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Número 525-526

Serie LII

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Warren H. Carroll, A History of Christendom

Warren H. Carroll, A History of Christendom, Front Royal, Christendom Press, 2004-2013 (6 vols.)

El año pasado, Christendom Press publicó el sexto y último volumen de la Historia de la Cristiandad de Warren H. Carroll, fallecido en 2011. Editado por Anne Carroll, su esposa, este volumen póstumo concluye la obra que comenzó en 1985 y que no es, pese a servirse de los reinados de los pontífices como hilo cronológico, una historia de la Iglesia, ni de la Fe cristiana en sí, sino de su manifestación en el orden público: es una historia de la Cristiandad, «escrita por un católico desde la perspectiva católica».

El lector que la acomete encuentra desde el principio un motivo de agradecimiento en esta franqueza. Rebelándose contra el prejuicio que sólo considera fidedignos a los historiadores que no creen en la religión sobre la que escriben –«o, a menudo, en ninguna religión»–, Carroll afirma la Encarnación como el hecho central de la historia universal, escindiéndola en un antes y un después y acarreando implicaciones más o menos evidentes en el devenir de ambas mitades. Porque la historia no es obra de fuerzas impersonales (tendencias económicas, mores sociales o estructuras institucionales) que determinan al hombre, sino que éste, aun viéndose bajo su influencia, guarda un poso irreductible de libertad en sus acciones, que son las que en última instancia escriben la historia– en misteriosa armonía con la Providencia que actúa junto o a través de ellas. No es casual, a ojos de Carroll, que la progresiva incursión de este determinismo materialista en los libros de Historia sea cronológicamente paralela al declive de la Cristiandad.

Las personas concretas, sencillas a menudo, son los protagonistas. No es extraño que con esta premisa la narración adquiera un tono épico: «cualquier historia buena (any good history) debería ser una buena historia (story)». Esto no impide que el cuerpo principal intercale casi una narración paralela en forma de la copiosa y riquísima documentación a pie de página o a final de capítulo, la cual desgrana puntos de controversia historiográfica y aporta matices a su interpretación, abriendo sugerentísimos horizontes al lector no iniciado en alguno de los períodos tratados.

Que son, aun someramente, casi todos. La vida de Cristo ocupa el lugar central del primer volumen, pero no es el punto de arranque de la obra. Porque la Encarnación es el remedio histórico a un problema histórico, o prehistórico, pero ocurrido en el tiempo: la muerte, «una realidad cuyo puro horror ha sido ensordecido por la familiaridad», fruto del desequilibrio ontológico que produce la Caída. El hombre emerge de las brumas prehistóricas atormentado por este problema, reminiscente de una inmortalidad perdida –así lo atestiguan los ritos funerarios de pueblos ajenos a la Revelación posterior al Edén– y consciente de un vínculo roto con el cielo, como Carroll muestra en su fresco de las primeras civilizaciones. La Encarnación, llamada a reparar esta brecha, juega un papel en la historia no sólo tras ocurrir, sino mucho antes:

«Tome un mapa o un globo del mundo e imagínese confrontado a este problema: un suceso ha de ocurrir, y han de enseñarse verdades de suprema importancia para cada ser humano sobre la tierra. Este suceso y estas verdades deben hacerse saber a cuántas más personas sea posible, lo más rápido posible, y lo antes posible en la historia del hombre, mientras la tecnología todavía es primitiva. Porque está en la naturaleza fundamental de este suceso que sólo puede ocurrir una vez y en un solo lugar. La cultura establecida de una sociedad civilizada es necesaria para preservar sin distorsiones su conocimiento, y para proveer una base para el comienzo de su propagación mundial, pero debe descartarse cualquier retraso que no sea absolutamente indispensable».

Que el pueblo de la alianza se estableciera en Palestina, cruce de caminos del mundo antiguo, que Alejandro de Macedonia legase su idioma como puente entre Este y Oeste, y que la Pax augusta se concluyese pocos años antes del fiat redentor, no son, razona Carroll, fruto de la casualidad. Tras los primeros tres siglos de martirio, la naciente sociedad cristiana –necesaria para alimentar y sostener la fe fuera de «una pequeña minoría de la élite espiritual», siempre lista para el martirio– ocupa la Historia de Carroll, dando título con cada una de sus fases a los sucesivos volúmenes: Fundación (hasta a.D. 324), Construcción (324-1100), Gloria (1100-1517), Escisión (1517-1661), Revolución (1661-1815), y Crisis (1815-).

El lector hispano puede felicitarse de no encontrar en esta obra los prejuicios o incomprensiones que abundan en la historiografía de habla inglesa a propósito del papel histórico de los reinos peninsulares, especialmente en la Reconquista y en las Indias. También es notable el aprecio sin ambages –influencia reconocida de Federico Wilhelmsen– y acertada comprensión del carlismo no sólo en el marco de la historia española, sino por su relevancia ante al fenómeno revolucionario europeo en su calidad de manifestación de la tradición auténticamente católica, libre de tintes absolutistas. El carlismo, sin olvidar su presencia en la Cruzada –a la que Carroll había consagrado un libro, La última cruzada–, ocupa un lugar insigne en el último volumen, enriquecido por testimonios personales y empañado tan solo por algunos desafortunados errores fácticos que podría haber subsanado una comprobación más detenida de los datos, sin duda excusable por las circunstancias de edición de este último volumen.

Atípico en composición y en contenido, puesto que abarca desde la derrota de Napoleón hasta Juan Pablo II (a quien contempla con excesivo entusiasmo) con menor detenimiento y densidad de fuentes que los acostumbrados (amén de variopintos apéndices, entre los cuales ¡un canto épico a Don Pelayo!), el sexto volumen póstumo cierra la obra a satisfacción del lector. La proximidad de los sucesos, es cierto, aumenta progresivamente la dificultad de mantener la voz épica de la narración: es menos problemático entrever designios providenciales en la caída de Cartago que en la victoria aliada en «la Gran Guerra». Ahora bien, sabiendo que en este último volumen la experiencia personal se suma a la labor de historiador, esta atipicidad aporta un factor de enriquecimiento al conjunto de la obra, que constituye en suma un esfuerzo valioso –y esperanzado: crisis implica incertidumbre– en el conocimiento de la Cristiandad. Palabra desterrada del vocabulario moderno (sin duda por su fuerza exorcizante), como constata el fundador del Christendom College de Virgina al comenzar sus páginas:

«Aquí, en los Estados Unidos, cuando fundamos una universidad que llevase su nombre, pronto aprendimos que la mayoría de la gente ya no podía definirla, o siquiera pronunciarla».

Eduardo ROMERO