto humano
y es po
sible la negación de la espiritualidad del alma humana; por la
misma razón, al permanecer autónoma la voluntad respecto de
la inteligencia, sólo será posible el indeterminismo irracional del
voluntarismo que
iria a
concluir, en Teología, en el fideísmo pro
testante; por
fin, la metafísica se vuelve imposible desde que
s6lo nos queda
el puro hecho empírico de la existencia (14). En
(14) Cfr. Joseph Maréchal, S. I., Le point de départ de la Métaphy
sique (5 vols.), Cahier, I, 3.0 ed., Bruxelles, 1944; lib. IV, cap. II (hay
trad. castellana, Gredas, Madrid, 1957).
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERJCA
el orden político-temporal, el voluntarismo produce la separación
entre la
razón y
la fe y la consecuente exaltación de los valores
terrenos, como acontece en el
Defensor pacís, de Marsilio de
Padua, que, en acuerdo profundo con el terminismo nominalista,
reduce
el derecho al derecho positivo y pone en el pueblo el
origen del poder, subordinando la potestad ejecutiva a la legis
lativa; en este primer esbozo del totalitarismo moderno, el po der se seculariza y se vuelve absoluto (15) y el derecho interna
cional, como lo concebía Vitoria, no tiene razón de ser. La evo
lución de ambas instancias ( especulativa y
polític0-social) había
de
concluir en el empirismo y en el sensualismo de Locke, por
un lado,
y, por
otro, en la plena autosuficiencia del orden tem
poral. Y así se comprenden los acontecimientos paralelos en el orden
histórico que dieron nacimiento a los grandes impetios
secularistas, mientras d imperio iberoamericano era minado por
dentro, en el siglo XVIII, por el iluminismo. Si fuéramos a pro
poner una fecha para señalar una gran desgracia, señalaríamos el
año 1527, cuando Enrique VIII rompió con la Iglesia católica
y, aun
contra su voluntad, comenzó el proceso de descatoliza
ción de Inglaterra que, poco a poco y contra su verdadera tra
dición, fue asumida, tanto en el orden especulativo cuanto en
el
político-temporal, por la plena autosuficiencia de la vida. Quien
conozca medianamente la historia de Inglaterra,
lo recordará
perfectamente; pero quizá debamos dejarnos guiar por
el lúcido
(y hoy más actual que nunca) libro de Christopher Hollis sobre
el reinado de Isabel I, que arrancó a Inglaterra de su verdadera
tradición con la iniciativa del talentoso y perverso ministro Wi-
(15) Cfr. George de Lagarde, La naissance de l'esprit latque au dé-.
clin du Moyen Age, vol. 111, París, 1970; son especialmente valiosas las
obras
de José Pedro Galvíio de Sousa, O totalitarismo nas origens da
moderna teoria do Estado,
230 págs., Sao Paulo, 1972; Jeannine Quillet,
La philosophie politique de Marsüe de Padoue, J. Vrin, París, 1970; de
la misma autora, «Polftica y Evangelio · en la obra de Marsilio de Padua»,
en La filosofía del cristiano, hoy,· vol. IV, Actas del Primer Congreso Mun
dial de Filosofía Cristiana, Sociedad Católica Argentina de Filosofía, Cór
doba, 1983,
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ALBERTO CAWRELLI
lliam Cecil. Por medio de la persecución y del terror, la antigua
provincia de Britannia se negaba a sí misma: «Inglaterra era un miembro del cuerpo de la cristiandad, dice Hollis. Separado este
miembro, Inglaterra se desvinculaba de todo su pasado» (16).
La «isla de los Santos» se fue trocando en la isla de la aposta
sía como ya lo señalara Donoso Cortés ( 1 7 ), y de guardiana de
la cristiandad llegó a ser campeona de la herejía. El gran his
toriador inglés, Hilaire Belloc, demostró con claridad lo que
él
también
llamó «la apostasía de Inglaterra», única provincia ro
mana que «se pasó al bando bárbaro enemigo y le prestó su ayu da», lo cual adquirió una enorme importancia ( 18 ), pues «la
Reforma no sería hoy día más que un episodio histórico sin
consecuencias y Europa sería aún la Cristiandad a no mediar
el
factor decisivo, la separación de Gran Bretaña». A comienzos
del siglo
XVII, Inglaterra ya no era la misma y al progreso ma
terial se unió, con estricta lógica interna, la supretnada de los
valores materiales (mercantiles, industriales, trata de negros, etc.),
cuya evolución puede seguirse a través de los complicados acon
tecimientos de la vida inglesa, hasta la definitiva instalación del
liberalismo sensualista y contractualista de Locke, verdadero pa dre del liberalismo moderno. Desde Guillermo de Orange, a
fines del siglo
XVII, Inglaterra no cesará de crecer hasta alcan
zar la plenitud del imperio en
el siglo XIX. Todas las posesiones
inglesas fueron logradas contra el derecho natural y
el derecho
de gentes -que la filosofía inglesa niega radicalmente-- y sólo
la intriga y la violencia fueron su fundamento. Mientras tanto,
(16) Christopher Hollis, El régimen monstruoso, pág. 126, trad. de
Ernesto
Palacio, La
Espiga de
Oro, Buenos Aires, 1944; véanse páginas
29, 31, 36-7, 41, 52-3, 81-3, 91-2, 105, 118; cfr. las emocionantes pala
bras del mártir jesuíta, Edmund Campion, en el momento de morir, en
pág. 124. Las conclusiones de esta obra, en págs. 250 y sigs.
(17) En Obras Completas, ed. J. Juretschke, 2 vols., Biblioteea de
Autores Cristianos, Madrid, 1946; vol. II, Discurso sobre la dictadura,
pág. 195; Cartas acerca de Francia~ pág. 715.
(18) Europa y la fe, pág. 245, trad. de A. Lanús, 3." ed., Ed. Sud
americana, Buenos Aires, 1967.
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
el antiguo imperio español --,--él también carcomido pot el Ilu
minismo
y la decadencia en el siglo XVIII-se desmembta y las
antiguas provincias
.de ultramar
se dan la independencia política.
Herederas del realismo metafísico del sentido común, de la pri
macía de la interioridad
y la contemplación orientada hacia la
Trascendencia absoluta del Dios cristiano, llamadas a develar
la nueva originalidad americana a
partir de
la originariedad pre
colombina, se encontraron frente al gran obstáculo de este im
perio fundado, precisamente, en contradicción con ellas. Hispa noamérica padecería, inmediatamente, en su propio territorio,
la
rapacidad insaciable de este nuevo poder secular. A este peligro
se unió otro mucho mayor: a medida que estos países se dejen
influir por este poder secularista o simplemente lo imiten con
olvido suicida de la propia naturaleza, habrán cerrado toda posibilidad de alcanzar su destioo histórico
y espiritual. La filosofía
cristiana originaria habrá quedado agostada en el momento de
nacer
(*).
b)
El imperio de Leviatán.
Sea que el pensamiento se reduzca a la sensación y los con
ceptos a meras «voces» universales (Locke), sea que nuestras
«ideas» sean metas «imitaciones» de las impresiones sensibles
(Hume), es
natural que
se amputen las alas de la Metafísica.
La
(*) Los países hispanoamericanos no deben caer en el juego del po
der angloamericano, ni dejarse seducir por él. Podría este peligro tentar,
por ejemplo, a Chile, para hacerse fuerte frente a la Argentina debido a
nuestro
diferendo austral.
Chile -para
mí, país fraterno de veras en va
rios respectos- debe tener presente que una derrota total de la Argen
tina por parte deÍ imperio angloamericano significaría quedar condenado a
ser un minúsculo satélite de aquel gran poder. Una Argentina vencida por
este imperio equivaldría a un Chile nadificadó. No me atrevo a pensar
que podría quedar «contento» por esto. Por eso, el único camino que te
nemos los híspailoamericanos -solucionadas las mutuas divergencias COn
justicia
y honor- es
unirnos fraternalm.ettt~ en virtud de los principios
comunes. En
el fondo, todo nos une, riada nos separa.
1233
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELU
verdad no es demostrable científicamente y la certeza queda re
ducida a
la intuición inmediata y, al cabo, la acción práctica
y la verdad se identifican. De
alú que la polémica de Locke con
tra Hobbes, fundada en razones políticas, no tenga mayor
sig
nificación ya que ambos piensan, en el fondo, lo mismo, desde
que el hombre es sólo cuerpo y resulta imposible un conocimien to de las cosas que no las reduzca a
prágmata. Por todo esto,
en el orden religioso,
la revelación se somete a la razón en el
«cristianismo racional» de Locke, o se reduce al subjetivismo
individualista e irracional de· Hume. Y, por supuesto, el orden
temporal se basta a
sí mismo,
anticipando así el futuro «senti
do de la tierra» proclamado por Nietzsche. En
la formación de
los Estados Unidos, ya
la tradición calvinista de Nueva Ingla
terra, ya la teoría del contrato
(covenant) del puritanismo ori
ginario, implican
la «tierra prometida» intramundana fundada en
un sentido ilimitado del poder secular. El conocimiento se pro pone, en Colden, por ejemplo, como percepción de las acciones
de la materia ( 19 ), al mismo tiempo que la Ilustración y
la re
ligión del «progreso» dominan el
espíritu norteamericano y se
expresan en la política por medio de Jefferson. Este sentido
pragmático es
tan fuerte que ni siquiera el idealismo de J oriah
Royce se liberó de
él, puesto que se resuelve en un. «idealismo
pragmátista de la acción humana». El sentido puritano del tra
bajo y del dominio de la naturaleza exalta el imperio económico
material del mundo; como lo ha expresado nítidamente
Max
Lerner, a quien cedo la palabra: «Es este impulso a 'tener los
pies sobre la tierra' el que ha mantenido al genio norteameri
cano estrechamente limitado dentro del ámbito de
la ciencia apli
cada y la ingeniería. La
veta emplrica corre como hilo a lo largo
de toda
la historia del pensamiento norteamericano. Los nor
teamericanos descubren sus ideas en las
cosas mismas: compren-
(19) Utilizo la muy c6moda selección de Paul Kurt, American thought
béfore 1900. A Sourcebook from Puritanism to Darwini=, 448 págs., The
MacMillan Company, New York, 1966; los textos de Cadwallader Colden,
en págs. 103-121. En un segundo volumen, el mismo auror public6 la se
lecci6n que comprende el pensamiento del siglo- xx.
1234
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
den las generalizaciones que se expresan por medio de las ope
raciones involucradas en el
uso de las cosas. El sector de la he
rencia filosófica europea que predominó
fue, esencialmente,
bri
tánico, menos influido por el sentido de lo absoluto que los
restantes; y el fragmento de pensamiento británico que mayor
influencia ejerció fueron las concepciones de Hume y Locke, en
las que se concentraba el empirismo
de la tradición británica.
Es también característico de la ciencia norteamericana el hecho de que su más brillante teórico de la filosofía fue Charles S.
Pierce, fundador de la escuela pragmática, para quien el 'signi
ficado de una afirmación' residía en los efectos que la creencia
en ella tenía sobre la conducta humana.
Esta línea de pensa
miento confiere esencia tecnológica a una civilización y
utiliza
exhaustivamente las teorías científicas, pero no genera nuevas
y grandes concepciones» (20). Como el mismo Lerner compara,
mientras los griegos se orientaron hacia las ciencias más especu
lativas, las ciencias de la tecnología norteamericana fueron la
química y la física, la electrónica y
la radiación, como corresponde
a un pueblo interesado en el
poder. Este poder igualitarista, te
naz y terreno, es representado en buena medida por el prag
matismo del cual ha dicho Commanger en su libro
T he ameri
can mind:
«fue una filosofía democrática, consideró a todo hom
bre como filósofo, otorgó a cada hombre un voto y contó los
votos del simple y del humilde
al mismo nivel de los del edu
cado y el importante. Tomó sus verdades dondequiera las en
contró, a veces en lugares desagradables.
