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Número 97-98

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Los católicos y la doctrina social de la Iglesia

LOS CATOLICOS Y LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
(*)
l'OR
Lurs SAI,.I,ERON.
Leyendo, en el número último de febrero de Permanences, el
artículo de André Roche sobre "Los católicos y la política (** )"',
me

preguntaba si la situación de
los católicos

no llegaría a ser in­
confortable. Anteriormente podíamos referirnos a
la Iglesia como a un
bloque para aclarar, determinar o justificar nuestras actividades
en la comunidad. Sus dogmas, su doctrina, su enseñanza, sus di­
rectivas se nos ofrecían con una convergencia que no perrn,itía que­
rellas ni interpretaciones diversas sino en la periferia de este ma­
jestuoso
conjunt9. Hoy
las divisiones están en todas partes, en
todos los terrenos, en todos los niveles.
Antiguamente, cuando alguien se llamaba católico o era
cla­
sificado como católico, se sabían sin esfuerzo sus opinones y sus
orientaciones. No se podían saber ciertamente sus preferencias
políticas, económicas o sociales, pero se sabía que excluía nece­
sariamente algunas adhesiones y algunas profesiones de fe. Si dos
católicos, considerados como antípodas uno del otro en sus "com­
promisos" temporales, se encontraban mezclados en una asamblea
o se enfrentaban en
todas las

ideas
y todas las pasiones; se volvían
a encontrar, pese a ellos mismos, más próximos uno de otro que
(*) Permooimces, núm. 79, en abril 1971, publicó antes de conocerse
el contenido de la
carta Octogesinia mlveniens, este trabajo que vertemos
en castellano
por considerar que con esta carta n·o ha disminuido sino tal
vez
aumentado su interés, y nos servirá de superior introducción al co­
mentario que, a continuación, publicaremos de ella.
("'*) Véase traducido al castellano en VERBO núm. 95--96, págs., 43-3 y
siguientes.
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LUIS SALLERON
aquellos que les combatían y les condenaban idénticamente por ser
católicos. Hoy ha cambiado todo. Si alguno se dice católico o está
clasificado como tal, nadie puede saber lo que piensa ni lo-que es.
Es en el abanico político donde se percibe esto mejor. El católico
puede con indifereneia afirmarse como gaullista, independiente,
radical, socialista, comunista, maoísta, castrista o no importa qué.
Pero en el plano filosófico puede, igualmente, decir que es de
Santo Tomás, de Sartre, de Marcuse, de Marx, de los estructura­
listas o. de no importa qué. En el plano religioso, finalmente, su
catolicismo no le impedirá proclamar la muerte de Dios, negar
la divinidad de Cristo, hacer del Evangelio el manual de la revo-
1 ución,
y así por el estilo.
La confusión es total y universal.
¿No podría, pues, la propia Iglesia ayudarnos a reencontrar­
nos en este caos? Sin duda; pero concretamente al ser considera­
das todas las ideas profesadas como "investigaciones" y elemento5
de "diálogo", todo parece permitido. Y como la jerarquía, lejos
de condenar, parece reservar sus favores a las corrientes ~ás
aberrantes, una duda, que se convierte a menudo en angustia, se
insinúa en los espíritus. Esta duda alcanza a todo; pero como .eI
católico medio es quien trabaja, quien ej,erce un oficio, quien educa
una familia,
se le plantea en primer lugar esa cuestión: "i es que
toddJz/Ía hay una doctrma socud de la IglesÚJJ? (***). Pues, en este
terreno, como
en muchos, por otra parte demasiado a menudo,
se siente

la impresión de oir decir a
las voces
más autorizadas:
"Quema lo que has adorado, y adora lo que has quemado."
La doctrina
social de

la Iglesia.
Sí, hay una doctrina social de la Iglesia. De ella Pío XII de­
cía:
"Esta doctrina,

definitivamente fijada en cuanto a
sus puntos
fundamentales, es suficientemente amplia para poder ser adaptada
(***) As,í, aquí en España, han afirmado la muerte de la doctrina so­
cial
de

