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Número 78-79

Serie VIII

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El testimonio de un hijo del siglo sobre graves problemas de nuestro tiempo

EL TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
SOBRE GRAVES PROBLEMAS DE NUESTRO TIEMPO
POR
BERNARDO MoNSEGú, C. P.
(J acqa,,; Maritain el del "Humanismo integral"
y "Una nueva cristiandad laica". grit.a ahora
como C a,npesino del G(JYona, contra el neo­
modern::ismo y el temporalismo que azota la
Iglesia).
SUMARIO: El hijo del siglo.-Frente a una crisis de neomoder­
nismo.-Confusionismo verbal e
ideológico.-Mundo y munda­
uismo.-Los laicos y el mundo.-Antes verdad qne eficacia.­
Antievangélico y anticonciliar.-Cosas tristemente regocijan­
tes.-Duro juicio contra Teilhard y el teilhardismo.-N efastas
consecuencias del
teilhardismo.-No hay disculpa qué val­
ga.-Vana apelación a la misión -temporal del cristiano.­
Cómo ha de entenderse la misión temporal del cristiano.­
Como extranjeros en la tierra y ciudadanos del cielo.-Para
superar riesgos y peligros.-V1da interior.-Levantando los
ojos al
cielo.-Por qué apelar tanto a la vida interior.-El
buen combate en nombre del Concilio.
El testigo del siglo.
Maritain,
este viejo y fmpedernido laica:, como él se llama;
este testigo del siglo,, como le llama Guitton; éste que trocó la
morada de las grandes ciudades, como París, Roma y Nueva
York,
por la habitación recoleta y humilde de los Hermanitos del
Padre Foucauld, dando ahora a la oración y la penitencia lo que
antes dio a la cátedra y al mundanal ruido, va y, ¿ qué hace?
Escribir un libro,
.rompiendo el silencio en que volutitariamente
se ha encerrado, para decir, cruda y valientemente, lo que pien-
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
sa de este nuestro mundo de hoy; y decírselo a los que usan y
abusan del Concilio para congraciar.Se con el mundo de hoy,
dando muestras de no tener más espíritu cristiano.
No, no es éste el camino, dice; no es éste el auténtico espí­
ritu de la Iglesia eonciliar. Hay que ponerse en guardia y reaccio­
nar contra esta manera de interpretar y de aplicar las enseñanzas
conciliares.
¡ Y qué cosas dice y cómo las dice este viejo laico l Desde
luego, sin miramiento ni precaución, como un campesino del Da­
nubio "que mete los pies en el plato y a cada cosa la llama por
su nombre". Pero, al mismo tiempo, con mucho conocimiento
y
aplo:mo, adoptando con frecuencia el aire de maestro y de cáte­
dra a que está acostumbrado.
Su modo de decir resulta un tanto desgarbado ya, con muchos
incísos y paréntesis. No en balde pasan los años. Pero la fres­
cura, viveza
y profundidad de pensamiento son las del Maritain
de
los afios mozos o de los años ya maduros, del que nosotrus
sabemos por sus libros Le degrés du s1WOir, el Humamisme In­
tegral, y La Ph;/osoP'hie bergsomenne, y al que conocimos y salu­
damos personalmente allá
por los años 1933 y 34, cuando nos
daba conferencias
en el AngéNcum de Roma, invitado por ::.u
amigo el célebre teólogo dominico Padre Garrigou-Lagrange, al
que Maritain rinde tributo en este mismo libro.
Con razón
Franc;ois Mauriac, siguiendo el diapasón de GuittonJ
nos d;ce que se bebe la lectura del libro de Maritain como si
fuera leche.
"Sí, la leche que hay que beber cuando uno tiene
miedo de quedar intoxicado, si no está
ya envenenado.,.,
Se pueden tolerar todos los cercenamientos que se quieran
----añade----en nuestra liturgia; se puede admitir que surja otra
clase de curas par~ otra clase de iglesia; pero lo que no se puede
consentir es que nos vengan a predicar otra fe. Y me pregunto:
"¿ Hasta qué punto esas alteraciones exteriores no delatan una
alteración de
la fe?" He ahí por qué saludamos con alborozo el
libro del "laico octogenario", que sale
por los fueros de la verdad,
en defensa de
la pureza or;ginal de la fe. Es un consuelo ''cuando
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
pensamos en tantas cabezas alOéadas del clero regular y secu­
lar" (1).
Frente a una crisis de neomodernismo.
Para los adoradores de los tiempos nuevos, para los que pre­
sumen de contraponer la mentalidad
laica y carismática, que di­
cen haber hecho surgir en la iglesia los incubadores del Vaticano
II, a la otra clerical y jurídica, típica de los que hicieron Trento o
el Vaticano I, la voz de un laico, que ellos veneran como un
santón y al que, desde luego, hay que reconocer un carisma de
mucha ciencia y hasta de mucha piedad -me estoy refiriendo a
Maritain-, tiene que tener indudablemente mucho peso y auto­
ridad. Acaso consiga
él lo que ni el Papa consigue frente a
ellos: que
se convenzan de que la Iglesia padece hoy una grave
crisis. Y precisamente por culpa de ellos, de los que en nombre
del espíritu conciliar tratan de meter
el espíritu del mundo en la
Iglesia, y en nombre de la eficacia y la actualidad dejan maltrecha
la integridad y
la pureza inmarcesible de la fe.
La crisis existe. Maritain lo dice bien alto. Y apunta derecho
al objetivo. Crisis de
fe y de costumbres, de obediencia y de vida
interior, de respeto al pasado y de falta de sentido del
agg.orna­
men.to o renovación, que el Concilio ha querido provocar y pro­
mover. El Concilio merece una acción de gracias por todo lo que
ha enseñado y ha decretado. La intención pastoral que le ha pre­
sidido ha sido providencial, y es indispensable tenerla en cuenta
para aquilatar sus enseñanzas. Su misión renovadora consistió en
despertar una conciencia más
viva y evangélica de lo que es 1a
Iglesia, cambiando actitudes de corazón más bien que definiendo
nuevos .dogmas.
Por lo demás, j válgame Dios!, exclama Maritain, ¿ no estaban
ya los dogmas bien definidos? Y de sobra es sabido que las nue­
vas definiciones dogmáticas, si explicitan y completan, no cambian
(!) Véase Le Figaro Litteraire del 3 y 10 de noviembre de 1936.
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en nada lo antes definido. La doctrina de la Iglesia ¿ no estaba
ya tan firmemente establecida y
eon tanto acierto como para per­
mitir progresar indefinidamente sobre base segura, teniendo en
cuenta lo dicho por anteriores Concilios y por un traba jo de si­
glos? ¿ En qué cabeza cabe, si recibió una vez la fe teologal, pen­
sar tanta tontería como imaginar que certezas eternas puedan
ponerse en tela de juicio, abriendo ante ellas dudas e interrogan­
tes, y condenándolas a perecer en la turbonada del tiempo?
Y, sin embargo, es todo lo que está sucediendo. Con un diá­
logo mal llevado, en el que la estulticia humana se antepone a la
fe divina, la razón trata de suplantar a la revelación, la inmanen­
cia y el temporalismo de acabar con la trascendencia y el absolu­
tismo de
la verdad. Estamos en pleno neomodernismo.
Nuestros modernistas libran una gran batalla entre su duda
y su nostálgica aspiración u obstinación. Sus entrañas se estre­
mecen
de misericordia por el· mundo moderno, al que quisieran
refundir en una religiosidad que les parece la mejor defensa con­
tra el ateísmo que nos avasalla. Y se necesitan Dios y ayuda para
-salvar la fe en Jesucristo con este régimen mental que es esen­
cialmente incompatible con
la fe. "¿ Nos extrañaremos, pues,
de que haya modernistas que se creen con la misión de salvar por
medio
del mundo moderno a un cristianismo agonizante, ,ese su
cristianismo que agoniza? De ahí el agotador trabajo de evacua­
ción hermenéutica a que se entregan como buenos soldados de
Cristo. Y su fideísmo, aun siendo tan contrario a la fe cristiana,
resulta, sin embargo, testimonio sincero y desgarrado, rendido
a esta fe" (pág. 22).
Esta atención misericoi-diosa, prestada por el neomodemismo
al mundo,
tiene otro curioso punto de vi.sta. Hay que notar, en
efectO, que si un gran número de jóvenes cristianos, clérigos y
laicos, se sienten fascinados por la acción temporal hasta tal punto
que
s6/o ella cuenta a sus ojos, y se lanzan con pasión a la em­
presa de secularizar totalmente su cristianismo -¡ la tierra sola
nos basta ya!-, el motivo fundamental, sin embargo, al que dau
ciegamente una prevalencia absoluta, es en realidad el de hacer
entrar en la historia el testimonio del Evangelio. ''Una jugarreta
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más de la naturaleza humana: es con una fe atormentada, mal
esclarecida
al máximo, pero una . fe sincera en Jesucristo, como
ellos traicionan el Evangelio a fuerza de querer servirlo a su ma­
nera" (pág. 23).
Nos hallamos en
lo que Maritain denomina la cronolatría epis­
temológica de nuestro tiempo.
Ha llegado el tiempo anunciado
por San Pablo (
erit envm tempus ... ) en que no se mantendrá
la sana doctrina.
En todo tiempo -dice el cmmp.-smo del Ga,-ona­
aconteció algo de esto. "Pero, a decir v_erdad, nos parece que es
el nuestro el que bate el record en este punto". Hay como un pru­
rito de modernizarse, de ponerse
al día, de rendir tributo a lo
que el mundo de hoy adora. Los oídos de muchos fieles y clérigos
se vuelven a las fábulas, epi taus mythous, escribe San Pablo, a
los mitos (ahí va la palabreja esa
de la que hoy se hace tanto con­
sumo). Pensemos
sobre todo en el mito de la desmitificación
(pág. 26). Hay una como "fijación obsesiva sobre el tiempo que
pasa, la cronolatría epistemológica". "Bajo una forma u otra es
siempre la adoración de lo efúnero, sea para ser devorado en
sí, sea para aceptar a cierra ojos lo que
él ha engendrado, siempre
en mi línea personal, hasta que _me toque a mí su vez el turno", lo
que constituye el síntoma más alarmante de esa gran enfermedad
de los tiempos de que nos habla San Pablo.
Confusionismo verbal e ideológico.
Y junto a este síntoma, el otro de nuestra gran logomaquia
o logofobia. Se ponen en cuarentena o
se denigran no sólo las
más fundamentales nociones o conceptualizaciones teológicas, sino
hasta las más elementales nociones de la vida y la convivencia hu­
mana. Y cuando esto acontece 'tes que todo el mundo comienza
a perder la cabeza" (pág. 29).
Con una
Gran Sofística, los herederos de Descartes ponen en­
tre paréntesis la realidad metafísica y la objetividad de los
dog­
mas, y se da culto a un fenomenalismo corrosivo que siembra la
duda en toclo y entroniza, como método de investigación filosófico
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teológica, el matematismo y la ver;ficación. Lo verificable es lo
verdadero; de ahí las técnicas y las estadísticas con que algunos
teólogos
y apóstoles de· la nueva hora o nueva ola pretenden re­
solver el problema de la verdad y de la vida religiosa.
La tecnocracia que padece la cultura occidental se muestra
despectiva con los discursos de la razón, los dictados del sentido
común y el peso, que dice
muerto, de la tradición. Y al mundo que
llega retrasado a los confines de nuetra civilización tecnológica, no
se le ofrece más que esta, ciencia de los fenómenos y, con ella, el
poder sobre la materia, un sueño loco de dominio perfecto de las
cosas
visibles e invisibles, porque junto a ello va "Ia abdicación
del espíritu renunciando a
la Verdad por la Verificación, a la
Realidad
por el símbold' (pág. 37).
Con una ansia ·ecuménica mal entendida no sólo nos abrimos en
caridad a los hermanos separados, a los ateos, incluso -----cosa
que no está mal~, sino también -con condescendencia y claudica­
ción ante sus problemas. Los hay entre los nuestros que quieren
abrirse,
_sin distingos ni reservas, a todas las corrientes contem­
poráneas. Cosa difícil, "porque hay de todo en esas corrientes,
que por eufemismo se llaman
a veces "corrientes de pensamiento".
El neomodernismo· de que vamos hablando es una de estas co­
rrientes más activas''.
Se involucran y confunden
además cuestiones y actitudes.
Del plano ontológico se pasa al ético, del religioso a:l político, del
cosmológico al sotereológico, del científico al ascético. Y, así,
lo
que vale del mundo cuando se le enfoca ontológica y científica­
mente se pretende hacerlo valer en
el orden religioso y moral, con
lo que la antinomia cristiano-mundana queda mal resuelta y peor
aplicada.
Hay una ambivalen,ia fundamental e,i el mundo con respecto
al reino de Dios, que si no se tiene en cuenta no se puede trabajar
debidamente por el triunfo del reino de Dios.