Hizo de la filosofía
un sirviente, no un sefior, un instrumento, no un fin» (21 ). De
ahí que, como expresa Lerner, «cuando John Locke surgió de la
máquina transformadora norteamericana, su nombre era Andrew
Carnegie y Henry Ford» (22). Por eso, en su inmensa pasión de
(20) Los Estados Unidos como civilización, vol. I, págs. 305-306;
3 vals., trad. de A. Leal, Compañía Fabril Editora, Buenos Aires, 1960;
los subrayados me pertenecen.
(21) Henry Stelle Commager, The american mind, pág. 95, Yafo Uni
versify Press, New Haven, Connecticut, 1950.
(22) Op. cit., I, pág. 307.
1235
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELU
poder mundial, «La Gran Tecnología ha desempeñado, dice el
mismo Lerner, en el caso de los norteamericanos, el mismo pa
pel que la Cruz en el del emperador Constantino: In hoc signo
vinces»
(23 ).
Con el contrasigno del dinero y la tecnología, bases del «des
tino manifiesto», se funda el imperio del poder sin grandeza, de
algún modo preanunciado por Tocqueville. Pero yo he preferido
los testimonios de los propios norteamericanos, como el ya ci
tado Lerner, cuando declara que «la clase comerciante -des
pués de la guerra civil- continuó la conquista de un continen
te
y el imperio económico del mundo» (24). Esto exigía una
vida ascética heredada del puritanismo; además, la ruptura con
la autoridad de la Iglesia por la Reforma,
hizo de los norteame
ricanos un pueblo «de lectores de la Biblia», que transfirió a la
Constitución escrita el carácter sagrado de la palabra de Dios (25).
Pero, en este caso, se trata de una palabra al servicio del más
despiadado poder secular.
Estamos ya en las antípodas del espíritu del Imperio Español
y, por consiguiente, en el extremo opuesto de la conciencia ca
tólica des-cubridora de la originariedad americana como condi
ción de la originalidad cultural de Hispanoamérica. El necesario correlato histórico de la proyección secular de la autosuficien
cia del hombre
-self made man-ha sido, hasta hoy, una larga
cadena de desgracias, que denunció y demostró
el gran historia
dor mexicano Carlos Pereyra en su obra
El mito de Monroe (26).
Anexión de Tejas, en 1783; ataque a las Malvinas, en 1831;
(23) Op. cit., I, p. 325.
(24)
Op. cit., I, pág. 310.
(25)
Max Lerner, op. cit., III, pág. 15.
(26) Carlos
Pereyra, El mito de Monro.e, ensayo preliminar de Julio
Itazusta,
Ed. Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1969; la primera edición de
esta obra es de 1931, Madrid. Aderoás de la obra clásica de Alexis de
Tocqueville, para los Estados Unidos contemporáneos, me parece funda
meolal el libro de Thomas Molnar, Le modele défiguré. L'Amérique de
T ocqueville a Car ter, 223 págs., Presses Universitaires de France, París,
1978.
12}6
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
anexión de California y Nuevo México, entre 1836 y 1848; de
Oregón, en 1846; silencio total en 1845, cuando la Argentina
fue agredida por Inglaterra y Francia; intervención en Cuba, en 1898, a la que
quería incorporar
a su territorio, provocando
el hidalgo ( y único) rechazo de la Argentina por medio del dis
curso de Roque Sáenz Peña, de resonancia mundial; segregación
del departamento colombiano de Panamá, en 1903, para hacer
el canal; acuerdo, primero, e intervención después, con Inglate
rra y Alemania para el infame ataque a Venezuela, por deudas,
en 1902, provocando la indignada, sabia y
ser
de
la Argentina por medio del doctor José María Dragó; in
tervención armada en Santo Domingo, en 1905. Desde este mo
mento hay un
tránsito de
la intervención armada directa al más
que suficiente dominio por el poder económico. Y se puede se
guir enumerando: en 1914 presiona a la Argentina para que
entre en la guerra mundial, enviando nada menos que una es
cuadra al río de La Plata, a la que pronto se sumó el acora
zado inglés Glasgow; pero el Presidente Yrigoyen rechazó mag
níficamente las amenazas y dijo no; este no se repetirá en 1939
con
el Presidente Castillo; en el año 1945, ante la intervención
prepotente del embajador Braden, que proporcionó al coronel
Perón el tema principal de su campaña, nuevamente la Argen
tina dice nOj y vuelve a decir no en otras circunstancias, como
los más recientes hechos del embargo de granos a Rusia, o ante
la inaudita nota del Departamento de Estado, en abril de 1983,
amonestando a la Argentina porque en la conferencia de los no
alineados, de Nueva Delhi, no se había opuesto a las críticas a
los Estados Unidos
(¡sic/). Los Estados Unidos acaban de apo
yar, con todo su poder, a
foglaterra en
las Malvinas, y ¡aún pre
tendían nuestro apoyo en Nueva Delhi!
Como otras tantas cabezas del monstruo marino mentado por
David, el imperio de Leviatán se hace
presente de
cien modos
(Ps., 74,13; 89;10); gigantesca serpiente, gran «dragón del mar»
(ls., 21,1), él se traga el sol o la luna y es poder totalmente se
cular, no fundado en la misión
de· salvación
sobrenatural
y en
los valores perennes de la persona humana y de las naciones,
1237
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELLI
que inspiran los testamentos de Isabel y Fernando, sino en la
pura inmanencia de la energía, del individualismo, del poder econónúco y tecnológico. El imperio de Leviatán se asigna a sí
mismo la exportación de la «democracy» como la nueva religión secular, corrige la «mala conducta» de los Estados iberoameri
canos (como dijo Roosevelt), da normas al Nuevo Mundo con
virtiéndose en «poder de policía internacional», tiene uno de los
más gigantescos índices de abortos «legales» del mundo, mientras
cuida farisaicamente los «derechos humanos» en otros pueblos.
Sin embargo, la existencia de Albión y Leviatán obedecen a una lógica interna que ha producido, desde sí misma, un imperio
todavía más feroz y opresivo, como ocurre siempre con las con
secuencias necesarias de premisas que han sido inexorablemente
puestas.
e) El imperio de Gog.
Las premisas habían sido puestas por Albión y Leviatán o
por lo que ambos representan. El terminismo nominalista
--como
ya
se
dijo--que
concluye en una suerte de pléroma de
la ex
periencia sensible y
la lógica exaltación de los valores tempo
rales, dejaba en pie, simultáneamente, como enseñaba Maréchal,
la ruptura de
la unidad del compuesto humano y la consiguiente
autoposición autónoma de la razón como medida de lo real.
No es necesario que muestre aquí
la lógica interna que condujo
de
la «posición» del objeto cognoscible en cuanto cognoscible
por la razón, a
la identidad de la Razón con el objeto en cuanto
razón (pensamiento pensado). En el orden político no cuesta
esfuerzo alguno comprender
la consiguiente identidad del Es
píritu objetivo con su forma sensible que es el Estado (Hegel)
y por qué, en esta perspectiva, la única relación posible entre los pueblos sea la guerra. Este radical «sentido de la tierra»
inaugurado en la inversión irracionalista del Todo hegeliano por
Nietzsche, pudo lograr, mediante la resurrección de
la mitología
germana y el racismo de Gobineau,
la estructura demencial del
1238
Fundaci\363n Speiro
•
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
nacionalsocialismo. Pero de este totalitarismo no es menester
ocuparse ya que ha desaparecido completamente. En cambio, la
identidad de la Razón con el objeto en cuanto pensamiento pen sado, al mismo tiempo que puso la contradicción en la realidad,
exige que sea verdadero que todo pensar es materia y, por con siguiente, que el
a priori dialéctico hegeliano se convierta en el
materialismo dialéctico de Marx. Y así se ve que las raíces doc
trinales de Albión y Leviatán y otros imperios secularistas son
las mismas que, como los radios que parten de un mismo cen tro, parecen divergentes en los hechos.
La dialéctica de los opuestos, orientada hacia la sociedad sin
clases del futuro, alcanza la suprema secularidad intratemporal
y también la
máxima oposición
a la originaria filosofía cristiana
de Iberoarnérica. Esta secularidad total trae espontáneamente a
la memoria las misteriosas palabras de San Juan:
«y se
irá (Sa
tanás) a seducir a los pueblos que están en los cuatro ángulos
de la tierra, a Gog y Magog, a
fin de juntarlos para la guerra»
( Ap., 20,8 ). Imperio de Gog, imperio soviético que, desde el
ducado de Moscovia, no ha cesado de crecer. Desde 1917 no ha cesado de seducir y dominar; trae a la mente otro texto del mismo
San Juan, inmediatamente después que el Cordero abre el se
gundo de los siete sellos: «salió otro caballo, color de fuego,
y
al que lo montaba le fue dado quitar de la tierra la paz, y hacer
que se matasen unos a otros»
(Ap., 6,4), De los tres obstáculos
que mencionó al comienzo, este es el más terrible, anunciado
hace ciento treinta y tres años, por estas sobrecogedoras y pro
féticas palabras de Donoso Cortés: «cuando en la Europa no haya
ejércitos permanentes, habiendo sido disueltos por la revolu
ción; cuando en la Europa no haya patriotismo, habiéndose ex
tinguido por las revoluciones socialistas; cuando en el oriente
de Europa se haya verificado la gran confederación de los pue
blos eslavones; cuando en el occidente no haya más que dos
grandes ejércitos, el ejército de los despojados y el ejército de
los despojadores, entonces, señores, sonará en
el reloj de los
tiempos la hora de la Rusia; entonces la Rusia
podrá pasearse
tranquila, arma al brazo, por nuestra Patria; entonces, señores,
1239
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELLI
presenciará el mundo el más grande castigo de que haya memoria
en la Historia; ese castigo tremendo será, señores, el castigo de
Inglaterra. De nada le servirán sus naves contra el imperio co
losal que con un brazo cogerá la Europa y con
el otro cogerá
la India; de nada le servirán sus naves: ese imperio colosal cae
rá postrado, hecho pedazos ( ... ). La Rusia no tardará en caer
en putrefacción; entonces, señores, no sé yo cuál será el cauti
verio universal que tenga Dios preparado para aquella universal
podredumbre» (27).
d) La reunión de Harmaged6n.
Hay en el Apocalipsis de San Juan typos, cada vez más próxi
mos,
de aquel universal desastre,
como las
tres ranas que salen
de la boca del
dragón, «espíritus
inmundos» que «obran prodi
gios
y van a los reyes de todo el orbe a juntarlos para la batalla
del gran día del Dios Todopoderoso»
(Ap., 16,13-14). Para ello,
«los congregaron en el lugar que en hebreo se· llama Harmage
dón» (v.
16), es decir, en
el monte de Megiddo, próximo al
monte Carmelo,
y que, según la tradición, es el lugar de la ba
talla contra Canaán (Jue., 4,2-16). Al final de la guerra, cuando
la locura nacionalsocialista cae aniquilada, los a sí mismos llama
dos «tres grandes-» se reunieron en Harmagedón --esta vez si
tuada en territorio de Gog- y se repartieron el mundo: Al
bión, Leviatán y Gog, reunidos en Y alta, dispusieron, en fe
brero de 194 5, el trazado de una línea que, desde la frontera
ár
tica, entre Noruega y Rusia, desciende a través del golfo de
Botnia, parte en dos a Alemania y concluye en los Balcanes y, sobre todo, dispusieron la
creación de
las Naciones Unidas y se
repartieron, por anticipado, los puestos clave del Consejo de
Seguridad. Creada la Organización de las Naciones Unidas sobre
principios generales con los cuales Vitoria, Carranza, de Soto
(27) Discurso sobre Europa, vol. II, pág. 311, de Obras C.Ompletas,
Ed. Juretschke, 2 vols., BAC, Madrid, 1946.