la Iglesia, Miret Magdalena en
Triunfo de junio 1971, y Ezequiel
Cabaleiro en Madrid del 10 del mismo mes. (Nota del traductor.)
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LA DOCTRJNA SOCIAL DE LA IGLESIA
y aplicada .a las vicisitudes cambiantes de los tiempos, en el su­
puesto de que no sea en detrimento de sus principios imnutables
y jJermamentes. Es clara en todos sus aspectos; es obligratoria;
nadie puede separarse de ella sin peligro para la fe y el orden
moral; no es) p,u¡es, posible a ningún católico (y menos todavía a
los que pertenecen a vuestras organizaciones) adherirse a las
teorú,s y sistemas sociaies que la Iglesia ha rep'lt/Jwdo y ccm.tra
las cuáles ha puesto a sus fieles en guardw". (Discurso al Con­
greso de Acción Católica italiana, de 29 de abril de
194.S).
Estas palabras tienen veinticinco años. ¿ Es que en veinticinco
años los "principios inmutables y permanentes" que conciernen
"a la fe y al orden moral", pueden haber cambiado? Evidente­
mente no. Las adaptaciones y las aplicaciones "a las vicisitudes
variables de los tiempos" no pueden comprometer a los "puntos
fundamentales" sobre los cuales la doctrina se ha <'fijado defi­
nitivamente".
¿ Cuál es, pues, esta doctrina? ¿ Cuál es su contenido?
Se podrían escribir volúmenes. Y de hecho le han sido con­
sagrados volúmenes. No mencionaremos más que uno, puesto que
es el mejor y más completo. No es que compartamos todas sus
orientaciones, pero es un libro serio y muy documentado. Nos re­
ferimos a Igli,se et socMté éwnomique de J. Y. Calvez y J. Perrin,
tomo I, "L'ensegnernent social des Papes de Léon XIII a Pie
XII (187&-1958)"; tomo II (por
J. Y. Calvez solo): "L'enseg­
nement social de Jean XXIII" (Aubier editor). Toda la doctrina social de la Iglesia se contiene prácticamente
en cuatro Encíclicas:
Rerum N ova,rum (León XIII, 1891 ),
Quadragesmw A.nno (Pío XI, 193,1 ), la semi-encíclica que es el
radiomensaje de Pentecostés 1941 (Pío XII, 1941) y Mater et
M 11Jgistrc, CT uan XXIII, 1961 ). Nos podernos, pues, referir a
ellas con facilidad.
Se puede
añadir también la Pacem in terrvs (Juan XXIII,
1963)
y la Populorum pragressio (Paulo VI, 1967); pero estas
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LUIS SALLERON
dos encíclicas conciernen, una, "a la paz entre las naciones, fun­
dada entre la verdad, la justicia, la caridad y la libertad", y la
otra "al desarrollo de los pueblos". Es decir, que interfieren me­
nos directamente en la vida cotidiana de los católicos
rasos; Tie­
nen más bien por objeto sensibilizarlos sobre la urgencia de los
problemas mundiales. Sin embargo, se contraponen corrientemente
la tendencia ele la Pacem in terris y de la Populorurn progressio
a las de las encíclicas precedentes, apcyándose especialmente en
el párrafo siguiente de la
Pacern in terris:
159.-"Se Ju, de distinguir también cuidadosamente
entre
11M falsas teorías filosóficas sobre la natu.-aleza, el
origen,
e! fin del mundo y del hombre, y las miciativas de
ord tales iniciatvvtlS Ju,yan sida ariginadas e inspiradas
en ta,­
les teorúts fifosóficas; porque
las doctrinas, una vez elabo­
ro;las
y definidas, ya no carnbillln, mientras que tales ini­
ciatimas, encontrándose en situadones
históricas

conti­
nuamente variables, están forzosamente sufetas a las
mismos cammos.
Adtmuis, ;quién puede nego;r que, en
la
medida, en que estas iniciati!llas sean conformes a

los
dictados de la recia razón e intérpretes de las fustas as­
pimcione.s
del hombre, puedan tener

elementos buenos
y mereccdorts de aprobación?."
Se ha entendido, a veces, que este texto si no una conciliación
con el comunismo,
contien~, al

menos,
una especie de absolución
dada a éste en el sentido de que el "movimiento" comunista no se
inspiraría quizás ya en la "doctrina". Esta interpretación es abso­
lutamente inaceptable, pues la doctrina comunista no ha cesado
jamás de inspirar al partido. Parece que la encíclica apunta hacia
el "socialismo", palabra que puede querer decir todo lo que se
quiera y que, entre los alemanes, cubre hoy un partido que ad­
mite la propiedad privada de los medios de producción.
De cualquier forma que sea, no se puede olvidar que este pá­
rrafo está situado