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Mundo y mundanismo.
El mundo y lo mundano no pueden aceptarse así, sin más ni
más, olvidando que hay en el Evangelio palabras de auténtica
condenación para el mundo, recuerda Maritain. El mundo es sus­
ceptible de uua doble consideración y hay que saber distinguir
para wür como conviene. El cristiano no se puede unir de cual­
quier manera al mundo.
Menos todavía si es clérigo.
A la luz del Evangelio se descubre en el mundo mucho de re­
probable, y los que profesan
el Evangelio están en el deber de tener­
lo bien presente. Y si se empeñan en.cerrar los ojos a su luz, caerán
en el abismo y precipitarán 'I muchos en él. Y todo acontecerá con
mucho daño
para la causa de Cristo, que es también la de la
Iglesia.
Evangélicamente, tanto mal puede decirse del mundo como
bien. Y Maritain, Escritura en mano, se .dedica a comprobarlo en
un largo capítulo de su libro, el que versa sobre el mundo y sus
asp€ctos canstra.starntes. Ontica y físicamente el mundo no es malo.
Tampoco lo son sus leyes y estructuras. Al fin se trata de una
obra de Dios. Tampoco es
de suyo mala la ciencia ni la técnica.
Pero ,en la obra del hombre (y por lo que hacen los hombres
se toma en general
el mundo en el Evangelio) puede haber mucho
malo porque hay hombres malos
.. El mundo son también los hom­
bres mundanos y perversos. Dicho en breve, el mundo-en cuestión
y contra el que se da la voz de alerta es el mundo cara a Cristo
y su Evangelio, el riJ.undo en relación al reino de los cielos. Si
acepta la doctrina y la moral de Cristo,, el mundo es bueno. Si
las rechaza, es malo. ¿ Puede .decirse que, en general, acepta el
mundo de lo-s humanos conformarse y regularse según las normas
del Evangelio, encaminándose hacia
el reino de los cielos? Res­
pondan la historia, la observación y la experiencia de cada uno.
El cristiano que, sin más ni más, se entrega al mundo y se
deja absorber por
él, cayendo en un optimismo ingenuo,_ olvida
algo muy especial al Eva~gelio; y ese olvido le convierte en una
sombra
de cristiano, dice Maritain. Ni acepta la doctrina ni acepta
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la experiencia de Jesús, Sólo el mundo que se abre a Cristo y
acepta ser configurado a su imagen, metiéndose en
un orden cris­
tiano, es
el que merece la plena aceptación del discípulo de Cristo.
Si se reconcentra sobre sí
y se niega a aceptar el Evangelio, no
puede entonces ser aceptado.
Es palabra de Dios.
La amistad con el mundo como tal es contraria a la amistad
con Dios. Y quien así se hace amigo del mundo, dándose a sus
cosas y a sus ocupaciones, ya de progreso técnico, ya de justicia
social,
con olvido del fin último, que subordina así todos los otros
fines relativos del mundo, se convierte en un adúltero. "Adúlteros
-nos recuerda Maritain con Santiago Apóstol (2)-, ¿ no sabéis
vosotros que la amistad con el mundo es incompatible con la amis­
tad con
Dfos? El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo
de
Dios".
¿ Llamamos a nosotros adúlteros, a nosotros, los hombres de
hoy, los de la era postcondliar, los que "nos vemos al fin libres de
tantos viejos complejos y a los que los nuevos doctores enseñan,
con
un fervor casi sagrado, que no hay nada de más hermoso ni de
más urgente que el hacerse amigos del mundo, de este bendito
mundo que evoluciona tan gallardamente hacia su definitiva li­
beración por
la evacuación cristiana. de la cruz? ¿ No será que se
trata de un malentendido?
"Ciertamente, lo que
se ha dado en llamar situación postcon­
ciliar de los fieles católicos
(mejor seria decir situación consi­
guiente a
la crisis, siempre aguda, que hizo necesarias las medi­
das de puesta a punto tomadas por
el Concilio) no deja de ser
una cosa harto curiosa" (3).
La paradoja del hombre postconciliar,
que, presumiendo de muy cristiano, sintiéndose sinceramente cris­
tiano, se compromete de tal manera con
el mundo corno si todo
hubiera de terminar o de conseguirse aquí en
el tiempo sobre la
tierra, consiste ·en que siendo hijo de Dios, deificado por
el mis­
terio de
la encarnación de Cristo, trata más de temporalizarse. y
humanizarse que de eternizarse y divinizarse, busca más las cosas
(2) Jac. 4, 4.
(3) Pág. 59.
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de la tierra que las del cielo, contra la recomendación expresa del
Apóstol.
El Evangelio considera al mundo siempre en sus conexiones
concretas
y existenciales con el reino de Dios, ya ·presente en
medio de nosotros, hecho carne en su Iglesia santa y visible
---ya
sé que es también invisible, no necesito que nadie me lo recuerde,
dice con cierta intención Maritain-. Y el cristiano, si es fiel al
Evangelio, no puede entusiasmarse con el mundo hasta el punto
de olvidar esas conexiones, dándose con exceso y con preponde_:­
rancia a las cosas de acá abajo, viéndolo sólo en su realidad óntica,
en sus estructuras naturales, en su desarrollo histórico, en sus re­
gímenes políticos, económicos o sociales, en su ciencia, en su
cultura. Me duele tener que hablar así
-escribe Maritain-, en un
tono que no ha sido nunca
el núo. Pero ahora está en juego el
Evangelio. La esencia de éste se cifra en la donación que Dios hace
de su
Hijo al mundo para salvarlo, redimiéndolo de una situación
de pecado, y exigiendo, como condición sine qua non, que él quiera
salvarse aceptando el mensaje de Cristo. Dios no salvará al que
se empeñe en perecer.
Esto supone un hecho ancestral muy lastimoso- y Uffi!-bien triste
historia: la de la caída de la humanidad en el pecado. Ya sé que
hay autores que nos descubren
ahorn que el pecado original es un
mito.
Pero un mito cuya verdad está garantizada por Dios y abre
el libro de las Escrituras. Ya diremos algo del furor desmitologi­
zante o mitologizante que se va adueñando no sólo de protestan­
tes, sino también de católicos.
No hay verdad más clara en la Escritura ni más .constante en
la Tradición que la del mal imperante en el mundo. Sin ese mal:
no se comprende ni la encarnación del Hijo de Dios ni menos
aún su muerte en la Cruz. Cristo vino a salvar a los que habían
perecido.
Aun amando al mundo para salvarlo, para hacerlo suya, con­
forme con
el Espíritu del Padre, Cristo encarnado quiere la dei­
ficación del mundo, su ordenación a un fin sobrenatural; no que
los hombres humanicen a Cristo y hagan de la tierra como el centro
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de las almas. "La Iglesia, como Cristo, es de Dios, no del mundo.
Y es forzoso escoger entre ser amigos del mundo o ser amigos de
Dios." Quien se deja seducir por la triple concupiscencia que in­
vade el mundo, ése ama el mundo, que contr;idice al Evangelio, y la
caridad del Padre no mora en él.
La tarea del cristiano en el mundo, su tarea propiamente cris­
tiana, consiste en librar al mundo del pecado, disputando al de­
monio
su conquista y completando la victoria que sobre ese con­
quistador alcanzó
Cristo por su Pasión.
El mundo no es santo. La que es sa,n.ta es la Iglesia. El mundo
se santifica si
se le pone en marcha hacia el reino de Dios, no si
se secunda su tendencia antropocéntrica y de inmersión en lo tem­
poral.
He ahí por qué es una traición a Cristo no empeñarse con
todas las fuerzas y según lo consiente cada circunstancia histórica,
qua.ntum potes1 tantivm aude, en una realjzación cristiana de las
exigencias evangélicas sobre el mundo. No se santifica ni santifica
el mundo por sí mismo, sino por la constante y progresiva encar­
nación
de lo cristiano o divino en él.
Los laicos y el mundo.
Como hombre inserto en el mundo y no segregado del mundo,
el laico es un obrero del mundo y es del mundo. Pero como in­
serto en la Iglesia, como miembro del pueblo cristiano, que es la
Iglesia, ya no es propiamente del mundo, porque su segundo na­
cimiento le hace miembro
de la Iglesia.
He ahí, pues, cómo se resuelve la ambig!Üedad de la palabra
laico y cómo se razona su doble vocación:
una vocación espiritu3.1
corno miembro de la Iglesia; y una vocación temporal como obrero
del mundo; y como miembro de la Iglesia obrero del mundo.
Dos vocaciones distintas, pero no separadas. No se es por
una parte obrero del mundo, y por otra miembro de la Iglesia: es
el miembro de la Iglesia el que es obrero del mundo, trabajando
en empresas que pertenecen al César. Por su vocación temporal
se ocupa
de las cosas propias del seglar. Pero por su vocación es-
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piritual, la de miembro de la Iglesia (aunque distinta de aquélla
debe inspirarla, informando
toda su vida y actwidade_s), está en el.
deber de vivir, cada día más a fondo, la vida propia del Cuerpo
Místico.
Por tanto, debe atender, ante todo, a .su propia alma, res­
pondiendo con fidelidad a la vocación de santidad que tiene to.da
la Iglésia ( 4).
1-ü"S seglares pueden participar, aisladc1 o. agrupadamente,_ .. en
muy distintas formas de apostolado, hasta hacer .suyas, de alguna
rnW'era, obras espirituales que -~n de la particular incumbencia
del clero, prestándole su colaboración. Tal sucede con la Acció~
Católica y otras asociaciones. Pero sería un absurdo cifrar en eso
la verdadera, forma y la más importante del apostolado seglar.
"Hay una que es absoluta¡,¡eute ,fundax}wntal y necesaria para
t-o--dos, la que tiene una impqrtancia yet4.ad_eramente capital: y es
la del apostolado que los seglares ejemfu en sus tareas cotidianas
mismos, en los trabajos ordinwrÍoS · -de la vida seglar, en todas
sus actividades, con tal que, se -den a ellas en cristiana. Entonces
su vocación espiritual y
sil vocación temporal se centran en un
misrno trabajo: pero la vocación temporal se centra en el ob1·eto
del trabajo; la vocación espiritual, en el modo· o manera como se
realiza, en el espíritu que en él se pcme ( 5).
Cosa que sintetizó el Concilio cuando dijo: "A los laicos
pertenece
por propia vocación buscar el reino de Dios tratando
y ordenando, según Diost los asuntos temporales. Viven en-el
siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesio­
nes, así como en las condiciones ordinarias ;de la vida familiar y
social con las que su existencia está como entretejida. Allí están
llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el
espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribu­
yan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo
descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con--el tes­
timonio de su vida, fe, esperanza y caridad. A ellos muy especial­
mente corresponde iluminar y organizar todos los asuntos- terre-
(4) Pág. 303.
( 5) Págs. 304-305.
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nos a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que
se realicen continW:U11ente según el espíritu de Jesucristo y se des­
arrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor" (6).
Que no se imagine
un laico -le recuerda Maritain-que
puede, so pretexto de que lo es, desentenderse de mirar por el
bien espiritual propio de la Iglesia, descuidando la fe, la caridad
y
el amor de Cristo por ocuparse en la cosa temporal. No. puede
a/midar jamás
que es un cristiano, haga lo que haga, y que todo
debe hacerlo, por tanto, en cristiano. Sólo así hará honor a su
condición de cristiano, tendrá el espíritu de Cristo; predicará el
Evangelio no tanto predicándolo cuanto viviéndolo, testificándolo
por su ,n,.01do de ocuparse en los negocios temporales. Para hacer
esto es no necesario que es.té penS;Lndo que ejerce un apostolado.
Cuanto menos lo piense acaso sea mejor. Basta con que de suyo
y como instintivamente
briít'[de 'l:1 testimonio de vida evangélica
y eclesial. Basta con que no-disimule, .lli ante sí ni ante los demás,
su condición de cristiano; que no se a:vergnience delante de nadie,
por no sé qué
mundanos respetos, de su profesión cristiana.
Instaurarlo todo en Cristo,
éste debe ser su lema, viviéndolo
y actuándolo todo en cristia,no. La civilización cristiana ha pa­
decido durante siglos de un fatal divorcio entre
lo temporal y lo
espiritual por parte del seglar o laico cristiano. Separatismo fu­
nesto, causante de los males que hoy urge remediar con una acción
laica! que, distinguiendo debidamente, sepa unificar cumplidamente.
Todo
en Cristo y según Cristo, ésta es la consigna laica! de
nuestra hora. Cumpliendo con ella, el seglar encontrará el -camino
seguro de su santificación, beneficioso para el mundo y para la
Iglesia. Santificación que es ley para todo cristiano, y hago mías
las palabras de mi padrino León Bloy: "Sólo hay una tristeza: la
de no ser santos."
