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Número 219-220

Serie XXII

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Cristianismo y cosmovisión científica

CRISTIANISMO Y COSMOVISION C!ENTIFICA
POR
THOMAS MOLNAR
Aún no hace mucho tiempo, la última moda en los círculos
científicos era separar conocimiento
y religión, hechos y valores.
El conocimiento era algo positivo, la religión se
elegía subjeti­
vamente.

Los hechos eran algo «sólido», resultados a los que se
llegaba en los laboratorios o a través de lentes astronómicas; los
valores se consideraban idiosincrasia del investigador
y, entre
ellas, la más perniciosa era la cosmovisión religiosa de cualquier tipo. Así, la teoría darviniana
de la evolución era un hecho y
relatos bíblicos sobre la creación eran mera ficción; la infinitud
del universo en el tiempo
y en el espacio era un hecho y su prin­
cipio en un acto de Inteligencia era una ficción. Y así todo.
En las últimas
décadas, esta

rígida división se ha difumina­
do y las mentes inquisitivas discuten actualmente la «ortodoxia»
científica. Las conclusiones de esta discusión no han llegado to­
davía al póblico en general ni aun a las mentes de la mayoría
de los estudiantes universitarios. Sin embargo, la disciplina «His­ toria de la Ciencia» y las especulaciones filosóficas sobre dicha
· historia

proponen actualmente un nuevo punto de vista respec­
to a la relación entre el
científico y

su ciencia. Hombres como
Alexander Koyré, Thomas
Kuhn,. Michael

Polanyi, B.
J. T. Dobbs,
Santillana, Stan!ey Jakí, Frank Capra y otros, han establecido
que
el proceso del descubrímieoto científico ,se desarrolla en un
clima mental que consta de presupuestos filosóficos1 creencias
religiosas, preferencias morales y estéticas, influencias de mitos
y otros elementos. Estos factores, -no sólo nó estorban a la in~
vestigación científica, sino que la nutren. En todo caso, son in-
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THOMAS MOlliAR
separables del proceso de exploración del universo, tanto del fí­
sico como del mental. Por consiguiente, no tiene por qué sorprendernos que los
instrumentos intelectuales aportados por el cristianismo hace
2.000 años para
completar -y también para transformar- el
mundo mental de
la ciencia griega, nos proporcionan ahora el
marco dentro del cual evoluciona la ciencia moderna. A conti­ nuación se sugieren las áreas de fundamental transformación del
pensamiento en las cuales el cristianismo
ha influido sobre los
actuales puntos de
v!sta acerca

de la ciencia y del universo.
I
Todos los días decimos y oímos cosas -a las que denomina­
mos afirmaciones científicas,-sensatas, prácticas u obvias- que
no proceden realmente del examen de pruebas sino de hábitos
mentales o automatismos psíquicos. A menudo se derivan de
adoctrinamientos ideológicos tan ampliamente extendidos en la
actualidad_ que- casi nunca se toma en cuenta su origen ni su
técnica. Y cuando nos encontramos con premisas diferentes de
las de hoy día habituales, tendemos a calificar a los que las
mantienen de retrógrados, obscurantistas, empeñados en hacer
andar el reloj hacia atrás, ignorantes y llenos de prejuicios.
Entre estas lineas divisorias a las que nos han acostumbra­
do las modernas
ideologías, sin

duda la más popular es la que
separa a la
ciencia de la religión. La ciencia es, se da por su­
puesto,
algo seguro que promociona la
· esperanza
de la humani­
dad; a la religión se le atribuye una posici6n inferior, la de un
ghetto al que los tímidos e incapaces de pensar se retiran bus­
can_do reposo

mental. Esta suposición se manifiesta en la actual
controversia entre las teorías «evolucionista» y «creacionista».
referentes al origen del hombre, en la cual los creacionistas son
etiquetados como tontos estafados1 en el mejor de los casos,
mientras los increíbles non sequitur, las fábulas y cuentos de
hadas de los evolucionistas son aceptados automáticamente como
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puros datos científicos, dignos del máximo respeto (1 ). Si quie­
re

usted comprobarlo no tiene más que intentar invertir estas
apreciaciones en un cocktail de Manhattan o en una asamblea
de Facultad. Sin embargo, todos los descubrimientos científicos tienen sus
raíces en cosmovisiones filosóficas
y religiosas mucho más am­
plias

