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Número 453-454

Serie XLV

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Transmisión, inculturación y tradición

TRANSMISIÓN, INCULTURACIÓN
Y TRADICIÓN
POR
MIGUELAYUSO(*)
S U M A R I O : 1. Gracia y naturaleza: el orden natural y el sobrenatural.—2. Un
escolio crítico sobre el derecho natural actual.—3. O t ro escolio sobre la
Cristiandad.—4. Inculturación y tradición.—5. Hacia una conclusión.
1 . Gracia y naturaleza: el orden natural y el sob re n a t u r a l .
Durante los pasados decenios se difundió en el lenguaje ecle-
siástico un término procedente del léxico de la sociología y la
a n t ropología: “inculturación”. Que aunque con frecuencia se haya
i n s t r umentado en clave de a u t o d e m o l i z i o n e, levanta también una
cuestión permanente, si acaso más acuciante en nuestros tiempos:
la de la encarnación de la fe en el orden intelectual, cultural,
humano a fin de cuentas. Por donde vuelve la relación entre lo
natural y lo sobrenatural, interpretada por la tradición católica en
c l a ve de armonía entre ambos órdenes. Y que santo Tomás de
Aquino, como es bien sabido, resumió en una fórmula magistral
al inicio de su suma de teologí a: “ Gratia non tollit naturam sed per -
ficit eam” . Dice en efecto santo Tomás que “como la gracia no des-
t r u ye l a gracia sino que la perfecciona, es necesario que la razón se
ponga al servicio de la fe, como que la inclinación natural de la
____________
(*) R eproducimos aquí la ponencia inicial, del profesor M iguel Ayuso, desarro-
llada en un seminario organizado por la revista Catholica y la Universidad de P arís IV,
el pasado mes de noviembre, del que ya dimos cuenta a nuestros lectores, y que giró en
torno de la transmisión. Agradecemos a nuestr o querido amigo Bernard Dumont,
dir ector de Catholica, la amable autorización para publicar el texto en castellano antes
de su aparición en versión francesa en los actos (N. de la R.).
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voluntad rinda obsequio a la caridad” (1). Pensamiento pro f u n d í-
simo cuyas consecuencias no se advierten de una sola vez sino que
es preciso ir extrayendo poco a poco, por lo que también ha gene-
rado discusiones sin cuento (2). A este respecto, en muchas ocasiones he confesado mi convic-
ción de que buena parte de los males contemporáneos no traen
causa tanto de ataques directos al depósito de la fe como de des-
conocimientos previos del orden natural, que hacen imposible
que la gracia pueda situarse en el orden de la perfección de la
n a t u r a l e za: en efecto lo sobrenatural encarna en lo natural y lo
humano, pero no puede hacerlo en lo inhumano (3). De igual
modo que, en otras ocasiones, hallamos que la secreta y ve rd a d e-
ra línea de demarcación trazada por el mundo moderno no con-
cierne a la fe cristiana en sí misma, sino a la principal obra tem-
poral de la fe, esto es, la moral social del cristianismo, enseñada
por la tradición católica e inscrita en las instituciones políticas: la
Cristiandad, la civilización cristiana, la ciudad católica, etc. (4). Nada de lo anterior implica, sin embargo, caer en naturalismo
alguno o mitigar los condicionamientos preternaturales implica-
dos en la existencia humana y su corporeización política. Por lo
mismo, en otros momentos, me ha parecido —por ejemplo— que
era preciso poner en guardia contra cierta utilización del “ d e re c h o
n a t u r a l ” como medio para no afirmar la r e a l eza social de Cr i s t o.
Así pues, comenzaré por un escolio sobre el discurso iusnatu-
ralista actual, para seguir con otro sobre la Cristiandad, antes de
a b o rdar la relación entre inculturación y tradición.
2 . Un escolio crítico sobre el discurso iusnaturalista actual.
Pese a los párrafos precedentes las últimas líneas podrían dejar
la impresión de fideísmo, por lo que se impone una explicación.
____________
(1) S
ANTOTOMÁS DEAQUINO,S. th., I, q. 1, a. 8, ad 2.
(2) Piénsese, por ejemplo, en la polémica que levantó la aparición del famoso
libro Surnatur el, París, 1946, del padr e Henri de Lubac.
(3) M
IGUELAYUSO, “À pr opos de la reconstruction chrétienne de la societé”,
Catholica (París), n.º 69 (2000), págs. 11 y sigs.
(4) J
EANMADIRAN, La République du P anthéon. Explication de la politique fr an -
çaise, N iort, 1982, págs. 4 y sigs.
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Por ello, permítaseme dejar apuntadas en forma sintética algunas de\
las debilidades del discurso “ actual” del derecho natural desde el
orden puramente humano (5). Cierto es que, como en toda situa-
ción de crisis, conviven signos contradictorios que permiten imagi-
nar , tras el derr umbamiento de las construcciones que lo ocultaban
a nuestra vista, el reencuentr o con el orden natural; junto con otros
que hacen avizorar la pura intemperie. P ero, como lo característico
de esta crisis, parecen imponerse los signos que conducen al nihilis -
mo sobr e los que podrían llevar a la r estauración del orden. Y es que
faltan las bases sólidas sobr e las que construir.
Teoréticamente se prescinde del arraigo del derecho natural
en la metafísica tomista, de la que —como advirtió siempre con
insistencia el magisterio de la Iglesia— no sin grave peligro es
dado alejarse, mientras que se afirma un “ p e r s o n a l i s m o” que, más
allá del wishful thinking, concluye en el individualismo (6). J u r í d i -
camente, el derecho natural stricto sensu, esto es la cosa justa,
determinada por medio del ars iurisdialéctico (de una dialéctica
aristotélica, no hegeliana), no acierta a afirmarse entre el viejo y
caduco legalismo y un nuevo “judicialismo” en el fondo no menos
positivista, aunque de matriz irracionalista o utopista (7). P o l í t i -
camente no se logra escapar de la gravitación pérfida del libera-
lismo, que impide comprender cómo el Estado católico es una
exigencia de razón antes que de fe, y que en los países sociológi-
camente aún católicos, desaparecidos en la práctica los últimos
con el sorprendente contento de la Iglesia, la rehabilitación de su
doctrina se muestra necesaria por completo; sin embargo, se sigue
abundando en una versión absolutizante de la libertad religiosa y
en un paradigma de las relaciones de la Iglesia con la comunidad
política cercana al “ a m e r i c a n i s m o” que condenara León XIII: así,
el teólogo privado Josef Ratzinger, antes de su elevación al solio
pontificio, lo ha defendido en varias ocasiones a partir de la acep-
____________
(5) M
IGUELAYUSO,“Las aporías presentes del der echo natural (de retorno en
r etorno)”, Verbo(Madrid), n.º 437-438 (2005), págs. 553 y sigs.
