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Número 469-470

Serie XLVI

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Política y facciones: La guerra de todos contra todos

POLÍTICA Y FACCIONES: LA GUERRA DE TODOS
CONTRA TODOS
POR
DALMACIONEGRO(*)
1 . - La época contemporánea es una época de desfundamenta-
ción. A ello se debe “la pérdida de la re a l i d a d”. Es una época
a m o r fa, incapaz de producir un estilo y un tipo humano caracte-
rísticos. Es también una época ocasionalista caracterizada por
p roducir toda clase de sustituciones inspiradas en la buena nueva
de la religión secular de la modernidad heredada del humanismo.
La sustitución principal, que abre la puerta a todas las demás, es
la del principio de trascendencia por el de inmanencia. Esto des-
fundamenta la anterior visión de la realidad sin haber sido toda-
vía capaz de establecer una nueva fundamentación. De ahí que sea
también una época nihilista.
2 . -El impulso vino, efectivamente, del humanismo, cuya fe
en la capacidad de conocer y hacer del hombre, suscitó la esperan-
za en conseguir por fin el establecimiento de la Ciudad P e r f e c t a .
Sería una Ciudad del Ho m b re al estar formada por hombres nue-
vos en los que la virtud de la solidaridad, virtud del hombre exte-
r i o r , sustituyese a la caridad, virtud del hombre interior. Esta re l i-
gión vio la luz en la re volución francesa, compitiendo desde
entonces con el cristianismo: la fe en el hombre sustituye a la fe
en Dios, la fe en el hombre nuevo sustituye a la fe en Cristo, y el
Verbo, núm. 469-470 (2008), 773-780. 773
XLII REUNIÓN DE AMIGOS DE LA CIUDAD CATÓLICA
LAICIDAD Y LAICISMO
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(*) E l pasado mes de enero, como saben nuestros lector es, la revista parisina
Catholica organización en Lausana, con el patrocinio de varias instituciones universita -
rias, y la participación de varios colaboradores de Verbo, un seminario internacional
titulado “Guerra civil y modernidad ”. Publicamos la inter vención del profesor
D almacio N egro, que finalmente no pudo acudir (N. de la R.).
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Reino del Ho m b re sustituye al Reino de Dios. La moral de esta
religión del hombre emancipado es el humanitarismo y su iglesia
el Estado-Nación, un Estado Moral. Decía Heinrich He i n e :“w i r
wollen hier auf Erden schon das H i m m e l reich errichten” ( q u e re m o s
alcanzar ya aquí en la tierra el Reino del Cielo). Tras la re volución, lo humano es, miméticamente, el dios del
h o m b r e (Feuerbach). Lo humano se diviniza como Yo ro m á n t i c o ,
siendo la humanidad el demiurgo r e volucionario (C. Schmitt).
Detrás de todo ello está el mito del añorado estado de natural ez a
ro u s s e a u n i a n o .
3 . - Desde la re volución, empezó a excluirse cualquier visión
del orden que no sea la de orden estatal y, por tanto, comenzó a
atribuirse al Estado el derecho a definir la ve rdad del orden. La
ve r dad del orden artificial definido estatalmente sustituye a l a ve r-
dad del orden, sea este el cosmológico, el antropológico o el sote-
riológico, según la clasificación de Voegelin. De este modo, pues-
to que el Estado monopoliza por definición la política, la política
como politización allí donde impera el orden estatal sustituye a
toda religión, tanto a las religiones naturalistas, arcaicas en el sen-
tido de René Gi r a rd, como al cristianismo en tanto salida de la
religión al desmitificar lo sagrado. Se suprime así la inevitable
relación dialéctica natural entre la religión en general y la política
en general al quedar ambas subsumidas en el Estado, a la vez que
se re i n t roducen nuevos mitos, uno de ellos el mito del Estado.
4 . - La religión secular tiene su ateología política: la ideología.
Y la idea rectora del milenarismo de las ideologías contemporáne-
as que se desprenden de la religión secular es la fraternidad. T a n t o
las ideologías mecanicistas como las actuales bioideologías son
ateologías políticas derivadas de esta religión, que descansa en la
vaga antropología –utópica– del hombre nuevo, un hombre fra-
ternal, solidario; de ahí que sea tolerante –neutral– hasta la indi-
f e r encia. El mito del hombre nuevo es el más poderoso de los
siglos XIX y XX y, por ahora, del XXI. En torno a él, se organiza
el modo de pensamiento ideológico. Según esto, el concepto “ f r a-
t e r n i d a d ” resulta ser el más r e l e vante y fecundo del trilema de la
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Gran Re volución: libertad, igualdad, fraternidad. La libertad y la
igualdad son ideas y categorías tópicas religiosas, políticas y socia-
les, a través de los tiempos. La fraternidad aplicada a la política y a
lo social, era algo nuevo como percibió agudamente Saint Si m o n .
