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Número 479-480

Serie XLVII

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La Hispanidad, hoy: de la historia a la prospectiva

LA HISPANIDAD, HOY :
DE LA HISTORIA A LA PROSPECTIV A
POR
MIGUELAYUSO(*)
SUMARIO: 1.- Incipit. 2.- Retrospectiva: la H ispanidad en la historia:a) un cor-
pus mysticum: la unidad católica; b) un corpus politicum: el fuero3.-
P erspectiva: la H ispanidad como ethos:a) la ruptura del cuerpo místico y
político; b) la permanencia del ethos.4. Prospectiva: la Hispanidad como
contraglobalización: a) las ventajas de la no-estatalidad y los grandes espacios;
b) las dificultades que cr ea la globalización.
1. Incipit.
En lo que sigue pretendemos presentar una visión general de
lo que ha supuesto, supone y podría suponer la Hispanidad en el
m u n d o . Por eso el texto se ha construido a partir de una re t ro s-
p e c t i va in icial, una perspectiva presente y una p ro s p e c t i va hacia el
f u t u ro. La primera muestra la Hispanidad en la historia, de la que
Verbo, núm. 479-480 (2009), 773-784. 773
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(*) Entre los días 22 y 24 de abril pasados tuvo lugar en Guadalajara (Méjico) un
i m p o r tante congre so internacional organizado conjuntamente por la Hi s p a n i c
Association of Universities and Colleges (HACU), Consortium for N orth American Higher
Educacion Collabor ation(CONAHEC) y la Organisation Universitaire I nteraméricaine
(OHI), bajo el lema “La colaboración universitaria interamericana. Construy endo jun-
tos el futur o de nuestras comunidades ”. Una de las sesiones estuv o dedicada a “Los valo-
r es de la H ispanidad en el contexto continental”. P ublicamos a continuación dos de las
ponencias desarrolladas en la misma, de que son autores los pr ofesores Miguel Ayuso,
de la U niversidad de Comillas, y J uan Fernando S egovia, de la U niversidad de M endoza
(N. de la R.).
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i n t e resa re t e n e r , sobre todo, dos dimensiones, una esencialmente
religiosa y otra preponderantemente política, aunque ambas apa-
rezcan entrelazadas en lo que supuso la civilización cristiana. En
efecto, la Hispanidad exhibe la tensión, insuperable y magnífica al
tiempo, entre un corpu s mysticumy un corpus politicum , en el que
éste se subordina admirablemente, pese a los defectos inher e n t e s
a la existencia humana, a aquél. De un lado, así, aparece la uni-
dad católica como eje de la vida de los pueblos hispánicos, ar t i c u-
lados a partir de un principio de libertad civil que en la tradición
jurídica y política se denominó el fuero.
La segunda obliga a enfocar la ruptura de ese cuerpo místico
y político y, al mismo tiempo, la permanencia de su e t h o s. Por ello,
la implosión producida ahora hace dos siglos en las independen-
cias, que algunos llaman “ e m a n c i p a c i ó n” y podrían denominarse
también “ s e c e s i ó n”, y los mil conflictos externos e internos que las
s i g u i e r on, no han alcanzado a desvirtuar su e t h o s, que permanece
incluso en medio de la epocal crisis religiosa, moral y cultural pre-
sente como signo de esperanza. La tercera, finalmente, nos hace alzar la vista tratando de avi-
zorar el por ve n i r, escrutando los signos de los tiempos desde el
rescate de una tradición valiosa. Así, la ausencia de “ e s t a t a l i d a d” ,
que nunca fue connatural a nuestros pueblos, razón por la que
aquí el Estado no ha terminado de cuajar, no sólo debe ve r s e
–según lo ha sido habitualmente– como defecto, sino en términos
de ventaja en el tiempo de la crisis del Estado. Si e m p re, claro está,
que se logre e xo rcizar los demonios de la globalización en marc h a ,
puramente nihilista. La Hispanidad, así, guarda en su seno las
semillas de un nuevo o rdo orbis, pero para conseguirlo debe re a t a r
el hilo de su tradición católica y foral.