(6) D
ANILOCASTELLANO, La r azionalità della politica , Nápoles, 1993.
(7) J
UANVALLET DEGOYTISOLO, Manuales de metodología jurídica , 4 vols.,
Madrid, 2004.
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tación (por lo menos implícita y a veces expresa) de la doctrina de
John Locke (8).Pe ro vamos al problema. Santo Tomás, es bien sabido, sostie-
ne que la ley natural es algo razonable que conduce las criaturas
hacia su fin, su bien, que se considera en conjunto como el bien
común del u nive r s o. En el caso del hombre, al estar dotado de
autodeterminación, éste no sólo se somete a la ley, sino que tam-
bién se gobierna según su dictamen. Tal ley natural es teóricamen-
te cognoscible por la razón, pero ese poder teórico existencial-
mente casi siempre fracasa por causa (al menos en parte) del peca-
do, que ha herido a la razón humana. P e ro también porque se
necesita tiempo y sabiduría para descubrir el contenido de la ley.
Como rara vez los hombres lo lograrían, Dios lo ha re velado a
todos para que alcancen —en último término— la salvación. El
contexto teológico y apologético de la obra tomasian a conducen
al entronque de la ley natural con su Legislador (9). P e ro desde la
filosofía se alcanza una conclusión semejante, pues la ley natural,
por natural que sea, exige un intérprete y ese intérprete consti-
t u ye una autoridad en cuanto al contenido de la misma ley.
Haciendo converger ambos aspectos podemos concluir que la ley
sólo puede encontrar su interpretación “ a u t o r i t a t i va” en su pr o p i o
a u t o r , Dios, que habla por medio de su Iglesia, si bien ésta —que,
como escribió Pío XI en Ubi arc a n o, custodia la santidad del dere-
cho de gentes (10)— remite a razones filosóficas cuando habla
d e f i n i t i v amente sobre un asunto que cae dentro del ámbito de la
l e y . Igualmente, la ley natural, en cuanto se aplica al bien común
de una sociedad, necesita de un intérprete autoritativo, de un
defensor del derecho natural.
El régimen de Cristiandad, no sin dificultades, aseguraba tal
i n t e r p r etación personal y autoritaria. La laicidad o el laicismo,
____________
(8) J
O H NRAO,“ C a r dinal Ratzinger discovers America”, The Re m n a n t(Wyo m i n g ) ,
15-12-2004. Cfr . mi “Laicidad y derechos humanos ”, en Danilo Castellano y Federico
Costantini (eds.), Costituzione europea, diritti umani, libertà r eligiosa, Nápoles, 2005,
págs. 135 y sigs. (9)La remisión no puede ser sino a S
ANTOTOMÁS DEAQUINO,S. th., I-II, qq.
90-97.
(10) P
ÍOXI, Ubi ar cano Dei (1922), n.º 18.
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que no son sino dos modalidades de una misma ideología, en
cambio, la exc l u yen . Pe ro la Iglesia, hoy, parece trasbordarse desde
aquélla hacia éstos. En forma sorprendente, pues no parece fun-
dar tal cambio en las exigencias de la dificultad de nuestro tiem-
po, esto es, como decían los polemistas decimonónicos, en la
“ h i p ó t e s i s ”, sino en cuanto “ t e s i s” (11). Cierto es también que en
forma matizada aunque no exenta de confusión. Pues frente a la
laicidad francesa, vista como ag re s i va, esto es laicista, quisiera
“ o t r a ” laicidad en que las iglesias, a partir del respeto a la liber t a d
religiosa, se beneficien de un espacio público neutral e incluso
a m i s t o s o . Es decir el modelo del americanismo condenado por
León XIII (12). Por eso pudo escribir un filósofo de la política estadouniden-
se, profundamente hispanizado, Frederick D. Wilhelmsen: “P o r
bien intencionados que sean los hombres en un ámbito seculari-
zado, no hay —nunca podría haberlo— un defensor autoritario
de lo que pertenece al hombre por su propia naturaleza, sea aquel
h o m b r e cristiano o pagano. Estamos llegando (...) al momento en
que el derecho natural va a desaparecer totalmente, y en que una
tiranía suave y eficaz, dulce y cruel se va a apoderar del orden polí-
t i c o. Frente a ello sólo hay un remedio: la resacralización de aquel
o rden mediante el reconocimiento público del único soberano
que hay, del único defensor de la integridad del hombre que hay:
su autor, Cristo R e y. Humanamente hablando, yo no veo ningu-
na manera de conseguir esa meta. No vivimos en los tiempos de
San Juan de la Cruz, de Santa T e resa de Jesús ni de Felipe II. Pe ro ,
eso sí, siempre vivimos en un t i e m p o, y en todos los t i e m p o sl l a m a
Dios al hombre para que haga su deber, cueste lo que cueste” (13).
____________
(11) M
IGUELAYUSO,“El orden político cristiano en la doctrina de la I glesia”,
Verbo (Madrid), n.º 267-268 (1988), págs. 955 y sigs.
(12) E n la car ta, al car denal G
IBBONS,Testem benevolentiae (1899).
(13) F
R E D E R I C KD. WI L H E L M S E N, “El derecho natural en el mundo angl osajón
del siglo
X X”, en Francisco Puy (ed.), El derecho natural hispánico. Actas de las I
J o r nadas Hispánicas de De recho Na t u ra l , Madrid, 1973, págs. 209 y sigs., 228 -229.
En su libro Christianity and Political Ph i l o s o p h y, Athens, 197 8, especialmente en los
capítulos 1 y 6, puede encontrarse alguna ampliación de los presupuestos de su
o b s e r va c i ó n .