5 . - El ideal de la fraternidad tiene antecedentes. Hi s t ó r i c a -
mente, el resentimiento, en el que veía Max Scheler la causa in-
ductora de la re volución francesa, se habría venido incubando en
la tradición humanista, a la se habría agarrado el individuo m a n-
q u é del que habla Oakeshott. Un caso bien conocido es el de
Rousseau. Y la filantropía, que según Scheler es una expresión de
ese resentimiento, está detrás de la fraternidad. En todo caso, la
f i l a n t ropía es sin duda una consecuencia de la concurrencia de la
tradición humanista a partir del Renacimiento –después del cual
e m p i e za a separarse del cristianismo, decía Simone Weil–, con el
auge de la ciencia, la técnica y el Estado. La humanitas, con su
idealización de la compasión, es, pues, el antecedente de la filan-
t ropía universal, que lo es a su vez del de la fraternidad, cuya exal-
tación r e volucionaria era una solución al resentimiento, los celos,
la envidia y la frustración que suscitan los deseos miméticos.
6 . -El rasgo esencial que define la religión secular es la nega-
ción de la trascendencia y la afirmación de la inmanencia como
principio absoluto. Y, corr e l a t i vamente a su vinculación al huma-
nismo, la autodivinización del hombre. También lo expresó muy
bien Heine, quizá irónicamente: wir Kämpfen nicht für die Me n -
c h e n rec hte des Volkes, sondern für die Go t t e s rechte des Me n s c h e n ( n o
luchamos por los derechos del hombre, sino por los derechos divi-
nos del ser humano). Los derechos humanos como un medio para
lograr el hombre nuevo. La subjetividad de la Moral sustituye a la
objetividad del De re c h o.
No obstante, la religión secular, a pesar de su carácter inma-
nentista, no se resigna a prescindir de la trascendencia. A u n q u e
p a rezca fantástico, el hombre nuevo en el que pone su esperanza
la ateología de la religión secular, será un tipo de hombre capaz de
trascenderse. Con palabras de Habermas, uno de los principales
ateólogos actuales de esa religión, será una trascendencia “ d e s d e
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d e n t ro” “hacia el más acá”, hacia este mundo. Sin embargo,
Habermas es consciente “de los límites de esa trascendencia desde
d e n t r o orientada hacia el más acá”, y concede cautamente, que
“no puede asegurarnos frente al c o n t ra m ov i m i e n t ode una trascen-
dencia desde el más allá, que la compense y complete”. Al final,
todo se re s u e l ve en el caso de Habermas con la acción comunica-
t i v a, “ p o rqu e la teoría de la acción comunicativa sitúa la tensión
trascendental entre lo inteligible y el mundo de los fenómenos en
la propia praxis comunicativa cotidiana, sin restringir por ello, ni
mucho menos suprimir, esa tensión” (1). La tolerancia, una acti-
tud, co nve rtida en virtud complementaria de la virtud de la soli-
daridad, propia del hombre exterior, atenúa la tensión.
7 . -La religión secular conserva formalmente, como es natural
en los procesos históricos muchos conceptos de la teología cristia-
na alterando su contenido. Esto no es propiamente secularización,
según se suele decir, sino su utilización mundana, diría
Blumenberg, y, en definitiva, politización. Es un producto de la
desfundamentación de la metafísica y de los reduccionismos en
que es pródigo el racionalismo. Su ateología propiamente dicha
comienza por el segundo mandamiento bíblico. P e ro reduce este
mandamiento, amar al prójimo como a uno mismo, a su primera
p a rte, quedándose en el amor al otro. Esto es lo que le interesa, el
h o m b r e exterior, y de ahí el imperio de la fraternidad y de la sus-
titución de la virtud de la caridad, propia del hombre interior, por
la de la solidaridad propia del hombre exterior. Una de sus prime-
ras expresiones conocidas fue el “ n u e vo cristianismo” de Sa i n t
Simon, un cristianismo emotivo, sin fe religiosa, al que siguió la
mucho más elaborada Religión de la Humanidad de A u g u s t o
Comte, uno de los más grandes ateólogos.