Hay que echarse a andar por ese camino, andándolo con el
viático necesario para superar el desfallecimiento y las dificulta-
(6) Lumen gentium, lL 31.
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des, a saber: la misa y los sacramentos frecuentes, la oración. y
hasta esa unión ~on Dios que se llama contemplación (7).
Antes verdad que eficacia.
Hoy prevalece entre muchos cristianos, e inciuso, sin que de
ello se den mucha cuenta, entre rto pocos sacerdotes y religiosos
--dice Maritain-una tendencia demasiado acentuada a preferir
Jo eficaz sobre Jo verdadero. El número de los que así se condu­
cen es alarmante, sobre todo entre clérigos, que es a los ·que
tengo ante todo en vista.
Es alarmante el número y es más alarmante todavía el error
de fondo que padecen. Hablan sólo de eficacia. Y el resultado será
a la larga una catástrofe, al menos para una gran muchedumbre.
No llegará para la Iglesia el día en que la eficacia prevalga sobre
la verdad, porque ese día las puertas del infierno habrían preva­
lecido contra ella (8). Pero para muchos
cristianos esa

táctica
equivocada, seguida
por muchos clérigos, está resultando. catas­
trófica.
Ellos colocan a los espíritus sobre una falsa _pista, quieren que
la técnica de grupo y la psicología de grupo operen mejor que los
virtudes teologales; que el instinto gregario actúe mejor que los
dones del Espíritu Santo; que el despliegue de la naturaleza deje
sin sitio a
la envejecida y pobre humildad; que los compromisos
(comunitarios
con preferencia) suplan a la intimidad personal con
Dios; que
la alegría de ser del mundo desplace la búsqueda de la
perfección por la caridad y el amor de la _cruz; que las. acciones
de masa suplan a lo que Cristo prescribió a los-s_uyos: entrar-en
su habitación, cerrar la puerta y orar al Padre que habita en el
secreto; que las celebraciones comunitarias aí-rojen al desván el si­
lencio y la soledad; que las fábulas y charlatanerías del día ame­
nicen nuestro catecismo; que la entrega de Sí mismo a la acción y
a un costante diálogo con todo el mundo acaben con todo esfuerzo
(7) Págs. 306-309.
(8) Pág. 141.
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BERNAR.DO MONSEGU, C. P.
de concentración intelectual. Hay que cultivar todos los medios
dinámicos, eso e~. lo que cuenta. Y de hecho los apuntados son
los que sirven
eficazmente para reunir a los hombres en la asam­
blea del Señor.
Y aquí está precisameute lo flagrante del absurdo, porque
el
Señor es justamente la Verdad misma; y los medios no son me­
dio-§ si no son proporcionados al fin que se pretende; en nuestro
éaso, si no son medios consonantes con la verdad. En los dominios
de Dios, es. la verdad la que se erige en fuente y medida de la
misma eficacia (9). Y si no se camina conforme a verdad, todo
eso apuntado sólo sirve para llenar la Iglesia de enfermos espi­
ritualeS de muy difícil curación, hiriendo o dando muerte a la
verdadera vida cristiana, que es sobrenatural y sólo se sostiene
cuando se apoya en la verdad.
Antievangélico y anticonciliar.
Resulta antievangélica y anticonciliar, contra la letra y el
espíritu del Concilio, esa actitud de muchos cristianos, sobre-todo
de no pocos clérigos, que es como una especie
"de fijación obse­
siona! sobre
el tiempo que pasa, la cronolatría epistemológica" (10),
que va de la doctrina a la vida, del campo de la exégesis escritu­
rística al
de la liturgia y la ascesis. La verifu:ació,Ii. triunfa 'Sobre
la Verdad, el signo sobre la realidad, la ciencia de los fenó,mena·s
sobre la filosofía del ser y del sentido común.
Y no sólo antievangélica, sino hasta ridícula resulta inclw;o
esta fascinación que la _cosa tetnpOral ejerce sobre los cristianos de
hoy, singularmente algunos clérigos. Es éste uno de los aspectós
más
-curiosos de la presente crisis que atraviesa la Iglesia. Asis­
timos
- mundo, que se manifiesta de mil maneras.
Y
¿ delante de qué mundo se arrodillan algunos? ¿ Del mundo
tornado en su realidad óntica
en sus estructuras naturales y tem-
(9) lb.
(10) Pá.g. 26.
726
Fundaci\363n Speiro

TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
porales? Sí, de ése, desde lt1~go. Pero tomado así a solas, ¿puede
nadie caer verdaderamente de rodillas ante el mundo,
ni el mundo
de
la ciencia, ni de los astrónomos, ni de los geólogos, ni de los
etnólogos, ni de los sociólogos, ni de los industriales, ni de los
técnicos, ni de los sindicalistas, ni de los hombres-de Estado? De­
jémonos de monsergas. Ni el puro ni el mero hombre de Estado
se arrodillaron nunca ante ese mundo.
"Que muchos cristianos se arrodillan hoy delante del mundo,
es un hecho que se nos mete par los ojos. Y esto es lo que nos
interesa ante todo considerar. Ver de qué mundo se trata entonces;
en otros términos, averiguar qué es
lo que tienen esos cristianos
en la cabeza, en qué piensan al comportarse así,. si es que piensan,
pues la mayor parte piensa poco y confusamente. Esta sería una
segunda cosa a considerar.
¿ Qué es lo que vemos, pues, en torno nuestro? En amplios sec­
tores del clero y del laicado, aunque es el clero quien da el ejemplo,
basta que se pronuncie la palabra mundo para que un arrebato ex­
tático se dibuje·en los ojos de los oyentes. Y viene luego toda la
secuela de expansiones necesarias, de compromisos necesarios así
como de fervores comunitarios, de presencias, de aperturas con las
alegrías consiguientes. Cuanto huele a ascesis, mortificación y .pe­
nitencia queda naturalmente descartado" (11).
No hablemos del exceso de aparato estadístico y cientificista,
que con sola técnica y psicología quiere renovar el mundo de la teo­
logía y de la vida, arrumbando no ya únicamente prácticas ruti­
narias o que nada dicen a los hombres de hoy, sino también tra­
dicionales, llenas de la más alta sabiduría
y vivas siempre, a pesar
de su aparente esclerosis. Aludo singularmente a las humildes y
nobles disciplinas de eso que todavía se llama, alguna vez, vida
espiritual.
Algunos de mis amigos
-es Maritain quien viene hablando­
.se afligen del fenómeno. Y o les recuerdo el proverbio chino que
he puesto como lema de este mi libro, a saber: no tomes nunca
(11) Pág. 86,
727
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
demasiado en serio la estupidez. Y afiado por mi parte que a mí
me impresiona sobre todo la
granujería de un espectáculo del que
me está permitido regocijarme un poco.
Cosas
tristemente regocijantes.
En efecto, ¿ cómo no va a ser regocijante eso de imaginarse nu­
m~rosas familias cristianas inclinadas con devoción, no ya sobre
el Combate espiritual, sino sobre tratados de Sexología? ¿ Cómo
no reírse al pensamiento de un monasterio mejicano que, a impul­
sos. de
un celo incontenible de pionero, hace que se psicoanalice
toda la comunidad, con el resultado, bien previsible, de bastantes
afortunados matrimonios; o de nuevas
familía-s cristianas cuyos
hijos se desean psicoanalizados
para explicarse el trágico suceso
que les
hizo_ salir del paraíso intrauterino?
Y no deja de ser también
muy entretenido imaginarse a su­
periores de casas religiosas o rectores de seminarios, a maestros
y
maestras de novicios, o a sujetos formando parte de una élite de
iniciados, tomando en serio y con calor notas en cursos de psicolo­
gía dinámica
para prepararse a los test de proyecci6n, al Rorschach,
al sicodrama
de Moreno, y así adquirir un poco de esa ciencia del
com,P'ortamiento humano, para ~consejar a las almas que les son
confiadas;
o, si el caso lo requiere, enviarlas al psicólogo que, ése
sí, sabe a ciencia cierta:
Domine, quid me vis /acere. Conseguirán
por ese camino
fo que no lograron por el de la vieja caridad.
Lástima que yo sea tan viejo
para poder. sentirme reconfor­
tado
por las nuevas generaciones, así amaestradas en los caminos
del Señor. Y no es que esté a mal ni con la
ps~cología ni con Freud,
aunque sí con algunos freudianos; es que despierta mi vis cómica
ese tropel de personas consagradas a Dios que corren alocadas a
hacerse endocrinar con el más piadoso de los entusiasmos, siquiera
sea
el menos científico.
¿ Quién sabe? A lo mejor este maremagnum es necesario para
que cesen ciertos rutinarismos absurdos y uno sepa guardarse de
riertos errores que podrían evitarse con un J.XlCO más de -inteligen­
cia y
un poco más de atenci6u y de compasi6n frat~mas.'
728
Fundaci\363n Speiro

TESTIMONIO DE. UN HIJO DEL SIGLO
Por lo demás, ciertos conocimientos psicológicos elementales,
que han llegado a ser hoy ~osa de dominio común, bastan para
ver claro en el caso de aspirantes a la vida religiosa o a la vida sa­
cerdotal,
Lo malo es que algunos sueñan con más. Sueñan con que así,_
mejor que no con el Evangelio y el amor de caridad, se conseguir~
que una comunidad se consagre al servicio de Dios y del projimo.
Se trata de fabricar cort técnica almas dedicadas a ese servicio.
No
cabe duda que tales cosas pasarán como viu~ton. Y es
también
cierto que la Iglesia encontrará por iii ~ -tal vez
un poco
tarde-el modo y el medio para acudir a este peligro de
una nueva servidumbre debida al imperio
de la técnica. Al fin es
el cristianismo el que tiene la clave de la exacta interpretación de
la persona humana.
Si de la sexología y
el psicoanálisis pasamos al campo de la
teología en boga, son

todavía más regocijantes las novedades que
nos ofrecen
'1os maestros de la nueva Reinterpretacíórt teológica".
En una revista muy conocida en los Estados Unidos se hacía
la recomendación de un libro debido a
la pluma del Padre Schoo­
nenberg,
al que se saludaba como genio creador. Me pnlcuré en
seguida ese libro: Man and Sin. Y confieso que me procuró un
regocijo
del todo particular. Según él, la Iglesia nos ha hecho vivir
y
ha vivido del cuento a propósito del pecado original. El Padre
Schoonenberg pone remedio a todo sustituyendo
la doctrina Úa­
dicional de la Iglesia con la reinterpretación que propone a base
de reemplazar "un cuadro estático por otro evolutivo e_ históric.o".
El pecado original no es más que a bein!l-in-situation. La doctri­
na de la gracia y toda la sotereología cristiana recibe; en manos
del Padre Schoonenberg, tal tratamiento que ni la madre que la
parió puede conocerla. Digamos simplemente, para ser corteses,
que todo ello pone chistosamente en situación de soñante despierto
al profesor de teología dogmática del Centro Catequístico de Ni­
mega (12).
(12) Cf. págs. 2Z3-Z33.
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BERNARDO MONSEGU, C. P,
Duro juici'o contra Teilhard y el teilbardismo.
Maritain no
sólo es sarcástico, sino también terrible y expedi­
tivo en el juicio
que hace de ciertas corrientes teológico-filosóficas
hoy muy en boga; corrientes de las que se dejan arrastrar no po­
cos clérigos, a los que
el agua pura de la filosofía aristotélico-to
mist_a, que-la.Iglesia estima sobre todas las demás, les causa una
como náusea.
"El juicio que merecen -dice---los trabajos de renovadores
que tratan de acomodar la teologla al guiso teilhardiano o al fe­
nomenológico, no es dificil de .pronunciar: son trabajos de una fa­
tuidad asombrosa al servicio de los ídolos del tiempo. Por efímeros
que sean, estos benditos trabajos amenazan con .desconcertar por
completo la conciencia cristiana y la vida de la fe; y en lugar del
verdadero fuego nuevo que está reclamando nuestra edad, no nos
traen más que el hnmo de una madera podrida, que no llega ni
a dar llama. Estos pretendidos renovadores de que hablamos
son
unos infortunados retardatarios, que _querrían retrotraernos al
punto cero para volver a rehacerlo todo de nuevo; quieren que
nuestro pensamiento vuelva a desandar lo andado durante siglos,
para empezar de nuevo con los tanteos y pinitos
de la infancia;
pero de una infancia, claro está, moderna, entrenada en los mi­
todos audiovisuales y hecha a teclear sobre una máquina de escri­
bir. Ignoran que ésa no es manera de progresar" (13).
Sería de desear
--añade--que teólogos serios se tomasen el
trabajo de refutar tales asertos, confundiendo la estupidez, elevada
al cubo, de estos retardatarios balbucientes. Pero quizá ello ha sea
lo más recomendable, porque suele ser tiempo perdido, como
decía León Bloy, ponerse a discutir ni combatir
de frente lo que
es como una "crecida extraordinaria de mentecatez".