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3 .Ot ro escolio sobre la C r i s t i a n d a d .
En lo anterior ha aparecido varias veces la re f e rencia a la
Cristiandad como apoyatura institucional y encarnación intelec-
tual y social del E va n g e l i o. Que encierra una paradoja sólo en apa-
riencia. Pues el mensaje de N u e s t ro Señor Jesucristo es una invi-
tación a estar en el mundo sin ser del mundo. P e ro que en modo
alguno autoriza a denigrar la estabilidad del orden cristiano y a
e n c a r ecer los desvaríos de la r e volución. El texto clásico de san
Pío X en No t re charge apostolique, quizá insípido para nosotros a
f u e r za de haberlo oído tantas veces, lo dice con gran claridad y
penetración: “La civilización no está por inventar ni la ciudad
n u e va por construir en las nubes. Ha existido, existe: es la civili-
zación cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de ins-
taurarla y restaurarla, sin cesar, contra los ataques siempre nu evo s
de la utopía malsana, de la r e volución y de la impiedad” (14).
Afirmada sin ambages la existencia del orden cristiano, aun hoy,
e n t r e ruinas, hay que —“no se trata más que”— restaurarlo en lo
que ha sido herido e instaurarlo en lo muerto y en lo que exigen
las nuevas circunstancias. Es cierto, podría argüírsenos, que la ciu-
dad católica, la Cristiandad, no es la ciudad de Dios. Que ésta
baja del cielo, mientras aquélla estaba necesariamente cor ro m p i d a
por esta tierra pecadora. Desde luego. P e ro no es ese el objeto de
nuestra consideración, sino la conveniencia (cuando no necesi-
dad) de la encarnación de la fe en una civilización para el bien de
las almas. En puridad, la restauración e instauración es una tarea siem-
p r e inacabada, de ahí el adagio clásico según el cual Ecclesia est
semper r e f o rm a n d a . Los enemigos perennes del orden —aunque
sus ataques sean siempre nuevos— también están identificados en
el texto del único papa santo de este siglo: la utopía malsana, la
re volución y la impiedad. El mundo moderno —que tiene una
acepción cronológica, pero que sobre todo porta un significado
axiológico— marca la victoria del desorden. Por provisional que
____________
(14) S an P
ÍOX,Notr e charge apostolique (1910), n.º 11.
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se quiera a los ojos de la indefectibilidad final de la Iglesia, no deja
de ser definitiva en este mundo para las generaciones que han
sufrido su peso, y también sabemos que el buen pastor conoce por
su nombre a sus ovejas y no deja que ninguna se pierda. Y la
Iglesia, defensora del orden, alza su contestación. Esto es cabal-
mente el magisterio social y político de la Iglesia. Y la escuela con-
t r a r re volucionaria —siempre que no demos, por mor de las pala-
bras, prioridad al no-ser respecto del ser, puesto que es la re vo l u-
ción la que atacó el ser, de manera que a la reacción defensiva del
mismo no conviene una visión en exceso “ n e g a t i va”—, al ser v i c i o
de la misión de la Iglesia, combatió las mismas batallas (15). Con
m a yor o menor for t u n a .
Hoy, y he ahí la novedad, esa contestación cristiana del
mundo moderno se ha mitigado, y pareciera que se busca una
c i e r ta adaptación al mismo (16). Lo cual no quita para que de
tanto en tanto, enfrentada con cuestiones que vienen a desempe-
ñar el papel de aporías, suene la voz del non possumusy la doctri-
na se exponga con la claridad de otros siglos. Normalmente, en
cambio, el discurso se instala en las estructuras políticas vigentes,
aceptadas aun a riesgo de incurrir en alguna contradicción deriva-
da de la dinámica de la democracia pluralista. Y es que la “ n u e va
e v a n g e l i z a c i ó n ” pareciera un abandono. Y no sólo de la Cr i s t i a n -
dad, o de lo que queda de ella —sombra de una sombra—, sino
de la ve rdad de orden natural que deriva de su experiencia. Más
aún, no puede dejar de implicar una cierta “ m u n d a n i z a c i ó n” (17).
P e ro sobre esto vo l ve re m o s . . .
P e ro, cuestión tan grave no puede cerrarse sin alguna otra
consideración, por impresionista que sea. Quizá sea bueno tener
en cuenta, para emp ez a r, el dinamismo del orden natural al que
acabamos de referirnos. Lo que no quita para reconocer la posible
e xcepcionalidad de la economía sobrenatural. Y digo posible, por
____________
(15) M
IGUELAYUSO, “Sobr e el concepto de contrarrevolución hoy”, Verbo
(M adrid), n.º 317-318 (1993), págs. 737 y sigs.; D
ANILOCASTELLANO,“Iglesia y con-
trarrevolución ”, Verbo (Madrid), n.º 335-336 (1995), págs. 483 y sigs.
(16) J
EANMADIRAN, L´hérésie du XX siècle, P arís, 1968, pág. 299.
(17) M
IGUELAYUSO, “U n orden social cristiano, ¿todavía?”, Verbo(Madrid), n.º
371-372 (1999), págs. 9 y sigs.
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que en principio, como antes veíamos, según la fórmula tomasia-
na, la gracia no destru ye la naturaleza sino que la per f e c c i o n a .
Principio fundamental para cualquier planteamiento que abo rd e
las relaciones entre fe y razón, naturaleza y gracia, afirmado no
sólo con las palabras sino sobre todo con las obras en la civiliza-
ción cristiana y, en cambio, negado sistemáticamente por la civi-
lización moderna, prolongada en la postmodernidad emergente
de su disolución al tiempo que de su exasperación. Sin excluir el milagro —y quizá la difusión extraordinaria del
primer cristianismo presenta una dimensión milagrosa—, es cier-
to que la acción personal está en el origen de la eva n g e l i z a c i ó n ,
p e ro no lo es menos que esta conquista diaria e individual transi-
ta, como no podía ser menos, por las vías sociales y comunitarias.
Esto es, el esposo convierte a la esposa, o ésta a aquél, y transmi-
ten esa “ n u e va” a sus hijos por la educación, y en su vida pr o f e s i o-
nal y social se va manifestando cuando las persecuciones no lo
impiden e incluso a pesar de las mismas... La socialidad —no lo olvidemos— arraiga en todos los estra-
tos de la personalidad, de manera que la fe, íntima, más íntima
que nuestra propia intimidad, según la conocida afirmación agus-
tiniana, no puede sino portar una radical dimensión social.
