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La misión de los seglares en el mundo a la luz del Concilio

LA MISION DE LOS SEGLARES EN EL MUNDO
A LA LUZ DEL CONCILIO
por
Jost MARÍA MUNDET G1FRE.
Cuando se cumple prácticamente el año de la terminación del
Concilio Vaticano
II parecería lo más adecuado dejar cualquier
comentario de carácter general relativo a este
gran acontecimiento,
sin
duda el más importante en lo que llevamos de siglo .x.x y
entrar directamente en materia. Sobre el Concilio han hablado
tantos
y tan extensamente, que buscar la originalidad, o me­
jor la crítica exacta, podría parecer presunción por nuestra
parte.
No obstante, sólo la comprensión exacta de lo que ha sido
el Concilio nos permitirá aceptar en toda su extensión las con­
secuencias del mis¡t;io, y en concreto, el Decreto sobre el Apos­
tolado Seglar. Supuestas unas motivaciones
"humanas" en la con­
vocación
y celebración del Concilio, tendremos ocasión de ver
la relación que estas motivaciones tienen con la labor que el
Concilio
ha asignado a los seglares.
Indudablemente estamos mal situados
para comprender el
Concilio.
Ahora nos parece tarea fácil estudiar el concilio de
Nicea, el de
Trento e incluso el Vaticano l. Pero, ¿ y el Vatica­
no 11, que lo tenemos prácticamente encima, que nos aplasta,
diría yo, con su grandeza, con su proximidad?
Estamos mal situados, porque para _conocer en toda su ex­
tensión cualquier fenómeno que se proyecta hacia el futuro ne­
cesitamos de la perspectiva histórica.
Pero también debemos re­
conocer que nos hallamos en mejores condiciones
que en los tiem­
pos
de Nicea o de Trento. Por una parte, disfrutamos de mayor
rapidez en los medios de comunicación social y, por otra parte,
participamos de los beneficios de un hecho, sobre cuya bondad en

no es el momento de discutir, que los filósofos e historiadores
llaman
Hla aceleración· de la Historia". Este progresismo en los
acontécimientos
(por una vez un progresismo nos será útil),
permitirá que dentro de pocos años, quizá poquísimos~ se pueda
estudiar
en toda sn amplitud, porque el Concilio no es sólo los
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dieciséis Documentos promulgados, este fenómeno que ·ha mante­
nido en vilo a la humanidad durante tres años.
Henri Rambaud, en el último congreso de la "Oficina Inter­
nacional de las obras de formación cívica y de acción doctrinal
según el derecho natural y cristiano" celebrado esta primavera
pasada en Lausanne, advertía los dos peligros a qúe estamos ex­
puestos en nuestra actitud frente al Concilio: Primero afirmar
que el Concilio lo ha cambiado todo, y segundo pensar que no
ha aportado nada nuevo.
Para ilustrar la falsedad de estas dos posiciones vamos a ¡x>­
ner un ejemplo: El Concilio de Trento. Decir que éste no aportó
nada nuevo en la cuestión de la gracia no podría sostenerse de­
lante de un auditorio medianamente formado en historia dogmá­
tica, y decir que lo cambió todo sería dar la razón al protestan­
tismo.
En el primer caso, la Iglesia se habría detenido en el Con­
cilio de Cartago, y en el segundo
ya no sería Iglesia.
Entre el Vaticano I y el Vaticano II sucede algo parecido.
Aquél definió el primado de
Pedro y éste ha afirmado el derecho
divino del episcopado. No hay ni contradicción ni superación; lo
que sí hay es complementación. Aporto este ejemplo porque sin
duda es ·et más "popular". Las discusiones en el aula y fuera de
ella,
y al final la famosa nota explicativa, crearon un clima de
nerviosismo que carecía de sentido. Indudiítlemente se podía
haber definido como dogma
de fe el derecho divino del episco­
pado.
