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Número 575-576

Serie LVII

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Pedro Baños, El dominio del mundo. Elementos del poder y claves geopolíticas, Barcelona, Ariel-Planeta, 2018, 366 págs.

El autor, nacido en León en 1960, es coronel de Infantería y Diplomado de Estado Mayor, actualmente en la reserva. Ha sido jefe de Contrainteligencia y Seguridad del Cuerpo de Ejército Europeo en Estrasburgo. Es autor de Así se domina el mundo, obra reciente de gran éxito y publicada también en Ariel.

Siguiendo su obra anterior, en esta aparece la foto, o mejor la película, del proceso actual del control del mundo en todos sus aspectos. Aunque no se dice explícitamente, en el proceso actual ha desaparecido todo resto de moral política, hasta extremos inconcebibles, y la vida humana no representa más que un dato del mismo valor que otros de tipo material más o menos valiosos.

No es nuevo que en las relaciones de poder las actuaciones de los poderosos han tenido pocas cortapisas, sin tomar en consideración principios éticos generales como honor, derecho, lealtad, compromiso o respeto a la vida de los inocentes. De tal como se refleja en la realidad práctica descrita en destacados historiadores como Tucídides o tratadistas como Sun Tzu, siglos antes de Cristo. Sin embargo, había restos de respeto al Derecho y a no sobrepasar ciertos límites tanto en el Imperio Romano, como en el mundo griego e incluso en el Imperio persa o el chino. Quizás la única excepción destacada en la historia, tratando de regirse fundamentalmente por la moral cristiana, fue la comunidad hispánica, lo que no quiere decir que no se transgrediera ocasionalmente en favor de consideraciones prácticas de poder o ambición.

En la época actual, en la obra reseñada se puede repasar y comprobar el tapiz del panorama universal en el que los medios empleados sin cortapisa alguna abarcan todos los aspectos de la vida humana, sin necesidad de llegar al enfrentamiento armado: por supuesto el poder militar, más como amenaza y respaldo de otras actuaciones que como empleo ocasional directo; la economía como medio de coacción y control sobre una población indefensa; la diplomacia, como expresión de exigencias «hablando bajito, pero con un gran garrote», como decía Roosevelt; los servicios de inteligencia; la ciencia y la tecnología; los medios de comunicación, sólo aparentemente libres.

Como muestra en lo que atañe a Europa, es paradigmática la cita de la advertencia –que reitera otra anterior de De Gaulle– de Mitterrand en 1997: «Francia no lo sabe, pero estamos en guerra con América. Sí, es una guerra permanente, una guerra vital, una guerra económica, una guerra sin muertos… aparentemente. Sí, los americanos son muy duros. Son voraces, quieren un poder total sobre el mundo». Lo cierto que, como episodio de esta guerra contra Europa, ello se llevó a cabo ya en la llamada transición en España destruyendo su tejido industrial e incluso social, con otras complicidades exteriores e interiores, y con parecido proceso en Irán e Irak, Siria o Libia.

La obra es muy completa y trata de forma sencilla y didáctica todos los aspectos de los elementos clave, tanto materiales como inmateriales, empleados en las luchas de poder.

Aun tratado con cierto detalle el empleo de la difusión de noticias falsas como arma y a pesar de poner como ejemplo la leyenda negra, echo de menos un tratamiento específico, no ya de la manipulación de la historia, sino incluso su fabricación, que creo tiene una incidencia especial en el sentido que exponía Orwell en su obra 1984, en la que dice que quién controla el pasado controla el futuro. Un caso llamativo es el de la historia del descubrimiento, conquista y colonización de América, que a pesar de ser históricamente patente que resulta asombrosa por haber realizado un avance global de siglos en astronomía, cartografía, cosmovisión y técnicas de navegación, todo ello queda empequeñecido con el resultado del encuentro con otras comunidades, tratando como iguales a los indígenas, creando universidades, hospitales, imprentas, astilleros, explotaciones mineras, molinos, introducción de plantas y animales domésticos junto con la tecnología y cultura más avanzada de Europa, y ello siglos antes que lo hicieran los anglosajones en América o ningún pueblo europeo en Asia. No digamos el trato a los indígenas por parte de los anglosajones, que fue de práctico exterminio y con una consideración semejante a la de animales objeto de caza. Igual de sorprendente en España ha sido la fabricación de la historia de la II República, que por un juego de prestidigitación, un gobierno sectario que hasta suprimió de hecho las elecciones municipales nombrando las corporaciones a dedo, y donde el asesinato, la quema de iglesias y su saqueo, los ataques personales, etc. eran cotidianos, se convierte en un modelo democrático. El mismo proceso de fabricación histórica, naturalmente prescindiendo de los historiadores, se ha llevado a cabo con la Guerra Civil y el régimen existente hasta 1978, llevándolo a un extremo que resulta cómico a pesar de haber esperado a que desaparecieran todos los testigos que lo vivieron.

