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Número 575-576

Serie LVII

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William B. Parsons, Machiavelli’s gospel. The critique of Christianity in «The prince», Nueva York, University of Rochester Press, 2016, 312 págs.

El autor de El evangelio de Maquiavelo, William Barclay Parsons, enseña religión (Religious Studies) en la norteamericana Universidad Rice, de Houston, y es conocido en el medio académico por sus escritos vinculados a la religión (vista desde el misticismo) y el psicoanálisis. Su primer libro sobre estos temas, The enigma of the oceanic feeling (1999), fue una revisión de la teoría psicoanalítica del misticismo. Más tarde publicó Teaching mysticism (2011), Religion and psychology. Mapping the Terrain (2001) con Diane Jonte-Pace, La religión del duelo (Mourning religion, 2008); y Freud in dialogue with Augustine. Psychoanalysis, mysticism, and the culture of modern spirituality (2013). No se podrá negar que Parsons se ocupa de un interesantísimo campo de trabajo, por mutilado que esté por una noción místico-gnóstica de la fe.

Pareciera entonces que dedicar un libro a la crítica de la Cristiandad en El Príncipe del afamado escritor y político florentino es como salir del ambiente cómodo de sus anteriores estudios. Y en verdad así parece porque Parsons debe ahora tomar la religión cristiana tal como Maquiavelo la tomó: Cristo modelo de los hombres a imitar y seguir en esta vida para alcanzar la otra vida. Aceptar este punto de partida es romper –aunque sea en parte– la caparazón místico-gnóstica-protestante de la religión y, persiguiendo la figura central de Jesucristo, entender su vida como una doctrina. Maquiavelo lo sabía, de ahí su odio profundo al cristianismo; y Parsons acepta que el florentino se presenta como contrafigura del nazareno, como dos evangelios enfrentados en combate por el mundo.

Nos equivocaríamos, empero, si esperamos ver en este magnífico libro un estudio religioso que al denostar al humanista ensalza al Redentor. No, no se trata de eso. Más bien, Parsons acomete un estudio histórico, con extraordinaria rigurosidad en el análisis textual, para revelar el anticristianismo de Maquiavelo y de la Modernidad. Lo que digo tiene dos o tres aristas que me interesa recalcar.

Es un estudio histórico, pero no uno más de los tantos que se escriben sobre Maquiavelo. En la línea de Leo Strauss (tan admirable, tan censurable y tan olvidado) y sus Pensamientos sobre Maquiavelo, Parsons sin ser un straussiano declarado, que yo sepa, penetra hasta la médula de las concepciones irreligiosas de Maquiavelo –que nos atreveríamos a calificar de demoníacas– convirtiéndolas o tomándolas como centrales a todas sus ideas morales y políticas. Parsons recorre El príncipe y los Discursos para revelar ese eje central a todo lo afirmado por el florentino exiliado. De modo tal que los escritos (y también el legado) maquiavelistas son comprendidos no por razones históricas ni por intereses políticos –como hoy es lugar común insistir hasta el hartazgo– sino por empeños religiosos, por su visceral odio a Cristo, su doctrina de misericordia y su Iglesia. En este sentido, Parsons es más radical que Strauss. Maquiavelo no es un agnóstico o un ateo meramente especulativo; es, como lo retrata Parsons, un anticristiano armado que proclama la guerra a una religión que desviriliza a los hombres, que los afemina privándolos así de la fuerza y el vigor necesarios a una vida guerrera como es la de los Estados.

Es un estudio histórico rigurosamente textual, como dije. Quiero significar con esto que en el debatido escenario de qué debe hacer el historiador de las ideas (texto-contexto, escritura-intención, producción-recepción) y que el autor muestra bien conocer, Parsons ha optado por un escrupuloso estudio de los textos guiándonos por los pasajes de El príncipe con una gran pericia que va mostrando lo que Maquiavelo dice y su ajustada interpretación a los dichos del secretario florentino. Por supuesto que es algo así como una patada en el hígado de los contextualistas de Cambridge, Quentin Skinner y sus seguidores, pero una patada bien puesta, para enseñarnos que hacer historia de las ideas al viejo estilo no sólo no es un arte muerto sino que es un modo altamente provechoso de adentrarse en el pensamiento.

Dije además que era un estudio revelador del anticristianismo de Maquiavelo y de la Modernidad. Lo que no es poco. No se trata –como han pretendido ciertos críticos– de negar la presencia de vetas cristianas subrepticias o subliminales, inconscientes o indirectas, de las que se apropia la Modernidad en su empresa de secularización, cosa que se sabe. Se trata mejor de exhibir el anticristianismo básico del pensamiento moderno, del que Maquiavelo es fundador, como afirma Parsons, y padre de los padres de la Modernidad, como dijera Strauss, aunque en su básica repulsa del cristianismo se valga de vestigios de éste, al igual que un ejército guerrero que se apodera de una ciudad después de asolarla recurre a los instrumentos que en ella encuentra para acabar su obra de destrucción. Y la metáfora vale desde que el propio Maquiavelo calca su pensamiento político del arte de la guerra y enarbola príncipes victoriosos en sus batallas como modelo de los gobernantes de Estados.

La conclusión que nos ofrece Parsons, después de la minuciosa exposición de El príncipe, es que Maquiavelo es el fundador filosófico de la Modernidad, preocupada por la busca de riquezas y gloria, de bienes materiales y sensibles; Modernidad en la que la religión es corrompida por las actividades mundanas seculares que acabarán al fin desplazándola. En el fondo, como afirma Parsons, se trata de reinterpretar la religión en el sentido de hacer de la vida material el centro o el corazón de la actividad humana, tomando la vida espiritual como un engranaje más de aquélla y en sustento de aquélla. Una vez que la religión ha sido constreñida a ser el sostén espiritual de la vida material de los hombres, de la insaciable persecución de ventajas y satisfacciones sensibles y temporales; una vez hecho esto, ya no se necesita combatir abiertamente la religión porque ha sido sometida en su propio terreno. La receta de Maquiavelo para «la unión de poder, sabiduría y audacia es idéntica al principio del mundo moderno», tal la conclusión de Parsons (pág. 185).

Qué puedo decir, para poner un broche final a la reseña, que no haya dicho ya. Me resta elogiar al libro por su valiente tesis, aplaudir a su autor por su sesuda y detallada demostración, y recomendar al lector que se apresure a adquirirlo y leerlo sin parches en sus ojos. Y también, encarecer su traducción.

JUAN FERNANDO SEGOVIA