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Número 445-446

Serie XLIV

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Don Quijote y la filosofía práctica

DON QUIJOTE Y LA FILOSOFÍAPRÁCTICA
POR
BERNADINOMONTEJANO(*)
“El texto de Cer vantes… puede ser vir a
un filósofo par a una teoría acerca de la vida ”
Giovanni P
APINI
S U M A R I O : I. Don Quijote: un r e f o rmador del mundo.—II. La filosofía prácti-
ca.—III. Don Quijote y la filosofía práctica.—IV. La edad de hierro y la edad
de plástico.—V. La virtud y la nobleza.—VI. La utopía.—VI. La ciencia de la
caballería andante.—VII. El tema de la libertad.—VIII. El caso de los galeo-
tes.—IX. La “Santa He rm a n d a d ”.—X. Un mal uso de la libertad: el pecado.—
XI. Contexto moral.—XII. La amistad.—XIII. El amor en el matrimonio y en
la familia.—XIV. La virtud, medio para el bien.—XV. La virtud de religión y
algunos vicios opuestos.—XVI. La virtud de la prudencia.—XVII. La virtud de
la justicia.—XVIII. Las virtudes sociales.—XIX. La muerte de Cerv a n t e s .
Para responder al tema tenemos que comenzar por formularnos
dos preguntas: ¿Quién fue Don Q uijote de la Mancha? ¿Qué es la filo-
sofía práctica? , en cuyo hogar por teño nos encontramos.
I. Don Q uijote: un r eformador del mundo
D on Quijote es una obra de Miguel de Cer vantes Saav edra,
héroe de Lepanto, cautiv o en Argel, víctima de la burocracia, del
____________
(*)Conferencia pronunciada por nuestro querido colaborador , el profesor Bernar-
dino M ontejano, de la U niversidad Católica Argentina, en el Instituto de F ilosofía
P ráctica de Buenos Air es, con motivo del cuar to centenario del Quijote, y que con sumo
gusto, siguiendo sus deseos, publicamos (N. de la R.).
Verbo, núm. 445-446 (2006), 471-499. 471
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leguleyo y estéril mundo cor tesano, un hombre de una cultura pr o-
funda, clásica y cristiana, adquirida más por su vida y su experien-
cia que a través de los libr os.
Don Q uijote, como muchas veces se presenta, es un caballero,
per o no cortesano, sino un caballero andante. Esta es una noble
tar ea, gracias a la cual adquiere una serie de características, como lo
expresa al final de la primera parte del libro: “ Después que soy caba-
ller o andante, soy valiente, comedido, liberal, cortés, atrevido, blan -
do, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos ” (1); en
otr o lugar insiste en lo mismo, per o agrega que no es soberbio, arro-
gante ni murmurador y que, sobr e todo, es caritativo.
El hér oe cervantino eleva la andante caballería a principio gene -
r al par a que los hombres puedan ser mejor es. Don Quijote —como
dice B ickermann— “ quiere crear un nuev o sol que caliente a todos,
que alumbr e a todos y que jamás tenga ocaso ”. Visto así, el héroe de
Cerv antes se presenta como un reformador del mundo y desea que
las maravillas leídas en los libr os caballerescos sean cosas de todos
los días, al alcance de los más humildes y menester osos (2).
La caballería andante está regida por normas que señalan un cami -
no a r e c o r rer: “Yo, inclinado por mi estrella, voy por la angosta senda
de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda,
p e r o no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, cas-
tigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy
enamorado… porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean;
y siéndolo no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos
continentes. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que
son de hacer bien a todos y mal a ninguno ” (II, C. XXXII).
Don Quijote es celoso observante de esas reglas, que se invisce-
ran en su conducta cotidiana; esa rigur osa observancia, mueve a
ex clamar a D iego Miranda, el Caballer o del Verde Gabán: “Si las
or denanzas y leyes de la caballería se perdiesen, se hallarían en el pecho
de vuestr a merced como en su mismo depósito y ar chivo” (II, C. XVII).
____________
(1) Don Q uijote de la M ancha, I, C. L, en Miguel de C
ERVANTESSAAVEDRA,Obras
Completas, Aguilar, Madrid, 1949, pág. 1260. E n adelante citaremos en el texto la
misma edición. (2) Citado por Ángel V
ALBUENAPRAT, en el Estudio P reliminar a las Obras
Completas, edición citada.
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Pero D on Quijote también es un loco; per o un loco muy par-
ticular , cuya mejor descripción apar ece en la obra, en boca de
Lorenz o Miranda: “E s un entrev erado loco, lleno de lúcidos inter-
valos ” (II, C. XVIII), mientras que a su padr e, el Caballero del
V erde Gabán, le par ece que “era un cuerdo loco y un loco que tira-
ba a cuerdo ” (II, C. XVII).
II. La filosofía práctica
E n el número 1 de Ethos, órgano por tantos años de este Insti-
tuto, se encuentra una presentación sin firma, pero en la cual es
fácil adv ertir el estilo de su director , el recordado fundador de la
misma y de esta Institución, el doctor Guido S oaje Ramos.
Allí encontramos una ajustada descripción del campo de esta
parte de la filosofía que se ocupa del obrar del hombre, y señala un
v acío que se pretende llenar; ella dice así: “No existe ninguna revis -
ta que bajo el rótulo de filosofía práctica, entendida en su sentido
clásico, atienda a toda gama de cuestiones que, aunque suelen ser
atribuidas a diversas disciplinas, puedan ser compr endidas por
aquélla”. “En consecuencia, en la temática de Ethosse hallarán incluidos
asuntos de Ética, F ilosofía Política, Filosofía S ocial, Filosofía J urí-
dica, Filosofía de la Economía, Filosofía de la Educación y también
F ilosofía de la H istoria”.
Los editor es “tienen muy presente que en la gloriosa etapa grie -
ga de la filosofía occidental los grandes pensadores de ese período
prestar on la debida atención a la pr axishumana en su doble dimen-
sión individual y colectiv a. El orbe práctico en sus div ersas zonas prin -
cipales fue indagado por esos griegos ilustres en r elación con los valores
que hacen la vida del hombr e digna de ser vivida, y con las nor mas que
r egulan el despliegue or denado del dinamismo humano. La filosofía,
sin renunciar a su índole y a su estilo, pretendía ofrecer a los hom-
bres una luz y una orientación, asumiendo la tar ea de conducir
mediatamente, desde su plano propio, la vida humana recta ” (3).
____________
(3) Buenos Air es, 1973, págs. 9/10.
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Transitando el camino de los maestr os griegos y de Soaje,
entendemos que debemos ampliar la temática señalada en esta
nueva etapa del Instituto, y que también la Filosofía del Arte (4) y
la F ilosofía de la M edicina (5), que se ocupan del hacer del hombr e
deben r ecibir cordial acogida entre nosotros. P orque el arte no
puede ser “ autónomo”, no puede marginarse de las normas “ que
r egulan el despliegue ordenado del dinamismo humano ”; es por eso
que, como afirma Don Q uijote, aplicándolo a la poesía: “El arte no
se av entaja a la naturaleza, sino perfecciónala; así que me zcladas la
naturaleza y el arte y el arte con la naturaleza, sacarán un perfectí-
simo poeta ”; y agrega una r eferencia moral muy importante: “Si el
poeta fuer e casto en sus costumbres, lo será también en sus versos;
la pluma es lengua del alma ” (II, C. XVI).