Ante la difusión de noticias falsas que se difunden bajo la cobertura de libertad de expresión, hay escasas defensas, a pesar de que como señala Pedro Baños en su obra, el artículo 20 de la Constitución española establece el derecho de todos los españoles a «comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión». Hay que subrayar lo de información veraz, que frecuentemente se ignora. Como ejemplo de lo que se llega a conseguir con la tecnología actual para lanzar noticias falsas, trata de la creación de videos falsos montando el relato que se desee cambiando los rostros de los actores que pueden aparecer realizando los actos más abyectos o, por el contrario, añado, actos heroicos en los que ni por asomo han participado. Como ejemplo describe acciones concretas de fabricación de noticias falsas de supuestas atrocidades del ejército iraquí para justificar la intervención en Irak.

En definitiva, una obra excelente que presenta todo el panorama del conjunto de elementos que determinan la vinculación y sometimiento de la población mundial a la oligarquía que lleva a la humanidad por derroteros que permitan la permanencia de ese poder.

Me ha parecido un poco más débil el capítulo de la demografía, que creo resulta en la realidad peor que el panorama que presenta, en el sentido que el documento elaborado en EEUU en 1974 y conocido como «Informe Kissinger» y hecho público en 1989, ha sido rebasado ampliamente. El autor parece estar de acuerdo en el diagnóstico de la gravedad del problema de la superpoblación, cuando el problema más bien es el del derroche, en el que menos del 10% de la población mundial –el llamado mundo occidental– consume más del 50% de los recursos del planeta, con lo que bastaría que esa población redujera su consumo a la media del mundo para que sobrara de todo. En este sentido, la frase del general Fuller, que parece inspirar el capítulo, de que «el exceso de población es la causa biológica de las guerras», no se corresponde con la realidad histórica en ningún caso, ni en grandes ni en pequeñas guerras, como causa realmente importante, en todo caso pudo ser empleada ocasionalmente como pretexto de propaganda. Y otro tanto se podría añadir de la religión en las que frecuentemente fue el ingrediente o le pretexto, pero nunca la causa, ni tan siquiera en las Cruzadas en la que la pretensión esencial fue la protección de los peregrinos pero no la imposición de una religión.

Por otra parte, las proyecciones de población que vienen circulando desde hace más de medio siglo, y que recoge el autor, son falsas en el sentido que las tasas de natalidad de toda América, considerada globalmente, al igual que Europa, Asia y Oceanía, ya tienen tasas de fertilidad bastante inferiores a 2,1/mujer, es decir insuficientes para reponer la población, por ejemplo incluso India está ya en el límite y es seguro que en menos de 5 años tendrá una tasa de fertilidad inferior a 2,1/mujer. Solamente África supera las tasas de fertilidad de reposición y aun este continente las está bajando rápidamente y con tasas de mortalidad muy elevadas. En este orden de cosas, la visión de un sistema de pensiones a punto de quiebra en España, se debe en buena parte a la perversión política del sistema genuino de reparto en pensiones contributivas, que en sí es el más sólido y estable; la visión catastrofista del sistema está orientada a su privatización por el volumen de recursos financieros que genera muy apetecibles para cualquier gestor privado.

El caso de España es particularmente sangrante, pues las tasas de fertilidad que aparecen en la obra como suicidio demográfico, a pesar de ser prácticamente las más bajas del mundo, están distorsionadas en el sentido de que incluyen la natalidad de los inmigrantes (más del 13% de la población residente), con unos índices de fertilidad mucho más elevada que la de los españoles de origen. Con la particularidad única en el mundo, en el que los inmigrantes llegaron a España en los últimos 20 años, en un período con los índices de paro de los más altos de la CEE. Lo cierto es que la población oficial actual de 46,5 millones, es la misma a que se hubiera llegado de continuar la tendencia natural de natalidad, suavemente decreciente y constante, de 1920 a 1978, con el que hubiéramos llegado en el año 2000 a unos índices de natalidad de equilibrio y sin el tremendo trauma social y moral del aborto provocado a partir de 1985.

El problema que se presenta a corto plazo (menos de un siglo), es el contrario, es decir el de fuerte reducción de la población con porcentajes de ancianos aterradoramente elevados. Como es lógico, la oligarquía dominante en el mundo repite hasta la náusea en todos los medios que sobra población, naturalmente los que sobran son … los demás.

En definitiva, una obra que me parece imprescindible para conocer la realidad actual pese a las observaciones u objeciones que hago en la reseña.

ANTONIO DE MENDOZA CASAS