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Número 587-588

Serie LVIII

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Mercedes Montero, Historia de Ediciones Rialp. Orígenes y contexto, aciertos y errores

Mercedes Montero, Historia de Ediciones Rialp. Orígenes y contexto, aciertos y errores, Madrid, Rialp, 2019, 375 págs.

Una historia de Ediciones Rialp era necesaria. Otra cosa es que ésta sea la historia de que la editorial precisaba. No me refiero a su factura formal, correctísima. Sino a la penetración en una realidad compleja por la coyuntura histórica e intelectual que la contraen. Bastaría la lectura de las apenas tres páginas de la introducción para formular tranquilamente el pliego de cargos. Aunque convenga trascenderlas para que el juicio resulte más difícil de apelar. Empecemos de todos modos por el principio.

El libro parece pretender, sin disimulos, pues así se exhibe desde el subtítulo, examinar los «orígenes y contexto» de la empresa, juntamente con sus «aciertos y errores». Y el porqué, apenas velado, comparece en el primer párrafo del texto. Veamos. El objetivo de este libro –rezan sus primera líneas– «es hacer la historia de una editorial nacida en los años cuarenta del siglo XX, y que permanece hasta nuestros días –son pocos los casos– como sello independiente». Si lo primero es un dato de hecho indiscutible, lo segundo –en cambio– requeriría alguna precisión. Porque el sello no ha sido tan independiente, lo que disminuye el valor del caso. No lo dice quien redacta esta recensión, sino la propia autora en las líneas que siguen inmediatamente a continuación: «Es además indudable el impacto que causó con sus primeras colecciones en la vida cultural y política de España. A eso se añade que sus directivos fueron en muchos casos personas del Opus Dei, y que la idea partía del fundador de esta institución, deseoso de brindar a los lectores buenos libros, en el fondo y en la forma, que guardaran una coherencia con el pensamiento cristiano desde los más variados ámbitos de la cultura. No se trataba, por tanto, de publicar sólo libros de espiritualidad, sino toda clase de libros».

El párrafo se las trae. El impacto que reconoce, cierto, debe ser en todo caso aquilatado. Pero podemos darlo por bueno. La relación con el Opus Dei, explícita, resulta en cambio elusiva. Va preparando, parece, las líneas siguientes: «He querido hacer un trabajo que abarcara desde los comienzos hasta nuestros días. Sólo así puede verse en conjunto la trayectoria de una empresa que muchos se han empeñado en dejar anclada en los años 40 y primeros 50, atribuyéndole un marcado sabor tradicionalista». Claro. Se trata, de acuerdo con otro empeño, éste más real que el que afirma no se sabe bien con qué fundamento, de distanciar al Opus Dei del tradicionalismo. Tenemos como precedente los libros, más bien burdos una vez que se barre la hojarasca de la erudición postiza, de Gonzalo Redondo, como para que nos sorprenda la intención. Por lo demás, no necesitada de ese despliegue de medios en su ejecución, pues tal proximidad con el tradicionalismo nunca existió. El Opus siempre fue interesado y torticero, e incluso cuando sostenía una posición en apariencia cercana a la Tradición en su justo combate (eso sí) con una Falange aliada a la vez con el laicismo y con la democracia cristiana, asomaba la patita de la inautenticidad. La monarquía tradicional, de Elías de Tejada, por ejemplo, se despacha así: aunque «aspiraba a ser una obra que miraba al futuro desde la línea segura de la tradición [...], de nuevo, no era más que otro libro en la pura línea política de Calvo Serer» (pág. 159). Un lector inteligente, o simplemente alguien que hubiera leído el primer capítulo de ese libro, lo hubiera podido comprender y explicar sin tanta contorsión. Porque el titulado «El menéndezpelayismo político» es en rigor una crítica a la línea de Calvo, que entiende tergiversa y manipula la tradición política española, encarnada en el Carlismo. Aunque, cuando le interesa otra cosa, exagerando, Elías de Tejada lanza un elogio envenenado, como cuando por entonces escribe a su amigo José Pedro Galvão de Sousa: «Sí, hay ahora en España un grupo que, por notable paradoja, no siendo políticamente carlista, hace la política cultural que los carlistas no sabemos, no podemos o no queremos hacer. Errados en lo dinástico, aciertan en la actitud de intransigencia que necesitamos ahora en que las izquierdas, al amparo de la Falange, inician su reconquista de las posiciones perdidas en 1936». Nada que ver con lo que la autora afirma gratuitamente. En puridad, la línea de Calvo (y Pérez Embid) no era tan neta, como se evidencia en sus evoluciones. De lo que se refleja en este libro (págs. 53-56, 159-165, 203-206, por ejemplo) podía alcanzarse esta consecuencia, si el prejuicio o la consigna no se hubieran impuesto con tanto rigor. El caso es que la autora no conoce los libros de los que habla. Y se nota demasiado.