Igualmente, desde el otro ángulo, la sociedad humana aparece no
sólo como una realidad permeable a la inspiración religiosa de
fines y espíritu, sino como algo esencialmente religioso, p re c i s a-
mente por radicar en la naturaleza humana a modo de p roye c c i ó n
de sus tendencias y estratos profundos. En efecto, en la explica-
ción de un filósofo español de nuestros días, si la sociedad básica
es proyección de las potencialidades humanas, incluida la indivi-
dualidad, una sociedad tiene que aparecer como una estr u c t u r a
compleja en la que se superponen elementos comunitarios y aglu-
tinantes muy diversos, legales y organizativos unos, consuetudina-
rios y tradicionales otros. Frente a quienes quieren concebirla y
estudiarla exc l u s i vam ente desde un prisma racional, tiene sus orí-
genes en una creencia y una emoción colectivas. Y es que si, de un
lado, el hombre está compuesto de cuerpo y alma, llamado por el
o r den de la gracia al orden sobrenatural, y de otro la sociedad
emerge como eclosión de la misma naturaleza humana, no p are c e
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que tenga explicación el hecho de que la sociedad, en sí, quiera
p rescindir del aspecto trascendente de su vida: el hombre está
religado con Dios pública y privadamente, individual y social-
mente (18). No se ha de ocultar que aquí está la diferencia teoré-
tica entre la filosofía cristiana, para la que las formas de gobierno
—en sentido profundo y entiéndaseme bien— son esenciales, y el
i n d i f e r entismo político de “liberalismos católicos” y “ d e m o c r a c i a s
c r i s t i a n a s ”, así como que es el orden cristiano el que está en el
corazón mismo de la disc re p a n c i a .
Recuperando el hilo, ha habido un conocido publicista cató-
lico italiano que se ha preguntado, todavía veladamente, casi insi-
nuantemente, si la situación de Cristiandad no habría sido algo
así como un paréntesis, casi milagroso, de manera que el pluralis-
mo en que hoy nos parece —a veces irremediablemente— hallar-
nos instalados se correspondería con la situación normal de la
humanidad (19). Me parece todo lo contrario. Teológicamente no
c reo errado sostener cómo el Reino de Cristo no es simplemente
un modo de hablar característico de cierto conservadurismo ecle-
sial, sino que, por el contrario, aparece implicado en el designio
de unidad re velado por N u e s t ro Señor Jesucristo en su llamada
oración sacerdotal y que se corresponde con una tendencia —pro-
piamente en sede de teología de la historia— inscrita en las espe-
ranzas de la Iglesia (20). A este propósito algo añadiré al fin de
este escolio. P e ro es que, desde la filosofía, no parece menos evi-
dente, según acabamos de re c o rd a r, que el orden social no puede
sino portar lo más profundo que reside en el corazón del homb re .
En este sentido, el pluralismo, lejos de lo que tantas veces hoy
oímos decir, no puede constituir paradigma alguno. La ley de la
c reación muestra la implicación re c í p roca de unidad y pluralidad,
que se potencian; el pluralismo, en cambio, supone la eliminación
____________
(18) R
AFAELGAMBRA,La unidad religiosa y el derrotismo católico, S evilla, 1965,
págs. 11 y sigs. (19) G
IOVANNICANTONI, “Nota a pr oposito della libertà religiosa ”, en Giovanni
Cantonni y M assimo Introvigne, Libertà religiosa, “ sette” e “ diritto de persecuzione ”,
Piacenza, 1966, págs. 9 y sigs. (20) R
AMÓNORLANDIS, S. J., “Sobre la actualidad de la idea de Cristo Rey ”,
Cristiandad (Barcelona), n.º 39 (1945), págs. 465 y sigs.
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de la unidad última y por ello uniforma y mata la pluralidad (21).
En el modelo pluralista, la gracia no puede insuflar su aliento vivi-
ficador porque las todas realidades están incomunicadas a ese
o rden superior. Además de que, por lo que luego ha de verse, en
todo caso, la buena nueva cristiana no se propone sino como una
opción más en el gran “ s u p e r m e rcado de los va l o re s”. El obispo
Guerra Campos señaló agudamente cómo la politización radical
de que se ha acusado por tantos a la doctrina tradicional de la
Iglesia se da en mayor medida en la supuesta “no inter ve n c i ó n”, si
se cae en la tentación —y a menudo ocurre— de reducir la acción
de la Iglesia a “ f a c i l i t a r” la coexistencia pluralista, debilitando para
ello el ejercicio de su misión propia. Al final, “el peligro que
acecha es que cuando se renuncia a la Iglesia-cristiandad para
ser Iglesia-misión, sea la misión la que, paradójicamente, se oscu-
re zc a ” (22).
Desde cualquier ángulo de visión debe tenerse presente que el
o r den natural exige contar con los condicionamientos sociales de
la existencia, que constriñen a no dilapidar, hoy, el significado de
los medios de comunicación, como ayer de las instituciones polí-
ticas. El cardenal Daniélou lo vio lúcidamente en su pr ovo c a d o r
L ´ o r aison, problème politique, mientras sus contradictores estaban
cegados por el optimismo de la utopía, en el más nocivo de los
significados de ésta (23). Sólo puede haber un gran pueblo cris-
tiano cuando hay instituciones cristianas. De no haberlas, es la fe
de los más “ p o b re s”, de los que no tienen otro sostén, la que antes
p e rece. ¿Cómo construir al margen de las instituciones, más aún
en su contra? Sólo pequeños grupos podrán sob re v i v i r, cre c i e n d o
o disminuyendo según las coyunturas del momento, pero sin pre-
p a r a r , en definitiva, esa unidad a la que estamos llamados.
____________
(21) M
IGUELAYUSO,La cabeza de la G orgona. De la “hybris” del poder al totalita -
rismo moderno, Buenos Aires, 2001, capítulo 1. (22) J
OSÉGUERRACAMPOS,“La Iglesia y la comunidad política. Las incoher en-
cias de la pr edicación actual descubr en la necesidad de reedificar la doctrina de la
Iglesia ”, en Boletín O ficial del Obispado de C uenca(Cuenca), n.º 8-10 (1988).
