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Número 589-590

Serie LVIII

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J. Babb, A world history of political thought

J. Babb, A world history of political thought, Cheltenham y Northampton, Edward Elgar Publishing, 2018, 544 págs.

La J. del nombre corresponde a James; el apellido no cambia. Entonces se trata de James Babb, docente durante más de dos décadas en la Universidad de Newcastle (Inglaterra), especializándose en metodología cuantitativa y cualitativa. Este texto que comenzaremos a recensionar lo demuestra. Desde hace un par de años está trabajando como editor jefe del Instituto de Ciencia Social de la Universidad de Tokio, editando el Manual de Estudios del Japonés Moderno. En este voluminoso texto (que supera las 500 carillas) se propone una historia universal del pensamiento político desde el año 600 antes de Cristo hasta los días que corren. Bueno, hasta el año 2015.

En tierras de habla castellana suele reiterarse el dicho de mis abuelos: «el que mucho abarca, poco aprieta». Babb y su libro no han podido escapar a la sabiduría ancestral de los españoles, su texto peca de ambición en la intención y de flaqueza en la consecución. Mismo pecado de otros empeños semejantes que por escapar a los manuales al uso de otras épocas, concebidos para exponer los tiempos más relevantes (de Grecia a los siglos XIX y XX) y los pensadores de mayor calado (desde Platón en adelante); decía, que por no caer en el método de aquellas viejas historias tan vilipendiadas, anhelan exponer la misma historia siguiendo otras coordenadas, viéndose obligados a una narración deshilachada, exageradamente larga y muy aburrida. Babb se incorpora a este elenco de escritores que, por novedosos, por modernos, resultan una pesadilla.

En un primer capítulo el autor nos dice que su método es comparatista y que va a escribir una historia comparada del pensamiento político, no centrada en las equivalencias (como alguna vez esbozó E. Voegelin), en las palabras o conceptos (como hoy muchos hacen), sino que, recurriendo al análisis lingüístico de la Escuela de Cambridge, recurre al contexto de habla de cada autor para descubrir qué valen los términos usados (resaltando la ambigüedad, la mitología, etc.) Pero, a la vez, busca ampliar el espectro de las ideas políticas desenterrando sus raíces metafísicas y de ellas su traslado al tronco de la moral y las relaciones humanas. Munido de tales herramientas, nos invita a seguir su historia que quiera narrar diferencias y similitudes, no como algo externo a los sistemas de ideas sino, con más interés, las diferencias dentro de las semejanzas. ¿Es suficiente con esto? no, hay que plantearse, sugiere Babb, qué pasa con el historicismo y el universalismo, conflicto que se resuelve, a su ver, con una metodología dialéctica que, pivotando de un extremo a otro obtendrá, por ejemplo, la idea de las «modernidades» o de los «ejes axiales». ¿Es esta la base para la comparación del pensamiento político? Iluso el que así lo crea, falta todavía: hay que sopesar el principio de la caridad y también la reflexividad en la aventura metodológica; una caridad integrativa y reconstructiva con la que aproximarse a las ideas ajenas; una sensibilidad reflexividad que toma en cuenta la situación temporal, el trasfondo cultural y los enfoques teoréticos del pensamiento que se trate. ¿Se ha completado el método? no seamos ingenuos, Babb es un metodólogo. Hay un paso más: el procedimiento de validación de los resultados, que puede ser interno (textual) o externo (las interpretaciones del texto). Y un escalón ulterior: saber encontrar las cuestiones y los tópicos fundamentales, claves, lo que es en apariencia más fácil.

Ahora sí, nutridos de este arsenal, una mochila de doscientos mil kilos de peso, podemos recorrer nuestro camino de casi dos mil quinientos años. El problema, se habrá advertido ya, es que de ser así como se hace una historia comparada del pensamiento político, las 500 carillas no alcanzan: solamente los pensadores griegos de la antigüedad ocuparían esa extensión, como, para retomar un nombre aquí mencionado, ha hecho Eric Voegelin. Porque Babb no podrá hacerlo en todos los años de su vida si volviera a nacer y desde la mocedad retomara su proyecto.

Lo que quiero decir es que para desandar tan largo trayecto, el caminante deberá ir despojándose del equipaje metodológico o saltar como una gacela o sapo por sobre temas e ideas que no le permiten detenerse ni a beber agua. En el primer caso, porque el zurrón impide la marcha; en el segundo, porque la variedad, riqueza y dificultades retardarían el paso, alejando cada día más el horizonte buscado. Ambos recortes están en el texto de Babb. La metodología es aplicada selectivamente y los casos (autores, períodos, temas) padecen de una selección obligada, lo que manda hacer síntesis apretadas y simplificaciones facilonas si se quiere llegar a la meta.

La crítica está hecha y bien podría concluir acá mismo, pero no sería justo si no refiriera de qué trata este libro en el que Babb ha puesto tanto esfuerzo. Así que manos a la obra, paciente lector. La primera parte, que cubre unos mil quinientos años, se titula «Estudios comparativos», considera en siete capítulos los siguientes temas: los pensadores del tiempo de la fundación; las primeras escuelas del pensamiento político; el pensamiento político de los primeros imperios; la metafísica, la religión y la decadencia imperial; la integración de la religión y el pensamiento político; el pensamiento político medieval tardío; y el Renacimiento y el resurgimiento. Cuando escribe «religión» es entrecomillada, lo mismo que «medieval», con el fin de recalcar la singularidad de la Cristiandad (no necesito aclarar más, tan obvio es). Porque el libro parece dirigido al público japonés, muchos escritores de esta nacionalidad o raza se incorporan al estudio. Y esta primera parte abarca como ciento ochenta páginas. Y vio Babb que era bueno, y la dio por terminada.

En la segunda parte, llamada «La interdependencia de las modernidades», de más de trescientas quince carillas, en ocho capítulos, el autor se concentra en los últimos cinco siglos y medio, que le parecen los más propicios a su experimento metodológico, que va derramando sobre: la revuelta religiosa popular (sic) y la construcción del Estado; Ilustración e historicismo; revolución, romanticismo y reforma; imperialismo y liberalismo; el malestar social y el surgimiento de la izquierda; el ultranacionalismo, el fascismo y la filosofía; el anticolonialismo y el neoliberalismo; y, para rematar magna obra, los fundamentos cambiantes y la vuelta a los orígenes. Así vamos del año 1450 a la terminal en 2015. Babb vio también que era bueno, dejó de escribir y lo dio a la prensa.

Yo también cuelgo la pluma, no sin antes señalar lo agotador del trayecto leído y lo anodino del resultado. A más de la ambiciosa estupidez metodológica llevada al extremo, nótese la superficialidad de un estudio que se propone ser profundo. Posiblemente para los nipones sea interesante y bueno (como ha sido para Babb). Posiblemente haya japoneses leídos que lo juzguen de otra manera. Posiblemente.

Juan Fernando SEGOVIA