1240
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
o Covarrubias · hubiesen estado de acuerdo, estos mismos prin
dpios son
negados, ya por el derecho de veto ( que significa
fundar el derecho internacional en el puro poder, en la despia
dada fuerza secular), ya por el organismo político ( extrajurídi
co) del Consejo de Seguridad, el espíritu de Harmagedón domi
na
el mundo. Pueblos enteros son sacrificados e Hispanoamérica
queda de este lado occidental, como en la trastienda de
la línea
de Yalta. El «occidentalismo» (negación radical del verdadero
espíritu de Occidente) reúne sus fuerzas en
la Organización del
Tratado del Atlántico
Norte, en
1949, mientras el imperio de
Gog replica, poco después, con el Pacto de Varsovia. El dere cho de gentes, expresión inmediata
del derecho natural, no exis
te. Cualquier invocación y, sobre tódó, cualquier acción eri prO
del auténtico derecho, como la «mala conducta» de la Argentina
en las Malvinas reclamando
lo suyo, será aplastada de inmediato
porque está prohibido levantarse contra el espíritu de Y alta·.
·¿Qué consecuencias
se siguen para Hispanoamérica, a la luz de
·su originaria
filosofía cristiana? ¿Qué hacer, siendo tan débiles,
frente al espíritu de Harmagedón?
III
EL llEENCUENTRO CON LAS RAÍCES COMO CONDICIÓN
DE LA UNIDAD DE HISPANOAMÉRICA.
a) Las raíces de nuestra tradición y los tres obsttkulos.
Estas dramáticas preguntas retrotraen la atención al punto
de partida. Y a he dicho que, en el orden metafísico, el des-cubri
miento de América ( como acto no sólo de hallazgo sino de de
velación y posesión) supone aquello originario allí presente, an
terior a todo descubrimiento,
no anulado
sino transfigurado por
el espíritu descubridor. En este acto, lo originario logra su ra
dical· originalidad que es su más prbpia novedad. Por eso, s6lo
en este encuentro del
espíritu cristiano
descubridor
y lo origi'
ilario
transfigurado pot él puede encontrarse el momento pre
ciso por
donde pasa la tradición y el mismo ser de Hispanoamé-
1241
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELLI
rica. De ahí que, en cuanto al espíritu descubridor, las últimas
raíces de
Hispanoamérica no pueden ser sino
griegas, pues hasta
las leyes formales de nuestro pensar son helenas; no pueden ser sino
romanas porque es latina la médula misma del orden que
nos rige; no pueden ser sino
cristianas porque toda la vida y
la cultura de Grecia y de Roma fueron desmitificadas y trans
figuradas
-en. un «orden nuevo»- por la Revelaci6n hebreo
cristiana. En cuanto a lo originario de-velado por el descubri
miento, consiste en aquel ser allí estante que es, precisamente,
lo descubierto y, por eso, lo que le confiere originalidad y no
vedad. Si Iberoamérica ha de poseer un pensamiento originario
no puede -ser sino éste en ruanto constituido, en sus raíces, por
lo griego y lo romano, transfigurados por la Revelaci6n cristiana
que asume la
totalidad de
la novedad de América. En
ella re
vive, en un orden nuevo y original, la vida precolombina y, en
ella, el mismo espíritu cristiano descubridor. Por eso, cuando sos
tengo que Hispanoamérica naci6 cat6lica
y que sin la fe no se
entiende y carece de sentido, no digo meras palabras sino que
aludo a la esencialidad de su propio ser.
Pero aquí no termina el problema sino que comienza, por
que este acto originario de hallazgo, develaci6n y posesi6n, no es
un acto que una vez ejercido concluye en el mismo momento
del tiempo en el cual es efectuado. Precisamente porque es tem
poral ( o hist6rico)
y el momento del presente es inasible por ser
cualitativo, debe ser sucesivamente mantenido y sostenido. De
ahí que implique la necesidad del ag6nico esfuerzo y del riesgo
permanente, so pena de perderlo todo. Si cediéramos a la tenta
ci6n de imitar a cualquiera de los tres obstáculos mortales que
nos acechan yuxtaponiendo ciertas instancias de la vieja Europa corrompidas por Albi6n, por Leviatán o por Gog, s6lo obten
dríamos la categoría de lo
bastardo, ni europeo, ni cristiano, ni
hispanoamericano y encontraríamos nuestra segura muerte; si
cediéramos a la tentaci6n de lo puramente originario sin la de
velaci6n
del espíritu cristiano, regresando a la indistinci6n de lo
telúrico ( como hace el indigenismo), aquella indistinci6n,
ya en
realidad imposible,
significaría un
regreso a la nada y a una se-
1242
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
gura muerte. Es, pues, menester, aquella heróica síntesis espiritual
--completamente propia
y absolutamente diversa de los
titanes en pugna- entre el espíritu greco-latino-católico
y lo
originario americano que genera la originalidad y novedad de
Hispanoamérica. Tales son las raíces de nuestra ineliminable tra
dición, representada por el conjunto de países que, desde el río
Bravo, se extienden hasta el Polo Sur.
b) El pensamiento originario de Hispanoamérica.
Esta síntesis del espíritu cristiano ( que trae consigo lo grie
go y lo romano) con lo originario americano, implica ciertas con
diciones mínimas prerequeridas que deben ser mantenidas todo
el tiempo. El proceso que acabo de describir y que ya tiene,
efec,
tivamente,
su propia realidad histórica, carecería de existencia
y de sentido si lo
de-velado, en
cuanto tal, no
fuera otro
en cuan
to otro; quiero decir con esto que lo descubierto, aun siendo
transfigurado y
poseído por el espíritu que le conoce, se man
tiene objetivamente distinto y, por eso, supone, en el mismo
acto, un realismo metafísico connatural al pensamiento iberoame
ricano. Esta actitud típica de la más pura tradición greco-romana
y cristiana, en nuestro caso implica que aquello develado, des
cubierto y conocido, no puede serlo sino en cuanto se hace pa
tente en la conciencia del hombre. En cuanto tal, este realismo
originario no tendría existencia sin la interioridad en cuyo
ám
bito lo originario riene acceso a la originalidad objetiva. De ahí
que, para nosotros, no sea pensable un realismo fundamental sin
la interioridad contemplativa. Pero como la realidad objetiva del
ser y la interioridad en cuyo ámbito se hace presente, suponen
la
finitud y
contingencia del único ente que «sabe» del ser, ambos
consisten en remisión al Ser subsistente que es Dios como Aquel
que hace que haya realidad e interioridad. De ahí que, si hemos
de admitir la existencia de un pensamiento originario de His
panoamérica emergente de su propia tradición, será una filoso
fía realista, interiorista y trascendentista, admitiendo en su seno
la diversidad que confirme aquellos supuestos ineliminables. · No
1243
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELLI
empirista ( como la filosofía de Albión), sino realista y espm
tualista; no pragmatista ( como
la de Leviatán), sino realista y
contemplativa; no subjetivista~ sino interiorista; no inmersa en
la dialéctica de la pura materia ( como la filosofía de Gog), ni
inmanentista, sino tta$cendentista. Des.de este_ punto de vista, en
su debilidad, Hispanoamérica representa lo completamente otro
y lo completamente destestable para el. pensamiento dominante
en los tres grandes obstáculos de nuestro destino. Ultimo reduc to del verdadero espíritu occidental, este conjunto de pueblos
que tienen la
:r;.,_isma tradición,
la misma fe,
la misma raíz his
tórica,
la misma raíz cultural y la misma lengua, se distingue vio
lentamente de la autosuficiencia. inmanentista que odiaba al Im
perio Español no por lo que tuviera de malo o defectuoso, sino,
precisamente, por lo que tenía de bueno
y que ha despreciado
a Hispanoamérica
exactamente en la medida en la cual ella es
el fruto y el futuro del espíritu greco-latino-ibérico y cristiano.
é) El futuro de Hispanoamérica y el simbolismo de las Mal;
vinas.
Sé, por experiencia, que cuando se dicen estas cosas, a la vieja
Europa no le queda tiempo ni siquiera para el desdén; ciega y
sorda, ni ve ni escucha, embotados sus sentidos por el hedonis
mo
y por el poder secular. Juan Pablo II, el 9 de noviembre del
año pasado, dirigiéndose a ella le dijo: «desde Santiago, te lan
zo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte.
Sé tú misma». Y, agregaba: «si. Europa abre nuevamente Ia_s
puertas a Cristo ... , su futuro no estará dominado por la incer
tidumbre
y el temor» ( 28). Si ha de abrir puertas es porque las
ha cerrado paulatina
y coherentemente, como lo he mostrado
más arriba;
y, en la medida en que lo ha hecho, se ha perdido
a sí misma. Mal puede oírnos, al menos por ahora. Sin embargo,
(28) «La renovación espiritual y humana ,de Europa», Discurso en
la Catedral de Santiago de Compostela, 9 de noviembre_ de, 1982; cito por.
el vol. Mensaie de Juan Pablo II a·· España, págs. 259 y 260, Biblioteca
de Autores Cristianos (Popular), Madrid, 1982.
1244
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
en el momento mismo en el cual escribo, precisamente porque
todos los caminos están clausurados
y la misma fragilidad de
Iberoamérica parece poder derrumbarse en un instante, todo eSto
se .nos presenta comó signo evidente de nuestro destino. Cuan
do todos los senderos se clausuran, preciamente porque no hay
salida, solamente queda el mirarnos a nosotros mismos y com
prender, por fin, que la unidad completa de Hispanoamérica -ya
de hecho existente-- reside en aquel núcleo de su
pensar origi
nario
que parecen haber intuido _Bolívar y San Martín.
Ese núcleo de pensar originarío -interíorista, realista y tras
cendentista- sabe que. la historia no la hace solamente la li
bertad del hombre sino también la libertad de Dios, cuyo acto
creador y conservador acompaña todo acto libre hasta su fin.
Por eso, nuestras Malvinas e islas del Atlántico Sur, por
desig
nio
de la Providencia que es coautora de la historia, como blan
cas ovejas separadas del rebaño, se
han cargado de un simbolis
mo histórico.
La rebelde Argentina, que ha sabido resistir tantas
veces la agresión espiritual y material de Albión, de Leviatán y
de Gog, el 2 de abril de 1982
se atrevió, en nombre del dere
cho aniquilado en la reunión de Harmagedón, de exigir lo que
ha sido siempre suyo; y también ha sabido del dolor lacerante
del 14 de junio. Este dolor de lo que está pendiente, es más
fructífero de lo que muchos imaginan
y las Malvinas se han
convertido en el símbolo de toda Iberoamérica, como signo de
la síntesis del espíritu descubridor cristiano y de lo originario
abierto a la originalidad del futuro. Signo de la
resistencia de
Hispanoamérica a las fuerzas de los imperios secularistas del
orbe y símbolo de la
unidad de nuestros pueblos. Precisamente
en los momentos difíciles de la historia, surge la fortaleza como
la virtud más necesaria porque es el hábito que sostiene el áni
mo para que resista y ataque los máximos peligros. Si es verdad
que Inglaterra
~si los
gauchos del aire y del mar hundían los
buques principales de su flota- tenía previsto un ataque nu
clear contra Córdoba, hemos de pensar que el gesto argentino
y las Malvinas mismas implican un signilicado histórico de tal
trascendencia que
el espíritu de Harmagedón estaba dispuesto al
1245
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ALBERTO CATCJRELLI
holocausto. Las Malvinas, pues, son el símbolo sagrado de la
unidad de Hispanoamérica
y signo de la síntesis del espíritu des
cubridor cristiano
y la originariedad que funda la novedad de
nuestro propio mundo, última esperanza
de la verdadera tradi
ción de Occidente. Por la sagrada Patria argentina, por la patria
grande de Hispanoamérica
y por la tradición cristiana, dejaron
su sangre
y sus huesos los héroes de las Malvinas.
IV
Los HUESOS SAGRADOS.