____________
(4) La poiesis no se encuentra marginada de las exigencias del orden de la
Cr eación. También en el campo del ar te existen normas verdaderas, basadas en las esen -
cias de las cosas; por eso, enseña A
RISTÓTELESque el arte “es cierto hábito productiv o
acompañado de razón v erdadera” (Ética Nicomaquea , L, VI, IV , Porrúa, México, 1970,
pág. 76). La realización artística tiene que pr oducirse en la línea de la naturaleza, respe-
tando la esencia de las criaturas y el or den establecido por el Creador,a la luz de la cual
podemos hablar de hombr e “verdadero ” y de arte “verdadero”. Si se elimina este punto de
r eferencia y valoración, apar ece entonces el hombre absolutamente “libr e”, autónomo,
quien, según Hans S
EDLMAYR, “únicamente existe donde él se ha cr eado, en el arte y en
la técnica un mundo que se halla totalmente bajo su poder… el arti\
sta-demiurgo, trans -
formado en absoluto, no sólo trata de imponer las r eglas de juego histórico de su época,
sino también la esencia y las normas esenciales del arte… E l arte ha pasado a ser uno
de aquellos ambientes cambiables del hombre en el cual él —cuan nuev o Narciso—
sólo tropieza consigo y con sus sueños ”(La revolución del arte moderno , Rialp, Madrid,
1957, págs. 17/18). E l absurdo de esta liber tad absoluta se percibe con claridad a tra-
vés de algunos ejemplo señalados por Antonio G
ÓMEZROBLEDO, quien, después de
destacar que “ el arte puede perfeccionar la naturaleza, no violentarla ”, nos señala que
el médico no puede impunemente aplicar cualquier terapéutica de su fantasía, ni el
arquitecto ignorar las leyes mecánicas ni la resistencia de los materiales (Ensayo sobre las
virtudes intelectuales , Fondo de Cultura Económica, México, 1957, pág. 173).
(5) Como bien señala Dietrich O
RBENDÖFER, con referencia directa a la política,
per o con inmediatas consecuencias en la medicina: “ La abstención respecto de las cues-
tiones marcadas como no científicas, a saber las que pr eguntan por la vida buena y por
el buen orden que la hace posible en la comunidad, y que están al comienzo de l\
a cien -
cia occidental, conduce inmediatamente a la perversión de la medicina de los campos
de concentración, medicina inhumana que busca el saber sólo por el saber, aun cuan-
do en esto se entregue al diablo mismo la vida en común y el ethos” (“La política como
ciencia práctica ”, Ethos, B uenos Aires, 1979, núms. 4/5, pág. 47).
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Respecto a la definición de filosofía práctica, el mismo Soaje
Ramos señala que, en sentido estricto, es “ una filosofía segunda
axio-normativa, que se ocupa, como de su objeto, de la praxis huma -
na, según los principiosde la razón práctica ” (6). Después de lo seña -
lado, podríamos agr egar a la praxis, la poiesis .
III. D on Quijote y la filosofía práctica
E n la obra encontramos todos los requisitos señalados por Soaje
Ramos para una genuina filosofía práctica: que se admita la legiti-
midad de la filosofía como saber y su distinción entr e teórica y prác-
tica; que se reconozca una teleología que incluya fines r ectos debi-
dos para el hombr e congruentes con su naturale za y una línea nor-
mativa de praxis perfectiv a; que pr esuponga una doctrina sobre la
razón práctica humana que la distinga de la voluntad y de la afecti-
vidad; la afirmación de la libertad psíquica como poder del libre
albedrío del hombre (7). Todo esto se encuentra presente, a v eces en forma explícita y
otras en forma implícita, pues el objetivo de héroe de Lepanto, fue
escribir una obra literaria y no un tratado de filosofía. Por ello, encontramos una no vela que nos ilustra acerca del
espíritu y la cultura de la época, en la cual aparecen r eferencias teo-
lógicas, filosóficas, políticas, jurídicas, económicas, educativ as, his-
tóricas, médicas, artísticas; per o no debemos pretender en ella el
rigor de un tratado teológico, filosófico, jurídico (8), ni científico .
____________
(6) “ Filosofía práctica, razón práctica y teleología”, Et h o s , Buenos Aires, 1995-1997,
nros. 23-25, pág. 245.
(7) Filosofía práctica…, cit., pág. 258.
(8) Como señala F rancisco P
UYMUÑOZ, con respecto al derecho, pero con una
afirmación válida para el r esto de los saberes, “los juristas hispanos no leemos El Quijote
para aprender ciencia jurídica propiamente dicha. P ara eso hay otras fuentes específicas.
Lo que buscamos todos es apr ender por imitación una expresión verbal genérica, a la
vez culta y artística, que nos permita luego ennoblecer nuestros propios discursos téc-
nicos. Es lógica tal pretensión. P or un lado, la lengua es el instrumento de trabajo del
jurista. Y por otro lado, una cita cer vantina siempre autoriza brillantemente cualquier
pieza oratoria ” (El derecho, la justicia y la ley en E l Quijote, inédito, puede consultarse
en el I nstituto de F ilosofía Práctica).
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Así lo advierte el mismo Cervantes en el prólogo: “Salgo ahora, con
todos mis años a cuestas, con una leyenda… pobr e de conceptos
y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones al margen y
sin anotaciones en el fin del libr o, como veo que están otros
libros… tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda
la caterva de filósofos que admiran a los leyentes y tienen a sus auto -
r es por hombres leídos, eruditos y elocuentes. ¡P ues qué, cuando
citan la D ivina Escritura! N o dirán que son unos Santos Tomases y
otr os doctores de la I glesia; de todo esto ha de car ecer mi libro”. No
busquemos pues, lo que no v amos a encontrar.
N o busquemos un tratado de filosofía escolástica, ni la presen-
tación de un sistema filosófico, ni un cuadr o ordenado de opinio-
nes; busquemos en cambio a partir de una gran obra literaria, como
señala F rancisco Elías de Tejada, la “ filosofía que se ampara en los
decir es llanos y profundos, la que el pueblo carga y el sentido
común enseña. No es la cer vantina… filosofía secamente especulativa,
sino filosofía jugosamente práctica . Porque Cer vantes... creyó que al
escribir sus div ertidas historias de amor o sus aventureras narracio-
nes animadas, aportaba algo, y aun mucho, a esa filosofía ancha y
humana, ex enta de trabas y de pies forzados, la que cabe en el libre
y sano discurso de los hombres r ectos” (9).
IV. La edad de hierro y la edad de plástico
Don Q uijote que conocía la calificación de las edades según la
noble za de los metales, se queja de la suya que no era de or o, de
plata, ni de bronce: “ Sancho amigo, has de saber que yo nací, por que-
r er del Cielo, en esta nuestra edad de hierr o, par a resucitar en ella la de
____________
(9) “Bases filosóficas del pensamiento político de Miguel de Cer vantes”, XIII Con-
gr eso luso español par a el progreso de las ciencias, Separata del Tomo VII, Lisboa, 1950,
pág. 45. R especto a la metodología del escritor señala E
LÍAS DETEJADA: “Fue la suya
risa alegr e y jovial, que censura con ironías y educa con sonoras carcajadas. Y esa cen -
sura es casi una manera, tal v ez la principal manera, de dar air e a su pensamiento filo-
sófico… es una forma de exteriorizar la filosofía prácticay real de aquel hombre de sen-
tido común, trajinante de muchos caminos y gustador de muchas posadas vitales, que
fue Miguel de Cervantes Saavedra ”(pág. 47).
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oro” (I, C. XX). Si hubiera nacido en estos tiempos con seguridad
hubiera adherido a nuestra calificación: edad de plástico, que ni
siquiera es metal, con lo cual hoy ingresar en una edad de ferrería,
sería un pr ogreso.
Y así describe su edad de hierro: “Ahora ya triunfa la pereza de la
diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la ar ro g a n c i a
de la valentía, y la teórica de la práctica de las armas, que solo vivie-
ron y r e s p l a n d e c i e r on en las edades de oro y en los caballeros andan-
tes (II, C. I). E insiste más adelante: “Triunfan ahora, por pecados de
las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el r e g a l o” (II, C. XVIII).
E n nuestr a edad de plástico, no sólo triunfan los pecados y los vicios,
sino que se exhiben con impudicia; para estos tiempos son ajustadas
las palabras de Don Q uijote: “Cuando todo corra turbio, menos
mal hace el hipócrita (10) que se finge bueno que el público peca-
dor ” (II, C. XXIV ).
La figura del hipócrita, simulador cotidiano, es r epugnante.
P ero la pública exhibición del pecado y del vicio, es peor , en espe-
cial cuando una persona debería tener un papel ejemplar en la
sociedad. Hace unos años, fueron dos senador es, quienes para pro-
bar cuál era más “ macho”, se desafiaron a un concurso público de
adulterios y fornicaciones; hoy , es una Ministra de la Cor te
S uprema, Carmen Argibay , la desaparecida-aparecida, quien para
acreditar que no es gay, ofrece una lista de sus amantes.
