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Nuestro combate cultural

NUESTRO COMBATE CULTURAL
POR
JEAN ÜUSSET
Presidente del "Office International".
Con ocasión de la inauguración de la "Casa de la Cultura", de
Amiens, el 19 de marzo de 1966, M. André Malraux, ministro de Estado, habló de la cultura en unos términos tales que, nos
parece_. indican exactamente lo que esta última tiene de esencial­
mente subYersiYo.
" ... Hasta entonces, se dijo. la significación de la vida venía
dada por las grandes religiones, y más tarde, por la esperanza
de que la ciencia reemplazaría a las grandes religiones; cuando
hoy en día ya ni el hombre ni el mundo tienen significado, si
la palabra Cultura tiene algún sentido es el equivalente a lo que al
rostro de un ser humano responde su espejo cuando mira en él
lo que será su faz de muerto. La cultura es lo que contesta al
hombre cuando se
pr.egunta lo

que hace sobre
la tierra ... "
"El papel de la cultura, en su actuación profunda -había
dicho anteriormente M. André Malraux
,Cl )--corresponde

a
to que en otro tiempo era la religión."
:\fás aún

... :
"La cultura es lo que permite dar fundamento al
hombre. cuando ya no está fundado sobre Dios" (2).
Textos perentorios,
si los hay.
Porque, en primer lugar, manifiestan inequívocamente, a
nuestros ojos de creyentes, de qué "espíritu" procede
y hacia qué
"espíritu" se

ordena la tal cultura.
(1) Citado por Le Courrier de l'Ouest de 19 de octubre de 1965.
(2) André Jfalraux a la Asociación de parlamentarios de lengua fran­
cesa. Cfr. en Le Jlonde de 1 de octubre de 1967.
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Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
Y porque permiten, en seguida, discernir mejor su argumento. En
ra:fecto, cualesquiera
que sean las posibilidades de inter­
pretación divergentes, siempre resulta que la tal "cultura" puede
incluir todo ... Incluir todo lo que
el hombre tiene derecho a con­
siderar cuando se pregunta (
di:dt Malraux)

lo que hace sobre la
tierra. Pero incluir todo ...
, menos

Dios.
Incluir todo
... , menos la re­
ligión (a la cual se nos dice que la cultura tiene la misión de
sustituirla). Incluir todo ... , salvo lo que pueda dar una signifi­
cación del hombre y del mundo. Incluir todo ... , salvo lo que en
medio del laberinto de las civilizaciones pudiera ser el hilo de
Ariana de las mismas. Es tanto como decir: incluir todo .... salvo
un principio
y fundamento, salvo un elemento de verdad per­
durable, salvo un punto de referencia, salvo lo que puede per­
mitir un auténtico juicio de valor. La prueba es que esas citas de
1\!Ialraux no

tienen a juicio
de un eminente revolucionario más valor que el de
u111. referencia.
Nosotros creemos que representan mucho más que una opinión de
:IVI;. Malraux. Nos parece que tienen un alcance universal, en
la misma medida en que nos parecen confirmar e ilustrar magis­
tralmente lo que cada uno puede
y debe saber del espíritu fun­
damentalmente dialéctico de la Revolución-Espíritu que,
excep­
tuada

la menor pretensión de alcanzar la verdad de un cierto
orden de cosas, no siente
la menor curiosidad por todo lo demás.
Nos referimos a esa curiosidad exterior que nunca llega al término
porque no se interesa más que en el juego de las fuerzas, en los
juegos de una negación permanente de los valores más seguros. El espíritu revolucionario no ha cambiado nada. Ya Jaurés
pretendía que: "lo que hay que salvaguardar ante todo, lo que
constituye el bien inestimable conquistado
JX)r el

hombre a través
de todos los prejuicios, todos los sufrimientos
y todos los com­
bates, es esa idea de que no hay una verdad sagrada ( ... ), que
una secreta rebelión debe mezclarse en todas nuestras afirmacio­
nes y en todos nuestros pensamientos, que si el ideal mismo de
Dios se