El combatiente argentino que dijo que sus camaradas muer
tos
allá quedaron «como centinelas espirituales», señaló algo pro
fundo que es lo que nos ha hecho pensar. En el suelo criollo
y
bajo los mantos nevados, quedaron los huesos que se fundían
con la tierra. Y los huesos, a la vez, simbolizan lo más recón
dito
y el último sostén de nuestra carne. Ellos son lo último en
volverse polvo después que ha volado el espíritu. Esta suerte de ultimidad íntima de los huesos es lo que invoca el salmista
cuando, castigado por Dios, le suplica porque «se
han estreme
cido mis huesos, y está mi alma muy turbada»
(Ps. 6,3 ). Por
que son los huesos como la última resistencia de mi cuerpo, el meollo final; por eso, cuando
Labán reconoció
a Jacob, le dijo:
«¡Ciertamente, hueso mío y carne mía eres!» (Gén., 29,14). Los
huesos de mis padres, de mis hermanos, de mis hijos, de mis
hermanos argentinos son, pues, mis huesos1 porque la fraterni
dad llega hasta el último reducto de mi intimidad. Y cuando esos
huesos se funden con la tierra patria
allí quedan como «centi
nelas espirituales».
Allí deben quedar para siempre. Huesos asumidos por el
Verbo qne se hizo carne y habitó entre nosotros; huesos vivifi
cados por el espíritu en el cual se encendía la luz de nuestro
pensar originario. Sagrados huesos que nos esperan
y a los· que
hemos
de ser fieles. Allí deben quedar para siempre. Nos espe
ran en las Malvinas, en las islas australes y en el fondo del mar.
1246
Fundaci\363n Speiro
POR
ALBERTO CATURELLI
Un comando argentino, al regresar de las Malvinas, dijo de
sus camaradas muertos que allá quedaron: «sus cuerpos fueron
lentamente fundiéndose con ese suelo criollo, a través de los
mantos nevados, pero siempre supimos que estaban allí, como
centinelas espiritua
día volveremos.
La presencia de esos huesos queridos está cargada de simbo
lismo histórico y la casi unánime adhesión de Hispanoamérica a la
causa de las Malvinas, demostrando una unidad subyacente ineli
minable, nos invita al recogimiento y a la reflexión. ¿Existe, ver
daderamente, una unidad histórica y vital Iberoamericana? Si
existe, ¿cuáles son las razones últimas de tal unidad? Porque, si
es así, el simbolismo de aquellos huesos sagrados trasciende el
mero ámbito argentino y adquiere un significado continental. Pero
plantearse este problema equivale a abrir la instancia filosófica
y teológica respecto del sentido y del destino de Hispanoamérica; no porque se trate de exponer una historia del pensamiento his
panoamericano más auténtico, sino 'de plantearnos la existencia
misma de un pensar originario ( y original) que nos permita se
ñalar y valorar nuestra presencia en la historia. Y así retomo,
una vez más, el hilo de una reflexión de toda mi vida, cuyo
primer testimonio en forma de libro vive en
las páginas
de
América bifronte (1956) y que hoy, bajo la lacerante incitaci6n
de nuestra historia inmediata, me veo en la oblligación de re
pensarlo todo.
1221
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELLI
I
DESCUBRIMIENTO, CONQUISTA Y TRADICIÓN DE HISPANOAMÉRICA.
a) El descubrimienJ:o como acto del hombre cristiano.
Quizá sea lo mejor recordar las inmortales palabras de Cris
tóbal Colón estampadas en su carta a Luis de
Santángel, anun
ciando,
por primera
vez, el
descubrimiento del Nuevo Mundo:
«Señor:
Porque_, sé
que habréis placer de la grande victoria que
Nuestro Señor me ha dado en
mi viaje, vos escribo ésta, por la
cual sabréis cómo en veinte días pasé las Indias con la armada
que los ilustrísimos Rey y Reina nuestros señores me dieron,
donde yo fallé muchas islas pobladas con gente sin número, y de ellas todas he tomado posesión por sus
altezas» (
1 ). Sea cual
fuere el sentido que, a fines
del siglo XV, tenía el término descu
brir, lo cierto es que, lentamente, el hombre europeo fue tomando
conciencia del hallazgo de algo nuevo. Insinuada ya en Colón, es explícita en Américo Vespucio quien, en su célebre carta
Mundus Novus habla a Lorenzo de Médicis de «aquellos nue
vos países» a los cuales «Nuevo Mundo nos es lícito llamar, por
que en tiempo de nuestros mayores de ninguno de ellos se tuvo conocimiento» (2). Hay, sin duda,
aquí, un
hallazgo, un descu
brimiento y un acto de posesión. Hallar, que proviene de
afflare,
soplar ( de ad y flo) y que, en nuestra [engua, significa dar con
algo sin haberlo buscado; en cambio, descubrir supone cierta
intención que puede ser subsiguiente al mero hallazgo y es acto de poner de manifiesto, de hacer patente, de de-velar
lo cubierto
cuando se toma conciencia de
[a novedad
de lo hallado. Por eso,
(!) Tomo el texto del agregado: Documentos del libro de Marianne
Mahn-Lot, El descubrimiento de América1 pág. 115, trad. de L. Ponce,
Ed. Huemul, Buenos Aires, 1978.
(2) Cfr. El Nuevo Mundo. Cartas relativas a sus viajes y descubri
mientos, pág. 171, textos en italiano, español e inglés; estudio preJiminar
de Roberto Levilliet, Ed. Nova, Buenos Aires, 1951.
1222
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
en el caso de América, el des-cubrimiento supone el hallazgo de
lo
inesperado
y lo hallado es aquello originario, allí meramente
estante, que, para la conciencia cognoscitiva. permanecía como
si
nada. Develar, pues, es también, de algún modo, poseer, hacer
suyo lo descubierto, Donde se ve que hallar, descubrir y poseer,
implican una íntima relación interna. En este singularísimo caso,
si se hubiese tratado de un mero hallar ( como
el de los vikingos
probal:!lemente) la originariedad de lo hallado hubiese permane
cido en su mudez entitativa. En cambio, descubrir, en
el acto
mismo de volverlo patente, inaugura una relación con lo descu
bierto que, en el caso de América, implica su novedad; de ahí
que, como pensaba Américo, nos sea lícito llamarlo «nuevo mun
do», ya que de él nadie había tenido conocimiento. Lo originario
hallado es como herido por el acto descubridor que es, verdade
ramente, un levantarse, un acto de aparecer ( de orior, me levan
to, de donde origo) y, por eso, original; es decir, todo acto de
descubrimiento, en ese sentido, es original; pero no hay tal acto sin
la originalidad antepredicativa. El descubrimiento ha sido,
pues, original, como modo de develación
de la originariedad ame
ricana.
Por eso es esencial tener presente que el hombre descubri
dor de América ( que desde su originariedad manifiesta su ori
ginalidad) ha sido, de hecho, el hombre cristiano. No se trata
aquí de una mera apelación a
la Revelación para resolver un
problema sino una simple situación de hecho que es necesario
pensar. Porque, en efecto, no ha sido el descubrimiento un acto
de la mera conciencia natural, sino de la conciencia del hombre
asumido por Cristo y que es, por eso, «creatura nueva» (2 Cor.,
5, 17)- Para el hombre cristiano estas no son meras palabras sino
que significan por una realidad ontológica, de tal modo que el
bautismo ha transfigurado y purificado la conciencia
(Heb., 10,
22); de
ahí que para este hombre -que es griego y es romano
en sus
oríge~es-toda
la cultura griega y toda
la cultura romana
han sido transfiguradas en la «nueva creatura»; de modo que,
así como la gracia salva y eleva
la naturaleza, así ambas cultu
ras han sido transfiguradas de tal modo que solo por
la Revela-
1223
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELU
ción cristiana alcanzaron su pi.lena helenidad y romanidad. Por
eso, cuando decimos que se trata del hombre greco-romano-cris tiano, los términos «greco»
y «romano» no son meras denomi
naciones extrínsecas sino que significan elementos constitutivos
de este hombre «nuevo». Luego, el acto de descubrir, como acto propio de la conciencia del hombre hispano-cristiano, supone la
devdlaci6n de
1,,'
originario allí estante y el aparecer de una ori
ginalidad
inevitablemente cristiana (3 ).
h) Tradición y füosofú, originaria.
La develaci6n y transfiguración de la originalidad americana
comenzó desde el instante en
el cual di hombre cristiano tomó
conciencia de la novedad de las Indias; por eso, la novedad ame
ricana no podía ser ni
la inmediatez de lo originario hermosamen
te representado por
'los pueblos
precolombinos
y la virginidad del
cosmos, ni
el puro espirito europeo yuxtapuesto, sino por la ge
neración de la originalidad cristiana de América. La inmediatez de la originariedad es el fundamento de toda posible originali
dad
y, por eso, la transfiguración de lo originario por el descu
miento, la catequesis
y la cultura hispánica (proceso que aún no
ha terminado) genera la originalidad cristiana de Hispanoamérica.
Quizá, el más solemne signo de esta novedad sea la expresión
de la Reina Isahel llamando a los indios sus vasallos, es decir,
sus iguales en cuanto personas
y el maravilloso testamento en el
cual insiste. en que su «principal intención fue ( ... ) inducir y
traer los pueblos ( de las Indias) y 1os convertir a nuestra Santa
Fe Católica»; de modo que, insistía la reina, «éste sea su prin~
cipal fin». Y, Fernando, dirigiéndose a Diego Colón, en 1509,
le dice: «mi principal deseo siempre ha sido
y es. . . que los indios
se conviertan a Nuestra Santa Fe Católica, para que sus ánimas
(3) Una exposición más amplia de esta tesis, en mi ensayo «Hispano
américa
y los principios de la política cristiana», en Verbo, núm. 210
págs. 49-56, Buenos Aires, 1981.
1224
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
no se pierdan»; para lograr este fin, es menester no «les hacer
fuerza alguna», proceder «con mucho amor» y «procurar que sean
bien tratados» ( 4 ). Estas palabras suponen la igualdad esencial
de todos los hombres (personas humanas) y, por tanto, suponen
el fundamento de semejante doctrina, que no es otro que un
realismo metafísico que
afirma, primero,
lo real ( o
el ser)
como
10 otro, en cuanto otro del entendimiento; segundo, que es re
presentado en el entendimiento y, tercero, que su último funda
mento no· es otro que el mismo Ser subsistente que es Dios.
Esta actitud Hlosófica fundamental ha sido vivificada por su re
cepción obediencia! de
la Revelación cristiana y, con ella, de la
tradición greco-romana transfigurada en el estado de la «nueva creatura». Unicamente este último fundamento explica las pala
bras reales y la progresiva, a veces dramática, develación, asun
ción y transfiguración de fo originario, paso necesar!o para toda
posible originalidad americana. De este modo, la verdadera tra
dición iberoamericana no podía no ser griega y romana, hispana
y cristiana
y, a la vez, totalmente americana, es decir, nueva. Tal
es el núcleo, el último supuesto de nuestra tradición, algo así
como la filosofía originaria de Hispanoamérica que ha de ser,
por tanto, filosofía cristiana.
Sólo esto explica un hecho único en la historia de
!a hu
manidad: que la conquista de América no tuvo como causa prin
cipal motivos mercantilistas o el descarnado poder autosuficiente,
sino profundas razones metafísicas, espirituales y religiosas, más
allá de los pecados
y perversidades de los hombres encargados
de llevarla a cabo. Y, explica, sobre todo, el grande problema
de conciencia que toda una nación se impuso a sí núsma acerca
de la justicia de la conquista. Desde la junta de teólogos de Sa
lamanca, en 1517, hasta las Leyes de Indias promulgadas por
Carlos V, en 1542, y las reuniones convocadas por él en Valla
ddlid (1550-51),
se puso en claro, más allá de las polémicas, el
(4) Tomo los textos de Vicente Sierra, El sentido misional de la
Conquista de América,
págs. 24-25 y 4445, prólogo de· Carlos Ibarguren,
Publicaciones del Consejo de la Hispanidad,. Madrid, 1944.