V. La virtud y la nobleza
En su edad de hierro, Don Quijote quiere que resuciten la dili-
gencia, el trabajo, la virtud, la fort a l eza, y por eso se esfuerza por pr o -
____________
(10) Se ha puesto en duda la sinceridad de Cervantes y de los juicios emitidos por
los personajes que inventó, pero como sostiene E
L Í A S D ETE J A D A, quienquiera que lea sin
p rejuicios tantas páginas maestras “no podrá concebir un Cervantes encogido, andando al
escondite con las admoniciones inquisitoriales; sean cuales fueren las penosas cir c u n s t a n-
cias de su vida, el humorismo sano acompaña a su pluma tiñéndola de sales…Hay que dar
de lado la interesada versión de un C
E R VA N T E Sh i p ó c r i t a . Su llano decir evoca un no menos
llano pensar. Y su risa decididora, y sus personajes variados, y sus tramas movidas, y los
hilos de la farsa universal que con tanta maestría mueve en cada caso, son expr e s i o n e s
a b i e r tas de su man era de ver la vida y las cosas ” (Ba s e s …, págs. 46/47).
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poner el paradigma del caballero andante, objetivo al alcance de
cualquiera que se lo pr oponga con perseverancia, sin impor tar su
humilde cuna y por eso afirma: “C ada uno es hijo de sus obras” (I,
C. IV); y también: “De la caballería andante se puede decir lo
mismo que del amor se dice: que todas las cosas iguala ” (I, C. XI).
P ero Don Q uijote no sólo es hijode sus obras, sino también de
sus pensamientos, y así señala: “De las cosas obscenas y torpes los
pensamientos se han de apartar , cuanto más los ojos”(II, C. LIX); y
lucha contra la tentación: “Dejadme en mi sosiego, pensamientos
mal venidos ”(II, C. LXII).
Esta doctrina común la expresa Lope de Vega, en El palacio
c o n f u s o :
“Hijos de sus obras son
los hombres más principales,
y con ser mis obras tales,
hoy no quier o ese blasón.
Hijo de mis pensamientos
soy agora y noble tanto,
que hasta los cielos levanto
máquinas sobre los vientos ”
Todo esto bien lo resume Alfonso G a rcía Valdecasas: “La nobl ez a
no consiste sino en la virtud; la ascendencia noble no arguye noble z a ,
sino obligación de ser noble, la virtud se prueba con las obras y las obra s
consisten en la acción esforzada, no en el resultado ni en el éxito ( 1 1 ) .
Don Q uijote sabe que existe un fin r ecto congruente con la
naturaleza del hombre, y una línea normativ a de praxis perfectiva;
también que existe la libertad psíquica, como poder del libre albe-
drío para elegir la vía que a ese fin nos conduce o que de él n\
os apar -
ta, como exige el maestro S oaje; por eso, compara los caminos,
muestra sus difer encias y señala sus términos tan distintos: “La
senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio ancho y espa -
cioso; sus fines y par aderos son difer entes: porque el del vicio , dilatado y
espacioso , acaba en la muerte, y el de la vir tud, angosto y trabajoso,
acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá
fin ” (II, C. VI).
____________
(11) El hidalgo y el honor, Revista de Occidente, M adrid, 1958, págs. 9/10.
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El resultado de escoger la senda estrecha, el camino esforzado,
es la hermosura del alma, “ que campea en el entendimiento, en la
honestidad y en la buena crianza ” (II, C. LVIII).
Es muy inter esante al respecto lo que afirma un argentino,
hombre de letras, estudioso del S iglo de Oro, Federico Jeanmair e,
respecto a una característica de la obra que se acentúa mucho en la
segunda par te, a la cual se refier e: es “un discurso racional…básica -
mente mor al. No por nada se apoya en las S agradas Escrituras y no
en cualquier libro de caballerías. U n discurso en el cual don Quijote
no par ece estar nada loco, sino, muy por el contrario, da a enten-
der que el mundo es el que está loco y por eso necesita imperiosamen -
te de una vuelta a la época de la caballería andante. U n retorno a
cier tos valor es éticos. Y deja bien en claro que ésta y no otra es su
locura. U na locura que, si se mira bien, no es ninguna locura y se
par ece muchísimo más a la significación moderna del adjetivo qui -
jotesco… U na locura que tampoco tiene que ver con la locura del
P rimer Quijote. Otra locura, mejor. Que encierra una fuerte censu-
ra del mundo que lo rodea, y que, al mismo tiempo, contiene un
profundo sentido humanístico ” (12).
D iscrepamos con esta afirmación tan rotunda, por que para
nosotr os no hay dos Quijotes, sino uno sólo, tal vez más loco que cuer -
do en la primer a parte y más cuer do que loco en la segunda; con una
locur a matizada con inter valos muy lúcidos en la primer a y una cor-
dur a, matizada con esporádicas apariciones de la locur a en la segun-
da (13), pues como señala Angel Valbuena P rat: “El hér oe central
se va haciendo más discreto, más cuer do, más hondamente huma-
no en su actitud ante la vida, ante el mundo exterior ” (14).
VI. La utopía
U n aspecto de la locura, son esos sueños irrealizables que se
conocen con el nombre de utopía, si se pretende tomarlos en serio,
____________
(12) Una lectur a del Quijote , Seix Barral, B uenos Aires, 2004, págs. 134/135.
(13) Así, la aventura del barco encantado (II, C. XXX).
(14) Prólogo-comentario, ed. cit., pág. 1030.
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proponerlos como programa de gobierno o confrontarlos con una
penosa realidad.
Como escribe Thomas Molnar, el utopismo, “la cr eencia de que
es posible construir una sociedad ideal… a pesar de su aparente
atractivo, es una fantasía delirante con la impr onta de una lógica
demencial”. Pero además, desde una perspectiva cristiana, los utopistas son
her ejes, “ pues tratan de r estaurar la inocencia prístina del hombre
—su conocimiento y su potencia— y , para alcanzar este objetivo,
desean anular el pecado original ” (15).
La utopía de don Quijote no se encuentra en el futuro sino en
el pasado; se parece más al Paraíso terrenal o al estado de natura-
l eza de Juan Jacobo Rousseau, que a los socialistas utópicos o a
Carlos Ma rx. Y así nos describe estos tiempos paradisíacos, a los
cuales quisiera vo l ver y los cuales aspira resucitar: “Dichosa edad
y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron el nombre
de dorados, y no porque en ellos el oro que en nuestra edad de
h i e r ro tanto se estima, se alcanzase en aquella ve n t u rosa sin fatiga
alguna (16), sino porque entonces los que en ella vivían ignora-
ban estas dos palabras de t u yo y mío. Eran en aquella santa edad
todas las cosas comunes… Todo era paz entonces, todo amistad,
todo concordia… No había fraude, el engaño ni la malicia mez-
clándose con la ve rdad y llaneza. La justicia se estaba en sus pro-
pios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y
los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persi-
guen. La ley del encaje aun no se había asentado en el entendi-
miento del juez, porque entonces no había que juzgar ni quien
fuese juzgado…” (I. C. XI).
Andando más los tiempos y c reciendo más la malicia , se insti-
tuyó la orden de los caballeros andantes, para defender las donce-
llas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y meneste ro s o s .
(I, C. XI). Todo lo último es bueno, posible, por eso poco tiene
que ver con la pretendida y utópica re s u r rección de la edad de oro,
____________
(15) El utopismo, Editorial Universitaria de B uenos Aires, 1970, págs. 7 y 28.
(16) E n esto se distingue del P araíso terrenal, donde no existían la fatiga ni la
penosidad adjuntas al trabajo .
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pues el Paraíso terrenal con el pecado de Adán y Eva, acabó para
s i e m p re (17).
VI. La ciencia de la caballería andante
La U n i versidad medioeval tenía tres Facultades may o re s :
M edicina, Teología y D erecho, que en el or den práctico se tradu-
cían en tres importantes ser vicios: servicio al cuerpo, la medicina;
ser vicio al alma, la teología; servicio a la sociedad, el derecho (18).