2. Re t ro s p e c t i v a: la Hispanidad como christianitas minor.
No hay una acabada teología de la Cristiandad (1). P e ro
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(1) Lo dice expresamente Etienne Gilson en Les métamorphoses de la cité de Dieu,
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podría definirse, interpretando conceptos de san Be r n a rdo de
C l a r a v al, en realidad de toda una época, como conjunto de
pueblos orgánicam ente entramados en la subordinación al sol
del Papado y la luna del Imperio (2). Esto es, una época histó-
rica en la que la filosofía del Evan gelio gobernaba los reinos (3).
O , m á s un iver sal me nt e, sin t an ta c ons tric c ión co nt extu a l ,
como la armadura intelectual y la encarnación social del Ev a n -
gelio (4). La Cristiandad en tierras de Occidente, entre 1517 y 1648, se
ha explicado, sufre cinco fracturas sucesivas, la religiosa del lute-
ranismo, la ética del maquiavelismo, la política del bodinismo, la
jurídica del hobbesianismo y la histórica que supuso la Paz de
Westfalia. En t re esas fechas, mientras declina la Cristiandad, nace
y crece E u ropa, sustituto secularizado y mecánico de aquélla. El
sentido histórico de la Hispanidad no fue otro que el de oponer-
se profunda y también realmente al giro trascendental que estaba
o c u r r i e n d o. Si la Cristiandad herida comenzaba a agonizar, a pro-
longar su ejecutoria y sustituir su protagonismo nacían las
Españas, con ve rtidas en suerte de Cristiandad menor y de r e s e rva .
La paz de Westfalia vendrá a consagrar de iure el fracaso del empe-
ño español en oponerse a las hondas mutaciones ideológicas sufri-
das en el seno de la Cristiandad y la necesidad de resignarse a su
c o n s e r vación en el interior de su (todavía vastísimo) universo (5).
La herejía religiosa, en primer lugar, fue combatida no sólo
doctrinalmente por los grandes teólogos de nuestros siglos áu re o s
–las aulas tridentitas se llenaron de voces españolas–, sino antes
militarmente por los T e rcios de Fl a n d e s .
Igualmente, la escisión maquiavélica de ética y política encon-
tró una legión de impugnadores entre las gentes hispanas, hasta el
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Lovaina, 1952, prefacio: “Nous ne connaissons aucun traitement théologique explicite
de la notion de Chrétienté”. (2) Véase, por ejemplo, la explicación de Francisco Elías de Tejada, “La C r i s t i a n d a d
m e d i e val y la crisis de sus instituciones”, Ve r b o ( Madrid) n.º 103 (1972), págs. 243 y sigs.
(3) León XIII, Inmortale Dei(1885), n.º 9.
(4) Gustav eThibon, “P ortrait” a Henri Massis, De l´homme à Dieu, P arís, 1959,
pág. 7. (5) Siguiendo, sobr e todo, al citado Elías de Tejada, he expuesto el pr oceso en mi
¿Después del Leviathan? , Madrid, 1996, págs. 27-45.
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punto de que bien puede considerarse sin exageración como uno
de los rasgos más característicos de nuestros autores: el padre
R i vadeneyra apostrofaba a los “ p o l í t i c o s” que llenan Francia e
Inglaterra, y que “ q u i e ren que el fin principal del gobierno políti-
co sea la conservación del Estado y la quietud civil de los ciuda-
danos entre sí, y que se tome por medio para esta conservación y
quietud tanto de la religión como fuera menester y no más”. Y el
también jesuita, franco-comtés del período hispánico, Claudio
Clemente, acierta a llevar al título de su obra más celebrada toda
la agresividad común a teólogos y juristas de las Españas todas, y
El maquiavelismo degollado por la cristiana sabiduría de España y
Au s t r i a se convierte en un formidable alegato contra los “ p o l í t i-
c o s ” y “ e s t a d i s t a s ” cuya cifra consistía en que “válense de la
Religión, como mejor les viene a sus intentos ” .
