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Número 469-470

Serie XLVI

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Europa en el magisterio pontificio de la Iglesia Católica

EUROPA EN EL MAGISTERIO PONTIFICIO DE LA
IGLESIA CA TÓLICA
POR
ESTANISLAOCANTERO(*)
He de confesar ante todo, que el título de esta ponencia exc e-
de, por completo, a la materia que voy a tratar, pues me voy a
limitar a un periodo bre ve de la Iglesia católica y, por consiguien-
te, a una ínfima parte de su Ma g i s t e r i o. Casi exc l u s i v amente me
voy a referir a Juan Pablo II, con alguna alusión final a alguno de
sus pre d e c e s o res, para intentar establecer una comparación del
discurso entre aquél y los Papas anteriores. Creo que de este modo
cumpliré, aunque de forma incompleta respecto al título enuncia-
do de mi intervención, con la comisión de nuestro D i r e c t o r. De
o t r o modo, hubiera sido un regalo envenenado el encargo del pro-
fesor Castellano, al que tengo por buen amigo, y desde luego,
hubiera sido una tarea muy superior a mi capacidad. También he de decir que no he indagado en toda la obra del
Pontífice, lo que considero una tarea sobrehumana, dadas las
decenas de miles de páginas de su magisterio. Sólo conozco dos
personas que creo se lo han leído todo por haberle seguido día a
día: el español Vallet de Goytisolo y el italiano Gi ovanni Cantoni.
Yo me he contentado con releer varias docenas de documentos y
leer algunos más, correspondientes a diferentes años de su ponti-
Verbo, núm. 469-470 (2008), 743-771. 743
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(*) Confer encia pronunciada, el día 12 de octubre de 2006, en el 45º Convegno
Inter nazionale del I nstitut International d'Études Européennes “ Antonio R osmini”, celebra-
do en Bolzano (11-13 de octubr e 2006) y publicada en el volumen, cuidado por Danilo
CASTELL ANO, Europa definizioni e confini, Edizioni Scientifiche I taliane, Nápoles,
2007, págs. 37-59. (N. de la R.).
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ficado, pero que estimo suficientemente re p re s e n t a t i vos de su
pensamiento; a pesar de tales limitaciones, creo que lo consultado
permite llegar a alguna conclusión válida, pues también creo sufi-
cientemente amplias las fuentes consultadas.
Elegir el pontificado de Juan Pablo II me parece que se impo-
nía por sí mismo y confío en que también ustedes estén de acuer-
do con las razones que me m ov i e ron a ello. El problema de
E u ropa, o los problemas de Eu ropa, la cuestión europea, en fin el
debate sobre E u ropa, no es nada nuevo, como es bien sabido. Al
menos desde la paz de Westfalia, después de un largo enf re n t a-
miento, bélico, pero también religioso y cultural, E u ropa no ha
cesado de ser una cuestión permanente, un problema continuo.
P e ro a nosotros nos preocupa la E u ropa de hoy, en la que vivimos
y a cuyo debate este Instituto ha intentado contribuir durante
medio siglo, por lo que las cuestiones históricas nos inte re s a n ,
s o b r e todo, en cuanto ayudan a comprender la realidad de
E u ropa. Un pontificado que se ha dilatado desde el año 1978
hasta el 2005, cubre con casi tres décadas, buena parte de los últi-
mos años del problema de E u ropa y coincide con lo más álgido
del proceso de la Unión europea. Aunque el cardenal Ratzinger
se ha ocupado de Eu ropa repetidamente, sin embargo, en cuanto
Pontífice, casi no le ha dado tiempo, y es pronto para que poda-
mos hablar de un magisterio continuado. En cambio, la fr e c u e n-
cia con que Juan Pablo II se ha referido a E u ropa, desde su alocu-
ción en la audiencia a la Oficina de la Presidencia del P a r l a m e n t o
E u ropeo de 5 de abril de 1979, y la continuidad y reiteración de
su análisis, de sus ruegos y exhortaciones, permite considerar, con
toda propiedad, que en las cuestiones morales existe una ve rd a d e-
ro magisterio sobre E u ropa, que no es otro que el magisterio o rd i-
nario en materia de moral y más concretamente de doctrina
s o c i a l . Por último, también quiero ad ve rtir que no voy a seguir un
o r den cronológico, pues entiendo que no se trata de averiguar el
d e s a r rollo que haya seguido su enseñanza; doy por supuesta la
unidad y coherencia de su magisterio, si bien este se expresa, for-
zosamente a lo largo de diversos documentos, al no existir uno en
c o n c ret o lo suficientemente amplio sobre E u ropa, aunque, pro b a-
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blemente el documento más característico y definitorio sea la
e x h o rtación apostólica postsinodal Ecclesia in Eu ro p a, de 28 de
junio de 2003. El método expositivo que voy a seguir es el de mostrar con
c i e r ta largueza lo que Juan Pablo II ha dicho de E u ropa o les ha
dicho a los dirigentes europeos que deben hacer, intentando agru-
parlo por materias: Qué es E u ropa; cómo se formó; influencia del
cristianismo; la decadencia de E u ropa; el interés por la unión
e u ropea; lo que Juan Pablo II le ha pedido a Eu ropa; la re s p u e s t a
de E u ropa; el patrimonio cristiano y la deuda de Eu ropa. Al final,
intentaré sacar algunas conclusiones en categorías políticas o
constitucionales. Por ello, mi intervención oscilará entre la lectu-
ra de textos y el comentario de los mismos. ¿ Qué es Eu ropa? Para Juan Pablo II, E u ropa es, desde luego,
un territorio en el que existe una pluralidad de naciones d ive r s a s ,
p e r o sobre todo, es un concepto y una realidad cultural. La his-
toria, en cuanto ciencia, contribuye a que conozcamos y podamos
definir esa concepción de E u ropa, y en cuanto conjunto de acon-
tecimientos, explica el modo en que se forjó. Al mismo tiempo, el
conocimiento de la historia hace posible saber quiénes somos,
pues esto re q u i e re saber de dónde venimos y quiénes han sido
n u e s t ros antepasados y qué obras han hecho. Un pueblo no se
define sólo por su presente ni por sus aspiraciones futuras. La
h e ren cia recibida, tanto si se acepta como si se rechaza, nos mar c a ,
tanto respecto a quienes nos p re c e d i e ron como en relación a nos-
o t r os mismos y a los demás que poseen otra herencia dif ere n t e :
“La identidad europea –dijo Juan Pablo II en el acto eur o p e í s t a
celebrado en la Catedral de Santiago de Compostela, en su primer
viaje a España, el 9 de nov i e m b re de 1982–, es incomp re n s i b l e
sin el cristianismo” y “ p recisamente en él –añadía– se hallan aque-
llas raíces comunes, de las que ha madurado la civilización del
continente, su cultura, su dinamismo, su actividad, su capacidad
de expansión constr u c t i va también en los demás continentes; en
una palabra, todo lo que constituye su gloria” (1).
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(1) JUAN PABLO II, Discurso en el acto eur opeísta celebrado en Santiago de
Compostela, 9 de no viembre de 1982, en Juan P ablo II en E spaña, Biblioteca de
A utores Cristianos, M adrid, 1982, pág. 184.
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La cultura de Eu ropa, por su parte, expresa y manifiesta su
modo de ser. Varios son los diferentes aportes que forjaron a
E u ropa, siendo los principales, Grecia, Roma y el cristianismo.
P e ro de entre los tres, el más fundamental ha sido la religión cris-
tiana, porque lo impregnó todo y de esa impregnación surgió la
E u ropa por antonomasia, la Eu ropa cristiana. En ese proceso que
la historia atestigua, la cultura cristiana, la existencia cristiana
también ha sido deudora de Eu ropa, puesto que fue en las nacio-
nes que componían ese territorio donde se forjó esa realidad exis-
tencial cristiana. Esa realidad se caracteriza por constituir una unidad y tener
los diferentes pueblos conciencia de esa unidad. Unidad, que no
d e s t r u ye la diversidad de la pluralidad sino que la presupone.
En la Ex h o rtación Apostólica Ecclesia in Eu ro p a, indicaba
refiriéndose a Eu ropa: “Más que como lugar geográfico se la
puede considerar como «un concepto predominantemente cultural e
h i s t ó r i c o , que caracteriza una realidad nacida como Continente
gracias también a la fuerza aglutinante del cristianismo, que ha
sabido integrar a pueblos y culturas diferentes, y que está íntima-
mente vinculado a toda la cultura eur o p e a»” (2).
Re c o rdando el modo en que se formó Eu ropa, Juan Pablo II
ha reiterado una idea capital para la comprensión de lo que es
E u ropa, sobre todo, de lo que ha sido durante siglos, y aún hoy,
de lo que sigue siendo: “La historia de la formación de las nacio-
nes europeas va a la par con su evangelización; hasta el punto de
que las fronteras europeas coinciden con las de la penetración del
E va n g e l i o ” (3).
La tarea mediante la cual nac e Eu ropa tras la desaparición del
imperio romano, Juan Pablo II la personifica, sobre todo, en S a n
Benito: “¿De qué habla San Benito de Nursia? Habla del comien -
zo de ese trabajo gigantesco, del que nació E u ro p a. Ef e c t i vam ente, en
c i e r to sentido –dijo en la homilía en la Jornada mundial de la P a z ,
el 1 de enero de 1980–, Eu ropa nació después del período del
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(2) JUAN P ABLO II, Ecclesia in E uropa, núm. 108, 3.ª ed., San P ablo, Madrid,
2003, pág. 118.