hiciera visible, si el propio Dios se levantara ante las multi­
tudes en forma palpable,
el primer deber del hombre sería negarse
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NUESTRO COMBATE CULTURAL
a obedecer y considerarle como un igual con quien discute, no
como al Maestro a quien se aguanta ... ". Y Richard Dupuy, a su vez, el 20 de julio último (3), en la
Convención anual de la Gran Logia de Francia: "Nosotros, los
francmasones, sabemos de ciencia segura que
(la "contesta­
ción") ¡ somos nosotros ! El método masónico es el perpetuo re­
planteamiento de lo que está adquirido. La "contestación" es la
certeza que tenemos, en lo más profundo de nosotros mismos,
por nuestra iniciación tradicional, que somos incapaces de enunciar
de una vez para siempre una verdad eterna. una verdad absoluta,
pero que somos capaces de descubrir la verdad a condición de que
tengamos la voluntad de buscarla perpetuamente y de replantear
las cert:dumbres a las que estábamos asidos la víspera".
¿ Pero qué respeto pueden, pues, merecer esas certezas de
paso, de las cuales únicamente se sabe con certeza que no son
ciertas,
y que mañana serán echadas al fuego como hierba seca?
¿ Qué obligación razonable (y, por tanto, qué obligación moral)
pueden conllevar?
¿ Sería prudente orientar toda una vida según
unos principios llamados a cambiar de un año a otro? En efecto,
mejor que exaltar la verdad de hoy,
¿ quién no ve la ventaja de
presumir de precursor
y de proponer, al tiempo que la servimos
sin demora,
la verdad de mañana o de pasado mañana? Dicho
de otro modo, proponer o servir, todo lo que los apetitos o las
pasiones de hoy día pueden concebir en ambiciones y licencias fu turistas.
Es evidente que las ambiciones y licencias futuristas son cier­
tamente más fáciles de suscitar en el seno de los pueblos ya
bastante cultivados que entre los salvajes, preocupados del único
problema de su próxima comida.
Consecuentemente, es fácil comprender la importancia táctica
de esta fórmula de Mao: "la cultura revolucionaria es para las
masas populares un arma poderosa". Arma poderosa, en efecto, porqne a pesar de su repnlsa de toda
(3) De 20 de julio de 1968.
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JEAN OUSSET
verdad permanente es capaz de utilizar el fermento dialéctico de
un saber enciclopédico ...
Verdadera "aristocracia del nihilismo ''i según la excelente
formulación de Amédée D' Andigné.
Forma suprema de la "Revolución" hoy en día.
Habilidad enciclopédica que nos ha dicho André Petitjean
corresponde tan bien a lo que la Revolución tiene de funda­
mental que debería ser superfluo recordar que fue precisamente
por la

publicación de una enciclopedia ... , precisamente
j de "la
Enciclopedia"!, que pudieron reconocerse
y agruparse, en el si­
glo xvrn, las fuerzas subversivas.
Curioso fenómeno, se pensará, que ese esfuerzo aparente de
una intensa persecución de un saber universal, sea al mismo
tiempo una inmensa empresa de puesta en duda y de escepticismo.
Prueba de que la sabiduría está menos en el conocimiento,
aunque sea enciclopédico, de las cosas que en la inteligencia
y
el amor del verdadero orden de las cosas. Lo cual supone, claro
está,
el conocimiento de los principios que de lejos y de arriba
regulan este orden. Maurras lo dijo en una página admirable que podría servir
de resumen a una buena parte de lo que Thibon nos ha dicho
ayer tarde
sobre lo

"desmedido": "Toda cantidad es susceptible
de acrecentarse nuevamente, todo número de aumentarse inde­
finidamente.
Lo maravilloso, lo sublime, lo grandioso o lo enorme
es que todo cuanto depende de la cantidad o del número de los
elementos utilizados no puede proporcionar a la avidez del hom­
bre más que decepción. Una torre o una columna de cien pies
puede ser elevada otros cien pies, que a su vez pueden multiplicarse de la misma manera.
¿ Qué es, pues, ese progreso solamente
material? Cuanto más se infla, más excita, desesperándonos, nues­
tros deseos". ¡Si! Y nuestra generación sabe algo de esto.
Esta especie de
deseo crece siempre
y, con él, la pena, los compromisos y ia in­
quietud ... "Carrera absurda
y sin fin hasta que se experimenta el
sentimiento
de la infinita vanidad de todo", como
'decía Leo­
pardi,

evocado ayer por Thibon.
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NUESTRO COMBATE CULTURAL
"Pero, aun cuando han sentido esta vanidad de las búsquedas,
los griegos no quieren admitir que sea infinita ... " (perpetua, sin
tregua, y ocasión de que una "contestación" permanente ... ). "Un
rayo de razón sobrehumana o divina les hace experimentar que
el bien no está en las cosas, sino en el orden de las cosas, que
no está en el número, sino en la composición, y que, en manera
alguna se refiere a la cantidad, sino a la calidad ...
"
Pero