¡ ·;;,¡:
Dejando aparte las comparaciones y los ejemplos' hay q~e·
profesar con toda rotundidad y con alegría cristiana el nuevo
aporte doctrinal que ha supuesto el Concilio Vaticano II, funda­
mentalmente con la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lu­
mien genti"11tm1. Resulta ésta, no para quitar importancia a los otros
documentos, sino porque es la
m:is impor_tante, la primera, y sin
la cual difícilmente se pueden comprender e interpreta:: correc­
tamente aquéllos. Importancia
que deviene de su trabazón, de su
unidad y en muchos casos de su originalidad. Habría que pasar
por alto muchas encíclicas y remontarse por lo menos al Vati­
cano I
para hallar un documento de tanta importancia.
La confianza que todos los católicos tenemos en la Iglesia,
confianza no humana sino resultado de nuestra fe, nos llevan a
la absoluta seguridad de que en todos los documentos del Con­
cilio no hay error. Esto supuesto, sólo quedaría estudiar el as­
pecto
"externo" del Concilio: su oportunidad, su motivación, su
proyección, su espíritu.
* * *
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LA MISION DE LOS SEGLARES EN EL MUNDO
Y o diría, empleando términos mny caros en los ambientes
modernistas, que el Concilio nos
ha dejado dos testamentos: uno
escrito, los dieciséis documentos, y otro importantísimo, su es­
píritu. Porque el Concilio ha tenido y tiene un espíritu que sólo
los años permitirán ver. No
el espíritu diabólico que deduce con­
secuencias contrarias a las constituciones y decretos en nombre
de una pretendida mayoría. Estoy empleando la palabra espi!Y'itu,
pero me veo err dificultades a la hora de definirla. Quizá puedan
servirnos, en alguna manera, las palabras de Paulo VI en el dis­
curso de clausura del Concilio el día 7 de diciembre de 1%5 :
"Tal vez nunca como en esta ocasión ha sentido la
Iglesia la necesidad de conocer, de
acercafse, de com­
prender, de penetrar, de servir, de evangelizar a la so­
ciedad
que la rodea y de .seguirla; por decirlo así, de
alcanzarla casi en su rápido y continuo cambio. Esta
actitud, determinada por las distancias y las rupturas
ocuttidas en los últimos siglos, en el siglo pasado y en
éste particularmente, entré la Iglesia y la civilización
profana, actitud inspirada siempre por la esencial misión
salvadora de la Iglesia, ha estado obrando fuerte y con­
tinuamente en el Concilio, hasta el punto de sugerir a
algunos la· sospecha de que un tolerante y excesivo relati­
vismo al mundo exterior, a la historia que pasa, a la
moda actual, a las necesidades contingentes, al pensa­
miento ajeno, haya estado dominando a personas
y actos
del sínodo ecuménico a costa de la fidelidad debida a
la tradición y con daño -de la orientación religiosa del
mismo Concilio.
Nos no creemos que este equívoco se
deba imputar ni a sus verdaderas
y profundas intencio­
nes ni a sus auténticas manifestaciones."
Aunque si por una parte hay que huir del error que supone
que el Concilio se ha dirigido únicamente al hombre
y al "mundo
moderno", por otra parte hay que reconocer también que
se ha
ocupado ampliamente de problemas en apariencia externos a la
Iglesia. ¿Es esto una revolución?, yo diría que es un misterio.
El misterio del Espíritu de Dios, que sopla donde quiere (lo.
3, 8). Hay un misterio en el Concilio como lo hay en el viaje
de Paulo
VI a la O. N. U. y en su discurso. Hay un misterio,
un espíritu, una recóndita intención, de la cual, y no de sus hu­
manas consecuencias, debemo_s esperar grandes bienes.