entre otros dos;
de los que he aquí el primero:
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LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
158.-"Ahora bien, siempre se ha de distinguir entre el
que yerra y el error, aunque se.
tr(!te. de hombres que
no
conocen la verdad o la cono,cen sólo a medias, ya en
el orden religioso, ya

en el orden
de la moral práctica;
puesto

que el que yerra no por eso está
despojax/,o de
su

condición de
hombre ni

ha
perdido su d;gnid(]Jd de
persona y merece siempre la consideración que deriva
de este hecho. Además, en la naturaleza hwmana jamás
se

destruye la
capacidaxi, de vencer el error y
de abrirse
¡x,so al conoci,n.;ento de

la
verdax/,. Ni
le
faltan jamás
las ayudas sobrenaturales de la divina PrO"ZJidencia. Por
lo cU(]Jl, quien hoy

carece de
la luz de

la fe o
profesa doc­
trinas
erróneas,

puede
mañana, con la ilwmiooción de
Dios, abrazar la v&dad. Porque

si los
católicos, a prop'Ó
sito de las cosas temporales, traban relación con aquellos
que
o no creen
en Cristo
o
creen en El, pero en forma
errada, puede" sermrles de ocasión o de exhortadón para
qwe vengan a la verdad."
Y

veamos el segundo :

lffi.~"Teniendo presente esto, puede a veces suceder
que ciertos cont(]Jcto•s de orden práctico que hasta aquí se
consideraban como

inútiles en absoluto, hoy
por el
con­
trario,
sean prO"ZJechosos, o ¡,u.edan llego:,· a ser/o. De­
terminar si tal momrnto ha llegado o no, como también
astablecer las formas y el grado en que hayan de reo;.
lizarrse cant(]JCtos en orden a conseguir meta,s positi'vas,
ya sea en el campo económico o social, ya también en
el campo cultural o político, son ¡,untos que sólo puede
enseñar la virtud de la prudencia, como reguladora que
es de todas las virtudes que rigen ¡,, vida moral tanto in­
dwidual como sodal. Por esto, cuando están en juego
los intereses de los católicos, tal decisión corresponde
de un modo par:ticula.r a aquellos que en estos asuntos
concretos des11mp,eñan cargos de responsabilid"'1 en la
64)
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LUIS SALLERON
cvmunidadJ siempre que se man.tengan~ sin embargo, los
principios del derecho natural al par que la doctrina so­
cial de la Iglesia y /a,s directivas de la autoridad ecle­
siástica. Porque

nadie debe
olvidc,r que a /a, Iglesia es
a
qui,en compete el derecho y el de/Jer no sólo de tute­
lar los

principios de la fe
y de la moral, sino también
de prescribir autoritOJtÍ/l!amente a sus

hijos,
aun en la
esfera del

orden
temp,oral, cuando se

trata de aplicar
.tales principios a la vida práctica."
Podemos pensar lo que queramos de esta "apertura al mundo",
pero no se puede decir que modifique la doctrina: so,cial de la Igle­
sia. Indica una poUtica posible, lo cual es completamente diferente.
En el fondo, los católicos se encuentran hoy ante el "socia­
lismo" más o menb-s en la misma situación en que se encontraron
en el siglo pasado aute la "democracia". En los dos casos, la fi­
losofía es inaceptable, pero la evolución de las estructuras socia­
les, ligadas a la palabra, puede, eventualmente, llegar a ser acep­
table.
Lo cual significa que una conciliación ullega a ser posible", a
los ojos de la Iglesia, que .espera:, con razón o sin ella, que las
estructuras sean modificadas bajo el influjo de una inspiración
nueva.
En este caso, no se trata sino
de una

recomendación de la Igle­
sia. Queda al arbitrio del ciudadano seguirla o rechazarla.
Hoy el problema es particularmente grave. puesto que no hay
más que un socialismo coherente: el comunismo. Siendo así que
éste sigue siendo "intrínsecamente
pei=ver·so". Si,
en países como
Polonia, el catolicismo
permanece vivo