(23) J
EANDANIÉLOU, L´or aison, problème politique , París, 1965. M e he referido a
la polémica suscitada por la publicación de ese libro en mi “¿Cristiandad nueva o secu-
larismo irr eversible?”, Roca Viva (Madrid), n.º 217 (1986), págs. 7 y sigs.
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La cosmovisión liberal se basa en un entendimiento de la
espontaneidad y la libertad sociales profundamente destr u c t i vo.
Como es sabido, para la ideología liberal el poder no hac e re f e re n-
cia a la justicia, sino que es una pura fuerza corruptora de quienes
lo ostentan y op re s i va de quienes lo sufren. De ahí la necesidad de
c o n s t r eñirlo y limitarlo severamente. Sin embargo, a poco que
re p a r emos, esa espontaneidad desemboca en el darwinismo, por-
que el poder es —debe ser— un instrumento del orden, como se
evidencia en la sociedad familiar, en la laboral o en la p ro p i a
comunidad política. Lo mismo puede predicarse de la I g l e s i a
como sociedad. Así pues, lo que surge de las observaciones ante-
r i o r es es que la re c o n s t rucción social debe abordarse en conti-
nuidad con lo que la constitución natural de las sociedades mues-
tra y, así, sin el concurso del poder, difícilmente puede sanarse
una sociedad. Lo que no dice relación solamente con el Estado
—como comunidad política, esto es, no necesariamente el Estado
moderno, producto de un “ n a t u r a l i s m o” político que desconoce la
ve rdad era entraña de la política (24)—, sino también con la
Iglesia. Por eso es tan grave la crisis contemporánea de la I g l e s i a
en un orden puramente natural, y ¡cuánto no lo será en una con-
sideración superior!
4 . Inculturación y tradición.
Junto con los problemas examinados, que a no dudarlo se
hallan presentes en la temática de la inculturación, aparece inme-
diatamente otro de re l e vancia no menor e íntimamente ligado con
el precedente: el de la “ t r a n s m i s i ó n” del depósito de la fe so bre n a-
tural pero también de las pautas humanas en que se incultura (25).
También aquí nos encontramos ante una nueva presentación de
un tema eterno, el de la tradición, encrucijada de aspectos psico-
lógicos, morales, institucionales y hasta teológicos. Aunque con
____________
(24) D
ANILOCASTELLANO,L´or dine della politica , Nápoles, 1997, págs. 29 y sigs.
(25) B
ERNARDDUMONT, “La volonté de continuer ”, Catholica (París), n.º 81
(2003), págs. 4 y sigs.
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consistencia propia, que permite su consideración separada, no
cabe duda de que, divisados en su interpenetración, y no como
c o m p a rtimentos estancos, su riqueza acrece notablemente. No
debe olvidarse tampoco que la comprensión del problema depen-
de del cuadro intelectual de la época. Así, por ejemplo, el racio-
nalismo de la Ilustración, llevado a su completamiento en la para-
dójica mixtura de idealismo y positivismo, permanecía cerrado a
la realidad de la tradición. En el borde de 1900, sin embargo,
conoció un giro de resultas del cual la historia (y por ende la tra-
dición) iba a recuperar su autonomía, incluso con el riesgo de
marginar la ontología en beneficio de la pura existencia, como
acaeció en el existencialismo y en el vitalismo. Ese cambio de
h o r i z onte cultural había de re f o rzar la trascendencia de la cues-
tión, con inmediatas consecuencias en las múltiples dimensiones
recién mencionadas. El signo de la postmodernidad, por su par t e ,
ha certificado la marginación de la razón, pero no sólo de la r a z ó n
m o d e rn a , sino de toda razón, en alcances propiamente nihilistas.
La tradición, en el sentido ordinario de transmisión de un
determinado orden (moral, político, cultural, etc.), a lo largo de
un tiempo congruente y dentro de una comunidad más o menos
amplia (incluso en una familia), es una acepción del concepto
e x p r esado por la palabra latina t r a d i t i o, que pertenece al léxico
técnico del derecho, aunque implique otras múltiples dimensio-
nes, y que puede traducirse por “ e n t re g a” .
En esa entrega cabe distinguir, en primer término, una acción
y un efecto. En lo que respecta a la primera, desde un ángulo
a n t ropológico, consiste en una donación pacífica y acompasada
en la que —se ha escrito— la vida “ p a g a” por lo que de ella re c i-
bimos como fruto maduro de nuestro propio esfuerzo y ent re g a ,
al hacerse nuestro el mundo circundante, y amable en la medida
en que devuelve nuestro esfuerzo o nuestro amor en una tradición
que lo penetra y trasfunde: la tradición encaja el pasado en lo que
podríamos llamar la trama o línea argumental de nuestra vida,
p rod uciendo una serena conformidad consigo mismo que se
difunde en el orden colectivo. El segundo aspecto que connota el
término tradición, el que se re f i e re a su efecto, tanto en el plano
individual como en el histórico-cultural, nos descubre su dimen-
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sión dinámica o creadora, tan alejada de la superficial oposición
de tradición y pro g re s o. Frente al mecanicismo o asociacionismo
psicológicos, las doctrinas de la “corriente de la conciencia” de
William James o de la durée réellede Henri Bergson mostr aro n
—de un lado— que la vida psíquica es una corriente continua e
i r re v ersible: a diferencia de lo que ocurre en el mundo exterior de
los cuerpos, en que el tiempo es un mero espectador que no pene-
tra su realidad, en la duración de la vida interior acontece algo
muy distinto, pues el tiempo psicológico constituye la misma
trama de nuestro ser, de modo que en cada momento de nuestra
vida gravita todo el pasado condensado sintéticamente (26). He ahí un primer nivel en que podemos detenernos para
a b o rdar las dificultades de la transmisión en nuestros días. Lo que
se ha denominado la aceleración de la historia, que es también la
aceleración de las existencias constituye una primera dificultad
s u b j e t i v a para la recepción de la tradición. Cierto es que el n ive l
psicológico recién examinado no se halla desligado de otros fenó-
menos culturales, sociales o institucionales. Al contrario, una serie
de cambios muy profundos, ligados a los medios de comunica-
ción, de transporte, a la urbanización, a la vida familiar, incluso a
la vida política, han incidido decisivamente. P e ro, en un primer
momento, debe ponerse el foco en ese orden ant ro p o l ó g i c o.