(2). La observación, la investigación, la experimentación
y la formulación de teorías están dirigidas, no s6lo por la bús­
queda

de nuevos hechos que corroboren o invaliden datos
an­
teriores,

sino, también, por un «sistema personal» del
científi­
co, previamente establecido; cuando una teoría científica cam­
bia, lo hace bajo la doble presi6n de los datos observados y de
las preferencias profundas de un nuevo
científico. Daremos

un
ejemplo: durante dos
mil años la astronomía de Aristóteles rei·
nó en academias, universidades, laboratorios científicos
y estu­
dios filosóficos. Esta astronomía, no s6lo era universalmente acep­
tada, sino que, además, funcionaba -respondía a los datos
ob­
servados-

a pesar de estar basada en parte en postulados
re­
ligiosos y estéticos: se suponía que los cuerpos celestes se mo­
vían en órbit_as circulares, porque el movimiento circular era
consíderado el más perfecto. Pero luego esta imagen del mun­
do

fue descartada como no científica
y empezó el dominio de
Newton
y GaJileo, bajo el cual el mundo fue descrito como in-
(1) Consideremos solamente dos de las gratuitas proposiciones en las
cuales creen como en artículos de fe los partidarios del evolucionismo:
las transformaciones tuvieron lugar en inmensas magnitudes de tiempo.
Pero medio millón de años, máximo que se atribuye a
la existencia del hombre, no es desde luego suficiente para dar cuenta de todas estas· trans­formaciones.
Aceptamos que las transformaciones fueron
graduailes; pero, entonces, cada nueva variación fue tan mínima que no podía mejorar la adaptación del sujeto al medio ambiente ( supuesto objetivo de I¡ trans-­formación),
sino que sólo podía debilitarle en
1a lucha por la supervi­vencia.
(2) «No sólo consideraciones epistemológicas, sino también valores re­ligiosos y morales estuvieron presentes en el nacimiento de, la nueva Cos-­mología (la del siglo xx), así como en el origen de la cosmolog{a relati­vista». Jacques Merleau-Ponty, Cosmologie du XXe siecle, 1965, pági­na 115.
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finito. Esta cosmovisión científica apenas dw:ó ttes centurias;
en la nuestta, Einstein nos hace volvet a una imagen quasi-atis­
totélica de un universo
finito y
redondo, en
el cual no sólo el
movimiento de los objetos sino tatnbién el de la luz es circular.
La luz, dice Einstein, da
la vuelta al univetso y al final retorna
a su punto de pattida ... , lo mismo que los primeros circunna­
vegantes de
la tietra hicieton, no sin sorpresa por su parte.
No me propongo, en modo alguno, desacreditar a
la cien­
cia, sino mostrar que el hombre de la
calle -y también el in­
telectual- manejan nociones científicas que, de hecho, son in­ sepatables de
la intuición, la imaginación estética, el pensamiento
religioso
y los sistemas filosóficos. No obstante, se les pide que
separen todo esto de las ideas científicas y lo consideren infe­
rior a ellas.
Mi segundo y más importante objetivo es mostrar
que ha sido el cristianismo lo que ha
setvido en
mayor medida
como fundatnento conceptual para la ciencia tal como la hemos
conocido en occidente, Y, al decir cristianismo, no me refiero a ninguna vetsión diluida
del mismo, a nioguna re-definición que
le haga parecet más
«científico», sino

al edificio dogmático doc­
trinal del cristianismo, tal como ha petmanecido en pie durante
dos mil años. Todo este
tetna se

