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Número 453-454

Serie XLV

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Navarra fue la primera. 1936-1939

CRÓNICA “NAVARRA FUE LA PRIMERA. 1936-1939”
Como sobreviviente de los cinco autores de los cinco libr o s
integrados en el volumen que hoy se presenta en Madrid (*),
c o m i e n zo mi intervención con la palabra gracias que, sin duda,
c o m p a r tirían también —y comparten ahora— Antonio de Lizar-
za, el general Ramón Salas Larrazábal, Rafael Ga rcía Serrano y
Á l va r o d’ Ors; todos ellos desde una sede más elevada.
Gracías, sí, a vo s o t ros amigos, señoras y señores que nos hon-
ráis con vuestra compañía en este entrañable “Centro Riojano ” .
Gracias especiales al profesor y gran hispanista Stanley Payne, y
al también catedrático e historiad or Ricardo de la Cierva. Su s
n o m b res y sus obras han servido y sirven para que la v e rd a d e r a
historia de España —y con ella España misma— sea enaltecida y
honrada en el mundo; al menos en ese mundo que aspira a la
V e rdad.
A los 70 años de la denominada por casi todos los historiado-
res la “Guerra de España”, los que en ella combatimos del lado
“ n a c i o n a l ”, así llamado también por unos y otros, nos vemos hoy
contemplando unos sucesos análogos a los que nos lle va ron a
aquella lucha; y empleando para defendernos de haberla ganado
—y con ello, además, 40 años de paz social—, empleando, re p i-
to, casi los mismos argumentos de entonces; y luego, o antes
m e j o r , los de los 25 y los 50 años del Alzamiento:
____________
(*) Publicamos las palabras pronunciadas por nuestro amigo y colaborador J avier
Nagor e con motivo de la presentación del libro Navarra fue la primer a, el pasado 26 de
febr ero, en el Centro Riojano de M adrid con intervención de Javier Lizarza, S tanley
P ayne y Ricar do de la Cier va (N. de la R.).
Verbo,núm. 453-454 (2007), 335-341. 335
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¿Cómo se produjo éste, cómo se hizo, cómo y por qué se ganó
la Victoria? Para comprender el carácter de aquel movimiento de
rebeldía, de aquella guerra para restablecer el orden, debe, al
menos, intentarse, tomar en consideración los hechos mucho más
que las palabras. En esto de dejar hablar a los hechos, de darles la mayor impor-
tancia, coincidía Sir Arnold Lunn. Este gran ensayista y montañe-
ro inglés, escribía en el Catholic He rald del 12 de mayo de 1961,
en un artículo crítico a la “Historia sobre la guerra de España”, del
h oy Lord Hugh Thomas:
“ Re c u e rd o ( Lunn estuvo en la guerra española en el lado nacional),
r e c u e rdo —escribe— una tarde en el cementerio de Huesca , que acababa de
ser liber a d o. La Capilla de la Virgen se había co nve rtido en un bar, y las
p a r edes estaban llenas de dibujos obscenos. Yo —concluía Lunn— no pre -
tendo ser un observador desapas ionado de estos y parecidos ho rro res, pero yo
los v i , y Mr. Thomas no ha hecho más que leer s o b re ellos ” .
Lo mismo decía, aunque con menos palabras y más sentencio -
samente (a la que escuché en su caserío entre Larrabezúa y G al-
dácano), una vieja casera: “ Ante un yo lo vi, hay que cr eer o reventar”.
Precisamente por eso, los relatos y memorias de cuantos lo
vimos deben tener carácter de fuentes históricas, incluso con sus
defectos. Los autores de los cinco libros reunidos en este vo l u m e n
fuimos testigos y protagonistas de los hechos que vimos y conta-
mos, aunque uno de los autores. Ál va ro d’ Ors, en su ensayo sobre
“La violencia y el o rd e n”, haga abstracción por encima de los
hechos, de las razones por las que tales hechos sucedieron y del
f u t u ro proyectado después de la Victoria de los que defendimos
con las armas el ser de España. Hay que repetirlo, hoy como aye r, constantemente: en aque-
lla guerra se ventilaba el ser de nuestra Patria. Apenas se p ro n u n-
ció en el “ o t ro lado”, el “ ro j o”, la mención a España, y sí, con
t o z u d e z, el “¡viva Ru s i a ! ” .