La construcción bodiniana de la s o u ve ra i n e t é, a continuación,
es rechazada terminantemente por el jurista aragonés Gaspar de
A ñ a s t r o Isunza al ve rter en castellano Las Repúblicas “c a t h o l i c a-
mente enmendadas” . En t re las correcciones que pone figura la de
que los españoles no pueden aceptar la noción de soberanía,
debiendo sustituirla por la de s u p rema auctoritas : dado que la
soberanía es poder ilimitado por encima de los cuerpos sociales
–une puissance absolue et perpetuelle–, mientras que la autoridad
s u p rem a implica que cada cuerpo político, incluidas las potesta-
des del monarca, está encerrado dentro de unos límites. Así, la
idea de la ilimitación del poder soberano, esencialmente anticris-
tiana además, en cuanto transfiere a la encarnación de la comuni-
dad política la exclusividad del poder divino, se constituye en eje
de la teoría del Estado.
El hobbesianismo, finalmente, en cuanto paradigma de con-
tractualismo social, supone necesariamente la sustitución de la
comunidad política como corpus mysthicumpor un puro mecani-
c i s m o . La concepción meramente voluntaria y juridizada de la
c o n v i vencia social, así, convierte al Estado en un simple c o r p u s
m e c h a n i c u m , mientras que nuestros may o res siguen re p i t i e n d o
con sus voces ecos del tomismo que funda el lazo social en la natu-
r a l eza humana. La tradición custodiada esforzadamente en esa Cr i s t i a n d a d
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menor se distingue por un doble rasgo: en su fundamento por el
establecimiento de las leyes de Cristo como leyes para el vivir
social y en su institucionalización por la unidad en la variedad (6).
Son, re s p e c t i v amente, la unidad católica y el fuero. Y frente a
ambos se alza el Estado. Pues, la primera supone una comunidad
de base religiosa, que el Estado moderno asentado en Eu ro p a
t rocó en coexistencia de credos. Y el segundo implica el conjunto
de normas peculiares de cada pueblo constitutivas de un sistema
de libertades políticas concretas, que el Estado moderno asentado
en E u ropa eliminó para sustituirlo por la legislación uniformiza-
d o r a .
3. P e r s p e c t i va: la Hispanidad como e t h o s.
No hace al caso, a los efectos de este papel, abordar en detalle
la historia de cómo esa cristiandad menor se descompuso p ro d u c-
to de los acosos externos y el desmoronamiento interno. La re vo-
lución liberal, finalmente, produjo la voladura del mundo
hispánico (7). Y arrastró la unidad religiosa, que se h abía re l a j a d o.
Y las libertades forales, que estaban anquilosadas. Aunque, en
r i g o r , ni una ni otras hubieran (ni hayan) dejado de estar pre s e n-
tes en la vida de los pueblos hispánicos. Por lo menos en la forma
de un e t h o s, todo lo difuso que se quiera, pero siempre operante,
en diversos grados y en formas distintas. Et h o s cristiano y popular, ajeno al Estado. Así como el
Gobierno es la forma institucional de lo político que podría cali-
ficarse de intemporal o eterna, el Estado es solamente una de sus
posibles formas históricas, característica de la modernidad. El
Gobierno es una institución que surge del pueblo, como entrama-
do de familias, mientras que el Estado es una construcción que se
contrapone a un pueblo reducido a sociedad (o conjunto de indi-
viduos iguales). En algunos países como Inglaterra o España, r e s-
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(6) Francisco E lías de Tejada, La monar quía tradicional , Madrid, 1954, pág. 123.
(7) Miguel Ayuso, “El bicentenario, el ‘ otro’ bicentenario y los ‘ otros’ bicentena -
rios ”, Verbo (Madrid), n.º 465-466 (2008), págs. 363 y sigs.