halla rodeado de espesas nubes. Por ejem­
plo, escritores teológicos como Adolf von Marnak y E. R.
Goo­
denough dan por supuesto que el cristianismo tomó «de los
griegos» toda su estructura . racional; Otros, demasiado numero­
sos para nombrarlos, enseñan que la religión dominó en las «eda­
des
oscuras», que
«la Iglesia perdió la batalla contra
Galileo»,
y

otros cuentos semejantes. Dichas estupideces han arraigado con
tal fuerza a ttavés de centurias de lavado cetebral que mis es­
tudiantes,
y tatnbién muchos colegas, se conforrnan con ellas,
que les evitan la tatea ardua de pensar. También les libran de
la relectura de crítica de textos tales como las cattas intercatn­ biadas por grandes científicos, actas de academias, documentacio­
nes de tribunales eclesiásticos ... o, simplemente, historias de la
ciencia escritas por eruditos tales como Alexandet Koyré, Gior­
gio di Santillana, Thomas Kuhn, Stanley Jaki.
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CRISTIANISMO Y COSMOVISION CIENTIFICA
Il
Basta con estudiat unos cuantos conceptos-clave pata de­
mostrat que, ya en los primeros s.iglos, el cristianismo se en­
frentó con doctrinas helénicas en puntos donde éstas, aunque habían conseguido estupendos resultados, habían llegado, por
decirlo así, a bloquear su propio progreso. Lo mejor será empe­
zar por el concepto de Dios.
El concepto de Dios. No sólo para el pensamiento griego en su momento álgido,
sino pata todo el mundo pagano ( «pagano» se usa aquí como
«no monoteístico» ), los dioses eran parte de un universo que
habían moldeado ellos mismos a partir de una materia preexis­ tente o de animales monstruosos, y que gobernaban como fuer­
zas del bien junto con otros dioses «malos». Tales dioses, «bue­ nos»
y «malos», eran personificaciones de las fuerzas de la na­
turaleza. Todos ellos impregnaban el universo y eran insepata­
bles del mismo, amistosos u hostiles hacia el hombre, como de
hecho
lo es la naturaleza. En consecuencia, los cielos estaban ha­
bitados por espíritus y fuerzas mágicas, situación muy favorable
para la mitología
y para la creencia en todo tipo de influencias
encontradas, pero no para la investigación científica. Era un cielo
muy. variado y cada nuevo sabio pagano
podía aumentar

su po­
blación con nuevos poderes
y dominaciones; era también un cie­
lo jerárquicamente organizado, donde el dios principal del Olim­
po tenía bajo su mando una extensa familia de dioses menores y
de diosas, de ejecutores y de mensajeros. Se podrá objetar que este cuadro era
el destinado a las ma­
sas y que los filósofos pensaban de otro modo. Pero aun ellos
no podían ir más allá de mirat a los dioses como parte del
cos.
mos, bien como altivos e indiferentes en el goce de su inmorta­
lidail (Epicuro ), o como una especie de lejano matemático (Pla-
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tón), un primer motor de todo cambio (Arist6teles ), o el abs­
tracto
«Uno» de Plotino, para no nombrar más que a los -prin­
cipales
filósofos
griegos
y su concepto· de dios. Sin duda, estos
penetrantes
y sublimes pensadores captaban también la incor­
poralidad

de Dios, pero era para
identificarle con
la ley del
universo o con una misteriosa aspiración del alma. Lo que no pensaba ningún pensador pagano es que Dios sea
un
creador del universo, externo a él y totalmente independiente
de él, transcendente, pero personal. Según hemos sugerido
ante­
riormente,

el mayor esfuerzo especulativo de los griegos
dio como
resultado un
dios semejante a un artista, un modelador del ma­
terial

preexistente, el caos, en el cual
él interpuso un orden;
por tanto, la materia misma era considerada como una contra­
fuerza, otro dios, un oponente, un rival, con su propia legión
de auxiliares. Esto es a lo que llamamos
dualismo, fenómeno que
ordinariamente va acompañado de
politeismo.
Pero el concepto cristiano monoteísta sostiene que todo po·
der
está en Dios, que la naturaleza
y el hombre sólo poseen po­
deres

