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Número 553-554

Serie LV

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Noan Chomsky, ¿Quién domina el mundo?

Noan Chomsky; ¿Quién domina el mundo?, Barcelona, Ediciones B, 2016, 388 págs.

El autor, nacido en Filadelfia (EEUU) en 1928, hijo de inmigrantes judeo–ucranianos, revolucionó muchos aspectos del estudio del lenguaje en su obra Gramática generativa transformacional. Actualmente es profesor emérito del MIT. Es un ácido crítico del capitalismo y de la política exterior de EEUU.

En la obra reseñada, ya en la introducción comienza afirmando una obviedad:

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los EEUU han sido, con gran diferencia, el primero entre desiguales y siguen siéndolo, pero su poder hegemónico está declinando. Después añade que los «amos del universo» distan mucho de ser representativos de las poblaciones de sus países, que tienen un impacto muy pequeño en las decisiones políticas. Aun siendo evidente la afirmación, no es fácil tener el valor de decirlo y desarrollarlo inteligentemente a lo largo de los 23 capítulos de la obra.

El capítulo 1, está dedicado a la responsabilidad de los intelectuales y a su postura, en su mayoría serviles con el poder o con el sistema establecido, salvo una minoría independiente y perseguida o marginada de diferentes formas. Esto da lugar a dos varas de medir que se pone de manifiesto en la cita de John Coatsworth, que dice (pág. 22) que desde 1960 hasta el derrumbe soviético en 1990 las cifras de presos políticos, víctimas de tortura y ejecuciones de disidentes políticos no violentos en Latinoamérica exceden ampliamente las de la Unión Soviética y sus satélites en Europa oriental, y ello apoyado o iniciado por Washington. El discutible análisis, aun considerándolo sesgado, influido por la ideología confesada por el autor como anarquista o socialista libertario, resulta interesante y, a mi juicio, no carente de base.

A lo largo de la obra desgrana los numerosos crímenes planificados desde el ejecutivo americano y el empleo a gran escala de la tortura, de manera destacada en Hispanoamérica, el mundo musulmán y Asia. Justificados desde una doctrina del poder de que el fin justifica los medios, llevándola hasta un extremo tal, que Maquiavelo resulta un moralista mojigato. Entre las numerosas declaraciones de miembros destacados de los sucesivos gobiernos americanos, recogidas en la obra por el autor, puede servir de ejemplo (pág. 98) la del estadista moderado George Kennan, que en un documento oficial en 1948 observó que el objetivo político central de Estados Unidos debería ser buscar el mantenimiento de la «posición de desigualdad» que separa nuestra enorme riqueza de la pobreza de otros. Para lograr ese objetivo su consejo fue el siguiente: «Deberíamos dejar de hablar sobre objetivos vagos e … irreales, tales como los derechos humanos, el aumento del nivel de vida y de la democratización y en cambio ocuparnos de conceptos de poder sin vernos obstaculizados por eslóganes idealistas sobre altruismo y beneficencia mundial».

Así, en el capítulo 6, en la página 108, muestra lo artificioso que resulta el considerar a Irán como una amenaza para la paz, simplemente porque trata de aplicar una política defensiva. De forma general los EEUU tienden a considerar cualquier política defensiva nacionalista como una amenaza para la paz, pues significa un obstáculo al control absoluto del mundo.

Leyendo la obra uno se queda con la duda de si efectivamente la actuación americana es menos mala que la de la URSS en la época estalinista.

El autor es especialmente crítico no sólo con el gobierno de Israel y el de EEUU, sino también con Inglaterra y Francia, a pesar de ser un norteamericano de origen judío. Sin embargo ello no es incompatible con estar y haber estado toda su vida integrado en la élite educativa de EEUU y creo que en buena parte –además de su indudable valía– ello se debió a su pertenencia a ese difuso colectivo de intelectuales progres de una izquierda domesticada y conectada.

En definitiva, el mundo está dominado por EEUU, auxiliado por Inglaterra e Israel como protectorados privilegiados. Ahora bien, eso no implica que sean los respectivos pueblos los que participan en ese dominio del mundo, sino una reducida élite. Eso mismo de una manera más general está expuesto sin ambages en la comunicación de Gonzalo Fernández de la Mora a la Reunión de los Amigos de la Ciudad Católica de 1990, bajo el título «Contradicciones de la partitocracia», publicada en Verbo y reproducida en Razón Española, que comienza: la Humanidad no ha conocido más que un sistema político: el mando de unos pocos. Noam Chomsky considera que esa élite dirigente es muy pequeña y, por supuesto, sin escrúpulos, lo que sintetiza en esta frase: «En el mundo real, el desprecio de la élite por la democracia es la norma» (pág. 66).

La obra resulta aleccionadora en muchos aspectos, a pesar de que la ideología izquierdista del autor le hace caer en errores como el de atribuir la defensa de la propiedad comunitaria (pág. 113 y sigs.) a una ideología ¿progresista?, cuando en España estaba implantada desde la Edad Media y se conservó en gran parte en las propiedades comunales indígenas en América y fue destruida a partir del siglo XIX por una ideología pretendidamente progresista y liberal despojando a la Iglesia y los municipios de las propiedades comunes que permitía unos hombres más libres. Esa misma ideología pretendidamente progresista es la que, como reconoce el autor, permitió el despojo y exterminio de las poblaciones indígenas en EEUU.

La obra está salpicada de muestras de hasta qué punto la democracia está pervertida (pág. 116) por la «fabricación de deseos» cuya labor consiste en dirigir a la gente hacia cosas superficiales de la vida como el consumo de moda, de forma que la gente pueda atomizarse y se puedan separar unos de otros y por ejemplo citando a Edward Bernays, que denominó «ingeniería del consentimiento» al proceso de modelar opiniones, actitudes y percepciones.

Una visión muy perspicaz del mundo moderno, muy de tener en cuenta por ser un personaje que observa desde una atalaya privilegiada que a mi juicio se sustenta en que: es un intelectual de primera fila; tiene 86 años, lo que le permite ser totalmente sincero e independiente; desde su posición considerada de izquierdas, fue un referente de las posturas denominadas progresistas de izquierdas; el ser un judío americano y su origen ucraniano, le facilitan una visión global. Como es lógico eso no evita que tenga una visión distorsionada de muchos hechos, e incluso a mi juicio de algunos errores, pero eso no indica nada más que cualquier obra ha de ser leída con algún espíritu crítico.

En definitiva, a pesar de que no lleva las conclusiones hasta sus últimas consecuencias, me parece una obra imprescindible para entender el mundo moderno.

Antonio DE MENDOZA CASAS