Ninguno de los combatientes “ n a c i o n a l e s”, creo yo, puede
dejar de considerar con legítimo orgullo el haber participado en la
defensa de los va l o res eternos de la religión y del espíritu, sino que
ante el Señor —que juzgará a todos— podrán alegar las palabras
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del libro de los Macabeos, tan citados entonces en estelas conme-
m o r a t i vas, monumentos, r e c o rdatorios y esquelas de los muer t o s
“ por D ios y por España ”. Aquellas palabras —¡palabra de Dios!—:
“Más vale morir en el combate / que ver el exterminio de la Patria y
del Sa n t u a r i o ”.
Hoy parece —al revés— que “más vale ver el exterminio de la
Patria y del Sa n t u a r i o”, que no morir en el combate, ni luchar por
ello; pues al enjuiciar la guerra de 1936-1939 se pasó de conde-
narla a condenar todas las guerra; no sólo las calificadas de “ s a n-
t a s ” o “ c r u z a d a s ”. ¡Radical y utópica pretensión! Toda violencia
—se dice hoy— es injusta e ilegítima. Y esto es utopía, sí, por q u e ,
en efecto, hay que responder a la pregunta: ¿qué significa la gue-
rra en relación con la paz?… También la noción de paz es com-
pleja y ambigua, y puede utilizarse en contradicción. Guerra y paz
se oponen, sí, pero considerar como auténtica paz la ausencia de
guerra debe hacernos reflexionar sobre la posibilidad de una gue-
rra justa en servicio precisamente de la paz. Una convicción profunda en el pensamiento teológico es que
la guerra, en sí misma, es irracional, y que el principio de una
solución pacífica obligatoria de los conflictos es la única vía digna
del hombre. Sin embargo, aun oponiéndose firmemente a la gue-
rra y deseando su desaparición total, los teólogos se han negado
s i e m p r e a considerarla como intrínsecamente inmoral en toda
e v entualidad; y no la condenan de forma absoluta (puntos 2308-
2317 del Catecismo de la Iglesia Católica). Que la guerra pueda ser justa es fácilmente comprensible. El
der echo a la legítima defensa es un principio básico de derecho
natural en una humanidad pecadora, a condición de no utilizar la
violencia sino cuando sea indispensable, y en la medida en que lo
sea. La defensa de la paz ha exigido siempr e el riesgo de la guerra.
N o es lícito pensar en la guerra como solución de los pr oblemas,
per o es obligatorio prev enirse contra un enemigo que no piensa ni
cr ee en licitudes. Con lo que se llega a la conclusión de que sólo la
legítima defensa puede justificar la guerra; y el bien común de r es-
tablecer un orden social inexistente puede hacer necesaria la guerra. Tal fue el caso de la guerra de España, en la que la mitad de
los españoles tuvieron que defenderse contra la otra mitad de un
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d e s o rden injusto. Y esto es lo que se cuenta, en el fondo, en este
volumen presentado aquí hoy. Se trató de imponer con una vio-
lencia justa un orden social imprescindible que ya no existía. Los
cinco autores dan fe, con su re s p e c t i vo testimonio, de la entr e g a
de una generación a un ideal, equivocado en un lado, ve rd a d e ro y
victorioso en el otro. Este ideal nacional de “por Dios y por Es-
p a ñ a ” llevó a la Victoria y sirvió, como muy bien resume el pro-
fesor y querido amigo Stanley Payne, en el prólogo del libro, de
d i f e r encia fundamental, para que “mientras en el bando re p u b l i-
cano todos los partidos y movimientos mantenían y perseguían
sus propios objetivos sociopolíticos durante la guerra, en el bando
nacional los varios grupos los subo rd i n a ron a la Causa común”.
