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1988

El poder

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El poder en la empresa

EL PODER EN LA EMPRESA
POR
PATRIC Jo:sBÉ-DuVAL
Tratar de este problema en su totalidad me parece demasiado
ambicioso para
mí, sobre todo porque en las conferencias de ayer
se ha tratado del poder muchísimo mejor que lo podtía hacer yo.
Así, sólo
me permitiré hacer algunas reflexiones, que por
cierto Lours
SALLERON ya ha desarrollado en sus numerosos es­
critos.
Empezaré por estudiar unas cuestiones de vocabulario y des­
pués comunicaré algunas ·· ideas que puedan ayudar algo en el
quehacer diario de quienes son responsables de la dirección de
personas.
Las palabras orden y ley expresan la relación que existe entre
quien manda y quien obedece, entre
el que dirige y el que es
dirigido.
-Pero observamos enseguida que estas dos palabras tienen
un
.doble sentido que aparentemente expresa una contradicción.
' En un primer significado, la palabra ORDEN. expresa una obli­
gación impuesta por una persona a otra que le ha de obedecer.
Este concepto es
el más utilizado en la vida cotidiana: un jefe
no es jefe si
ilo da órdenes, si no cuida de que las órdenes que
ha dado sean cumplidas. .
·
Por ello, dar una orden, dictar una orden, implica que su no
cumplimiento traiga consigo una sanción.
·
-
Pero también la palabra ORDEN indica que existe un or­
den de las cosas.
En el primer caso,
ORDEN quiere decir «lo que debe ser» y,
en
el segundo, «lo que es».
Con la palabra
LEY pasa exactamente la mismo.
La LEY es una imposición a la cuál todos deben someterse.
Nadie está por encima de la
Ley.
-Pero también la ley es la constatación de una relación de
necesidad sobre la cual nadie puede mandar, por ejemplo la ley
de gravitación universal.
· ·
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Es decir, que en el primer caso, la LEY expresa «lo que debe
ser» y, en el segundo, «lo que es».
Este doble sentido de estas dos palabras no deja de ser cu­
rioso y no debe ser examinado como una simple coincidencia que
observamos de manera idéntica en español
y en francés.
Tenemos
así: d orden que se observa, por ejemplo, d orden
dd universo, la ley que se observa, la gravitación universal; es
decir, la observancia de «lo
qÚe es» (ley positiva) y la prescrip­
ción de «lo que debe ser» (ley normativa).
Observamos, pues, que a
fin de que «lo que debe ser» llegue
a ser «aceptado», deberá ser conforme al «bien común»,. tanto
para
d que ordená o legisla como para d que obedece. Es de-
cir, está en juego la libertad, nuestra libertad. · ·
·
·. Sabemos muy bien que si se percibe que la libertad contraría
a la necesidad es por la imperfección humana. En efecto, en Dios
las
dos nociones se coruunden, ya que Dios es el Orden Univer­
sal. Libertad pura y necesidad absoluta.
-Por otra parte, la Historia nos enseña que los grandes
legisladores que han redactado leyes que resultaron buenas
· fue
porque correspo¡,dían precisamente a las condiciones de vida de
sus contemporáneos y a las circunstancias de su época. Fue el
caso de Moisés y el de Salón. · ·
Sus leyes fueron aceptadas por todos, no herían su libertad
y fueron consideradas como
~resión de la necesidad porque
aparecieron ordenadas al bien común.
· ·
Volvamos con esto a la empresa. Si queremos que una ley o
un reglamento sean aceptados por nuestros subordinados, única­
mente será posible si logramos eliminar todo lo que aparezca
como arbitrario en nuestra rdación con los demás.
En efecto,
la arbitrariedad no es soportada por nadie porque
inmediatamente aparece como una voluntad que
se quiere im­
poner a otra voluntad con los ·medios de coerción ordenados a
ello.
Sólo se admite si .está ordenada al bien común, que riene
como objeto asegurar
d buen funcionamiento de las cosas para
provecho de todos.
En resumen, d «Mando», la «Orden», la «Ley» no deben
ser otra
cosa que la revdación de un orden de ·las cosas.
Por consiguiente,
lllll&aar es: en e/ planp material se dirige
a obtener un determinado resultado
dando órdenes.
En el plano espiritual es provocar la adhesión a un cierto or-
den de las cosas. ·
O, de otra manera: no se trata de que un hombre someta a
otro hombre a
su propia ley, sino de que un hombre convenza a
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otro . hombre para que se someta a una misma ley que se impone
a los dos.
O, también: la autoridad es una libertad que genera o con­
firma otra_ libertad para . que. reconozca libremente una necesidad.
Un jefe será, pues, verdaderamente jefe cuando por su com­
portamiento y por la comunicación que se establece con sus
subordinados dé a éstos la convicción de que participan
en el
cumplimiento de una orden en vez de considerarse los instru­
mentos ciegos de una potencia arbitraria.
Orden y ley son las expresiones del poder dentro de la
em-
presa; pero, ¿cuáles y cómo son las reglas de un buen mando?
Examinamos dos aspectos esenciales:
-¿Cómo se provoca la adhesión y la confianza?
-¿Qué trato dar a las personas?
La primera regla está en relación con el objetivo.
Si, como creemos, el jefe tiene la misión de hacer que todos