en ellos, es porque los ca­
tólicos son en ellos la inmensa mayoría y jamás se han apartado
una pulgada de su religión, aute el Poder que no tiene la posibili­
lidad de aplastarlos.
No ocurre lo mismo en Francia.
Por otra parte, .la democracia individualista del siglo xrx re­
conocía las libertades individuales. Si bieu las atacaba de mil ma­
nieras en
el campo religioso, no podía suprimirlas. El catolicismo
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LA DOCTRJNA SOCIAL DE LA IGLESIA
encontraba en ello un refugio que no existe hoy en este socialismo
totalitario que es el comunismo.
Es, pues, más necesario y más actU(JJ/. que nunca, para los car
tétlicos, aferrarse a la doctrina social de la Iglesia.
Pero, de nuevo, ¿ cuál es, pues, esta doctrina?
Los Rvdos. PP. Calvez y Perrin la definen de esta manera:
Es la aplicación a las relaciones sociales de la regla de las cos­
tumbres, (
op. cit., tomo I, pág. 20).
Esta definición, que naturalmente requeriría un sinfín de
comentarios,
tiellle el mérito de reposar enteramente en las
dos palabras de "fe" y "costumbres". Es tanto como decir que el
cristiano, cuya vida estúViera totalmente impregnada del Credo,
del Decálogo y del Evangelio, estaría prácticamente en condicio­
nes seguras para realizar, en la ciudad, la doctrina social de la
Iglesia, aunque pensara que no la conocía.
Los RR. PP. Calvez y Perrin añaden también esta cita de
Pío XII : "La Iglesia, con la frente muy alta, puede señalar los
valores que preparó y que mantiene formas para la solución de la
cuestión social. Uno de estos valores es la doctrina social, orien­
tada enteramente según el Derecho natuml y la ley de Cristo,."
(Mensaje

al Katholikentag de Alemania, de 2 de septiembre de
1956.)
Todo esto es inmutable pero -independientemente de lo que
diremos más adelante- lo que crea una perturbación al respecto
de la doctrina social de
1a Iglesia se refiere a dos causas:
1.0 Las "relaci~nes sociales", de las que la Iglesia se ha ocu­
pado a partir de León XIII, son las que daban lugar a las injus­
ticias más visibles y más actuales, es decir, las que concernían a
la situación de los obreros en la sociedad industrial nacida del
capitalismo liberal. Así, pues, después de la guerra, y sobre todo
desde hace una decena de años, las "re1aciones sociales", cuya in­
justicia o dificultad requiere la máxima atención, son las que exis­
ten entre los hombres de razas o religiones dif-erentes, entre
los
países

desarrollados y subdesarrollados, entre las generaciones,
etcétera. Hay,
pues, un desplazamiento y ensanchamiento de la
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LUIS SALLERON
cuestión social a las que precisamente intentan responder las En­
cíclicas Pacem m terris y Populorum progressw.
z.o La "cuestión social", hasta estos últimos años, se limi­
taba a los problemas dimanantes de la Economía. Permanecía
siendo distinta de la cuestión
política. Pero los problemas, al mul­
tiplicarse, se han revelado imbricados de tal modo unos a otros que
es la sociedad entera lo que hoy
día está

en cuestión. Proletariado,
racismo, tercer mundo, demografía, "inteligentzia", sexualidad,
droga, ateísmo, todo se encuentra mezclado. Una cwüizO!ción pa­
rece hundirse, y se hunde quizá, en espera de un nuevo orden so­
cial. Un marxismo -estallado el mismo en mi-1 sectas, pero sóli­
damente encamado en las dos principales: el comunismo sovié­
tico y el comunismo chino -se alza al asalto del occidente cris­
tiano para destruirlo e instaurarse en su lugar. En estas condicio­
nes la Doctrina Social de la Iglesia, en su
sentido originario, no
llega a cubrir todo y es la doctrina misma de la Iglesia sobre el
hombre y la sociedad la que vuelve a interesarnos. Es siempre la
misma. Es siempre "la aplicación a las relaciones sociales" de las
reglas de la fe y de las reglas de las costumbres". Pero no se trata
ya, en primer lugar, de "relaciones del trabajo y el capital", se
trata del conjunto de re
1aciones humanas que constituye la socie­
dad; se trata a fin de cuentas del hombre en sí mimo, en su doble
vocación individual y social. No es pues sin razón que al final de
su estudio sobre la
M(JJ/er et Ma:gistra, el P. Calvez haya escrito:
"La doctrina

social de la Iglesia es (así) primariamente la llamada
de la
vocación del hombre, del sentido del hombre en el corazón mis­
mo