Pues bien, ¿ cómo ha encontrado la Iglesia al "mundo mo-
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!OSE MARIA MUNDET GIFRE
derno"_ y al hombre? ·A ello contesta concretamente Paulo VI
en el discurso antes citado. Dice así el Papa hablando del mundo:
''; .. es menester recordar el tiempo en que se ha lle­
vado a cabo ( el Concilio) :
un tiempo que cualquiera re­
conocerá eomo orientado a la
con(J_uista de la tierra más
bien que al reino de los cielos; un tiempo en el que el
olvido de Dios se hace habitual y parece, sin razón, su­
gerido
por el progreso científico; un tiempo en el que
acto fundamental de
la personalidad humana, más cons­
ciente de sí y de su libertad, tiende a pronunciarse en
favor de la propia autonomía absoluta, desatándose de
toda ley trascendente;
un tiempo en el que el laicismo
aparece como
la consecuencia legítima del pensamiento
moderno y la más
alta filosofía de la ordenación tempo­
ral de la sociedad; un tiempo, además, en el cual las
expresiones del espíritu alcanzan cumbres de irraciona­
lidad y de desolación;
un tiempo, :finalmente, que re­
gistra aún en las gr'andes religiones étnicas del mundo
perturbaciones y decadencia
jamás antes experimenta­
das."
Naturalmente, podríamos descender a aspectos más concre­
tos: las guerras, el hambre, lb_s crímenes, pero un hecho resalta
por encima de todos: la descristianización de la humanidad en­
tera; igual que los hombres, las naciones han perdido el sentido
del pecado.
132
En cuanto al hombre, es más extenso Paulo VI :
"La_ Iglesia del Concilio, sí, se ha ocupado mucho ...
del hombre tal cnal hoy en realidad se presenta: del
hombre vivo, del
hombre enteramente ocupado de sí,
del hombre que
no sólo se hace el centro de todo su in­
terés, sino que se
atreve a llamarse principio y razón de
toda libertad. Todo el hombre fenoménico, es decir, cu­
bierto con las vestiduras de sus imnumerables aparien­
cias,
se ha levantado ante la asamblea de los Padres
conciliares, también ellos hombres, todos pastores y her­
manos,
y, por tanto, atentos y amorosos; se ha levan­
tado el hombre trágico en sus propios dramas, el hombre
superhombre
de ayer y de hoy, y, por lo mismo, frágil y
falso, egoísta y feroz ; luego, el hombre descontento de
sí, que ríe y que
llora; el hombre versátil, siempre Fundaci\363n Speiro

LA MISION DE LOS SEGLARES EN EL MUNDO
puesto a declamar cualquier papel, y el hombre rígido,
que cultiva solamente
la realidad científica; el hombre tal cual es, que piensa, que ama, que trabaja, que está
siempre a la espectativa
de algo, el füius accrescens (Gen. 49, 22) ; el hombre sagrado por la inocencia de su
infancia, por
el misterio de su pobreza, por la piedad
de su dolor; el hombre individualista y el hombre so­
cial ; el hombre que alaba los tiempos pasados y el hom­bre que sueña en el porvenir; el hombre pecador y el hombre santo ... El humanismo laico y profano ha apa­recido, finalmente, en toda su terrible estatura. y, en cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la
religión -porque tal es----del hombre que se hace Dios".
Quizá aquí ya podamos empezar a sospechar qué parte, o me­
jor, qué tarea específica toca a los seglares en la labor que toda
la Iglesia tiene en este mundo.
* * *
Al llegar a este punto, al haber delimitado de una manera
intuitiva el campo de actuación de los
s~lares, ya sólo quedaría 1a tarea de ir comentando punto por punto el decreto conciliar re­
lativo al apostolado seglar, ampliando tal vez nuestro campo de estudio a la constitución Gaud/um et sPes, al decreto sobre los medios de comunicación social y otros.
Pero
la falta de tiempo nos llevaría a unos comentarios muy superficiales. Por otra parte, algunas conferencias que se pro­nunciarán aquí responderán a aspectos más concretos de la mi­
sión
de los seglares. Po_r todo ello prefiero remontarme a los prin­
cipios
y trazar después unas normas muy generales, deducidas,
claro está, del Concilio.