Acaso
lo mejor fuera que, CJ:?n sabiduría teológica, teólogos
auténticos se dedicaran a
ir co!tando ·1a hierba bajo los pies de
esos
vanos doctores, ensayando una renovación auténtica de la
(13) Pág, 234.
730
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TESTIMONIO DE UN HlfO DEL SIGLO
problemática de la fe allí donde ello sea necesario, pero con una
fidelidad absoluta a
las verdades adquiridas de la fe. Abrir nuevos
horizontes, sí, pero sin el prurito imbécil de querer ponerlo todo
al gusto del día, sino con el afán serio de ahondar en la profun­
didad de un misterio que jamás acabaremos
de investigar comple­
tamente (14).
Es el olvido de las conexiones que rigen entre el mundo y el
Evangelio y de lo que el mundo de los humanos viene obligado a
hacer para ser fiel al Evangelio, así como de lo que el cristiano
debe por su parte hacer,
y más si es sacerdote o religioso, para
conseguir que los hombres que hacen el mundo se ajusten a lo
que pide el Evangelio, lo que hace que se incurra en esta idolatría
mundana que hoy padecemos. Contra ella habla todo
el espíritu
del Concilio, cual se refleja en los textos conciliares.
Nace en parte este olvido o, acaso con más precisión, es impu­
table esta adoración a esa falsa filosofía y mucho más falsa teo­
logía ( cuya más aberrante expresión es el teilhardismo, que Mari­
tain combate resuelta y duramente) (15), que resuelve en cosa
mundana el mismo reino de Dios, haciendo del mundo mismo
-de momento en devenir y virtualmente, pero al fin en acto y de­
claradamente---el Cuerpo Místico de Cristo (16).
¿ Qué otra cosa cabe esperar de un sistema cuyo punto de par­
tida es la identificación de la materia y el espíritu, que identifica,
en
el desarrollo, Vida y Conciencia, con mayúsculas, que pone, en
el término, la identificación de Cristo y el Cosmos en evolución,
orientándolo todo hacia un punto Omega
en que el Devenir acaba
por la identificación de
la Creación y el Creador, según acaba de
recordarnos Marce! de Corte?
Y
o, dice Maritain, encontré más de una vez al P. Teilhard de
Chardin. Y tengo que lamentar que
le gustase asesorarse poco de
buenos filósofos y teólogos. Como lamento, y
en esto me acom­
paña Gilson, que padeciese una ignorancia absoluta de
la teología
del Doctor Com:munis. Es éste un misterio que no nos explicamos.
(14) Págs. 234-235.
(15) Págs. 173-187.
(16) P~. 90.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
Creo que en los orígenes de su pensamiento está una intui­
ción poética del valor sagrado de lo mundano, así corno
un gran
sentimiento de lo divino en medio del mundo. Basta recordar su
texto de la Miisa solne el mundo. Intuición que quiso concordar
con la fe en un Dios Trino y Uno y un Verbo Encarnado, metién­
dolo todo en el saco de la gran Evolución cósmica, con su epicen­
tro el Cristo cósmico. Pero su déficit de filosofía y de teología le
llevó a unir mal por no saber distinguir bien.
"La teología telihardiana no es otra cosa que una gnosis cris­
tiana más, entre tantas como ha habido desde Marción a esta parte,
y por tanto no es más que una gran fantasía teo"tógica", dice Ma­
ritain. "Encontramos en ella todas las características del género :
una perspectiva cósmica de todos los problemas, o, acaso mejor,
una perspectiva cosmogénica. Ahí tenemos la materia cósmica, un
Cristo cósmico,
y, dado que éste es el centro físico de la creación,
nos hallamos frente a un Cristo esencialmente evolucionador
y
humanizador, · brevemente: Ull' "Cristo universal" explicando el
misterio universal que es la Encarnación", escribe Gilson, cuya
palabra y pensamiento se apropia Maritain.
Todo son
afin:naciones gratuitas, y lo más que puede encontrar
uno en las especulaciones teilhardianas son bonitas
y poéticas
perspectivas
y algún que otr~ dato científico curioso. Pero, "en
punto a doctrina, nos hallamos en los dominios de la Gran Fábula;
siendo ésta la palabra más a propósito y la menos ofensiva para
oídos piadosos que
es posible encontrar. El teühardismo (y bauti­
zo con este nombre la ideología elaborada
y pregonada por los
adeptos y
la gran prensa al sevido de Teilhard), si es una doc­
trina en ellos, lo que hay que calificar tan dui-amente como se me­
rece, en Teilhard mismo fue esencialmente una experiencia perso­
nal, casi
~iría incomunicable, aunque él tratará por todos los
medios de comunicarla".
Se trata de un met1JCristianismo, del que Teilhard le hablara
un día a Gilson en Nueva Y 011k, y que éste juzga, y con él Mari­
tain, de andadura inversa y contraria al seguido por el cristianismo
(17) Pág. 188.
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TESTIMONIO DE UN HITO DEL SIGLO
auténtico en sus orígenes y en su historia. Asistimos a la trans­
posición total de la cristología "généralisation dn Chris-Redemp­
teur
en un véritable Christ évoluteur". Con el agravante de que
se trata de hacer del Cristo mismo histórico el Cristo cósmico.
Es la gran únagina'Ción fabulatriz que todo lo reduce a una
concepción
puramente evoluli,va, poniendo el devenir donde está
el ser, y donde toda esencia o naturaleza estable queda desvane­
cida. Si el Verbo se hizo historia es porque antes fue parte del
cosmos en evolución; antes encosmizado que encarnado. Si se
hace hmnbre es porque antes fue mundo (18).
Nefastas consecuencias de] teilhardismo.
De esta teología teilhardiana, que es en realidad la negacmn
de toda teología, tan encarnada en la materia y el mundo, ha na­
cido en
parte y en su elemento más conceptual esta temporaliza­
ción, esta cronolatría, este mundanismo que hoy lamentamos.
Y teniendo en cuenta, por una parte,
ese olvido, antes indi­
cado, de la consid~ración del mundo en sus relaciones de contraste
con el Evangelio, de oposición incluso a las máximas del Evan­
gelio; y, por otra, estas filosofías o teologías modernas, que no
respetan
ni el sentido común ni aceptan -la Revelación, tal cual
la auto,ridad de la Iglesia la propone, es como uno comprende
-dÍce Maritain-por qué hay tres cosas de las que un predicador
inteligente hoy no debe hablar jamás, y
en las que hay que pensar
lo menos posible, aunque se reciten cada día en el Credo. ¡ Tiene
éste tantos mitos y puede uno tan fácilmente, aunque lo rece en
francés, pasar por él sin reflexionar!
La primera cosa que hay que dejar en la sombra es, desde
luego,
el mundo del más alla, pues que no existe.
La segunda cosa que hay que dejar en la sombra es la crucz,
pues no es más que el símbolo-de los sacrificios momentáneos que
hay que imponerse por el progreso.
(18) Pág. 191.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
La tercera cosa que hay que dejar en la sombra, que hay que
olvidar,
es la santidad, pues el abecé de ésta supone que, en el
fondo del alma,
el santo, aunque esté metido en el mundo y se
ocupe de cosas mundanas, establece una ruptura radical con éli
entendido en el sentido evangélico de la palabra, y con el falso
.dios
de este mundo (claro que le dicen mítico), "el Emperador
de este mundo".
Todo ello -es triste y es· terriblemente contrario a lo que el
Concilio
ha enseñado y ~ lo que la Iglesia nos ha enseñado siem­
pre y nos seguirá enseñando hasta el fin de los tiempos. Es la
gran traición moderna contra Dios e incluso contra el mundo
mismo -añade Marita_in-. El mundo se salva si se le pone a
los pies de Cristo; se pierde si se rebela contra Cristo. Y el es­
píritu mundano es adversario del espíritu de Cristo porque nada
odia más que la cruz de Cristo. Contra la lección de la Iglesia y
de los Santos nada valen ·estas teorías modernas que consustancia­
lizan a Cristo con el mundo. Es la gran fábula de nuestro tiempo.
No hay disculpa que valga.
No vale invocar, para justificar los excesos exegéticos, teo­
lógicos, ascéticos
y litúrgicos que está cometiendo el neomoder­
nismo (en aras de nn aggiornamento mal entendido), el anquilo­
samiento, el apego al
statu quo_. el rutinarismo y formulismo· que
se
imputan a un integrismo más o menos larvado predominante
en pasados siglos y aun quizás en parte del nuestro. Un abuso
no se corrige con otro mayor. Y la dirección ahora tomada por
cierto sector de la teología y de la vida católica es cien veces más
equivocada y peligrosa que la que se trata de corregir. Basta tener
ojo a la cantidad de inepcias teológicas, filosóficas y exegéticas
con
que nos atormentan hoy dia los oídos (19),.
La comprobación de abusos anteriores no sirve de excusa en
modo alguno a este desbordamiento neomodernista, que es into-
(19) Pág. 237.
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
lerable por la fatuidad, la flaqueza y la relajación de espíritu que
revela. Esto basta para ~obar que la estupidez y la intolerancia
tienen siempre en la
J.?storia humana dimensiones parecidas, si­
quier cambien de
catnpo y se pongan bajo signo contrario. Si uso
la palabra
intolerancia es porque compruebo la acritud y el me­
nosprecio que muestran estos "avanzados". hacia quienes no ca­
minan a su paso. Aunque me ha tocado sufrir mucho
por parte
de los integristas,
ello no me ha impedido conservar mi razón lo
suficientemente libre de traumatismos y resentimientos para. no
inclinarme del lado Fe este movimiento pendular de que se _dejan
llevar tantos de mis queridos contemporáneos (20). Maritain, que
acentúa con fuerza la existencia de una crisis neomodemista en
la Iglesia de hoy, no está menos seguro de que todo ello terminará
en mayor bien de la Iglesia.
Por lo que toca a la teología, c,:stas corrientes "conjeturalistas
e imaginarias pasarán como vinieron, lo mismo que las vanas es­
peranzas, a que antes aludíamos, depositadas en las técnicas psi­
cológicas". Volverá a resurgir 1a teología tomista, aunque ello
requiera
un poco de tiempo, y estoy seguro que también la Orden
de Santo Domingo superará su presente crisis, con tal de que
aquellos
de sus miembros que ven claro se dejen intimidar un
poquito menos por las grandes vedetles et les chers étudiants (21 ).
En lo concerniente a esa actitud como de adoración o de ge­
nuflexión ante el
mundo de que dan muestra tantos cristianos _de
hoy, singularmente clérigos, Maritain piensa que es tan aberrante
y trae tal tufo de engreída vanidad y embriaguez sensorial que no
es posible que dure mucho tiempo.
A su juicio, aquel como desprecio maniqueo hacia el mundo y
sus cosas, secuela
de una concepción pelagiana y jansenista a un
tiempo de la vida cristiana, que predominó en el comportamiento
ascético
de los cristianos en siglos inmediatos, era mucho menos
pernicioso y deletéreo que
esto que ahora lamentamos.
En primer lugar, la versión negativa y prohibitiva del cristia-
(20) Pag, 238.
(21) fág, 239.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
nismo entonces imperante, con fórmulas prácticas de absentismo
y huida del mundo para evitar el pecado,, tenía como contrapeso
el que se hacia con sentido cristiano, W=do el apoyo de los ·
santos, cultivando prácticas piadosas y conservando un cierto equi­
librio psicológico que no les quitaba el
gusto por un mundo del
que se les decía tanto mal. Con novenas y ftadaciones de misas se
esperaba salir luego pronto del purgatorio
per el exceso de afición
a las cosas terrenas, y con una fe sólida y
sin problemas sobre la
omnipotencia misericordiosa
de Dios se contaba de antemano con
la seguridad de ponerse en paz con
El al último momento.
En segundo lugar, esa especie de maniqueísmo práctico que
imponía continuamente renuncias, huidas -o inacción frente al
mundo visto con tan malos ojos, quedaba muy en la superficie, no
stlponía errores doctrinales de fondo.
Ahora, en cambio, la cosa es mucho más grave y preocupante.
El parásito externo se ha convertido en un virus interno que ataca
la sustancia misma de la vida cristiana, de la fe incluso. El error
práctico se convierte o hace simultáneamente error doctrinal. Y,
aprovechando el contexto actual de una civilización ciencista y
tecnificada, reñid.a con la religión cristiana, el virus se ha trocado
en una epidemia de mundanismo y mundanización, que va de las
ideas
·a las costumbres, de las costumbres a las ideas, verdadera­
mente alarmante y estremecedora.
Ya no es frente a una aberración vergonzante y larvada -que
nos encontramos, sino frente a una aberración clamorosa y arro­
gante, mucho más peligrosa que la primera.
