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Número 575-576

Serie LVII

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AA.VV., La charité et le bien commun, La Roche-sur-Yon, Presses Universitaires de l’ICES, 2019, 160 págs.

Los días 9 y 10 de abril de 2018 se celebró en el ICES (Institut Catholique d’Etudes Superieures, hoy rebautizado como Instituto Católico de la Vandea) un coloquio sobre «La caridad y el bien común», dirigido por el prof. Philippe Bénéton, cuyas actas se publican ahora. Tras una introducción del coordinador, diez ponencias se distribuyen en cinco partes. En la primera, sobre la noción de caridad, se hallan dos textos: uno muy personal del filósofo inglés Roger Scruton y otro de Don Jean-Rémi Lanavère que examina la caridad en su relación con la ley natural y el bien común en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. La segunda (sobre las virtudes naturales y la caridad) reúne también dos textos, uno del profesor Ralph Hancock, de Utah, sobre lo noble y lo justo como condiciones naturales previas de la caridad cristiana, y otro del profesor Hervé Pasqua, del Instituto Católico de París, sobre la amistad como fundamento del vínculo social. A continuación, otras dos contribuciones afrontan la caridad en relación con la cuestión política y la cuestión social: la de Giulio de Ligio, del Instituto Católico de París, sobre la ambivalencia política de la caridad, y la de Jacques Bichot, profesor de la Universidad de Lyon, sobre la protección social. La cuarta parte, sobre caridad e inmigración, recoge tres aportes: de la académica del Instituto de Francia Chantal Delsol, del profesor madrileño Miguel Ayuso y del profesor de Virginia James Ceaser. Los dos primeros bajo una consideración general y el tercero sobre el caso americano. Finalmente, Daniel Mahoney, del Assumption College en Massachussets, en una última sección sobre el humanitarismo, que llama la «caridad pervertida», ofrece dos testimonios: el del filósofo húngaro Aurel Kolnai y el del papa Benedicto XVI.

El resultado es interesante, pues interesantes son los temas abordados y competentes los autores escogidos. Ahora bien, el conjunto no resulta orgánico. Y la orientación general, si es que la hay, probablemente no es acertada. El profesor Bénéton, por ejemplo, rechaza tajantemente que exista una teología política cristiana. Entiende que de la Revelación no podría extraerse una política, pues Nuestro Señor se mantuvo ajeno a los problemas políticos de su tiempo y predicó un reino que no es de este mundo. Pero, desde luego, podríamos replicarle, predicó un reino que debe extenderse sobre el mundo. No es poco. Es verdad que, a continuación, evocando al equívoco cardenal Journet, reconoce en cambio que hay «exigencias cristianas en política». De lo que deduce que la política tiene sus fines propios, que brotan de la ley natural, sobre las que hay exigencias propias del cristianismo aplicables al orden político. Sobre lo que podríamos convenir, por cierto. Y es que, en el fondo, el orden político católico (que en cambio Bénéton niega) pertenece en su mayor parte al orden de la naturaleza, aunque algunos aspectos pertenezcan al de la gracia. El autor parece concordar, pero por otro lado parece tener prejuicios que le alejan de la conclusión precisamente cuanto más se acerca a ella. Queda, eso sí, y en eso tiene razón Bénéton, la dificultad de articular las virtudes naturales con la caridad en lo que toca al orden político. El autor presenta, un tanto esquemática aunque brillantemente la cuestión, para llevar al lector a concluir que no es posible el maridaje. Algunas de las críticas que, a este respecto, fórmula a la encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate, resultan en todo caso agudas.

No podemos examinar todas las ponencias. No es necesario. Se leerán con provecho, aunque no nos darán una respuesta al problema. Quizá el trabajo de nuestro compatriota, aunque no suficientemente desarrollado, sea el más neto y el más opuesto al fondo conservador (pero liberal) que impregna la obra.

VICENTE BERROCAL