(3) JUAN PABLO II, D iscurso en el acto europeísta celebrado en S antiago de
Compostela, 9 de no viembre de 1982, en Juan P ablo II en E spaña, ed. cit., pág. 184.
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gran imperio ro m a n o. Al nacer de sus estructuras culturales, ha
sacado de nuevo, gracias al espíritu benedictino, de ese patrimo-
nio y ha encarnado en la herencia de la cultura europea y un ive r-
sal todo lo que de otro modo se hubiera pe rd i d o. El espíri tu bene -
dictino está en antítesis con cualquier pro g rama de destr u c c i ó n. Es un
espíritu de recuperación y de promoción, nacido de la conciencia
del plan divino de salvación y educado en la unión cotidiana de
oración y trabajo”. “San Benito, que vivió al fin de la antigüedad
–continúa el Papa–, hace de sal va g u a rdia de esa herencia que la
antigüedad ha transmitido al hombre europeo y a la humanidad.
Simultáneamente está en el umbral de los tiempos nuevos, en los
a l b o r es de esa E u ropa que nacía entonces, del crisol de las migra-
ciones de nuevos pueblos. El abraza con su espíri tu también a la
E u ropa del futuro. No sólo en el silencio de las bibliotecas bene-
dictinas y en los «s c r i p t o r i a» nacen y se conservan las obras de la
cultura espiritual, sino en torno a las abadías se forman también
los centros activos del trabajo, en especial el de los campos; así se
d e s a r r ollan el ingenio y la capacidad humana, que constituyen la
l e vad ura del gran proceso de civilización” (4).
“La actividad santificadora y civilizadora de los hijos de Sa n
Be n i t o ”, continúa Juan Pablo II, “fue obra de unión de los pue-
blos fundada en una misma fe cristiana. Pueblos que por historia,
tradiciones, educación y carácter eran diferentes, hasta el punto
de enfrentarse en guerras feroces, se sintieron todos cristianos,
todos c re yentes en Dios y todos hijos por la fe de un mismo P a d re
celestial y de la Iglesia de Roma (...). Esta unidad de fe y senti-
mientos que se halla en la base de las distintas fases de la historia
del altomedievo, fue el tejido espiritual creado por los benedicti-
nos que, por otra parte, encontraban en su regla los principios ins-
p i r a d o res de la educación y formación a la unidad. La consisten-
cia de la familia monástica, formada por la regla con un jefe único
que es a la vez padre y maestro responsable de todos los miem-
b ros , con una jerarquía de personas y va l o res bien delimitada, con
una reglamentación muy precisa de oración y trabajo, co n re l a c i o-
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(4) JU AN PABLO II, Homilía en la J ornada mundial de la Paz, el 1 de enero de
1980, en Documentación de la Santa Sede. 1980, Servicio de D ocumentación de la
Provincia E clesiástica de Toledo, Madrid, pág. 3.
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nes fraternas alimentadas de viva caridad, era toda una escuela y
un modelo para los monjes eva n g e l i z a d o res y para los pueblos
recién eva n g e l i z a d o s ” (5).
“ Benito –dijo en el acto europeísta celebrado en la Catedral
de Santiago de Compostela el 9 de nov i e m b re de 1982–, supo
aunar la romanidad con el Evangelio, el sentido de la uni ve r s a l i-
dad y del derecho con el valor de Dios y de la persona humana.
Con su conocida frase, ora et labor a–reza y trabaja–, nos ha dejado
una r egla, válida aún ho y, para el equilibrio de la persona y de la
sociedad, amenazadas por el pr evalecer del tener sobre el ser” (6).
Las alusiones a San Benito, que personifica la evangelización de
las naciones europeas, de parecido tenor a las que acabo de leer,
son muy numerosas. Una última en la que, si cabe, se destaca la
originalidad y la novedad que ello supuso al hacer surgir una
n u e va c ivilización: San Benito, “vino a ser también indir e c t a m e n-
te el p recursor de una nueva civilización. Donde quiera que el tra-
bajo humano condicionaba el desarrollo de la cultura, de la eco-
nomía, de la vida social, allí llegaba el programa benedictino de la
e van gelización, que unía el trabajo a la oración, y la oración al tra-
b a j o ”. “Hay que admirar la s e n c i l l e zde este programa y, al mismo
tiempo, su unive r s a l i d a d . Se puede decir que este programa ha
contribuido a la cristianización de los nuevos pueblos del conti-
nente europeo y, a la vez, se ha encontrado también en la base de
su historia nacional, de una historia que cuenta con más de un
m i l e n i o ” (7).
P e ro Eu ropa no es sólo el occidente europeo, sino tam-
bién el oriente. A los peregrinos de Croacia y Eslovenia, el 17 de
m a y o de 1981, les decía, que al otro lado europeo, a mediados del
siglo IX, “los dos grandes hermanos, Cirilo y Metodio, p ro c e d e n-
tes de Oriente (...) formados en Constantinopla, apor t a ron la
contribución de la antigua cultura griega y de la tradición de la
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(5) JUAN P ABLO II, Al A bad de Montecassino, 19 de marzo de 1980, en
Documentación de la S anta Sede. 1980, ed. cit., págs. 159 y 160.
(6) JUAN PABLO II, D iscurso en el acto europeísta celebrado en S antiago de
Compostela, 9 de no viembre de 1982, en Juan P ablo II en E spaña, ed. cit., pág. 187.
(7) JUAN P ABLO II, Homilía en la Plaza de N ursia, 23 de marzo de 1980, en
Documentación de la S anta Sede. 1980, ed. cit., pág. 164.
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Iglesia oriental, la cual, de esa manera, se introdujo pro f u n d a m e n-
te en la formación religiosa y civil de los pueblos que han colabo-
rado de manera re l e vante en la construcción de la E u ropa moder-
n a ” (8). “Los hermanos de Salónica, indicaba en su carta encícli-
ca Sl a v o rum Ap o s t o l i , eran he re d e ros, no sólo de la fe, sino tam-
bién de la cultura de la antigua Grecia, continuada por B i z a n c i o.
Todos saben la importancia que esta herencia tiene para toda la
cultura europea y, directa o indirectamente, para la cultura uni-
versal. En la obra de evangelización que ellos ll eva ron a cabo,
como pioneros en los territorios habitados por los pueblos esl avo s ,
está contenido al mismo tiempo, un modelo de lo que hoy re c i b e
el nombre de «i n c u l t u r a c i ó n » –encarnación del Evangelio en las
culturas autóctonas– y, a la vez, de la introducción de éstas en la
vida de la I g l e s i a” (9). “Su obra constituye una contribución emi-
nente para la formación de las comunes raíces cristianas de
E u r o p a ” (10).
El Papa no pretende monopolizar para el cristianismo la for-
mación de E u ropa, lo que sería una pretensión ridícula por ahis-
tórica; reconoce las demás aportaciones, respecto a las cuales, por
otra parte, la Iglesia no tiene ningún tipo de celos. Tras referirse a “los va l o res que constituyen el patrimonio más
valioso del humanismo eu ro p e o”, y a los que más adelante aludi-
ré, Juan Pablo II, indicaba con ocasión de un congreso sobre la
n u e va constitución europea en junio de 2002: “Son múltiples las
raíces culturales que han contribuido a la afirmación de los va l o-
res r e c o r dados hasta ahora: el espíritu de Grecia y el de Roma; las
a p o rtaciones de los pueblos latinos, celtas, germánicos, eslavos y
u g rofineses; así como las de la cultura judía y del mundo islámi-
c o. Estos diversos factores han encontrado en la tradición judeo-
cristiana una fuerza capaz de armonizarlos, consolidarlos y pro-
m o ve r l o s ” (11).
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(8) JU AN PABLO II, a los peregrinos de Cr oacia y Eslovenia, el 17 de may o de
1981. (9) JU AN PABLO II, Slavor um Apostoli, núm. 21.
(10) JUAN P ABLO II, Slavorum A postoli, núm. 26.
(11) JU AN PABLO II, Mensaje a los par ticipantes en un congreso sobre la nueva
constitución europea, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
año XXXIV , núm. 26 (1748), 28 de junio de 2002.