Apelarse para justificar nada de esto al espíritu del Concilio
es otra patochada y otra traición al Espíritu Santo que nos ha
dejado su voluntad expresa en los auténticos documentos co!l­
ciliares.
"Yo opino -escribe Maritain-_que esa gnosis teilhardista
y
su esperanza de un metacristianismo han recibido del Concilio
un golpe demasiado duro. Porque, ~n fin de_ cuentas, poco importa­
ba que Marx a Engels hegelianizaran a su manera; per9 qµerer
que el cristianismo se rehaga de manera que ya no se inserte en
la
Trinidad y en la Redención, sino en el Cosmos en evolución, es
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
cosa completamente distinta. A conseguir esto no basta el esfuerzo
de ningún teólogo, ni de ningún místico, ni de ningún investigador
sesudo, por más grande que se le imagine; no basta ni siquiera un
taumaturgo. Semejante empresa es de la exclusiva: competencia
de aquella a la que confesamos en el Credo la U nam, sanctam ca,.
tholicam et a,postol;cam, la Iglesia que enseña el cristianismo, que
no es ni "mejor" ni peor.
Esto quiere decir que para conseguir eso se necesitaría un
Concilio, el que tal vez algunos teilhardistas esperaron cuando
·el pasado se anunció, esperando, si no una confirmación::dogmá­
tica de su Cristo cósmico (cosa evidentemente excetiva):., sí al
menos u~ voz de aliento, aunque no fuera máS que un-simulacro
·Pero leed los textos del Concilio, miradlos con lupa, lll' halla­
réis ni la sombra de una sombra de aliento a semejante doctrina.
Con imponente tranquilidad, el Concilio ignoró
de punta a cabo,
de un modo absoluto,
ese gran esfuerzo hacia un cristúmismo
mejor.
Nada de más clásico que sus dos Constituciones dogmáticas.
Si los partidarios del teilhardismo no están, en las nubes, compren­
derán algo de lo que esto significa para ellos. Tienen que esperar
a otro Concilio, y a otro Y a no sé cuantos más. O, si se impa­
cientan
mucho, ¿ acabarán por constituirse, ---como ya lo hicieron
un día Marcion y sus discípulos.--en secta· aparte, con riesgo de
hacer salir del sepulcro al mismo
Padre Teilhard para que los ana­
tematice? No
se trata de una broma" (22).
La lástima es --dice en otro lugar-que los textos del Concilio
son poco leídos y que a la Iglesia se
la conoce muy mal. Ni sus
caminos ni el término de los mismos son propiamente de este
mundo, aunque vayan por el mundo. Por eso hay que andarlos
de modo más espiritual, apoyándose más en las realidades divinas
que
en las terrestres. Cruz y contemplación, las dos cosas que hoy
desgraciadamente -tan poco se aman.
(22) Pág. 185.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
Vana apelación a la misión temporal del cristiano.
Se quiere justificar todo esto en nombre de la misión temporal
del cristiano, misión que nosotros no negamos, pero que no puede
entenderse··sii10 sobre la línea de ganar o de reconquistar el mundo
para Cristo, metiéndole en los carriles del Evangelio, deificando
más que:humanizando, trabajando más por la ciudad de Dios que
por la
ciudad del mundo, sobrenaturalizando y no naturalizando,
abraz~dose con la cruz y el sacrificio y no pretendiendo evacuar­
los completamente de nuestra vida y de nuestro mundo .. No hay
mejor
solfa! de la carencia de todo auténtico sentido cristiano en
nuestro contacto con el mundo que rehuir ser contraseñados cqn
la crur. de Cristo.
"Cuando Santiago nos dice ~reitera Maritain-que !lo de­
bemos ser OJmigos del mundo~ no quiere decir de ninguna :manera
que renunciemos a nuestra misión temporal. Ella misma supone
que nosotros no seamos amigos
del mundo, en el sentido en que el
apóstol entiende esta expresión, pues la misión temporal del cris­
tiano es la de estar pronto a sacrificar su vida para conseguir que
entre en el mundo algo de ese Evangelio y de ese reino de Dios
y de Jesús que
el mundo detesta y de cuyo aguijón tiene tanta ne­
cesidad. Cuando San
Juan nos pide que no amemos al mundo y
sus cosas, no entiende prohibirnos amar lo que es bueno y digno
de ser amado en el mundo, sino la amistad con el mundo en cuanto
contrario al Evangelio y a Jesucristo que tiene en vista (23).
Una cosa es llevar el mundo a la consecución de sus fines natu­
rales ( que sólo
relativa,m,ente son fines últimos, o los últimos en
un orden dado), explotando sus recursos, haciendo que el hombre
se enseñoree de la naturaleza con su técnica y procurando el logro
de la autonomía humana para que el hombre no quede esclavizado
bajo las fuerzas físicas del universo, sino que llegue al más amplio
y libre despliegue de su potencialidad humana; y otra muy distin­
ta dejarse llevar por el mundo, perdiendo de vista el fin sobrena-
(23) Pág. 65.
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
tural y supramundano a que estamos ordenados; y, por la misión
temporal, dejar incumplida nuestra misión
eterna.
Nunca fue tan necesaria como hoy la misión temporal del cris­
tiano, de cada cristiano individualmente, tomado o agrupado como
miembro del cuerpo eclesial.
Bajo el régimen sacro de la cristian­
dad medieval, las estructuras socio-políticas de contextura cristiana
dispeusaban de
una acción temporal de matiz pronunciadamente
social o público.
En el orden social y político, casi todo se lo daban
hecho. Bastaba con que cada cual diese ejemplo de vida cristiana.
Hoy no basta con eso.
La moderna configuración laica de la sociedad y de los Es­
tados con una civilización moderna, en la que la técnica y la ciencia
ocupan
el lugar que antes tenían Dios y su Iglesia, el cristianismo
no puede contar apenas con
la ayuda de las estructuras sociales
y políticas
para mantenerse y crecer. Todo depende de él, y él
debe sacar fuerza de sí mismo y del empeño puesto por cada uno
de los cristianos en su esfera de acción .
. Por lo tanto, nuestra· circunstancia histórico-social obliga a
todos los cristianos a tomar más viva conciencia de
su· misión tem~
poral, considerándola como una expansión de su vocación espiritu.11
en
el reino de Dios y a su servicio. Y, i ay -del mundo si el cris­
tiano aisla y separa su misión temporal de
su vocación espirituaL
(24).
Es la acentuada distinción entre las cosas que pertenecen a
César y
las que pertenecen a Dios, distinción_ que -el cristiano debe
respetar,
lo que exige de él incluso que cuanto más fondo se da
a la acción temporal menos comprometa en ella a la Iglesia: Pues
ésta misma,
aun haciendo lo que está en su mano, sin salirse de
su esfera propia, que es la espiritual, para ayudar desde arriba al
mundo a salir de sus apuros peculiares, cifra
su honor en ·mante­
nerse incólume de
·todo mundanismo, en salvar a toda costa la
autonorhía de lo espiritual respecto de lo temporal, y así quiere
que sepan comprenderlo,
para su mayor bien, tanto cristianos co­
rno no cristianos. ¿ Podrá nadie, en consecuencia, escandalizarse de
que, haciendo honor a su naturaleza
y misión, tanto el cristiano
124) Pág. 69.
?39

Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONS,EGU, C. P.
cómo la Iglesia,. rehusen hacer del cristiano una especie de agen­
cia teocrática al servicio del bienestar temporal, de la paz uni­
versal, de la subida de salarios, del alquiler gratuito y del plan
para cada uno? (25).
Por. lo demás, unir sin confundir, servir sin quedar absorbi­
do,
es c_osa que el cristiano en este terreno no puede conseguir
sino a base
de mucho amor a la verdad, que debe anteponerse
siempre a
la eficacia (cosa que hoy desgraciadamente se hace
a
la inversa), y de mucho espíritu de sacrificio. No es poco el
que supone esto de que los mundanos no comprendan, a menudo,
y hasta desdeñen una postura y unos valores que nosotros es­
timamos al máximo, materializados como están (26).
Cómo entender la misión temporal del cristiano·.
La misión temporal del cristiano no justifica nada de lo que se
hace con detrimento de su misión eterna, de su mejoramiento es­
piritual. Ni lo justifica en el simple cristiano, ni todavía menos en
el clérigo o religioso.
Es natural que hablando de misión temporal nos refiramos
ante todo a los laicos. Esa misión es exigencia propia de ellos.
Puede que un clérigo se ocupe personq,lmente de las cosas. del
siglo,
pero eso no es exigencia de su función. Por lo demás, dicho
sea
de paso, a no ser que se trate de un Richelieu o un Mazarino,
los clérigos se
ocupan de la cosa temporal mucho más torpemente
que los segl.ares. Pero aun tratándose de seglares, éstos no deben
olvidar,-
en primer lugar, que son cristianos, miembros del Cuer­
po Místico, que es la Iglesia y, en consecuencia, no pueden nun­
ca desconectar su acción de su referencia al reino de Dios. Deben
por tanto, obrar en cristiano, y por el tiempo no deben poner en
juego imprudentemente la eternidad.
En segundo lugar, bueno será notar que, aun siendo la acción
(25) Pág. 125.
(26) Pág. 125.
740
Fundaci\363n Speiro

TESTIMONIO .DE lJN HIJQ DEL SIGLO
temporal, sobre todo la proyección social o pública, inCU1)1ben~ia
y exigencia del estado seglar, no es, sin emba.rgo, asuntQ de todos
los seglares, i qué va!, sino sólo de aquellos que, pot ~zón d~
sus dotes o inclinaciones particulares sienten hada elia lo que po:-.
dríamos denominar vocación próxima .. Vocación que. SUJ?C>lle a,de-:
más una sólida preparación interior (27).
Hay quien opina hoy -que la vocación del laico es µn<:1-_voca­
ción puramente temporal o que el laico viene voqldo a ~upar­
se exclusivamente de la acción temporal. Nada de vid_a interior
ni de contemplación para
él. Se vuelve por otro camino a algo
que
ya pensó equivocadamente Melchor Cano. La misión ei siva del laico -- del mundo, ésa es su vocación; "vocación sagrada que lleyará aJ
mundo, gracias, sobre todo, a la misión mesiáni~ del .proletariado,
al término supremo en que será plenamente. humanizado en Cristo,
se intalará el reino final de la justicia, de
la paz y de la plena
expansión humana,
cosas que identifican con el definitivo -adve­
nimiento del reino de los cielos" (28).
Cuando hay profetas que llegan de tal
manera a confundir lo
que pertenece a Dios y lo que· pertenece al César, en nombre de
la misión temporal del cristiano y de la promoción del proletariado,
hay que empezar a pensar que
se trata de falsos profetas (29):
No obstante, su presencia puede sernos útil, pues nos obliga
a clarificar ideas y deslindar posiciones o posturas. Ellos
son los
que nos obligan a
preguntar en qué. sentido hay que tomar esa
"misión de transformar el mundo" que envuelve en .una misma
fórmula equívoca verdades y errores capitales.
A transformar
espiiritualmente el mundo por medio del Evan­
gelio,
con vistas a su fin último, la parousía y eLtriunfo del reino
de
Dios en la gloria de los resucitados, eso: saben .todos .los cris­
tianos que
es su vocación.
Pero de 1a transformación de que hoy se trata es cosa mu..y
(27) Págs. 69-70 ..
(28) Pág: 289.
(29) Págs .. 289 y sigs. ·
741
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
distinta. Ahora lo que se predica como vocación de todo cristia­
no es la transformación temporal, del mundo con vistas a un fin
que, lejos de ser 10· que un cristiano tiene por fin último, es -.sim­
plemente el bienestM de este mundD de aquí abajo llevado a su
total despliegue; y
para colmo de_ esa misión temporal trans­
formante se hace consciente y expresa un deber.
Se puede decir que desde el hombre primitivo hasta esto que
llamamos edad moderna,
la noción explícita de semejante misión
y semejante deber no había apeuas jugado papel en la historia.
Si puede hablarse de un esbow de la misma en lo que se llama
prehistoria moderna, la hora histórira de semejante concepción de
la misión temporal del hombre cristiano-comenzó cuando Des­
cartes proclamó
que el hombre debía hacerse dueño y señor de
la no,iuraleza. A pesar de aquellas obras de misericordia que ocu­
paron largos siglos cristianos y que fueron preludio y prepara­
ción de esta moderna toma de conciencia sobr~ la misión temp,oral,
del cristiano, las condiciones históricas entonces no estaban ma­
duras, ni social, ni
clllturalmente, ni -tampoco espiritualmente,
para esa toma.
Esta se hizo posible gracias, en primer lugar, a la infiltración
entre cristianos de ese ateísmo mesiánico
que .es a la vez fruto de l_a
filosofía moderna y "la última herejía cristiana". De ahí el es~
pantoso-equívoco, cuyas consecuencias pagamos.
