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Número 445-446

Serie XLIV

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Discurso de Miguel Ayuso (La Ciudad Católica en el seno de la tradición católica)

CRÓNICAS
les, cuando describía de forma tan brillantemente nuestra esencia,
nuestra realidad como nación:
"España, evangelizadora de la mitad
del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma,
cuna de San Ignacio...
esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no
tenemos
otra". Pero también habría que rememorar aquellas proféti­
cas palabras con fas que conclula: "El día en que acabe de perderse,
España volverd
al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de
los reyes de taifas". Un visión a la que nos abocaremos si Dios, San
Fernando y nuestras oraciones ~también nuestras acciones-no lo
remedian.
DISCURSO DE MIGUEL AYUSO
(LA CIUDAD CATÓLICA EN EL SENO DE LA TRADICIÓN CATÓLICA)
Al doblar el cabo del año 2000, una revista polaca llamada
Christianitas realizó una encuesta sobre la importancia de los hechos
acaecidos en el último trecho del siglo
XX. Me permito recuperar esta
noche lo sustancial de mis respuestas de entonces no sólo porque per­
manecen inéditas, salvo para
los conocedores de la lengua polaca, sino
también porque introducen
muy bien lo que quisiera trammitir en
primer lugar, antes de ofrecer una reflexión final sobre nuestra obra
de la
Ciudad Católica.
A
mi juicio, entre todas fas numerosas y graves tramformaciones
que
se han producido en los últimos decenios y que amenazan con
influir en los sucesivos, merece destacarse la fragmentación de la tra­
dición católica, que la pone en trance de desaparición. Lo que estd
en juego
es, asi, toda una civilización, lo que hemos llamado la civi­
lización cristiana, fagocitada
por la hegemonla liberal. Vtzyamos por
partes.
En primer lugar, debe recordarse que cuando hablamos de tradi­
ción católica no estamos refiriéndonos
sólo a una tradición intelec­
tual ni siquiera a una completa visión del mundo, sino a una civili­
zación. Un distinguido historiador, Salvador Minguijón, escribió
estas lineas luminosas a propósito de la esencia doctrinal del tradicio-
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CRÓNICAS
nalismo: "La estabilidad de las existencias crea el arraigo, que engen­
dra dulces sentimientos y sanas costumbres. Estas
cristaliutn en salu­
dables instituciones, las cuales, a su vez, conservan y afianza.n las
buenas costumbres". En mi libro Koin6s, dedicado al pensamiento de
Rafael Gambra, que
las citaba con frecuencia, puede encontrarse
alguna ampliación
al respecto, encuentro que significativa, toda vez
que la caracterlstica diferencial del tradicionalismo
espafiol respecto
de otros ha sido su pureza doctrinal (ya que la tradición filosófica
tomista nunca
se perdió en la penlnsula ibérica) y su encarnación
existencial (en buena medida a causa del
empefio aglutinado por una
dinastla a través del llamado "carlismo"). Piénsese, por contraste,
principalmente en el francés
-por no salir del dmbito latino-que
vino tarado
por el absolutismo; pero en otro orden la comparación
vale también para el
inglés, donde queda reducido a conservatismo,
de resultas de que la revolución suavemente
se hizo orgdnica, o el ale­
mdn, tan vinculado
al romanticismo, y aun el polaco, inescindible
del nacionalismo.
Esto
es, la tradición católica implicaba costumbres, instituciones
e ideas. Igualmente,
las transformaciones ideológicas revolucionarias
condujeron primero a la fractura de las instituciones, que a su vez
arrastró generalizadamente la de las costumbres. Y la resistencia a la
revolución progresivamente
fue quedando en el dmbito de las costum­
bres, que, al no contar con el sostén institucional, fueron también
quebrdndose, resistiendo
sólo el reducto de las ideas. Unas ideas, pro­
gresivamente
mds depuradas cuanto mds se aislaban en el cendculo de
los ''militantes" o de los "tradicionalistas conscientes". Este es el proce­
so de conversión (desnaturalización) de un tradicionalismo cabal en
una
société de pensée o, en el mejor de los casos, en un ghetto de
familias en medio de las ruinas.