de los proyectos sociales de los que la Iglesia reconoce la sig­
nificación
y la grandeza pero quiere impedir que se vuelvan con­
tra el
homlYre, lo que sólo ella puede impedir desviar, pues es el
órgano de la
relig:ón O!Uléntica, por la que se realiza plenamente el
homlYre (Op. cit., tomo II, párrafo 113. Subrayado nuestro).
Simplificándo excesivamente se podría decir que la doctrina so­
cial ha evolucionado en estas tres etapas : 1)
La defensa del trabaja­
dor asalariado contra la potencia del dinero;
2) La defensa de los
más débiles contra
los más

fuertes en la diversidad de situaciones
sociales en la que mundialmente se multiplican las desigualdades
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LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
e injusticias; 3) La detensa del hombre mismo contra lo que ame­
naza

aplastarle y, especialmente,
contra la
potencia creciente del
cuerpo social frente al individuo desarmado.
Pío XII se espantó ante
el espectro de este mal nuevo y es
de recordar la advertencia patética que lanzó a los católicos en
Viena el día 14 de septiembre de 1952: "Es preciso impedír que
la P'ersona y la fa,miJia se dejen arrastrar al wbismc al que tiende
a lanzarles la social,izadón de todas las cosas1 socialización al fin
de la cual la terrorífica imagen del Levi,a;than llegaría a ser una
horrible realidad. Hasta sus últimas energías la Iglesia llevará a
cabo esta batalla en la que están en juego valores supremos: la
&ign;dad del hombre y /,a salvadón eterna de las almas. Así es
como se explica la insistencia de la doctrina social CQJtálica, espe­
cialmente en el derecho de propiedad."
Con estas palabras luminosas, Pío XII sitúa perfectamente
el sentido profundo de la "doctrina social católica" : es la defensa
de la persona humana contra el totalitarismo, que no es otra cosa
sino
'1la socialización de todas las cosas", es decir el co-miunisnw.
Es

por lo cual que -resumiéndose
el comunismo en la abolición
de la propiedad privada- subraya la importancia de la propiedad,
garantía de las libertades de la persona y de la famüia, lo mismo
que al ser el comuni•smo intrínsecamente materialista y ateo -su­
braya lo que está en juego en el combate-: la dignidad del lwmbre
y ta salvaáón e'lerna de las aJmas.
He ahí el corazón de la . doctrina social de la iglesia. Y así se
comprende que sea, en efecto,
c/a;ra y que sea ob,;gatorü,, ya que
se trata ciertamente de
pr;ncipio-s inmwtlibles y permanentes.
Quienquiera que se fije en estos puntos fundamentales no podrá
ser confundido por nada.
Algunos se preguntan si el Concilio no ha cambiado todo
esto. Pero
¿ cómo habría podido el Concilio cambiar "principios
inmutables y permanentes?" Lo que es cierto es que el Vaticano
II no ha querido abordar la cuestión del comunismo, como por
otra parte alguna cuestión
tocante a

los errores del mundo
mo-­
demo.

En otras palabras, no ha querido
ser doctrinal sino pastoral.
Se ha propuesto abrir la Iglesia al mundo con vistas a una acción
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LUIS SALLERON
misionera, a partir de una doctrina adquiirida. Esta doctrina no
la modifica, no la toca.
El t-exto, muy largo, que consagra a las cuestiones que dimanan
de
.la "Doctrina social católica" -Gaudium et spes-se titula
"Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno".
Sus fundamentos doctrinales son los de las Encíclicas que nos
son familiares. En el párrafo 65, ap. 20, encontramos la condena,
muy clásica, del liberalismo ( como doctrina de la libertad absoluta)
y del comunismo: "No se puede dejar este desarrollo ni al juego
casi mecánico de la acción económica de los individuos ni a la sola
decísión de la autoridad pública; de ahí que no estén exentas de
error tanto las doctrinas
que por una apariencia de falsa libertad
se oponen a las necesarias reformas, como las que sacrifican los
derechos fundmnent(JJ/es de /a ¡:,ersona y de los grupos en aras a
la orgcm-ización co,lectiV Una vez más, no se ve·1o que puede constituir problema: acerra
de la esencia, y sobre Jo esencial, de la doctrina social de la Iglesia.
Sin analizarla en detalle se podría resumirla fácilmente con
!a
enumeración de algtlnas palabras qlle indican sus temas princi­
pales:
650
-ley divina y natural ;
-buscar el" réino de Dios y sti justicia, dándose lo demás
por añadiduda;
-justicia social, es decir, su · justicia en las relaciones so­
ciales;
-prioridad de la persona, sujeto y objeto de la organización
social:
-protección de la familia, lugar primero del desarrollo de la
persona;
-principio de subsidiaridad, según el cual no es preciso con­
fiar a las instancias superiores la solucíón de los proble­
mas que pueden ser solucionados por instancias más próxi­
mas a los interesados;
-garantía de la propiedad, jurídicamente organizada según
su naturaleza y finalidad;
-desarrollo