derivados (llamados causas segundas)
y que el universo
fue causado
y subsiguientemente sostenido por Dios. Sin embar·
go, el universo, decididamente, no es divino, como muchos pen­
sadores paganos pensaban (entre ellos los estoicos). La conse­
cuencia,

desde el punto de vista científico, es que los poderes
del mal como los del bien se desvanecen del universo físico, que
los cielos quedan despoblados ( una pérdida para la mitología, la imaginación
y el arte) y son sustituidos por el espacio, tér­
mino_
nuevo

que sugiere algo homogéneo, dispuesto
para que
el
hombre pueda acercárseles sin temor a investigarlo.
La idea de Ahna.
¿ En qué se diferencian la idea ct1st1ana del alma y la idea
griega? En los sistemas de los pensadores griegos, el alma era, o
bien un conglomerado de átomos muy finos pero en
definitiva
materiales

(Epicuro, Luctecio) o bien
pequeñas-partículas di-
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CRISTIANISMO Y COSMOVISIGN CIENTIFICA
vinas que, de un modo o de otro, se han desprendido de la di­
vina sustancia y flotan por los cuerpos humanos o ( según Pla­
tón) están prisionetas dentro de ellos en castigo a su escapato­ ria.
En este

último caso, el alma es considetada
como enemiga
del

cuetpo, como una chispa divina encadenada por el principio
material, el Príncipe de las Tinieblas. El castigo del alma con­
siste en que se individualiza a través del cuerpo en que ahora
habita, en lugat de volver nuevamente a la divina sustancia. La temible consecuencia de tal concepción es que el alma
anima al ser humano, no como compañera inseparable; sino como
esclavo encadenado a la rueda que mueve. En otras palabras: ei
alma, castigada por haberse separado de la sustancia .divina, se
siente
miserables mientras está en el cuerpo. Esta alma nada
puede hacer en favor del hombre, «su poseedor temporal»,
sino
que

aspita constantemente a volver a
su· condición divina origi­
natia. Es

una extraña ( «alienada»,
en griego «alogena») en la
construcción material del cuerpo, sin ninguna solidaridad con el
hombre cuyo cuerpo es su prisión.
La metempsícosis ( transmi­
gración del alma de un cuerpo a otro) intentó
remediat ésta si-.
tuación

pero sólo consiguió poner las cosas peor: un alma bue­
na (es decir, abstemia) podía abandonat un cuerpo de orden in­
ferior (por ejemplo, el de un animal
o un critninal) para entrar
en otro de orden superior ( un sabio). Pero también en este
caso el hombre
como tal es

ignorado; es mirado únicamente como
el habitáculo, temporal y despreciado, del alma. Resumiendo: la
conclusión pagana es que
el hombre está mal emparejado; es un
ser dual, que tiene un cuerpo malo por set material y un
alm,
que

no le pertenece
porque es divina.

En otras palabras, lá ar­
monía del ser creado en cuerpo · y·-alma ( esa «invención» mono­
teística) falta de modo lamentable.
Por consiguiente·, no es de extrañar· que; -tattlbién en este
punto, la concepción cristiana sea la opuesta. El origen del alri:,a
en

la visión cristiana está en el
acto creador de

Dios, y cada
alma
está dotada

del conocimiento
de lo
que Dios entiende
por
bien

y mal, con capacidad para seguir el primero, pero con libre
albedrío para hacerlo o no hacerlo.
'Por tanto, no hay transmi-
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gración del alma; el alma, ni es independiente del cuerpo ni está
«en» el cuerpo como en una prisión, deseosa de escapat. Mien­
tras dura la vida,
la unión entre cuerpo y alma es indisoluble.
La responsabilidad es recíproca; pertenece a la
persona. En con­
traste con el sabio pagano, el
santo hace

uso de sus poderes y
de
Ia gracia que ,recibe para promover el bienestar espiritual y
material de los miembros del cuerpo místico -la comunidad de
los cristianos-- y de toda
la humanidad. Mientras que el sabio
se aparta de los cuidados del mundo, el santo difunde su
cari­
dad