T odo ello, según D on Quijote, se encuentra pr esente en una pecu -
liar ciencia: la de la caballería andante, que puede enseñarse, ya que
“ nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza ” (I, C.
XVIII). El punto de partida del conocimiento es la experiencia y Don
Quijote lo afirma, con relación a los r efranes, con textos de sabor
aristotélico: “ Todos son sentencias sacadas de la misma experiencia,
madre de las ciencias todas ”, y, en otro lugar , “los refranes son sen-
tencias br eves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros
antiguos sabios ” (II, C. LXVIII).
Y así se refier e al saber de la caballería: “Es una ciencia que
encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el \
que
la profesa debe ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distribu -
tiv a y conmutativ a (19), para dar a cada uno lo que es suyo y lo que
____________
(17) Como expresa J uan D
ONOSOCORTÉS, con referencia a dos v erdades funda-
mentales, bases de la sensatez política, tantas veces hoy negadas: “Los err ores contem-
poráneos son infinitos; pero todos ellos si bien se mira, tienen su origen y v an a morir
en dos negaciones supremas: una, relativa a Dios, y otra, relativa al hombre. La socie-
dad niega de Dios que tenga el cuidado de sus criaturas, y del hombre que sea conce-
bido en pecado ” (Carta al Car denal Fornari, en Obras Completas, B.A.C., M adrid,
1946, t. II, pág. 615).
(18) Víctor G
ARCÍAHOZ,La U niversidad. Su misión. S u poder, Docencia, Buenos
Aires, 1979, pág. 11. (19) Don Quijote sabe de lo que está hablando, a pesar de lo que diga Mario
V
ARGASLLOSAen su lamentable artículo “U n liberal en el siglo de oro”, en La Nación,
Buenos Aires, 25/9/2004, quien se refiere a “lo que llama de manera ambigua la justi-
cia distributiv a, expresión en la que hay que entr ever un anhelo igualitarista que con -
trapesa por momentos su ideal liber tario”.
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le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana fe
que pr ofesa, clara y distintamente (20), adondequiera que le fuera
pedido; ha de ser médico(21), y principalmente herbolario, para
conocer en mitad de los despoblados y desiertos las hierbas que tie-
nen la virtud de sanar las heridas ”.
P e ro además también están presentes en esta ciencia tres ar t e s
liberales integrantes del q u a d r i v i u m, y por eso “ha de ser a s t r ó l o -
go (22), para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de
la noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de
saber las m a t e m á t i c a s , porque a cada paso se le ofrecerá tener nece-
sidad de ellas”(II, C. XVIII). P e ro también ha de ocuparse de la
m ú s i c a, pues como lo afirma “todos o los más caballeros andantes
de la edad pasada eran grandes t rova d o res y grandes músicos” ( I ,
C. XXIII). Luego desciende a otr os menesteres, propios de su oficio, y
dice: “ que ha de saber nadar, herrar un caballo y ader ezar la silla y
el fr eno”.
Pero volviendo a lo impor tante, a la vida moral, afirma que “ha
de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, ha de
guar dar la fe a D ios y a su dama; ha de ser casto en los pensamien -
tos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los
hechos, caritativo con los menester osos, y finalmente, mantenedor
de la v erdad, aunque le cueste la vida el defender la” (II, C. XVIII).
____________
(20) Al caballer o no le es suficiente la llamada “fe del carboner o”, a quien le basta
la respuesta de los viejos catecismos: “doctores tiene la Iglesia que sabrán r esponder”,
sino debe tener una fe ilustrada, ser capaz de “ dar razón”, él mismo. La fe es la acepta-
ción de todo lo revelado por D ios mediante nuestra inteligencia y como afirma J osé
L
ÓPEZORTIZ“ nadie puede juzgarse exento de esforzarse en penetrar en este don de
D ios, de adquirir este saber del que depende el lograr o no su destino; per o es cierta-
mente al que ha cultivado más su inteligencia, al que dispone de un instr umental más
afinado de cultura, al que más obliga ” (La responsabilidad de los universitarios , Rialp,
M adrid, 1956, pág. 46).
(21) Conforme a lo escrito por San I sidoro de Sevilla respecto a la medicina: “ es
la disciplina que or dena a proteger el cuerpo y restaurar la salud; su materia son las
enfermedades y las heridas ” (Etimologías, L. VI, I, B. A. C., Madrid, 1951, pág. 101.
(22) Astrólogo en esa época era sinónimo de astrónomo; hoy el “ astrólogo”, es un
macaneador que pr etende adivinar los futuros humanos contingentes y se apr ovecha de
sus supersticiosos clientes.
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VII. El tema de la liber tad
La libertad es ante todo libr e albedrío: “Bien sé que no hay hechi -
zos en el mundo que puedan mo ver y forzar la voluntad” (I,
CXXII). “Es libr e nuestro albedrío y no hay hierba ni encanto que
le fuer ce” (I., C.XXII). Bien sabe el Quijote que el libr e albedrío es
una de las funciones de la voluntad, que quier e, pero también, elige.
Cerv antes, sin embargo, fue acusado de determinista (23), pues
según sus críticos, cada ser estaría dotado de una naturaleza, \
que en
su sentido dinámico fatalmente se realiza, tanto en el or den físico,
biológico y moral. La acusación es falsa, pues como lo citado, lo \
r ei-
tera y amplía la hechicera Zenotia, en Los trabajos de Persiles y
S igismunda, al decir que “ en mudar las voluntades, sacarlas de su
quicio, como esto es ir contra el libre albedrío, no hay ciencia que
lo pueda ni virtud ni hierbas que lo alcancen ” (24).
Como afirma Francisco Elías de Tejada: “Ci e rtamente que
causa asombr o contemplar cómo hubo quien se atr evió a definir a
Cervantes por fatalista y negador del libr e albedrío. La más estricta
postura or todoxa, la doctrina teológica de la liber tad humana y la
de la gracia suficiente y congrua, están expuestas r epetidamente en
las obras del genial manco” (25). Asimismo, encontramos la reivindicación de la libertad externa,
de la liber tad de coacción, la única que par eciera conocer Vargas
Llosa en su penoso simplismo, y así lo proclama: “ La libertad,
Sancho, es uno de los más pr eciosos dones que a los hombres die -
ron los Cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra
la tierra y el mar encubr e; por la liber tad, así como por la honr a, se
puede y debe aventur ar la vida, y, por el contrario, el cautiv erio es el
may or mal que puede venir a los hombres ” (II, LVIII).
Esto hay que apr eciarlo en el contexto de las palabras del
Cautivo: “No hay en la Tierra, conforme mi parecer , contento que
____________
(23) Así, por Américo C
ASTRO, en su obra El pensamiento de C ervantes, Madrid,
H ernando, 1925, pág. 168; sin embargo ni los textos citados, ni sus argumentos son
convincentes. (24) II, X, en Obras…, ed. cit., pág. 1595.
(25) Bases…, pág. 57.
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se iguale a alcanzar la libertad perdida” (I, XL). Todo muy razona-
ble en boca de quien acaba de r ecuperar su libertad de locomoción
después de años de cautiverio en las manos crueles de los turcos.
Como decía el P adre Leonardo Castellani: la liber tad es el bien más
grande del hombr e; sí, del hombre pr eso.
P ero esa liber tad externa no sólo no es la más impor tante, sino
que tampoco es pura licencia. N o es la autonomía, que el hombre
r eclamó desde Adán y E va cuando pecaron por soberbia, no es
como escribe Vargas Llosa, en el ar tículo citado, “la soberanía de un
individuo para decidir su vida sin pr esiones ni condicionamientos,
en ex clusiva función de su inteligencia y de su liber tad”, sino es una
libertad r egida por la ley, como expresa Sancho, bien adoctrinado
por D on Quijote, cuando se r efiere a la defensa de su vida, la cual
incluy e su liber tad: “En lo que tocare a defender mi persona las leyes
divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien
quiera agraviarle ” (I, C.VIII).