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p e c t i vamente, o no se dio el salto del Gobierno al Estado o la esta-
talidad precoz terminó disolviéndose en el Imperio (8). En efecto, si –según un lugar común de la historiografía
patria (9)– el reinado de los R e yes Católicos conoció la afirma-
ción de una estatalidad que precedió incluso a Francia, no ter-
minó sin embargo de fraguar –lo que ya no es tan claramente
p e rcibido– en un Estado, que había de quedar pronto tr u n c a d o
por la matriz imperial de la monarquía hispánica, forma políti-
ca típica de un Ba r roco en lo esencial prolongación, pero origi-
nal, de los siglos medios (10), caracterizada por la pluralidad
típicamente aragonesa y la pr e valencia de la “razón de la
Cr i s t i a n d a d ” sobre la denostada “razón de Estado ” .
Después del cambio de dinastía, al doblar el 1700, tras la des-
embocadura de la guerra de Sucesión, ni siquiera la mentalidad
afrancesada (más que “ c a s t e l l a n i z a d o r a”) de los nuevos r e ye s
Borbones concluiría por levantar un Estado, quizá por la per v i-
vencia del Imperio, quizá por la del ideal de Cristiandad (aunque
f u e re, como decíamos antes, la Cristiandad menor de las Es-
pañas), o quizá por ambas al tiempo. Habrá que esperar al albo-
rear del régimen liberal, ya en el ochocientos, para que se
sucedan intentos a la postre frustrados por el signo r e vo l u c i o n a-
rio del período, que entre convulsiones no acierta a consolidar el
a r t e f a c t o . En pa r tic u la r se rá n l o s p er íod os “ c o n s e rva d o r e s ”
( “ m o d e r a d o s ” en el lenguaje político de mediados del siglo), de
N a r v á ez a Canovas del Castillo, los que sienten sus bases.
Realidad reafirmada todavía en el siglo XX con la experiencia del
régimen del General Franco, ve rd a d e ro modernizador del “Esta-
do español” (11).
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(8) Dalmacio N egro, Sobr e el E stado en España, Madrid, 2007.
(9) Luis S u á rez, Los R e yes Católicos. Los fundamentos de la monar q u í a, Madrid, 1989.
(10) Luis Díe z del Corral, La monarquía hispánica en el pensamiento político eur o -
peo . De Maquiavelo a H umboldt, Madrid, 1976, es el autor más citado al r especto. A mi
juicio, sin embargo, la pr esentación más coherente del genio de la monarquía hispáni -
ca se encuentra del lado del pensamiento tradicional, de F rancisco Elías de Tejada a
Álv aro d´Ors.
(11) La crítica inteligente endere zada al franquismo por Rafael Gambra, sin ocu-
parse expr esamente de lo que decimos, en cambio lo supone. Cfr .Tr adición o mimetis -
mo, Madrid, 1976.
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Por eso, en la Edad contemporánea se va a evidenciar que es
el Estado el que ha “hecho” a la nación, siempre que entendamos
ésta en su acepción (ideológica) re volucionaria. En las constitu-
ciones liberales era un Estado incipiente el que buscaba asentar-
se sobre una “ n a c i ó n” en formación sobre las ruinas de las
“ n a c i o n e s ” cristianas. Por eso, cuando en la “ c o n s t r u c c i ó n” euro-
pea se descubre la sombra del laicismo, vuelve a repetirse, exas-
perada, una experiencia que se remonta a la “ c o n s t i t u c i ó n” del
Estado español (con matices no despreciables se podría alargar el
radio de la afirmación) a comienzos del siglo XIX. Lo que pasa es
que las viejas naciones habían “ n a c i d o” cristianas, de modo que
la r e volución hubo de aplicarse a cancelar su filiación, dejándo-
las huérfanas, mientras que la nueva E u ropa nace ya, en cambio,
e x p ó s i t a . Esto es aún más palmario en el mundo hispanoamericano,
respecto del que se ha escrito “que en el Nu e vo mundo, a dife-
rencia de lo que ocurre en el Viejo, es el Estado el que forja la
N a c i ó n ” (12). Afirmación que se ha referido, en primer térmi-
no, a la fase fundacional de llamadas “ p rovincias de U l t r a m a r” ,
más propiamente “reinos de I n d i a s”, que no fueron nunca “ c o l o-
n i a s ” (13). Aunque quizá fuera más propio decir –a la vista de las
consideraciones que acabamos de hace sobre la falta de estatalidad
o, por lo menos, la estatización limitada, de la monarquía hispá-
nica– que fue la monarquía la que forjó en esas tierras la nación,
nación plural por tratarse de una monarquía múltiple aplicada
además sobre vastísimos territorios. Es cierto, como quiera que
sea, que la dimensión fundacional de la organización (que otr o s
llaman estatalización) en la América hispana es singular y difícil-
mente parangonable con los antecedentes del M e d i e vo o con los
u l t e r i o r es procesos, estos sí, colonizadores de la Edad moderna y
contemporánea europea. Pues es cierto que aquélla no contó ori-
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(12) B ernardino Bravo Lira, “El Estado en E uropa e Iber oamérica durante la Edad
moderna. La estatalización y sus etapas: de los oficios del P ríncipe a las oficinas del
Estado ”, Revista Chilena de Historia del Derecho (Santiago de Chile) n.º 18 (1999-
2000), págs. 411 sigs., 419, donde atribuy e la frase a Germán Arciniegas.