en palabras, actos y oraciones. Nada puede haber más con­
tratio
. a

la excesiva autoafumación del sabio que el análisis de
San Agustín: «La
afirmación de

sí mismo implica un peligro:
el hombre puede llegar a asumir que su conciencia y actividad
demuestran que en él existe una chispa de la divina esencia,
cuya mera posesión le da derecho a reclamar
la divinidad, y le
eleva por encima del orden natural». Su locura puede sugerirle
que sus limitaciones son «externas», 4ue su esencia única está
bloqueada únicamente por las circunstancias, la sociedad, la cla­
se social a que pertenece o cosas semejantes.
La visión griega de la Materia.
Esto nos conduce
a· la
visión griega de
la materia, lo opues­
to al alma y al espíritu -es decir, para la mente pagana el prin­
cipio del mal-, impura, corruptora, tierra abonada para los po­
deres hostiles. Como hemos visto, por esta misma razón, el alma
no coopera con
el cuerpo material: se siente desgraciada mien­
. tras se encuentra en esta. tumba ( sema, en griego, mientras que
cuerpo es soma, juego de palabras muy apreciado por aquellos
paganos radicales que fueron los gnósticos). La materia es
el
primer enemigo, no moldeado por Dios, sino por su rival, el Demiurgo; por consiguiente, la materia es un principio total­
mente· opuesto, negativo, ·adversario eterno, servidor de Satán y
de sus tentaciones.
Es, quizá, en esto donde el cristianismo realizó la máxima
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revolución en el pensamiento occidental con su asombrosa afir.
masión de un Dios encarnado. El afán del sabio pagano, des­de el brahman indú al neoplatónico del siglo
III después de
Cristo, era librarse de las impurezas de la materialidad y hacer­
se cada vez más espiritual. El sabio se definía a
sí mismo como
espíritu quasi-puro mediante el desarrollo de técnicas para con­ trolar el cuerpo y así evitar el sufrimiento de cuerpo y mente.
El cristianismo naciente se presentó exaltando al «espíritu hecho
carne» (exactamente

lo contrario de
la proposición pagana), acto
de especial gracia divina en favor de la humanidad. Además, el
espíritu hecho carne era el objeto fundamental de adoración,
como Dios hombre que sufrió tormentos en su carne, vertió
lá­
grimas, fue traicionado y predijo con dolor infinito la destruc­
ción
de la ciudad santa de su religión. A los ojos de los filóso­
fos paganos, el sabio está por encima de semejantes preocupa­
ciones. Celso, el primer oponente sistemático al cristianismo
( circa 180 después de Cristo) fue categórico en este punto: un
dios que descendiera en persona de los delos y tomara un cuer­
po humano trastornaría el orden
del universo

y daría lugar a
una catástrofe. Este argumento era especialmente utilizable con­
tra el dogma de la encarnación: un dios convertido en hombre,
escribió Celso, implica una contradicción, ya que existiría una dis­
minución y, por tanto, un cambio. Pero los dioses son inmuta­
bles. Además, arguyó Celso, ¿cómo puede un dios tomar el cuer­
po del más vil entre los viles, un hombre condenado a
la igno­
miniosa muerte de un esclavo fugitivo. la
crucifixión?
¿ Historia o ciclos infinitos?
El consenso del paganismo culto, desde el budismo a la es­
peculaci6n helénica, sostenía que los dioses -en tanto en cuan­
to lo fuerao, lo cual negaba el budismo-- viven en feliz indife­
rencia, infinitamente por
encima de los hombres,

que son meros
mortales. El destino del hombre
y la 1'$trucrura del mundo es­
tán cargados de miseria. Y puesto que el universo es eterno
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-increado, en permanente u¡archa a través de ciclos que se su­
ceden uno a otro
indefinidamente--, d mundo contiene siempre
una acumulaci6n de mal mayor que de bien, y su balanza se
inclina inexorablemente hácia una creciente miseria. Como para
la mente humana es imposible tratar de modo inteligente el con­
cepto de eternidad, la especulaci6n pagana la dividió en
ciclos
o Grandes Años; pero, con objeto de evitar la incoherencia,
postuló
d carácter repetitivo de estos ciclos, de modo que, en
cada uno de ellos, las mismas cosasJ gentes y acontecimientos se
repetían eternamente. En d estilo inimitable de Agustín, esto
sería
como decir que Platón
se sienta
en la Academia de Atenas,
enseñando una y otra vez
· a