a partir
del momento

en que se ha perdido ese sentido
del SER, del que no puede dejar de depender la idea misma
de calidad, desde el momento en que se ha perdido el
sentido de
la

verdad, esta última forma del marxismo que es la
11revolu­
ción

cultural" se convierte en la gran tentación, por poco que
se
haya conservado

un cierto sentido de la coherencia dinámica.
A partir del momento en que ya no hay, como antes pre­
tendía André Malraux, ni significación del hombre, ni signi­
ficación del mundo, cuando el hombre deja de estar fundado
en Dios ... ; desde el momento en que no se cree
ya que exista
lo verdadero
y lo falso, el bien y el mal, lo bello y lo feo, la
revolución cultural presenta la peligrosa seducción de una in­
terpretación dinámica del universo, una visión aparentemente com­
pleta del mundo.
Su perversión, su carácter "intrínsecamente perverso", radi­
can en que esta visión es, como acabamos de ver, radicalmente fal­
seada desde su principio.
Un universo que no es visto, pensado y juzgado en función de
unas
Yerdades a

conocer, a respetar o a servir, sino un universo
,-isto, pensado y juzgado en valores de fuerza, de poderío.
Albert Camus lo dice al principio de su libro
L' H om,ne
rér.!olté: "Xo siendo nada verdadero ni falso, bueno o malo, la
regla será mostrarse el más eficaz, es decir, el más fuerte."
Y mucho

antes que Camus,
J ean Weber --en 1894, en un
número de la
Re-,;-ue de lvletaphysique et de Mora/e-había
escrito: "Frente a las morales de ideas, esbozamos
la moral, o
más bien el amoralismo, del hecho ... Llamamos "bien" a lo que
ha triunfado. El éxito, con tal de que sea implacable
y siniestro,
con tal de que el vencido quede bien vencido, destruido
y abo-
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!ido sin esperanza. El éxito justifica todo ... El deber no está en ninguna parte
y está en todas, porque todas las acciones se
valoran en absoluto." Estos principios han seguido su camino.
Tanto es así que a partir del momento en que se ha barrido
aquello por lo cual el hombre puede convencer no le queda más
que
la obligación de vencer a toda costa. El revolucionario mar­
xista -lo mismo si pertenece al partido comunista moscovita que
a
la nueva ola de los enragés-, es, precisamente, un hombre
que no cree en la verdad de nada, pero al que obsesionan la fuerza,
la transformación, la puesta en obra ... "enciclopédica" de todo.
Tanto de las cosas materiales como de las espirituales ... Nos habrá costado cara la ignorancia de haber creído tanto
tiempo que el marxismo era un materialismo vulgar, poco ocu­
pado de las cosas del espíritu, de las cosas de la cultura y aun
de las de la religión.
La realidad es que en todas las cosas : cosas del espíritu, cosas
de la cultura, cosas de la religión -y sobre este último punto la
experiencia del progresismo
y de nuestros clérigos revolucionarios
es dolorosamente probatoria-, la tal Revolución disuelve todo
lo que puede ser sustancia de verdad
y no conserva más que el
aspecto superficial, el aspecto evolutivo, el aspecto perpetuamente
cambiante
-y por tanto "contestable"-, de los seres y de las
cosas.
* * *
Creemos que esto es lo que importa saber distinguir. Porque
esto es el espíritu, esto es lo esencial de esta "revoludón cultu­
tural", cuya marea parece sumergir
al mundo de hoy.
¿ Qué respuesta tenemos para esto? ¿ Qué tenemos que opo­
nerle?
¿ Qué es lo que nos es específico?
Digámoslo de una vez: frente a esta cultura que, al contrario
que· una frase célebre de
Bossuet, está

toda ella hecha de una
ciencia que no ofrece nada que amar; que no hace adherirse a
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NUESTRO COMBATE CULTURAL
nada; que no se propone nada ni sirve a nadie ... ; ciencia que impele a "contestarlo" todo incansablemente ... Frente a esta
cul­
tura-

