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Número 589-590

Serie LVIII

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Denis Lacorne, The limits of tolerance. Enlightenment values and religious fanaticism

Denis Lacorne, The limits of tolerance. Enlightenment values and religious fanaticism, New York, Columbia University Press, 2019, 296 págs.

El politólogo francés Denis Lacorne, director de investigación en el Centre de Recherches Internationales (CERI) de Sciences Po, París, especialista en temas estadounidenses (a los que ha dedicado varios de sus numerosos libros: La invención de la república americana, El liberalismo a la americana, La religión americana, etc., que no tienen edición castellana) y también contemporáneos, abre el juego para adentrarse en las fronteras de la tolerancia

Este libro es la traducción al inglés, a cargo de C. Jon Delogu and Robin Emlein, de su libro Les frontières de la tolérance (París, Gallimard, 2016). Resulta ilustrativo que el texto aparezca dentro de la Serie denominada «Religión, Cultura y Vida Pública», de la Universidad de Columbia, surgida de la inquietud por el aumento de la intolerancia en estos tiempos –léase, los retrocesos de la secularización–, y que edita la antropóloga Katherine Pratt Ewing, profesora de religión, experta en el Islam.

Con buen criterio histórico, Lacorne distingue tolerantia (el permiso o la licencia concedida por los gobiernos) de tolerance (la virtud, personal y social de la tolerancia, la generosidad o humanidad), que en alguna ocasión llamé «tolerancia en razón de Estado» y «tolerancia en razón de los derechos», para recordarnos que en el pasado hubo mucho de la primera (tolerancia negativa) y casi nada de la segunda (tolerancia positiva), que sería patrimonio de los tiempos modernos, en particular desde la Ilustración y la percepción de que el pluralismo religioso era virtuoso. La historia de esta nueva concepción es pintada a brochazos en la «nueva introducción para la edición americana», en la que también se detiene para señalar cómo el paradigma moderno está siendo cuestionado (cita en particular a Wendy Brown, la autora de Regulating aversion. Toleration in the age of identity and empire). Entonces, se trata de refrescar la idea central: «El concepto de tolerancia religiosa, si es de utilidad hoy en día, sólo tiene sentido si denota un derecho que existe independientemente de cualquier autoridad política o religiosa, un derecho que no deriva de la voluntad arbitraria de un gobernante político, un principio tan fundamental como el “derecho universal de conciencia” defendido por Thomas Paine» (pág. 8).

Se ve ya de qué viene el libro: la conciencia libre de cara al fanatismo de todo tiempo y lugar, el derecho individual contra los autoritarismos y totalitarismos de cualquier color, si bien del totalitarismo de la tolerancia como tolerance. Los dos primeros capítulos ponen las piedras angulares: John Locke (capítulo 1) y Voltaire (cap. 2). No importa las dudas de los padres, tampoco sus canalladas; no importan sus contramarchas ni sus mentiras. Lo que importa al politólogo francés es la lucha de los ideólogos modernos contra el catolicismo y los excesos de algunos protestantes, aunque éstos sean siempre de menor cuantía y perdonables. Lo he dicho y escrito hace poco tiempo: sorprende la incapacidad de estos peritos para advertir las falacias de aquellos ideólogos; me asombra que la impericia haga gala de saber científico pasando por encima de las contradicciones y, sobre todo, de los resultados de esas enseñanzas. Pero no es del caso aquí repetir mis juicios sino de avanzar en la reseña.

En el capítulo 3 se nos ofrece un panorama de la «Tolerancia en América», es decir, la república yanqui que es la América del norte y no toda esa América. Es un patético elogio de los protestantes: los cuáqueros, los colonizadores de Pennsylvania, los grandes maestres (perdón, maestros) de Virginia, etc. En el cuarto capítulo estudia Lacorne el Imperio Otomano y en el siguiente la República de Venecia, para establecer un contrapunto entre la tolerancia burocrática del primero y la tolerancia comercial del segundo, sin advertir que en ambos casos estamos frente a políticas propias de la razón de Estado (que no menciona siquiera una vez), en las que prima el interés estatal por sobre la libertad religiosa en el sentido de que el Estado decide por conveniencia en uno y otro ejemplo.