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“ Mi mayor preocupación con respecto a E u ropa –decía en
f e b re ro de 2002– es que conserve y haga fructificar su he re n c i a
cristiana. En efecto es indudable que el continente no sólo hunde
sus raíces en el patrimonio g re c o r romano, sino también en el
judeo-cristiano, que durante siglos ha constituido su alma más
p rof unda. Gran parte de lo que E u ropa ha producido en el campo
jurídico, artístico, literario y filosófico tiene un carácter cristiano
y difícilmente puede comprenderse y valorarse si no se ve desde
una perspectiva cristiana. También los modos de pensar y sentir,
de expresarse y comportarse de los pueblos europeos llevan la hue-
lla de una profunda influencia cristiana” (12). Sin embargo si los aportes son múltiples, el sentimiento de la
unidad y su fundamento son obra del cristianismo. En su homi-
lía durante la misa en el milenario del martirio de San A d a l b e r t o ,
en 1997, decía: “No habrá unidad en E u ropa hasta que no se
funde en la unidad del espíritu. Este fundamento p ro f u n d í s i m o
de la unidad llegó a E u ropa y se consolidó a lo largo de los siglos
gracias al cristianismo con su Evangelio, con su comprensión del
h o m b r e y con su contribución al desarrollo de la historia de los
pueblos y de las naciones” (13). Y en la exhortación apostólica
Ecclesia in E u ro p a, podemos leer: “E u ro p aha sido i m p re g n a d a
amplia y prof undamente por el cristianismo. No cabe duda de que,
en la compleja historia de E u ropa, el cristianismo re p resenta un
elemento central y determinante, que se ha consolidado sobre la
base firme de la herencia clásica y de las numerosas apor t a c i o n e s
que han dado los diversos flujos étnicos y culturales que se han
sucedido a lo largo de los siglos” (14). Pe ro si Eu ropa es, pues, obra de la Iglesia, también esta, en
c i e r to modo, ha sido influida por los diversos pueblos y naciones
e u rop eas al respetar sus culturas e introducirse éstas en la vida de
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(12) JUAN P ABLO II, Discurso a los par ticipantes en un foro internacional, 23
de febr ero 2002, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, año
XXXIV , núm. 10 (1732), 8 de marzo de 2002.
(13) JUAN P A B LO II, Homilía durante la misa con ocasión del milenario del mar-
tirio de San A d a l b e rto, en Gn i ezcno, martes 3 de junio 1997, en L ’ Os s e rva t o re Ro m a n o ,
edición semanal en lengua española, año XXIX, núm. 25 (1486), 20 de junio de 1997. (14) JU AN PABLO II, Ecclesia in E uropa, núm. 24, 3.ª ed., San P ablo, Madrid,
2003, pág. 38.
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la Iglesia. En su discurso a los participantes en V Simposio del
Consejo de las Comunidades Episcopales Eu ropeas, les decía: “ L a
Iglesia y E u r o p a, son dos realidades íntimamente unidas en su ser y en
su destino. Han realizado juntas un recorrido de siglos y permanecen
m a r cadas por la misma historia. E u ropa fue bautizada por el cristia-
nismo; y las naciones europeas, en su diversidad, han dado cuerpo a
la existencia cristiana. En su encuentro se han enriquecido mutua-
mente con v a l o res que no sólo han venido a ser el alma de la civiliza-
ción europea, sino también patrimonio de toda la humanidad” (15). Pero no es únicamente la historia la que muestra la r ealidad de
la formación de E uropa por el cristianismo . En su pastoral, el Papa,
acude a un elemento que entra por los ojos y ante el cual no puede
haber otra ceguera que no sea fr uto del empecinamiento y de la
mala voluntad. Es el patrimonio monumental europeo, su patrimo -
nio histórico-artístico, que es el ar te de Europa y que podemos con -
templar por doquier . Así, en la homilía durante la misa con ocasión
del milenario del martirio de San Adalberto, el 3 de junio de 1997,
indicaba: “De esta buena nueva, del E vangelio, vivier on en Europa,
en el decurso de los siglos, hasta el día de ho y, nuestros hermanos y
hermanas. La repetían los mur os de las Iglesias, de las abadías, de
los hospitales y de las univ ersidades. La proclamaban los v olúme-
nes, las esculturas y los cuadros; la anunciaban las estrofas poéticas
y las obras de los compositores. S obre el Evangelio se pusier on los
cimientos de la unidad espiritual europea ” (16).
Testimonio, pues, de la cultura y del arte, que habla por sí
mismo, como les re c o rdaba a las autoridades y al Cuerpo diplo-
mático, en junio de 1998: “Lo atestiguan las iglesias y los monas-
terios en muchos países europeos, las capillas y las cruces planta-
das a la vera de los caminos europeos, las oraciones y los cantos
cristianos en todas las lenguas del continente” (17). Y sin ningún
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(15) JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en el V Simposio del Consejo
de las Comunidades E piscopales Europeas.
(16) JUAN P A B LO II, Homilía durante la misa con ocasión del milenario del mar-
tirio de San Ad a l b e r to, en Gn i ezcno, martes 3 de junio 1997, en L’ Os s e r va t o re Ro m a n o ,
edición semanal en lengua española, año XXIX, núm. 25 (1486), 20 de junio de 1997.
(17) JUAN P ABLO II, Discurso a las autoridades y al C uerpo diplomático, 20 de
junio, en L’Osservator e Romano, edición semanal en lengua española, año XXX, núm.
26 (1539), 26 de junio de 1998.
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complejo, como es natural, sino con sano orgullo, re c u e rda que
tanto la historia del arte como la historia de la ciencia, ponen de
manifiesto que ciencia y arte, en Eu ropa, están ligados al cristia-
n i s m o . Así, lo r e c o rdaba, en septiembre de 1983, en el Centro de
los Congresos de Viena: “En E u ropa, en general, la historia de la
ciencia y el arte se halla ligada de formas muy diversas con la his-
toria de la fe y de la Iglesia. Esos lazos se han visto disturbados y
han sido casi destruidos a veces por algunos conflictos. P e ro éstos
no tendrían que conducirnos a cerrar los ojos ante tantos re s u l t a-
dos felices, conseguidos mediante el esfuerzo común, ni deben ser
un obstáculo cara a un nuevo diálogo entre la ciencia y el arte y la
Iglesia en bien del hombre” (18). En ese proceso de formación europea y en su historia, el P a p a
no olvidará los momentos de defensa sin los cuales Eu ropa hubie-
ra perecido; “la empresa de la R e c o n q u i s t a” española (19) o la
defensa de Viena en el siglo XVII son ejemplo de ello. De esta
última, elogiaba al rey Juan III “ p o rque defendió a la patria ame-
nazada por el enemigo y se esforzó por defender a Eu ropa, a la
Iglesia, y a la cultura cristiana, cuando estas se encontraban ante
un peligro de muer t e”, a los ejércitos y a la caballería polaca, ya
que “por medio de ellos venció Di o s” (20).
P e ro Juan Pablo II no se limita a re c o rdar el proceso de for-
mación que dio lugar a una E u ropa cristiana, sino que también
alude con reiteración al proceso de fractura de Eu ropa y al de
p ro g re s i v a disolución, que entraña una pérdida de su unidad y
pone de manifiesto la crisis que sufre E u ropa, la enfermedad de su
a l m a . Juan Pablo II lamenta la primera en el tiempo que se pr o d u-
jo con el cisma de Occidente (21), así como las rupturas p ro t e s-
tantes del siglo XVI. En diversas ocasiones se ha referido a ese pro-
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(18) JUAN P ABLO II, 12 de septiembr e de 1983, Discurso en el Centro de los
Congr esos de Viena.
(19) JU AN PABLO II, D iscurso en el acto europeísta celebrado en Santiago de
Compostela, 9 de no viembre de 1982, en Juan P ablo II en E spaña, ed. cit., pág. 4.
(20) JUAN P ABLO II, Discurso en la Karlplatz en conmemoración del 300 ani -
versario de la batalla de Viena, 12 de septiembre de 1983.
(21) JU AN PABLO II, D iscurso a las Comunidades Económicas Europeas, 20 de
may o de 1985.
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ceso que ha ido cambiando Eu ropa y a los europeos. En el aspec-
to del pensamiento describe las consecuencias del abandono de la
centralidad de la reflexión sobre la objetividad del ser: “Por lo que
se re f i e r e a las líneas de desarrollo de la cultura humanística, a lo
largo de muchos siglos las premisas metafísicas y gnoseológicas
u n i v ersalmente aceptadas aseguraron una visión teocéntrica de la
r e a l i d a d. Esta –de forma especial en el ámbito de la tradición cris-
tiana– tenía también, como es obvio, su precisa dimensión cos-
mológica y antropológica. A corroborar las cer t ezas alcanzadas en
esa visión de la realidad contribuían no sólo los conocimientos
teológicos, sino también los filosóficos, al menos hasta que en el
c e n t r o de la tensión filosófica permaneció la objetividad del
«e s s e ». Desde el tiempo de De s c a rtes, como se sabe –continúa el
Pontífice–, ha ido realizándose un desplazamiento de este centro
hacia la conciencia subjetiva, y de las consecuencias de ese despla-
zamiento todos somos testigos. La filosofía se ha co nve rtido ante
todo en gnoseología (es decir, teoría del conocimiento), con la
consecuencia de que en el centro de la realidad ha venido a que-
dar el hombre como sujeto cognoscitivo, pero allí se ha quedado
s o l o ”. El desarrollo de las ciencias naturales posterior a Ne w t o n ,
indica poco después, “ha acostumbrado gradualmente a las men-
tes humanas a mirar al mundo en sí mismo, «como si Dios no
e x i s t i e s e ». La hipótesis, al inicio metódica, de la no-existencia de
Dios, con el paso del tiempo ha llevado a la idea de Dios como
hipótesis. Estas corrientes de pensamiento se han consolidado
bajo la forma de un agnosticismo difundido, especialmente entre
los científicos”. Así, surgió “el ateismo, cuya versión más radical
la constituyó el materialismo dialéctico marxista. (...). P e ro tam-
bién el positivismo filosófico (...) que encierra el conocimiento
humano dentro de límites puramente empíricos, negando a la
idea de Dios, y por tanto a la religión, la posibilidad de una fun-
damentación racional”. Esa actitud especulativa produjo unas consecuencias en el
o rden moral que Juan Pablo II ha denunciado con reiteración. En
el mismo discurso al que acabo de referirme, pronunciado en
junio de 1990, añadía: “Mientras tanto, muchos europeos, espe-
cialmente del ambiente culto, se han acostumbrado también a
E U RO P A EN EL MAGISTER IO PONTIFICI O DE LA IGLESIA CA T Ó L I C A
753
Fundaci\363n Speiro

actuar «como si Dios no existiese». Se han acostumbrado también
a actuar en esa perspectiva. El s u b j e t i v i s m ognoseológico y e l i n m a-
n e n t i s m o (especialmente desde los tiempos de Kant) corren pare-
jos con una actitud de autonomía en la ética . El hombre mismo se
c o n v i e r te en la fuente de la ley moral, y sólo esa ley, que el hom-
b r e se da a sí mismo, constituye la medida de su conciencia y de
su compor t a m i e n t o” (22).