* * *
Antes he hablado del nuevo aporte doctrinal que ha supuesto
el Vaticano II y he resaltado de una manera especial la consti­
tución dogmática
Lum,er, gen,tiwm,. Su capítulo IV está dedicado a
los seglares como miembros de la Iglesia.
La doctrina expuesta en él no ha sonado como nueva a los oídos de los católicos, pero
es la primera vez que aparece en las actas de un concilio. Indu­
dablemente habrá contribuido a ello el hecho de que, de unos
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.TOSE MARIA MUNDET GIFRE
años a esta parte, la teología del laicado ha interesado a gran­
des teólogos: Karl Rhaner, Monsegu, Granero, Danielou, y en
especial, el P. Congar con su obra, ya clásica, Jalones pMa una
tealogw, del laicado.
Los seglares tenemos una misión que cumplir, pero nuestra
tarea sería vana si no se asentara sobre una sólida base doctri­
nal. Me refiero ahora a un profundo conocimiento de esta teolo­
gía de los seglares que aquellos que
se sientan llamados a cargos
de dirección deberán poseer.
Para estudiar nuestros derechos y nuestros deberes, pala­
bras muy en
boga hoy, voy a referirme, corno he dicho, al capí­
tulo
IV de la Lumen gmtium, y también al capítulo II que habla
del pueblo
de Dios.
* * *
El término seglar se puede definir por exclusión: lo son los
que no pertenecen ni al clero, ni a las órdenes religiosas,
ni a
los institutos seculares. O en una definición más positiva son:
ª... los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo
mediante el bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos
partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética
y real
de Jesucristo, ejercen,
por su parte, la misión de todo el pueblo
cristiano
en la Iglesia y en el mundo". (L. G.)
"... constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su
manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo
... ".
El concepto de pU1eblo nos sugiere en seguida un todo con­
juntado, una unidad que partiendo de
un único principio, llega
a idéntico fin; tiene
una misma misión.
134
"En todo tiempo y lugar son aceptos a Dios los que
le temen
y practican la justicia (Cf. Act. 10, 35). Qui­
so, sin embargo, el
Señor santificar y salvar -a los hom­
bres no individualmente y aislados entre sí, sino cons­
tituir un pueblo que le conociera en la verdad
y le
sirviera santamente. Eligíó como pueblo suyo ;,l pueblo
de Israel, con quien estableció un pacto, y quien ins­
truyó graduahnente manifestándosele a Sí mismo
y sus
divinos designios a través de su historia,
y santificándolo
para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y
símbolo del nuevo pacto perfec:o que había de efectuar­
se en Cristo, y de la plena revelación que había de ha­
cer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. He aquí
que llega el tiempo, dice el Señor, y haré un• nuevo
pacto con la casa de Israel y con, la casa de Judá. Pon-
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LA MISION DE LOS SEGLARES EN EL MUNDO
dré md, ley en sus entrañas y la escribirá en su,s cora~ zoneis, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo ...
Todos, desde el pequeño, al mayor, me conocerán, afirma el Señor (Ier. 31, 31, 34). Pacto nuevo que estableció
Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su sangre
(cf. I, Cor. 11, 25), convocando un pueblo de entre los
judíos y los gentiles, que se condensará en unidad no según · la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues los que creen el Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible,
por la palabra de Dios vivo (cf. I, Petr. I, 23,), no de
la carne, sino del agua y del Espíritu Santo ( cf. 10, 3·, 5-6), son hechos por fin linaje escogido, sacerdocio real, nación santa) pueblo de adquisición ... , que en urn tiemip·o no era pueblo y ahora e·s pueblo de Dios (I Petr. 2, 9--10),
"Este pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo,
que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para
nuestra
salvación (Rom. 4, 25), y habiendo conseguido
un nombre que está sobre todo nombre, reina ahora glo­
riosamente en los cielos. Tiene por suerte la dignidad
y libertad de los hijos
de Dios, en cuyos corazones ha­
bita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el mandato del amor, como el mismo Cristo nos amó (cf. 10, 13, 34), Tiene últimamente corno fin la dila­tación del reino de Dios, incoado por el mismo Dios en
la tierra, hasta que sea consumado por El mismo al fin de los tiempos, cuando se manifieste Cristo, nuestra vida
( cf.