(13) Cfr . José María Ots Capdequí, El Estado español en las Indias, Méjico, 1941;
Ricardo Lev ene, Las Indias no er an colonias , Buenos Aires, 1951.
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ginariamente con un núcleo humano ya constituido sobre el que
a s e n t a r s e .Ahora bien, donde la frase que estamos glosando alcanza su
significación más neta es en la fase del nacimiento de los Estados,
ahora también, independientes. Ya que, de un lado, la nación
común (entre sí y con la península) se fragmentó a partir de las
unidades de la vieja monarquía fundadora, mientras que de otro
los Estados (nacidos en la edad de l as re voluciones) necesariamen-
te –pese a las tesis “intrinsecistas” que ven en el proceso de inde-
pendencia una continuidad con las bases del pensamiento
escolástico español (14)– habían de forjar naciones “ re vo l u c i o n a-
r i a s ”, fundadas sobre la negación de la “ m a d re” y sobre el hostiga-
miento de las “hermanas”, como prueba la dificultad de aunar el
“ n a c i o n a l i s m o ” con el “t r a d i c i o n a l i s m o . No puede negarse que,
cualquiera que fuera la intención, algunos jirones de la constitu-
ción histórica pasaron en el camino a los nuevos Estados, para
p ro g re s i v amente ir perdiendo su sentido. Pese a todo el intento de
sustituirla por el postizo constitucionalismo racional nunca triun-
fó. Ya había profetizado M e n é n d ez y Pe l a yo que, en sede hispáni-
ca, y pese a los siglos de sistemática acción, l a re volución no podía
ser orgánica (15).
3. P ro s p e c t i v a: la Hispanidad como contraglobalización.
Los hombres necesitan de su agregación y de sentirse per t e n e-
cientes a un gr u p o. Pe ro, al mismo tiempo, necesitan marcar su
independencia. Explica Aristóteles que para que estemos en una
ve r dadera ciudad se precisa la existencia de algún lazo de amistad
e n t r e los hombres que viven en ella, sin el cual no hay ciudad.
P e ro a condición de que no sean totalmente amigos, porque en ese
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(14) O. Carlos Stoetzer ,Las bases escolásticas de la emancipación de la A mérica espa-
ñola , Madrid, 1982.
(15) Marcelino M enéndez Pelayo, Historia de los heterodo xos españoles, Madrid,
1880-1882, epílogo .
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caso desparece también la ciudad (16). Vivir en sociedad se hace,
por tanto, de una dialéctica entre autonomía y unidad. Ha c e n
falta vínculos de integración y hacen también falta vínculos de
instituciones que potencien la va r i e d a d .