En efecto, a lo largo de tres años fueron, al menos yo lo ví así
en la unidad en que formé, fueron, digo, catalizándose las d ive r-
sas ideologías: tradicionalistas, carlistas de pura cepa y dinastía,
falangistas, monárquicos alfonsinos, cedistas, republicanos e in-
cluso “ g u d a r i s ” de los que se nos enfr e n t a ron en las campañas de
Gu i p ú zcoa y de Vi zcaya; todos coincidimos, mantuvimos en alto
el “por Dios y por España” y con él triunfamos. Las mot iva c i o n e s
de “ f u e r o s ” y “re y”, aunque importasen, pesaron muy poco al lado
de aquel alto, simple y desnudo ideal por el que tantos murie ro n
bajo el fuego. En mi libro, En la 1.ª de N a va r ra, se destaca todo esto, re f e r i-
do concretamente a una generación navarra de “soldados conoci-
d o s ”, como lo fueron los que figuran en las lápidas de mármol del
“ M onumento de N a varra a sus muertos en la Cr u z a d a”, en largas
listas por pueblos —hoy cobardemente encubiertas—; cada uno
con su nombre y apellidos paterno y materno; testimonio ir re p e-
tible del sacrificio heroico de un pueblo por una gran Causa que
le animó. Si esto se juzga hoy exagerado, entonces los hechos no lo fue-
ron; hechos y nombres que los cinco libros recogen, que constan
en los arc h i vos, que se grabaron en mármoles y monumentos, y
que en últimas revisiones muestran estas cifras estremecedoras:
— Población de N a varra (1936-1939), 345.883 personas.
— Población masculina, 172.652.
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— Ho m b res en pie de guerra, 42.937 (24.000 soldados, 6.000
falangistas, 13.000 re q u e t é s ) .
— M u e rtos en combate, 4.700 (Requetés, un 15,35% de
m u e r tos, es decir, un tanto por ciento superior al de la
Legión; y más de dos veces superior al de otras r e g i o n e s
españolas).
En este volumen conjunto, ninguno de sus cinco autores pre-
tende, creo yo, entrar en polémica con nadie. No lo p re t e n d i e ro n
en sus ediciones anteriores y no lo desean ahora. Si tienen “ a i re
p o l é m i c o ”, o “p e rfil re l i g i o s o ”, o son hoy “políticamente incor re c-
t o s ”, es preciso re c o rdar que tal era el “ p e rf i l” y el ambiente en
aquellos años, tanto en l a re t a g u a rdia como en los frentes de com-
bate. Y aun mejor en las unidades de requetés, en las que se c re í a
y practicaba el “Tú, soldado de la Tradición, habrás de tener pues-
to en el Reino de Di o s”; y en las que se re c o rdaba aquel “t i r a d ,
p e r o tirar sin odio”, que fue norma, en todo tiempo, de todo com-
batiente cristiano. Unida a esa religiosidad, como segunda nota característica, el
patriotismo, la exaltación de España, el amor confesado a España
como la Patria grande. Que en nada merma el amor a N a va r r a
“ s i e m p r e fiel a la Hi s p a n i d a d ”, como subrayaban las Cortes del
Reino en 1549; pues si N a varra fue con Sancho el M a y o r, el pri-
mer anticipo de unidad, y con Sancho VII el F u e rte y el gran
A r zobispo D. Rodrigo Ximénez de Rada, adelantado en la Cr u -
zada contra los musulmanes en la gran victoria de las N a vas de
Tolosa y paladín de la posterior unidad española al expulsarlos en
1492, N a varra anudó en el Alzamiento del 19 de julio de 1936,
los va l o r es máximos de lealtad y heroísmo que califican a un pue-
b l o. Y no hablo de va l o res regionales o nacionales, sino un ive r s a-
les, válidos para cualquier pueblo o nación y en cualquier tiempo.
P o rqu e la fidelidad heroica a los principios constitutivos del ser de
pueblos y naciones, lo es en más alto grado si se basa —como
sucedió en N a varra— en la defensa de su alma, de su fe, va l o r
espiritual máximo, informador de la vida de personas, de pueblos,
de naciones.
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Estas notas, religiosidad y patrotismo, y la fe total en la Vi c -
toria, ll eva ron a una alegría de la que brotaban las canciones y se
alzaba el buen humor; una alegría nacida no sólo de la ju ve n t u d
sino del espíritu religioso y sacrificado de aquella juventud. “La
alegría tiene sus raíces en forma de cr u z”, solía decir San J o s e m a -
ría Escrivá, que tanto quiso a N a varra. Y esto mismo se plasmaba
en el De voc ionario del Re q u e t é, que llevamos tantos combatientes
—no sólo requetés— en el bolsillo de la camisa o en el “ m a c u t o ” .
