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Francisco Segarra, S.I., Propaganda religiosa: nuevos datos y aclaraciones

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
P. FRANCISCO SEGARRA, S. I.: PROPAGANDA
RELIGIOSA. NUEVOS DATOS Y ACLARACIONES
(*)
Xadie puede

ya mostrarse desconocedor del dramático ins­
tante por que atraviesa nuestra patria en orden a la conservación
de su ie católica ambiental, de esto que se ha llamado siempre su
unidad religiosa. Y lo más trágico de tal situación -y lo nuevo
en elia- es que no procede de la persecución de un gobierno impío
ni del desbordamiento anárquico de turbas sectariamente azuzadas
contra la Iglesia, sino de la propia debilidad interna -inseguridad
aparente en su fe ---de la propia Iglesia, o más bien, de una parte
creciente de su jerarquía y de las fuerzas que dominan hoy en ella.
El Propio Papa Pablo VI ha tenido que hablar muy recientemente
-y con amarga verdad- de la "autodemolizione" de la Iglesia
Católica.
En situación tan dolorosa no podría decirse qué labor es más
benemérita, si la de despertar los espíritus dando la voz de alarma
y denunciando las insospechadas fuentes de la demolición, o la de
de interpretar ortodoxamente alocuciones
y textos actuales (muy
especialmente los del reciente Concilio) a fin de salvar la con­
tinuidad con la reordenada Iglesia que la Providencia divina nos
traerá más tarde o más temprano.
A una
y otra tarea se ha entregado con denuedo y sabiduría
el
ilu~tre jesuita
P. Francisco Segarra, cuyos muchos años no han
minado ni un ápice su fe, su vigor intelectual
y su esperanza. Sus
libros
Iglesia y Estado, La. libertad religiosa o la luz del Vatir
cano JI y Propaganda Religiosa han sido piezas maestras
en
esa doble

labor a la que tanto deberá la fe de nuestros hijos.
\~e aho::-a luz

otro interesantísimo opúsculo titulado
Propaganda
Religiosa: 11ltt''l'Os datos y aclaraciones (Casals, Barcelona, 1969).
Aborda en

él la
hoy espinosa

cuestión de la forma y límites
con
que una

sociedad civil ( o el Estado en su representación)
debe procurar 1a preservación de la unidad católica en el caso de
(*) Barcelona, 1969, ed. Casa.Is, 111 págs.
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poseerla ambientalmente y como fundamento último de sus cos­tumbres, leyes y conductas.
¿ Debe el Estado inhibirse en tal cues­
tión permitiendo cualquier propaganda religiosa (o irreligiosa)
hostil a esa unidad, hasta el límite de que atente contra el mismo
"orden público"? Este oscurísimo concepto de "orden público"
(propuesto, desdichadamente, por la propia declaración del Vati­
cano II) permitiría al Estado -hoy siempre totalitario~ ser ár­
bitro de

tan grave cuestión y sustituir el principio religioso por
otro más favorable a ese "orden público". ¿ Debe entonces defender
esa unidad edtando la propaganda adversa, pero sólo en lo que
sea gravemente dañoso para su conservación? Tal actitud parece
al P. Segarra insuficiente y peligrosa, pues una propaganda
lai­
cista y corruptora por los actuales medios masivos hará siempre
retroceder la religiosidad como profesión ambiental y generalizada,
siendo las primeras víctimas las clases populares. ¿ Deberá, pues.
prevenir tales

males evitándolos desde posiciones previas, sin
caer por ello en el rigor o en la violencia? Tal es el parecer del
autor. que avala con el testimonio de los pontífices
y de la doc­
trina común del catolicismo en todos los tiempos.
~luy sagazmente sale el P. Segarra al paso de dos objeciones,
hoy muy comunes, a esta doctrina. l:na es la aplicación al orden
político humano de la parábola evangélica del sembrador
y la
cizaña. Tal enseñanza se refiere, según el autor, al gobierno de
D:os sobre el

mundo
y los hombres, y explica por qué los malos
pen·iven con los buenos hasta el Juicio de Dios. Aplicada esta
parábola al

gobierno humano sin más, llevaría al contrasentido
de
desautorizar toda

justicia humana en el gobierno de los pueblos,
remitiendo todo castigo al final de los tiempos.
El gobierno
humano no puede ser como el de Dios,
y, aunque preserve la
,.-' tras ~ea compatible con la supervivencia de la comunidad), debe
cortar de raíz
-en cuanto posible también- el delito y el error
110.:i.-n para las almas y la comunidad.
La segunda objeción es la de aquellos qne niegan toda acción
en este sentido por entender que la unidad religiosa no existe y
no hay. por tanto, que presen7arla. El P. Segarra analiza con
rigo:-conceptual e

histórico qué debe entenderse por unidad
re­
ligiosa de
jacto en

un país, para concluir que el nuestro
-al
menos

hasta ahora
y por gracia de Dios- la posee.
Páginas luminosas
y profundamente meditadas las de este
libro. Lástima

que
haya de
soslayar -por su recto anhelo de
·•salYar·· cuanto hoy dice y hace la Iglesia oficial, en orden a la
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continuidad con el futuro---el hecho triste de que sea la propia
jerarquía

eclesiástica quien desaliente a la autoridad
ciYil en esa
preservación de la fe ambiental y de la unidad religiosa. Sin em­
bargo, nada más orientador para el católico de hoy -súbdito o go­
bernante- que estos opúsculos del P. Segarra.
R.\FAEL G.urnR_-
Jorge Siles SaliTUJ.S: ANTE LA HISTORL, 1CO~CIE:'\CIA
HISTORIA

Y
REVOLUCIO~) (*)
Los nombres de Siles y Siles Salinas son b'.en conocidos entre
nosotros. En primer
lugar, a
través de
la política boll\"iana, d, .. mde
dos

generaciones de esta familia alcanzaron las más altas
magi5-
traturas del país y tomaron parte relevante en los acontecimientos
políticos -incluso en los más recientes- de aquella República.
Pero este nombre nos resulta. familiar sobre todo por la figura de
Jorge Siles, pensador, ensayista y escritor brillantísimo, que. exi­
lado durante un largo período en nuestra patria a causa ele
los
dramáticos

sucesos revolucionarios de su
país, adquirió
entre nos­
otros un bien merecido prestigio intelectual
y humano. _-\ctualmente
colabora

asiduamente en revistas y diarios españoles de primera
fila.
Editora N aciona1 acaba de publicar, en su Serie Filosófica.
varios de sus más luminosos ensayos, reunidos bajo el título
An­
te la
historia (Conciencia lt:stóriw y Revolución). Aunque puh)i­
cados en ocasiones, revistas
y aun países diferentes, estos trabajos
poseen unidad temática y se complementan entre sí en los diversos
aspectos de una sola y fundamental cuestión. El gran tema abor­ dado por este libro es la conciencia histórica del hombre, particu­
larmente del hombre actual. Por más que la vida humana sea esencialmente histórica y la
condición del espíritu humano sea, ante todo, la de un heredero,
cabe preguntarse:
¿ es la conciencia de esta historicidad inherente
al espíritu humano? Parece evidente que no. Precisamente esa
conciencia de historicidad ( el sentirse inmerso en una Historia
-sagrada
y humana- que tiene origen concreto, fases e hitos, y
conclusión) -es lo que aportó la mentalidad judeo-cristiana a la civi­
lización occidental
y lo que determinó una nueva Edad en la
Historia Universal. Para la Antigüedad clásica, 1a historia concreta
(*) Editora Nacional, Madrid 1969, 290 págs.
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