Si Juan Pablo II constata la realidad histórica de la E u r o p a
cristiana cuando se denominó cristiandad, no deja de constatar,
también, las fases del fenómeno mediante el cual ha ido siendo
menos cristiana: “Por desgracia, a mediados del milenio pasado
–decía en febr e ro de 2002– se inició un proceso de secularización
que se desarrolló particularmente a partir del siglo XVIII, en el
cual se pretendió excluir a Dios y al cristianismo de todas las
e x p r esiones de la vida humana”. “El punto de llegada de ese pro-
ceso –continúa el Papa– ha sido con frecuencia el laicismo y el
secularismo agnóstico y ateo, o sea, la exclusión absoluta y total
de Dios y de la ley moral natural de todos los ámbitos de la vida
humana. Así se relegó la religión cristiana a los confines de la vida
p r i v ada de cada uno. Desde este punto de vista, ¿no es significati-
vo que se haya excluido de la Carta de E u ropa toda mención explí-
cita a las religiones y, por tanto, también al cristianismo?” (23). Por otra parte, también ha indicado que esa descristianización
de E u ropa no ha sido fruto de un desgaste de las instituciones
eclesiales, de una supuesta incapacidad para satisfacer las aspira-
ciones religiosas de los hombres o de cualquier otro supuesto fra-
caso real, sino que, lejos de haber sido un proceso espontáneo, ha
sido la consecuencia de la voluntad de los hombres empeñados en
tal tarea. A ello se refirió en su mensaje de enero de 1986 a los
Presidentes de las Conferencias Episcopales de Eu ropa, al hablar
de “los esfuerzos que, especialmente en los últimos siglos, se han
E S TA N I S L A O CA N T E R O
754
––––––––––––
(22) JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en la reunión consultiva de la
Asamblea especial para E uropa del Sínodo de los Obispos. L’Osservatores Romano, edi-
ción semanal en lengua española, año XXII, núm. 24 (1.120)\
, domingo 17 de junio de
1990. (23) JUAN P ABLO II, Discurso a los par ticipantes en un foro internacional, 23
de febr ero 2002, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, año
XXXIV , núm. 10 (1732), 8 de marzo de 2002.
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realizado, en diversas partes y en diversos niveles para desarraigar
del espíritu de los europeos las convicciones cristianas e incluso el
mismo sentimiento re l i g i o s o. El ateísmo ha conocido en el conti-
nente una difusión impresionante, sobre todo en las formas del
ateísmo científico y del ateísmo humanístico, refiriéndose ambas
a la autoridad de la razón humana y, por lo que se re f i e re al pri-
m e ro, a la autoridad de la razón iluminada por los descubrimien-
tos que la ciencia va haciendo p ro g re s i va m e n t e” (24).
El resultado del proceso al cristianismo ha llevado a una situa-
ción en la que el obser va d o r, que en este caso es Juan Pablo II,
haya podido decir: “La cultura europea da la impresión de ser una
apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive
como si Dios no existiera” (25). Sin embargo, Juan Pablo II, a pesar de ese proceso seculariza-
d o r , pese a esa voluntad laicista, también insiste en que los va l o-
res que propugna esa E u ropa con el alma herida, aunque a ve c e s
se distorsionen, los ha recibido de su herencia cristiana; here n c i a
que ha impedido, hasta ahora, su desaparición. Así, Juan Pablo II
o b s e r va que “ni siquiera hoy existe una E u ropa completamente
secularizada o incluso atea”, pues además de los monumentos de
todas clases, “lo confirman los numerosos testigos vivos: hombr e s
y mujeres que buscan, preguntan, creen, esperan y aman: los san-
tos del pasado y del p re s e n t e” (26).
Con todo, lo más interesante del discurso del Pontífice no es
su descripción de la formación de Eu ropa por obra de la Ig l e s i a ,
ni siquiera el análisis de la disgregación posterior que se p ro d u j o ,
con la subsiguiente disolución de su espíritu, ni la denuncia de la
crisis en la que, a consecuencia de ello, se ha visto inmersa y en
cuya situación continúa. Y ello porque, al fin y al cabo, el papa no
tiene por qué ser maestro en historia, o en filosofía o en sociolo-
gía, aquí su autoridad magisterial pontificia no está compr o m e t i-
E U RO PA EN EL MAGISTER IO PONTIFICI O DE LA IGLESIA CA T Ó L I C A
755
––––––––––––
(24) JUAN PABLO II, Mensaje a los P residentes de las Conferencias Episcopales
de Eur opa, ener o de 1986.
(25) JUAN P ABLO II, Ecclesia in E uropa, núm. 9, ed. cit., pág. 19.
(26) JUAN P ABLO II, Discurso a las autoridades y al C uerpo diplomático, 20 de
junio, en L’Osservator e Romano, edición semanal en lengua española, año XXX, núm.
26 (1539), 26 de junio de 1998.
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da. Em p e ro, está muy bien que haya reiterado ese discurso, por-
que pastoralmente era muy necesario, pues de otro modo, mucha
gente de a pie hubiera permanecido en la ignorancia. Me parece mucho más interesante ver lo que Juan Pablo II le
ha pedido a E u ropa, a la Eu ropa actual, y a los católicos de hoy
día para la re c o n s t rucción de E u ropa en consonancia con el espí-
ritu cristiano que la forjó; y ve r, así mismo, la respuesta de
E u ro p a .
No sé cuando Juan P ablo II manifestó por primera vez su inte-
rés por la unidad europea, pero al menos desde 1980 –en que se
r efirió a “la gran causa de la unidad europea ” y de la que manifestó
ser “ una causa por la que tiene tanto interés la Santa S ede” (27)–,
hasta el final de su vida, ha alentado a la realización de la U n i ó n
E u ropea y podríamos decir, aunque quizá me equivocaría, que si
desde luego lo hacía con esperanza, desde un punto de vista pura-
mente humano su optimismo resistió los sucesivos, continuos y
casi permanentes desplantes de Eu ropa, en su negativa a re c o g e r
las peticiones y exhortaciones de Juan Pablo II. A pesar de ello, la
unidad europea no ha tenido en el magisterio de la Iglesia un ene-
migo, sino todo lo contrario. Otra cosa es que los parámetros por
los que ha ido transcurriendo esa unión no coincidieran con los
p a r á m e t ros que Juan Pablo II brindaba a sus artífices y re c l a m a b a
de ellos, y a lo que exhortaba encarecidamente a los católicos. Sin duda, la petición esencial está contenida en las frases, lan-
zadas a E u ropa en el acto europeísta celebrado en la Catedral de
Santiago de Compostela, en 1982, y repetidamente p ro n u n c i a d a s
después en múltiples ocasiones: “V u e l ve a encontrarte. Se tu
misma. De s c u b r e tus orígenes. A v i va tus raíces. (...) abre las puer-
tas a C r i s t o” (28). P e ro más concretamente, ante el Cuerpo diplo-
mático, en junio de 1998, decía: “Evocando con gratitud y orgu-
llo el gran tesoro del cristianismo, os pido que acojáis este patri-
monio como una propuesta que la Iglesia viva quiere presentar al
E S TA N I S L A O CA N T E R O
756
–––––––––––––
(27) JUAN PABLO II, Alocución a la P ontificia Universidad Lateranense, 16 de
febr ero de 1980, en Documentación de la Santa S ede. 1980, Servicio de D ocumentación
de la P rovincia E clesiástica de Toledo, Madrid, pág. 108.
(28) JU AN PABLO II, D iscurso en el acto europeísta celebrado en Santiago de
Compostela, 9 de no viembre de 1982, en Juan P ablo II en E spaña, ed. cit., pág. 186.