los mismos discípulos en la misma
escuela, y todo ello está destinado a repetirse a través de in­
contables edades en el futuro. Y Agustín añade: «No permita Dios que tengamos que tragarnos tal disparate. Cristo muri6
de una vez por todas, por nuestros pecados».
La exclamaci6n de Agustín muestra claramente la imposibi­
lidad de que el cristianismo acepte teorías de «eterno retorno»
o
ciclos históricos,

que eran
d centro de la especulaci6n paga­
na, así como le es imposible adoptar la doctrina de la transmi­
gración de las almas, de la maldad de la materia y otros presu­
puestos básicos del paganismo. La actitud cristiana depende, en
últimas instancias, de cómo vemos a Dios, de si le vemos como
creador
ex nihilo. Los paganos veían a los dioses como gigan­
tescas fuerzas naturales, limitados solamente por las fuerzas igual­
mente gigantescas de otros dioses. Incluso en la más
refinada
versión

del pensamiento pagano, en Platón o en Plotino, el dios
es consustancial con las almas y no creó a la materia, que tiene
otro autor: un poder esencialmente hostil. El Dios de los cris­ tianos es un creador omnipotente (no un mero modelador) que
dio
otigen al

universo'
pór su• amor al ser (no al no ser ni a la
nada, como en el budismo), mientras que en la visión de los pa­
ganos radicales
. -btahamanes y • gn6sticos-

el ser es malo y su
aparición es una
tacha. Miehtras que d Dios cristiano mantiene
al universo 'en existencia y 'sus co-tteadores humanos· hacen pro·
digiosos esfuerzos pára mejorarlo y embellecerlo, al sabio paga-
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CRISTIANISMO Y COSMOVISION CIENTIFICA
no le incumbe promover la aniquilación del universo y, ante todo,
debilitarlo en su propio ser. Su religión impelía al pagano a adoptar el fatalismo eo
la
vida personal y en la historia. La realidad cósmico-divina que le
dominaba se componía de fuerzas incompreosibles y determinis­
mos sobre los cuales
él podía haber tenido alguna influencia eo
su vida personal, principalmeote mediante
trucos mágicos,
pero
ninguna eo el desenvolvimiento de
la historia_. De aquí el pesi­
mismo incluso de los más grandes historiadores griegos que, esen­
cialmeote, no fueron más
allá del concepto hindú del eterno re­
torno.
Lo llamaban anakyklosis, represeotación permanente y
circular del mismo drama, cuyo desenlace es la decadencia, lo mismo que el Cosmos de los estoicos terminaba eo fuego eter­
no. Esta visión del mundo no bloqueó las grandes carreras pú­
blicas, políticas e imperiales de un Pericles, un Alejandro o un César, pero degradó la importancia que a
la larga podía atribuirse
a sus esfuerzos y desacreditó el sentido de· la historia
y de la
política.
III
Aunque algunos pasajes de este breve repaso pueden parecer
especulaciones abstractas, no es difícil traducirlas a puntos cru­
ciales en el proceso de cambio de una cosmovisión a otra, de la
pagana a la cristiana. La: cosmovisión cristiana y sus resonancias
eo las empresas filosóficas, históricas y científicas, no fueron en
modo alguno reformulaciones serviles de conceptos griegos, como
aún está de moda
afirmar; los do!llllas cristianos

engeodraron un
nuevo esquema conceptual, dentro del cual y como su consecuen~
cia, la ciencia pnede prosperar. No es difícil comprender por qué un Dios creador «limpió» el universo para que pudiera ser in­
vestigado, sin miedo a dioses, espíritus y poderes, por la menta­
lidad científica. Y los demás dogmas y eoseñanzas del cristianis­ mo hacen un impacto igualmeote positivo sobre la mente del
hombre y sobre el desarrollo de
la mente occidental, la .erudi­
ción y
las empresas