Es cierto que hoy se habla de la crisis de los Estados moder-
nos, lo que ab re una gran oportunidad para quienes, como los
pueblos hispánicos, el Estado no forma parte de su constitución
histórica. En otro lugar lo he llamado las (posib les) “ventajas de
la no-estatalidad” (1 7). Pues el Estado suplan tó al gobierno,
p ropio del régimen. Hoy, y esta es la gran pena, el r e s q u e b r a j a-
miento de los Estados no apunta hacia la recuperación del
gobierno, sino más bien hacia la llamada “ g o b e r n a n z a”, esto es
la administración de las cosas, frente al gobierno de las perso-
nas (1 8). P e ro esa es otra cuestión. La coexistencia resulta siem-
p re insuficiente para instaurar un orden y es necesaria la
comunidad. Y, sin embargo, no parece que las cosas se encami-
nen por esa senda, sino más bien por la del apuramiento del
liberalismo disolvente. En todo caso, lo que se evidencia es
cómo las exigencias contenidas en el e t h o shispano son de más
actualidad que nunca e incluso suponen respuesta para los pro-
blemas pr e s e n t e s .
Veamos, pues. En la era de los Estados, lo no-Estados, los
Estados truncados no podían sino hallarse en una situación de
inferioridad. P e ro en la coyuntura presente, la que se ha bautiza-
do como de crisis del Estado, ¿acaso no podríamos encontrarnos
en otra de privilegio? Para empe z a r, podemos repasar el aspecto
h a l a g ü e ñ o . En cuanto la crisis ataña al Estado como artefacto, el
n u e v o orden podría abrirse a lo que se han llamado “grandes espa-
c i o s ” (g ro s s r a u m e) (19). Y, qué duda cabe, el mundo hispánico
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(16) Aristóteles, Ética a Nicómaco, libros VIII y IX.
(17) Puede v erse mi librito Carlismo par a hispanoamericanos. F undamentos de la
unidad política de los pueblos hispánicos, Buenos Aires, 2007.
(18) E n mi “Las metamor fosis de la política contemporánea: ¿disolución o r econs-
titución ”, Verbo (Madrid) n.º 465-466 (2008), págs. 513 y sigs., que cierra las actas de
la XL V Reunión de amigos de la Ciudad Católica, se examinan varias cues\
tiones y , entre
ellas, la de la “ gobernanza”. En el mismo número, se ocupa monográficamente de ella
el profesor Dalmacio N egro a las págs. 421 y sigs.
(19) Ve Carl Schmitt en el futur o, La unidad del mundo, M adrid, 1951, pág. 24,
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c o n s t i t u ye un gran espacio, un gran espacio, además, no sólo en
un sentido geográfico, sino también en un sentido pr o f u n d a m e n-
te humano, cultural y espiritual. Y con una historia a sus espaldas.
En esa senda, explotando las vetas que ese pensamiento ofre-
ce para una r e c o n s t rucción realista de la política que permita re a-
tar el hilo de la tradición, se ha hablado también de “r e g i o n a l i s m o
f u n c i o n a l ” superador de los Estados decadentes (20). Es cier t o
que tal expresión contiene ambigüedades no pequeñas. Hay quien
ha visto en ella una i n t e n t i ou n i versalista y tecnocrática que se
situaría en los antípodas de la tradición católica (21). Y quien ha
o b s e r vado la contradicción que supone p ro p o n e r, de un lado, la
sustitución del Estado por regiones territoriales, para a re n g l ó n
seguido sostener que el centro del sistema no es el territorio sino
la función, que está a cargo de organismos técnicos. Pues así acaba
con el mismo regionalismo que necesariamente tiene que ap oy a r-
se en una geografía (22). No les falta razón. A mi juicio, sin
embargo, el planteamiento criticado debe ser tomado como un
intento (sugestivo) de superar la cerrazón de los Estados-naciones
modernos, que permitiría recuperar la comunidad política natu-
ral y que tendría por columna ve rtebral el principio de subsidia-
riedad, que en el mundo hispánico –en precoz prematuración– se
habría concretado en el fuero. Sé que tampoco lo que acabo de decir está exento de algún
punto débil. Pues el principio de subsidiariedad no es una re g l a
técnica sino un principio regulador de las relaciones entre los
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“un equilibrio de varios grandes espacios que creen entre sí un nuevo \
der echo de gentes
en un nuevo nivel y con dimensiones nuevas, pero, a la v ez, dotado de ciertas analogías
con el der echo de gentes europeo de los siglos dieciocho y diecinueve, que también se
basaba en un equilibrio de potencias, gracias al cual se conser vaba su estructura”. Álvaro
d´O rs, en La posesión del espacio, Madrid, 1988, se inspira en los leit-motivende Carl
Schmitt, que se consideraba a sí mismo el último cultor del ius publicum europaeum,
esto es, el último estatista. No es, pues, en modo alguno, un tradicionalista. P ero su
influjo sobr e un tradicionalista sui iuris como Álvaro d´Ors muestra las potencialidades
sin cuento de toda obra genuina. (20) Álvaro d´O rs, Papeles del oficio universitario, M adrid, 1961, págs. 310 y sigs.