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final del segundo milenio cristiano. Nadie pretende considerar la
u n i versalización de este patrimonio como una victoria o como
una confirmación de superioridad. Profesar cierto s va l o res signifi-
ca solamente comprometerse a cooperar en la construcción de una
ve rdad era comunidad humana universal: una comunidad en la
que no hay líneas de separación entre mundos d ive r s o s”. Y añadía,
dirigiéndose a los fieles: “También de nosotros, los cristianos,
dependerá que E u ropa, con sus aspiraciones terrenas, se cierre en
sí misma, en sus egoísmos, renunciado a su vocación y a su misión
histórica, o que re c u p e re su alma mediante la cultura de la vida,
del amor y de la esperanza” (29). Y aunque en esa ocasión refiriéndose a la solidaridad entre los
países europeos, le ofrece a E u ropa lo que la Iglesia ha ofre c i d o
continuamente en materia social y política, su doctrina social: “Los
c o n s t ru c t o res de la nueva E u ropa deberán afrontar otro gran des-
afío: el de crear un espacio global europeo de libertad, de justicia
y de paz, en lugar de la isla de bienestar occidental del continen-
te.(...) Hace falta una ayuda espiritual para proseguir la constr u c-
ción de las estructuras democráticas y su consolidación, y para pro-
m o ver una cultura de la política y las condiciones justas del Estado
de d ere c h o . Para este esfuerzo la Iglesia ofrece como orientación su
doctrina social, centrada en la solicitud y en la re s p o n s a b i l i d a d
para el hombre, encomendado a ella por Cr i s t o” (30).
Dirigiéndose a los participantes en un congreso sobre la nueva
constitución europea, en junio de 2002, le decía a E u ro p a :
“ R ealmente no es fácil la tarea que han de cumplir los políticos
e u ropeos. Para afrontarla de modo adecuado, será preciso que,
E U RO P A EN EL MAGISTER IO PONTIFICI O DE LA IGLESIA CA T Ó L I C A
757
____________
(29) JUAN P ABLO II, Discurso a las autoridades y al C uerpo diplomático, 20 de
junio, en L’Osservator e Romano, edición semanal en lengua española, año XXX, núm.
26 (1539), 26 de junio de 1998.
(30) JUAN P ABLO II, Discurso a las autoridades y al C uerpo diplomático, 20 de
junio, en L’Osservator e Romano, edición semanal en lengua española, año XXX, núm.
26 (1539), 26 de junio de 1998.
“En esta misma doctrina se encuentran las bases para poder defender la estr uctu-
ra moral de la libertad, de manera que se proteja la cultura y la sociedad eur opea tanto
de la utopía totalitaria de una «justicia sin libertad», como d\
e una «libertad sin v erdad»,
que comporta un falso concepto de «tolerancia», precursoras ambas de error es y horro-
r es para la humanidad, como muestra tristemente la historia reciente de E\
ur opa misma”
(Ecclesia in E uropa, núm. 98, ed. cit., pág. 110).
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aun respetando una correcta concepción de la laicidad de las ins-
tituciones políticas, den a los va l o res antes mencionados un pro-
fundo arraigo de tipo trascendente, que se expresa en la aper t u r a
a la dimensión r e l i g i o s a” (31). Y en la misma ocasión añadirá,
poco después: “En todo este proceso, también es necesario re c o-
nocer y sal va g u a rdar la identidad específica y el papel social de las
Iglesias y de las confesiones religiosas. En efecto, han desempeña-
do siempre y siguen desempeñando un papel en muchos casos
determinante para educar en los va l o res básicos de la con vive n c i a ,
para proponer respuestas a los interrogantes fundamentales sobre
el sentido de la vida, para pr o m over la cultura y la identidad de
los pueblos, y para ofrecer a E u ropa lo que concurre a darle un
deseado y necesario fundamento espiritual. Por lo demás no pue-
den reducirse a meras entidades privadas, sino que actúan con una
específica dimensión institucional, que merece ser apreciada y
valorada jurídicamente, respetando y no perjudicando la condi-
ción de la que gozan en los ordenamientos de los diversos Estados
m i e m b r os de la U n i ó n” .
“ En otros términos, se trata de reaccionar ante la tentación de
c o n s t ruir la convivencia europea exc l u yendo la aportación de las
comunidades religiosas con la riqueza de su mensaje, de su acción
y de su testimonio; eso sustraería al proceso de construcción euro-
pea, entre otras cosas, importantes energías para la fundamenta-
ción ético-cultural de la convivencia civil. Por tanto, espero que,
según la lógica de la «sana colaboración» e n t re la comunidad ecle-
sial y la comunidad política (Gaudium es spes, 76), las institucio-
nes europeas, a lo largo de este camino, entren en diálogo con las
iglesias y las confesiones religiosas según formas reguladas opor t u-
namente, acogiendo la aportación que ciertamente pueden dar en
v i rtud de su espiritualidad y de su compromiso de humanización
de la sociedad” (32).
E S TA N I S L A O CA N T E R O
758
––––––––––––
(31) JUAN PABLO II, M ensaje a los participantes en un congreso sobre la nueva
constitución eur opea, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
año XXXIV , núm. 26 (1748), 28 de junio de 2002.
(32) JUAN PABLO II, M ensaje a los participantes en un congreso sobre la nueva
constitución eur opea, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
año XXXIV , núm. 26 (1748), 28 de junio de 2002.
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Meses antes había hecho la misma propuesta y había expre s a-
do, también, su esperanza en que fuera acogida: “Hoy la I g l e s i a
v u e l v e a proponer con re n ovado vigor esos va l o res a Eu ropa, que
c o r r e el riesgo de caer en el relativismo ideológico y ceder al nihi-
lismo moral, considerando a veces bueno lo que es malo, y malo
lo que es bueno. Espero que la Unión europea aproveche de nuevo
su patrimonio cristiano, dando respuestas adecuadas a las nu eva s
cuestiones que se plantean, sobre todo en el campo ético” (33). En enero de 2003, en su Discurso al Cuerpo diplomático
a c reditado ante la Santa Sede, se expresaba así: “Teniendo en
cuenta este patrimonio, la Santa Sede y el conjunto de las I g l e s i a s
cristianas han insistido ante los re d a c t o res del futuro T r a t a d o
constitucional de la Unión europea para que se haga una re f e re n-
cia a las Iglesias e instituciones religiosas. En efecto, parece dese-
able que, respetando plenamente la laicidad, se re c o n o zcan tre s
elementos complementarios: la libertad religiosa, no sólo en su
dimensión individual y cultural, sino también social y corporati-
va; la oportunidad de que haya un diálogo y una consulta organi-
zada entre los gobernantes y las comunidades de c re yentes; el r e s-
peto del estatuto jurídico del que ya gozan Iglesias y las institucio-
nes religiosas en los Estados miembros de la Unión. Una Eu ro p a
que renegara de su pasado, que negara el hecho religioso y que no
tuviera dimensión espiritual alguna, quedaría desguarnecida ante
el ambicioso proyecta que moviliza sus energías: ¡construir la
E u r opa de todos!” (34).
En mayo de 2002, en su mensaje al Arzobispo de Ravena, a
través de la colaboración de los católicos, se dirigía a los ar t í f i c e s
de la nueva E u ropa, para “ sal va g u a rdar la dimensión espiritual y
moral de Eu ropa, ofreciendo al proyecto de la unidad de los pue-
blos europeos un «fundamento trascendente» mediante un re c o-
nocimiento explícito de los «d e rechos de Di o s»”, porque, añadía:
E U RO P A EN EL MAGISTER IO PONTIFICI O DE LA IGLESIA CA T Ó L I C A
759
––––––––––––
(33) JUAN P ABLO II, Discurso a los participantes en un for o internacional, 23
de febrer o 2002, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, año
XXXIV , núm. 10 (1732), 8 de marzo de 2002.
(34) JUAN P ABLO II, Discurso al C uerpo diplomático acreditado ante la S anta
Sede, en la sala Regia del palacio apostólico, 13 de ener o de 2003, en L’Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, año XXXV , núm. 3 (1777), 17 de enero
de 2003.
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“Esta es la única garantía ve rdaderamente indiscutible de la digni-
dad del hombre y de la libertad de los pueblos” (35). Es bien conocido el interés mostrado por Juan Pablo II, dada
la reiteración con que lo manifestó, en que se incluyera en el
Preámbulo del Proyecto de Constitución europea la re f e rencia a
las raíces cristianas de Eu ropa. En la exhortación apostólica post-
sinodal Ecclesia in E u ro p a, dijo: “deseo dirigirme una vez más a los
re d a c t o r es del tratado constitucional europeo para que figure en
él una re f e rencia al patrimonio religioso y, especialmente, cristia-
no de Eu ropa. Respetando plenamente el carácter laico de las
Instituciones, espero que se r e c o n o zcan, sobre todo, tres elemen-
tos complementarios: el derecho de las Iglesias y de las comunida-
des religiosas a organizarse libremente, en conformidad con los
p rop ios estatutos y convicciones; el respeto de la identidad espe-
cífica de las Confesiones religiosas y la previsión de un diálogo
reglamentado entre la Unión E u ropea y las Confesiones mismas;
el respeto del estatuto jurídico del que ya gozan las Iglesias y las
instituciones religiosas en virtud de las legislaciones de los Estados
m i e m b r os de la U n i ó n” (36). Es igualmente sabida la re s p u e s t a
n e g a t i va y el desagrado que manifestó el Papa: “He expresado mi
disgusto por este hecho, que considero antihistórico y ofensivo
para los padres de la nueva E u ro p a” (37).