VIII. E l caso de los galeotes
En el mismo contexto hay que interpretar las palabras del
Quijote en el caso de los galeotes, en el cual, a pesar de los recau-
dos que toma, brilla la ausencia de la cir cunspección: “Me parece
dur o hacer esclavos a los que Dios y la N aturaleza hizo libres… y
no es bien que los hombr es honrados sean verdugos de los otros
hombres ” (I, C. XXII).
Don Q uijote no escucha las adver tencias de Sancho, pues ésos
a quienes pr etende liberar , bien presos están, “ es gente que por sus
delitos va condenada a servir al r ey en las galeras, de por fuer za”, y
han sido castigados por la J usticia.
Don Quijote no se conv ence e interroga a los custodios quienes
llev an “el r egistro y la fe de las sentencias de cada uno ”, y a los ga-
leotes, para sacar una absurda conclusión, que hoy entr e nosotros,
tal v ez sentaría jurispr udencia: “Aunque os han castigado por vues-
tras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y
que v ais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y
que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo con el tormento,
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la falta de dineros de éste, el poco favor del otro y, finalmente, el
tor cido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición, y de
no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníais ”.
Con estas razones habría que v aciar las cárceles y enrejar las
casas y hasta los paseos, camino que hemos comenzado a transitar
en la Argentina. En conclusión, pide a los guardias que liberen a los condena -
dos, con la amenaza que en caso contrario, lo hará por la fuer za.
E l argumento del comisario es impecable, apela sin conocer tec -
nicismos jurídicos a lo que ho y denominamos coacción y compe-
tencia: “¡Los forzados del rey, quiere que le dejemos, como si tuvié -
ramos liber tad para soltarlos o él la tuviera para mandárnoslo!” (I,
C. XXII). Arremetió Don Quijote, liberó a los galeotes y con su ayuda,
dispersaron a los guardias. Los ingratos, cuando les ordenó que lle-
v aran las cadenas que los habían oprimido a Dulcinea, no sólo le
desobedecieron, sino que lo apedrearon, y él se vio “ tan malparado
por los mismos a quien tanto bien había hecho ”, que reconoció
de inmediato su error , como le confiesa a S ancho: “Si yo hubiera
cr eído lo que me dijiste, yo hubiera ex cusado esta pesadumbre; pero
ya está hecho, paciencia, y escarmentar para desde aquí adelante ” (I,
C. XXIII) Sin embargo, luego insiste en el error , pues, al referirse un cura
al episodio y a la inter vención de D on Quijote, con válidos argu-
mentos y magníficas analogías: “Debía estar fuera de juicio o debe
ser tan grande bellaco como ellos, o algún hombr e sin alma y sin
conciencia, pues quiso soltar al lobo entre las o vejas…quiso defrau -
dar la J usticia, ir contra el rey y señor natural, pues fue contra sus
justos mandamientos, quiso quitar a las galeras sus pies ”; en un
principio, al caballero andante “ se le mudaba el color a cada pala-
bra y no osaba decir que él había sido el libertador” (I, C. XXIX). Pero a la larga r esponde proclamando una errónea y par cial
visión de las cosas, que considera a los delincuentes sólo como
menester osos, que divorcia a la culpa y al delito de la pena, de la
sanción como castigo: “A los caballeros andantes no les toca ni
atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opr esos que encuen-
tran por los caminos van de aquella manera o están en aquella
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angustia por sus culpas o por sus gracias; sólo les toca ayudarles
como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus
bellaquerías”(I, C. XXX).
IX. La “S anta H ermandad”
P ero el tema de los galeotes, aparece por ter cera vez, cuando la
“S anta H ermandad ” trata de prender a Don Quijote, como un “ sal-
teador de caminos ”.
La “Santa H ermandad” era una figura jurídica mediev al, un
cuerpo policial constituido por cuadrillas y un cuerpo judicial for-
mado por alcaldes, que aplicaban las penas más duras a los delitos
de su competencia, destinados a poner or den en los campos y en los
caminos y castigar a los bandoler os.
A la pretensión de los cuadrilleros D on Quijote contesta incre-
pándolos: “ Venid acá gente soez y malnacida, ¿saltear de caminos
llamáis al dar libertad a los encadenados, soltar los presos, socorrer
a los miserables, alzar los caídos, r emediar a los menesterosos”…
V enid acá ladrones en cuadrilla, salteadores de caminos con licencia
de la S anta Hermandad; decidme: ¿Q uién fue el ignorante que
firmó el mandamiento de prisión contra un tal caballer o como yo
so y? ¿Quién el que ignoró que son exentos de todo judicial fuero \
los
caballeros andantes, y que su ley es su espada, sus fuer os sus bríos,
sus pragmáticas su voluntad?” (I, XL V).
V emos como insiste en proclamar una insensata y absoluta auto-
nomía en la cual se me zclan el derecho del más fuerte al mejor estilo
del sofista Calicles y el voluntarismo más absoluto ,que trae a nues-
tro r ecuerdo las palabras de O tberto, el chupamedias obispo de
M ilán, a F ederico Bararr oja: “Tua voluntas ius est ” (26).
A la larga, un cura persuade a los cuadriller os con el argumen-
to de la inimputabilidad: “ No tenían para que llevar aquel negocio
adelante, pues aunque le prendiesen y llevasen, luego le habían de
dejar por loco ” (I, C. XLVI).
____________
(26) L
LORCA-GARCÍAVILLOSLADA-MONTALBÁN,Historia de la Iglesia , B.A.C.
M adrid, t. II, pág. 529.
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X. Un mal uso de la liber tad: el pecado
P ero cuando D on Quijote recupera la sensate z, sabe que no
existe la autonomía en el or den moral y que como la libertad se
encuentra regida por la ley , el hombre puede hacer mal uso de ella
y pecar .E l sentido del pecado se encuentr a vivo en toda la obr ay cuan -
do el mismo se conser va, el hombre puede arrepentirse, para ese
hombre hay salv ación, porque Dios es infinitamente misericordio-
so, pero no fuerza a nadie. D on Quijote se declara “indigno y peca -
dor ” (I, C. XXIV).
P ero en la no vela no sólo se habla de pecados personales, sino
también de los “ pecados de la cristiandad”, y así dice el cautiv o:
“P or los pecados de la cristiandad…quiere y permite Dios que ten -
gamos siempr e verdugos que nos castiguen” (I, C.XXXIX).
Magníficos son los consejos de Don Quijote a Roque, un ladrón
muy par t i c u l a r, jefe de una banda, que se reconoce pecador, ya que
afirma que “un abismo llama a otro y un pecado a otro pecado”. El
c a b a l l e r o amonesta al bandido: “El principio de la salud está en
conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas
que el médico ordena; vuestra merced está enfermo, conoce su
dolencia, y el Cielo, o Dios, por mejor decir, que es nuestro médico,
le aplicarán medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a
poco, y no de repente y por milagro…no hay sino tener buen ánimo
y esperar mejoría de la enfermedad de su conciencia” (II, C. LX). Esta actitud hacia otro pecador contrasta con la de un eclesiás -
tico (27), que r eprende en público y en forma áspera a D on
Quijote; lo manda volver a su casa y dejar de andar vagando por el
mundo papando viento dando que reír a quienes lo conocen y no
lo conocen; a lo que el imputado contesta: “No es bien, sin tener
conocimiento del pecado que se r eprende, llamar al pecador , sin
más ni más, mentecato y tonto… ¿Por cuál de las mentecaterías que
____________
(27) En la obra se describe a este sujeto como “ un grave eclesiástico de estos que
gobiernan las casas de los príncipes…de estos que quieren que la grandeza de los gran-
des se mida con la estr echez de sus ánimos; de estos que, queriendo mostrar a los que
ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables ”(pág. 1380).
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en mí ha visto me condena y vitupera, y me manda que me vaya a
mi casa a tener cuenta en el gobierno de ella y de mi mujer y de mis
hijos, sin saber si la tengo o los tengo?” (II, C. XXXII).
XI.Contexto moral
T oda la obra que comentamos se encuentra escrita en un con-
texto moral clásico y cristiano . El hombre nace con una naturaleza,
con una esencia que lo define y limita, pero con múltiples posibili-
dades, potencias, a desarr ollar, a actualizar .