(21) Félix A. Lamas, Los principios internacionales , Buenos Aires, 1989, pág. 58.
(22) B ernardino M ontejano, Curso de der echo natural, 8.ª ed., Buenos Aires, 2005,
págs. 255 y sigs.
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cuerpos sociales (23). Y pues el fuero está ligado al derecho histó-
rico (24). Nada más alejado del reduccionismo “f u n c i o n a l” que el
planteamiento referido permitiría dejar ent re ve r. P e ro que, me
p a rec e, se halla contrapesado al rechazar el one worl d m u n d i a l i s t a
y al postular grandes espacios éticos, de ve rdadera comunidad, en
los que necesariamente el factor religioso tendría un papel impor-
tante (25). Por todo ello, creo que podría concluirse que la
Hispanidad puede constituir un modelo de superación de los
Estados actuales, a través de la articulación de un gran espacio,
con base histórica, y unidad moral, con el principio de subsidia-
riedad y el particularismo foral como ejes.
En contra juega el contexto disolutorio de la crisis pre s e n t e .
Que hace temer que con el Estado caiga algo de más permanen-
te y noble: la propia comunidad política o lo que de ésta ha deja-
do aquél a lo largo de un proceso por lo menos cuatro v e c e s
s e c u l a r . Lo que no es de excluir en las condiciones presentes con
un nihilismo rampante. Por eso, entre los signos contradictorios
que signan siempre toda crisis, hemos de contemplar con caute-
la muchos fenómenos de la experiencia hodierna. Un autor al
que acabamos de citar escribía a propósito: “La crisis del ‘Estado
n a c i o n a l’, en todo el mundo, permite conjeturar (…) una supe-
ración de la actual estructura estatal: ad extra, por organismos
supranacionales, y a la vez, ad intra, por autonomías re g i o n a l e s
infranacionales. P e ro, por un lado, aquellos organismos se han
evidenciado absolutamente vacíos de toda idea moral, como no
lo sea la muy vaga y hasta aniquilante del pacifismo a ultranza,
que sólo sirve para f avo recer la guerra mal hecha; por otro lado,
el autonomismo se está abriendo paso a través de cauces re vo l u-
cionarios, a veces anarquistas, pero siempre desintegrantes, que
no sirven para hacer patria, sino sólo para deshacerla. Así, r e s u l-
ta todavía hoy que ese ‘Estado nacional’ llamado a desapar e c e r,
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(23) Cfr . Juan V allet de G oytisolo, Tr es ensayos. Cuerpos intermedios. R epresentación
política. P rincipio de subsidiariedad, M adrid, 1981.
(24) F rancisco P uy lo trata sintéticamente en “Der echo y tradición en el modelo
foral hispánico ”, Verbo (Madrid) n.º 128-129 (1974), págs. 1013 y sigs.
(25) Álv aro d´Ors, Nueva introducción al estudio del der echo, Madrid, 1999, pág.
188.
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subsiste realmente como una débil re s e rva de integridad moral,
p e ro sin futuro” (26). Buena parte de mis escritos en sede de teoría política se han
centrado en tal problema. Que no debe perderse de vista.
Aunque, en nuestro caso, tampoco la realidad de un a Hi s p a n i d a d
que deseamos creciente. Lo que conduce a extremar la cautela en
estos tiempos de confusión.
M I G U E L AY U S O
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(26) Id., “ Tres aporías capitales ”, Razón española (Madrid) n.º 2 (1984), pág. 213.
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