de
la cual no puede dejar de tener algnna signif'cación
misteriosa

que Malraux haya espontáneamente evocado, a
prop5-
sito

suyo, "un
rostro de muerto"-....
Frente a esta cultura, contra
esta: cultura, tenemos en primer lugar, tenemos por encima de todo,
que oponer la pasión por la verdad, condición elemental del amor
aJ bien y de la persecución incansable de lo bello.
Lo que es tanto como decir que tenernos que volver a encontrar
los verdaderos principios, que tenemos que volver a aprender a sa­ car conclusiones., que tenemos que volver a dar a las nociones de
orden, a 1as nociones de armonía y de calidad el sitio que les
pertenece: uno de los primerísimos. En nuestro plano -plano de combate de los laicos, que
somos-, podemos aportar la única respuesta capaz de trascen­
der de las dos clases de totalitarismo, de las dos especies de
socialismo
que, durante

ciento cincuenta años, han sido
y siguen
siendo la tensión del mundo: socialismo utópico, de una parte, y,
de otra, el socialismo dialéctico de Marx ... El socialismo
utópiCO -o
socialismo de Saint Simon,
a lo
Fourier ...
-porque

a juicio del propio Henri Lefévre:
"Saint
S'.mon,
Fourier.

Louis Blanc, Proudhon... se quedaron en utó­
pico, construyendo imaginariamente una sociedad ideal" (4) ... ; el socialismo utópico es esa variedad de socialismo que propone
un tipo de ciudad, o una fórmula de organización social o eco­
nómica, como recetas soberanas
y definitivas para la felicidad
unh-ersal aquí

abajo.
Tipo ideal concebido de una vez para siempre. Es curioso ob­
servar que el propio Marcuse, por
dialé~tico que

sea, nos
pro­
pone

uno a su manera, cuando apelando precisamente
a Fourier,
nos propone su ideal de civilización erótica.
Tipo ideal de sociedad, presentado a modo de término, de
cumbre definitiva, cumbre concebible de
la felicidad humana.
Como
si la historia nos demostrara que las concepciones más
(4) Cfr. Le 1lfar.xismc, Bordas Edit., París.
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clarividentes, convertidas en recetas sociales, nunca han teni­do una duración superior a un número irrisorio de años.
Como si no fuera evidente, desde la República de Platón,
que todos los sistemas propuestos de sociedad ideal resultan
ridículos y parecen insensatos en el más corto plazo.
Imaginémoslo. ¿ Qué político, o sociólogo, por sutil que se le
suponga, hubiera podido concebir, durante el reinado de Luis XI\',
por ejemplo, una fórmula social capaz de adecuarse, sin estallar,
a las exigencias sociales que hoy día conocemos?
¿Acaso Víctor Hugo no ha caído en el ridículo por tantas
profecías grotescas sobre un siglo xx, del cual, a pesar de todo,
podía ver los signos precursores?
Así pues, contra las tonterías de esos utopismos se acabaría
casi por admitir la reacción marxista del socialismo dialéctico, tan bien
formulada por
aquel maestro de Lenin que fue Plekhanov:
"Marx -nos

dice este último-- introdujo en el socialismo el
método dialéctico, asestando así un golpe mortal al utopismo. __
Ya en
.Z\!Iiseria de la Filosofía se encuentra este reproche signi­
ficativo

y característico [ de Marx] dirigido a Proudhon: El
señor Proud.hon ignora que la historia entera no es otra cosa que
una modificación constante de la naturaleza humana."
Que es corno decir que, al contrario del ideal más o menos
fixista del utopismo, el socialismo dialéctico de Marx, de Lenin,
de Mao, de Marcuse ( o de la "revolución cultural" que hoy se
le
atribuye) tiene por suprema ambición una voluntad de "contes­
tación"

permanente y universal.
'1Contestación" que, a su vez, no
puede dejar de ser la manifestación
éie una
transformación, de una
revolución constante_
Porque ante