Es ver dad que el buen nacimiento se debe agradecer al Cielo,
per o no basta, porque la personalidad moral cada cual la construye
con una mar ca propia intransferible a través de sus obras: “ No es un
hombr e más que otro si no hace más que otr o(I, C.XVIII).
El r econocimiento externo de la virtud, de las buenas obras, es
la fama, el honor y eso no depende de los bienes materiales ya que
“ la honr a la puede tener el pobr e, pero no el vicioso” (II, C. I).
T odos los días el hombre es tentado, pero en la lucha es posible
que triunfe la fidelidad; sus apetitos inferior es, la llamada por San
P ablo “ley de los miembr os”, la “ley del fomes” según Santo Tomás,
nos arrastra hacia la bestialidad, per oes posible que se imponga la ley
de la r azón; todo esto lo sabe Don Quijote que declara su fidelidad
a D ulcinea, que había guar dado “menospr eciando reinas, empera-
trices y doncellas de todas calidades, teniendo a raya los ímpetus de\
los naturales mo vimientos” (II, C. III).
Después aparece un programa de vida moral sujeta a la ley divi -
na (28), que constituy e la antítesis de la autonomía propuesta por
V argas Llosa y otros macaneador es ambulantes: “Los cristianos,
católicos y andantes caballer os más habremos de atender a la gloria
de los siglos venider os, que es eterna en las regiones etéreas y celes-
____________
(28) Como afirma F rancisco P
UYMUÑOZ,en su trabajo inédito ya citado “la prin-
cipal enseñanza filosófico jurídica que contiene el Quijote a propósito de la ley se puede
condensar en la afirmación de que las leyes son plurales, pero se jerarquizan a tres niv eles,
de maner a que debemos considerar ley humana a la que está sometida a la ley natur al; ley
natur al a la que está sometida a la ley divina; y ley divina a la que no está sometida a nin -
guna otr a”.
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tes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo
se alcanza… ¡oh Sancho! Que nuestras obras no han de salir del lími-
te que nos tiene puesto la religión cristiana que profesamos. He m o s
de matar a los gigantes de la soberbia; a la envidia, en la gener o s i d a d
y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo;
a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho
velar que velamos; a la lujuria y lascivia, en la lealtad que guar d a m o s
a las que hemos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la pere-
z a … Ved aquí, S a n c h o, los medios por donde se alcanzan los extremos de
alabanzas que consigo trae la buena fama” (II, C . V I I I ) .
Vargas Llosa presenta a Don Quijote como un anárquico, enemi-
go de la autoridad. La mejor respuesta se la da el héroe mismo quien
ante el pedido de una afligida doncella que le pedía venganza “ c o n t r a
un traidor que, contra todo derecho divino y humano”, le tenía usur-
pado su reino, le dice: “Os lo otorgo y concedo como no se haya de
cumplir en daño o mengua de mi r e y, de mi patria y de aquella que de
mi corazón y libertad tiene la llave”(I, C. XXIX) El mismo espíritu lo
encontramos en Sa i n t - Ex u p é ry cuando, en sus tiempos escola re s ,
elige su divisa: “Por Dios, por el rey y por mi dama ” .
El caballero andante conoce la mezcla que casi siempre existe
en las cosas humanas, de donde surge la necesidad de la c a u t e l a,
que como parte de prudencia, nos ayudará al buen discernimien-
to; por eso afirma: “Pocas veces o, o nunca, viene el bien puro y
sencillo, sin ser acompañado de un algún mal que le turbe o
s o b resal te (I, C. XLI).
Como advierte Santo Tomás, “la pr udencia se ocupa de accio -
nes contingentes, en las cuales puede me zclarse lo verdadero con lo
falso, lo malo con lo bueno… frecuentemente el bien está impeli-
do por el mal y éste presenta apariencias de bien. En consecuencia
la prudencia necesita de la precaución o cautela para elegir los bien\
-
es y evitar los males ” (Suma Teológica, 2-2, q. 49 a. 8)
XII. La amistad
Cerv antes se sir ve de la no vela del curioso impertinente, inserta-
da en el Q uijote (I, C. XXXIII y C. XXXIV ), para reflexionar acer -
ca de la amistad.
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Se trata de dos amigos que tenían cosas comunes: eran solte-
ros, mozos de una misma edad y de unas mismas costum bre s ;
todo lo cual era una base para que con re c í p roca amistad se cor re s-
p o n d i e s e n .
Pero Cer vantes sabe que “la buena y verdadera amistad no
puede ni debe ser sospechosa en nada ”.
Es por eso, que como la amistad es virtud o acompaña a la vir -
tud, exige que los amigos “ no se habían de valer de su amistad en
cosas que fuesen contra D ios. Puesto si esto sintió un gentil de la
amistad, ¿cuánto mejor es que lo sienta el cristiano, que sabe que
por ninguna humana ha de per der la amistad divina?”.
Cerv antes conoce la doctrina clásica de la amistad, sistematiza-
da en forma magnífica por Aristóteles; per o también sabe, que el
cristianismo asumió ese legado y lo elevó al or den sobrenatural, al
señalar a la caridad como una forma de amistad; por todo esto las
exigencias son más profundas para los cristianos.
XIII. E l amor en el matrimonio y en la familia
Dentro del mismo marco, la obra platea el tema del amor en el
no viazgo, el matrimonio y la familia.
Es interesante aquí, la defensa de un personaje, Marcela, acusa-
da sin razón por la muerte del pastor Grisóstomo que se había ena-
morado de ella. Las raz ones de M arcela son v erdaderas y rigur osas: “Yo conoz-
co con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo
hermoso es amable; más no alcanz o que por razón de ser amado,
esté obligado lo que es amado por hermoso a quien le ama ”.
“El verdadero amor…ha de ser voluntario y no forzoso… La
hermosura de la mujer honesta es como el fuego apartado o como
la espada aguda; que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se
acercan. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin los cua -
les el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso ” (I,
C.XIV). Mar cela no lo quería a G risóstomo; nunca se dejó cortejar por
él, por lo tanto no es r esponsable de su desgracia.
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El matrimonio, base de la familia se debe pr eparar como si fuer a
un largo viaje pues dur a toda la vida.
Así lo enseña D on Quijote con palabras llenas de sensatez que
bueno sería meditaran quienes van a casarse: “El amor y la afición
ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger esta-
do, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menes -
ter gran tiento y el favor del Cielo para acertarle. Quiere hacer uno
un viaje largo, y si es pr udente, antes de ponerse en camino busca
alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse; pues
¿no hará lo mismo el que ha de caminar toda la vida hasta el para-
der o de la muer te, y más si la compañía le ha de acompañar en la
cama, en la mesa y en todas partes como es la de la mujer con su
marido? La de la pr opia mujer no es mercadería que una vez com-
prada se vuelv e, o se trueca o cambia; por que es accidente insepara-
ble, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez le echáis
al cuello, se vuelv e en el nudo gordiano, que si no lo cor ta la gua-
daña de la muer te, no hay desatarle ” (II, C. XIX), porque “ a los dos
que D ios junta no los podrá separar el hombre ” (II, C. XXI).
Y un personaje, Lotario, alude en forma expr esa a la elev ación
de la unión natur al al orden sobrenatur al: “E ntonces fue instituido el
divino sacramento del matrimonio, con tales lazos, que sola la
muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este milagr o-
so sacramento, que hace que dos difer entes personas sean una sola
carne (I, C. XXXIII). También encontramos un buen párrafo para el liberal Vargas
Llosa y para cier tas feministas desfachatadas: “La buena mujer no
alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo;
que mucho más dañan, a las honras de las mujer es las desenvoltu-
ras y libertades públicas que las maldades secretas ” (II, C. XXII).
Asimismo encontramos una clara puntualización de los deber es
de los padr es respecto de los hijos y de la piedad de los hijos r especto a
sus progenitor es: “Los hijos son pedazos de las entrañas de sus padres,
y así, se han de querer , buenos o malos que sean, como se quieren
las almas que nos dan vida: a los padr es toca el encaminarlos desde
pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las
buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean bácu -
lo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad” (II, C. XVI).