8 . -En fin, la religión secular se ha ido imponiendo p ro g re s i-
vamente a partir de la re volución, como alternativa al cristianis-
m o . El Romanticismo comenzó a cultivar intensamente el Y o ,
cuya más perfecta expresión es probablemente el único ( d e r
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(1) “Excurso: trascendencia desde dentro, trascendencia hacia el más acá”. En
T extos y contextos . Barcelona, Ariel, 2001. Págs. 149 y sigs.
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Ei n s a m e) de Max St i r n e r. Todo ello se relacionado con el huma-
n i s m o . El humanismo preparó el campo en el que iba a fr u c t i f i c a r
la religión secular, bien por una tendencia inherente al p ro p i o
humanismo, como sugiere Peter Sl o t e rdijk en su comentario a
Heidegger (2), bien por la influencia del gnosticismo sobre el
humanismo, como diría Voegelin (3), o, sencillamente, por el
apego a las novedades y a lo mundano, como pensaba Ha n s
Blumenberg (4). Seguramente por las tres causas a la vez, combi-
nadas con la tan eficaz del auge del Estado, cuya naturaleza, la
neutralidad, cambió radicalmente con la Gran Re volución, como
ha mostrado B e rtrand de J o u venel. La r e volución abandonó la
neutralidad religiosa para militar neutralmente a favor de la re l i-
gión secular como una religión neutral en tanto religión del hom-
b re. El Estado, monopolizando lo público, cuya esencia era antes
la fe religiosa custodiada por la Iglesia, disuelve así los lazos natu-
rales que descansan, bien en la natural religiosidad arcaica o bien,
en la cultura europea, en la sobrenatural fe en Cr i s t o.
El núcleo de lo público monopolizado por el Estado será la
n u e va idea de Constitución como fuente moral del De recho, no
como parte del De re c h o. La supremacía de lo público será lo que
impulse desde ahora la religión secular a través de la Legislación
basada en la Constitución: es la concepción normativista del
o rden jurídico (C. Schmitt) que sustituye a la doctrina del
De rec ho Natural del orden soteriológico. El viejo Leviatán, un
Estado Político que descansaba en un contrato jurídico, es susti-
tuido por el Estado Moral, que descansa en el contrato social. De
esta manera, lo social se hace equivalente a lo moral, del mismo
modo que lo divino de los dioses arcaicos o del Dios bíblico se
hace equivalentes al espíritu humano.
9 . - De la ateología de la religiosidad secular, que en este
momento lucha francamente por p re valecer sobre la tradicional,
p roceden las ideologías o religiones de la política, en su m ayo r
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(2) Nor mas par a el parque humano . Una respuesta a la Carta sobre el humanismo
de H eidegger . Madrid, S iruela, 2006.
(3) Vid. por ejemplo La nueva ciencia de la política. Madrid, Rialp, 1959.
(4) Die Legitimität der N euzeit. Frankfurt a. M., S uhrkamp, 1988.
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p a rte en la forma de socialismo, cuyos re s o rtes son pre c i s a m e n t e
el resentimiento, los celos, la envidia y la frustración, característi-
cos de los deseos miméticos. Coincide con el nacionalismo, pues,
sociológica y económicamente, todo nacionalismo implica socia-
lismo, aunque este último se presente, para distinguirse, como
internacionalista. Estas religiones de la política, especialmente la
de la variedad marxista, se aplicaron a la tarea de imponer drásti-
camente la fraternidad un ive r s a l .
Como los argumentos de esas derivaciones político-morales
de la religión secular cargan el acento en la transformación de las
e s t ructuras, su idea-creencia visible común, su idea-madre o idea-
f u e r za es, en principio, la necesidad de un gran cambio social. No
obstante, tras esta idea, se esconde la idea rectora radicalmente
i n n o vadora: hacer realizable el poderoso mito del hombre nue vo ,
un tipo de hombre cuya vaguedad, dada la incapacidad r o m á n t i-
ca de elaborar un tipo, es compensada por la emotividad. El hom-
b r e nuevo es el ideal del hombre manqué ansioso de re d i m i r s e .
P e ro lo único claro acerca de este tipo humano (¿?) es la c re e n c i a
en que la naturaleza humana puede ser manipulada. Después de
todo, ¿no ha dicho Foucault que el hombre es un invento de la
Il u s t r a c i ó n ?