semejante concepción de la
vida
en

sociedad,
14no hay nada definitivo, ha dicho Engels, nada abso­
luto, nada sagrado. Muestra la caducidad de todas las cosas, y
para ella no hay nada más que el proceso ininterrumpido del devenir y de lo transitorio, de la ascensión sin fin de lo inferior
a lo superior, de la cual ella misma no es sino el reflejo en el
cerebro que piensa. Tiene, es verdad, un aspecto conservador.
Reconoce la justificación de ciertas etapas de desarrollo del cono­
cimiento y de la sociedad para su época
y sus condiciones, pero
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NUESTRO COMBATE CULTURAL
solamente en esa medida. El conservatismo de esa manera de
ver es relativo, pero su carácter revolucionario es absoluto.
Lo
único absoluto, por otra parte, que ella deja prevalecer.
* * *
Ahora bien, frente a esos dos socialismos, frente al ideal fijo
de uno. frente a la voluntad de revolución permanente del otro,
¿ qué propone la doctrina cristiana? Propone dos cosas. Dos cosas que, respectivamente, respon­
den a las dos tesis evocadas. En primer lugar, recuerda, contra la dialéctica marxista, la
objetividad del conocimiento humano, es decir, la posibilidad para
esta inteligencia de alcanzar lo esencial, de llegar a una verdad
inmutable, auténtico punto fijo, criterio seguro y permanente para
nuestras principales actuaciones. Inteligencia de un orden de cosas,
de una ley natural, fundamentos de una moral cuyas normas
serán tan verdaderas mañana como lo fueron hace dos mil
años
y

permanecen verdaderas hoy. Lo atal no quiere decir que a la manera de los socialismos
utópicos este conjunto de verdades estables determine un tipo
ideal fijo de sociedad humana. Sería más bien comparable a ese
conjunto de principios o de leyes que constituyen lo esencial
de lo que un arquitecto, por ejemplo, debe saber
y tiene el deber
de respetar si se preocupa de que la casa que construye no se
derrumbe incontinente. Principios o leyes que, lejos de constreñir
al arquitecto a la construcción de un tipo único de casa, le sirven
lo mismo para la edificación de una catedral que para la de una
fábrica, para la edificación de un pequeño pabellón como par:i
la

de un palacio, tanto para Ja edificación de un
bu,ngaloiw de una
planta como para un rascacielos que dé vértigo.
Lo que la sabiduría cristiana nos propone en el orden temporal
no es, pues, ni un tipo ideal de sociedad, ni, ciertamente, una dia­
léctica concebida para un perpetuo replanteamiento de todo.
Lo
que la sabiduría cristiana nos propone, ofrece, a la vez, la agi­
lidad

indispensable para los progresos perpetuos de la sociedad
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JEAN OUSSET
y el indispensable rigor de principios suficientemente estables para que no sea insensato hacer de ellos la regla de toda una vida. Los. grandes principios, las grandes constantes del orden hu­
mano, he
ahí lo que San Pío X llama "La Ciudad Católica", y
no a tal tipo estancado de
sistema social

definido de una vez para
siempre. Por eso, el
propiO San

Pío X no vaciló en escribir en
Jl
fermo propósito ... "Hoy es imposible restablecer baio la mism~
forma

todas las instituciones que han podido ser útiles e incluso
las únicas eficaces en los siglos pasados, tan numerosas son las
modificaciones radicales que el curso del tiempo introduce en la sociedad la vida pública y tan múltiples las nuevas necesidades
que las circunstancias cambiantes no cesan de suscitar. Pero la Iglesia, en su larga historia, siempre ha tenido ocasión.
y en toda
ocasión ha demostrado luminosamente que posee una virtud ma­
ravillosa de adaptación a las condiciones variables de la sociedad
civil. Y,
si~ jamás

rozar la integridad o la inmutabilidad de la
fe y de la moral ( ... ), se pliega y acomoda fácilmente, en todo
cuanto es contingente y accidental, a las vicisitudes de los tiem­
pos
y a las exigencias nuevas de la sociedad."
Admirable ejemplo de la Iglesia, cuya lección se aplica a lo
que ahora nos reúne aquí.
Lo que, por el contrario, no cambia, lo que es perdurable en
la organización política, son "los fundamentos naturales
y di­
vinos" sobre los cuales San Pío X aseguraba una
vez más

que
la ciudad católica era
y debería ser "sin cesar ... , a instaurar y
a restaurar ... contra los ataques siempre renovados de la UTO P 1 A
malsana de la revolución y de la impiedad".
Cualquiera que pretenda trabajar en
la restauración o en el
perfeccionamiento del orden humano no podrá hacerlo fuera
de las reglas que rigen ese orden: reglas naturales de la sociedad.
Todo ensayo de perfec.cionamiento contrario a esos principios fun­
damentales no es en realidad más que utopía, revolución y deca­ dencia.
Y es JX>rque nosotros mismos buscamos demasiado a menudo
alcanzar una meta muy legítima, ciertamente, pero de manera
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NUESTRO COMBATE CULTURAL
completamente ideal, sin tener en cuenta las vías ordinarias, más
o menos ordinarias, más o menos trazadas en el orden de cosas
-sin tener en cuenta los mediadores convenientes-, es por lo
que nuestra acción nos resulta decepcionante, sin horizontes
fecundos, totalmente exterior.
Así resulta