1225
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELLI
sentido cristiano del descubrimiento, de la conquista y de las
nuevas instituciones. A pesar de las justificadas reacciones que
provocó, es esto visible en las nobles páginas del! Democrates
secundus
(1545), de Ginés de Sepúlveda, pues, aunque haya sos
tenido que algunos, por condición natural, han de obedecer a otros (5), sólo fundamentó
fa legirimidad
de la conquista en las
violaciones de la Ley natural, ya en relación al culto de Dios
(canibalismo), ya en relación a la naturaleza humana (inmolación
de víctimas inocentes) (6) y, sobre todo, en la obligación de pro pagar la
fe por mandato del Sumo Pontífice (7). Pero el gran
maestro
ddl espíritu
de la conquista fue su oponente, Francisco
de Vitoria
y sus discipulos; sobre la base de aquella filosofía
originaria que postula, por un lado, el
v,llor de
la persona humana
y sus derechos esenciales y, por otro, la existencia de una comu
nidad de naciones en orden al bien común
univers,IJ; de
donde
se sigue que la simple asociación
y comunicación natural y el
derecho a la propagación de la fe eran los títulos legítimos de la
conquista y aquellos otros derivados de ellos ( 8 ). España ense ñó a los indígenas cuáles eran sus derechos fundamentales
y, ade
más, «nada
ni nadie empujó a España a realizar tan inusitado
examen de conciencia» (9).
De ahí que las consecuencias se si
guieron solas, como es visible en Bartdlomé de Carranza, para
quien los pueblos indios constituían la comunidad internacional
de naciones ( doctrina fundada en el realismo metafísico y
el de
recho
natural) y, por eso, España sólo intervenía en defensa de
(5) Dem6crates segundo o de las ;ustas causas de la guerra contra los
indios, libro I, págs. 430 y sigs., de la edición crítica bilingüe, traducci6n
castellana,
introducción, notas e índices,
por Angel Losada,
Instituto Fran
cisco de Vitoria, C. S. I. C., Madrid, 1951.
(6) Democrates secundus, libro I, 2.170-80 y libro I, 2.188-9.
(7)
Op. cit., libro I, 1.643-1.674.
(8) De indiis, págs.--705-726, de Relecciones teol6gicas, edición crí
tica del texto latino, versión espafíola, introducci6n general e introduc
ciones, por Teófilo
Urdánoz, O.
P., Biblioteca de Autores Cristianos,
Ma
drid, 1960.
(9) Vicente D. Sierra, A.ri se hizo América, pág. 79, Ediciones Dic
tio, 2.ª
ed., Buenos Aires, 1977.
1226
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
los derechos naturales y la propagación de la fe; sólo el infan
tilismo y
la penuria de los indígenas autorizaba la tutoría espa
ñdla,
hasta
su madurez, para la incorporación a
la civilización
cristiana; de
ahí que, ya en la primera mitad del siglo xvr, Vitoria
y Bartolomé de Carranza anunciaran la independencia de Amé
rica
como, cuando
este último
dice: «Cuando ya no necesiten de
tutor, el Rey de España debe dejar a los indios en su primera
y
propia libertad» (10). Y aún algo más lejos fue Melchor Cano,
para quien el bien común universal está por encima del bien de
cada pueblo, porque todo el planeta supone una sola sociedad
orgánica, reduciendo el derecho de intervención a
[a caridad an
tes
que a la justicia ( 11 ). Hasta tal punto fue esto así que Diego
de Covarrubias (1512-1577), partiendo del supuesto del valor
objetivo del derecho natural ( contra todo voluntarismo jurídico) y
en virtud de su inmutabilidad esencial (no accidental), enseñó
que los rítulos de España derivaban
de la existencia de la co
munidad
internacional,
fa sociabilidad natural ( defensa de los
inocentes)
y derecho a la predicación del Evangelio, previa dis
tinción
entre dos comunidades de pueblos, una natural
y otra
cristiana en virtud de su actual incorporación a la Iglesia por el Bautismo (12). Dejando para otra oportunidad el análisis
mi
nucioso
de estos antecedentes, lo dicho basta para hacer notar
que, en virtud de aquella filosofía cristiana originaria
y original,
no sdlamente se
explicó la
misma existencia del imperio espa
ñol, sino que se anunció claramente la futura independencia de
Hispanoamérica.
Tal fue el espíritu que descubrió, que asumió
lo originario
y abrió la posibilidad de 'la originalidad cristiana de
Iberoamérica. Todo lo demás se siguió como lógica consecuen
cia: las leyes, las instituciones, la cultura, las universidades, el
(10) Ratione /idei potest Caesar debellare et tenere indos Noví Or
bis?, núm. 8, en Luciano Pereña Vicente, Misión de España en América,
1540-1560, Instituto Feo. de Vitoria, C. S. I. C., Madrid, 1956.
(11) De dominio indiorum, q. 1, núms. 8-10, en L. Perefia, op. cit.,
cfr.
la esposici6n
del mismo
Pereña, págs. 83-4.
(12) Véase De iustitia belli adversos indos, en L. Pereña, op. cit.,
págs. 185-231.
1227
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATIJRELLI
futuro federalismo político fundado en los grandes distritos de los cabildos que repetía, con su
originalidad local,
el sentido de
las comunidades castellanas de la
Edad Media. El mero hallazgo
primero, después el descubrimiento que se hace progresivo y la
posesión por varios siglos, significó
1a verdadera creación del
mundus novus que, como un todo virtual, contenía en sí la tra·
dición griega, romana, ibérica
y católica y, a la vez, le confería
una originalidad intransferible. Esto no hubiese sido posible sin
el supuesto esencial de un realismo metafísico que acepta humil
demente el acto de ser ( última perfección de todo cuanto existe)
re-presentado en
1a interioridad de la conciencia y fundado en
el mismo Ser subsistente que es Dios, todo lo cual ha sido, para
el hombre crisriano, transfigurado en el nuevo estado de la
<
el poder terreno está subordinado a la transcendencia metahis
tórica y al servicio del bien común de los pueblos del orbe. Este
mismo espíritu puede seguirse en el pensamiento filosófico y
teológico de 1os pensadores iberoamericanos anteriores a la in
dependencia política y posteriores a ella, como creo haberlo de
mostrado·
en mi obra Historia de la filosofia en Córdoba (1610-
1984) y como estoy seguro que puede probarse en todos los
países hispanoamericanos ( 13 ). De donde se sigue que, cuando
el inmanentismo
filosófico antimetafísico
invadió
y corrompió
el alma de España, resolviendo ( y disolviendo) la temporalidad
histórica en el temporalismo historicista del Iluminismo; cuando,
por eso, absolutizó los valores seculares y se negó a sí misma en
e!l. despotismo «ilustrado», el imperio se corrompió en colonia
y las antiguas provincias de ultramar fueron· más hispánicas que
España y dieron el paso natural previsto por Vitoria, por Ca
rranza, por De Soto, por Suárez, por Covarrubias, por Cano: se dieron
la independencia política y, sobre aquella originalidad
( 13) La obra a la que aludo, inédita pero ya cOncluida en el moniento
de aparecer este trabajo, consta de cuatro grandes partes en las cuales se
expone el pensamiento filosófico de los siglos XVII, XVIII, XIX y xx.
1228
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
primera, preservaron la origina!lidad cristiana del nuevo mundo. Tal es nuestro destino histórico. Sin embargo, frente a él se al
zaban tres gigantescos obstáculos mortales.
11
Los OBSTÁCULOS MORTALES
Naturalmente, estos obstáculos parecen insuperables por su
inmenso poder terreno, porque nos cierran el paso y porque nos
son mortalmente hostiles. Tomo aquí el término obstáculo en
su sentido más preciso, de
obstare, impedir (de ob y sto, estar
en pie) que significa no sólo estar delante, sino cerrar el paso,
impedir, dañar, oponerse. No se trata, en modo alguno, de un
obstáculo pasivo, cómo un muro, sino de una fuerza activa que
ba engendrado, en el orden del pensamiento, una visión inma nentista del mundo
y de la vida y, en el orden político, los
grandes imperios .secularistas, prontos hoy a destruirse mutua·
mente. Desde los griegos y romanos basta la Edad Media cris·
tiana y desde ésta al imperio español de aquende
y allende el
Atlántico, fue una verdad no discutida la primacía absoluta del ser sobre el pensar; esta simple afirmación de nuestra filosofía
originaria, implica, por un lado, la humilde entrega de la razón
a la
re:rlidad y, por otro, la disposición para la recepción de la
Revelación cristiana con la consecuente relativización de los va·
lores terrenos ya que el hombre es peregrino del Absoluto. Pre
cisamente, en la medida en la cual la razón se pone como «me·
dida» de lo re~! (Occarn, Descartes), son sus propias estructu
ras las que resuelven la existencia del objeto en cuanto objeto
(Kant), o ponen en la experiencia sensible la única fuente de
todo conocer; por eso, o concluímos en la reducción de todo posible conocer al ámbito de la verificación empírico sensible (
em·
pirismo y positivismo radicales) o en la identidad dialéctica de
ser
y pensamiento (Hegel) que-4.a de convertirse en la identidad
dialéctica de pensar y realidad material (marxismo). Si todo es,
1229
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELU
por así decir, inmanente a todo ( o al Todo), los valores terrenos
se
vuelven absolutos
en su orden
y aun para aquellos que con
serven la
fe cristiana, ésta apenas será un mero acto volitivo o
un puro sentimiento subjetivo. En
el orden
político e hist6rico
será el motor del poder temporal inmanente a sí mismo que pon
drá los fundamentos de los grandes imperios secularistas que
sactifican la persona a un todo abstracto.
a) El imperio de Albión.
En
efecto, mientras los te6logos,
fi!6sofos y juristas españo
les
(y los primeros pensadores iberoamericanos, especialmente
de'.! siglo XVII) ponían los fundamentos de una originaria filosofía
iberoamericana
y echaban las bases del derecho internacional, du
rante los siglos xvr
y XVII van madurando las causas de la apa
rición de otros· imperios, especialmente el de Inglaterra, radical
mente contradictorios con el espíritu iberoamericano. Este pro
ceso puede ser pensado en
tres planos
simultáoeos: ante
todo, en
el
orden
especulativo dominado, fuera de España e Iberoaméri
ca, por el nominalismo terminista que significó, como lo ha
puesto de relieve Joseph Maréchal, cuatro consecuencias: des
truida la relación que une el universal con la forma del ente
concreto, la lógica queda reducida a «un juego estéril de sím
bolos»; escindido el conocimiento sensible del conocimiento in
telectual, se rompe la unidad del compuesto humano
y es po
sible la negación de la espiritualidad del alma humana; por la
misma razón, al permanecer autónoma la voluntad respecto de
la inteligencia, sólo será posible el indeterminismo irracional del
voluntarismo que
iria a
concluir, en Teología, en el fideísmo pro
testante; por
fin, la metafísica se vuelve imposible desde que
s6lo nos queda
el puro hecho empírico de la existencia (14). En
(14) Cfr. Joseph Maréchal, S. I., Le point de départ de la Métaphy
sique (5 vols.), Cahier, I, 3.0 ed., Bruxelles, 1944; lib. IV, cap. II (hay
trad. castellana, Gredas, Madrid, 1957).