P o rqu e está en la base de la falta de madurez, la frivolidad o la
ausencia de compromiso propios de nuestro tiempo que se evi-
dencia en la que se ha llamado crisis de la “ m i l i t a n c i a”, que afec-
ta por igual a todos, pero que va mucho más allá (27). En los
pocos casos en que no se da la versión más aguda de esta situación
emergen sin embargo aspectos ligados a su versión crónica y las
vocaciones (familiares, profesionales, políticas, religiosas) lo son
muchas veces “a la car t a”, como si se quisiera prescindir de lo que
resulta una carga y sólo disfrutar de lo que nos divierte, cuando y
como nos divier t e .
____________
(26) R
AFAELGAMBRA,Tr adición o mimetismo , Madrid, 1976, págs. 19 y sigs. Cfr .
M
IGUELAYUSO, Koinós. E l pensamiento político de Rafael G ambra, Madrid, 1998.
(27) B
ERNARDDUMONT, “ A la recherche d´un nouveau militantisme ”, Catholica
(P arís), n.º 70 (2000-2001), págs. 122-123.
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De lo anterior puede extraerse ya una primera conclusión: el
análisis de la estructura real del acto de la entrega invierte la r e l a-
ción aparente de un sujeto activo que entrega y otro pasivo que lo
recibe. Por el contrario, el sujeto realmente activo es quien toma
y el pasivo el que se deja tomar lo que le pertenece. De esa activi-
dad del a c c i p i e n s no puede sino deducirse que los protagonistas de
la tradición son los vivos más que los antepasados muertos. Esa es
la razón del que se ha llamado sentido dinámico de la tradición,
esto es, de la íntima conexión entre tradición y p ro g reso, ya que
quien acepta lo entregado no deja de hacerlo suyo, adaptándolo,
modificándolo, mejorándolo. Relación dinámica en la que —ha
escrito un gran jurista— los vivos son los que ejercen su “ p o t e s-
t a d ” al aceptar lo que les ha entregado la “ a u t o r i d a d” de los muer-
tos (28). Ahora bien, de lo anterior se desprende una primera dificul-
tad. Pues, así como la tradición supone la distinción entre autori-
dad y potestad, la re volución —a través de la negación de aquélla
y, como contrapunto, de la afirmación de la absoluta libertad de
cambio— tiende a impedir teórica y prácticamente toda continui-
dad. Eso es lo primero que se percibe en nuestros días, en que en
el hombre corriente se ha perdido por lo general el sentido de la
autoridad de los antepasados y, con él, el de la continuidad; mien-
tras que en ciertas minorías se ha desnaturalizado o per ve rtido a
través de la ideologización, en el mejor de los casos, de una ideo-
logización “ t r a d i c i o n a l i s t a ”. Pe ro sobre esto habremos de vo l ve r.
Está claro, pues, que el medio en que tiene lugar el proceso de
e n t r ega, más allá de t r a d e n sy a c c i p i e n s , resulta de extrema impor-
tancia. El carácter dinámico de la tradición, hace poco evo c a d o ,
remite en primer término a la “selección del pasado”, pues no
todo el quehacer de los antepasados se integra en el acervo de
aquélla sino tan sólo el que llega a transmitirse por su vigor (per-
petuación sociológica) y bondad (sumisión al orden ético) (29).
____________
(28) Á
LVARO D´ORS,“Cambio y tradición ”, Verbo(Madrid), n.º 231-232 (1985),
págs. 113 y sigs.
(29) F
RANCISCOELÍAS DETEJADA,¿Qué es el carlismo? , Madrid, 1971, págs. 89
y sigs.
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Pues bien, también de parte de ese medio en que se pro d u c e
la entrega aparecen las dificultades. Pues si en otro tiempo la tra-
dición implicaba un sentido (perdón por el término) global, hoy
la fragmentación preside nuestro horizonte cultural y humano.
En efecto, la visión del mundo tradicional integraba una multi-
plicidad de dimensiones perfectamente entrelazadas, imbricadas,
c o r respondientes a la realidad que metafísicamente se exp re s a
con la fórmula “unidad según síntesis”. Con la disolución de la
Cristiandad, explotó ese orden plural y uno a la vez. Y le sucedió
un universo ideologizado, por lo mismo parcial y enloquecido.
En un primer momento la teoría (pronto superada por la ideolo-
gía) sustituía a la vivencia. La desvitalización, además, v e n d r í a
acompañada por las visiones parciales. Incluso en quienes que-
rían aferrarse a la continuidad. Cuánto más en quienes fuer o n
ganados por la r e volución. Así, en los primeros, el elemento re l i-
gioso se desvinculó con frecuencia de los políticos y, dentro de
éstos, monarquía, regionalismo u organicidad no siempre apare-
c i e r on fundidos. Al contrario, alguno tomó el puesto de los
demás, desplazándolos, y falseando el sentidos de todos. Peor aún
había de ser en los segundos, de los que Chesterton pudo decir
que se aferraban a “ v i rtudes cristianas enloquecidas” (30). En
todo caso, el signo de la ideología había de ser el de combinar las
p e r s p e c t i v as parciales con una acción uniformante (que no unifi-
cadora) total. La transmisión vuelve —también desde este ángu-
lo— a dificultarse. Pues la “ideología” siempre per v i e rte, desvita-
liza y fragmenta. Pe ro la tradición remite en último término a la r e l i g i ó n .
Vemos con frecuencia cómo se combate la tradición con la idea de
n o vedad. P e ro la única novedad originaria, que no depende de
tradición alguna, sino que es la fuente de la tradición, es la nove-
dad del Evangelio, que fue primero r e velada a un pueblo —el
judío— que poseía ya una tradición (nacida de otra primitiva
n o vedad originaria, la de la promesa de Abraham , la de la Ley y
los profetas). L a Re velación de Dios es, así, la única novedad re c i-
bida por el hombre tras su creación, por lo que —puede decirse—
____________
(30) G
I L B E R TKE I T HCH E S T E R TO N,Ort h o d o xy(1908), N u e va Yo rk, 1924, pág. 30.