de los cuerpos intermedios;
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LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
-cuidado creciente del mal multiforme suscitado por el des­
orden universal ;
-resistencia encarnizada al totalitarismo social y a las filo­
sofías materialistas y ateas que conducen a
él.
¿ Es que hay un solo católico que pueda dudar que esta es la
enseñanza de
la Iglesia?
Las disputas no pueden, pues, referirse más que a las moda­
lidades de aplicación y ciertamente hay ahí de que diaputar, pero
son disputas de
ciudadanos, no
de católicos,
Una Iglesia dividida.
En realidad, la dificultad está en otro lado.
La dificultad está, como indicábamos, en las primeras líneas
de este artículo, en la crisis de
la Iglesia.
La división no está en la periferia de la Iglesia, está en la
misma Iglesia, en todos los pisos, en tcxlos los ámbitos. Lo que
no impide que haya Huna sola fe, un solo bautismo, un solo Señor",
como decía San Pablo. Hay, pues, una so!a Iglesia, una sola doc­
trina de la Iglesia y una sola
doctrina social de la Iglesia.
¿ Dónde encontrar esta unidad?
Ha estallado en lo que la debería representar. No subsiste sino
en las palabras: los ohispos unidos al Papa.
¿ Pero lo esián todos?
Un católico en Holanda,
¿ sigue siendo católico si lo pretende
por el hecho de que lo que cree, lo que él piensa y lo que practica
es aceptado o recomendado por su obispo?
Un católico de Francia, ¿ debe estimarse satisfecho del N ou­
veau Ca.techisme} que pasa en silencio verdades fundamentales de
la fe, bajo el pretexto de que este catolicismo es aprobado por los
obispos franceses
? ¿ Habría de negar la divinidad de Cristo por
que al recitarse
la traducción oficial de la epístola a los Filipenses
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LUIS SALLERON
escuche que Jesucristo "no ha querido conquistar por la fuerza
la igualdad con Dios? ¿ Debe renegar del Credo de la misa, bajo
pretexto de que un mini-credo, convertido en cántico, ha sido
autorizado por la jerarquía en una emisión de televisión?
Hay que tomar consciencia de la realidad. En ningún país del
mundo hoy, y,
desde luego,
en Francia, el católico puede encon­
trar la solución de los problemas que se le ponen contentándose
con
obedecer a la Iglesia, por la sencilla razón de que no puede
saber en muchos rasos, a qué y a quién obedece.
Es típicamente cierto esto eu lo referente a la doctrina social de
la Iglesia. Esta doctrina, al J;rallarse "definitivamente fijada en
cuanto a sus puntos fundamentales", no debemos buscarla en otro
lado, sino allá donde está fijada. En cuanto a sus modalidades de
aplicación en el mundo actual, a nosotros, seglares, es a quienes
nos toca hallarlas y ponerlas a punto.
Si los capellanes,
si los obispos tienen algo que decimos, debe­
mos escucharlos, pero sus opiniones no nos comprometen a nada.
Tendemos de modo habitnal a desconfiar si estimamos preciso juz­
gar
el árbol por sus frutos. Y a que los movimientos de Acción
Católica, con mandato oficial del episcopado, profesan y propagan
las ideas más aberrantes en la materia.
No se trata solamente de un derecho, se trata
de un deber­
Los seglares

tienen, en efecto, sus
responsabilidades. Respon­
sabilidades de
padres, en la que concierne a la educación de los
hijos; responsabilidades
de ciudadainos en lo que se refiere a las
actividades políticas y profesionales.
Nadie, a este respecto, puede sustituirlos; y ahí, aún la doc­
trina de la Iglesia es tan clara como formal. Se puede añadir, in­
cluso, que desde este punto de vista el Concilio refuerza la doc­
trina tradicional, y esto, de dos maneras.
De una parte, insiste en el papel de los laicos. "Lüs laicos deben
asumir conw propia tarea la renovaci6n del