1230
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERJCA
el orden político-temporal, el voluntarismo produce la separación
entre la
razón y
la fe y la consecuente exaltación de los valores
terrenos, como acontece en el
Defensor pacís, de Marsilio de
Padua, que, en acuerdo profundo con el terminismo nominalista,
reduce
el derecho al derecho positivo y pone en el pueblo el
origen del poder, subordinando la potestad ejecutiva a la legis
lativa; en este primer esbozo del totalitarismo moderno, el po der se seculariza y se vuelve absoluto (15) y el derecho interna
cional, como lo concebía Vitoria, no tiene razón de ser. La evo
lución de ambas instancias ( especulativa y
polític0-social) había
de
concluir en el empirismo y en el sensualismo de Locke, por
un lado,
y, por
otro, en la plena autosuficiencia del orden tem
poral. Y así se comprenden los acontecimientos paralelos en el orden
histórico que dieron nacimiento a los grandes impetios
secularistas, mientras d imperio iberoamericano era minado por
dentro, en el siglo XVIII, por el iluminismo. Si fuéramos a pro
poner una fecha para señalar una gran desgracia, señalaríamos el
año 1527, cuando Enrique VIII rompió con la Iglesia católica
y, aun
contra su voluntad, comenzó el proceso de descatoliza
ción de Inglaterra que, poco a poco y contra su verdadera tra
dición, fue asumida, tanto en el orden especulativo cuanto en
el
político-temporal, por la plena autosuficiencia de la vida. Quien
conozca medianamente la historia de Inglaterra,
lo recordará
perfectamente; pero quizá debamos dejarnos guiar por
el lúcido
(y hoy más actual que nunca) libro de Christopher Hollis sobre
el reinado de Isabel I, que arrancó a Inglaterra de su verdadera
tradición con la iniciativa del talentoso y perverso ministro Wi-
(15) Cfr. George de Lagarde, La naissance de l'esprit latque au dé-.
clin du Moyen Age, vol. 111, París, 1970; son especialmente valiosas las
obras
de José Pedro Galvíio de Sousa, O totalitarismo nas origens da
moderna teoria do Estado,
230 págs., Sao Paulo, 1972; Jeannine Quillet,
La philosophie politique de Marsüe de Padoue, J. Vrin, París, 1970; de
la misma autora, «Polftica y Evangelio · en la obra de Marsilio de Padua»,
en La filosofía del cristiano, hoy,· vol. IV, Actas del Primer Congreso Mun
dial de Filosofía Cristiana, Sociedad Católica Argentina de Filosofía, Cór
doba, 1983,
1231
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CAWRELLI
lliam Cecil. Por medio de la persecución y del terror, la antigua
provincia de Britannia se negaba a sí misma: «Inglaterra era un miembro del cuerpo de la cristiandad, dice Hollis. Separado este
miembro, Inglaterra se desvinculaba de todo su pasado» (16).
La «isla de los Santos» se fue trocando en la isla de la aposta
sía como ya lo señalara Donoso Cortés ( 1 7 ), y de guardiana de
la cristiandad llegó a ser campeona de la herejía. El gran his
toriador inglés, Hilaire Belloc, demostró con claridad lo que
él
también
llamó «la apostasía de Inglaterra», única provincia ro
mana que «se pasó al bando bárbaro enemigo y le prestó su ayu da», lo cual adquirió una enorme importancia ( 18 ), pues «la
Reforma no sería hoy día más que un episodio histórico sin
consecuencias y Europa sería aún la Cristiandad a no mediar
el
factor decisivo, la separación de Gran Bretaña». A comienzos
del siglo
XVII, Inglaterra ya no era la misma y al progreso ma
terial se unió, con estricta lógica interna, la supretnada de los
valores materiales (mercantiles, industriales, trata de negros, etc.),
cuya evolución puede seguirse a través de los complicados acon
tecimientos de la vida inglesa, hasta la definitiva instalación del
liberalismo sensualista y contractualista de Locke, verdadero pa dre del liberalismo moderno. Desde Guillermo de Orange, a
fines del siglo
XVII, Inglaterra no cesará de crecer hasta alcan
zar la plenitud del imperio en
el siglo XIX. Todas las posesiones
inglesas fueron logradas contra el derecho natural y
el derecho
de gentes -que la filosofía inglesa niega radicalmente-- y sólo
la intriga y la violencia fueron su fundamento. Mientras tanto,
(16) Christopher Hollis, El régimen monstruoso, pág. 126, trad. de
Ernesto
Palacio, La
Espiga de
Oro, Buenos Aires, 1944; véanse páginas
29, 31, 36-7, 41, 52-3, 81-3, 91-2, 105, 118; cfr. las emocionantes pala
bras del mártir jesuíta, Edmund Campion, en el momento de morir, en
pág. 124. Las conclusiones de esta obra, en págs. 250 y sigs.
(17) En Obras Completas, ed. J. Juretschke, 2 vols., Biblioteea de
Autores Cristianos, Madrid, 1946; vol. II, Discurso sobre la dictadura,
pág. 195; Cartas acerca de Francia~ pág. 715.
(18) Europa y la fe, pág. 245, trad. de A. Lanús, 3." ed., Ed. Sud
americana, Buenos Aires, 1967.
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Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
el antiguo imperio español --,--él también carcomido pot el Ilu
minismo
y la decadencia en el siglo XVIII-se desmembta y las
antiguas provincias
.de ultramar
se dan la independencia política.
Herederas del realismo metafísico del sentido común, de la pri
macía de la interioridad
y la contemplación orientada hacia la
Trascendencia absoluta del Dios cristiano, llamadas a develar
la nueva originalidad americana a
partir de
la originariedad pre
colombina, se encontraron frente al gran obstáculo de este im
perio fundado, precisamente, en contradicción con ellas. Hispa noamérica padecería, inmediatamente, en su propio territorio,
la
rapacidad insaciable de este nuevo poder secular. A este peligro
se unió otro mucho mayor: a medida que estos países se dejen
influir por este poder secularista o simplemente lo imiten con
olvido suicida de la propia naturaleza, habrán cerrado toda posibilidad de alcanzar su destioo histórico
y espiritual. La filosofía
cristiana originaria habrá quedado agostada en el momento de
nacer
(*).
b)
El imperio de Leviatán.
Sea que el pensamiento se reduzca a la sensación y los con
ceptos a meras «voces» universales (Locke), sea que nuestras
«ideas» sean metas «imitaciones» de las impresiones sensibles
(Hume), es
natural que
se amputen las alas de la Metafísica.
La
(*) Los países hispanoamericanos no deben caer en el juego del po
der angloamericano, ni dejarse seducir por él. Podría este peligro tentar,
por ejemplo, a Chile, para hacerse fuerte frente a la Argentina debido a
nuestro
diferendo austral.
Chile -para
mí, país fraterno de veras en va
rios respectos- debe tener presente que una derrota total de la Argen
tina por parte deÍ imperio angloamericano significaría quedar condenado a
ser un minúsculo satélite de aquel gran poder. Una Argentina vencida por
este imperio equivaldría a un Chile nadificadó. No me atrevo a pensar
que podría quedar «contento» por esto. Por eso, el único camino que te
nemos los híspailoamericanos -solucionadas las mutuas divergencias COn
justicia
y honor- es
unirnos fraternalm.ettt~ en virtud de los principios
comunes. En
el fondo, todo nos une, riada nos separa.
1233
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ALBERTO CATURELU
verdad no es demostrable científicamente y la certeza queda re
ducida a
la intuición inmediata y, al cabo, la acción práctica
y la verdad se identifican. De
alú que la polémica de Locke con
tra Hobbes, fundada en razones políticas, no tenga mayor
sig
nificación ya que ambos piensan, en el fondo, lo mismo, desde
que el hombre es sólo cuerpo y resulta imposible un conocimien to de las cosas que no las reduzca a
prágmata. Por todo esto,
en el orden religioso,
la revelación se somete a la razón en el
«cristianismo racional» de Locke, o se reduce al subjetivismo
individualista e irracional de· Hume. Y, por supuesto, el orden
temporal se basta a
sí mismo,
anticipando así el futuro «senti
do de la tierra» proclamado por Nietzsche. En
la formación de
los Estados Unidos, ya
la tradición calvinista de Nueva Ingla
terra, ya la teoría del contrato
(covenant) del puritanismo ori
ginario, implican
la «tierra prometida» intramundana fundada en
un sentido ilimitado del poder secular. El conocimiento se pro pone, en Colden, por ejemplo, como percepción de las acciones
de la materia ( 19 ), al mismo tiempo que la Ilustración y
la re
ligión del «progreso» dominan el
espíritu norteamericano y se
expresan en la política por medio de Jefferson. Este sentido
pragmático es
tan fuerte que ni siquiera el idealismo de J oriah
Royce se liberó de
él, puesto que se resuelve en un. «idealismo
pragmátista de la acción humana». El sentido puritano del tra
bajo y del dominio de la naturaleza exalta el imperio económico
material del mundo; como lo ha expresado nítidamente
Max
Lerner, a quien cedo la palabra: «Es este impulso a 'tener los
pies sobre la tierra' el que ha mantenido al genio norteameri
cano estrechamente limitado dentro del ámbito de
la ciencia apli
cada y la ingeniería. La
veta emplrica corre como hilo a lo largo
de toda
la historia del pensamiento norteamericano. Los nor
teamericanos descubren sus ideas en las
cosas mismas: compren-
(19) Utilizo la muy c6moda selección de Paul Kurt, American thought
béfore 1900. A Sourcebook from Puritanism to Darwini=, 448 págs., The
MacMillan Company, New York, 1966; los textos de Cadwallader Colden,
en págs. 103-121. En un segundo volumen, el mismo auror public6 la se
lecci6n que comprende el pensamiento del siglo- xx.
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
den las generalizaciones que se expresan por medio de las ope
raciones involucradas en el
uso de las cosas. El sector de la he
rencia filosófica europea que predominó
fue, esencialmente,
bri
tánico, menos influido por el sentido de lo absoluto que los
restantes; y el fragmento de pensamiento británico que mayor
influencia ejerció fueron las concepciones de Hume y Locke, en
las que se concentraba el empirismo
de la tradición británica.
Es también característico de la ciencia norteamericana el hecho de que su más brillante teórico de la filosofía fue Charles S.
Pierce, fundador de la escuela pragmática, para quien el 'signi
ficado de una afirmación' residía en los efectos que la creencia
en ella tenía sobre la conducta humana.
Esta línea de pensa
miento confiere esencia tecnológica a una civilización y
utiliza
exhaustivamente las teorías científicas, pero no genera nuevas
y grandes concepciones» (20). Como el mismo Lerner compara,
mientras los griegos se orientaron hacia las ciencias más especu
lativas, las ciencias de la tecnología norteamericana fueron la
química y la física, la electrónica y
la radiación, como corresponde
a un pueblo interesado en el
poder. Este poder igualitarista, te
naz y terreno, es representado en buena medida por el prag
matismo del cual ha dicho Commanger en su libro
T he ameri
can mind:
«fue una filosofía democrática, consideró a todo hom
bre como filósofo, otorgó a cada hombre un voto y contó los
votos del simple y del humilde
al mismo nivel de los del edu
cado y el importante. Tomó sus verdades dondequiera las en
contró, a veces en lugares desagradables.
Hizo de la filosofía
un sirviente, no un sefior, un instrumento, no un fin» (21 ). De
ahí que, como expresa Lerner, «cuando John Locke surgió de la
máquina transformadora norteamericana, su nombre era Andrew
Carnegie y Henry Ford» (22). Por eso, en su inmensa pasión de
(20) Los Estados Unidos como civilización, vol. I, págs. 305-306;
3 vals., trad. de A. Leal, Compañía Fabril Editora, Buenos Aires, 1960;
los subrayados me pertenecen.
(21) Henry Stelle Commager, The american mind, pág. 95, Yafo Uni
versify Press, New Haven, Connecticut, 1950.
(22) Op. cit., I, pág. 307.
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ALBERTO CATURELU
poder mundial, «La Gran Tecnología ha desempeñado, dice el
mismo Lerner, en el caso de los norteamericanos, el mismo pa
pel que la Cruz en el del emperador Constantino: In hoc signo
vinces»
(23 ).
Con el contrasigno del dinero y la tecnología, bases del «des
tino manifiesto», se funda el imperio del poder sin grandeza, de
algún modo preanunciado por Tocqueville. Pero yo he preferido
los testimonios de los propios norteamericanos, como el ya ci
tado Lerner, cuando declara que «la clase comerciante -des
pués de la guerra civil- continuó la conquista de un continen
te
y el imperio económico del mundo» (24). Esto exigía una
vida ascética heredada del puritanismo; además, la ruptura con
la autoridad de la Iglesia por la Reforma,
hizo de los norteame
ricanos un pueblo «de lectores de la Biblia», que transfirió a la
Constitución escrita el carácter sagrado de la palabra de Dios (25).