La misión de transformar el mundo temporalmente que in­
cumbe al
hombre fue Marx el primero en ponerla a clara luz. Pero
la puso mal, a causa de su ateísmo y de su hegelianismo a la. in­
versa, en el que toda la naturaleza se resuelve en el devenir y el
materialismo dialéctico,
y también a causa de su mesianismo fáus­
tico: existir·
es crear, la existencia precede a la esencia, -el hombre
se hace a sí mismo por su trabajo. En consecuencia, el hombre está
llamado a una obra titánica ( en pie los titanes de la tierra) que
le
hará señor del mundo, un como dios del mundo.
Paréceme --dice Maritain-que uno de los aspec~os del es­
fuerzo realizado
por Teilhard de Chardin fue -sin que él mismo
se propusiera deliberadamente tal
objetiv~ ei' d~ tuatar de .en­
derezar esa noción. Pero lo hizo mail a causa de. su ~volucio-
742
Fundaci\363n Speiro

TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
nismo, mny diferente del de Marx, pero de la misma radicalidad,
o más radical todavía; y a causa de su cosmización de Cristo y
del cristianismo, especie
de réplica del materialismo dialéctico, a
base de un mesianismo cosm.o-crístico. El hombre viene así lla­
mado a una obra de divinización por la que se cumplirá· plena­
mente y totalmente el destino del mnndo en la gloria del Resu­
citado, y la que
hará de él un como espíritu del mundo en Cristo
finalmente vencelor.
Yo creo que el empeño de la filosofía y de la teología de hoy
debe consistir en poner auténtico sentido cristiano en esta misión
de transformar temporalmente al mundo, presentada hasta el mo­
mento en perspectivas tan aberrantes. Y yo, viejo filósofo, que
conozco algo el terreno
y que estoy ya al fin de_ mis días, me
limito a pro¡xmer algunas ideas y hacer algunas distinciones que
juzgo
muy fundadas y terriblemente necesarias.
Hay que distinguir ante todo entre dos maneras que tiene el
hombre de .comprometerse en la cosa temporal trabajando en
el mundo frOr el bkn del mundo. De un modo incm,sciente viene
trabajando desde que
el mundo es mundo, y lo seguirá haciendo
mientras
el mundo dure. Es el primer plano de esa· acción, el que
constituye la tarea
ordmairin de la vida temporal.
El segundo plano lo constituye una tarea especiid en esa mi­
sión: transformar temporalmente el mundo, pero ahora asumido
conscientemente, como conviene a seres inteligentes y seres libres
Como
extranjeros en la tierra y ciudadanoo del cielo.
Los dos planos caen
bajo la mirada y la acción del hombre
cristiano. Como ciudadano de
1a tierra, el hombre, aun bautizado,
debe trabajar connaturalmente, inconscientemente, digámoslo así,
sin casi darse cuenta
de que es cristiano, ¡x>r el progreso de la
ciudad terrena. Y esto lo hicieron siempre los cristianos.
Pero como ciudadano de la ciudad de Dios, que es la Iglesia
al servicio del reino de los cielos, todo bautizado se ratificará en
su acción temporal al servicio del mundo, haciéndola todavía me-·
743
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
jor que lo que ya viene obligado a hacerla por su condición hu­
mana; mas ya con una conciencia cristiana, que no pierde de vis­
ta el reino de los cielos y se interesa porque todas las cosas sean
instautadas y restauradas en Cristo y según Cristo.
Dueño y señor de la naturaleza y de la historia, titán y divini­
zador del mundo, el hombre ~dice Maritain-no lo llegará a ser
nuncai por más esfuerzo;s que haga. Lo más que puede ser es un
obrero al servicio de la transformación del mundo, interuitniendo
en la naturaleza, siendo un factOr de historia, pero subordinado
siempre a un acontecer histórico y natural que rige una Provi­
dencia superior a él. Desde este punto de vista, la acción del hom­
bre es una
pieza más del progreso de la Humanidad y del mundo.
Por otra parte, el cristiano tiene que con-vencerse de que el
triunfo definitivo del reino de Dios sobre la tierra no se verifi­
cará jamás. Está reservado a otro mundo mejor y glorificado,
por cuyo advenimiento debe pedir y trabajar sin embargo. Pero
es una utopía pensar
en el triunfo definitivo acá abajo de la jus­
ticia
y de la paz y de la felicidad humana como términos de una
historia temporal. Eso equivaldría a pensar que llegará un mo­
mento en la historia en que ya no habría más ·que hacer, sino
sólo descansar y gozar.
La historia temporal tiende a un fin, desde luego. Por eso es
un progreso. Pero ese fin histórico no es nuestro fin último. La
perfecta feliddad natural del género humano, el fin de toda an­
gustia
de la criatura sobre la tierra, no lo veremos en el tiempo.
Porque
la tierra será siempre valle de lágrimas; mal y bien,
trabajo y dolor,
se darán cita en nuestra vida, y nuestra libertad
podrá usar siempre para mal o para bien
de los medios que el
progreso va poniendo a su disposición. La creación gime con do­
lores de
parto, pero la criatura de la que el mundo es gestante
no saldrá nunca de su seno. O
si sale será por un alumbra­
miento milagroso, merced al cual la gloria eterna del reino
de
los cielos interrumpirá el devenir terrestre (30).
Esto está en ,el meollo de la más profunda filosofía cristiana.
(30) Pá,gs, 295-296.
744
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
Y responde a una triste experiencia histórica. Y antes que Ma­
ritain, lo dijo San Agustín, lo dijo Santo Tomás y lo han dicho
todos los que, libres de los prejuicios rusonianos o marxistas, han
meditado sobre la condición de la naturaleza humana y han re­
cogido las lecciones de la historia. Santo Tomás recuerda
el dicho
de Aristóteles de que ut plurimum o ut pluribus, hominibus malum
mdetur
esse. El hombre se halla inclinado al mal. Y naturalm el mal reinaba siempre sobre la tierra, pese a nuestros esfuerzos
por hacer de la misma un paraíso.
Como un día Jesús en el Pretorio fue pospuesto a Barrabás
y su verdad no fue recibida por los más, así acontecerá siempre.
Es ley de historia y de naturaleza humana. Las palabras de Jesús,
apostrofando a los judíos que no quisieron recibirle, y echándoles en
cara el que se buscasen más a sí que la gloria de Dios, nos dan
la clave .-decía Donoso Cortés---de los éxitos que a menudo
acompañan al error y la impostura con mengua de la verdad y
la virtud. "En aquellas palabras está como encerrada la historia,
con todos los escándalos, con todas.
las herejías, con todas las
revoluciones.
En ellas se nos declara por qué, puesto entre Ba­
rrabás y Jesús, el pueblo judío condena a Jesús y escoge a Be­
rrabás; por qué puesto hoy el mundo entre
la teología católica y
la socialista, escoge la socialista y deja la católica; por qué la
dos discusiones humanas van a parar a la negación de lo evi­
dente y a la proclamación de lo absurdo" (31}.
Si se tiene fe -dice Maritain-hay que escuchar la revela­
ción de la Iglesia, cuyo depósito le
ha sido confiado. Y esta re­
velación nos obliga a no confundir los dos órdenes de finalidades
poniendo como blanco definitivo de
la misión temporal del cris­
tiano el triunfo definitivo del reino de Dios sobre la tierra en de­
venir constante. Eso no accmtecerá sino a costa del sacrificio
de
lo temporal, a fin de que surjan cielo y tierra nuevos.
Combatir temporalmente, aun a costa d~ la propia vida, para
que triunfen en la tierra la justicia y el bien es deber moral de­
todo cristiano. Pero que no sueñe con ver definitivamente eli-
(31) Donoso Cortés, Obras oompletc,s, l}ág. 381, tomo II.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
minado el mal y triunfante el bien. Ya es bastante con que se
obstaculice y ,disminuya el mal acelerando el progreso del bien.
He ahí la misión propia del cristiano: luchar por la causa del bien
y de Cristo en un mundo que está puesto en. el mal y que no
quiere recibir a Cristo.
Consciente de que
el mal triunfa por lo común naturalmente
en el mundo, el cristiano se ayudará de los medios sobrenaturales
para fortalecer su acción temporal al servido del mundo sin tem­
poralizarse ni incurrir
en· un _naturalismo que desconoce los ver­
daderos fines del hombre sobre la. tierra. Sin la ayuda de la gracia,
aun las esperanzas terrestres del hombre que cree en el Evan­
gelio quedarán frustradas.
"Los fines mismos de la misión temporal del cristiano, que
no deben nunca confundirse, por lo demás, con la venida defini­
tiva del reino de los cielos,
ni. con la consecución del término
final imaginario en que culminaría el devenir terrestre, aunque
sean posibles de suyo (no son, en efecto, una ilusión),
no serán,
sin embargo, conseguidos, de hecho, jamás de una manera defi­
nitiva y plenamente satisfactoria acá abajo. Los que luchan por
ellos saben que serán siempre combatidos, no. tendrán más que
éxitos muy discutibles y abundarán en fracasos. Pero lo que
hagan,
lo harán bien, si lo hacen con sentido cristiano" (32),
Quien haya leído a Donoso no dejará de notar aqní las re­
sonancias de las ideas de nuestro gran tribuno, singularmente las
recogidas en sn carta de 26 de mayo de 1849 a Montalembert,
donde
trata la cuesti6n de c6mo el catolicismo enjuicia la gigantes­
ca lucha hist6rica entre
el bien y el mal o, como San Agustín
diría, entre la ciudad de Dios y
la ciudad del mundo.
Para Donoso, quien afirma el triunfo natural del mal sobre
el bien, y por otra, el triunfo sobrenatural de Dios sobre el mal,
no hace otra cosa que reducir a una fórmula breve y comprensiva
los grandes. principios del catolicismo y recoger también nna gran
lecci6n de la historia. Y él tenla como evidente que ut plurimum
et in pluribus el mal triunfa sobre el bien. Lo que, sin embargo,
(32) Pág, 2'!1.
746
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TESTIMONW DE UN HIJO DEL SIGLO
no prueba nada en favor del mal, ni dispensa tampoco de seguir
luchando
por la causa del bien. "Y, no se diga que si el venci­
miento es seguro, la lucha es exc1:1,sada; porque, en primer lugar,
la lucha puede aplazar la catástrofe, y en segundo lugar, la lucha
es
un deber y no una especulac~ón para los que nos preciamos
de católicos. Demos gracias a Dios
de habernos otorgado el com­
bate
y no pidamos sob1-e la gracia del combate la gracia del triun­
fo a aquel que en su bondad infinita 'reserva a los que combaten
bien
por su causa una recompensa mayor que la victocia" (33).
Para superar riesgOB y peligros.
Es interesante hacer notar que la misión temporal propia del
laico cristiano
y entendida según los postulados cristianos ( que
obligan a ocuparse
de lo temporal S2 perder de vista lo eterno, sobrenaturalizando,
no desnaturalizan­
do
_ni siquiera naturalizando) comporta sus riesgos y peligros.
Y esto exige dos cosas que han de tenerse muy en cuenta:
primera, que
el laico cristiano no se fíe de sus fuerzas naturales
ni de sus propias luces, sino
que se ayude de los auxi:lios sobre­
naturales
y de las luces que le da la Iglesia; segunda, que si en
casos particulares puede
y debe pedir, aun para lo temporal, el
consejo de un ministro de la -Iglesia, ni por esto ni por lo otro
queda la Iglesia comprometida
ni deben los seglares pretender
comprometerla en una acción propiamente temporal.
La Iglesia si
puede
ayudar siempre y en su esfera espiritual a resolver los pro­
blemas que se trae
el mundo, no puede nunca arrogarse una
solución que compete al mundo mismo.
El laico cristiano obre_ siempre en cristiano) con su propia
responsabilidad, si bien procurando informarse
y formar debi­
damente
su conciencia, intruyéndose en la verdad cristiana; y
ello tanto más amplia
y perfectamente cuanto más lo exija así su
peculiar estado de vida,
su profesión o la acción social y política que
<(33) Obras completas, II, pág. 209.
747
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
está llamado a desempeñar. En todas partes y en todo ha de
hacerse patente su testimonio cristiano.
Todo esto vale tomando la acción laical · en
su genuina y bien
definida significación.
La misión temporal sólo es objeto propio
de un sujeto laico, aunque sea laico cristiano.
Esa acción, rei­
tera Maritain, es de suyo ájena a la condición clerical. Y hasta
llega a decir
que ya no adecua perfectamente al laico que a más
de ser eso es algo más, por ejemplo: miembro de la Acción Ca­
tólica, u organismos similares.
Porque estas organizaciones, a través de las cuales los laicos
pu:rticipan del a,postolado de la I glecia, tienen por definición un
objeto
espiritual, no temporal. A juicio del campesino del Carona,
a estas asociaciones sólo les toca la agrupación de una parte re­
lativamente pequeña del laicado cristiano, sustrayéndola en medida
bastante apreciable a la tarea propiamente temporal. Sin embargo,
tales asociaciones está persuadido que son absolutamente necesa­
rias
(34).