En general, cuanto la Iglesia dice sobre moral y orden natural,
a c e r ca del matrimonio indisoluble, del respeto a la vida, con la ili-
citud del aborto, de ingeniería genética, de pr o c reación fuera del
acto conyugal, de clonación, de eutanasia, de uniones homose-
xuales, o acerca del sometimiento de la ley al derecho, del bien
común, etc., parece que E u ropa ha disfrutado en hacer, casi siste-
máticamente lo contrario. Y digo casi y no totalmente, po rq u e
hay un principio con el que Juan Pablo II expresó su alegría, una
de las pocas, otra fue el ingreso de Polonia en la Unión, que le
E S TA N I S L A O CA N T E R O
760
––––––––––––
(35) JUAN P ABLO II, Mensaje a M onseñor Giuseppe Verucchi, Arzobispo de
Ravena-Cervia, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, año
XXXIV , núm. 20 (1742), 17 de mayo de 2002.
(36) JUAN P ABLO II, Ecclesia in E uropa, núm. 114, ed. cit., pág. 126.
(37) JUAN P ABLO II, Discurso a los par ticipantes en un foro internacional, 23
de febr ero 2002, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, año
XXXIV , núm. 10 (1732), 8 de marzo de 2002.
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p ro p o rcionó la nueva Eu ropa en construcción. Se lo dijo en su
Di scu rs o a l os Presid en tes de lo s Par l am ent os de la U n i ó n
E u r opea, el 23 de septiembre de 2000: “No puedo por menos de
alegrarme al ver cada vez más invocado el fecundo principio de la
subsidiariedad. Este principio, propuesto por mi predecesor Pío
XI en su célebre encíclica Qu a d ragesimo anno en 1931, es uno de
los pilares de toda la doctrina social de la Iglesia. Es una invita-
ción a re p a rtir las competencias entre los diversos niveles de orga-
nización política de una comunidad determinada, por ejemplo
regional, nacional, europea, transfiriendo a los niveles superior e s
sólo aquellas que los niveles inferiores no son capaces de af ro n t a r
para el servicio al bien común” (38). Ahora bien, con esa actitud y con tal comportamiento, los
a r tífices de la nueva construcción europea, han mostrado siste-
máticamente, que hay un grupo de personas, quizá el más nume-
roso, al que se no se tiene en cuenta. Seguramente si sólo una
p a r te de las decenas de millones de europeos católicos, más aun
si incluimos a los cristianos no católicos pero que en muchos
puntos coinciden con la doctrina de la Iglesia, hubieran sido
musulmanes, probablemente el señor G i s c a rd hubiera dicho otra
cosa. En ese mismo mensaje en el que reclamaba de la E u ropa en
c o n s t r ucción la recuperación y sal va g u a rdia del patrimonio cris-
tiano, la apertura a la dimensión religiosa, el reconocimiento de
las iglesias, indicaba que esas bases eran necesarias para que el
resultado fuera la casa común de todos. Su re c h a zo, aunque el
Papa no lo dijera, implica hacer de peor condición a los católicos,
que ven que los principios de ordenación social y de con vive n c i a
humana que propugnan, no son tenidos en cuenta: “Basánd ose en
estos va l o res compartidos, será posible lograr las formas de con-
senso democrático necesarias para delinear, también en el ámbito
institucional, el proyecto de una E u ropa que sea ve rd a d e r a m e n t e
la casa de todos, en la que ninguna persona y ningún pueblo se
sientan excluidos, sino que todos se sientan llamados a par t i c i p a r
E U RO PA EN EL MAGISTER IO PONTIFICI O DE LA IGLESIA CA T Ó L I C A
761
–––––––––––––
(38) JU AN PABLO II, Discurso a los P residentes de los Parlamentos de la U nión
E uropea, 23 de septiembre 2000, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua
española, año XXXII, núm. 40 (1658), 6 de octubre de 2000.
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en la promoción del bien común en el continente y en el mundo
e n t e ro” (39).En otras muchas ocasiones Juan Pablo II ha reclamado que en
la construcción de la nueva Eu ropa se tenga en cuenta a los cris-
tianos con sus realizaciones y sus creencias, indicando, con fre-
cuencia, al mismo tiempo, las consecuencias nefastas que se pro-
ducirán si se prescinde de ello. Así, en su Discurso a un grupo de
diputados del P a rtido Popular europeo, con motivo del 40 an ive r-
sario del Tratado de Roma, decía: “... la edificación de la U n i ó n
E u ropea supone, ante todo, el respeto a todas las personas y a las
d i f e r entes comunidades humanas, reconociendo sus dimensiones
espiritual, cultural y social. Hoy es grande la tentación de afirmar
que creer en Dios es un simple fenómeno contingente de natura-
l eza sociológica. La fe en Cristo no es un hecho puramente cultu-
ral, propio d e Eu ropa; lo prueba su propagación en todos los con-
tinentes. Por el contrario, los cristianos han contribuido amplia-
mente a formar la conciencia y la cultura europeas. Esto tiene
i m p o r tancia para el futuro del continente, porque si Eu ropa se
c o n s t ru y e exc l u yendo la dimensión trascendente de la persona y,
en par t i c u l a r, si rehúsa reconocer a le fe de Cristo y al mensaje
e van gélico su fuerza inspiradora, pierde gran parte de su funda-
m e n t o. Cuando se ridiculizan los símbolos cristianos y se descar-
ta a Dios de la construcción humana, esta última se debilita, por-
que carece de bases antropológicas y espirituales. Además, sin
re f e rencia a la dimensión trascendente, la actividad política se
reduce, frecuentemente, a ideología. En cambio, los que tienen
una visión cristiana de la política están atentos a la experiencia de
la fe en Dios en medio de sus contemporáneos; inscriben su acti-
vidad en un proyecto que sitúa al hombre en el centro de la socie-
dad y tienen conciencia de que su compromiso es un servicio a sus
hermanos, de los que se sienten responsables ante el Señor de la
h i s t o r i a ” (40).
E S TA N I S L A O CA N T E R O
762
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(39) JUAN PABLO II, M ensaje a los participantes en un congreso sobre la nueva
constitución europea, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
año XXXIV , núm. 26 (1748), 28 de junio de 2002.
(40) JUAN P ABLO II, Discurso a un grupo de diputados del P artido P opular
eur opeo, con motivo del 40 aniversario del Tratado de Roma. L’Osservatore Romano,
edición semanal en lengua española, año XXIX, núm. 14 (1475), 4 de abril de 1997.
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¿ En qué consiste ese patrimonio cristiano al que alude el
Papa? ¿Con qué ha contraído E u ropa su deuda más grande? A su
llegada a Salzburgo, en junio de 1998, decía: “...entre las rique z a s
del patrimonio cristiano el concepto del hombrees lo que más pro-
fundamente ha influido en la cultura eu ro p e a .
“ P ara proyectar correctamente una casa hace falta un instru-
mento de medida adecuada. Quien no conoce la medida no logra
el objetivo. Los constr u c t o res de la casa europea cuentan con la
imagen del hombre que el cristianismo infundió en la antigua cul-
tura del continente, creando los supuestos sobre los que se ha
podido actuar con la creatividad que todos admiran. Por consi-
guiente, el concepto del h o m b re, creado a imagen y semejanza de
D i o s, no es una pieza de museo; por el contrario, re p resenta la
c l a ve de bóveda de la Eu ropa actual, gracias a la cual las múltiples
piedras, que son las diversas culturas, pueblos y religiones, pueden
mantenerse unidas para la construcción del nuevo edifico. Sin este
criterio de medida, la casa europea en construcción corre el peli-
g ro de desplomarse, sin pe rd u r a r” (41).
Continuamente expresó las líneas generales de ese patrimo-
nio, así lo decía, en 2002, en su mensaje a los participantes en un
c o n g reso sobre la nueva constitución europea, y que ya he citado
anteriormente: “Este nuevo ordenamiento europeo, para ser ve r-
daderamente adecuado a la promoción del auténtico bien común,
debe reconocer y tutelar lo s va l o res que constituyen el patrimonio
más valioso del humanismo europeo, que ha asegurado y sigue
asegurando a E u ropa una irradiación singular en la historia de la
civilización. Estos va l o res re p resentan la aportación intelectual y
espiritual más característica que ha forjado la identidad europea a
lo largo de los siglos y pertenecen al tesoro cultural propio de este
c on tine nte . Co mo h e r e c o rd ad o ot ra s ve ce s –c on tin úa e l
Pontífice–, atañen a la dignidad de la persona: el carácter sagrado
de la vida humana; el papel central de la familia fundada en el
matrimonio; la importancia de la educación; la libertad de pensa-
miento, de palabra y de profesión de las propias convicciones y de
E U RO P A EN EL MAGISTER IO PONTIFICI O DE LA IGLESIA CA T Ó L I C A
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(41) JUAN P ABLO II, Discurso durante la ceremonia de bienvenida en el aero-
puerto de Salzburgo, viernes 19 de junio, en L’Osservatore Romano, edición semanal en
lengua española, año XXX, núm. 26 (1539), 26 de junio de 1998.
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la propia religión; la tutela legal de las personas y de los grupos; la
colaboración de todos con vistas al bien común; el trabajo consi-
derado como bien personal y social; y el poder político entendido
como servicio, sometido a la ley y a la razón, y «l i m i t a d o» por los
d e r echos de la persona y de los pueblos” (42).