los miembros del grupo cooperen para alcanzar la meta pro­
puesta, su primer trabajo será el
de sensibilizar a cada uno acer­
ca de la relación que existe entre lo que se pide y la meta pro­
puesta.
· Esto es evidente en términos militares, en tiempo de guerra.
En la empresa el fenómeno
es el mismo, pero mucho más com­
plejo por las motivaciones y preocupaciones particulares de cada
uno dentro de la empresa.
La participación de todos en la obra común será
más perfec­
ta cuanto más bien conocida y mejor comprendida
sea la per­
cepción del objeto.
Es
decir, la información es indispensable.
La información dada debe reunir ciertas características para
obtener
el resultado:
- más bajo, porque el jefe necesita de la colaboración de todos,
- Esto es evidente, porque la· credibilidad del jefe depende de
esta cualidad del discurso:
- -sin reticencias ni restricciones,
-en cuanto al objetivo perseguido. y en cuanto a las personas
que participan en conseguirlo debe observarse .q,,,e, aparte de las
preguntas meramente
técnicas, las preguntas son generalmente la
expresión de la inseguridad, cuando no de la desconfianza, que
sienten las personas,
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-por la misma razón la información debe ser adecuada, es
decir, adaptada, orientada a resolver las preocupaciones del su­
bordinado,
-lo cual obliga a que sea verbal y personalizada, esto no
ocurre con una información escrita,
pero esta última puede em­
plearse únicamente a título de recordatorio, como puntualización
de una
información verbal, ya que sólo ésta provoca las altera­
ciones que
se resuelven en el acto, sin dejar lugar a falsas inter­
pretaciones.
Una información realizada así viene a consistir en un ver­
dadero diálogo que establece la confianza entre todos los niveles
de la empresa.
El segundo aspecto que debemos contemplar para que un
buen mando consiga la adhesión del personal
es el reconocimien­
to de las personas
como colaboradores.
Cuando digo «reconocer», lo digo con toda la extensión
de
la palabra.
En primer lugar, «reconocer»
la persona es reconocer las cua­
lidades humanas de cada uno.
La experiencia demuestra que cualidades de honradez, de
atención,
de disponibilidad, de polivalencia, de inteligencia, de ini­
ciativa, de responsabilidad son las más apreciadas. Conviene,
pues, que éstas sean las que más
se han de tener en cuenta en el
momento de valorar a la persona, sin menospreciar desde luego
los resultados técnicos ni los rendimientos
de trabajo que sólo
completan las primeras pero no las deben sustituir.
En segundo lugar se deben reconocer los méritos de cada
uno, sancionándolos positiva o negativamente según
el caso.
Este reconocimiento puede manifestarse de muchas maneras
y no solamente con el dinero, pero con arreglo a criterios adap­
tados a cada situación:
-de palabra,
-dando o negando permisos,
-dando la oportunidad de hacerse valer, de tomar inicia-
tivas,
-con un cambio de actividad,
--con una prima excepcional en metálico,
-con una promoción,
-con una mejora de sueldo pero siempre con justicia y sin
que quepa que los demás
lo consideren como injusticia, favori­
tismo;
es decir, --que se baga siempre públicamente.
La tercera regla será la de utilizar lo mejor posible las capa-
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cidades intelectuales y físicas de cada persona y, en particular,
las que no estén utilizadas.
Un jefe debe ser un revelador de capacidades. Está dentro de
su misión crear ocasiones para que
se revelen a sí mismas las
personas.
La cuarta regla es consecuencia de las. tres primeras, y las
completa. No entorpecer nunca las posibilidades de promoción, e inclu­
so provocarlas, si dentro de la unidad de
producción no hay po­
sibilidad de darlas.
En efecto, es injusto y llega a ser abuso de poder el conser­
var a una persona en un puesto de trabajo porque resulta más
cómodo conservarla por
la simple razón de que desempeña muy
bien su cometido. Tan injusto, acaso más, resulta facilitar
la
promoción de una persona para quitársela de encima, al extremo
de promover a incapaces en vez de dar oportunidades a quien
las merece.
No he querido detallar excesivamente estos puntos porque
conviene que ustedes me
hagan las preguntas que quieran.
He querido señalarles algunas pistas de reflexión personal
sobre estos temas tan simples y tan naturales que parecen pero·.
gtulladas y que seguramente son las que les vienen inmediata­
mente a la mente, sobre todo cuando empiezan a trabajar en
una empresa;
pero que después se olvidan y se dejan de lado
con el tiempo; son la carga de trabajo
y el ejemplo a los demás.
Es esta forma de trabajar la que mejores resultados da, la
que permite respetar mejor la libertad de los subordinados, la
que permite sacar de cada uno lo mejor de sí mismo, y los me­
jores resultados; es, también, la que permite cumplir mejor con
los preceptos evangélicos de caridad, de amor
al prójimo, de res­
peto a
la dignidad de la persona humana.
Tengan siempre presente:
-que ordenar es convencer y no imponer,
-que juzgar es reconocer.
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