“ A l e g r e es la Victoria que esperas, como alegre es el deber cumpli-
d o . Canta nuestros himnos, anima a todos con tu ejemplo, dese-
cha el pesimismo y harás al amigo el mejor ser v i c i o ” .
Estas notas, más el coraje nacido del sacrificio aceptado de
antemano, rezumaba el espíritu de la N a varra de entonces y, espe-
cialmente, de los que le dieron re n o m b re universal: la N a varra de
los requetés de la Cruzada en sus T e rcios, Brigadas y Divisiones de
choque. No es sospechoso el testimonio de Joaquín Ruiz Gi m é -
n ez, quien, estando de embajador de España en el Vaticano, se
e x p r esaba así en una “J a v i e r a d a”, la del año 1952:
“La admiración de Pío XII hacia los combatientes nacionales, prin-
cipalmente hacia los requeté s, a los que siempre llamaba «los sal va d o re s
de España», se mantu vo hasta su muerte. Los quería con paternal afec-
t o. Más de una vez, al evocar Pío XII nuestra Cruzada, me preguntó aún
por los requetés: así, «los requetés». A él había llegado esta palabra como
una de leyenda, en una época de frialdad, de cobardía, de escepticismo.
En un mundo relajado por las corrientes del mate rialismo, el Papa sabía
que los requetés habían sabido estar dispuestos a la hora de la persecu-
ción de su patria, frente al riesgo de una descristianiz ación de su tierra,
y estar en pie, dispuestos a darlo todo —su ilusión y su sangre, «n o n
loquendo sed moriendo» por la defensa de la fidelidad a Ro m a” .
Pues bien, todas estas notas descubrían los lectores de este
l i b r o que presentamos. En el de D. Antonio de Lizarza, la p re p a-
ración del Carlismo para la guerra, en que siempre estuvo en esa
línea recta que lleva desde principios asumidos a principios vivi-
dos y, en tantas ocasiones, hasta la muerte; en mi libro En la 1.ª
de N a v a r r a , en el que recojo el cómo se hicieron patentes en los
combatientes nacionales de una “Divi sión de choque” aquel espí-
ritu que transformó en Cruzada una guerra civil; en el libro del
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General Salas Larrazábal, el heroísmo colectivo de la Na varra de
entonces; en el libro de G a rcía Serrano, descubrirá la alegría, la
p ropia, del soldado español en todas las guerras y, muy especial-
mente, en la de 1936-39; y finalmente, en el de Álva ro d’ Or s ,
como “aquel grito de ¡Vi va Cristo Rey!, con el que murie ro n
muchos en la Cruzada, así como también otras personas víctimas
del ter ro r, muchas de ellas már t i res, no era un grito sólo de fe y de
bravura en momentos de sacrificio heroico, sino algo mucho más
g r a ve y elevado: una afirmación del primer principio para una
teoría política cristiana”. Y en ellos, en los cinco libros del volumen presentado, ¡tantas
anécdotas que son ejemplos cívicos de una guerra en la que la
unión de religión y heroísmo llegó a su más alto grado! ¿ Por qué? Pues, porque la guerra de España fue una guerra en
que nadie, ninguna nación pudo declararse neutral y tampoco
persona alguna. Y ello por la razón, en palabras de Pío XI (en
Castelgandolfo el 14 de n ov i e m b re de 1936, al dar su bendición
a refugiados españoles), de que fue una guerra en la que “s o b r e
toda consideración política y mundana, predominó la difícil y peli -
g rosa tarea de defender y r e s t a u rar los derechos de muchos y el honor
de Dios y de la Re l i g i ó n”.
“ Creo que es justo y hermoso morir por el ideal que defendemos y
por España. No podrí a imaginar final mejor ni más deseable” ( De
la última carta a su madre de Alfonso Gaztelu y Elío, capitán de
requetés, abogado n ava r ro, muerto en el frente de Madrid el 22
de marzo de 1937).
Javier N
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