1 0 . - Transformar la naturaleza humana constituye, pues, el
objeto de la religión secular en paralelo con las religiones clásicas,
de las que toma la idea del hombre nuevo. Más radicalmente pesi-
mista que ellas ante la naturaleza humana, es decir, ante el hom-
b r e existente hasta ahora, el hombre como tal, la meta de la polí-
tica que se deriva de la religión secular consiste por definición en
lograr la trasformación de la conciencia mediante las alteraciones
e s t ructurales adecuadas. En este sentido, de los tres lemas de la
re volución, libertad, igualdad, fraternidad, este último, la frater-
nidad, como contrapeso a las causas del resentimiento y la envi-
dia, constituye su objetivo principal, siendo los otros dos, medios
para lograrlo. Si la libertad y la igualdad son ideas tópicas desde muy anti-
guo en el pensamiento político y social, la idea innovadora es,
e f e c t i v amente, como percibió Saint Simon, la fraternidad. En
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torno a ella, se articularán desde ahora el pensamiento y la acción
política y social, la acción pública. La fraternidad es lo que da su
carácter milenarista a las religiones de la política vinculadas como
una suerte de ateologías políticas a la religión secular, según suce-
dió ya en la propia re volución francesa. De hecho, el humanita-
rismo que se atribuye al Romanticismo y se señala como impul-
sor de tantos movimientos y actitudes políticos y sociales, es una
consecuencia directa de la visión re volucionaria de la fraternidad.
Mas, para conseguir la fraternidad como un p ro g reso –o una con-
quista– irrenunciable, es preciso transformar el hombre actual, el
h o m b r e viejo, haciendo de él un hombre enteramente re n ova d o.
El hombre nuevo será un hombre volcado al exterior, hacia los
o t r os. Una forma de hombre lograda mediante una mutación
a n t ropológica de la especie que haga de todos los hombres ser e s
fraternales entre sí. En puridad, más que fraternales, una palabra
que tiene connotaciones emocionales y por tanto personales, un
h o m b r e cuya conducta sea automáticamente solidaria. Un hom-
b re colectivo por la igualdad de sus actitudes, a las que se habrá
despojado de las tendencias miméticas, raíz del egoísmo.
1 1 . - Solidaridad es por eso la palabra mágica que, por sus
connotaciones colectivistas define la virtud del hombre nuevo, el
mito que motoriza el pensamiento político y social contemporá-
n e o. Y la solidaridad hace superflua la apelación al Bien Común.
A la ve rdad, la teoría contractualista había ya destruido la idea
del Bien Común, sustituida acaso por la C o m m o n - we a l t h, literal-
mente la riqueza común, un concepto utilitario, en lugar del más
o m n i c o m p re n s i v o res publica . El Estado, que nace de aquella
doctrina, es, por definición, enemigo conceptual del bien
común. Por un lado está el bien del Estado –el bien público, el
interés público–, que es finalidad de la ra t i o s t a t u s; por otro está
el bien de los par t i c u l a res, el interés privado, pues todo es cues-
tión de intereses. Y como la combinación entre ambas formas de
interés es artificiosa, coactiva, mediante la Legislación, en defini-
t i va será Bien Común lo que entienda el Estado por bien común
según la rato status inspirada por las religiones de la política o
i d e o l o g í a s .
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La religión secular da un paso más con su virtud clave de la
solidaridad: para el mítico hombre nuevo de la nueva Ciudad del
H o m b r e, toda re f e rencia a la bondad se resume en la solidaridad
y la idea de Bien Común simplemente desaparece.
1 2 . - Pensando especialmente en la posibilidad del empleo de
la clonación para construir el hombre nuevo, el sociólogo Karl
Hondrich (5 )c ree que, no obstante, ese tipo de hombre está ya
p r esente: sus “ensoñaciones más recientes prometen la liberación
no sólo de los hechos desagradables de la sociedad, sino de los de
la corporeidad y de la vida temporal”. Sin embargo, las nue va s
religiones de la política que persiguen su realización –las bioideo-
logías que ha sustituido a las ideologías mecanicistas– desintegran
aún más que las antiguas a las sociedades actuales, dividiéndolas
en innumerables facciones, cada una con su propia visión de en
qué consiste el hombre nuevo fraternal y solidario. En ellas, la
misma virtud de la solidaridad, que ha cobrado tanto auge sin que
se haya conseguido la mutación antropológica, fomenta la guerra
de todos contra todos utilizando como arma el dogma de los dere-
chos humanos. Es una consecuencia de la falta de fundamenta-
ción de la cultura. En ella desempeña inevitablemente un papel
esencial la concepción de la relación de la vida temporal con la
vida eterna, cuya definición corresponde a las religiones tradicio-
nales. Un religión como la secular, sin r e f e rencia a la vida en el
más allá, carece de sentido y sólo puede prosperar cuando se ha
p e rdido el sentido de la re a l i d a d .
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(5) Der N eue Mensch. F rankfurt a. M., 2001.
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