Pero es claro que una tal situación viene marcada por el equili­
brio inestable. Pues el
resto de familias con dificultad va resistiendo
la presión exterior,
al tiempo que el agregado ideológico, aislado, tien­
de a fragmentarse, perdiendo el signo de
unidad de toda tradición, de
toda civilización.
Hoy es muy frecuente encontrar defensas de la
moral sexual y
familiar mds tradicional por los mismos grupos que
contribuyen a sostener una polltica que progresivamente hace imposi­
ble el mantenimiento de
esa moral Otros defienden la tradición
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CRÓNICAS
litúrgica despreocupados de la tradición política. Algunos por fin rei­
vindican pedazos de la cosmovisión tradicional de modo "ideológico~
a veces ''conservador", otras "revolucionario". La consecuencia es deso­
ladora para quienes quieren seguir recibiendo "la buena noticia" en
el seno de la civilización que ésta engendró entre nosotros. Porque es
imposible inculturar el cristianismo en la civilización moderna y
sus versiones actuales,
sea la "fuerte" tecnocrdtica y prometeica (que
cabria llamar hipermoderna), como la
"débil" deconstructiva y nihi­
lista (que podemos llamar propiamente postmoderna). También aquí
puedo remitir a los desarrollos que he dejado, sobre todo en clave polí­
tica, en mi libro ¡Después del Leviathan? Sobre el Estado y su
signo,
editado por Speiro en 1996.
En esta situación, la coyuntura empuja a muchos a salvar lo que
se puede de un viejo navío naufragado. Mientras otros se esfuerzan
por recordar que los despojos que van a la deriva pertenecieron a un
buque cuyas dimensiones, características, etc., e, dable conocer. Y todo
debe hacerse.
Pero lo que no puede olvidarse es que sin el acogimien­
to de una civilización coherente todos los restos que se salvan, de un
lado, estdn mutilados, desnaturalizados, y -de otro-diftcilmente
pueden subsistir mucho tiempo en su separación. Así la clave no puede
hallarse sino en la incesante restauración-instauración (¿cómo no
recordar el memorable texto de San Pío X?) de la civilización cristia­
na, que ademds no podrd ser ajena -exigencias de la pietas-de la
Cristiandad.
Ahí enlazamos precisamente con la obra de la Ciudad Católica.
Que nació para la defensa,
no sólo teórica, sino también prdctica, del
derecho natural y cristiano, en el seno de la civilizn.ción cristiana. Los
principales influjos doctrinales
que convergieron en su fundación se
encuadraban, pues, en lo que podríamos llamar la contrarrevolución
(siempre que pongamos cuidado
en no dar prioridad esencial al ele­
mento negativo o reactivo respecto del afirmativo del orden) o la tra­
dición. Eugenio Vegas, Francisco Canals y la revista barcelonesa
Cristiandad o los intelectuales carlistas como Rafael Gambra o Ellas
de Tejada coincidieron siempre no
sólo en la defensa de la unidad
católica de España sino también en el rechazo de la postura liberal­
católica y demócrata-cristiana, ejemplificada
en su día en la figura de
Ángel Herrera y su asociación de propagandistas, pero andando el
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tiempo no menos en los movimientos que han vivido su momento de
éxito tras la fragmentación de las estructuras eclesidsticas de resultas
del JI Concilio ¼ticano. El correr del tiempo ha agravado, es cierto,
la situación de lo que queda de la civilización cristiana, de modo que
muchos amigos pueden verse por lo mismo tentados de acudir a tapo•
nar las brechas que parecieran mds urgentes en compañías que se dirlan
mds aptas para la misión. Sin reparar que esas brechas se han produ­
cido precisamente en buena medida por no haber atajado, antes al
contrario, por haber secundado, las doctrinas y las pollticas contra las
que nació la Ciudad Católica. No albergo por ello la menor duda
sobre la necesidad de conservar y hacer fructificar nuestro carisma
fundacional. No serd para todos, pero no deja de ser necesario. Por
ello me he visto obligado a recordarlo esta noche, entre amigos muy
queridos que lo saben tanto o mejor que yo, a los que querla convo•
car a este esfaerzo de reflexión conjunto.
Muchas gracias.
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