Col. 3, 4), y la misma criatura será libertada de la servidum/Jre de la corrupción para participar en, la lil,er­
tad de los hijos de Dios (Rom. 8, 21). Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una
pequeña grey,
·es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también
por El como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mat. 5, 13, 16)." (L. G.).
Si la frase no sonara a revolucionaria, y sólo lo puede· ser en su intención, diríamos: los seglares también somos Iglesia.
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!OSE MARIA MUNDET GIFRE
Es de absoluta necesidad, para ser fieles a los sacramentos del
bautismo y de la confirmación~ que nos demos cuenta y nos res­
ponsabilicemos de la misión que por pertenecer al _nuevo Pueblo
de Dios nos corresponde. Para decirlo en toda su sencillez y en
toda su grandeza (a veces el respeto humano nos hace usar tér­
minos "humanos"): nuestra misión, como la de los sacerdotes, es
salvar almas. O por decirlo con palabras del Concilio : "... se
impone a todos los cristianos la dulcísima
oblig,Íción de traba­
ja_r para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y
aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra"
(Decreto sobre el apostolado de los seglares).
"Los laicos congregados en el pueblo de Dios y constituidos
en un solo cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualesquiera
que sean, están llamados,
_a fuer de miembros vivos, a procurar el
crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación con todas sus
fuerzas, recibidas por beneficio del Creador y gracia del Reden­
tor." (L.
G.)
"El apostolado de los laicos es la participación en la misión
salvífica
de la Iglesia, a cuyo apostolado todos están llamados,
todos, por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confir­
mación" {L. G.).
* * *
La participación, la pertenencia a este pueblo nos hace partí­
cipes de las funciones de su Cabeza, que es Cristo. Mientras la
función profética nos sugiere una labor de tipo particular, las
misiones sacerdotal y real, de una manera alegórica, diríamos
que nos hablan de una misión comunitaria en la que cada uno
de nosotros participa en la tarea de todo el laicado del mundo.
* * *
Función sacerdotal.
136
"Cristo, Señor, Pontífice tomado de entre los hombres
(cf. Hebr. 5, 1-5), a su nuevo pueblo "lo hizo reino y
sacerdotes para Dios, su
Padre" (cf. Apoc. !, 6;. 5,
9-10). Los bautizados son consagrados como casa espi­
ritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la
unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas
las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anun­
cien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a
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LA MISION DE LOS SEGLARES EN EL MUNDO
la luz admirable (el. I Petr. 2, 4-10). Por ello, todos
los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (cf. Act. 2, 42-47), han de ofrecerse
a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom. 12, 1); han de dar testimonio de Cristo en todo
lugar, y, a quien se la pidiere, han de dar también razón
de la esperanza que tienen en la vida eterna (cf. I Petr. 3, 15).
"El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro,
aunque
!,::ada cual participa de forma peculiar del único
sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no sólo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de
la sagrada potestad de que goza, modela y dirige al pue­blo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofrecién­
dolo a Dios
en nombre de todo el pueblo; los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la obla­
ción de
la eucaristía, y lo ejercen en la recepción de
los sacramentos, en la oración y acción de gracias, con
el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante." (L. G.)
"Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote porque desea continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos, vivifica a éstos con su Espíritu e ininte­
rrumpidamente los impulsa a toda obra buena y perfecta.
"Pero a aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión también les hace partícipes de su oficio sacerdotal en orden al ejercicio del culto espiritual para
gloria
de Dios y salvación de los hombres. Por lo que los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una vocación admirable y son
instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes frutos del Espíritu. Pues todas sus
obras, preces y
p,coyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y
del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las mo­lestias de la vida si se sufren pacientemente, se con­vierten en hostias espirituales, aceptables a Dias por Je­sucristo (I Petr. 2, 5), que en la celebración de la Euca­
ristía, con la oblación
del Cuerpo del Señor, ofrecen pia­
dosísimamente al Padre. _Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consa­
gran a
Dios el mundo mismo." (L. G.)