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toda pretendida novedad busca presentarse con el mismo aspecto
que aquélla y tiene ese carácter mesiánico suplantador de la re ve-
lación divina. Por eso también, aunque la aversión a la tradición
es antinatural, logra captar los espíritus al presentarse con el
mismo ropaje que la gran novedad salvadora (31). La crisis de la Iglesia (depositaria de esa Re velación, que ha
encarnado en su Tradición) manifestada por el Concilio V a t i c a -
no II (32), pero precedente al mismo, no puede sino introducir en
nuestra consideración factores preternaturales, pero por lo dicho
también desde un ángulo humano obliga a no soslayar sus conse-
cuencias. Si la liturgia o la catequesis tradicionales cincelaban los
espíritus en una continuidad venerable, las últimas generaciones
han crecido en la desolación de un culto horizontalista y en la pre-
tensión de inculturar la fe católica en el modernismo. Frente a la
crisis pavo rosa, las reacciones han venido en general condiciona-
das por el humus cultural en que arraigaba la crisis. En la ve r s i ó n
más dura, importante en Francia, pero poco re l e vante fuera de sus
f ron teras, a través de una defensa eficaz de las formas tradiciona-
les, pero tarada por la falta de autoridad (fenómeno de o rd e n
natural, de disciplina eclesiástica y de fe católica) y por la dificul-
tad para afirmar esa dimensión unitaria y múltiple al tiempo de la
tradición. En otras versiones que no han chocado, o no siempr e ,
o no en todo, con el e s t a b l i s h m e n teclesiástico, singularmente
romano, la de los llamados “ m o v i m i e n t o s” (aunque también la
versión dura dé lugar, en el fondo, a algo semejante a un m ov i-
miento), sobre la mixtura de elementos católicos n a t u ra l i t e rc o n
o t ros modernistas, y sin que haya dejado de gravitar también una
tendencia al aislacionismo de corte “ s e c t a r i o”. Frente a la necesi-
dad territorial de la parroquia se ha impuesto, como quiera, por
d o q u i e r , la elección y el gusto. Lo que no siempre es bueno para
c o n s e r var el espíritu católico (33). P e ro que muchas veces es una
exigencia de pura autodefensa.
____________
(31) T omo el desarrollo de la idea del destacado filósofo J osé María Petit, de la
Escuela tomista de B arcelona. Véase su “La tradición: su trascendencia de la historia ”,
Verbo (Madrid), n.º 128-129 (1974), págs. 983 y sigs.
(32) C
LAUDEBARTHE, Trouvera-t-I l encore la foi sur la terr e?, París, 1996.
(33) C. S. L
EWIS,The Scr ewtape letters, N ueva York, 1942, XVI, págs. 72-73.
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5 .Hacia una conclusión.
A mi juicio, entre todas las numerosas y graves transformacio-
nes que se han producido en los últimos decenios y que amena-
zan con influir en los sucesivos, merece destacarse precisamente la
fragmentación que venimos de examinar de la tradición católica,
que la pone en trance de desaparición. Lo que está en juego es, así,
toda una civilización, lo que hemos llamado la civilización cristia-
na, fagocitada por la hegemonía liberal. Cuando hablamos de tradición católica no estamos re f i r i é n-
donos sólo a una tradición intelectual, ni siquiera a una comple-
ta visión del mundo, sino a una civilización. Un distinguido his-
toriador escribió estas líneas luminosas a propósito de la esencia
doctrinal del tradicionalismo: “La estabilidad de las existencias
c rea el arraigo, que engendra dulces sentimientos y sanas costum-
b res. Estas cristalizan en saludables instituciones, las cuales, a su
vez, conservan y afianzan las buenas costumb re s” (34). En el
mundo del tradicionalismo español la característica difer e n c i a l
respecto de otros ha sido su pureza doctrinal (ya que la tradición
filosófica tomista nunca se perdió en la península ibérica) y su
encarnación existencial (en buena medida a causa del empeño
aglutinado por una dinastía a través del llamado “ c a r l i s m o ” ) .
Piénsese, por contraste, principalmente en el francés —por no
salir del ámbito latino— que vino tarado por el absolutismo y por
la pérdida de la metafísica clásica; pero en otro orden la compa-
ración vale también para el inglés, donde queda reducido a con-
s e r vatismo, de resultas de que la re volución suavemente se hizo
orgánica, o el alemán, tan vinculado al romanticismo, y aun el
polaco, inescindible del nacionalismo. Esto es, la tradición católica implicaba costumbres, institucio-
nes e ideas. Igualmente, las transformaciones ideológicas re vo l u-
cionarias condujeron primero a la fractura de las instituciones,
que a su vez arrastró generalizadamente la de las costumbres. Y la
____________
(34) S
ALVADORMINGUIJÓN,Los intelectuales ante la ciencia y la sociedad , Madrid,
1941, pág. 97.
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resistencia a la re volución pro g re s i vamente fue quedando en el
ámbito de las costumbres, que, al no contar con el sostén institu-
cional, fueron también quebrándose, resistiendo sólo el re d u c t o
de las ideas. Unas ideas, p ro g re s i vamente más depuradas cuanto
más se aislaban en el cenáculo de los “ m i l i t a n t e s” o de los “ t r a d i-
cionalistas conscientes”. Este es el proceso de conversión (desna-
turalización) de un tradicionalismo cabal en una société de pensée
o, en el mejor de los casos, en un g h e t t ode familias en medio de
las r u i n a s .
P ero es claro que una tal situación viene marcada por el equili-
brio inestable. P ues el resto de familias con dificultad va resistiendo
la pr esión exterior , al tiempo que el agregado ideológico, aislado,
tiende a fragmentarse, per diendo el signo de unidad de toda tradi-
ción, de toda civilización. H oy es muy frecuente encontrar defensas
de la moral sexual y familiar más tradicional por los mismos grupos
que contribuy en a sostener una política que progresiv amente hace
imposible el mantenimiento de esa moral. Otros defienden la tra-
dición litúrgica despreocupados de la tradición política. O al r evés.