Renovación i~terior.
Para que las enseñanzas y el espíritu del Concilio penetre la
masa del pueblo cristiano, hay que tener ante todo atención a
los deseos del
Espíritu Santo. Sea lo que fuere de ese activismo a
que antes hacía alusión,
el hecho es que en estos momento,s mu­
chas almas mueren de sed,
se hallan insatisfechas con todo eso
y apenas si reciben otro socorro que el que les viene de oscuros,
pero invisiblemente radiantes, hogares,
donde, ya se trate de ~1-
mas consagradas, ya del pueblo laico, la contemplación recibe
culto sobre la tierra,
y el Espíritu Santo hace sentir su soplo.
Lo he dicho y lo vuelvo a decír. El titanismo del esfuerzo hu­
mano es
el gran Moloc de nuestro tiempo. De ahí que una
constelación de almas entregadas a la comtemplación, en medio
(34) Págs. 69-70. Véase principalmente la nota.
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
del mundo mismo, sea en definitiva, nuestro último rayo de
esperanza (35).
"El verdadero fuego nuevo, la verdadera renovación debe
consistir en una renovación
interiio-r. No hay que ser profeta
para adivinar todo esto, basta
abrir los ojos" (36). Hoy hay un
exceso de masificación
y de técnica, o de masificación por la
técnica. Pero el espíritu humano rehuye masificarse completa­
mente. La persona espiritual se resiste a toda clase de aliena­
ción.
Y siempre habrá espíritus fuertes que impedirán que el
género humano quede espiritualmente sofocado
por la técnica.
Como ha dicho M. Ellul, el técnico es más que la técnica. Supone
al hombre capaz de modificar y condicionar
la técnica. La libera­
ción del hombre
por la técnica, en que no rx>cos sueñan, ese
sí que
es un verdadero mito. Y no faltan conspicuos representan­
tes de
la técnica que se sienten angustiados por este predominio
técnico
y buscan ansiosamente al hombre verdadero, al hombre
real, que no es sinónimo del hombre técnico.
El mismo exceso de masificación técnica llegará un momento
en que motivará una reacción espiritual de tipo más humano,
abrirá
la puerta a una hora de auténtico humanismo, en que
será respetado
todo lo que hay en el hombre, que no es sólo
materia, técnica
y sexo, sino también espíritu, ética y libertad.
Ante este proceso de masificación técnica a que hoy asistimos, no
perdemos
la esperanza en una renovación interior verdadera­
mente espiritual.
De ella depende el porvenir de la humanidad.
Lo importante es que haya quienes así lo compreridan, aunque
sean pocos, porque siempre las grandes empresas se hicieron
por pequeños grupos. A la larga el fermento producirá su obra (37).
Levantar los ojos al cielo.
Hay que partir de la base de que la ayuda de la gracia se
hace necesaria para no perder eI cielo cuando tratamos de con-
(35) Pág. 338.
(36) Pág. 101.
(37) Pág. 251.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
quistar la tierra. Se necesita el socorro de lo alto, "y se necesita
el amor de la Cruz". Porque, en definitiva, cuanto voy diciendo
y recordando, aunque sea malamente, no es otra cosa que la
ley de la cruz, de esta santa Cruz de la que no está de moda
hablar hoy en día desde las cátedras de la verdad. Pero la moda
en cuestión es pasajera, como todas las modas. Y en todo caso
a;hí estÓJ esa ley, por más que se haga y por más que se diga.
"Y ya que me he propuesto meter los pies en el plato eon
la rudeza de que hago gala, y acaso ( espero que no sea así) con
una involuntaria insolencia, ¿ para :qué no decir toda la verdad?
Lo que la nueva edad en que entramOs espera de los cristianos es
una cosa tan difícil que no es concebible pueda llegar a buen fin
si en el seno mismo de este mundo y a·lo largo y ancho del mun­
do no se multiplican los hogares de energía espiritual, de hu­
mildes estrellas invisiblemente radiantes, que serán cada una un
alma contemplativa dedicada a la vida de oración" (38).
"Los Cartujos, los Trapenses, los Carmelitas, todas las gran­
des Ordenes religiosas contemplativas que, por ser mejor de
Dios solo, adoptaron un modo de vida esencialmente sepa,-a;do del
mundo, serán siempre miradas por la Iglesia como columnas
necesarias de su templo, o como centros profundamente escon­
didos del avituallamiento espiritual sin el cual no puede pasar.
En estos años postconciliares esas instituciones sienten también,
por lo que
yO sé, la urgencia de una renovación, para que la
llama del Evangelio arda más vivamente en su propia vida, y
de paso se haga cargo, en
la oración y la súplica acentuadas,
de las angustias
del mundo, prestándole, por añadidura, aún con
más diligencia, los servicios de unos traOOjos accesorios con­
gruentes con su estado de separados que siempre le prestaron,
pero no, gracias a Dios, para abatir o resquebrajar lo más mí­
nimo los muros sagrados que protegen,
atriricherados del mundo,
su soledad y el espíritu que recibieron de sus fundadores y del
Paráclito" (39).
(.18) Pág. 126.
(39) Pág, 284.
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
"Hay una verdad para mí palpable: la de que es cosa de
particular importancia
y acaso lo que más importa en esta nuestra
edad, la vida de oración y
de unión con Dfos llevada en el mun­
do no solamente
por esas nuevas familias religiosas ya menciona­
das, sino también
por los que son llamados a esa vida en medio
del siglo mismo, con toda su agitación, sus riesgos y su
last_re
temporal. Los llamados a ella son menos, raros que uno se itna­
gina, y -serían todavía mucho más numerosos si alguien no se
dedicara
a. :disuadirlos; ya -sea porque-los supone incapaces, ya
porque se tiene de la contemplación una ignorancia o un me­
nosprecio
tan profundos como inexcusables, ya porque se juzga
de mayor urgencia comprometer
·a los seglares de buena volun­
tad en la fascinante eficacia de la acción colectiva lo más posi­
blemente tecnificada" (40).
No sólo los Institutos seculares, sino también los seglares con
vocación ieligiosa y ·contemplativa: en medio-del mundo son una
bendición· para nuestro
tie~po. Contemplar las cosas de Dios, me­
ditarlas y, meditándolas, tratar de· vivirlas en sí y hacérselas vi­
vir a los demás es
_ley simplemente de vida cristiana; y a ello
esían · ualTiados no SólO los religiosos, sirio también los seglares,
porque
la vocación a la plenitud de la vida cristiana se dirige a
tódo creyente en Cristo, y secundarla es ley y formá de vida
cristiana. Maritain se apela a estas palabras del Vaticano
II :
"Fluye de ahí la consecuencia de que todos los fieles, de cual­
quier estado o régirrien de vida, son llamados a la plenitud de la
vida cristiana y a la. perfección
de la caridad, que es una forma
de santidad que promueve
aun en la sociedad terrena un nivel
de vida más
humano" (41).
La vocación peculiar del seglar cristiano está muy lejos de
agótal"se con su misión temporal. Hay para él algo más que eso.
Y en ese algo más está lo más sustantivo de su condición cristia­
na.
El laico cristiano tiene en efecto dos vocaciones diferentes :
( 40) Págs. 286-287.
(41) Pág. 78 de la col. de la BAJC, núm. 40, Lumien genlffun.
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
una espiritnal, otra tem¡,oral; y a las dos debe responder plena­
mente.
En su cualidad de laico, tomada la palabra como sinónimo de
hombre seg)ar, hombre del siglo, el cristiano es del mundo y obra
por el bien y el progreso del mundo. Pero en su cnalidad de laico,
significando propiamente al miembro del laós o pueblo cristiano,
él
no es de este mundo, está en el mundo sin ser del mundo;
por consiguiente, debe obrar por el fin último, que no es el progreso
mundano, sino
la instauración del n,ino de Dios ( 42).
Por qué apelarse tanto a la vida interior.
Si yo insisto tanto -nos dice Maritain-en el cultivo de la
. vida interior, de la oración común y aislada, de la contemplación
incluso, tanto
para clérigos como para seglares, es porque tengo
en vista
un déficit cristiano en este punto.
Si consagro a este tema
tantas páginas es ¡,orque espero,
a fuerza de explicaciones
y ponderaciones, que algún lector, de
los formados, incluso,
por los clérigos al día, se sienta menos
escandalizado por la idea de que la comtemplación
entra en la
vía normal del perfeccionamiento cristiano. Todo bautizado está
llamado a esto que, con
un lenguaje· más moderno, podemos de­
cir "experiencia amorosa de las cosas de Dios".
Lástima que lo que es llamada universal sólo tenga res­
puesta en un contado número
de almas por culpa de esta nues­
tra naturaleza caída, "tan querida a nuestros cristianos renova­
dos
por la Evolución" y pur las condiciones generales de la vida
humana. De ahí la estimación que debernos hacer de los que
(y son menos
raros de lo que a veces se piensa) se dedican
a
la contemplación, compensando la gran falta que de ello pa­
dece la Iglesia y que con tanta paciencia tolera
Jesús en la mayor
parte de su rebaño { 43).
(42) Pág. 299.
(43} P;\g, 336.
7)2
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
Y no se imagine nadie que al hablar de estas cosas tan larga­
mente
el campesmo del GMona, este viejo laico que se inte­
rroga a propósito de los tiempos de hoy, se olvida de su come­
tido.
No,
no olvido lo que forma el subtítulo de mi libro. Son pre­
cisamente estas reflexiones las
que más tocan a nu_estro tiempo.
Porque si nuestra edad no piensa apenas en estas cosas -¿ y
que edad de la historia se ocupó nunca mucho de ellas?-, ello
no quita
para que se compruebe que esto es lo que más importa,
de lo que el mundo tiene mayor necesidad;
y por eso mismo, de
lo que debe mostrarse más agradecido a esos seres humanos que
vacan a la contemplación:
número relativamente pequeño, sin
duda, pero que podría
y debería ser mucho más grande (4+).
"Pienso que el atragantamiento que hoy padecemos de acción,
técnica, organización, encuestas, movimientos de masas y los re­
cursos que la sociología nos descubI'en -cosas todas que estoy
muy lejos de despreciar, pero que por sí soias sólo Jlevan a L1n
naturalismo muy curioso, puesto al servicio, se dice, de lo sobre­
natural-, ha de causar un día muchas decepciones" ( 45).
No es ciertamente halag:üeña la perspectiva que se le ofrece
hoy al espíritu en este ambiente
de masificación técnica. Nuestra
civilización se está convirtiendo, por usar una expresión de Rey
Soto, en la maldita máquina neumática que hace
el vacío a1 pá­
jaro divino del alma.
La mayoría de los hombres civilizados es­
tán catalépticos, si no yacen carnpletamente muertos ( 46).
En su marcha vertiginosa hacia el bienestar material -es­
cribe también Fino!-la humanidad no cesa de olvidar que el
progreso de las cosas no sustituye al de las almas. Por encima
de nuestras .necesidades materiales, múltiples y dispares, hay
en
nosotros un afán de esencia eterna. Nuestra conciencia quiere
subir más alto, salvar los límites del devenir, comulgar con el
misterio que nos penetra y rodea.
El hombre --como -decía Pas-
(44) Pág. 337.
( 45) Pág. 338.
(46) A. Rey Soto, Lo, copa de C"U 753
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
cal-está hecho a la medida de la infinitud. Hay que ofrecer­
le medios de extenderse más
allá de sus necesidades puramente
materiales
para que dé la medida de su yo, condición esencial del
progreso y de
la dicha. Para que el hombre dé la medida de sí
mismo, alcance el auténtico humanismo, hay que pensar sobre
todo en
el mejoramiento de la propia conciencia ( 47).
A
pesar de nuestro progreso técnico, somos quizás hoy es­
piritualmente inferiores a nuestros antepasados de hace diez o
quince siglos.
Lo ha dicho Russel Wallace escribiendo, hace años,
que
para él era cosa incontestable "que un danés o un sajón de
hace mil años bien valía, en
lo espiritual, por un inglés de nues­
tros días". Y también: "We wre to day in al/ probability, men­
ta,Uy mnd mo-ral/y inferior to our ancestors." De ahí que resulte
fácil encontrar en un labriego mucha más finura moral y más altura
humana que en un habitante de París o de Nueva York. Porque
"esta complicación inmensa
del vivir moderno, este tráfago mons­
truoso, estos estímulos sensuales que
por todos lados nos pun­
zan
y solicitan, este ruido que jamás cesa, esta inquietud que
siempre crece,
esta fiel;>re de oro, -de goces, de honores y de mando
que constantemente sube en el termómetro social d nuestras ci­
vilizadísimas urbes, tiende a
matar en absoluto toda nuestra vida
interior, nuestra única,
nuestra verdadera vida de hombres" ( 48).