Pero, en este caso, se trata de una palabra al servicio del más
despiadado poder secular.
Estamos ya en las antípodas del espíritu del Imperio Español
y, por consiguiente, en el extremo opuesto de la conciencia ca
tólica des-cubridora de la originariedad americana como condi
ción de la originalidad cultural de Hispanoamérica. El necesario correlato histórico de la proyección secular de la autosuficien
cia del hombre
-self made man-ha sido, hasta hoy, una larga
cadena de desgracias, que denunció y demostró
el gran historia
dor mexicano Carlos Pereyra en su obra
El mito de Monroe (26).
Anexión de Tejas, en 1783; ataque a las Malvinas, en 1831;
(23) Op. cit., I, p. 325.
(24)
Op. cit., I, pág. 310.
(25)
Max Lerner, op. cit., III, pág. 15.
(26) Carlos
Pereyra, El mito de Monro.e, ensayo preliminar de Julio
Itazusta,
Ed. Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1969; la primera edición de
esta obra es de 1931, Madrid. Aderoás de la obra clásica de Alexis de
Tocqueville, para los Estados Unidos contemporáneos, me parece funda
meolal el libro de Thomas Molnar, Le modele défiguré. L'Amérique de
T ocqueville a Car ter, 223 págs., Presses Universitaires de France, París,
1978.
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
anexión de California y Nuevo México, entre 1836 y 1848; de
Oregón, en 1846; silencio total en 1845, cuando la Argentina
fue agredida por Inglaterra y Francia; intervención en Cuba, en 1898, a la que
quería incorporar
a su territorio, provocando
el hidalgo ( y único) rechazo de la Argentina por medio del dis
curso de Roque Sáenz Peña, de resonancia mundial; segregación
del departamento colombiano de Panamá, en 1903, para hacer
el canal; acuerdo, primero, e intervención después, con Inglate
rra y Alemania para el infame ataque a Venezuela, por deudas,
en 1902, provocando la indignada, sabia y
ser
la Argentina por medio del doctor José María Dragó; in
tervención armada en Santo Domingo, en 1905. Desde este mo
mento hay un
tránsito de
la intervención armada directa al más
que suficiente dominio por el poder económico. Y se puede se
guir enumerando: en 1914 presiona a la Argentina para que
entre en la guerra mundial, enviando nada menos que una es
cuadra al río de La Plata, a la que pronto se sumó el acora
zado inglés Glasgow; pero el Presidente Yrigoyen rechazó mag
níficamente las amenazas y dijo no; este no se repetirá en 1939
con
el Presidente Castillo; en el año 1945, ante la intervención
prepotente del embajador Braden, que proporcionó al coronel
Perón el tema principal de su campaña, nuevamente la Argen
tina dice nOj y vuelve a decir no en otras circunstancias, como
los más recientes hechos del embargo de granos a Rusia, o ante
la inaudita nota del Departamento de Estado, en abril de 1983,
amonestando a la Argentina porque en la conferencia de los no
alineados, de Nueva Delhi, no se había opuesto a las críticas a
los Estados Unidos
(¡sic/). Los Estados Unidos acaban de apo
yar, con todo su poder, a
foglaterra en
las Malvinas, y ¡aún pre
tendían nuestro apoyo en Nueva Delhi!
Como otras tantas cabezas del monstruo marino mentado por
David, el imperio de Leviatán se hace
presente de
cien modos
(Ps., 74,13; 89;10); gigantesca serpiente, gran «dragón del mar»
(ls., 21,1), él se traga el sol o la luna y es poder totalmente se
cular, no fundado en la misión
de· salvación
sobrenatural
y en
los valores perennes de la persona humana y de las naciones,
1237
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ALBERTO CATURELLI
que inspiran los testamentos de Isabel y Fernando, sino en la
pura inmanencia de la energía, del individualismo, del poder econónúco y tecnológico. El imperio de Leviatán se asigna a sí
mismo la exportación de la «democracy» como la nueva religión secular, corrige la «mala conducta» de los Estados iberoameri
canos (como dijo Roosevelt), da normas al Nuevo Mundo con
virtiéndose en «poder de policía internacional», tiene uno de los
más gigantescos índices de abortos «legales» del mundo, mientras
cuida farisaicamente los «derechos humanos» en otros pueblos.
Sin embargo, la existencia de Albión y Leviatán obedecen a una lógica interna que ha producido, desde sí misma, un imperio
todavía más feroz y opresivo, como ocurre siempre con las con
secuencias necesarias de premisas que han sido inexorablemente
puestas.
e) El imperio de Gog.
Las premisas habían sido puestas por Albión y Leviatán o
por lo que ambos representan. El terminismo nominalista
--como
ya
se
dijo--que
concluye en una suerte de pléroma de
la ex
periencia sensible y
la lógica exaltación de los valores tempo
rales, dejaba en pie, simultáneamente, como enseñaba Maréchal,
la ruptura de
la unidad del compuesto humano y la consiguiente
autoposición autónoma de la razón como medida de lo real.
No es necesario que muestre aquí
la lógica interna que condujo
de
la «posición» del objeto cognoscible en cuanto cognoscible
por la razón, a
la identidad de la Razón con el objeto en cuanto
razón (pensamiento pensado). En el orden político no cuesta
esfuerzo alguno comprender
la consiguiente identidad del Es
píritu objetivo con su forma sensible que es el Estado (Hegel)
y por qué, en esta perspectiva, la única relación posible entre los pueblos sea la guerra. Este radical «sentido de la tierra»
inaugurado en la inversión irracionalista del Todo hegeliano por
Nietzsche, pudo lograr, mediante la resurrección de
la mitología
germana y el racismo de Gobineau,
la estructura demencial del
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•
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
nacionalsocialismo. Pero de este totalitarismo no es menester
ocuparse ya que ha desaparecido completamente. En cambio, la
identidad de la Razón con el objeto en cuanto pensamiento pen sado, al mismo tiempo que puso la contradicción en la realidad,
exige que sea verdadero que todo pensar es materia y, por con siguiente, que el
a priori dialéctico hegeliano se convierta en el
materialismo dialéctico de Marx. Y así se ve que las raíces doc
trinales de Albión y Leviatán y otros imperios secularistas son
las mismas que, como los radios que parten de un mismo cen tro, parecen divergentes en los hechos.
La dialéctica de los opuestos, orientada hacia la sociedad sin
clases del futuro, alcanza la suprema secularidad intratemporal
y también la
máxima oposición
a la originaria filosofía cristiana
de Iberoarnérica. Esta secularidad total trae espontáneamente a
la memoria las misteriosas palabras de San Juan:
«y se
irá (Sa
tanás) a seducir a los pueblos que están en los cuatro ángulos
de la tierra, a Gog y Magog, a
fin de juntarlos para la guerra»
( Ap., 20,8 ). Imperio de Gog, imperio soviético que, desde el
ducado de Moscovia, no ha cesado de crecer. Desde 1917 no ha cesado de seducir y dominar; trae a la mente otro texto del mismo
San Juan, inmediatamente después que el Cordero abre el se
gundo de los siete sellos: «salió otro caballo, color de fuego,
y
al que lo montaba le fue dado quitar de la tierra la paz, y hacer
que se matasen unos a otros»
(Ap., 6,4), De los tres obstáculos
que mencionó al comienzo, este es el más terrible, anunciado
hace ciento treinta y tres años, por estas sobrecogedoras y pro
féticas palabras de Donoso Cortés: «cuando en la Europa no haya
ejércitos permanentes, habiendo sido disueltos por la revolu
ción; cuando en la Europa no haya patriotismo, habiéndose ex
tinguido por las revoluciones socialistas; cuando en el oriente
de Europa se haya verificado la gran confederación de los pue
blos eslavones; cuando en el occidente no haya más que dos
grandes ejércitos, el ejército de los despojados y el ejército de
los despojadores, entonces, señores, sonará en
el reloj de los
tiempos la hora de la Rusia; entonces la Rusia
podrá pasearse
tranquila, arma al brazo, por nuestra Patria; entonces, señores,
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ALBERTO CATURELLI
presenciará el mundo el más grande castigo de que haya memoria
en la Historia; ese castigo tremendo será, señores, el castigo de
Inglaterra. De nada le servirán sus naves contra el imperio co
losal que con un brazo cogerá la Europa y con
el otro cogerá
la India; de nada le servirán sus naves: ese imperio colosal cae
rá postrado, hecho pedazos ( ... ). La Rusia no tardará en caer
en putrefacción; entonces, señores, no sé yo cuál será el cauti
verio universal que tenga Dios preparado para aquella universal
podredumbre» (27).
d) La reunión de Harmaged6n.
Hay en el Apocalipsis de San Juan typos, cada vez más próxi
mos,
de aquel universal desastre,
como las
tres ranas que salen
de la boca del
dragón, «espíritus
inmundos» que «obran prodi
gios
y van a los reyes de todo el orbe a juntarlos para la batalla
del gran día del Dios Todopoderoso»
(Ap., 16,13-14). Para ello,
«los congregaron en el lugar que en hebreo se· llama Harmage
dón» (v.
16), es decir, en
el monte de Megiddo, próximo al
monte Carmelo,
y que, según la tradición, es el lugar de la ba
talla contra Canaán (Jue., 4,2-16). Al final de la guerra, cuando
la locura nacionalsocialista cae aniquilada, los a sí mismos llama
dos «tres grandes-» se reunieron en Harmagedón --esta vez si
tuada en territorio de Gog- y se repartieron el mundo: Al
bión, Leviatán y Gog, reunidos en Y alta, dispusieron, en fe
brero de 194 5, el trazado de una línea que, desde la frontera
ár
tica, entre Noruega y Rusia, desciende a través del golfo de
Botnia, parte en dos a Alemania y concluye en los Balcanes y, sobre todo, dispusieron la
creación de
las Naciones Unidas y se
repartieron, por anticipado, los puestos clave del Consejo de
Seguridad. Creada la Organización de las Naciones Unidas sobre
principios generales con los cuales Vitoria, Carranza, de Soto
(27) Discurso sobre Europa, vol. II, pág. 311, de Obras C.Ompletas,
Ed. Juretschke, 2 vols., BAC, Madrid, 1946.
1240
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
o Covarrubias · hubiesen estado de acuerdo, estos mismos prin
dpios son
negados, ya por el derecho de veto ( que significa
fundar el derecho internacional en el puro poder, en la despia
dada fuerza secular), ya por el organismo político ( extrajurídi
co) del Consejo de Seguridad, el espíritu de Harmagedón domi
na
el mundo. Pueblos enteros son sacrificados e Hispanoamérica
queda de este lado occidental, como en la trastienda de
la línea
de Yalta. El «occidentalismo» (negación radical del verdadero
espíritu de Occidente) reúne sus fuerzas en
la Organización del
Tratado del Atlántico
Norte, en
1949, mientras el imperio de
Gog replica, poco después, con el Pacto de Varsovia. El dere cho de gentes, expresión inmediata
del derecho natural, no exis
te. Cualquier invocación y, sobre tódó, cualquier acción eri prO
del auténtico derecho, como la «mala conducta» de la Argentina
en las Malvinas reclamando
lo suyo, será aplastada de inmediato
porque está prohibido levantarse contra el espíritu de Y alta·.
·¿Qué consecuencias
se siguen para Hispanoamérica, a la luz de
·su originaria
filosofía cristiana? ¿Qué hacer, siendo tan débiles,
frente al espíritu de Harmagedón?
III
EL llEENCUENTRO CON LAS RAÍCES COMO CONDICIÓN
DE LA UNIDAD DE HISPANOAMÉRICA.
a) Las raíces de nuestra tradición y los tres obsttkulos.