No se trata de retornar a tiempos pasados o a instituciones
que hoy serían inservibles, sino de actuar conforme a los princi-
pios, que, en el orden práctico, demostraron su eficacia y cuya
potencialidad es inagotable: “Sin ceder a ninguna tentación de
nostalgia, y sin contentarse con una duplicación mecánica de los
modelos del pasado, sino abriéndose a los nuevos desafíos emer-
gentes, será preciso inspirarse, con fidelidad c re a t i va, en las raíces
cristianas que han marcado la historia europea. Lo exige la memo-
ria histórica, pero también, y sobre todo, la misión de E u ropa, lla-
mada, también hoy, a ser maestra de ve rd a d e ro pro g r eso, a pro-
m o ver una globalización en la solidaridad y sin marginaciones, a
contribuir a la construcción de una paz justa y duradera en su
seno y en el mundo entero, y a acoger tradiciones culturales
d i ver sas para dar vida a un humanismo en el que el respeto de los
d e r echos, la solidaridad y la creatividad permitan a todo hombre
realizar sus aspiraciones más nobles” (43). Años antes, con motivo del XV centenario de San Benito, al
referirse a la sociedad y a los hombres que han olvidado que el
sentido de la vida es mayor que la temporalidad, indicaba que “ n i
deben ni pueden vo l ver atrás, a los tiempos de Benito, pero deben
vo l ver a encontrar el sentido de la existencia humana según la
medida de Be n i t o”; y añadía: “Sólo entonces vivirán para el futu-
ro y trabajar án para el futuro. Y morirán en la perspectiva de la
e t e r n i d a d ” (44).
Otra cuestión a la que Juan Pablo II ha aludido f re c u e n t e m e n-
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(42) JUAN PABLO II, M ensaje a los participantes en un congreso sobre la nueva
constitución europea, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
año XXXIV , núm. 26 (1748), 28 de junio de 2002.
(43) JUAN PABLO II, M ensaje a los participantes en un congreso sobre la nueva
constitución europea, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
año XXXIV , núm. 26 (1748), 28 de junio de 2002.
(44) JUAN P ABLO II.
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te, también relación a Eu ropa, es la de la autoevangelización, así
como también la de la nueva evangelización, cuestiones que si
bien directamente corresponden a la Iglesia, indirectamente, por
su resultado, afectan a Eu ropa. La nueva evangelización, y la auto-
e v angelización, expresiones utilizadas con frecuencia por J u a n
Pablo II, y que las ideas que expresan se encuentran ya en la encí-
clica Evangelii nuntiandi de Pablo VI y en algunos documentos
del Concilio Vaticano II, aspiran a construir y pretenden re c u p e-
rar no sólo fieles cristianos, sino sociedades cristianas. Ya desde los
inicios de su pontificado Juan Pablo II se refirió a ello, al decir, en
la homilía del 20 de junio de 1979, durante la misa celebrada en
el IV Simposio de Obispos E u ropeos, que “para E u ropa existe el
p roblema que, en la Evangelii nuntiandi, se ha definido como
a u t o e v angelización. La Iglesia debe evangelizarse siempre a sí
misma. La E u ropa católica y cristiana tiene necesidad de esta
e v a n g e l i z a c i ó n ” (45), que, en muchos casos, será, p ro p i a m e n t e
“una primera e va n g e l i z a c i ó n” (46).
Tras esta exposición quisiera terminar con unas re f l e x i o n e s
re l a t i v as a la democracia moderna, al pluralismo, al significado de
constitución política, y a las implicaciones del establecimiento de
una sociedad cristiana. No hay duda alguna, como hemos visto, del re c h a zo de esa
n u e va cultura que ha desembocado en la descristianización, el lai-
cismo y la secularización de Eu ropa. Pe ro tres textos me p are c e n
absolutamente concluyentes. Uno se r e f i e re a una Eu ropa ajena al
cristianismo, pero que entiendo está íntimamente ligado a los
o t r os, que se r e f i e ren a un sistema político sin principios.
Desde W l o c l a w eck, en su viaje a Polonia de 1991, clamaba
contra el “ e u ro p e í s m o ” y se indignaba por quienes manifestaban
que Polonia tenía que “entrar en Eu ro p a”. Así, les exhortaba a “n o
dejarse arr a s t rar en toda esta civilización del deseo y del placer, que
p re val ece en medio de nosotros, autodenominándose «e u ro p e í s-
m o», que p re valece en medio de nosotros aprovechando los d ive r-
sos medios de transmisión y seducción”. Y añadía, para que no
E U RO P A EN EL MAGISTER IO PONTIFICI O DE LA IGLESIA CA T Ó L I C A
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(45) JU AN PABLO II, H omilía durante la misa celebrada el día 20 de junio de
1979 en el IV Simposio de O bispos Europeos.
(46) JUAN P ABLO II, Ecclesia in E uropa, núm.46, ed. cit., pág. 61.
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hubiera duda alguna del re c h a zo que ha de merecer tal tipo de
civilización: “¿Es ésta la civilización, o más bien la anti-civiliza-
ción? ¿La cultura, o más bien la anti-cultura? Aquí es necesario
retornar a las distinciones elementales. En efecto, la cultura es lo
que hace al hombre más hombre. No lo que «c o n s u m e»su humani -
d ad ” (47).
En la Centesimus annus , realizó una de las más duras condenas
contra la democracia moderna al decir: “Hoy se tiende a afirmar
que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la
actitud fundamental correspondientes a las formas políticas
democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la ve r-
dad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto
de vista democrático, al no aceptar que la ve rdad sea determinada
por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios
políticos. A este propósito hay que observar que si no existe una
ve r dad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces
las ideas y las convicciones humanas pueden ser instr u m e n t a l i z a-
das fácilmente para fines de poder. Una democracia sin va l o res se
c o n v i e r te con facilidad en un totalitarismo visible o encubier t o ,
como demuestra la historia” (48). A este sistema político, a esta
democracia, la calificó de Estado tira n oen la encíclica Eva n g e l i u m
vitae ( 4 9 ).
Respecto al pluralismo, en primer lugar, moral, en su viaje a
Alemania en 1980, ante el presidente de la República alemana, el
15 de no v i e m b re, indicaba: “Sería una equivocación muy deplora-
ble y de consecuencias catastróficas que la sociedad moderna con-
funda el legítimo pluralismo con la neutralidad de va l o res, y c re e r
que en nombre de una democracia mal entendida se puede paula-
tinamente ir renunciando en la vida pública a la utilización de nor-
mas éticas y de las categorías morales del bien y del mal” ( 5 0 ) .
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(47) JUAN P ABLO II, Desde Polonia al mundo entero (junio y agosto de 1991),
P alabra, M adrid, 1991, pág. 66.
(48) JUAN P ABLO II, Centesimus annus, núm. 46, Ediciones P aulinas, Madrid,
1991, pág. 81. (49) JUAN P A B LO II, Evangelium vitae , núm. 20, San Pablo, Madrid, 1995,
pág. 40. (50) JUAN P ABLO II, Viaje pastor al a Alemania (15-19 de no viembre de 1980),
ed. cit., págs. 43-44.
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El pluralismo que propugna la Iglesia como legítimo pre s u p o-
ne la ve rdad y el bien, tanto de orden natural como sobr e n a t u r a l
y sobre ellos se basa la moral y la convivencia. Si el pluralismo es
legítimo lo es a condición de que las diversas opciones posibles
acepten un mínimo común, es decir no discrepen sobre lo que no
es disponible ni opinable. “Estado pluralista –decía en su discur-
so, de octubre de 1999, durante la visita oficial del Presidente de
Italia, Carlo Azaglio Ciampi– no significa Estado agnóstico” (51). Por lo que se r efiere al pluralismo político, lo que el papa pro-
pugna es la unidad respecto a una pluralidad diversa, es decir la
comunidad como entramado de partes heter ogéneas y advierte con-
tra una unidad homogénea con partes idénticas unas a otras por
haberse destruido la especificidad de cada una de ellas. S u defensa
de las patrias, con sus peculiaridades propias, al tiempo que su con -
dena de los nacionalismos extremistas, da cuenta de ello .
En relación al significado de constitución política, me par e c e
c l a ro que lo que la doctrina pontifica defiende, naturalmente re f e-
rido tan solo a los principios informadores, es una constitución
histórica, y advierte de los peligros de una constitución fruto de
la geometría legal. Múltiples textos permiten emitir este juicio
que, por otra parte es una exigencia derivada de los principios de
bien común, de solidaridad, de subsidiariedad. En relación a la
ampliación de la Unión E u ropea, decía en el aer o p u e rto de Riem
el 19 de nov i e m b r e de 1980, que “todas las naciones –grandes,
medianas y pequeñas– deberían ser re s p e t a d a s”, pues “estas nacio-
nes tienen ya su propia larga historia, su plena identidad y su pro-
pia cultura” (52); y en la Ecclesia in Eu ro p a: “Es de esperar que
dicha expansión se haga de manera respetuosa con todos, va l o r a n-
do sus peculiaridades históricas y culturales, sus identidades
nacionales y la riqueza de las aportaciones que vengan de los nue-
vos miembros, poniendo en práctica más consistentemente los
principios de subsidiariedad y solidaridad” (53).