orden
temporal. Ilu­
minados P'<>r la luz del EW;ngelio, conducidos por el espíritu de
la Iglesia, imputsa4os p·or la cwida,i cristiana, del,,en, en este te­
rreno, a.ctUlltr par sí mismos de una manera bien determina.da."
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LA DOCTRJNA SOCIAL DE LA IGLESIA
(Decreto sobre el apostolado seglar, Apostolicam auctcrritatem,
párrafo 7.)
Por otra parte considera como un hecho el "carácter plura:1ista
de la sociedad moderna". (Declaración sobre la educación cris­
tiana,
Graroissí,m,um educationis mamentum, párrafo 7), cuya apli­
cación más evidentemente lícita se sitúa en el terreno de las con­
tingencia

temporales, bajo reserva, bien entendido, de que sean
respetados los "principios inmutables
y permanentes" de la doc­
trina social de la iglesia.
Conclusión.
¿ Es todo tan senciUo?
Evidentemente no, pues nada es sencillo allá donde se
ha
instalado la división.
Es pues necesario buscar reglas prácticas de comportamiento.
En esto cada uno es libre.
La dificultad principal no proviene, por otra parte, de las
divergencias que puedan existir entre unos y otros acerca de las
modalidades de aplicación de la doctrina social de la Iglesia;
resulta de la variedad de reacciones, a los cambios continuos que
afectan a la Iglesia en el propio plano religioso.
Un grupo compuesto de católicos, o de una gran mayoría de
católicos, y que persigue otros fines que los exclusivamente
téc­
nicos, no se siente coherente sino cuando la inspiración que le
anima es fundamentalmente la misma entre todos sus miembros.
Esta coherencia anteriormente se producía pcr sí sola por la
propia virtud del mismo catolicismo profesado. Ya no ocurre hoy
igual, justamente por que es el propio catolicismo el que está
dividido. Las tensiones internas más que en meras orientaciones
concretas de la acción realizada en común, se proyectan en las
orientaciones católicas básicas.
¿ Es que nos hallamos, pues, en una situación análoga a la
de nn grupo que estuviera compuesto de católicos, de protestan-
653
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LUIS SALLER.ON
tes y no creyentes? No, pues en este caso cada uno sabe que no
hay acuerdo en el plano religioso, y la unidad del grupo está ase­
gurada a un nivel concreto que es el del objeto específico del grupo.
Mietlll:ras que

los católicos que trabajan conjuntados a partir de su
catolicismo, aun cuando el objeto de su actividad no sea religioso,
se encuentran dolorosamente molestos por el hecho de que exis­
ten desacuerdos entre ellos al nivel en el cual su voluntad quisie­
ra encontrar
la razón más profunda de su unidad.
Entonces,
¿ qué hacer ?
Lógica.mente, no hay más que dos soluciones.
O bien ,el grupo debe precisar sus opciones en el terreno del
comportamiento religioso de sus miembros, de tal manera que
sólo
permanezcan como miembros de grupo
los que

estén de acuer­
do con esas opciones.
O bien se admite la diversidad de opciones individuales, no
manteniendo sino algunas reglas de comportatpiento público con
las cuales afirma su unidad católica.
La primera so,lución tiene la ventaja de asegurar la mayor
cohesión del grupo. Tiene el doble incoveniente de restringir
po­
siblemente y exagerar el lazo entre una actividad específicamente
seglar y la pertenencia a la Iglesia católica.
La segunda solución tiene la ventaja inversa de asegurar al
grupo su plena libertad de acción respecto a
la Jerarquía eclesiás­
tica. Tiene el posible inconveniente de disminuir la inspiración pro­
funda, católica, de la actividad del grupo.
La verdad se sitúa probablemente entre las dos. No es, en
efecto, en la abstracción, en virtud de consideraciones puramente
lógicas, donde se puede resolver el problema. Este no existiría si
una
so,lución lógica
pudiera resolverlo. Igualmente, los datos
espe­
cífiCos cambian cada día, lo que significa que, concretamente,
una solución que pareciera perfectamente lógica correría el riesgo
de no resolver nada a medida que la situación evolucionara.
Es pues presumible que lo méjor es actuar empíricamente, a
partir de hechos comprobados y de princiP'ios de los que se cree
que no es
po,sible apartarse.
El
hecho primero, es la división de los católicos.
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Fundaci\363n Speiro

LA DOCTRJNA SOCIAL DE LA IGLESIA
El ¡,rvnci¡,io primero, es la voluntad de mantener la unidad
a
partir del

catolicismo y a pesar de la división
comprobada.
Se puede pensar

que
la volwnt(})d de unidad catblica, ligada
(no lo olvidemos) a un Credo común y a "principios inmutables
y permanenteS" en el campo de la actividad cívica y social, estará
prácticamente en la medida de sobrepasar el mayor número de
dificultades.
Ciertamente, no es que minimicemos la importancia de la cri­
sis actual de la fe y de la liturgia de la Iglesia, crisis de la que
en otras· ocasiones hemos expresado extensamente nuestro perisa­
miento.