que el bien que se hace a un cierto número de
personas particulares, so pretexto de que la mayoría de los
cuerpos sociales están gangrenados, es sin duda un bien, pero
no es necesariamente un bien social. No son los individuos, por nu­
merosos que sean, los que, como tales, y por el solo hecho de su
aposición, constituyen la sociedad. La verdad es que la vida social
radica en un conjunto de relaciones bastante más complejo. Rela­
ciones entre un número considerable de instituciones grandes, me­
dianas o pequeñas.
Es un cierto orden, es la armoniosa combi­
nación de ciertos intercambios, de ciertos servicios, de ciertas com­
plementariedades entre una multitud de cuerpos sociales, de redes
humanas, los cuales constituyen sólo ellos
y en definitiva la vida
social.
Cualquiera, pues, que se proponga actuar convenientemente
en ese plano ... ; mejor dicho: cualquiera que se proponga tener
una acción verdaderamente social
y no una acción hecha con la
mera aposición de influencias individuales, debe tener, no sola­
mente el sentido de los fines supremos del orden humano en
general, es decir, el sentido de lo esencial, de lo perdurable, sino
también
y no en menor grado el sentido de esas interacciones con­
cretas, el sentido de su contingencia, de su variedad, de su eficacia. Es un doble haz de caracteres que se imponen a nuestra
acción como un doble juego de prescripciones imperiosas.
1.-Por una parte, prescripción de una seria formación doc­
trinal.
2.-Por otra, prescripción de recurrir, armoniosamente, a· los
mediadores naturales adecuados.
Los dos son necesarios.
Formación doctrinal seria: para tener un sentido justo de
lo humano. Formación doctrinal seria para volver a encontrar
aquello cuya desaparición ha sido
proclamada con

tanta segu-
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JEAN :JUSSET
rielad ( como hemos visto) por André Malraux ... ; a saber: la "significación del hombre", la "significación del mundo" ... "Lo
que responde al hombre cuando se pregunta qué hace sobre la
tierra ... "
Porque la verdadera doctrina responde a esto.
Por tanto, formación doctrinal seria para blindar el tesoro
de nuestras certidumbres. Formación doctrinal seria porque Pío XII ha dicho ... "ines­
table es el entusiasmo del solo sentimiento, superficial
y efímero
el fervor que procede de la costumbre. Si no se quiere que este
entusiasmo se deshinche un día como un globo en las manos de
un niño, es necesario que surja de una convicción clara
y fuerte.
Es necesario que tengáis del objeto de vuestra fe un conocimiento
profundo y razonado. Es necesario que este objeto se os apa­
rezca en el esplendor de su verdad, en su pureza, en su poderío,
en
la plenitud de sus exigencias. Es necesario que sepáis que la
doctrina católica tiene
la razón a su favor."
Formación doctrinal sería para ver a lo largo y a lo ancho,
en grande ... ,
para poder

jugar con algo más que
la -operación
única

del
clia, con

la virtud de un solo hombre, del golpe de
p1áller de un solo acontecimiento.
Sin embargo, por preciosa, fundamental e indispensable que
sea una formación seria, no basta, no puede bastar. Como no
basta ni puede bastar la posesión de una excelente simiente, si, por otro lado, no se realiza nada para cultivar la finca cuya
cosecha se espera. En
efec:to, el

cultivo de una finca es a la simiente, lo que
la buena, la bienhechora acción cultural puede y debe de ser respecto de la formación doctrinal. Encarnando- a ésta,
introdu..,.
ciéndola