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(51) JU AN PABLO II, Discurso durante la visita oficial del Pr esidente de Italia,
Carlo Azaglio Ciampi, 19 de octubre 1999, en L’Osservatore R omano, edición semanal
en lengua española, año XXXI, núm. 44 (1609), 29 de octubr e de 1999.
(52) JUAN P ABLO II, Discurso de 19 de noviembr e de 1980, Viaje pastor al a
A lemania (15-19 de noviembr e de 1980), ed. cit., págs. 225-226.
(53) JUAN P ABLO II, Ecclesia in E uropa, núm. 110, ed. cit., pág. 120.
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Podemos ve r, pues, que en el pensamiento de Juan Pablo II,
una constitución no es tanto invención como tradición. Por lo que se re f i e re a las implicaciones del establecimiento de
una sociedad cristiana, sería un error pensar que, aunque su pri-
m o rdial objetivo es la salvación de las almas, resulta indiferente el
ambiente, las instituciones, las legislaciones y los sistemas sociales
y políticos. La insistencia de Juan Pablo II en la necesidad de ins-
taurar y restaurar las sociedades en Cristo, es constante. S e r í a
a b s u r do pensar que Juan Pablo II, incitara a una actitud de los
cristianos meramente defensiva, de respuesta permanente a la
a g res ión continua efectuada por un mundo secularizado que
rechaza a Dios. Esa nueva evangelización incita a los cristianos
para que construyan, a pesar de todas las deficiencias humanas,
unas sociedades, un mundo que responda a las exigencias cristia-
nas: “A los laicos os compete de manera específica –decía el P a p a –
e s t ru c t u r ar la sociedad según el querer de Dios , procurando que haya
l e yes justas, instituciones adecuadas y que a nadie la falten los
medios necesarios para llevar una vida digna y plena, abierta a la
dimensión so bre n a t u r a l” (54 ). Esto no es otra cosa que una socie-
dad cristiana; que un Estado cristiano. Por último, ¿hay continuidad entre la enseñanza de J u a n
Pablo II y la de sus pr e d e c e s o res? (55) No me es posible r e f e r i r m e
a todos ellos, por lo que me limitaré a una b re ve re f e rencia a León
X I I I . León XIII fue uno de los papas que más contribuyó a formu-
lar la doctrina política de la Iglesia. Algunas de sus encíclicas
como In s c r utabili De i, D i u t u r num illud, In m o r tale De i o Li b e rt a s
p r a e s t a n t i s s i m u m , permanecen como monumentos indelebles
s o b r e la autoridad y la libertad, el poder político y el bien común
y el Estado católico. En la encíclica Annum ingre s s i, de 19 de
m a rzo de 1902, la última encíclica de su pontificado, León XIII
se refirió, literalmente al “ o d i o” y a “la guerra a la I g l e s i a”, no sólo
E S TA N I S L A O CA N T E R O
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(54) JUAN P ABLO II, La nueva evangelización. Viaje apostólico a Uruguay ,
Bolivia, P erú y Paraguay (7-19 de mayo de 1988), BAC, M adrid, 1988, pág. 153.
(55) Esta continuidad creo haberla mostrado r especto al tema de los derechos
humanos, Estanislao CANTER O, La concepción de los derechos humanos en J uan Pablo
II, S peiro, Madrid, 1990.
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a su génesis y eclosión en el siglo XVIII, sino a la que estaba
entonces padeciendo (56).También él se refirió al significado del cristianismo en Eu ro p a
y nos dejó, entre otras, una página preciosa que les voy a leer:
“ Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba
los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría
cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las
instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las
c la se s y re l ac io nes de l a soc ied a d. L a rel ig ión f un da d a po r
Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que
le corresponde y florecía en todas partes gracias a la adhesión
b e n é vola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistra-
dos. El sacerdocio y el imperio vivían unidos en mutua conco rd i a
y amistoso consorcio de voluntades. Organizado de este modo, el
Estado produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía sub-
siste la memoria de estos beneficios y quedará vigente en innume-
rables monumentos históricos que ninguna corruptora habilidad
de los adversarios podrá desvirtuar u oscur e c e r. Si la E u ropa cris-
tiana domó las naciones bárbaras y las hizo pasar de la fiereza a la
m a n s e d u m b re y de la superstición a la ve rdad; si rechazó victorio-
sa las invasiones musulmanas; si ha conservado el cetro de la civi-
lización y se ha mantenido como maestra y guía del mundo en el
descubrimiento y en la enseñanza de todo cuanto podía re d u n d a r
en pro de la cultura humana; si ha procurado a los pueblos el bien
de la ve rdadera libertad en sus más variadas formas; si con una
sabia providencia ha creado tan numerosas y heroicas institucio-
nes para aliviar las desgracias de los hombres, no hay que dudar-
lo: E u ropa tiene por todo ello una enorme deuda de gratitud con
la religión, en la cual encontró siempre una inspiradora de sus
grandes empresas y una eficaz auxiliadora en sus re a l i z a c i o n e s .
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(56) LEÓN XIII, Annun ingressi , 8, 19 de mar zo de 1902, en Doctrina pontificia.
Documentos políticos , edición de José Luís Gutiérrez García e introducción de Alberto
Martín Artajo, BAC, Madrid, 1958, pág. 352. León XIII, Annum ingressi, 5, ed. cit.,
págs. 350-351. León XIII denunciaba “la amplia conspiración de fuerzas adversarias que pr e t e n-
de hoy día arruinar y destruir la gran obra de Jesucristo, intentando (...) destruir en el
o r den intelectual el tesoro de las doctrinas re veladas y aniquilar en el orden social las más
santas, las más saludables instituciones cristianas” (Annun ingr e s s i, 1, ed. cit., pág. 347).
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Habríamos conservado también hoy todos estos mismos bienes si
la concordia entre ambos poderes se hubiera conserva d o.
Podríamos incluso esperar fundadamente m ayo res bienes si el
poder civil hubiera obedecido con mayor fidelidad y pers eve r a n-
cia a la autoridad, al magisterio y a los consejos de l a Ig l e s i a” (57).
Otra página muy similar, aunque más br e ve, nos la dejó en la
encíclica Annum ingr e s s i, que no les voy a leer: “La Iglesia (...)
triunfadora de todos los obstáculos, violencias, opresiones; dila-
tando cada vez más sus pacíficas tiendas, salvando el glorioso
patrimonio de las artes, de la historia, de las ciencias y de las
letras, y haciendo penetrar profundamente en las ar t i c u l a c i o n e s
del consorcio humano el espíritu del Evangelio, formó p re c i s a-
mente aquella civilización que ha sido llamada cristiana y que dio
a las naciones que acogieron su benéfico influjo la equidad de las
l e yes, la dulzura de las costumbres, la protección de los débiles, la
piedad por los pobres y los desgraciados, el respeto a los der e c h o s
y a la dignidad de todos y, por consiguiente, en cuanto es posible
en medio de las tempestades humanas, aquel reposado vivir civil
que deriva de la mayor concordia posible entre la libertad y la jus-
t i c i a ” (58).
Y, al igual que posteriormente Juan Pablo II, también señaló
el proceso de secularización y descristianización de E u ropa, pidió
que se volviera a las raíces cristianas y brindó la ayuda d e la Ig l e s i a
para ello. Sin duda los acentos y matices de uno y otro difie re n
grandemente. Es obvio que las circunstancias de una y otra época
no son las mismas, como tampoco lo son los modos en que ese
p roc eso descristianizador se produce. Tampoco es la misma la pro-
ximidad a los restos de la cristiandad en uno y otro caso. Por ello,
también los interlocutores han cambiado. Lo que me interesa destacar al comparar a ambos pontífices es
que la doctrina que predican es la misma: lo que uno y otro dije-
ron sobre la autoridad, el poder político, la libertad, el derecho y
la ley, sobre el hombre, la familia y la educación, el orden natural
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(57) LEÓN XIII, Inmortale Dei, 9, 1 de noviembr e de 1885, en Doctrina ponti -
ficia. D ocumentos políticos, edición de José L uís Gutiérrez Gar cía e introducción de
Alberto Martín Ar tajo, BAC, Madrid, 1958, págs. 202-203.
(58) LEÓN XIII, Annum ingressi,5, ed. cit., págs. 350-351.
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y la ley natural, en definitiva, sobre la doctrina social católica en
su conjunto, no difiere más que en la forma. Hay sin embargo
una cuestión reiterada en la doctrina de León XIII que no ha
reclamado Juan Pablo II y es el Estado confesional católico. Mi
íntima convicción es que tampoco en esto hay diferencias. El
Estado católico sigue siendo el ideal.Pe r o el hecho cierto es que no se reivindica la confesionalidad
del Estado. Ex p resamen te lo ha manifestado Juan Pablo II en re l a-
ción a la construcción de la Unión europea en la Ecclesia in Eu r o p a.
Ahí podemos leer: “En las relaciones con los poderes públicos, la
Iglesia no pide vo l ver a formas de Estado confesional” (59). No
c reo que se considere tor t i c e ro y sesgado concluir que “no pedir”
no es lo mismo que “ re c h a z a r” y, menos, aun, que “ c o n d e n a r ” .
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(59) JUAN P ABLO II, Ecclesia in E uropa,núm. 117, ed. cit., pág. 128.
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