Esta crisis no puede dejar de
tener repercusión en el tra­
bajo social de los católicos puesto que se apoya en la regla de la
fe y de las costumbres y encuentra su coronación en esta oración
social que es la liturgia.
Pero después de todo, no se ve por qué una acción en común
de los seglares en el orden tempo,rol pudiera romperse por la di­
versidad de tendencias no concernientes a este orden temporal.
A este respecto, la reafirmación muy neta de la doctrina social
de la Iglesia y de las opciones que se deducen de ella para los pro­
blemas de la sociedad contemporánea deben mostrarse como fac­
tores de cohesión del grupo, muy superiores a los fermentos de
disgregación que propaga la crisis de
la fe y de la liturgia en la
Iglesia.
Mejor aún, se puede
pensar que
los
católicos que
trabajan
en
común en el orden temporal al nivel de la doctrina social de la Iglesia pueden encontrar un principio poderoso de unidad en la
visión clara que tendrán al obrar sobre su propio terreno, para
hacer

triunfar
ideas y programas vitales para la civilización; sir­
ven directamente a la Iglesia, manifestando por su unidad de pen­
samiento y de acción la unidad religiosa de la Iglesia entera y
ayudando así a la reabsorción de la crisis que atraviesa.
En otras palabras,
la -intención directriz no menos debe ser:
"Mantengámonos unidos
a pesar de la división de la Iglesia" que:
"Mantengámonos unidos
para que la Iglesia sobrepase su división."
Puesto que, en efecto, no hay problema serio en los puntos
fundamentales a \os que deben ordenar su acción de católicos com-
Fundaci\363n Speiro

prometidos en el terreno económico social ; ahí están todas las
razones precisas
para realizar
una acción común en grupo unido.
¿ Por qué no encontrar un motivo de esperanza en la idea sen­
cilla y perfectamente cierta de que obrando para la realización de
la doctrina social de la Iglesia se obra al mismo tiempo para el
restablecimiento de
la unidad de la misma Iglesia i'
CONTINUIDAD DE LA DOCTRINA SOCIAL
CATOLICA
«Notemos también otra finalidad de esta conmemoraci6n,
"y es la de continuar. De continuar, decimos, en la afirmación
.,, de
la
ercuela ,ocia/ católica. La inagotable fecundidad de los 11principios teológicos, filos6ficos, antropológicos de los que
"saca su

fuente
y la validez de su enseñanza, el imperativo
"evangélico e hist6rico de
su
tradición1 la formidable tempes­
."tttd de

teorías, de
ideologías, de

hechos sociales
y políticos de
"la que estamos

desbordados e impregnados
1 la persistencia,
"más aún el

recrudecimiento
y la aparición de graves proble­
"mas sociales,
y por no citar más, la admisión del pluralismo
,, de las opiniones y de los sistemas en vista de la siempre di­
"námica formación de un progresivo orden social, autorizan a
"la Iglesia y obligan a sus hijos católicos a intervenir con una
"propia

doctrina social moderna
1 que, a la luz de las eternas y
,, siempre vivas verdades, sepa interpretar las experiencias de
"los tiempos
nuevoJ con miras a la defensa
y a la promoci6n
''del hombre,
orientándolo

hacia sus verdaderos
destino! tem­
"porales
y eternos.
"Continuar. Es lo que, con una palabra mucho más mo­
"desta,
hemo.r tratado

de hacer volviendo a escuchar aquella
"que, hace

ahora ochenta años, León XIII anunciaba a la
"Iglesia
y al mundo, mediante nuestra carta apostólica, publi­
"cada
ayer.»
PAULO VI: Homilía durante la misa conmemo­
rativa
del
LXXX aniversario de la Rerum No­
varum del 16 de mayo de 1971, original italiano,
traducción de
Ecclesia núm. 1.543 del 29 de mayo.
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