en el humus de los mediador.es naturales, fuera de los
cuales nada puede ser duradero ni fecundo, sólo una sabia acción
cultural puede permitir a la semilla doctrinal enraizarse y pro­
ducir todos sus frutos. Porque si es verdad que una cultura seria supone siempre,
más o menos, algún elemento de doctrina,
la experiencia nos prue­
ba todos los días que una hipertrofia doctrinal puede muy bien
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NUESTRO COMBATE CULTURAL
aliarse con una ignorancia profunda de las realidades concretas
de la vida y de las exigencias de la acción. Defecto muy frecuente
de esos doctrinarios puros, especialistas empedernidos de la abs­
tracción, más hábiles en recordar fórmulas aprendidas de una vez
para siempre, que en hacer penetrar en su alrededor la verdad
de esas fórmulas.
Lo cual quiere decir que en nuestra empresa salvadora, por
preciosa, por fundamental, por indispensable que sea
la forma­
ción específicamente doctrinal, esta formación específicamente doc­
trinal no lo es todo... Y hay que estar muy ciego o muy igno­
norante para no saber distinguir, en cada esfera, esa parte de
verdad que la doctrina formula más metódicamente ...
y esas otras
lecciones, no menos preciosas, lecciones de historia, lecciones de
la experiencia humana en todos los grados .
.:\Iétodo de

"acción capilar".
~Iétodo de

acciones plurales, multiformes. Complementarias,
ciertamente,
y, sin embargo, organizadas.
De lo cual, en lo que nos atañe, nacen ciertas reservas, ciertos
silencios, ciertas ausencias, que ciertos amigos no parecen ad­
mitir ni comprender;
½lasta ese

punto está arraigada en ellos la
costumbre de no concebir 1a eficacia más que recurriendo a
me­
d:os
gregarios.

Fórmulas más favorables al establecimiento de
alguna notoriedad publicitaria que a una real
y duradera fecun­
didad de la acción.
Esto sucede porque precisamente esas fórmulas son dema­
siado ideales, porque tienen un concepto demasiado universalis­
ta de las nociones doctrinales, que no corresponden sobre todo a
las leyes de la vida
(y, por tanto, de la resurrección), del verda­
dero orden social.
¡ _..\h ! Qué seductor sería buscar la realización de grandes co­
sas sin tener que padecer sus servidumbres orgánicas, ni el peso
psicológico de esos mediadores naturales de la acción política
y
social que son los grupos, asociaciones, cuerpos intermedios, pe­
riódicos, revistas, etc ... Y qué fácil resulta hablar con simplicidad
de la defensa del orden o de la
fe, a

partir del momento en que
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JEAN OUSSET
uno no se trata en absoluto con los únicos medios y métodos
que permiten hacer defensa eficaz
y duradera.
Por el contrario, a partir del momento en que se tiene la
preocupación de un resultado concreto, de un resultado duradero,
el recurrir a los mediadores naturales idóneos se hace indispen­
sable, con la cultura humana, intelectual y científica o técnica que
este recurso implica.
Este trabajo es, ciertamente, mucho más lento que la formu­
lación de una proclama o la organización de un
c0ngreso1 aun­
que sea el de Lausanne.
Por tanto, nuestra acción cultural se apoya en un escrupu­
loso respeto a esos mediadores naturales, la mayoría de
los cua­
les son los cuerpos intermedios y de cuya formulación en stands,
forum y encuentros se ha pretendido que este cong~eso de Lau­
sanne sea su imagen.
Acción educadora por excelencia porque está estrechamente
subordinada a la naturaleza de las cosas. Xaturaleza que.
sin
duda,

impone innumerables servidumbres, pero que también ofre­
ce mil posibilidades de salvar los obstáculos. Lo cual resulta tanto
más difícil cuanto más se permanece en el, plano universal de las
lóg[cas puras.
Para
quien, en realidad, no concibe la acción más que en
forma de tesis a
pro~larnar, es

extremadamente
peEgroso el olvidar
todo matiz concreto y de pasar de un salto de un extremo al
otro.
Los que, por el contrario, saben apoyarse
en el
orden de las
cosas ven sus recursos de acción decuplicados, diversificados al
máximo.
En este juego, los agitadores se cansan porque el orden de las
cosas siempre es lento
y pesado de remover.
En este juego, los menos diplomáticos se refinan porque, por
segura que sea la doctrina, -no· basta en el plano concreto de la
naturaleza de las cosas ser lógico y verdadero. Hay _que
ser pa­
ciente. Tan pronto firme, como suave. Hábil para comprender a los hombres, para atrapar las ocasiones, para evitar las pifias.
72
Fundaci\363n Speiro