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XIV.La virtud, medio para el bien
P or boca de un personaje Dorotea, se insiste en la obra: “ La ver-
dader a nobleza consiste en la vir tud”(I, C. XXIV).
Este ennoblecimiento, parece incluso abarcar a las vir tudes
intelectuales: “N o penséis que yo llamo vulgo solamente a la gente
plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y
príncipe, puede y debe entrar en el número de vulgo ” (II, C. XVI).
La vir tud es un medio par a alcanzar el bien y vale más que la san -
gr e y el origen noble; por eso, le dice a S ancho en los Consejos: “Si
tomas por medio la virtud y te pr ecias de hacer hechos virtuosos, no
hay para qué tener envidia a los que padr es y abuelos tienen por
príncipes y señor es, porque la sangre se her eda y la virtud vale por
sí sola lo que la sangr e vale”.
Esta apología de la vir tud, es muy actual en estos tiempos de
decadencia, en los cuales gobierna la oclocracia, régimen que selec-
ciona a los peor es; quienes, con sus pésimos ejemplos, corrompen a
las multitudes desarraigadas en lo religioso y en lo social, transfor-
madas en conjuntos de r ebaños de esclavos, teledirigidos y conver-
tidos en robots sin vida interior, masificados e incapaces de eleccio-
nes libr es y responsables. Esclav os que se creen libres, que se com-
pran y venden en los mer cados electorales, en un mundo cada vez
más pr ostibulario, que ha extendido hasta ámbitos incr eíbles el
ámbito de lo negociable. Por eso queremos transcribir un fragmen-
to de las Letanías de N uestro Señor D on Quijote, que escribiera
R ubén Darío:
“¡R uega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe per dida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!
Ruega generoso, piadoso, orgulloso,
r uega casto, pur o, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
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pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y r uines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor ,
del puñal con gracia,
¡Líbranos, Señor!
¡Ora por nosotros, señor de los tristes
que de fuerza alientas y de sueños vistes,
coronado de áur eo yelmo de ilusión!
¡Que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre todo corazón!”
XV. La virtud de r eligión y algunos vicios opuestos
La más importante de las virtudes morales es la r e l i g i ó n, pues ord e-
na el hombre hacia Dios a través del culto debido, aunque la deuda
con el Creador no se puede saldar jamás: “Es Dios sobre todos, por-
que es dador sobre todos, y no pueden corresponder las dádivas del
h o m b r e a las de Dios por infinita distancia” (II, C. LVIII).
La virtud de religión es término medio entre dos extr emos
viciosos, por exceso y por defecto .
E n el campo de los primeros, Sancho, bien adoctrinado por
D on Quijote arr emete contra la adivinación : “Eran tontos todos
aquellos cristianos que miraban en agüeros ” (II, C. LXXIII). Tam-
bién don Quijote se despacha en contra los agüeros: “ No se fundan
en razón natural alguna… levántase uno de estos agor eros por la
mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la bienaven-
turada orden de S an Francisco, y como si hubiera encontrado con
un grifo, vuelv e las espaldas y vuélvese a su casa. Derrámase la sal
encima de la mesa y derrámasele a él la melancolía del corazón;
como si estuviera obligada la N aturaleza a dar señales de las v enide-
ras desgracias ” (II, C. LVIII).
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Aparece un buen texto, que pareciera estar dedicado al liberal
V argas Llosa, hasta con refer encia a Inquisición. Este tribunal debe -
ría estudiar el caso del dueño de un mono adivinador: “Este maese
P edro debe tener hecho pacto, tácito o expreso, con el demonio…
después que esté rico le dará su alma, que es lo que este universal
enemigo pr etende… estoy maravillado cómo no le han acusado al
S anto Oficio y examinándole y sacándole de cuajo en virtud de
quién adivina; por que cierto está que este mono no es astrólogo…”
(Estas supersticiones) echan “ a perder con sus mentiras e ignoran-
cia la ver dad maravillosa de la ciencia ” (II, C. XXVI).
En la aventura de los leones la tentación de Dios, vicio por defec -
to, apar ece en boca del leonero: era tentar a Dios prov ocar al león
para que saliera; como antes en las consideraciones de Diego de
Miranda r especto a la apertura de la jaula: era tentar a Dios acome -
ter tal disparate (II, XVII).
XVI. La virtud de la pr udencia
Don Quijote sabe que la prudencia ejerce la primacía entr e las
virtudes car dinalesy la aplica a la fortaleza: “La valentía que no se
funda sobr e la base de la prudencia se llama temeridad, y las haza-
ñas del temerario más se atribuyen a su buena for tuna que a su
ánimo ” (II, C. XVIII).
T ambién considera que corresponde a la misma virtud la teoría
del término medio, el cual supera a los extremos viciosos: “Entre los
extr emos de cobarde y de temerario está en medio la valentía ” (II,
C.IV).
Diego de Miranda sabe que las otras virtudes car dinales, fuer a de
la guía de la prudencia, dejan de ser tales , son “virtudes locas ”: “La
v alentía que se entra en jurisdicción de la temeridad más tiene de
locura que de fortale za” (II, C. XVII).
La pr udencia se distingue de la astucia por que persigue un fin recto
a tr avés de medios buenos : “Una de las par tes de la prudencia es que
lo que se puede hacer por bien no se haga por mal” (I, C. XXII). Una parte cuasi integral, del todo moral que constituye la pr u-
dencia, es la circunspección , tener en cuenta todas las cir cunstancias:
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“Será de gran pr udencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas
que ahora corr e” (I, C. LII). Es ver dad que los astros no determi -
nan nuestra voluntad, pues como señala S anto Tomás, “ no pueden
producir dir ectamente los actos del libre albedrío; per o pueden sin
embargo, inclinar dispositivamente a ello, actuando sobr e el cuerpo
y , por consiguiente, sobre las tendencias que brotan de las tenden -
cias sensitivas, que son actos de órganos corpóreos ” (Suma Teológica ,
2-2, q. 95 a. 5). Otra es la providencia, previsora del futuro, que se encuentra
presente en las palabras de S ancho: “De sabios es guardarse ho y
para mañana y no aventurarse todo en un día ” (I, C. XXIII).
E l destino de cada uno se construye con el ejercicio cotidiano de la
prudencia y así lo reconoce Don Q uijote, lamentando no haberla
practicado suficientemente: “Cada uno es artífice de su ventura. Yo
lo he sido de la mía, per o no con la prudencia necesaria ” (II, C.
LXVI).
XVII. La virtud de la justicia
E l caballero andante se encuentra al servicio divino y así lo
manifiesta: “S omos ministros de D ios en la Tierra, y brazos por
quien se ejecuta en ella su J usticia (I, C. XIII).
La justicia humana, exponente de la r elatividad, la precariedad
y los límites de las cosas terrenas, tiene un paradigma: la justicia
divina. Es muy importante lo que dice un canónigo en la obra respec -
to a la rectitud de la intención inicial, al ánimo empapado de justi-
cia: “ Al administrar justicia… entra la habilidad y buen juicio y
principalmente la buena intención de acertar; que si ésta falta en\
los
principios, siempr e irán errados los medios y los fines ” (I, C. L).
Sancho al argumentar a fav or del servicio real, utiliza una fór -
mula de justicia: “ Nos ha de remunerar a cada cual según sus méri -
tos” (I, C. XXI). Elsuum cuique aparece como uno de los fines de las letras:
“P oner en su punto la justicia distributiva, y dar a cada uno lo suy o
y hacer que las buenas leyes se guar den” (C.I. XXXVII).
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Roque Guinart, jefe de bandoleros, reparte el botín por toda su
compañía, “ con tanta legalidad y prudencia, que no pasó un punto
ni defraudó nada de la justicia distributiva… todos quedar on con-
tentos, satisfechos y pagados ”, a lo que comentó Sancho: “Según lo
que aquí he visto, es tan buena la justicia, que es necesario que se
use entre los mesmos ladrones ” (II, C. LX). Se trata de una peculiar
“justicia ”, incluso coronada por “liberalidades ” en el reparto de
cosas r obadas.