Pero, como se le ha escapado antes, se trata de liberar la empresa del «marcado sabor tradicionalista» de los primeros decenios. Sin darse cuenta que no fue tan marcado y que la evolución resultó homogénea. Debía hablarse, pues, más de conservadurismo (y de oportunismo) que de tradicionalismo. Francisco Canals también lo entendió así y escribió una suerte de aforismos críticos de eslóganes como «Biblioteca del Pensamiento Actual» (la colección de Calvo Serer Rialp) y «O crece o muere» (la colección de Pérez Embid en Ateneo). Respecto de la primera, se pregunta, ¿por qué no «Pensamiento Tradicional»? Y en cuanto al segundo: «O crece o muere. El crecimiento surge de la vida. La imposición del crecimiento injerta lo bastardo y mata lo genuino». Pero no se queda aquí, sino que apunta directamente a Calvo Serer: «El problema de España. El primer precedente: la cara anti-tradicionalista de Menéndez Pelayo». O «España sin problema y teoría de la restauración. Maurrasianismo y neo-tradicionalismo, anticarlista». Otra cosa es que algunos autores como Gambra o Álvaro d’Ors, además de Elías de Tejada, sí fueran tradicionalistas.

La deriva liberal (aunque no democrática) y tecnocrática ya había fraguado en 1962, cuando surge la revista Atlántida, de la que extrañamente no se habla en el libro, pese a ser editada por Rialp. Y, ahora curiosamente, el subtítulo de la revista era «Revista del Pensamiento Actual». Como la famosa colección de Calvo Serer. Nada de esto se examina. Incluso la importancia que Calvo le atribuye a Eugenio Vegas en los inicios no se divisa en sus justos términos. Vegas sí era un tradicionalista, aunque no fuera carlista, sino juanista, y representaba la continuidad de la veta integrista (nocedalina) que en Acción Española se entreveraba con otras modernas de signo conservador. Quería volver a editar Acción Española, a lo que Franco siempre se opuso, pese a haber sido suscriptor de ella. Calvo llegó a engañar a Vegas durante un cierto tiempo. El que tardó en darse cuenta de su superficialidad intelectual y su doblez moral (entre Franco y Don Juan, pero más con el primero, que es el que llenaba los pesebres). Por eso, Vegas consideraba a Calvo un traidor y le hizo llorar en su habitación de hotel en Lausana.

Un análisis detallado sería demoledor para el volumen que estamos comentando. Pues casi en cada página se ofrecen datos que no se saben interpretar. Por lo demás, tampoco interesa, pues ya hemos dicho cómo late el confesado parti pris. En lo anterior nos hemos limitado al segmento político, el más adecuado a estas páginas, pero podríamos extender la consideración a la teología dogmática e incluso a la espiritualidad. En cuanto a la primera, descubrimos (págs. 55-56) un nexo (no sé si impostado) entre la editorial y la nouvelle théologie, esto es, el neomodernismo. Interesante para reforzar lo dicho en sede política y para desmentir la ortodoxia del Opus Dei... En este sentido, resulta ingenua y risible la insistencia en presentar a los autores como abiertos a lo moderno. Así, Josef (y no Joseph, como escribe reiteradamente la autora) Pieper habría realizado «una amplia y profunda relectura de Tomás de Aquino en servicio de la cultura contemporánea» (pág. 56). Al igual que el padre Garrigou-Lagrange sería «un dominico inspirado en Santo Tomás de Aquino que buscaba una aproximación entre la teología y el mundo moderno» (pág. 64). Y respecto de la segunda, con Raimundo Paniker de por medio, nada debe sorprendernos.

En fin, cuando se presenta un estudio aparentemente riguroso en lo menudo, pero distorsionado en sus grandes líneas, todo es posible, pero suele resultar lo que queríamos. Más bien parece, en cambio, que el Opus Dei careció siempre de línea verdadera, más allá de algunos hallazgos menores de su fundador, dependiente en general de la Iglesia de su tiempo, conservadora con destellos tradicionales al inicio, conservadora tout court luego, en marcha hacia el progresismo más adelante, desnortada en nuestros días. Si aceptáramos esto, todo se haría más fácil y los esfuerzos que desde hace decenios viene desarrollando la institución para limpiar su imagen de un supuesto tradicionalismo se divisarían como inútiles, más bien grotescos. El conservadurismo litúrgico o moral, así, aparecen cada vez más desleídos. Y el liberalismo político siempre más neto.

Manuel ANAUT