NUESTRO COMBATE CULTURAL
Habilidad que la formación doctrinal no entraña necesariamente,
por sabia que sea.
Nadie duda de que un sentido exacto de lo posible
(¡ esa fuerza
decisiva en la acción!) es más fácil de adquirir por el cultivo de los
mediadores naturales que en el plano de esas operaciones que por
su universalidad tienden a desencarnar los caracteres esenciales.
Por el contrario, 1a experiencia demuestra, como escribíamos recien­
temente. que siempre se encuentra en las realidades concretas, ar­
moniosamente estudiadas, algún elemento
feliz, alguna
divina sor­
presa, algún per:-onaje providencial que permite salir de la crisis ...
sin compromiso doctrinal, sin exces1vo quebranto de las institu­
C!ones .
. .. condición, ciertamente, de batirse bien, y en ese grado.
Porque ( no es necesario decirlo después de lo que ha sucedido
casi en todo el mundo desde mayo y junio últimos) se trata
de
un auténtico combate ... , y ya no sólo de un simple testimonio
ideal
y platónico. Lucha humana concreta que exige que se pon­
gan en práctica unas fuerzas juiciosamente organizadas, un
apa­
rato y un dispositivo adecuados.
¿ Estamos decididos a comprometemos en esta lucha debida­
mente_. resue1tamente, tal como se
1a debe de llevar; teniendo en
cuenta los caracteres del combate revolucionario moderno; tenien­
do en cuenta igualmente la exigüidad de nuestro número
y la de­
b;lidad
de

nuestros medios?
Combate
muy intenso,

de calidad, de agilidad, de escrupulosa
sabiduría, de santa
hab'.Iidad_. de

astutos complementos.
La rnz de alerta ha sido dada por Pío XII ya hace mucho
tiempo:
"; Es
la hora de la acción!
¿ Estáis dispuestos? Los fren­
tes preparados en
el ámbito religioso y moral se delimitan cada
Yez más

claramente: es la hora de la prueba.
La dura carrera de
la que habla San Pablo
se ha

iniciado : es la hora del esfuerzo
intenso.
C nos pocos instantes, nada más, pueden decidir la vic­
toria.''
Ciertamente_. es necesaria una tenacidad peco común en estos
días tenebrosos para
conservar intacta y viva en el fondo del
corazón la virtud de
la esperanza.
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JEAN OUSSET
Pero es entonces, precisamente, cuando la comprensión de los
valores permanentes viene a ser la gran fuerza y manantial del
valor. Porque bien pobre y ridícula ts esa especie de esperanza
hecha principalmente de inconsciencia optimista y de euforia de
humor.
Más que nunca es la hora de una adhesión tenaz a las certi­
dumbres soberanas, no por el impulso del carácter de un tem­
peramento afortunado, no por el efecto de alguna ilusoria
comp1a­
cencia

en nosotros mismos, sino por la
Yinculación, aunque sea
pobre

y desnuda, a esas verdades permanentes tan alegremente
rechazadas por la Revolución cultural, verdades que
nos s-obre­
pasan

infinitamente
y de las cuales debemos de ser lo~ Yaledores
devotos

por muy inútiles que resultemos.
Son las únicas verdades que tienen las
promesas de Yictoria
y de eternidad.
En cuanto al honor, no puede estar más que en el sen·icio
ardiente, escrupulosamente prudente, resueltamente
hábil, irre­
ductible, de 1os principios de orden justificados por 1a doctrina:
simiente universal de las diversas culturas. En cuanto a
la felicidad ... para todo corazón y espíritu recto,
es, una

vez
más, ahí
donde se encuentra; porque por indigno
que
pueda

uno ser, nadie puede arrepentirse verdaderamente de
servir
a

una causa mejor que sí mismo. En cuanto a la victoria ... cada uno sabe, desde San Pablo,
que está en nuestra fe, en la santidad de esta causa, de esa
fe
cuyo símbolo hemos cantado al final de nuestros dos congresos precedentes ... porque era
"e¡ año
de la fe".
Mas si es verdad que ese año llamado "de la fe" ha pasado ...
¿ no es también evidente que estamos siempre, y hoy aún más.
quizá, en la hora de
1a fe?
A esto se debe que no solamente hemos pensado que no
debíamos suprimir el canto del Credo al final de estos tres días,
sino que nos ha parecido necesario institucionalizarlo, es decir:
hacer de é1, de· aquí en adelante, mientras· Dios quiera, la moción
final
y permanente de nuestros trabajos actuales y futuros.
Os invito, pues, a cantar ese Credo.
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