Conocido es
el texto de Max Scheller, según el cual, "incluso
suponiendo que las ciencias llegasen a la perfección de su pro­
greso,
el hombre, como ser espiritual, podría permanecer abso­
lutamente vacío,
y aun podría retroceder hasta un estado de sal­
vajismo, comparado con
el cual todos los llamados pueblos pri­
mitivos serían helenos
... , y es que la barbarie científica y siste­
máticamente fundada sería
la más espantosa -de las barbaries
imaginables" ( 49).
Maritain abunda en pensamiento parecido, si bien lo expresa
de
otra manera. Reconoce que a la verdadera liberación del hom-
(47) Finot, Progreso y dicha, Madrid, 19'18, pág. 461.
(48) A. Rey Soto, La oopa ... , pág. 246.
(49) Max ScheJ!er, El saber y la c«ltura, Madrid, 1939, pág. 76.
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TESTIMONIO DE. .UN HIJO DEL SIGLO
bre no se puede llegar por la técnica, ni al auténtico humanismo,
que, en definitiva, sólo está . .,en unaJíriea .cristiana,_ por la acción
de masá. Se necesita -ante todo espíritu, vida interior y dinamismo
de selectos.
Empleando medios masivos, los cristianos -obtendrán, sin duda,
rierto número de resultados inmediatos que. halagar~n .a sus· di­
rigentes o pastores. Pero echar mano con preferencia y. en gran
escala de todo lo que está
bajo el dominio de la técnica, aunque
ello se haga por los fines más elevados y con
la más pura de las
intenciones, equivale a
·acentuar la tira_nía del -imperialismo -téc­
nico que padecemos, con los inconvenientes que de presente ya
lamentamos y, lo que es peor, con peligro de comprometer el re­
sultado final a que aspiramos (50).
Por .eso hay que hacerse a la· idea de qlle, es a base ,de grupos
selectos de pequeños equipos, rindiendo culto al
espíritu y

a
la
vida interior, como conseguiremos la -Verdadera re.f.l01\l"ftción-y
aggi,ornamento que el mundo y la· Iglesia necesitan. Ellos darán
con su vida y su acciófl testimonio- vivo de las verdades de. que· está
sedienta nuestra ·hora. La contemplación de estaS· verdades ·y· esta
testificación espiritual
-de la sabiduría y del -amor será siempre
patrimonio de selectos, cosa· de pocos.
Ah:, pero ·de una eficacia
insospechada. Tienen en el mundo· del espírítu esa misma especie
de poder increíble que tienen en
·el de la materia el átomo desin­
tegrado y los milagros de la rnicrofísica.
No hay que soñar con que la contemplación y·la ·vida interior
y la verdadera vírtud y la filosofía verdadera seráh siempi-'e 'O
serán alguna vez patrimonio de la masa. El mundo, :que néce­
sita todo eso, no lo hará nunca ·suyo masivamente ni lo concederá
éxito publicitario;
Lo importante, emp€ro, y lo necesario -es que
eso exista. La antorcha iiuminará aunque sean pocos los· que la
lleven (SI).
(50) Pág. 251.
(51) Pág. 252.
*
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BERNARDO MONSEGU, C. P.
El buen combate en nombre del espíritu conciliar.
Bien está que combatamos contra la rutina y la esclerosis que
amenazan constantemente a
todo organismo vivo, amenaza a la
que no escapa ni la Iglesia misma debido al elemento humano que
en ella interviene.
Contra esa amenaza
la acción conciliar del Vaticano II ha sido
un poderoso -reactivo. Como lo ha sido también contra el en­
claustramiento excesivo,
ya escolástico, ya apostólico, que se ha­
bía enseñoreado con exceso de la vida y el pensamiento cristiano
en siglos inmediatos, creando
un verdadero divorcio entre la teo­
logía y
la ciencia, la Iglesia y el mundo moderno.
El Concilio ha dicho "que ya estaba bien de rutinas y de ais­
lamientos contra naturaleza.
Ha señalado -el camino de la reno­
vación y de la liberación. Y la Iglesia sabrá andar bien por ese
camino, no tengamos miedo ( 52).
Lo que sucede es que cuando se derrumban murallas carco­
midas, nunca
falta una chusma de aprovechados que tratan de
sacar partido, pescando a río revuelto
y siguiendo el viento que
sopla. Son cosas que no pueden evitarse.
"Y si vemos en la hora actual tanta extravagancia, tal cúmulo
de curiosas boberías cristianas (
se trata al fin de la eterna es­
tupidez que se repite) en las que toma parte un cierto número de
clérigos y de religiosos que procuran hacer valer su papel de
líderes, "bomberos que atizan el fuego", como decía Degas de
ci~rtos pintores, no dejemos de echar una mirada hacia atrás, con
un poco de esa sabiduría desengañada que conviene, para recor­
dar graves errores y negligencias de un pasado no muy leja­
no (nos referimos sobre todo al siglo xrx) del que nuestra
época está pagando las consecuencias" (53).
Pero esto dicho, hay que decir también que lo que ahora está
sucediendo entre nuestros contemporáneos deja de ser bien poco
(52) Pág. 223.
(53) lb.
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
agradable. Nos duele la pasividad frente a esas corrientes de pen­
samiento teológico que no quieren saber nada de metafísica, ni
de realismo aristotélico tomista, ni de filosofía de sentido común,
ni de escolasticismo, ni de respeto a la tradición, ni de verdades
absolutas. Hay frente a estas corrientes relativistas, fenomenalis­
tas, temporalistas y existencialistas (sin hablar del evolucionismo
y
el furor desmitologizante) que invaden el campo de la teología
católica demasiados cumplidos
y reverencias.
La agudeza de la crisis que hoy padecemos es ciertamente alar­
mante. Y su mayor peligro estriba en que adopta un aire o nace
de una siembra intelectuaJ que perturba no sólo el comportamiento
práctico, corrompiendo las costumbres, sino también el juicio del
intelecto, pervirtiendo la fe y alterando
la doctrina.
Mas JX>r eso miSmo, opina Maritain, que la crisis durará menos
que otras que ha padecido la Iglesia. "Porque cuando la estupidez
alcanza tales proporciones entre los cristianos, hay que pensar que
ella se disipará pronto absorbida por un organismo sano, o bien
que terminará luego separándose decididamente de la Iglesia. ¿ Sa­
beis la estupidez a que me refiero? A la de la genuflexión ante
el mundo" (54). Y lo que se aprovechó del Concilio para salir a
la superficie "en una especie de explosión que no honra cierta­
mente a
la inteligencia humana", será vencido por el mismo espíritu
del-Concilio tal como se contiene en su única fuente segura, que
son los documentos conciliares. Concretamente,
por lo que toca al
tema del cristiano y el mundo, en la Constitución pastoral sobre la
Iglesw y el mundo, moderno.
Por lo pronto notemos -dice Maritain-que el Papa nos ha
hecho notar que eI.aggi.ornamento no es sinónimo de ninguna adap­
tación de 1a Iglesia al mundo, como si fuera ésta la que debiera
conformarse según él. Significa sencillamente la puesta al día de
las p.osiciones
esenciales de la Iglesia mism.a (los subrayados son
de Maritain).
N olernos igualmente que de hecho esa Constitución pastoral
está impregnada del espíritu y de los puntos de vista fundamen-
(54) Pág. 79.
757
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'BERNARDO MONSEGU, e; P.,
tales del' Doctor Angélico, lo que, para un viejo tomista como yo,
•rio,deja de enorgullecerlee (55). La Iglesia sigue fiel a sí misma
·y sigue recomendando la . filosofía_ del Angélico_. como la_ f_ilosofía
por excelencia cristiana, (56). La ccnstitución presenta la misma
perspectiva fundamentalmente "ontosófic3." que ·está en la Suma
Teología, es··decir, enfoca el mundo en,sus estructuras esenciales
y .su realidad física. Visto así, es radicalmente bueno, todo es obra
de Dios. Y ni
la ciencia ni la técnica que perfeccionan al_ mundo
ert ese orden tienen nada de .reprobables.
Pero de esa Constitµción pastoral sobre la Iglesia y el mundo.
nadie puede sacar más ni, sobre todo, na_da contrario a lo que está
eti su espíritu y -en la perspectiva ''ontológica" aludida. Con ella se
liquida definitivamente la actitud maniquea, más o menos larvada,
del cristiano
ante el mundo, motivo de tantas ansiedades y tantos
malentendidos
para el ptreblo cristiano.
Mas con
dla no se puede justificar de ninguna manera esa otra
actitud _de.-no pocos cristianos, clérigos y laicos, que les lleva a
caer de .rodillas ante
el mundo .. Todo lo contrario.: el texto con­
ciliar. deshace y contradice todo mundanismo en el orden de la in:..
tel1gencia y en el orden de la .espiritualidad. Por. lo que liquida y
por lo que consolida, es mucho lo que debemos al Concilio, "y él
señala
el com,lenzo efectiw de la liquidación de la presente
crisis" (
57).
Sólo leyendo al Concilio con unos ojos que no son de autén­
tico' cristiano~ o comenzando por vaciarse de espíritu cristiano, se
puede caer en esta idolatría temporalista ·o·.-cronolatría epistemoló­
gica
en .que álgunos caen, rindiendo culto al mundo sin discer­
nimiento,
y dejando de verlo .a la luz del Evangelio, que tiene para
él palabras muy graves de condenación.
Lo que el Concilio dice del sexo y del matrimonio y de lo
terrestre y de· lo social, ¿qué· tiene que ·ver Con este morboao in­
terés, llevado incluso hasta la veneración, que muestran, v.·
gr·., .con
'(55) Pág. 80.
(56) P.ág. 239 y en general todo ese capítulo VI.
(57) Pág: 84,
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TESTIMONIO DE UN HIJO DEL SIGLO
respecto al Sexo una turba. de )evitas yotados a la continencia?
¡ Qué mala pre11sa tienen _hoy la virginidad y la, castidad!
¿ Qué se pretende con esa idealización del matrimonio, cuya
esencia se cifra
en el amor) patct sreducirlo a un como embelesa­
miento mutuo, delicia
de contemp)arse el uno al otro? Ya no hay
nada más bello que
una pareja de enamorados.
¿ Qué, con la avasaUadora pasión o entrega que mete a. n·o po-cos
clérigos en el vórtice de Ías lu.chas ~ÜCi~les jr ·políticas y raciales,
con olvido de
su condición evangélica y sacerdotal? Y a sabernos
que hay en este terre~o ~uchos males que remediar, y ya hemos
dicho cómo debe afrontar
es.ta 'lucha el seglar cristiano. Pero ni él
ni menos el sacerdote debe~ ConSide_rar, -cOmo tQ más .. imPQrtan­
te el bienestar temporal.
Lo que el Concilio ha dicho sobre el· cri¡tia,{o y el mundo no
tiene nada que ver con la temporalizadón del cristianismo que
muchos
cristia~os patrOdnan y de la que ·dan testimonia con su
arrodillarse ante el mundo de hoy, ante _sus problemas, --ant~ sus
adelantos, ante sus placeres (58).
(58) Págs, 88-90.

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LA ACCION
DEBER Y CONnICIONES DE EFICACIA
POR
J EAN OussET.
Preámbulo. Primera Parte: SOBRE LA ACCIÓN EN CJtN'ERAL.
Segunda Parte: Los HOMBRJts.
Cap. I.-El más decisivo de los capitales.
Cap. II.-Los hombres en sus grupos sociales.
Cap. III.-Clérigos y religiosos.
Cap. IV.-lmportancia y peligros de ciertas redes.
Cap.
V.-Acción sobre las "masas'".
Tercera Parte: INSTRUMENTOS Y Mf:rooos.
Observaciones preliminares.
Ca'tJ'. !.-La doctrina y el dinero.
Cap. II.-Los medios de acción.
Cap. IIL-V er.
Cap. IV.-Escuchar.
Cap. V.-Encontrarse.
Cap. VI.-Una dificultad que hay que resolver.
Cap. VIL-Fórmulas de acción masiva.
Cap. VIII .-Soluciones de fuerzas y organizaciones secretas.
Cap. IX.-Emplearlo todo, dentro del orden.
Cuarta Parte': LAs CIRCUNSTANCIAS.
Cap. I .-Situación, circttnstancias.
Cap. II.-Cuatro formas ,más características de circunstancias.
Cap. III.-El caso de nuestras ciudades pluralistas.
Quinta Parte: CONCLUSIONltS y DIRECTIVA.
Cap. 1.-Una élite de hombres.
Cap.
11.-Un cierto estilo de acción.
Cap.
III.-Notas para 1a acción individual.
Cap. IV.-Notas para una acción más orgánica.
Cap.
V.-Notas para 1a acción de quien se da más especialmente "al
estilo de
acción" enfocado.
272 págs. 160 ptas.
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