políticas, para no hablar de otras áreas de
actividad.
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El impacto sobre la moralidad.
La proposición de que Dios es d creador trascendente de
«universo-mundo» tiene las más amplias consecuencias no s6lo
para la ciencia sino también para la moralidad. En la visión
pagana, el bien
y el mal estaban ambos personalizados en un
dios
y era su duelo lo que decidía el triunfo del mal o del bien,
si el hombre tomaría un camino o el otro.
De este modo, el
hombre no es responsable de sus propias acciones. Cuando
el
cristianismo concentró en Dios toda la bondad, podría decirse
que al hombre no le quedó más que el mal. Sin embargo, la
persona humana es libre, sólo su propia elección la compromete,
y la compromete radicalmente. Desde San Agustin a Kierkegaard,
el drama que los pensadores paganos habían
. imaginado entre
dioses

guerreros quedó situado dentro del alma humana. Si
la
desaparición de las guerras y juegos mitológicos empobreció la
imaginación artística
y literaria (pronto enriquecida nuevamen­
te por los temas cristianos), fue mucho lo que se ganó por el
conflicto moralmente
agudizado del

bien
y dd mal dentro del
alma
y por el conc.epto de la responsabilidad moral y, por con­
siguiente, legal (3).
Cuando el cristianismo rehabilitó a la materia, sacándola del
estado
filosófico de

impureza, liberó igualmente a las empresas
y ambiciones relacionadas con la materia de su situación de ig­
nominía. Puesto

que Dios había asumido forma material, el tra­
bajo dejó de estar ligado a la esclavitud,
y las invenciones téc­
nicás dejaron de ser consideradas como meros instrumentos de
juego y diversión para los ricos, convirtiéndose en ocasiones para
(3) Nos sorprende la extrema escasez en Grecia y Roma de expre­
siones de sentimientos tales como la caridad, la indignación, ante el mal
trato a los esclavos o, sencillamente, la compasión. Leemos en Séneca
(Cartas a Lucillo) una rara declaración de su disgusto ante d sangrien­
to espectáculo del circo, que un dfa abandonó en su mitad.
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CRJSTIANISMO Y COSMOVISION CIENTIFICA
la manufactura y la industria ( 4 ), y, en general, para una civi­
lización más armoniosamente equilibrada entre sus componen­ tes materiales e intelectuales, expresada varios siglos más tarde
por San Benito con su
labore est orare ( «trabajar es rezar»).
El sentido de la vida.
La sabiduría pagana propugnaba, desde el hinduismo hasta
Pítágoras ( siglo
VI antes de Cristo) y Plotino ( siglo III después
de Cristo), que la vida es un lugar de exilio y que el hombre es
una partícula del conjunto, incoherente, desdichada y casi siem­
pre dañina. Por ello debe tender a la reintegración en esa tota­
lidad cuya noble inmovilidad
y . fría indiferencia ha perturbado
al entrar en la existencia convertido en individuo. Cuado el hom­
bre se convirtió en un ser independiente (aunque sólo en parte), estafó a la Suprema Sustancia impersonal de la visión pagana y
la restitución sólo será satisfactoria cuando la partícula retorne a su sustancia original. Esto es lo que el sabio pagano considera­
ba como liberación de las miserias de la existencia: ser reabsor­
bido sin dejar rastro en la Nada
(hinduismo) o

en el Uno (Plo­
tino). ¡Qué diferente es la visión cristiana! El Dios personal creó
con alegtía
y está contento con su creación. Para coronarla, creó
al hombre a su imagen: consciente, libre, colaborador en la crea­
ción dentro de su propia misión autónoma. El hombre no -tiene
una existencia prestada ni una conciencia a duras penas tolerada.
Ni usa su vida y su conocimiento en llorosas lamentaciones. pi­
diendo ser liberado de su miseria. El hombre realiza su propio
trabajo y dialoga con Dios. Al
fin de su vida, su haber sido y las
marcas que ha dejado en el mundo por su presencia
y por su
( 4) Cuando, por ejemplo, en tienÍpo de Tiberio, un hombre inventó
un cristal de mayor transparencia, no pensó en instalar una fál;lrica, sino
qué llevó