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!OSE MARIA MUNDET CIFRE
Doctrina evidentemente tradicional pero que el Concilio ha
enritjuecido y elevado a la máxima altura. Cuando se ha preten­
dido que
se habían usuperado" determinados "sistemas" de es­
piritualidad, éstos salen robustecidos con una sublime carga teo­
lógica que universaliza su legitimidad. Pensemos, por vía de ejem­
plo, en el ofrecimiento diario de nuestro trabajo, nuestras penas
y alegrías, nuestros deberes de relación, etc.
Sería absurdo pretender encontrar resabios teilhardianos en
estos párrafos conciliares. Lo que sí podríamos encontrar es una
profunda inspiración tomista en la Canisetratio mJwndi.
Función profétfoa y real.
· El término profeta se entiende aquí en su sentido más amplio.
Profeta se dice normalmente de la persona que, por espe,:ial gra­
cia de Dios, predice el futuro. En el texto conciliar, profeta es
quien profesa a Cristo, quien profesa las verdades de la fe.
138
"Cristo, Profeta grande, que por el testimonio de
su vida y
por la virtud de su palabra proclamó el Reino
del Padre, cumple su misión profética hasta la plena
manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerar­
quía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino
también pcir medio de los laicos, a quienes, por ello,
constituye en testigos y les ilumina con el sentido de
la fe y la gracia de la palabra ( cf. Act. 2, 17-18; Apoc.
19, 10),
para que la virtud del Evangelio brille en la
vida cotidiana, familiar y social. Ellos se muestran como
hijos de la promesa cuando, fuertes en la fe y la espe­
ranza, aprovechan el tiempo presente (Cf. Eph. 5, 16;
Col. 4, 5) y esperan con paciencia la gloria futura
(cf. Rom. 8, 25). Pero que no escondan esta esperanza en
la interioridad del alma, sino manifestándola en diálogo
continuo y en el forcejeo con los dominadores de e1ste
m"ndo tenebroso, contra los es¡,l.ritus maligwos
(Eph.
6, 12), incluso a través de las estructuras de la vida
secular.
"Así coino los sacramentos de la nueva ley, con los
que se nutre la vida y el apostolado de los fieles, prefi­
guran el cielo nuevo y
la tierra nueva (cf. Apoc. 21, 1),
así los laicos se hacen valiosos pregoneros de la fe y de
las cosas que esperamos (cf. Hebr. 11, 1), sí asocian,
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LA MISION DE LOS SEGLARES EN EL MUNDO
sin desmayo, la profesión de fe con la vida de fe. Esta
evangelización, es decir, el mensaje de Cristo. prego­
nando con el testimonio de la vida y de la palabra,
ad­
quiere una nota específica y una peculiar eficacia por
el hecho de que se realiza dentro de las-comunes condi­
ciones de la vida en el mundo. (L. G.)
"Por tanto, los Ia:icos, también cuando se ocupan
de las cosas temporales, pueden
y deben realizar una acción preciosa en orden a la evangelización del mundo.
Porque si bien algunos de entre ellos, ·al faltar los sa­
grados ministros o estar impedidos estos en caso de per­
secución, les suplen en determinados oficios sagrados en
la medida de sus facultades, y aunque muchos de ellos
consumen todas sus energías en el trabajo apostólico,
conviene, sin embargo, que todos cooperen a
la dilata­
ción de incremento del reino de Cristo en el mundo. Por
ello, trabajen los laicos celosamente por conocer más
profundamente la verdad revelada e impetren insisten­
temente de Dios el
don de la sabiduría.