Estas dramáticas preguntas retrotraen la atención al punto
de partida. Y a he dicho que, en el orden metafísico, el des-cubri
miento de América ( como acto no sólo de hallazgo sino de de
velación y posesión) supone aquello originario allí presente, an
terior a todo descubrimiento,
no anulado
sino transfigurado por
el espíritu descubridor. En este acto, lo originario logra su ra
dical· originalidad que es su más prbpia novedad. Por eso, s6lo
en este encuentro del
espíritu cristiano
descubridor
y lo origi'
ilario
transfigurado pot él puede encontrarse el momento pre
ciso por
donde pasa la tradición y el mismo ser de Hispanoamé-
1241
Fundaci\363n Speiro
ALBERTO CATURELLI
rica. De ahí que, en cuanto al espíritu descubridor, las últimas
raíces de
Hispanoamérica no pueden ser sino
griegas, pues hasta
las leyes formales de nuestro pensar son helenas; no pueden ser sino
romanas porque es latina la médula misma del orden que
nos rige; no pueden ser sino
cristianas porque toda la vida y
la cultura de Grecia y de Roma fueron desmitificadas y trans
figuradas
-en. un «orden nuevo»- por la Revelaci6n hebreo
cristiana. En cuanto a lo originario de-velado por el descubri
miento, consiste en aquel ser allí estante que es, precisamente,
lo descubierto y, por eso, lo que le confiere originalidad y no
vedad. Si Iberoamérica ha de poseer un pensamiento originario
no puede -ser sino éste en ruanto constituido, en sus raíces, por
lo griego y lo romano, transfigurados por la Revelaci6n cristiana
que asume la
totalidad de
la novedad de América. En
ella re
vive, en un orden nuevo y original, la vida precolombina y, en
ella, el mismo espíritu cristiano descubridor. Por eso, cuando sos
tengo que Hispanoamérica naci6 cat6lica
y que sin la fe no se
entiende y carece de sentido, no digo meras palabras sino que
aludo a la esencialidad de su propio ser.
Pero aquí no termina el problema sino que comienza, por
que este acto originario de hallazgo, develaci6n y posesi6n, no es
un acto que una vez ejercido concluye en el mismo momento
del tiempo en el cual es efectuado. Precisamente porque es tem
poral ( o hist6rico)
y el momento del presente es inasible por ser
cualitativo, debe ser sucesivamente mantenido y sostenido. De
ahí que implique la necesidad del ag6nico esfuerzo y del riesgo
permanente, so pena de perderlo todo. Si cediéramos a la tenta
ci6n de imitar a cualquiera de los tres obstáculos mortales que
nos acechan yuxtaponiendo ciertas instancias de la vieja Europa corrompidas por Albi6n, por Leviatán o por Gog, s6lo obten
dríamos la categoría de lo
bastardo, ni europeo, ni cristiano, ni
hispanoamericano y encontraríamos nuestra segura muerte; si
cediéramos a la tentaci6n de lo puramente originario sin la de
velaci6n
del espíritu cristiano, regresando a la indistinci6n de lo
telúrico ( como hace el indigenismo), aquella indistinci6n,
ya en
realidad imposible,
significaría un
regreso a la nada y a una se-
1242
Fundaci\363n Speiro
EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
gura muerte. Es, pues, menester, aquella heróica síntesis espiritual
--completamente propia
y absolutamente diversa de los
titanes en pugna- entre el espíritu greco-latino-católico
y lo
originario americano que genera la originalidad y novedad de
Hispanoamérica. Tales son las raíces de nuestra ineliminable tra
dición, representada por el conjunto de países que, desde el río
Bravo, se extienden hasta el Polo Sur.
b) El pensamiento originario de Hispanoamérica.
Esta síntesis del espíritu cristiano ( que trae consigo lo grie
go y lo romano) con lo originario americano, implica ciertas con
diciones mínimas prerequeridas que deben ser mantenidas todo
el tiempo. El proceso que acabo de describir y que ya tiene,
efec,
tivamente,
su propia realidad histórica, carecería de existencia
y de sentido si lo
de-velado, en
cuanto tal, no
fuera otro
en cuan
to otro; quiero decir con esto que lo descubierto, aun siendo
transfigurado y
poseído por el espíritu que le conoce, se man
tiene objetivamente distinto y, por eso, supone, en el mismo
acto, un realismo metafísico connatural al pensamiento iberoame
ricano. Esta actitud típica de la más pura tradición greco-romana
y cristiana, en nuestro caso implica que aquello develado, des
cubierto y conocido, no puede serlo sino en cuanto se hace pa
tente en la conciencia del hombre. En cuanto tal, este realismo
originario no tendría existencia sin la interioridad en cuyo
ám
bito lo originario riene acceso a la originalidad objetiva. De ahí
que, para nosotros, no sea pensable un realismo fundamental sin
la interioridad contemplativa. Pero como la realidad objetiva del
ser y la interioridad en cuyo ámbito se hace presente, suponen
la
finitud y
contingencia del único ente que «sabe» del ser, ambos
consisten en remisión al Ser subsistente que es Dios como Aquel
que hace que haya realidad e interioridad. De ahí que, si hemos
de admitir la existencia de un pensamiento originario de His
panoamérica emergente de su propia tradición, será una filoso
fía realista, interiorista y trascendentista, admitiendo en su seno
la diversidad que confirme aquellos supuestos ineliminables. · No
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ALBERTO CATURELLI
empirista ( como la filosofía de Albión), sino realista y espm
tualista; no pragmatista ( como
la de Leviatán), sino realista y
contemplativa; no subjetivista~ sino interiorista; no inmersa en
la dialéctica de la pura materia ( como la filosofía de Gog), ni
inmanentista, sino tta$cendentista. Des.de este_ punto de vista, en
su debilidad, Hispanoamérica representa lo completamente otro
y lo completamente destestable para el. pensamiento dominante
en los tres grandes obstáculos de nuestro destino. Ultimo reduc to del verdadero espíritu occidental, este conjunto de pueblos
que tienen la
:r;.,_isma tradición,
la misma fe,
la misma raíz his
tórica,
la misma raíz cultural y la misma lengua, se distingue vio
lentamente de la autosuficiencia. inmanentista que odiaba al Im
perio Español no por lo que tuviera de malo o defectuoso, sino,
precisamente, por lo que tenía de bueno
y que ha despreciado
a Hispanoamérica
exactamente en la medida en la cual ella es
el fruto y el futuro del espíritu greco-latino-ibérico y cristiano.
é) El futuro de Hispanoamérica y el simbolismo de las Mal;
vinas.
Sé, por experiencia, que cuando se dicen estas cosas, a la vieja
Europa no le queda tiempo ni siquiera para el desdén; ciega y
sorda, ni ve ni escucha, embotados sus sentidos por el hedonis
mo
y por el poder secular. Juan Pablo II, el 9 de noviembre del
año pasado, dirigiéndose a ella le dijo: «desde Santiago, te lan
zo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte.
Sé tú misma». Y, agregaba: «si. Europa abre nuevamente Ia_s
puertas a Cristo ... , su futuro no estará dominado por la incer
tidumbre
y el temor» ( 28). Si ha de abrir puertas es porque las
ha cerrado paulatina
y coherentemente, como lo he mostrado
más arriba;
y, en la medida en que lo ha hecho, se ha perdido
a sí misma. Mal puede oírnos, al menos por ahora. Sin embargo,
(28) «La renovación espiritual y humana ,de Europa», Discurso en
la Catedral de Santiago de Compostela, 9 de noviembre_ de, 1982; cito por.
el vol. Mensaie de Juan Pablo II a·· España, págs. 259 y 260, Biblioteca
de Autores Cristianos (Popular), Madrid, 1982.
1244
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EL PENSAMIENTO ORIGINARIO DE HISPANOAMERICA
en el momento mismo en el cual escribo, precisamente porque
todos los caminos están clausurados
y la misma fragilidad de
Iberoamérica parece poder derrumbarse en un instante, todo eSto
se .nos presenta comó signo evidente de nuestro destino. Cuan
do todos los senderos se clausuran, preciamente porque no hay
salida, solamente queda el mirarnos a nosotros mismos y com
prender, por fin, que la unidad completa de Hispanoamérica -ya
de hecho existente-- reside en aquel núcleo de su
pensar origi
nario
que parecen haber intuido _Bolívar y San Martín.
Ese núcleo de pensar originarío -interíorista, realista y tras
cendentista- sabe que. la historia no la hace solamente la li
bertad del hombre sino también la libertad de Dios, cuyo acto
creador y conservador acompaña todo acto libre hasta su fin.
Por eso, nuestras Malvinas e islas del Atlántico Sur, por
desig
nio
de la Providencia que es coautora de la historia, como blan
cas ovejas separadas del rebaño, se
han cargado de un simbolis
mo histórico.
La rebelde Argentina, que ha sabido resistir tantas
veces la agresión espiritual y material de Albión, de Leviatán y
de Gog, el 2 de abril de 1982
se atrevió, en nombre del dere
cho aniquilado en la reunión de Harmagedón, de exigir lo que
ha sido siempre suyo; y también ha sabido del dolor lacerante
del 14 de junio. Este dolor de lo que está pendiente, es más
fructífero de lo que muchos imaginan
y las Malvinas se han
convertido en el símbolo de toda Iberoamérica, como signo de
la síntesis del espíritu descubridor cristiano y de lo originario
abierto a la originalidad del futuro. Signo de la
resistencia de
Hispanoamérica a las fuerzas de los imperios secularistas del
orbe y símbolo de la
unidad de nuestros pueblos. Precisamente
en los momentos difíciles de la historia, surge la fortaleza como
la virtud más necesaria porque es el hábito que sostiene el áni
mo para que resista y ataque los máximos peligros. Si es verdad
que Inglaterra
~si los
gauchos del aire y del mar hundían los
buques principales de su flota- tenía previsto un ataque nu
clear contra Córdoba, hemos de pensar que el gesto argentino
y las Malvinas mismas implican un signilicado histórico de tal
trascendencia que
el espíritu de Harmagedón estaba dispuesto al
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ALBERTO CATCJRELLI
holocausto. Las Malvinas, pues, son el símbolo sagrado de la
unidad de Hispanoamérica
y signo de la síntesis del espíritu des
cubridor cristiano
y la originariedad que funda la novedad de
nuestro propio mundo, última esperanza
de la verdadera tradi
ción de Occidente. Por la sagrada Patria argentina, por la patria
grande de Hispanoamérica
y por la tradición cristiana, dejaron
su sangre
y sus huesos los héroes de las Malvinas.
IV
Los HUESOS SAGRADOS.
El combatiente argentino que dijo que sus camaradas muer
tos
allá quedaron «como centinelas espirituales», señaló algo pro
fundo que es lo que nos ha hecho pensar. En el suelo criollo
y
bajo los mantos nevados, quedaron los huesos que se fundían
con la tierra. Y los huesos, a la vez, simbolizan lo más recón
dito
y el último sostén de nuestra carne. Ellos son lo último en
volverse polvo después que ha volado el espíritu. Esta suerte de ultimidad íntima de los huesos es lo que invoca el salmista
cuando, castigado por Dios, le suplica porque «se
han estreme
cido mis huesos, y está mi alma muy turbada»
(Ps. 6,3 ). Por
que son los huesos como la última resistencia de mi cuerpo, el meollo final; por eso, cuando
Labán reconoció
a Jacob, le dijo:
«¡Ciertamente, hueso mío y carne mía eres!» (Gén., 29,14). Los
huesos de mis padres, de mis hermanos, de mis hijos, de mis
hermanos argentinos son, pues, mis huesos1 porque la fraterni
dad llega hasta el último reducto de mi intimidad. Y cuando esos
huesos se funden con la tierra patria
allí quedan como «centi
nelas espirituales».
Allí deben quedar para siempre. Huesos asumidos por el
Verbo qne se hizo carne y habitó entre nosotros; huesos vivifi
cados por el espíritu en el cual se encendía la luz de nuestro
pensar originario. Sagrados huesos que nos esperan
y a los· que
hemos
de ser fieles. Allí deben quedar para siempre. Nos espe
ran en las Malvinas, en las islas australes y en el fondo del mar.
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