su Invento
al emperador. Este le pregunt6 si había hablado de
ello a alguien. No, contestó el hombre. En vista de lo cual Tiberio le
mandó decapitar para· que el «secreto»-no se difundiera.
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obra, no son abolidos; su alma es inmortal y resucitará con su
cuerpo.
En otras palabras: frente al pesimismo pagano acerca de
la vida
y la muerte, se levanta la alegría y gratitud cristianas por
la
creación y, después de la muerte, la directa visión de Dios.
Insistamos: no se trata de extinción ni de fusión con la sustancia
del mundo, sino de más alta consciencia y de alabanza de Dios
(Para/so, de Dante).
La visión cristiana, pues, rehabilita, frente a la visión del
,paganismo, los últimos criterios que dan sentido a la vida.
La
persona, su libertad, su responsabilidad moral, la independencia
de su alma creada,
la bondad esencial del universo material, del
conocimiento, de
la ciencia,. el sentido de la historia y de la par­
ticipación en
la política, todas estas cosas se han convertido en
positivas. El hombre tiene poder para corromperlas todas, des­ de la política al alma, pero sabe que este mismo acto de co­
rrupción es fruto de una decisión
y, por tanto, es reversible.
Quien hable de la religión
y la ciencia como de dos dominios
contradictorios, de tal modo que toda participación de la prime­
ra en la segunda sólo pueda tener un carácter subordinado, des­
conoce simplemente la verdad que puede encontrarse en la his­ toria, en la filosofía
y en el estudio de la ciencia, A pesar de
nuestra inmensa deuda para con el pensamiento griego
y de nues­
tra legítima admiración hacia él ( en todos los terrenos, desde la
astronomía a la política), sería estúpido negar que
el cristianismo,
como religión
y como filosofía, rompió las premisas griegas y
así liberó tanto al conocimiento como a la imaginación de obs­
táculos fatalmente paralizantes
y los sacó de callejones sin salida.
El cristianismo se debe a sí mismo
el reconocimiento de que, sin
los dogmas
y las doctrinas cristianas, el mundo moderno y su
ciencia, simplemente no existitlan.
IV
El título de este corto ensayo implica la yuxtaposición de
religión y ciencia; por ello puede sorprender al lector que
el
segundo término no sea tratado en él con detalle: astronomía,
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CRISTIANISMO Y COSMOVISION CIENTIFICA
física, biología, geología y demás ramas. Aparte del hecho de que
tratar de todo esto quedaría fuera de
la competencia del autor,
el punto esencial es otro: dejar bien claro que la ciencia, la ac­
tual vaca sagrada, depende del
clima religioso, :61osófico y moral
en el que nace, experimenta variaciones y lo más que consigue
es acercarse al conocimiento y descripción de la realidad. La em­
presa científica no es una actividad independiente. Lleva el
sello
de

su tiempo
y el de preocupaciones distintas a las científicas.
De modo que para alcanzar -o intentar alcanzar- sus conclu­
siones; necesita esencialmente preguntarse: ¿Qué imagen tene­
mos de Dios? ¿Cuál es nuestro concepto del tiempo? ¿Qué sig­
nificado damos a la vida, a la ética, al espíritu
y la materia?
Esto es lo que llamamos una cosmovisi6n. Y nuestra afirmación
aquí
es, simplemente, que las sucesivas cosmovisiones científi­
cas de los pasados 1500 años, o más, han sido producto, no
sólo de observaciones
y experimentaciones independientes, sino,
también
-y sobre todo-, de la cosmovisión ctistiana, que ha
sido causa de que los científicos reformulen tanto las preguntas
que se hacen como las respuestas que buscan.
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