Algunos por fin r eivindican pedazos de la cosmovisión tradicional
de modo “ideológico ”, a veces “conservador”, otras “ revoluciona-
rio ”. La consecuencia es desoladora para quienes quier en seguir
r ecibiendo “la buena noticia ” en el seno de la civilización que ésta
encontró pero también engendró entre nosotros. Porque es imposi-
ble inculturar el cristianismo en la civilización moderna y sus ver-
siones actuales, sea la “ fuerte” tecnocrática y pr ometeica (que cabría
llamar hipermoderna), como la “ débil” deconstructiva y nihilista
(que podemos llamar propiamente postmoderna) (35). Aunque no pueda haber restauración sin política, no basta la
restauración política. Las grandes reformas de Diocleciano choca-
ron con la completa destrucción social, lo que condujo a que no
fueran intentos sino de clavar la carne podrida, que por lo mismo
se desgarra (36). Hasta hace bien poco, coexistían en las socieda-
____________
(35) M
IGUELAYUSO,¿D espués del Leviathan? Sobre el E stado y su signo, Madrid,
1996.
(36) M
IJAILROSTOVZEFF,Social and E conomic History of the Roman Empir e
(1926), vers. castellana, Madrid, 1962, págs. 475 y sigs.
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des occidentales —desde luego en España, aunque quizá en
menor medida pudiera extenderse el diagnóstico a otros países—,
de una parte una sociedad integrada por familias, con el soport e
material de la propiedad, la previsión y el ahorro, y con el impul-
so de la responsabilidad de su cabeza; y, de otra, una masa amor-
fa de población tutelada por el Estado, con el porvenir sólo
c u b i e r to por la seguridad social estatalizada y obligatoria, a la que
se promete liberarla de toda responsabilidad patrimonial. La pro-
tección de esas masas —proletarizadas y desarraigadas— obedece
inicialmente a una necesidad social y a una razón de justicia, pero
generalmente amplía y fomenta la propia masificación (37). De s -
masificar sólo se puede hacer a gran escala desde el poder, pero
necesita la palanca de núcleos moralmente firmes y socialmente
v i vos, desde los que poder nutrir esa acción d ire c t i va. La mera dic-
tadura ha dejado de ser solución en las sociedades absolutamente
escindidas, por lo que la complejidad de la situación presente es
notablemente más crecida (38). Es la misma idea que late en el clásico latino: puede llegar el
momento en que una sociedad no soporte ni sus males ni sus
remedios. En esta situación, la coyuntura empuja a muchos a salvar lo
que se puede de un viejo navío naufragado. Mientras otros se
e s f u e r zan por re c o rdar que los despojos que van a la deriva per t e-
n e c i e ron a un buque cuyas dimensiones, características, etc., es
dable conocer. Y todo debe hacerse. P e ro lo que no puede olvidar-
se es que sin el acogimiento de una civilización coherente todos
los restos que se salvan, de un lado, están mutilados, desnaturali-
zados, y —de otro— difícilmente pueden subsistir mucho tiem-
po en su separación. Así la clave no puede hallarse sino en la ince-
sante restauración-instauración (¿cómo no r e c o rdar de nuevo el
memorable texto, antes citado, de San Pío X?) de la civilización
____________
(37) J
UANVALLET DEGOYTISOLO,Sociedad de masas y derecho, M adrid, 1969.
(38) Cfr. M
IGUELAYUSO, THOMASMOLNARy JUANVALLET DEGOYTISOLO, A
vueltas con la sociedad civil, Madrid, 1996. Se trata de una separata de Verbo(Madrid),
n.º 341-342 (1996), págs. 85 y sigs., que debe completarse con el ulterior ensayo del
pr ofesor Molnar “N otas sobre la evolución de la sociedad civil ”, Verbo (Madrid), n.º
347-348 (1996), págs. 745 y sigs.
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cristiana, que además no podrá ser ajena —exigencias de la p i e-
tas— de la Cristiandad. En sede católica, lo común (la inhabita-
ción de la Santísima Trinidad en aquellos fieles que están en gra-
cia, prenda de salvación a la que todos estamos convocados) es
más noble que lo privilegiado (los carismas especiales) (39). P e ro
eso no quita para que las minorías que re c i b i e ron un carisma espe-
cial, cuya comprensión cabal se esfuerzan en aquilatar, no puedan
orillarlo para quedarse en la trinchera de los carismas comunes. Al
hacerlo, incurriendo en el “ m o d e r a n t i s m o”, estarían seguramente
evidenciando una crisis honda en su propia vida religiosa (40). Si es “ p o s i b l e ” que no podamos pedir a la Iglesia otra estrate-
gia, es “ s e g u ro” que no debemos contentarnos con ella (41). Como
dice el mensaje del Ángel apocalíptico a la Iglesia de T h y a t i r a :
“ N on mittam super vos aliud pondus: tamen id quod habetis,
tenete donec ve n i a m” (Ap . , 2, 24-25). Sí, queremos agarrarnos a
tradiciones que parecen periclitadas...
____________
(39) S
ANTOTOMÁS DEAQUINO,S. th. , I-II, q. 111, a. 5, ad 3, se plantea la
siguiente objeción: “ Aquello que es propio de los mejores es más digno que lo que es
común a todos: así como el discurrir , que es propio del hombre, es más digno que el
conocer sensible, que es común a todos los animales. P ero la gracia santificante es
común a todos los miembr os de la Iglesia; mientras la gracia gratis data es don pr opio
de sus más dignos miembros. Luego, la gracia gratis data —el carisma— es más digna
que la gracia gratium faciens —la gracia santificante”. Y responde: “El conocimiento
sensible se or dena al racional como a su fin; por esto, el razonar es más noble. P ero aquí
es a la inversa, porque lo que es propio se ordena a lo que es común como a su fin. P or
lo que no hay semejanza ”.
(40) G
I L L E SMI G N O T,“ P roblématique du modérantisme”, C a t h o l i c a( París), n.º 86
(2004-2005), págs. 4 y sigs. (41) H a de volverse siempre, al rozarse estas cuestiones, al texto nítido, cortante,
de J
EANMADIRAN, “N otre desacord sur Algérie et la marche du monde ”, Itinéraires
(P arís), n.º 67 (1962), págs. 197 y sigs.
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