"Cristo, hecho obediente hasta la muerte y, en razón
de ello, exaltado por el Padre (cf. Phi!. 2, 8-9), entró
en la gloria de su reino; a El están sometidas todas las
cosas
hasta que El se someta a sí mismo y todo lo crea­do al Padre, para que Dios sea en todas las cosas
{cf. I Cor. IS, 27-28). Tal potestad la comunicó a sus
discípulos
para que quedasen constituidos en una libertad
regia y vencieran en sí mismos el reino del
pec'ado
(cf. Rom. 6, 12) e incluso sirviendo a Cristo también en los
demás, condujeran en humildad y paciencia a sus her­
manos hasta aquel Rey, a quien servir es reinar. Porque
el Señor desea dilatar su reino también por mediación
de los fieles laicos, un reino de verdad y de vida, un
reino de santidad y de gracia,
un reino de justicia, de
amor y de paz ; en el cual la misma criatura querlará
libre de la servidumbre de la corrupción en la libertad de
la gloria de
los hijos de Dios (cf. Rom. 8, 21). Grande,
-realmente, es
la promesa y grande el mandato que se da
a los discípulos: Todas las casas son vu-estras, p1ero vos­otros sois de Cristo y Cristo es de Dws (I Cor. 3, 23).
"Deben, pues, los fieles conocer la naturaleza íntima
de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la
gloria de Dios y, además, deben ayudarse entre sí, tam­bién mediante las actividades seculares, para lograr una
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!OSE MARIA MUNDET GIPRE
vida más santa, de suerte que .el mundo se impregne del
espíritu
de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la
justicia,
la caridad y la paz. Para que este deber pueda
cumplirse en el ámbito universal corresponde a los laicos
el puesto principal. Procuren, pues, seriamente, que por
su competencia en los asuntos profanos y por su acti­
vidad, elevada desde
dentro por la gracia de Dios, los
bienes creados se desarroUan al servicio
de todos y cada
uno de los hombres y se distribuyan
mejor entre ellos,
según el plan del
Creador y la iluminación de su Verbo
mediante el
trabajo humano, la técnica y la cultura civil;
y que a su
manera estos seglares conduzcan a los hom­
bres al progreso universal en la libertad cristiana y hu­
mana. Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia,
iluminará
más y más con su luz a toda la sociedad hu­
mana." (L. G.)
De los múltiples comentarios que se padrían hacer a esta larga
cita de la Lumen gentium1 nos limitaremos a uno : ¿ Palabra o
testimonio?
La dificultad queda resuelta. No existe el dilema
Palabra-o-testimonio.
Palabra y testimonio. Si aquélla es más
sublime,
no quita importancia a éste. En la vida del laico hay
más ocasiones para dejar constancia de un entender todas nues­
tras actividades a la luz de Cristo que de proyectar esta misma
luz en sí.
Palabra y testimonio en nuestra vida familiar y social,
en
nuestra actividad política, en nuestro trabajo, en nuestras di­
versiones;
en una palabra, en toda nuestra vida, que es vida de
apostolado.
J....;a prudencia cristiana dictará en cada caso lo más convenien­
te,
pero cada instante de nuestra vida debe ser o palabra o tes­
timónio.
* * *
"A los laicos pertenece por propia vocac1on buscar el reino
de Dios
tratando y ordenando, según Dios, los asuntos tempora­
les." (L. G.)
Al principio he citado ampliamente el dircurso de Paulo VI
en la clausura del Concilio. Toda nuestra labor debemos relacio­
narla con aquellas palabras. El misterio y el espíritu del Con­
cilio es que hoy, el mundo y el
hombre necesitan más que nunca
de la Iglesia.
La misión en los seglares en el mundo es la instauración del
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LA MJSION DE LOS SEGLARES EN EL MUNDO
orden temporal, Jo dice el decreto del Apostolado de los Segla­
res. Y Pío
XII dijo en 1942: "Es todo un mundo lo que hay
que rehacer desde sus cimientos."
La Iglesia, el Concilio, nos Barna a esta tarea que se presenta
con la angustias~ urgencia de una espe:-anza: "Que no haya más
que
un rebaño bajo un solo Pastor."
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