Los apartados que restan intentan enfocar cuestiones de actual impaciencia: «Sobre las blasfemia» es la materia del sexto capítulo, que le sirve para el examen de las leyes penales de blasfemia en varios países, de qué modo fueron decayendo desde el siglo XIX hasta la despenalización, para contraponerlas al terrorismo islamita que reinstala el crimen de blasfemia. Toma como modelo el conocido caso de Chevalier de La Barre ejecutado por blasfemo en 1776, y a partir de él desenvuelve los argumentos valiéndose de otra resonante cuestión, los Versos satánicos de Salman Rushdie, y el más actual escándalo de Charlie Hebdo, para afirmar la inutilidad de la difamación religiosa. Es razonable, según el esquema de la obra y la ideología científica del autor, que pase de inmediato a exponer las ventajas de la «Tolerancia multicultural» (cap. 7) ejemplificando con la poligamia de los mormones, la negativa de los amish a la escolaridad forzada, el uso de turbantes, los testigos de Jehová y la transfusión de sangre, y unas cuantas perlas más.

«Del velo y el desvelar» es el nombre del capítulo 8 que considera cómo se puede vivir juntos en sociedades pluralistas, asentadas en la neutralidad del Estado o gobierno y secularizadas o laicas (como se diría en francés), que es lo mismo que plantearse la extensión del deber de reserva y los límites de la tolerancia, específicamente religiosa. Por caso, ¿es legítimo en tal contexto la prohibición del uso del velo (o de los crucifijos, agrego)? Lacorne pareciera no tomar partido y conformarse con mostrar cómo han diferido en la resolución del conflicto los americanos Estados Unidos y Francia. En «nuevas restricciones y nuevas formas de tolerancia» (cap. 9), examina la prohibición del burka, el ingreso a los sitios de culto, la existencia de monumentos religiosos en lugares públicos, etc. En éste como en el anterior, el autor no se da cuenta de que la libertad de religión se ha ido convirtiendo en la libertad contra la religión, en la libertad de reclusión de la vida religiosa en ámbitos cerrados, privados; la libertad de salir de la religión. Pero, ¿no es esto lo que se concluye de la irrefragable y elemental libertad de conciencia que proclamara Paine y la secuela de adoradores ilustrados?

Cierra los apartados el décimo, con el democrático lema: «¿Debería tolerarse a los enemigos de la tolerancia?», por ejemplo: ¿debemos dejar marchar libremente a los nazis? Las leyes nacionales y las decisiones judiciales no dan aquí tampoco una respuesta uniforme, como difieren en muchos otros casos, pero Lacorne nos aconseja más tolerancia: no responder a la violencia sino pacíficamente y dejar correr la libertad de expresión es el modo mejor de contestar las intimidaciones. Y llegamos, finalmente al Epílogo para norteamericanos sobre la tolerancia en épocas de terrorismo, en donde su receta quiere mostrarse exitosa.

Ya basta por hoy, cansado lector, que el reseñador también se ha fatigado. Confieso que una virtud de este libro es su ágil lectura, poco valor para contrarrestar las estúpidas ideas defendiendo la tolerancia contra toda intolerancia, una tolerancia sin mancilla, irrestricta, aplicable a todo y a todos. Pocas veces he leído un alegato tan claro en el que, con ejemplos de hoy y casos de ayer, se ilustrara una fe tan absurda sin más eje y rumbo que la tolerancia en sí misma. Pero hay que decir que Lacorne se tapa los ojos para no hablar de los casos realmente criminales de la tolerancia, como el aborto o la igualación de las parejas homosexuales al matrimonio, silencios inexplicables para quien se ha prepuesto ofrecernos un modelo acabado de la libertad negativa.

Juan Fernando SEGOVIA