El deber de r estituciónal propietario, aparece con motivo del
hallazgo de una maleta con un pequeño montón de escudos de oro:
“ Estamos obligados a buscarlo y volvérselo; y cuando no le busque -
mos, la vehemente sospecha que tenemos de que él lo sea nos pone
ya en tanta culpa como si lo fuese” (I, C. XXIII). Tiene mucha miga la protesta jurídica del cuidador de los leones,
cuando D on Quijote lo fuerza a la apertura de las jaulas: “Séanme
testigos cuántos aquí están cómo contra mi voluntad abr o las jaulas
y suelto a los leones, y que protesto a este señor que todo el mal y
daño que estas bestias hicier en corra y vaya por su cuenta, con más
mis salarios y derechos ” (II, C. XVII).
XVIII. Las virtudes sociales
Ricote, un personaje de la obra, confía a Sancho el dolor por
haber sido castigados con la pena del destierro: “La más terrible que
se nos podía dar. Doquiera que estamos l l o ramos por E s p a ñ a; que en
fin nacimos en ella y es nuestra patria natural… No hemos conocido
el bien hasta que lo hemos perdido… ahora conozco y experimento
lo que suele decirse: que es dulce el amor de la patria ” (II, C. LIV) .
Esta magnífica manifestación de piedad patrióticaes una refuta-
ción anticipada y explícita a Vargas Llosa, según el cual, “la España
del Q uijote no tiene fronteras ”; el periodista no advier te que por un
lugar sin fronteras nadie derramaría una lágrima. También se encuentra pr esente la gratitud , integrante del gr upo
de virtudes llamadas de “honestidad”, cuyo ejer cicio es imprescin-
dible para ser una persona honesta: “D e gente bien nacida es agra-
decer los beneficios que r eciben, y uno de los pecados que más
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ofende a Dios es la ingratitud (I, C. XXII)…el hacer bien a villano\
s
es echar agua en el mar (I, C. XXIII)”. Encontramos una buena comparación entre el deber de grati -
tud a los bienhechor es particulares y el deber r eligioso hacia Dios,
causa de todos los bienes: “La ingratitud es…uno de los mayores
pecados…y la persona que es agradecida a los que bien le han
hecho, da indicio que también lo será a Dios, que tantos bienes le
hiz o y que de continuo le hace ” (Carta, II, C. LI).
E l ejercicio de la gratitud es también requisito para conser var la
pertenencia a la caballería: “B ien puede ser que un caballero sea des-
amorado; pero no puede ser , hablando en todo rigor, que sea des-
agradecido ” (XX, C. LXVII).
T ambién apar ece la fidelidad, el pacta sunt servanda, tan impor -
tante para la vida social y jurídica: “N o hay villano que guarde pala-
bra que diere (I, C. XXXII). La ira, no es ni buena ni mala en sí. Don Quijote sabe que su
bondad se encuentra en la subor dinación a la prudencia y a la jus-
ticia; por ello habla de “justa cóler a” (I, C. XXX). Por eso, enseña
Santo Tomás que la ira es una pasión del apetito irascible. La ira es
deseo de vindicta, que puede ser bueno o malo . Puede ser mala por exce -
so , air arse más de lo conveniente o por defecto, manos de lo conv enien -
te, confor me a la norma r acional. Si se busca la vindicta conforme a
la razón es virtud laudable y se llama “ira por celo ”. Pero si se trata
de castigar a quien no lo mer ece o más de lo que merece, o pervir-
tiendo el fin que es conser vación de la justicia y corrección de la
culpa es vicio (S uma Teológica, 2-2, q. 108).
Como hombr e que pone en práctica la virtud de la afabilidad,
D on Q uijote declara: “So y enemigo de todo género de adulación ”
(I, C. XXX), y sostiene que es propio “de los vasallos leales es decir
la verdad a sus señores en su ser y figura propia, sin que la adula-
ción la acreciente u otr o vano respeto la disminuya; y…si a los
oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de
la lisonja, otros siglos corr erían” (II, C. II).
U n capítulo impor tante de la moral social lo constituye es prac -
ticar la veracidad ;entr e sus enemigas se encuentr an la mentira y la
simulación . Por eso, todo hombr e debe ser coherente entre lo que
piensa y dice, y entr e lo que piensa y hace. Esta regla general ha sido
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recogida por “las órdenes de caballería, que nos mandan que no
digamos mentira alguna…y el hacer una cosa por otra lo mismo es
que mentir ” (I, C. CCV ).
La jactancia es enemiga de la veracidad y a ella se r efiere Don
Quijote: “La alabanza pr opia envilece” (I, C. XVI).
En la obra se encuentran varias refer encias a la liberalidad y a
sus vicios opuestos: la avaricia y la prodigalidad. E n su relato, cuen-
ta el cautiv o: “pasaba mi padr e los términos de la liberalidad y raya -
ba en los de ser pródigo, cosa que no le es de ningún pr ovecho al
hombr e casado y que tiene hijos que le han de suceder” (I, C.
XXXIX). Don Q uijote le da una lección a su sobrina acerca de esta
impor tante vir tud social y a sus vicios opuestos en magnífica sínte-
sis: “E l rico no liberal será un av aro mendigo, que al poseedor de las
riquezas no le hace dichoso tenerlas sino gastarlas, y no el gastarlas
como quiera, sino el saber bien gastar” (II, C. VI). Esta enseñanza
aparece en un refrán de S ancho: “Para dar y tener , seso es menester ”
(II, C. L VIII).
La liberalidad debe practicarse con bienes propios; por eso bien
aclara en la obra un escudero: “S i de aquí en adelante quisiera mos -
trarse liberal, séalo con su hacienda, no con la nuestra ” (II, C. LX).
La avaricia es un vicio peor que la prodigalidad , la cual se
encuentra en la línea de la virtud que es el dar; y por eso es más\
fácil
de corregirse. Es lo que le dice D on Quijote a Diego de Miranda:
“ así como es más fácil venir el pródigo a ser liberal que el av aro, así
es más fácil dar el temerario en ver dadero valiente que no el cobar-
de subir a la v erdadera valentía ” (II, C. XVII).
XIX. La muerte de Cer vantes
La filosofía práctica debe enseñarnos a vivir bien y a morir bi\
en.
N o en vano el maestro P latón afirma que la filosofía es una medita-
tio mortis , una meditación acerca de la muerte.
La muer te de Cer vantes es la de un cristiano cabal, para quien
no es un fin, sino un comienzo . En unos versos había pedido, como
pecador , como corder o ausente del redil, la ayuda del B uen Pastor:
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“A Ti me vuelvo, gran S eñor, que alzaste,
de las cien o vejuelas, la per dida,
y hallándola del lobo perseguida
sobr e tus hombr os santos te la echaste.
A ti me vuelv o en mi aflicción amarga,
y a ti toca, S eñor, el darme ayuda,
que soy cordero de tu aprisco ausente.
Y temo que a carrera corta o larga,
cuando a mi daño tu favor no acuda,
me ha de alcanzar esta infernal serpiente ”.
Así como Don Quijote v olvió a su aldea “ vencedor de sí
mismo ” y murió como un cristiano cabal, atento a las cosas impor -
tantes, también Cer vantes preparó su par tida. Cuando le escribe al
D uque de Lemos, para dedicarle su obra “Los tr abajos de Persiles y
Sigismunda ”, le cuenta: “Ayer me dieron la E xtremaunción; puesto
ya el pie en el estribo con las ansias de la muerte ”. El hombre de
acción, el caballero cristiano, bien preparado, se dispone a cabalgar
hacia esos campos desde donde no se vuelve. Cuatro días después entr egó su espíritu a Dios. Terciario fran -
ciscano, fue llevado por sus cofrades y enterrado en el convento de
las Trinitarias descalzas.
F rancisco de U rbina le dedicó el siguiente epitafio:
“Caminante, el per egrino
Cervantes aquí se encierra:
su cuerpo cubr e la tierra,
no su nombre que es divino .
En fin hiz o su camino:
pero su fama no es muerta,
ni sus obras, prenda cierta
de que pudo a la partida,
desde ésta a la eterna vida,
ir a cara descubierta ”.
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